SOLA

Sentada en la cocina de los Weasley miro por la ventana como el color del cielo va cambiando con el alba. Me siento muy sola.

Voldemort ha muerto y la guerra ha acabado, y a mí no me queda nadie. Mi pensamiento vuela hasta Australia, donde están mis padres. Mis padres, que no se acuerdan de mí. Borrar la memoria es mucho más fácil que devolverla. Pero, aunque pudiese conseguirlo, no tengo medios para localizarles. Un continente es un sitio muy grande en el que buscar.

Del poco dinero muggle que tenía ya no queda prácticamente nada, y dinero mágico nunca he tenido mucho. El justo para pasar el año escolar, que cambiábamos mis padres y yo todos los años en la banca del ministerio a principio de curso. Este año no tengo dinero para cambiar y sólo me quedan unos galeones del año pasado. Demasiado pocos para pagar un traslador internacional hasta Australia.

Sin duda puedo ir apareciéndome, una y otra vez. Pero, teniendo en cuenta el número de apariciones máximas al día que se recomienda en los libros que he consultado, me puede llevar dos semanas llegar hasta allí y… ¿de qué viviría? No tengo comida, no tengo dinero.

¿Y una vez en Australia? Un hechizo localizador me puede servir si estoy cerca de ellos, pero puedo pasarme meses buscando hasta que se produzca una feliz casualidad que puede no llegar nunca.

¡Ya estoy otra vez! Intentando convencerme de que no puedo. Si algo me ha enseñado la vida, es que puedo enfrentarme a casi todo. Bueno, siendo justa, eso me lo ha enseñado Harry. No puedo flaquear, tengo que ir a por mis padres, son lo único que me queda. Miles de kilómetros y un océano de recuerdos olvidados me separan de las únicas personas que pueden conseguir que deje de sentir que esta cocina es el mundo y yo estoy sola en él.

Acaricio distraída mi bolso de cuentas. Aunque está muy raído y decir que tiene cuentas ya es casi anecdótico, le he cogido mucho cariño a lo largo de este último año. Mi ropa, algunos frascos con pociones útiles, mis libros… es un consuelo pensar que al menos a ellos sí los conservo.

También llevo la tienda de campaña. Se la pienso devolver a los Weasley, pero antes la necesito un poco más. Aprovechando que todos están durmiendo también he cogido toda la comida que he encontrado. Me siento como una ladrona.

Ya está bien de lamentarme. De autocompadecerme y sentirme miserable. Cojo el bolso y me dirijo a la puerta mientras repaso en mi cabeza el viaje de hoy. Hasta las afueras de Calais, cinco apariciones, una de ellas de larga distancia para cruzar el canal. Y estoy forzando para ser el primer día.

Salgo por la puerta y empiezo a caminar. Desde el final de la guerra todos en el mundo mágico se han puesto un poco paranoicos con las protecciones en el hogar. No me extraña, tras la anterior caída de Voldemort, los mortífagos que lograron escapar, sin nada que perder ya, causaron tantos estragos o más que durante su ascenso. La gente desesperada es muy peligrosa.

Así pues, tengo que salir de la zona de protección de la madriguera para poder aparecerme. No es excesivamente grande, cien metros a lo sumo. Aligero el paso esperando sentir esa especie de estremecimiento en el aire que me indique que ya me he alejado lo suficiente.

"¿A dónde vas?". Me giro y veo a Harry. No le he oído seguirme pero está a tan solo unos metros de mí. Me mira con ojos fríos y con una expresión dura. Sigue muy enfadado.

"¿Tú que crees? Voy a buscar a mis padres". Se me quiebra un poco la voy al final de la frase. No puedo soportar que me trate así.

"Que tengas suerte". Apenas muda la expresión ni mueve los labios. Me doy la vuelta y sigo caminando para que no me vea llorar. Sin embargo me traiciono y se me escapa un sollozo. Me odio a mí misma.

Me odio a mí misma porque me importe tanto. Me odio por dejarle saber que me importa.

"Espera un momento. ¿Por qué has cogido toda la comida?". Un deje de sospecha se adivina en su voz.

"¿Me… me has visto?". Me he detenido otra vez al escucharle.

"Sí, me he despertado con el ruido… y bien, ¿para qué la quieres?". Su tono no deja opción a réplica. No va a aceptar evasivas.

"Yo…es que…no…no…n…". Las palabras me salen entrecortadas al intentar contener los sollozos. Retener las lágrimas ya es un caso perdido. Estoy tan hundida y con la cabeza tan gacha que caen al suelo apenas abandonan mis ojos.

"Mírame cuando te hablo, Hermione". Se acerca de dos zancadas, me agarra por el codo y me gira hacia él. Levanto la vista para mirarle a los ojos dejando que me vea llorar. Me rindo y empiezo a temblar con cada sollozo que me sale del pecho.

Sin embargo, aunque su expresión sigue siendo dura, al fijarme en sus ojos veo verdadera preocupación en ellos. Preocupación y algo más. Un pequeño brillo de intuición que me dice que adivina, al menos, parte de mis intenciones.

"¿No sabes dónde están verdad?

"N….no…". No saberlo ya es suficientemente malo. Decirlo en voz alta es, definitivamente, peor. No puedo soportarlo más. La soledad es horrorosa.

No me refiero a la soledad que abrazas cuando, después de un día ajetreado y rodeada de gente, te sientas en el salón de tu casa o en un rincón de la sala común para leer un buen libro o ensimismarte en tus pensamientos. Tampoco es la soledad que soportas cuando no tienes a nadie que te acompañe en un largo paseo o una tarea tediosa.

No. Es la soledad completa y absoluta de saber que no tienes a nadie.

Me siento sola.