Muy buenas! ^^

OMG, recibí 6 hermosos reviews con solo un capítulo *^*(con introducción, pero bueh… no importa). Agradezco mucho también los favs y follows, me hicieron muy feliz TT-TT Puede que para algunos seis reviews parezca poco, pero para mí ya es un buen empiece :B soy feliz.

Bien, este capítulo es laaargo, y por largo me refiero a LARGO. Pensé en dividirlo en dos partes, pero si hubiera hecho eso perdería la magia del capítulo e_é ya se verá por qué. Es más, tuve que quitar una parte para incorporarla en el siguiente, o si no se pasaría de largo.

Ok, aquí otro flashback del pasado de Yumeko e introducción de un nuevo personaje, totalmente de mi propiedad. Sí, es todo mío ò_ó no fantaseéis con él sin permiso… ok, hacedlo xD En el diseño de este personaje supongo que es una mezcla entre Hei¸ de Darker than Blank, Keiji, protagonista de All You Need Is Kill, Ryota Sakamoto de BTOOOM! y Miyagi-san de Junjou Romantica (*/*). Para quien no sepa qué c*** es All You Need Is Kill, es una manga ilustrado por mi amado Takeshi Obata, el cual tuvo antecedente, la novela de Hiroshi Sakurazaka. Esta historia inspiró la película Al filo del mañana, siendo protagonista Tom Cruise. No le pega mucho, pero bueno, me encantó la peli en sí aunque cambiasen el final. Respecto a Darker than Black, bueno… Hei al principio no me pareció muy bueno y lo veía un poquito obeso :/ pero después vi un par de capítulos, de imágenes, y se me coló una donde aparece con un gorro, barba de pocos días, ojeras y con una petaca de la mano :v hasta amargado es guapo, más o menos así es Tsujin xd

Otra vez me excedo con las notas… intentaré ser breve.

En fin, al próximo capítulo supongo que podré tener preparado el fanart que tenía pensado para la portada del fic (porque por fin estoy de vacaciones \(*-*)/ ... que serán bastante estresantes, pero no importa T_T) y supongo que tendré que hacer otro de Tsujin, mi OC nuevo. Tranquilos, creo que Tsujin es soportable y de ninguna manera es un Gary stu. Ya dije desde un principio que no caería en estas cosas. Este tipo tendrá sus cosas buenas y sus cosas malas. Y por cosas buenas, quiero decir… e_é

Por cierto, he decidido de repente poner las fechas correspondientes para que quede más real... no sé, quizá salga el típico comentario "Perdona, elenita, pero L se presenta cara a cara al cuerpo de policía antes de las 00:00 de la noche el 31 de diciembre de 2003, no justo a las 19:00 cuando a las 17:15 les dijo que quería reunirse antes de medianoche con los 5... porque antes eran 6 integrantes, solo que Ide se largó y blakj2ehfjkwefi..." XD No quiero pasar por esto, así que seré lo más exacta posible.

Respecto al título del capítulo… sí, me encantan los títulos largos y sin sentido, pero eh! El escondite tiene sus pros y sus contras, ya lo dejé claro en el anterior capítulo XD

Extensión: 16.989 rikolinas palabras, es decir, unas 37 páginas de Word, el capítulo más gigante que he creado en mi cutre vida de escritora… lo siento profundamente.

Advertencias: lo típico, Spoilers, vocabulario un tanto vulgar y... escenas eróticas e.e lo siento, no pude evitarlo, Tsujin es demasiado dominante (?)

Notas:

-Un anpan, para quien no sepa, es un bollo dulce y redondo japonés que se puede rellenar de varias cosas, como el anko que es una pasta de judías (sí, suena asqueroso), chocolate, etc.

-Las conversaciones entre la policí los pensamientos de este último los saqué directamente del manga, al igual que la hora de la reunión del jefe con los otros cinco en la policía y el piso del Hotel Imperial donde se encuentra L.

-Facebook se fundó el 4 de febrero de 2004, y este capítulo se sitúa más o menos desde el 12 de diciembre de 2003, por lo tanto, aún no existía. Lo que más se llevaba en cuanto a redes sociales era el Fotolog, algo parecido al face pero más centrado en la fotografía. Algo así como un blog en vez de un chat.

-«Tsujin» puede traducirse como Gran (Tsu) Persona (Jin). Se suele utilizar hito para traducir persona, pero no importa xD Fue después de bautizarle cuando me di cuenta de que podía significar eso. El Jin se utiliza normalmente como sufijo para formar los gentilicios. Por ejemplo:

Japonés/sa: Nihonjin

Español/a: Supeinjin

Mexicano/a: mekishikojin

(Un Banzai por mis clases de japonés express XD)

Disclaimer: ... Death Note es de los zuculemthos Tsugumi Ohba y Takeshi Obata. No entiendo por qué debo anunciar esto en cada capítulo. Si yo hubiera creado un manga tan asdastchrsdetgasad como ese, ¿estaría aquí perdiendo el tiempo? XD


Chapter 3: Juega al escondite si te atreves

5 de diciembre de 2003. Distrito de Shibuya, barrio de Shibuya, Tokyo (Japón)

Todos los presentes susurraron sus propios comentarios sobre Kira… que si estaba bien, que si estaba mal lo que hacía…

Y Yumeko seguía allí de pie, mirando a la televisión con los ojos bien abiertos y un ligero sonrojo en las mejillas. Ese L era asombroso. Aquel había sido el mejor discurso que había oído en su vida. Desafiar al mismísimo Kira y dejarle en ridículo… no tenía precio.

Un veloz «increíble» pasó por su mente, a la vez que su corazón latía de entusiasmo.

Podía conseguirlo. Alguien compartía su sentido de la justicia, y ese era L, el mejor detective del mundo, un modelo a seguir dado su caso. Miró al frente con determinación, esbozando una prepotente sonrisa y frunciendo el ceño. Podía conseguirlo con un poco de esfuerzo. Podía enfrentarse a Kira.

Porque ahora era muy fuerte.

…..

11 de diciembre de 2003. Distrito de Harajuku, barrio de Shibuya, Tokyo (Japón)

Porque ahora era muy fuerte...

—¡Maldita sea! —se quejó tomándose la cabeza con ambas manos—. ¡No consigo avanzar nada!

Era muy fuerte... ¡a la mierda con ser fuerte, esa investigación no llevaba a ningún sitio! Porque por mucho que quisiera, la información no llegaba por sí sola. No tenía ningún modo de acceder a los archivos del FBI, así que estaba en blanco. No era capaz de seguir si no tenía pistas.

Ya era el sexto día desde la emisión de L por televisión, y continuaba de brazos cruzados, observando el periódico e internet con lupa. Incluso había buscado quién trabajaba en el caso en la NPA, pero no obtuvo nada significativo que pudiera ayudarla. Iba a ser más difícil de lo que creía.

Incluso le había pedido a Tsujin, ese idiota entrometido, que le ayudara un poco a investigar. Y por un poco... Tsujin entendió a fondo. El chico contactó con un conocido para que le filtrara información de todo lo que ocurriese en la NPA. Pero desde el día anterior no hubo nada nuevo. De todas formas, aún era temprano, así que bajaría a por el periódico y se aseguraría de estar al corriente, solo para quedarse más tranquila.

Bufó molesta, apoyándose en el respaldo de la silla y mirando al techo distraídamente. ¿Qué estaría haciendo ese detective ahora mismo? ¿...durmiendo, quizá? ¿O... desayunando mientras pensaba una y otra vez en los asesinatos de Kira? No lo sabía, y tampoco tenía tiempo para distraerse con esas cosas absurdas.

Se levantó de la silla con lentitud y tomó su maletín sin ganas, preguntándose si L tardaría mucho en atrapar a Kira, y la forma en que llevaría a cabo su trampa para cogerlo. Todo eso la intrigaba... quería conocerlo, aprender de él. Posiblemente, con ofrecerle su ayuda podrían trabajar juntos, y de ese modo terminar con el caso antes de que más víctimas se vieran involucradas.

Una sonrisa cruzó rápidamente su rostro, burlándose de que tal idea pudiera cruzarse siquiera por su mente. Era ridículo pensar que el mejor detective del mundo estaría dispuesto a trabajar con ella teniendo a agentes del FBI en su poder. Pero, afortunadamente, soñar era gratis.

…..

12 de diciembre de 2003. Distrito de Kasumigaseki, barrio de Chiyoda, Tokyo (Japón) – Agencia Nacional de Policía

—¡¿Qué?! —Yagami Soichiro golpeó el escritorio con ambas manos; no podía creerse que la teoría de que Kira fuese un estudiante se estuviera desechando por la borda—. ¡¿Veintitrés víctimas de ataque al corazón desde ayer?!

—S-Sí, señor —contestó uno de los miembros del departamento de criminales de la policía japonesa, revisando de nuevo los documentos que traía de la mano por si estaba cometiendo algún error.

—Es igual que antes de ayer… —murmuró el jefe frunciendo el ceño, preguntándose si de verdad L estaba en lo cierto respecto a su hipótesis de la situación—, otros veintitrés criminales bajo nuestra custodia han muerto. Un muerto cada hora del día…

—Al pasar esto en dos días entre semana, eso significa que… —se comenzó a oír en la gran habitación del departamento de policía.

—… la teoría del estudiante está en jaque… —completó otro, restregándose la mejilla con cansancio.

—«¡No tan rápido!» —intervino la tan famosa voz distorsionada, provocando que todos los presentes girasen medio cuerpo sobre la silla y mirasen directamente a la cámara móvil de aquel portátil con la "L" gótica en la pantalla. Detrás del objeto se encontraba apegado Watari, el hombre que siempre ocultaba el rostro en todas las reuniones y conferencias.

—«¡Es cierto que la teoría del estudiante es poco sólida, pero no es eso lo que Kira nos quiere decir!» —continuó objetando el detective—. «Lo que quiere decirnos es que… puede controlar a voluntad la hora de la muerte».

Hideki Ide entreabrió los labios, tratando de analizar aquel dato desde los distintos puntos de vista posibles. Dejando a un lado que alguien tuviese la capacidad de matar a su antojo sin estar presente, ¿cómo podría, además, controlar el horario en el que llevara a cabo sus crímenes? La mayoría de las veces no entendía nada de lo que ese portátil soltaba por el altavoz.

Pero él no era el único que se encontraba confuso con los recientes acontecimientos, porque hasta el mismísimo L también había desarrollado sus propias dudas, aunque consiguiese resolverlas en medio minuto.

Quién diría que esa habitación tan oscura y vacía, con solo la tarima de madera adornando el suelo, pudiese albergar al mejor detective del mundo, conectado a la NPA mediante un ordenador portátil y una cámara de alta definición.

El joven se encontraba arrodillado frente a la máquina, observando fijamente a los hombrecitos volteados hacia él, que intentaban escudriñar todos los recovecos de su mente solo a través de una mísera y reluciente pantalla de ordenador. La mano con la que se apoyaba en el suelo le tembló, mostrando un segundo su inseguridad en el caso.

¡…Además!, pensó para sí mismo, auto convenciéndose de que tenía razón en todo. ¡Es posible que haya encontrado la forma de descubrir datos de nuestra investigación! ¡Está claramente retándome!

…..

A pesar de todos los esfuerzos ejecutados hasta el momento, Yumeko no logró sacar nada en claro de todo el asunto Kira.

Tsujin permanecía atento a la escasa información que iba obteniendo poco a poco de la NPA, pero aun así tampoco conseguía los resultados que deseaba. Su compañero de la policía le filtraba lo mínimo e indispensable o, en ocasiones, simplemente le replicaba conque estaba traicionando a su querido jefe Yagami y que no tardaría en presentar su dimisión en el caso; en realidad, Tsujin entendía por este argumento que su confidente no estaba dispuesto a arriesgar la vida más de la cuenta, sobre todo si no confiaba en aquel supuesto detective L.

Por tanto, a Yumeko no le quedaba otra que permanecer de brazos cruzados unos cuantos días, centrándose en estudiar para los próximos exámenes y dejando de lado a Kira y a L.

Hasta que, más de una semana después, reinició su investigación al ser poseedora de unas pistas bastante valiosas para el avance del caso.

…..

19 de diciembre de 2003. Distrito de Shibuya, barrio de Shibuya, Tokyo (Japón)

El tintineo de la puerta de la pastelería hizo que Yumeko levantase la cabeza y sonriera, endureciendo la expresión tras ver a Tsujin plantado en la entrada y con un sobre de papel marrón, el cual apretaba contra su pecho como si su vida dependiese de la seguridad de ese sobre.

Limpió sus botas de goma en el felpudo y con la mano tanteó los bolsillos de su abrigo negro, mientras que avanzaba hacia Yumeko y dejaba cuidadosamente el sobre encima de la caja. A continuación, sacó una cajetilla de cigarrillos y un mechero con toda la tranquilidad del mundo, sin importarle que esto pudiese afectar a su compañera o si el pan de la tiendecita acababa contaminado.

Extrajo de la cajetilla blanca Seven Stars un estrecho e impoluto cigarrillo, llevándoselo a los labios y encendiéndolo con su mechero rojizo. Absorbió la sustancia, a la vez que escuchaba con toda atención cómo Yumeko abría el sobre y sacaba una foto y una nota de texto de él.

Tsujin expulsó el humo contenido en sus pulmones, notando el característico calor en la nariz y la sequedad en la boca. Entrecerró sus ojos afilados y azules, intentando adivinar en la expresión de la chica lo que estaba pasando por su cabeza. Se sentía orgulloso de la información que había obtenido gracias a Takizawa, y era su oportunidad el restregárselo por la cara a Yumeko. Ante este pensamiento, no pudo evitar esbozar una diminuta sonrisa, intentando borrarla después frotando su delgado rostro. Al hacerlo, sintió que debía afeitarse, pues los pelillos que le habían comenzado a salir ya eran demasiado notorios. Aunque tampoco le preocupaba mucho cuidar de su imagen.

—¿Qué… es esto? —preguntó entonces Yumeko, ojeando detenidamente lo que parecía una nota de suicidio.

—¿Es que no lo ves? —farfulló Tsujin con su voz grave y relajada—. Lo escribió un recluso justo antes de morir.

—De ataque cardíaco, supongo… —apuntó la chica, desviando la mirada hacia la foto—. ¿Y esto? —Se la acercó a la cara para no perderse ni un detalle, lo cual Tsujin aprovechó acortando la distancia de un paso y arrojando bruscamente la bufanda que traía puesta a la cara de Yumeko.

—Quería subirla a Fotolog, pero no me pareció apropiado contando con que se ve perfectamente a un criminal que ha escrito en la pared con su propia sangre. —Se alborotó los cabellos negruzcos con una mano, cerrando los ojos y riendo levemente ante la mirada reprochadora de su amiga. De repente, su gesto se tensó y dio de nuevo una calada al cigarro—. No hagas preguntas estúpidas si quieres buenas respuestas. —Suspiró, entornando los ojos al ver que Yumeko no le estaba prestando atención y se dedicaba a deducir por sí sola las circunstancias de los hechos—. En fin, Takizawa me ha dicho que hubo tres presos que actuaron de forma extraña antes de morir; el primero escapó de su celda, fue al servicio y allí mismo la palmó. —Hizo una larga pausa, terminándose el quinto cigarrillo del día y aplastándolo contra el mostrador sin ningún tapujo—. El segundo se arrancó los dedos de la mano, y no me preguntes cómo, dibujó ese símbolo en la pared con la sangre y murió. Y el tercero, quizá el más importante… escribió la nota; inmediatamente después, también se muere. ¿Qué opinas?

—Pues… —miró ambos documentos frunciendo el ceño, confusa por las inusuales muertes que se habían llevado a cabo—, no tengo ni idea. La nota parece normal, pero la foto…

—¿Crees que es falsa? —indagó el joven abriendo más los ojos.

—No, no es eso —negó ella sintiéndose impotente ante tal información—. Si te soy sincera, no confío mucho en Takizawa. Es posible que nos esté ocultando algunas cosas.

Tsujin solo elevó ligeramente una comisura de los labios.

—Tampoco está en posición de revelarnos todo lo que se archiva en esa oficina —determinó, contemplando la colilla y las cenizas esparcidas por el mostrador. Dirigió la vista a la chica, aún sonriendo—. Ya tenemos suficiente con esto.

—Si no digo lo contrario… —se defendió Yumeko retirando la mirada de la de Tsujin—, pero podría esforzarse un poco más.

La mueca de Tsujin se convirtió en una de leve molestia, puesto que sabía perfectamente que Takizawa no se podía arriesgar a perder el empleo solo por filtrar información del caso Kira a unos críos como ellos. Por otra parte, también comprendía el desasosiego de su compañera sobre toda esa situación, pero ella debía entender que aquello no era tan sencillo como pensaba.

—Tú le conoces mejor que yo, Tsujin —continuó argumentando Yumeko, esta vez con el rostro al frente y sin alterar su expresión lo más mínimo—, por eso te pregunto si confías plenamente en él.

—Por supuesto —contestó tajante, apurando la distancia que aún existía entre su cuerpo y el mostrador y apoyando una mano encima para tratar de intimidarla—. ¿Cómo sabes que no soy yo el que te está ocultando algo?

Los labios de Yumeko se entreabrieron por un segundo, sin encontrar la respuesta adecuada para aquella interrogante. Simplemente, porque nunca se había planteado desconfiar de Tsujin, y que ahora se lo consultara de una forma tan brusca la había pillado sin defensas. Lo único de lo que podía cerciorarse en ese momento era de que su amigo nunca sería capaz de traicionarla por un motivo muy sencillo, pero que de todas formas volver a sacarlo a la luz sería bastante incómodo para ambos. No obstante, su orgullo se vería afectado si no contestaba correctamente a esa compleja cuestión.

—No me estás ocultando nada —dijo, percibiendo cómo las mejillas le empezaban a arder.

—¿Ah, no? —De nuevo sonrió, mostrando una hilera de dientes blancos como si fuera un lobo a punto de cazar a su presa—. Te lo repito: ¿cómo lo sabes? ¿Por qué estás tan segura de ello?

Tenía que decirlo, él mismo la estaba obligando. De otra manera, volviendo a repetir lo anterior, perdería un poquito de su orgullo al no poder responder con claridad.

—Porque me quieres —terminó hablando. Su rostro de seguro había cambiado por completo a una tonalidad inusualmente rojiza, pero de todas maneras supo mantener la seriedad a la hora de decir esas escasas palabras.

Aunque al principio Tsujin mantenía su expresión de superioridad, poco a poco la ligera curva de sus labios se transformó en una línea recta, mientras que su mirada, que había destilado seguridad y burla hasta hace un momento, se convirtió en un amasijo de tonos azules más fríos que el hielo. Suspiró, retirándose lentamente de la caja pero sin desviar la vista de Yumeko, quien continuaba observándole con las mejillas arreboladas.

Tsujin avanzó hacia la puerta, no sin antes haber cogido un anpan relleno de chocolate de uno de los estantes, y dejó salir unas afligidas palabras de sus finos labios, las cuales apenas transmitían su sentido del humor.

—No pienso pagártelo.

Y dicho esto, se marchó de la tiendecita provocando que el tintineo de la puerta volviese a hacer mella en los oídos de Yumeko.

…..

No había sido su intención ofender de ninguna manera a Tsujin. Era consciente de que recordarle esa fase de su vida le perjudicaba gravemente el orgullo, pero tenía que reconocer que la situación le había llevado de una forma muy directa a repetírselo.

También era cierto que ese dato de Tsujin le había traído problemas a ella misma, pero era soportable en comparación con el sonrojo que había logrado advertir en el rostro de Tsujin antes de que este cruzara la puerta. Es decir, cualquier cosa era soportable si él estaba a su lado.

No obstante, su compañero no volvió a visitarla desde ese día, ni siquiera se dignó a mantenerla informada por el teléfono móvil. En el fondo, entendía las razones de Tsujin para ignorarla a partir de ese momento, pero el caso Kira no atendía a esas cuestiones tan banales y, por lo tanto, los asesinatos de criminales no cesaban.

Entonces Yumeko se frustraba. No tenía medios para continuar con la investigación por su cuenta, y la única fuente en la que podía confiar era —y continuaba siendo— su fiel compañero Tsujin. Ahora se arrepentía de tener la lengua muy larga y de haber soltado ese tema sin pararse a pensarlo. De igual manera, a sus veintidos años, consideraba a Tsujin una especie de hermano mayor, pero no siempre fue así.

En su día, Tsujin había llegado a ser algo así como su amor platónico. Incluso cuando lo vio por primera vez, sus débiles instintos la impulsaron a quererlo.

Aquella época no estaba siendo lo suficientemente satisfactoria para ella como lo había sido el invierno anterior. El hecho de cumplir años nunca le había importado mucho, pero ese día, justo cuando ansiaba tanto recibir una sola llamada por parte de una compañera de clase, la ilusión que le quedaba se esfumó hasta desaparecer de su vida.

El 27 de noviembre de 2000, día de su décimo octavo cumpleaños, esperó hasta más de medianoche a que Tekko la llamase al móvil para planear algo juntas. Pero la paciencia llegó a su límite cuando el reloj del despertador marcó las 00:48 de la noche.

Se levantó de la silla donde había estado sentada casi media hora y se dirigió a su cuarto, abrigándose tan solo con una fina chaqueta de cuero negra y una bufanda de seda gris. Un paseo nocturno a la tumba de sus padres no le vendría del todo mal en aquel martes tan solitario. Lo más probable era que a la mañana siguiente pagase su insomnio y mal humor con los profesores y sus compañeros de la universidad. Pero ese pensamiento se vio opacado por otros tantos mientras se encaminaba al cementerio de Aoyama.

No le importaba en absoluto el frío que le empezaba a congelar las manos a pesar de tenerlas en los bolsillos de la cazadora, ni siquiera que tuviera que recorrer más de kilómetro y medio y tardase veinte angustiosos minutos en llegar al maldito cementerio.

En realidad, odiaba Harajuku a más no poder. Sus estrechas calles le provocaban una claustrofobia enorme, temía que los tenderos eléctricos chisporroteasen de repente y ella estuviera debajo en el momento, y nada más con echar un vistazo a las casuchas húmedas y típicas de Japón podía echarse a llorar por convivir en semejante barrio.

No obstante, Harajuku era un punto turístico un tanto importante en Tokio, y el estudio de la NHK, el parque Yoyogi y el barrio Omotesando compensaban un poco la desgraciada vida de estudiante que llevaba Yumeko. Descartaba Takeshita porque esas calles eran demasiado extravagantes para su forma de ser; demasiados cosplayers y ghotic lolitas para poder disfrutar de las tiendas en condiciones.

Por las mañanas, ese agobiante y aburrido conjunto de casas y patéticos edificios apelotonados se hacía más llevadero, pues el cielo azul y los intensos rayos del sol obligaban a alzar la vista y apartar la atención de la calle. Pero a esas horas de la noche, cuando todo era tan oscuro que no se podía distinguir nada a más de dos metros de no ser por las insignificantes luces de algunos comercios y las farolas, eran al contrario, ya que el frío la hacía acurrucarse y observar el suelo rogando llegar cuanto antes a su destino.

Se encogió sobre sí misma tratando de darse calor, tapándose la boca y parte de la nariz con la bufanda. Apreciaba esas noches heladas, desiertas y húmedas, en las cuales la luz de las farolas se reflejaban tenuemente en el pavimento. Apenas circulaban vehículos y las pocas luces de comercios que parpadeaban apenas destacaban al lado de las personitas de los semáforos.

Su aliento irregular generaba vaho a través de la bufanda, difuminándose de inmediato al entrar en contacto con la negrura de la noche.

Esos momentos en los que la mayor parte de Japón estaba durmiendo era cuando se sentía la persona más sola del mundo. No tenía familia, pues sus dos padres, hijos únicos, se suicidaron arrojándose a las vías del tren cuando ella apenas sabía mantenerse en equilibrio. Ambos se habían convertido, desde que tenía memoria, en sus enemigos más profundos. No sabía si sentirse orgullosa de ello o sentirse patética, pero consideraba a sus progenitores los seres más cobardes que había conocido nunca. Huir de los problemas tomando ese camino como solución era despreciable desde su punto de vista, y lo peor de escoger ese camino era que ya no tendrían oportunidad de lamentarse y volver al punto de partida.

Y jamás había terminado de comprender el sentido de suicidarse, aunque ella no estaba del todo en posición de criticar ese modo de escaparse de la realidad ya que en varias ocasiones lo había intentado durante su infancia y pre adolescencia y había fracasado con resultados catastróficos, como una pierna escayolada o unas vendas rodeándole las muñecas.

Pero tampoco es que se arrepintiera de todo aquello, al contrario, pensaba que arrepentirse de cualquier acción del pasado era un aspecto propio de hipócritas y, por lo tanto, que a ella se le ocurriese hacer lo propio la convertiría en uno. Y no podía permitirse eso, pues su orgullo femenino la frenaba a cometer semejante acto.

De todos modos, ya era demasiado tarde para romperse la cabeza pensando en sus padres, en el suicidio y en que estaba más sola que la una, puesto que a sus dieciocho años había aprendido a no confiar en nadie; tarde o temprano, todo el mundo le daría la espalda.

Ahora debía pensar en lo que estaba haciendo y lo que pretendía con visitar la tumba de sus padres. Simplemente, estaba aburrida y necesitaba que el helado aire de la noche relajase su expresión estresada. No era nada sano para una jovencita de apenas veinte años asistir a la universidad y trabajar media jornada en una pastelería a quince minutos de su barrio. Una buena caminata hasta el cementerio no la vendría nada mal para deshacerse de todas sus obligaciones y centrar su atención en otras cosas.

Se paró un segundo antes de cruzar el minúsculo paso de cebra que dividía la calle con la siguiente. Buscaba un poco de paz en aquel cementerio tan hermoso y cuidado pero, ¿realmente la encontraría? ¿O, por el contrario, se sentiría aún peor?

Suspiró una vez más, provocando que de nuevo ese frágil vaho manara de su boca y percibiendo que su cuerpo no aguantaría mucho si continuaba allí de pie y sin hacer nada.

Dio un paso al frente, divisando unos pocos metros más allá la cuestecita roja que llevaría al cementerio.

Odiaba tener que soportar el murmullo de los árboles que poblaban todos los callejones, incluso en las fachadas de las viviendas colgaba alguna que otra enredadera y varios arbustos estaban postrados a ambos lados de las entradas. Yumeko prefería el silencio absoluto, sin árboles que se agitaran y sin motores de pequeños vehículos.

Se detuvo frente a la entrada del cementerio, agradeciendo el hecho de que no se hubiesen molestado en contratar vigilancia por si a alguien se le ocurría asaltarlo a medianoche, pero, claro, solo a ella se le había pasado por la cabeza visitar el cementerio a más de la una de la madrugada. Así que, por tanto, no merecía la pena mantener custodiada la zona. En otras palabras, por Yumeko no valía la pena gastarse más de lo debido.

Observó el interior desde ahí; un largo pasillo de baldosas grises y marrones se abría ante ella, al igual que lo hacían dos más estrechos a derecha e izquierda. Podía distinguir perfectamente las lápidas en forma de edificios diminutos o de piedras cuadrangulares amontonadas una encima de otra hasta constituir un curioso panteón. Lo que realmente caracterizaba a aquel cementerio era la cantidad de árboles que rodeaban el perímetro. En cada pasillo podías encontrarte fácilmente con una decena de árboles y arbustos de especie variable, o incluso entre las propias lápidas.

Por un lado lo agradecía, pero a esas horas resultaba un tanto lúgubre las ramas semi desnudas y delgadas, que más bien parecían huesos carcomidos que lo que de verdad eran. Avanzó unos pasos, ignorando los carteles blancos que repetían una y otra vez las mismas normas de siempre y la información histórica que guardaba el cementerio. Pues, como todo buen nipón sabía, Aoyama no era como todos los demás. Se podía decir que era uno de los mejores de todo Japón al contar con la belleza que lo inundaba en ciertas estaciones del año y con la importancia de albergar a Nogi Maresuke, Francis Brinkley o Edoardo Chiossone.

Pero a Yumeko poco le interesaba quiénes estaban allí enterrados; lo único fundamental de su visita era un poco de paz y calma, aunque cuando todo estaba tan negro, frío y hasta los grillos habían dejado de cantar, la armonía que buscaba sería más bien nula.

Conforme iba dejando una lápida tras otra atrás, su sentimiento de soledad iba ascendiendo. Pareciera que los muertos se burlaban de su desgraciada vida mostrando el acompañamiento de cientos personas que se hallaban en ese lugar, mientras que ella, que aún permanecía viva, no tenía a nadie con el cual compartirla.

—Hasta los espíritus son más felices que yo —susurró, deteniéndose en la mitad del camino arenoso y clavando la mirada en una lápida algo mugrienta por el correr del tiempo y las torrenciales lluvias—. Mejor dicho, hasta vosotros sois más felices que yo.

Soltó un largo suspiro, enterrando media cara en la bufanda gris; odiaba ir al cementerio, siempre se lamentaba de tener una vida tan miserable como la suya y de haber nacido. Si solo sus padres no hubieran sido tan cobardes de abandonarla de ese modo, si solo hubiera tenido una familia, si solo…

Alzó la cabeza hacia el cielo tokiota, sombrío, homogéneo, contaminado por la luminosidad de la ciudad próxima. Frío…perfecto. Cerró los párpados lentamente, dejándose inundar de toda la frescura de la noche y del cantar solitario de algunos grillos a punto de morir. Daría cualquier cosa por empezar de nuevo, por tener unos padres a los cuales querer con toda su alma, conocer a una persona y confiar lo suficiente en ella como para entregarla su corazón y amarla. Pero todo eso no había ocurrido en sus dieciocho años de vida, y aquello que impidió que de verdad viviera fue el insignificante suicidio de sus dos padres.

Cientos de veces se había preguntado por qué motivo la habían dejado de esa manera a merced del mundo, por qué tuvo que romper ella sola el cascarón y enfrentarse a lo que había fuera, sin un mínimo de cariño y ánimo con los cuales batallar contra todas aquellas emociones desconocidas y experiencias traumáticas.

La muerte de Yûsei la había arrastrado a tal punto de depresión y locura que en varias ocasiones trató de arrancarse la vida como lo habían hecho los cobardes de sus padres, pero gracias a los dioses hubo personas que se lo impidieron.

Una fina línea de lágrimas recorrió las mejillas de Yumeko. Los odiaba. Odiaba con toda su fuerza a sus padres.

—Mamá…

Se mordió el labio inferior intentando contener mínimamente el llanto. Solo quería haber tenido una vida normal, con padres, sin orfanatos, sin Yûsei, sin nadie.

Inevitablemente, tuvo que taparse la cara con el dorso de la mano para ocultar las lágrimas. No deseaba que los posibles fantasmas que hubiera en aquel lugar se compadecieran de ella. El tronar de las piedrecitas y las ramas rechinando bajo unos zapatos hizo que volteara el rostro hacia un lado.

Al enfocar la vista bajo ese filtro de lágrimas, logró adivinar la figura de un joven de alta estatura y de cabellos oscuros que la miraba fija y extrañamente, con las manos guardadas en la cazadora de cuero y un cigarro a medio consumir colgando de su boca. Una vez los ojos de Yumeko volvieron a la normalidad, su boca se abrió unos centímetros al darse cuenta de la belleza que se le había presentado por arte de magia.

El joven poseía un rostro hermoso comparado con todos los japoneses que había visto nunca: tenía las facciones finas, pero maduras al mismo tiempo, como si la niñez aún no se hubiera esfumado de su expresión; su palidez resplandecía aún más con la tenue y débil luz de la luna, lo que hacía que el escaso vello de la barba destacase; sus labios, finos y pequeños, sostenían el cigarrillo que poco a poco se iba extinguiendo; la nariz, recta, ligeramente afilada sin exagerar de tamaño; sus ojos, azules como la noche que transcurría, rasgados y no muy pequeños, poblados de unas espesas pestañas rizadas; y su cabello, completamente azabache, caía en ondas sobre su frente y le cubría gran parte de las orejas.

Su cuerpo parecía un tanto desproporcionado si se observaba en su totalidad. La chaqueta terrosa de cuero se ajustaba a él haciéndolo más delgado de lo que ya era, los pantalones holgados de mezclilla causaban que las piernas tomaran más anchura de lo normal, y gracias a la amplitud de los bajos, las converse negras estaban parcialmente ocultas, a tal punto que el nudo de los cordones ennegrecidos no se podía apreciar.

—Buenas noches —terció el joven aun con el cigarro en la boca, sin el más mínimo detalle en la voz o en la expresión. Lo único que Yumeko pudo distinguir fue la curiosidad que embargaban a aquellos ojos tan oscuros y bellos.

—Mmm… buenas noches —respondió ella, cohibida por la inusitada presencia que desprendía ese chico. Seguramente sería de una edad semejante a la suya, pero a sus ojos lo consideraba inalcanzable y muy superior a ella.

Se retiró el cigarrillo de los labios y expulsó el humo en una nube grisácea que acabó desapareciendo. Se acercó al lado de Yumeko y se quedó mirando los nombres de las lápidas, ignorando por completo los ojos llorosos e indagadores de la chica.

—¿Un accidente? —preguntó en un murmullo, y Yumeko pensó que su voz profunda y suave terminaría por matarla de la emoción.

Por otro lado, la muerte de sus padres le recordaba lo mal que lo había pasado en el transcurso de su vida, así que la emoción en ese momento se multiplicó por dos.

—Supongo —terminó contestando después de unos instantes de silencio en los que especuló con exactitud la respuesta.

—Cómo —se sorprendió él, alzando las cejas y girando la cara—. Fue un asesinato, entonces.

Yumeko dejó escapar una sutil risa a la vez que se limpiaba los restos de lágrimas. Jamás se había planteado contar su pasado a un desconocido en el cementerio de Aoyama a más de la una de la noche, pero si el momento lo requería, no tenía nada que perder.

—Ojalá —él frunció el ceño sin entender—, ojalá los hubieran asesinado delante de mí y después hubieran hecho lo mismo conmigo. Ojalá me hubieran torturado y…

—¡Oye! —intervino el joven cuando ya no quiso escuchar más. No se exaltó demasiado, pero Yumeko notó que realmente se había molestado al oír semejante barbaridad. Hasta había arrojado el cigarrillo al suelo—. ¿Cómo puedes decir algo tan…

Tuvo que interrumpirse así mismo al percibir que los pequeños hombros de la chica se convulsionaban y que su pelo castaño ocultaba su rostro. Ella le volvió a dirigir la mirada y sonrió, a pesar de que arrugaba el entrecejo para tratar de frenar el río de lágrimas que empezó a fluir.

—¿Tan horrible? —finalizó la pregunta por él, cerrando con fuerza los puños—. Es mejor saber la razón por la que alguien muere… así es más fácil de aceptar, ¿no? Me… me gustaría haber estado ahí para que me hubieran explicado antes de que saltaran a las vías… por qué me dejaron sola.

Entonces él terminó por comprender. Esas personas la dejaron en un orfanato y se habían suicidado lanzándose a las vías del metro. Se restregó el cuello sin saber qué decir, pues era la primera vez que se encontraba en ese tipo de situaciones. De todas formas, su propio caso también era algo complejo de entender, pero al menos se sentía bien en comparación con esa chica que demostraba tanta angustia e impotencia.

—¿No se te ha ocurrido pensar… que ellos te querían mucho y que por eso te abandonaron? —apuró la distancia que le separaba de ella, observando con lástima cómo Yumeko se mordía con tanto empeño el labio que en nada comenzaría a brotar sangre—. Seguramente no se podían hacer cargo de ti, y al dejarte en el orfanato o con algún conocido les entró remordimientos y sintieron tanta pena que no tuvieran otra salida. —Cerró los ojos y suspiró—. Separarse de un hijo debe ser insoportable, ¿no crees?

—Sí… —logró articular, tapándose de nuevo la cara con la mano—, pero también lo es separarse de tus padres. ¿Por qué? ¿Por qué lo hicieron?

—Cuando tengas a una persona tan importante en tu vida, lo entenderás. De todas formas… es mucho mejor ser la víctima de un suicidio que ser el que lo provoca. —Cuando Yumeko alzó la vista, sin un gesto determinado, los dientes blancos del chico se dejaron ver en una mueca sádica y perturbadora, la cual provocó que Yumeko retrocediese en unos cuantos pasos y terminara alejándose del joven corriendo en dirección contraria.

Él sonrió. Era demasiado fácil ahuyentar a la gente.

..

En cuanto Yumeko llegó a su barrio se dirigió al puente y se quedó observando el oscuro río, respirando agitadamente y con la mirada fija en algún lugar de su mente. Se tocó la frente sudorosa tratando de analizar aquellas palabras tan firmes. No podía creer que un desconocido hubiera respondido fácilmente a una pregunta que ella llevaba años formulándose.

«¿No se te ha ocurrido pensar… que ellos te querían mucho y que por eso te abandonaron?»

Se dejó caer de rodillas apoyando la cabeza en los barrotes, al mismo tiempo que apretaba los puños y se mordía el labio intentando contener las lágrimas que finalmente terminaron saliendo. Todo su cuerpo volvió a temblar, su vista de nuevo se emborronó y los sollozos se dejaron oír otra vez a través de su garganta. Nada tenía sentido. Si de verdad sus padres habían tomado esa decisión por el bien de ella, todo ese tiempo que llevaba odiándolos no había tenido ninguna importancia. Incluso comenzaba a pensar que la mala en esa historia era ella desde un principio y que se merecía morir por ello.

Golpeó varias veces los barrotes, lamentándose no haber visto antes la situación desde esa perspectiva, pues se hubiera ahorrado varias malas experiencias y quizá su vida no hubiera tomado un camino tan solitario como en el que se encontraba. Mientras su fina espalda tiritaba sin cesar y el llanto fluía por su rostro, se ayudó de los barrotes para levantarse y poder mantenerse en pie. No había más salidas. Si de verdad sus padres hicieron eso para protegerla, ella tenía que compensarles por todo el daño que había provocado en sus vidas.

Su respiración tembló violentamente al pensarlo. Inspiró varias veces tratando de calmarse, buscando alguna otra forma de eliminar toda esa angustia que la embargaba, pero no encontró nada por lo que vivir. Tekko era una amiga irremplazable para ella, pero Yumeko siempre se había sentido sola a pesar de que algunas personas siempre la estaban acompañando. De eso se trataba su vida: soledad, aunque estuviera rodeada de personas que la querían.

Suspiró una última vez. Hacía lo correcto. Miró un instante más el cielo apagado y nublado y cerró los ojos, inclinándose sobre la barrera de seguridad y dejando que su peso tomase la decisión de tirarse al río. Cayó de cabeza sin siquiera evitarlo, sonriendo antes de que el agua se tragara su cuerpo por completo y provocase un estruendo que, poco a poco, terminó por calmarse, mientras Yumeko se hundía cada vez más hasta casi tocar el fondo.

Era complicado saber con certeza qué pasaba por su mente en esos momentos, pero sus sentidos se redujeron al mínimo y solo fue capaz de permanecer con los ojos cerrados y dejar que el agua congelada consumiera hasta el último centímetro de su piel. A pesar de que estaba perdiendo la sensibilidad en todas las articulaciones y que el frío le oprimía el pecho, Yumeko se sentía en paz por primera vez en su vida. Todas las responsabilidades y penurias se disipaban poco a poco, su soledad ya no era tan notoria como antes y, aunque la falta de respiración le estaba quemando la garganta, comenzaba a pensar que aquello era lo mejor que había hecho nunca.

Por un segundo creyó escuchar un estrépito a lo lejos, como si alguien hubiera irrumpido en el agua y se estuviera acercando a ella a toda la velocidad que podía. De todas maneras, no le importaba. Ella tan solo quería permanecer así de por vida, de modo que, para acelerar el proceso, expulsó todo el aire que tenía acumulado por la nariz y, a continuación, aspiró de una sola vez todo el agua que fue capaz, pues ese alguien la agarró de la cintura y los hombros y la apegó con fuerza a él, llevándola en menos de medio minuto a la superficie.

Yumeko se rehusaba a volver a aquel retorcido mundo, prefería mil veces quedarse debajo del agua y morir a tener que soportar de nuevo todos esos sentimientos claustrofóbicos.

Pero finalmente pudo sentir la brisa de la noche rodeándola el rostro y no tuvo otra elección que tomar bocanadas de aire casi exageradas y comenzar a toser como si la vida se le esfumara al intentarlo.

—Pero… ¡¿qué demonios?! —él también respiraba con fuerza y tosía de vez en cuando—. Pensé que avisarías a la policía y te seguí… pero, joder, te veo tirándote por este puente de mierda y por poco me da un infarto. ¿Qué cojones te pasa?

No necesitaba más datos para saber de quién se trataba, pues aquella excitante y ronca voz solo podía pertenecer al joven del cementerio. Yumeko abrió los ojos, pensando de repente en lo que había hecho y en que si él no hubiera llegado a tiempo, ella estaría muerta.

Hundió la cabeza en el pecho del chico, apretando la delgada cazadora de cuero marrón entre sus puños y sintiendo que la cordura ya había abandonado su mente de forma definitiva.

—Oye… te entiendo, pero esto no es lo mejor que puedes hacer —comenzó apuntando, pero en realidad no se sentía con fuerzas de exponer un discurso allí mismo, mucho menos de regañarla a ella cuando se encontraba así de frágil.

Optó por sujetarla con una mano por la cadera y con la otra avanzar poco a poco hacia la orilla, tiempo suficiente para notar cómo las bajas temperaturas le hacían tiritar y apretar los dientes.

Una vez alcanzó tierra firme, se dejó caer de rodillas, extrañado porque la chica no quería soltarle y parecía tener vergüenza por lo que acaba de hacer. Él suspiró. Era de entender, al fin y al cabo. Se sentó en la húmeda hierba del río estirando las piernas y la abrazó enterrando la nariz en sus cabellos mojados.

—Maté a mi padre —confesó otra vez, ahora más seria y determinadamente—. A ojos de la policía fue un suicidio, pero fui yo quien lo empujó del balcón. Y no me arrepiento.

—¿Qué… —le costó un tanto articular las palabras debido a la conmoción, pero quería saber más de aquel chico tan sorprendente— qué es lo que hizo?

—Bueno… digamos que se comportó como una gran mierda con mi madre. La maltrataba, la obligó varias veces a acostarse con él y le provocó un daño irreparable. Fue más que suficiente para que mi mente endemoniada actuara en su contra.

—Esto… —suspiró—, ¿y ese daño?

—Ah, eso —él cerró los ojos al sonreír ampliamente—. Apenas faltaban unos meses para que tuviese un hermanito. —Yumeko abrió los ojos de la sorpresa y se retiró del chico para mirarle directamente a la cara, ignorando el frío que se colaba por su ropa. Pero él seguía observando el curso del río y sonriendo con añoranza—. Solo unos meses más… Pero ese bastardo hijo de perra la hirió tanto que provocó la muerte de un ser que ni siquiera había nacido. —A pesar de los insultos y lo amargo que sonaba el relato, la sonrisa nostálgica no desapareció de su boca. De repente, rio como si estuviera feliz de algo y retiró la mano de la cintura de Yumeko para tocarse la nuca—. Estaba tan emocionado por la idea de ser el mayor que maté a mi propio padre. Maldición, soy terrible... A propósito, se iba a llamar Shinichi. Shi-ni-chi.

Ella comenzó a llorar de nuevo cuando vio el brillo en sus ojos índigo y la sonrisa que se mantenía a pesar de todo. Aquella expresión tan bella en alguien que también había sufrido tanto no merecía ser vista por alguien como Yumeko.

—Lo siento —se disculpó, volviendo a apoyar la cabeza en el pecho de él—. Lo siento, lo siento, lo siento.

—Por eso te decía que tus padres te querían tanto que se separaron de ti. Es mejor no tener padres y que te quieran, que tener uno y que apenas le importes, es mucho más doloroso. Y no llores más. —La hizo separarse para que se diera cuenta de que todo no era tan malo—. Yo no lo estoy haciendo.

Definitivamente, aquel tipo iba a romper su voluntad en pedazos. Yumeko solo le miró a los ojos y sonrió, pasando desapercibida la última lágrima que derramaría en mucho tiempo.

—Por cierto, me llaman Tsujin.

Aquel momento supuso un cambio en la vida de Yumeko. A partir de ahí cambió su perspectiva de ver el mundo, cambió el barrio, la vida, la compañía que recibía a diario. Todo cobraba color y la felicidad le embargaba como nunca. Tsujin fue para ella como una hermosa primavera después de un eterno invierno.

Pero a veces lo menospreciaba, como en ese momento, en el cual hizo que se enfadara con ella por una mera razón de orgullo. El caso Kira no se resolvería solo y su aburrimiento cada vez iba a más. Maldita la hora en que pronunció esas palabras.

No pasó mucho tiempo hasta que Tsujin la llamó al teléfono móvil para contarla que los doce agentes del FBI enviados a Japón habían muerto de un ataque cardíaco ese mismo día. Yumeko en un principio lo aceptó como siempre, pero luego se preguntó cómo que es que Kira sabía que el FBI había comenzado a actuar y, más importante aún, por qué pudo asesinarlos consiguiendo sus nombres.

—«Esto es más complicado de lo que pensaba» —se quejó él a través del teléfono—. «En la oficina no saben qué hacer. Takizawa y los otros están considerando renunciar».

—No me imagino a Takizawa renunciando —opinó Yumeko apartando la olla con una salsa del fuego—. Creo que él no es así.

—«No sé, están todos asustados últimamente. Y tampoco es de extrañar, hasta a mí me da reparo seguir por nuestra cuenta. De todas formas, hay que andarse con ojo si no queremos acabar muertos».

Yumeko suspiró apretando los labios, pensando en una forma de decirle a Tsujin que en realidad no quería continuar a su lado en la investigación.

—«Oye… ¿estás haciendo algo importante?».

—Teriyaki —contestó al segundo, esbozando media sonrisa por la expresión de gula que debía de mantener Tsujin. El teriyaki era uno de sus principales platos favoritos y le encantaba la forma en la que lo preparaba Yumeko.

—«¿Puedo… puedo ir?»

—¿Y qué pasa con tu madre? ¿Vas a dejarla sola?

—«Se quedó dormida hace media hora. Y estoy empezando aburrirme».

—Qué remedio… —suspiró ella sin más opción que invitar a Tsujin a cenar—. Tendré que preparar el doble.

—«Bien, estaré allí a eso de las once».

Y en cuanto terminó de pronunciar esa última palabra, colgó. A Yumeko solo le quedó sonreír y comenzar a añadir más pollo troceado y cebolla a una sartén, y aún dudaba de si con eso sería suficiente para satisfacer el infinito estómago de Tsujin.

..

Apenas eran las once cuando Tsujin abrió la puerta de la casa con su propia llave y entró en la cocina, embargado por el exquisito olor, soltando vagamente:

Tadaimaaa…

Yumeko de nuevo sonrió, sobre todo al ver que su compañero había escogido las zapatillas rosas que le venían grandes a ella para caminar por allí. Quién diría que al mítico Tsujin le gustaba aquel color.

Okaeri —contestó a su vez, volviendo la vista hacia la cazuela al mismo tiempo que la separaba por vez última del fuego.

—¿No es un poco tarde para cenar? —Sin embargo, se dirigió al pequeño saloncito enmoquetado y se sentó al calor del brasero, cubriéndose las piernas con el futón amarillo y blanco. Evitó relamerse los labios al observar el pollo ya servido en los platos—. Date prisa, tengo hambre.

—Ni se te ocurra quejarte o te echaré matarratas en la salsa. —Se dio la vuelta con la pequeña cazuela de las manos y sonrió—. Sabes que soy capaz de eso y mucho más.

Tsujin entreabrió los labios y contempló aquel rostro sonriente y sonrojado por el calor de la cocina, apreciando también las suaves y bonitas manos que habían preparado la cena con tanto esmero. Siempre supo que Yumeko era la mujer perfecta para él, aunque quisiera envenenarlo. Sonrió, dándose cuenta de que aquella triste situación le hacía más daño de lo que creía.

—¿También serías capaz de matarme? —preguntó, casi sin pensarlo.

—Qué cruel… —murmuró ella arrodillándose junto al brasero, al lado de Tsujin, y agregando unas grandes cucharadas de salsa teriyaki al pollo de los platos—, sabes que no soy capaz de hacer daño a la gente que quiero.

Maldición. Era una nenaza. Aquella descripción de lo que sintió Tsujin en ese momento era demasiado enternecedora como para que la preconcibiera un hombre, pero, diablos, su corazón sí que latía deprisa con esas palabras.

—Y luego me pides… —comenzó diciendo, tapándose aún más con el futón hasta casi cubrir su barbilla— que no me enamore de ti. Es imposible.

La sonrisa que Yumeko había formado se disipó hasta que tuvo que agachar la cabeza para ocultar su evidente sonrojo.

—Pensaba que no querías hablar-

—De hecho —la interrumpió, susurrando «Itadakimasu» en medio de la conversación y empezando a comer— sí que me gustaría comentarte algo. ¿Por qué dejé de gustarte de repente? —Se metió un trozo de pollo con salsa en la boca y lo masticó bastante veces para saborearlo—. Nunca quisiste decírmelo.

Sabía que tarde o temprano sus propias palabras iban a perjudicar sus pacíficos sentimientos. De nuevo el sonrojo se hizo presente y Yumeko se mordió el labio inferior; ni siquiera ella misma conocía la razón por la que dejó de ver a Tsujin como alguien espectacular y sumamente atractivo, pero de un momento a otro su amor por él se minimizó hasta tal punto que tan solo lo consideró su mejor amigo.

—No lo sé —respondió, abandonando en su intento de enmascarar la vergüenza—. ¿Podrías hablar de otra cosa?

—Solo quiero saber —se defendió Tsujin. Siempre tuvo esa duda y aquel era el momento perfecto para resolverla. Al fin y al cabo, aún la quería profundamente y ella le seguía tratando como a un compañero.

—Te estoy diciendo que ni siquiera yo lo sé —repitió, esta vez masticando con fuerza y sin el mínimo pudor.

—Está bien… —Tsujin se frotó la nuca con la mano izquierda centrando la vista en otro lado, desistiendo por incontable vez en su deseo de arreglar un poco las cosas.

Apenas pasó medio minuto cuando Yumeko se levantó del brasero y abandonó el saloncito, regresando a los pocos instantes con varios papeles de la mano. Los dejó junto a la fuente de pollo mientras volvía a sentarse.

—¿Uh…? —él, debido a su carácter curioso, dejó los palillos junto al plato y cogió los documentos, abriendo aquellos ojos vivos y brillantes tanto como sus párpados le permitieron ante tanta información recogida del caso, relacionando los datos mediante fechas, nombres y esquemas—. ¿Tú has hecho esto?

—Hazme el favor de cambiar esa cara —replicó, puesto que la cómica y exagerada expresión de Tsujin le hacía pensar que se había pasado de friki—. ¿Acaso tú serías capaz de hacer algo como eso?

—Tienes que admitirlo... —Levantó la cabeza con su acostumbradas facciones maduras y serenas aunque se le notara claramente la burla en su ceja alzada—, esto llega a ser enfermizo, incluso para alguien como tú. ¿Y estos corazones al lado de la «L»?

—Me he enamorado de él —repuso la chica cruzándose de brazos y volteando la cara hacia una esquina de la habitación. Por supuesto, había adquirido cierto respeto y adoración por aquel gran detective, pero no hasta tal punto de enamorarse—. ¿Algún problema?

—Sí. —Tsujin se levantó del brasero dejando los papeles en la moqueta y se arrodilló junto a Yumeko, a la vez que la empujaba para terminar tumbados uno encima del otro. Ella, debido a la cercanía y al calor que Tsujin emanaba, no pudo evitar sonrojarse—. No tienes derecho a enamorarte de alguien más.

—¿Cómo? —Yumeko frunció el ceño, intentado escapar del agarre de su amigo; decir que no tenía derecho a enamorarse de otro cuando la relación amorosa entre ellos prácticamente no existía, le crispaba los nervios—. Puedo hacer lo que me dé la gana. ¿Quién te crees? ¿Mi padre?

—Puedo llegar a serlo si eso ayuda a que controles tus hormonas de post-adolescente —le susurró al oído, sonriendo cuando lamió lentamente el suave lóbulo de su oreja y metió la mano por debajo del pantalón de Yumeko, lo que hizo que esta apretara los dientes y su rostro tomara un fuerte color.

—¡Apártate, hentai! —Trató de apartarle por medio de puñetazos en el pecho y cabezazos, pero lo único que consiguió fue que Tsujin apretara el cuerpo contra el suyo y que aquellos dedos finos y esbeltos alcanzasen esa zona íntima—. Bastardo… de-detente. Se… se te va a enfriar la cena.

—Qué boca más sucia —se quejó él, acariciando lentamente aquel centímetro de piel que provocaba que Yumeko empezase a jadear—. La cena tendrá que esperar, porque algo aquí se está calentando y necesita atención.

—Cabronazo… —A pesar de que quería evitar la situación, su cuerpo actuaba por cuenta propia demandando cada vez más, por lo que sus caderas se movían solas apegándose a las de Tsujin, y sus manos, al mismo tiempo que se aferraban a los cabellos oscuros del chico, atraían su varonil rostro hacia el suyo para darle a entender que quería besarlo.

Sin embargo, como Yumeko ya sabía, Tsujin no le iba a permitir el lujo de besarla y que alcanzase el orgasmo tan fácilmente, por lo que su mano interrumpió la labor de excitarla y comenzó a morder su cuello con desesperación, como si un animal salvaje deseara devorar a su presa de un solo bocado.

—Tsujin… para, por favor… —en la voz de la chica se podía apreciar cierto deje lastimero, es más, su expresión de tristeza no podía ocultarse a pesar de todo el placer que recibía.

—Tus reacciones me están pidiendo todo lo contrario. —Abandonó el cuello y pasó a arrebatarle los pantalones y la ropa interior, encogiendo Yumeko las piernas para que, finalmente, Tsujin tuviera total acceso para lo que se le antojara—. ¿Cómo prefieres que lo haga: con la boca o con los dedos?

Yumeko contuvo un gemido de tan solo pensar la respuesta.

Tsujin podía parecer maduro y serio en sus acciones cotidianas, pero a la hora de practicar sexo con ella esa personalidad un tanto fría se esfumaba por completo y aparecía un ser irracional, apasionado e incontrolable, muy difícil de saciar con tan solo unas horas de placer. No obstante, esa noche pensó en contenerse. Había obligado a Yumeko a aceptar sus deseos carnales y no era capaz de complacerse al cien por cien si ella no participaba por igual.

Pero para su sorpresa, cuando ambos cuerpos desnudos alcanzaron una temperatura considerable y Tsujin moría por poseer aquella esbelta figura, Yumeko posó una mano en el rostro del chico y acarició su escasa barba, mientras que deslizaba la otra por la cadera y el abdomen. Tsujin contempló la expresión sonrojada de su compañera, controlando una vez más sus instintos más primarios.

—Tsujin…

—Qué… —Acercó la cara tanto como pudo, hasta que la nariz rozaba la tibia mejilla de Yumeko y sus labios eran capaces de notar el aliento apresurado de la chica. Entrecerró los ojos, sosegado después de mucho tiempo, y respiró aquel aroma que le traía recuerdos de una casi perfecta temporada de su vida.

—…hazme el amor —murmuró, no sin antes ocultar el rostro en el fuerte cuello de su amigo. Entre sus brazos se sentía la persona más segura del mundo, eso lo admitía, pero aceptar que le necesitaba más de lo que creía suponía un duro golpe para el orgullo de ambos, pues habían sufrido por la confusión e incertidumbre de ella y esos momentos de debilidad en los que se entregaban el uno al otro mostraban sentimientos el doble de desconcertantes.

Él abrió sus ojos índigos y rasgados, frunciendo el ceño por el enredo que se estaba formando en su cabeza. Chistó, notando que el enfado aumentaba por segundos. No entendía absolutamente nada, en serio, no entendía nada.

—¿Qué es esto? —susurró rápidamente en el hombro de Yumeko, tensando la mandíbula y con voz ronca y grave, propia de su ascendente irritación. Evitó mirarla a los ojos, puesto que si lo hacía comenzaría a soltar groserías de lo mal que le sentaba todo aquello, lo mucho que la quería y lo aturdido que se sentía ante tales circunstancias.

Eligió canalizar esa rabia acatando la orden de Yumeko, de modo que sujetó sus claras piernas con las manos y la penetró de un solo movimiento, oprimiendo con fuerza los dientes ante el cálido contacto.

No lo soportaba.

Yumeko empezó a mover las caderas al mismo ritmo que Tsujin, acalorándose y jadeando a cada instante, encorvando la espalda cada vez que él mordía alguna zona sensible, cerrando los párpados por la vergüenza que sentía.

Las manos del joven estrujaron los muslos de Yumeko, introduciéndose una y otra vez en su interior sin el amor con el que lo hacía en otras ocasiones. Lo hacía con rabia, buscando su propio placer y siendo egoísta; mordía la nívea piel con el objetivo de dejar marca y hacer daño, arañaba su poco pronunciada cintura, juntaba el cuerpo con el suyo con la intención de aplastarla. El comportamiento de Tsujin era cruel, pero era de esperar después de todas las dudas que le estaba creando Yumeko.

No lo soportaba.

Soltó todo el aire acumulado en un solo jadeo, apoyando el antebrazo en la moqueta, de un azul como sus ojos y como la noche que acontecía fuera.

A lo lejos se oía el gotear tímido de un grifo mal cerrado, el ligero y helado viento que abrazaba la casa, las respiraciones lentas de dos jóvenes que, aunque hacía un par de minutos habían permanecido el uno sobre el otro, ahora se hallaban sentados espalda contra espalda, vestidos apenas con la ropa interior. Miraban al frente y a la vez a la nada, pensando en lo que acababan de hacer y en que la cena aún se veía deliciosa a pesar de que había perdido su esencia al enfriarse.

Yumeko se abrazó las rodillas, mientras que Tsujin encendía un cigarrillo y se lo llevaba a la boca para dejarlo allí un buen rato, sin mostrar signos de querer consumirlo. Alzó la cabeza hacia el techo, donde se proyectaban sombras propias de la noche, sombras que cambiaban constantemente de forma pero que de todas maneras seguían ahí.

—Hana-san. —Rara vez pronunciaba su apellido junto con el honorífico, mucho menos su nombre, pero sintió que debía hacerlo—. No entiendo nada —dijo, volviendo a fruncir el ceño y a entrecerrar los ojos de la frustración.

—…yo tampoco —respondió Yumeko, consciente de que las lágrimas no iban a tardar mucho en hacer acto de presencia.

Definitivamente, Tsujin odiaba no saber.

…..

31 de diciembre de 2003. Distrito deHongo, barrio de Bunkyo, Tokyo(Japón) – Facultad de Derecho (Universidad de Tokyo)

2003/12/31 13:27

MENSAJE ENVIADO

To: Tsujin

Sub: Amigo

Alguna noticia?

END—

2003/12/31 13:34

MENSAJE RECIBIDO (1)

From: Tsujin

Sub: Amigo

No

END—

Sin querer soltó un bufido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que vio a Tsujin? Nueve… ¿diez días? Diez días sin noticias del caso y sin verle el pelo a su amigo. Lo que le sorprendía era que no hubiese enloquecido aún después de tanto tiempo.

—Yu-me-¡chan!

La chica giró la cabeza de repente, dándose cuenta de que se había olvidado que estaba sentada en un banco del campus y acompañada de Tekko.

Enarcó las cejas al ver el rostro fresco y animado de su compañera, que señalaba con el dedo índice de cada mano su sonrisa, lo que le daba a entender a Yumeko que quitase esa expresión ansiosa que había mantenido por un buen rato.

—¿Por qué no quitas esa cara de amargada y empiezas a escucharme?

Yumeko la observó detenidamente; no podía creer que Tekko, quien había sido su amiga desde el primer año de secundaria, tuviese que repetir un examen de ese semestre para subir nota. Siempre sacaba buenísimas notas y se conseguía el aprecio de los profesores fácilmente, pero Yumeko empezaba a notar que el último año de universidad se le estaba resistiendo, sobre todo por los últimos exámenes y los proyectos de fin de carrera que ambas tenían que entregar para obtener sus títulos.

Dos arcos oscuros se cernían bajo los ojos azabaches y fatigados de la chica, muy notorios a pesar de que los escondía bajo unas gafas de pasta cuadradas y violetas. Llevaba el pelo, negro y liso, recogido todo ello de malas maneras con una gran pinza de plástico, así que a causa de la gravedad, dos largos mechones caían cerca de su cara.

—Oye, en serio… —Estuvo por cruzarse de brazos y comenzar una charla sobre prestar atención a la gente cuando te habla y escuchar sus problemas para compartir emociones y experiencias de la vida, pero Tekko adivinó que la pose y actitud de Yumeko en esos últimos días se debían a cierta preocupación por la relación entre ella y Tsujin; ya había pasado por eso incontables veces y reconocía cuándo su amiga tenía conflictos consigo misma.

—¡Yo tampoco! ¡Tampoco entiendo nada! —gritó de repente Yumeko mordiéndose el labio, intentando contener los lagrimones que se le escurrían por las mejillas y sorbiéndose la nariz cada dos segundos. Miró directamente a Tekko, suplicando a través de ese puchero infantil que le ayudase a resolver el problema.

—Rayos… —murmuró la otra acercándose un poco y rodeando con los brazos a su amargada compañera, para que esta a continuación entrara en llanto escandalosamente—. Yume-chan, estás de vacaciones y tampoco tienes que ir a trabajar. Soy yo la que debería estar llorando.

—¡Pero… Tsujin! ¡Tsujin es el culpable de todo!

—Lo sabía… —dijo por lo bajo Tekko, aferrándose más al cuerpo de Yumeko al notar el frío del invierno escurriéndose entre la ropa—. No llores, arruinarás tu belleza de idol.

—¿Qué idol? Yo tengo la cara normal.

—Si te arreglases un poco, lo parecerías. —La apartó de un empujón, arrugando la cara al ver los ojos rojos de la chica, su pálida tez y las pronunciadas ojeras—. ¡¿Qué demonios…?! ¡Estás mucho peor que yo, Yume-chan! No has dormido bien, ¿cierto? Siempre lo mismo, no dejes que esa gran persona te haga sentir así de mal, va a terminar afectando a tu cutis…

—Espera —se limpió las lágrimas con la manga del abrigo y cogió su móvil del bolso, pues había escuchado la vibración de una llamada—. Pero si me acaba de enviar un mensaje… —se extrañó, al ver el nombre de Tsujin en medio de la pantalla. Sin embargo, terminó cogiéndolo—. Sí.

—«¡Escúchame!» —respiraba con dificultad, tosiendo cada vez que abría la boca para pronunciar las palabras—. «El jefe de la policía ha convocado una reunión a las cinco para aquellos que estén dispuestos a seguir con el caso hasta el final».

—¡¿Cómo?! —Yumeko se levantó de repente, tirando el bolso al suelo húmedo por el frío y sobresaltando a su compañera—. ¿Dónde estás?

—«Voy ahora mismo hacia el cuartel. Takizawa acaba de llamarme y me ha dicho eso, y que… » —detuvo su carrera y se apoyó en una pared de la calle, jadeando con fuerza y cerrando los ojos mientras percibía el cansancio dominándole el organismo—. «… y que él seguramente tampoco participe en el caso. Mierda de asma…».

—¿Cuántos irán a la reunión?

—«Han estado hablando y se quedarán… diez o menos, si se da el caso… » —Yumeko empezó a notar que el asma de Tsujin le estaba afectando más que de costumbre, pues incluso a través del teléfono pudo llegar a oír el agudo pitido de su respiración.

—Tsujin, no llevas el inhalador encima, ¿verdad?

—«He salido de casa disparado. Ni siquiera he cogido abrigo».

—¡¿Eres idiota?! —Se llevó una mano a la frente, creyendo de verdad que Tsujin tenía un grave problema en el cerebro—. Entra en la primera farmacia que veas, cómprate el inhalador y luego busca una tienda de ropa-

—«No tengo tiempo ni dinero para eso… joder, es duro hasta formar un frase…» —rio, todavía apoyado en la pared. Si al vicio de fumar como una chimenea y a sus deprimentes hábitos alimenticios se les sumaba que nunca hacía ejercicio físico, calculó dramáticamente que no tardaría mucho en morir. Quizá lo haría al cruzar la estación de Higashiginza.

—Está bien, la reunión es a las cinco, ¿verdad? Aún falta mucho, así que iré a casa primero.

—«¡¿Ah?! ¡¿Para qué?!».

—¡Necesito preparar unas cosas! —Se paró a pensar lo que tardaría en volver a su departamento, disponer lo necesario para lo que pudiese ocurrir, conseguir un inhalador para Tsujin (y quizá también ropa de abrigo) y llegar a donde él se encontraba—. ¿Tienes al menos mil yenes para un par de cafés?

—«…supongo que sí».

—Entonces espérame en una cafetería cercana. ¿Dónde estás?

—«Casi alcanzo la estación de Higashiginza»

¿Dónde está eso?, pensó Yumeko para sus adentros. La mayoría de veces, por no decir todas, había ido hasta la casa de Tsujin en metro, pues la distancia entre ambos era demasiada y ya con el transporte público tenía que esperar unos cuarenta minutos. La universidad también quedaba muy lejos de su casa, por lo que igualmente tenía que coger el metro; terminó por concluir que ese día la mayoría de sus ahorros se irían por la borda.

—Más tarde te llamo —frunció el ceño al oír que su amigo chistaba por lo bajo. Sabía que odiaba quedarse quieto ante situaciones que le agobiaban, pero si continuaba esforzándose tanto acabaría por perjudicarse a sí mismo—. ¡Espérame ahí, Tsujin! ¡Hazme caso aunque solo sea una vez!

—«Sí, sí…»

A continuación, Yumeko colgó la llamada y se giró hacia Tekko, quien, sonrojada de la emoción, se agarraba las mejillas y esbozaba una sonrisa ladina.

—Qué lindos… ¡parecen una pareja discutiendo! ¡Kyaa! —se tapó el rostro, imaginándose a Yumeko y Tsujin en una situación más que sugerente.

—¿Qué dices…? —murmuró ella, recogiendo el bolso del suelo y guardando el móvil en uno de los apartados—. Me ha surgido algo muy urgente, así que esfuérzate para el examen de hoy, ¿vale? —Dibujó una gran sonrisa y se la señaló con los dedos, imitándola unos segundos más tarde su amiga con igual de entusiasmo.

…..

31 de diciembre de 2003 (15:27). Distrito deGinza, barrio de Chuo, Tokyo(Japón)

Estiró la mano, tratando de alcanzar aquel capuchino de caramelo mientras que Tsujin la miraba con una ceja enarcada. Cuando estaba a punto de rozar el vaso con la punta de los dedos, su cuerpo se dejó caer en la silla y su cabeza de repente cayó sobre la mesa, provocando un sonido de golpe seco.

—Estoy agotada… —gimoteó, cerrando los ojos por un par de segundos. Entonces recordó algo y se incorporó, con una parte de la frente enrojecida y los ojos humedecidos—. ¡Tsujin, ¿estás bien?! ¡Te he traído un inhalador! —Rebuscó en la maleta roja deportiva que había traído con ella y extrajo una pequeña cajita de cartón blanco con inscripciones y el código de barras, tendiéndosela a un sorprendido Tsujin—. ¡Úsalo, rápido!

El nombrado tuvo que taparse la boca con el dorso de la mano para intentar ocultar la risa; no podía creer que después de tres horas Yumeko aún pensara que se estaba asfixiando lentamente.

—Llegas un poco tarde —dijo Tsujin, surgiendo en sus ojos pequeñas arrugas debido a su gran sonrisa—. En cuanto he descansado quince minutos se me ha pasado. De todos modos —estiró el brazo y acarició la cabeza de la chica—, muchas gracias. Me hace feliz que te preocupes tanto.

—Qué-quédatelo de todas formas, solo por si acaso. —Dejó el aparatito en la mesa y se apresuró a beberse el capuchino—. No me gustaría verte morir.

De verdad Tsujin era una nenaza. Pero que alguien se preocupase a tal grado por él hacía que su corazón y estómago se descontrolaran creando sensaciones inigualables.

Al salir un rato después de la cafetería, Yumeko sacó de la mochila una parka negra —que era de ella, sin duda, pero que si no se la ajustaba parecía de hombre— y un gorro también negro, reprendiendo a Tsujin por su falta de inteligencia a la hora de cuidar su salud. Él, sin quitar aquella sonrisa adorablemente encantadora, se puso las ropas con gusto, metiendo las manos en los bolsillos de la parka e iniciando el recorrido junto a Yumeko hasta la agencia de policía.

…..

—¿Qué llevas ahí? —le pregunto de pronto Tsujin señalando la maleta deportiva con la mirada—. No es la primera vez que la veo.

—Mi camuflaje —soltó ella, colocándose la capucha del abrigo marrón—. He intentado escoger un poco de todo.

—¿Un poco de todo? ¿Para qué?

—Para camuflarme —repitió, esta vez mirando directamente a Tsujin—. No sé lo que va a pasar o a dónde tendremos que ir, así que debo estar preparada por si tenemos que escondernos.

—Ahora que lo dices… —Se detuvo y frunció el ceño—, ¿qué estamos esperando?

—No te entiendo. —Ella se giró, notando, agradecida, cómo el viento le acariciaba la cara.

—¿Para qué vamos a la policía? ¿Qué vamos a conseguir con todo esto? —Sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo del pantalón y se llevó un cigarro a la boca—. Quiero decir… no sabemos con exactitud qué es lo que estamos buscando en esa reunión. Ni siquiera si servirá de algo.

—Servirá, estoy segura —afirmó Yumeko endureciendo la expresión—. La investigación es como jugar al escondite: nadie está seguro de si encontrará lo que está buscando, pero una sola pista, cualquier escondrijo, puede llevarte a la victoria. —A pesar de que se sintió avergonzada por la sorpresa que manifestaba el rostro de Tsujin, continuó—. Así que, por favor, juega conmigo —le pidió, apretando los puños dentro de los bolsillos al recordar que Yûsei le había pedido lo mismo hacía unos cuantos años. Levantó la cabeza, a punto de llorar de nuevo, pero esta vez por el miedo que le provocaba el caso Kira en general—. Juega al escondite si te atreves.

Tsujin empezaba a estar cansado de no comprender las cosas. No entendía por qué Yumeko le necesitaba tanto si supuestamente ya no le quería de esa forma. Tampoco entendía cómo es que, con lo maduro que se consideraba, sonreía de la emoción y la miraba con tanto cariño como en ese momento.

—Soy un inútil… —se burló de sí mismo, continuando la marcha y encendiendo el cigarro con el mechero—. Hana-san, estaré a tu lado hasta que el último jugador sea descubierto.

Evitó darse la vuelta, pues Yumeko no le perdonaría nunca que la viera tan abochornada y molesta. Escuchó sus lentos pasos justo detrás de él, esperando a que el sonrojo se le pasara y su orgullo se reparase un poco.

Tsujin tampoco entendía por qué alguien como él podía enamorarse dos veces de la misma persona.

…..

31 de diciembre de 2003 (17:16). Distrito de Kasumigaseki, barrio de Chiyoda, Tokyo(Japón) – Agencia Nacional de Policía

Lo que va a ocurrir ahora quiero que quede entre nosotros ocho.

Aizawa, Ukita e Ide, en cuanto pudieron leer el escrito del ordenador, fruncieron el ceño y entreabrieron la boca; no esperaban que manifestar su desconfianza a L, es decir, a la pantalla del ordenador de L, pudiera funcionar hasta tal punto que quisiera al fin conocerlos en persona.

A medida que leían, al igual que el jefe Yagami, más sorprendidos se encontraban. ¿El gran detective L, aquel que había resuelto más de tres mil quinientos casos y evitado la tercera guerra mundial, estaba dispuesto a dar la cara a unos insignificantes policías japoneses?

Quiero que salgáis del edificio de la jefatura ahora mismo y consideréis que estáis dispuestos a confiar en mí y a cumplir estas sencillas normas. Una vez hayan regresado quienes estén dispuestos a colaborar conmigo y seguir con la investigación, especificaré otras condiciones previas a nuestro encuentro en persona.

Todos guardaron silencio, mirándose unos a otros sin salir de su asombro. Yagami se acercó la mano a la boca y carraspeó toscamente; se le notaba el nerviosismo que le provocaba todo aquello, aunque no se esforzó por ocultarlo.

—Salgamos, pues —ordenó, apoyando las manos sobre el escritorio—. Decidiremos quién está dispuesto a continuar, a pesar de todo.

El joven Touta Matsuda se frotó la nuca y desvió la vista hacia el suelo. Claro que él jamás abandonaría a sus compañeros ni a su jefe, pero admitía que tenía un miedo horrible al solo pensar que Kira podía matarlo en cualquier momento. Incluso, aunque ya lo había demostrado unos días antes delante de todos, le guardaba cierta devoción por haber reducido radicalmente el número de crímenes en el país nipón, lo que no significaba que apoyase por completo sus métodos de proceder.

A pesar de que hacía frío en el exterior, ninguno se molestó en coger abrigo, puesto que sabían que el tema de colaborar con L se resolvería en pocos minutos.

…..

Apoyados en la boca del metro que conducía a la estación de Kasumigaseki, Tsujin y Yumeko se abrazaban a sí mismos mirando al suelo, tiritando y apretando los dientes mientras se preguntaban por qué demonios anochecía tan temprano y por qué tenía que hacer ese frío extremo.

—Un fin de año de puta madre… —farfulló Tsujin, frotándose los brazos con las manos—. Me levanto temprano para nada, por poco me muero del frío, casi me ahogo con mi propio aire, solo he bebido dos cafés en todo el puto día… la vida es maravillosa.

—Deja de quejarte ya —le contestó Yumeko—, pareces un viejo amargado. —Giró el rostro hacia la fachada del edificio de policía, entornando los ojos al divisar que, de la entrada iluminada, salían unas cinco o seis personas—. ¡Está saliendo alguien! —musitó, lo suficientemente alto como para que Tsujin la escuchase y mirara en la misma dirección.

—Rápido, dame la bolsa. —En vez de esperar a que Yumeko se la quitase de encima, optó por tirar de la maleta y depositar un brusco beso en la frente de la chica—. Si me detienen o algo, vete sin que nadie te vea y contacta con Takiz-

—¡No entiendo nada de lo que dices! —Ella, sonrojada, arrojó la bolsa a Tsujin, quien la recogió del suelo y se la colocó, dejando abierta la cremallera—. ¡Haz lo que tengas que hacer!

Lo último que hizo Tsujin fue sonreírla y acto seguido echó a correr hacia la entrada del edificio, mirando a propósito su reloj de pulsera para aparentar que se preocupaba por la hora; todo con tal de aparentar tener vida social, y eso.

—¡Mierda, voy a llegar tarde! —dijo al pasar por delante del grupo de hombres que conversaban. Aunque al principio no le prestaron mucho atención debido a los casi diez metros que le separaban de ellos, cuando se le cayó la bolsa y varias prendas quedaron desperdigadas por el suelo, el que parecía el más veterano del grupo se le quedó mirando medio minuto.

Tsujin, si bien mantenía la cabeza agachada y recogía lentamente las cosas metiéndolas en la mochila a la vez que simulaba quejarse de su propia torpeza, supo que antes de que él apareciera con su excesiva interpretación el viejo mantenía los brazos cruzados y observaba la calle, pensativo, mientras los demás comenzaban a discutir.

Mantuvo la calma. A ojos de cualquier humano, él era bastante corriente y podía pasar desapercibido. Además, que le temblasen las manos con el frío que hacía no significa que estuviese nervioso. Ni mucho menos.

—Desde el primer día —se dejó oír el viejo de las gafas—, L ha dicho que en este caso necesita la colaboración de la policía… ¿y si lo miramos desde otro ángulo? —La distancia no era mucha ni poca, pero Tsujin tenía dificultades para oír bien la conversación debido a que hablaba muy bajo—. Puede que L estuviera esperando a que esto ocurriese.

Chistó, agarrando con fuerza un jersey blanco de Yumeko —el cual, por supuesto, había cobrado un tono de suciedad— e introduciéndolo en la bolsa. Aquel hombre, al darse la vuelta y dar la cara a sus compañeros, le había vedado de escuchar medianamente claro lo que estaba diciendo. Además de asmático, sordo.

—Mirad, si hay que colaborar con L, yo me retiro —dijo otro con un tono demasiado alto como para ser el habitual. Seguramente estuviese molesto, pero Tsujin lo agradecía—. Podéis estar tranquilos. No voy a seguiros para averiguar su paradero ni nada parecido.

Esa última frase bastó para que el chico cerrase finalmente la bolsa y comenzara a correr de nuevo en la misma dirección. Solo necesitaba saber eso. Le costaba admitirlo, pero Yumeko tenía razón: cualquier pista puede conducir a la victoria, y averiguar dónde se escondía L les acercaba un poco más a su meta de acabar con Kira.

Una vez se aseguró de que el grupo había vuelto a entrar en el edificio, Tsujin volvió a la boca del metro, apoyando las manos en las rodillas producto de que había superado con creces su límite diario de energía.

—¡¿Esa era tu idea?! —gritó Yumeko arrebatándole la bolsa de deporte—. Seguro que te han visto y han sospechado de ti, con esa cara de drogadicto pedófilo que tienes.

—¡Oye, oye…! —Varios mechones de pelo se dejaban ver aun con el gorro puesto. A pesar de que un par de minutos atrás blasfemaba a causa del frío, las ropas le prestaban demasiado calor, por lo que optó por desabrocharse el abrigo y quitarse el gorro—. Soy drogadicto solamente de cigarros. Y recuerda que tengo sangre americana, por lo que no soy cien por cien japonés. Vosotros sois los pedófilos reprimidos y psicópatas.

—Entonces, ¿has conseguido algo o no? —Su tono parecía más bien de reproche, lo que Tsujin se tomó algo así como una reprimenda por parte de una madre a su hijo problemático.

—Sobre eso… —se incorporó, descansando otra vez en la boca del metro y encendiendo un cigarrillo—. He oído que se van a reunir con L.

—¡¿Con L?! —Se acercó a Tsujin y le sujetó por los hombros, sin importarle el humo que desprendía el cigarrillo—. Cuándo. Dónde.

—No lo sé, creo que no lo han dicho —contestó el joven, apartando un poco la cara debido a la cercanía—. Eran seis en total. Ah, había un tipo que no estaba por la labor, así que supongo que quedarán cinco. —La miró de reojo cuando ella se apartó suspirando—. No importa, si pretenden ir ahora con L, esperaremos a que salgan y les seguiremos.

—Sí, será lo mejor. —Se apoyó al lado de Tsujin, ignorando, como siempre, el olor a tabaco que emitía. Pero no sabía que el chico apartaba el cigarro a propósito para evitar que el humo la molestara.

…..

—Odio la vida —terció el chico, cubierto con el abrigo hasta la nariz y con el gorro hasta las cejas, a la vez que abrazaba a Yumeko tratando de dar y recibir algo de calor—. Voy a terminar muriendo hoy.

—Que dejes de quejarte —protestó ella, apretando las prendas de Tsujin con solo una de sus manos envuelta en un guante de lana, pues el otro se lo había facilitado a su compañero para que sus varoniles dedos no se congelaran—. Son tus brillantes ideas las que nos dejan en estas situaciones.

—Tampoco es que tú des alguna, mente privilegiada. ¿Y estás a punto de graduarte? Quién lo diría… —Frunció el ceño y esbozó media sonrisa, claramente, burlándose de la inteligencia de Yumeko.

—Eso no tiene nada que ver —contradijo la chica, indignada porque Tsujin estaba subestimando su ingenio—. Además, yo al menos tengo una carrera. Tú ni siquiera llegaste a la preparatoria.

Aunque Yumeko conocía la razón por la que Tsujin no siguió estudiando como un muchacho normal, hablaba de ello con humor, pues para él había sido lo más duro que había hecho nunca y no quería verlo deprimido de nuevo. Pero al no obtener respuesta por su parte, alzó la cabeza y sus preocupaciones por la delicada sensibilidad de Tsujin aumentaron. El chico tenía los ojos entrecerrados y el rostro pensativo; ni el viento nocturno que tanto le gustaba logró borrar esa expresión solitaria y dolorida.

—Tsujin —lo llamó Yumeko, con el temor de que empezara a odiarla por decir cosas que no debía—. Lo siento, yo no…

—Un gato —fue lo único que salió de sus labios en los próximos minutos. Apartó a Yumeko de él y se arrodilló ante el animalito de pelaje color mostaza, acariciándolo desde las orejas hasta la cola numerosas veces.

La chica se recriminó ser tan bocazas. ¿No podía mantener la lengua en su sitio?

—Tsujin, no lo estaba diciendo en ser-

—Mira, ya salen —soltó de pronto poniéndose en pie, agarrando a Yumeko de la muñeca al corroborar que tres de los hombres del grupo se dirigían hacia ellos.

Tras mucho tiempo de espera, Tsujin y Yumeko se dispusieron a seguir a los oficiales, quienes mantuvieron una escueta conversación por el camino sobre cómo sería L físicamente. Debía de asemejarse al típico detective con maletín y trajeado, de treinta y pico años, elegante y educado. O eso creían.

…..

—¡¿Ah?! —exclamó Tsujin, llevándose una mano a la zona lumbar y otra a la frente—. ¡¿Ese bastardo de L estaba aquí al lado?!

—Oye, no lo insultes —le contestó Yumeko, alzando un poco la cabeza para contemplar al Hotel Imperial en su totalidad—. ¿Preferías caminar más kilómetros?

—Bueno, si lo miras así… —se dejó caer en el suelo apoyándose en la pared—, mis riñones se lo agradecerán. —Suspiró y sacó otro cigarro de la cajetilla—. Estoy tan agotado.

—No fumes —le reprendió ella, contemplando su alrededor al mismo tiempo que pensaba en una estrategia para entrar al hotel para que el guardia de la puerta no les pillara in fraganti—; vas a morir joven.

—Entonces lo dejaré cuando me muera —dijo en su defensa encogiéndose de hombros—. A propósito, ¿qué hacemos con ese tipo de ahí? —señaló al guardia que custodiaba la entrada.

—Tendrás que distraerlo para que yo p-

—Qué aburrida… —resopló el humo hacia un lado y dirigió una mirada lasciva a una joven que ya comenzaba a perder la paciencia—. ¿Por qué no empiezas a quitarte toda la ropa? Seguro que lo distraes.

—No pongas esa cara, das asco —Tsujin de nuevo bufó—. ¿Te has hospedado alguna vez aquí?

—Cada semana. —Agitó un poco la mano con la que sujetaba el cigarrillo para dar énfasis a lo que iba a decir—. Paso hambre desde hace casi seis años, ¿crees que mi economía me permite el lujo de dormir en un sitio como este? Piensa un poco de vez en cuando. En serio, no puedo creer que te vayas a graduar en unos meses.

—Entiendo, entiendo. —Se frotó la frente cerrando los ojos, interviniendo antes de que Tsujin pasara al vocabulario ofensivo—. Solo era por si acaso. Necesito saber cómo es el interior.

—¿El interior? Colores claros, si no recuerdo mal —murmuró con pesadez; se encontraba en tal estado de cansancio que hasta la voz le debilitaba—. Blanco, beige, marrones pálidos… y dorado, quizá. Lo sé porque he visto fotos, no me mires así.

Yumeko dejó de fruncir el ceño y se agachó para ver lo que tenía en la bolsa. Si tenía que pasar desapercibida en un sitio como ese, debía adquirir un estilo elegante y algo sencillo, con prendas que se le ajustaran para estar cómoda y de colores suaves. Al abastecerse de casi todos los tonos y estilos, pudo encontrar un jersey blanco algo sucio por la gran idea de Tsujin, jeans negros al igual que los zapatos de tacón…

—Cuando la he tirado… —empezó a decir Tsujin cuando vio a su compañera sacar las ropas— me he dado cuenta de que tienes un vestido. Póntelo —Yumeko tuvo intenciones de replicar diciendo que nunca le habían gustado los vestidos y que obstaculizaría sus movimientos, pero debido a la dura e inesperada expresión de Tsujin se mantuvo callada—. Es blanco, así que también sirve.

Esos cambios de humor hacían que Yumeko se plantease si Tsujin era una mujer y estaba en medio de su período, pues no había otra explicación. No obstante, guardó todo lo que había sacado y se quedó con lo que le había propuesto Tsujin, dirigiéndose después hacia él para tenderle la bolsa.

—No pienses siquiera en mirar.

…..

31 de diciembre de 2003 (22:04). Distrito de Kasumigaseki, barrio de Chiyoda, Tokyo(Japón) – Hotel Imperial

Aizawa, Ide y Ukita suspiraron al unísono. Debían esperar en el pasillo de la suite media hora hasta que el jefe y Matsuda llegasen. Aún discutían por lo bajo si ese L les ayudaría de verdad con la investigación o si sería tan alto y distinguido como se imaginaban.

—Deberíamos apostar, ¿no creéis? —propuso Ukita cruzándose de brazos, ya aburrido de guardar silencio. Pero al momento de terminar la frase se arrepintió de haberla dicho, pues sus dos compañeros le miraron de reojo como si quisieran regañarlo o incluso golpearlo—. Bueno… eso es lo que diría Matsuda.

…..

Tsujin se ubicó justo enfrente de la entrada, deteniéndose cuando se le ocurrió por fin una forma de atraer la atención del vigilante. Acortó la distancia hasta que apenas quedaban unos cinco metros entre ellos, lo cual, evidentemente, provocó que el hombre levantase la mirada del suelo y la centrara en Tsujin. Arrugó el ceño, recobrando la compostura.

—¿Puedo ayudarle en algo?

Tsujin entornó ligeramente los ojos, llevándose otro cigarro a la boca lentamente. Si no hacía caso a Yumeko, su vida terminaría muy pronto, pero no le importaba. Expulsó el humo en una fina línea ante la expectante mirada del guardia.

—La verdad es que sí —contestó él, metiendo las manos en los bolsillos de la parka. Era complicado hablar con el cigarro de la boca, sin embargo, siempre decía que no soportaba que las manos le oliesen después a tabaco—. Me dirijo al edificio Kintama, pero creo que me he perdido. ¿Puede indicarme dónde se encuentra?

—¿K-Kintama? —repitió el hombre, dando un par de pasos al frente—. Lo siento, no sé dónde está.

—¿En serio? —le dio la espalda, mirando a ambos lados de la calle—. Una mujer me acaba de decir que está por aquí cerca. ¿En serio no lo sabe?

—Estoy seguro de que no existe ningún lugar llamado «Kintama».

—Qué extraño, ¿verdad? —Tsujin se rascó la nuca aparentando confusión—. ¿Debería ir por la calle de la izquierda o… por la de la derecha? ¿Tal vez cruzar por el callejón?

—¿Qué es lo que busca exactamente? —Abandonó la zona de su puesto para acercarse más a Tsujin y mirar las dos posibles direcciones.

—Kin-ta-ma —Se quitó el cigarro de la boca con extrema lentitud, lo que Yumeko, oculta tras una de las columnas de la entrada del hotel, interpretó como la señal para dar paso a su infiltración—. Es un edificio comercial de electrónica bastante famoso. ¿De verdad no lo conoce?

—Es la primera vez que lo oigo —admitió el guardia, manteniendo las manos apegadas a la espalda como todo un profesional—. Debería llamar a alguien para asegurarse de que el nombre es correcto.

—Qué faena… hoy no llevo el móvil —Claro que lo tenía, en el bolso derecho del abrigo, pero algo tenía que decir y las ideas se le estaban agotando—. En realidad… —miró fijamente a los ojos del hombre—, también estoy buscando a L, ¿se aloja aquí?

—¿Perdone? —alzó aquellas espesas cejas sin comprender, hasta que cayó en la cuenta de que había oído hablar de eso con anterioridad en boca de su hija adolescente—. Ya veo, creo que sé a lo que se refiere. Tiene que girar la esquina, continuar recto a la derecha y luego tomar la calle de la izquierda.

El entrecejo fruncido de Tsujin se pronunció aún más, pero ahora se debía al desconcierto por la respuesta del guardia. ¿Acaso le había entendido mal?

—Está bien… gracias, supongo —dijo, quitándose el cigarrillo de la boca. Se inclinó levemente y se retiró por la dirección que le había indicado, sin comprender del todo las guías del hombre. Habría algún edificio con un nombre semejante. O seguramente le estuviera tomando el pelo.

…..

Se sintió muy inferior en aquel vestíbulo brillante e inmaculado, iluminado por decenas de luces y con anchas columnas armonizando el espacio. Al fondo podía ver unas amplias escaleras cubiertas de tapiz rojo, sofás de madera y cuero marrón, tal como había dicho Tsujin, y el embaldosado de color beige, impoluto, que le mostraba su propio reflejo.

Era demasiado pobre para hacer acto de presencia en ese lugar. Se miró a sí misma y pensó que el único vestido que tenía no era suficiente para estar a la altura, pero si Tsujin, un tanto sonrojado, había retirado la mirada al verla con ello puesto, junto con los tacones y el abrigo color crema ajustado que apenas le llegaba por los muslos, no estaría del todo mal.

No había nadie del personal en la entrada que se ocupase de atender a los huéspedes, quizá porque ya era un poco tarde además de fin de año y poca gente se alojaría, por lo que Yumeko avanzó por el vestíbulo sin temor y observando cada rincón del sitio; después de todo, no sabía cuándo volvería a pisar un hotel como ese.

Sin embargo, debido a la mala suerte que le acompañaba desde que nació, pudo adivinar a dos hombres con trajes azules en sus puestos, esperando a que algún cliente nuevo o del hotel solicitase ayuda o información. Chistó, buscando algún escondite entre toda esa belleza. No le quedaba otra alternativa que ir recorriendo todo el recibidor columna a columna, esperando unos cuantos segundos para asegurarse de que nadie le había visto.

De modo que siguió ese plan con toda la cautela y paciencia posible, utilizando sus habilidades para ocultarse y su enorme calma. Se ayudaba de aquellas preciadas columnas para aproximarse más y más donde se encontraban los ascensores, pues supuso que los dos o tres agentes que quedaban por reunirse con L lo utilizarían para ir a la habitación o alguna sala de reuniones.

Marchó poco a poco por el lado izquierdo de las escaleras, desviando la vista de vez en cuando por si alguien la seguía. Pero, como ya había sospechado, encontrar a L no iba a ser tan fácil, pues el que parecía el jefe o encargado del edificio, estaba sentado en una esquina, cerca de los ascensores, y ni las columnas podían auxiliarla en esa situación.

Por unos momentos no supo qué hacer. Quizá si pasaba con toda la naturalidad, el gerente o lo que fuera no la tomaría en cuenta, pero si alguien importante se hospedaba en el hotel, lo más seguro era que le hubiesen comunicado el número de visitantes que tenía cada grupo, o algo por el estilo.

Se llevó una mano al pecho. Tenía que tranquilizarse o todo lo que había hecho habría sido en vano, y si eso pasaba, Tsujin jamás se lo perdonaría. Confiaba plenamente en ella y en su ingenio para esconderse, así que no tenía que defraudarle.

Esperaría a que el jefe estuviera lo suficiente concentrado en sus cosas, cual niño con las tareas del colegio, para aprovechar y situarse en la siguiente columna. Primero se quitó los zapatos negros para evitar hacer el mínimo ruido y que destacase por el contraste de colores, y cuando supo que podría pasar desapercibida, corrió como si la estuviera persiguiendo el diablo hasta llegar hasta la última columna.

Luego de un minuto sin cambios, sintió que la felicidad la invadía por completo. ¿De verdad era buena en ese maldito juego?

…..

Tsujin se tapó la boca al prever un nuevo estornudo y después se frotó los brazos buscando darse algo de calor. No sabía cuánto tiempo estaría allí esperando, pero no valdría la pena ocultarse en alguna cafetería cercana si alguien que no estaba dentro de sus planes acudía al hotel antes que el jefe Yagami y el otro joven y él no estaba allí para impedirlo.

Apenas pasaron unos minutos más cuando distinguió a lo lejos a ambos miembros del cuartel acercarse a la entrada. Rogó al cielo para que Yumeko estuviese en su puesto y preparada para hacer su papel de idol novata. Lo de «idol» al principio no terminó por entenderlo, pero tras escucharla contar lo que le había dicho la molesta de Tekko esa mañana y verla vestida de esa manera, lo comprendió todo. Yumeko podía tener un rostro y figura comunes y no ser muy llamativa físicamente a ojos de los demás, pero, mientras Tsujin intentaba ocultarse el rostro con el dorso de la mano, pensó que, para él, Yumeko era hermosa.

El sonrojo se hizo aún más evidente después de imaginar cómo se sentiría al deslizar las manos por debajo de ese corto vestido, pero no sabía si era por el frío, la vergüenza que se daba así mismo o por la fiebre que le subía por momentos.

…..

Cruzó las piernas como buena señorita que era, preguntándose cuándo llegaría el resto de oficiales y si de verdad parecía una idol. Había utilizado un poco de maquillaje gracias al pequeño kit que siempre metía en la bolsa de deporte y se había peinado el pelo varias veces con los dedos, pero dudaba que eso y la ropa que traía la transformasen en un idol.

Levantó la cabeza cuando pudo escuchar unos pasos enmudecidos gracias a la moqueta de color ocre que cubría casi todo el perímetro. Se incorporó después de unos minutos sentada en las escaleras que supuestamente conducirían a las habitaciones o a la cafetería y se arregló un poco la apariencia, con cuidado de no tocarse demasiado la cara para no arruinarse el maquillaje. Subió unos tres escalones para fingir que procedía de pisos superiores y se volvió a colocar aquellos zapatos de tacón que seguramente la dejarían marca.

En cuanto dos hombres, uno más joven que el otro, estuvieron en su campo de visión, Yumeko bajó con prisa las escaleras y empezó a correr al ascensor donde ellos se dirigían.

—¡Esperen! —gritó cuando ambos estaban dentro del ascensor, por lo que dieron media vuelta para terminar viendo a una jovencita muy arreglada y de una voz sorprendentemente aguda, algo que a Yumeko se le hacía difícil de simular—. Llego tarde a una reunión, ¿puedo subir con ustedes? ¿A qué piso se dirigen?

—Al quinto… —respondió el que parecía el más reciente de todos los agentes que había visto. No negaba que era atractivo de cierta forma y que tenía unos bonitos ojos canela muy claros, no muy comunes debido a lo vivarachos y abiertos que eran. Llevaba puesto un traje azul acero, camisa blanca y corbata de rayas en diagonal.

—Bien… —Ninguno de los dos portaba maletín o semejante, y tan solo el más veterano había tenido la idea de, al menos, portar una gabardina. Seguro que el otro había pasado un frío horrible de camino al hotel—. Yo debo ir al cuarto, mi representante me espera —Pulsó el número 4 y el 5 en el panel de botones y se alejó un poco de las puertas antes de que estas se cerraran.

El espacio dentro del ascensor era bastante estrecho para tratarse de un hotel de cinco estrellas, algo que lamentó dentro de su cabeza al no tener total libertad para observar detenidamente a cada individuo. Pero solo con conocer en qué planta se encontraba L, bastaba para que todo el esfuerzo invertido no fuese en vano, así que se enderezó todo lo que pudo y esbozó una diminuta sonrisa; ya podía ver a Tsujin impresionándose por las agallas que estaba demostrando tener.

Agarró con fuerza el bolso que le colgaba de un hombro al sentir una mirada muy indiscreta a su izquierda. Giró un poco el rostro hacia ese lado, descubriendo a través del espejito de la pared que el joven la observaba detenidamente. Entonces se preguntó si sospechaba algo de ella, pero lo descartó al instante; por el momento no había hecho nada que hiciera saltar la alarma de los detectives, así que cuando el chico se dio cuenta de que le estaba mirando por el espejo, Yumeko le sonrió con naturalidad, a lo que él retiró la vista hacia el otro lado del ascensor.

El jefe alzó una ceja, pues nunca se había fijado en que a Matsuda le gustasen las idols tan jovencitas. Por un momento pensó que su subordinado era el criminal al que debía arrestar de inmediato por pedofilia.

Cuando el ascensor se detuvo en la cuarta planta y las puertas se abrieron, Yumeko salió de esos dos metros cuadrados y dio media vuelta, inclinándose un poco a modo de agradecimiento hasta que las puertas volvieron a cerrarse.

Ahora solo tenía que subir por las escaleras, esperar a que salieran del ascensor y averiguar en qué número de habitación se reunirían. Mirándolo de esa manera no era tan complicado.

…..

Tosió y estornudó por sexta vez en esa hora, notando que el frío empeoraba cada vez más y que los temblores habían comenzado a dominar su cuerpo.

—¿De verdad voy a morir? —farfulló Tsujin, enterrándose aún más en la gruesa parka negra que de poco le servía si estaba sintiendo que iba a congelarse de un momento a otro.

Dudó en gastar otro cigarro. El dinero últimamente escaseaba demasiado y Yumeko no le perdonaría si fallecía allí mismo de cáncer, asma e hipotermia a la vez, porque, ¿qué clase de ser humano con inteligencia fumaba tanto como él padeciendo un enfermedad en los pulmones?

Se levantó lentamente apoyándose en la pared, más fatigado que de costumbre, y se asomó por la esquina a ver cómo marchaban las cosas. Y, a juzgar por la persona que estaba hablando con el guardia, pintaban muy mal para Yumeko. Se llevó una mano a la frente, quejándose mentalmente por los dolores que le estaban martilleando la cabeza.

Aquel hombre aparentaba tener unos sesenta o quizá setenta años cuyo cabello canoso pudo ver Tsujin a pesar de la distancia. Vestía un traje marrón oscuro y trataba de ocultar parcialmente el rostro —o simplemente para contrarrestar un poco el frío— con un sombrero oscuro. Portaba un maleta que parecía ser muy importante y una bolsa blanca de cartón.

—Debe de estar relacionado con L —susurró para sí mismo. Lástima que no pudiera escuchar lo que estaban diciendo, de ser así, se cercioraría de que aquel anciano estuviese o no conectado con el gran detective.

De repente notó una molestia en la garganta y la posterior necesidad de toser, y aunque trató de contenerse, terminó por tener que taparse la boca y agarrarse la garganta, puesto que sintió que se la estaban desgarrando por dentro. Lo único que deseó fue que ninguno de los dos se hubiera dado cuenta de que estaba espiándolos.

Volvió a asomar un poco la cabeza, muy despacio, como para asegurarse de que su escondite estaba a salvo, pero para su suerte o desgracia, el anciano y el guardia estaban mirando hacia su dirección. Abrió los ojos del pánico cuando logró establecer contacto visual con el más longevo y lo único que hizo fue ocultarse de nuevo y sacar el teléfono móvil del bolsillo. No le cabía duda de que le habían visto y que seguramente se dirigían hacia allí, pero antes tenía que avisar a Yumeko para que abandonase el hotel sin que la descubrieran.

—Me tienen que estar jodiendo —masculló con un tinte de rabia inmenso; el anciano ya había previsto sus movimientos y estaba hablando por el móvil tranquilamente, sin gritar, y manteniendo la calma en sus movimientos.

—Vamos… —Los pitidos nunca habían sido tan desesperantes para él como en ese momento—. ¡¿Por qué no lo coge?!

Si ya estaba lo suficientemente alterado, cuando escuchó el odioso «el número al que llama no está disponible en estos mom-» su ira estalló hasta tal punto de que se echó correr por el callejón, probando una vez más por si Yumeko no se había dado cuenta de que la estaba advirtiendo de que los planes no habían salido como ellos esperaban.

Sin embargo, y como la vida le odiaba a más no poder, de pronto su visión se desequilibró por completo, emborronando el suelo que pisaba y obligándole a sujetarse en la pared.

—Lo que me faltaba… —Cerró los ojos, descansando unos segundos en aquel lóbrego y húmedo callejón. La respiración se escapaba de su control y los latidos estaban disparados, además de que la cabeza le iba a explotar y a cada instante que pasaba se sentía más y más débil—. Maldita sea —se acercó el móvil a la oreja con algo de esfuerzo y esperó a que Yumeko contestase.

Pero —y de alguna manera ya lo veía venir— la suerte no estaba de su parte ese día, y pudo reparar en que alguien le acertaba un golpe de tales magnitudes en la nuca que acabó tirado en el suelo.

…..

Apegó el rostro en la puerta aún más y apretó los dientes. Había transcurrido cerca de cuarto de hora y no había obtenido ninguna información valiosa por el mero hecho de que, por mucho que agudizara el oído, apenas era capaz de escuchar una conversación coherente. Además, estar tanto tiempo de pie no era para nada cómodo.

Lo único que llegó a oír fue una frase: «Hace un momento has dicho que tú también odias perder».

Pero justo cuando empezaba a captar el tema del que estaban hablando, el móvil que llevaba en el bolso empezó a sonar más alto de lo que debería.

Le pareció que el corazón se le detenía en seco y que su cuerpo se paralizaba. Estuvo unos segundos así, petrificada, hasta que su cerebro logró recobrar el dominio de sus movimientos y buscó el móvil con los nervios a punto de matarla. Aunque se consideraba una persona bastante tranquila e impasible, las manos le temblaban tanto que tardó bastante en apretar el botón para cortar la llamada.

Optó por irse de allí cuanto antes, metiendo el móvil en el bolso y retirándose como ella sabía: rápida y sigilosamente. Al parecer, como llegó a pensar en aquel instante, la vida le odiaba aún más que a Tsujin, y el aparato sonó de nuevo, deteniendo su huida y haciendo que su ritmo cardíaco se desbocara.

Maldito el momento en que entró en aquel hotel de ricos.

—Pero qué cojones estás haciendo, Tsujin —maldijo entre dientes, colgando esta vez con un odio profundo hacia su amigo.

Pero más odio le tendría cuando escuchó que una puerta se abría a sus espaldas con un ligero chasquido.

Ahí sí que su organismo se había inmovilizado por completo. Trató de mantener la calma guardando el móvil y tragando saliva, pero al tener a alguien cerca que la estaba observando se le hacía difícil. No importaba. Si fingía correctamente ser un personaje del mundo de la moda, estaría salvada.

—¡Lo siento mucho! —Si Tsujin estuviera allí, seguramente se burlaría de ella por la ridícula voz que estaba queriendo imitar, pues los nervios se la estaban jugando y el tono no le salió como ella deseaba—. ¿Le he molestado?

Y al darse la vuelta para encarar a su cazador, sus ojos rasgados y negros se abrieron de par en par en un gesto de espanto.

Frente a ella se hallaba un joven de edad muy cercana a la suya y de estatura alta, que tenía pinta de ser muy débil. Traía puesto una remera un poco ancha y blanca de mangas largas, y unos jeans holgados que le quedaban grandes. Pese a que estos pantalones casi le tapaban los pies, Yumeko pudo apreciar que estaba descalzo.

Pero su vista se centró principalmente en su rostro, de un tono tan níveo que parecía un cadáver: aparte de que el pelo, de un color marrón casi negro, le tenía alborotado y descuidado, toda su cara era un desastre; los grandes ojos de rasgos occidentales, aunque eran muy oscuros como los suyos, desprendían un vacío exasperante a la vez que cansancio por las profundas ojeras en los párpados inferiores; su nariz, pequeña y respingona, no la terminaba de cuadrar; y, de la misma manera, el labio superior estaba más pronunciado, lo que hacía que su boca se viera un tanto extraña. No obstante, todo ello se combinaba en armonía. Creando un rostro bastante aceptable, aunque especial.

De no ser por las angostas prendas, Yumeko podría haber adivinado que el individuo estaba muy delgado. Tampoco tenía tiempo de analizar mucho más de aquella anatomía, pues el joven tenía el ceño fruncido, los labios apretados y la miraba fijamente.

Mentiría si dijera que no le pareció nada atractivo.


Al fin.

Por fin me he librado de este capítulo infernal. No sabéis lo que me ha costado escribir todo esto. Sé que dije en el anterior capítulo que actualizaría allá por febrero/marzo, pero el instituto es más difícil y agobiante de lo que creía y no tuve tiempo hasta mediados de junio.

¡Pero ya está! ¡Terminé para siempre!... hasta el siguiente chap Y-Y seré esclava de la escritura forevah

Por cierto, me cambié el Nick a ElenitaRashii, por si alguien no se había dado cuenta. Considero que este es más personal, no sé… tiene estilo (ba dum tss) Rashii es un adjetivo japonés que significa «estilo de…» y por eso… el chiste… *llora desconsoladamente*

Bien, bien, ya queda un poco aclarada la relación entre Tsujin y Yumeko y el pasado de esta, que en los próximos capítulos podré mostrar más a fondo. Por supuesto, aumentará la participación de los personajes canon (que ahora me parecen unos desconocidos XD) y ya no habrá más amoríos entre Yumeko y Tsujin hasta dentro de mucho (a no seeer… e_é)

Aquí aclaro unas cuantas cosas que pasaron durante el capítulo, que no necesitan explicación en sí, pero que viene bien:

-Kintama viene a ser literalmente «bolas doradas» o «bolas de oro». Pero en Japón el significado que le dan es el de aparato reproductor masculino o «cojones» XD Por eso cuando Tsujin le dijo al guardia «Me dirijo al edificio Kintama», el pobre hombre no tenía ni idea de dónde estaba eso.

-Después, Tsujin intenta ir al grano y pregunta por L. Pero el guardia no tiene por qué saber que L se estaba alojando allí, así que entiende que Tsujin le está preguntando por el edificio ELLE (エル). Este edificio existe, y casualmente lo descubrí cuando estaba investigando el Hotel Imperial. Está por allí cerca y vende ropa y complementos. Créditos a Google Maps, mi nuevo dios (?)

-Los cafés en Japón es una de las cosas más caras, costando unos 400 yenes cada uno. Solo por curiosidad.

-Alguna fujoshi se habrá dado cuenta de esto xD Cuando Tsujin y Yumeko llegan al hotel, Tsujin se sienta a descansar un rato mientras se fuma un cigarrillo y Yumeko le regaña diciéndole que morirá joven. Entonces Tsujin le contesta «Entonces lo dejaré cuando me muera». Esta frase la saqué del maravilloso Junjou Romantica, al que declaro mi amor eterno (más aún con la espectacular-amorosa-increíble-rompeovarios tercera temporada). Créditos esta vez al sensualote de Usagi-san.

-Esto no es que sea muy importante, pero quiero darle algo de protagonismo a Matsuda de vez en cuando xD y es que su corbata es distinta en las dos versiones, ya que en el manga es de rayas y en el anime es siempre de un solo color.

-Pasa algo parecido con la apariencia de L. En el manga, su pelo es de color marrón y sus ojos son negros, mientras que en el anime es al contrario, el pelo es negro y los ojos cafés. Lo sé, nada tiene sentido en esta vida.

Hasta ahí las aclaraciones xd

De verdad, agradezco todos los follows, favs y reviews. ¡Sois todos un amor! *-*

El próximo no creo que tarde tanto como en este, pero nunca se sabe, tratándose de mí xddd (Porque ya se sabe: No estaba muerta, andaba de parranda~ *colapso cerebral*) Es igual que dibujar a Tsujin y a Yumeko. Algún día quizá lo haga. Si alguien a quien se le dé bien hacer fanarts se ofrece a dibujarlos, no estoy en contra… okya xD

Ya sabéis, cualquier error me lo comentan, amores :B

Vale, voy a dejar de escribir porque si no el cerebro me va a explotar.

Eso es todo.

Gracias por vuestro apoyo (xD)

PD: te amo Tsujin.

PD2: te amo L

PD3: a ti también, Matsuda (?)