Hiro terminó de montar su robot luchador. Definitivamente, aquella había sido su gran obra, y corrió escaleras abajo a enseñárselo a su hermano. Sin embargo no lo encontró en la sala de estar, ni en la cocina, así que supuso que estaría en su cuarto. Cuando subió un par de escalones, escuchó unos jadeos. Alertado por los sonidos que parecían desesperados y con un ligero matiz a gemido, fue cuando el grito llegó a sus oídos que se dio cuenta de que aquellos ruidos pertenecían a su hermano. Corrió hacia la puerta y abrió el pomo.

Tadashi soltó una exclamación al tiempo que tapaba a su acompañante con sus sábanas. Luego se dio cuenta de que él seguía estando desnudo, así que, desesperado, agarró una almohada y tapó sus partes privadas.

—¡Hiro! —le regañaba—. ¡Llama antes de entrar!

GoGo soltó una risa pícara, ganando una recriminadora y avergonzada mirada por parte del tomate que tenía por novio. Hiro balbuceó algo, ruborizado, y señaló a los dos para luego correr escaleras abajo, dejando caer el robot al suelo.

—Vamos, Hamada. —GoGo recostó a Tadashi en la cama, sentándose sobre él. Acarició su torso y besó su cuello, haciendo que el adolescente ronroneara en contra de su voluntad—. Ha visto a su hermano en la cama con una chica, ¿qué tan malo es eso? —preguntó. Tadashi puso las manos en su cintura, besándola con pasión—. Es mejor que se vaya acostumbrando. Además, tampoco será el fin del mundo —añadió besando castamente sus labios.

El chico iba a hablar cuando el rugido furibundo de la tía Cass le heló la sangre:

—¡Tadashi Hamada, baja aquí ahora mismo!

GoGo se encogió de hombros entre risillas. Él únicamente pudo recoger algo de ropa del suelo y bajar, deseando poder salvar su vida esa vez.

—Esto solo me pasa a mí. ¡Increíble!