Silent Scream 2 : Diez años.
Diez años han pasado, diez años en los que no solo el tiempo ha cambiado de sitio.
Tetsu-chan ya es un hombrecito de doce años, y Kuroko vive en familia con Makoto y sus dos hijos.
Aunque no hay día que no se pregunte si tomó la decisión correcta al volver a los brazos de su esposo.
Kagami sin embargo lleva diez años, sin pensar en él, sin querer saber, odiando a todos y a todo, castigándose por algo que el tiempo y la desidia, ha borrado de su mente hasta dejarlo en una simple y lejana amalgama borrosa de recuerdos.
Aunque aún puede asegurar algo; En algún lugar en mitad de todo ese resentimiento, queda la idea de que una vez, no sabe cuando, llegó a amar a alguien con todo su ser; y eso le hace odiarse mas.
Sabe que si vuelve a verle, su fachada de piedra se vendrá abajo...
Y entonces, el destino lanza la bola... hagan sus apuestas...
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Silent Scream 2 : Diez años.
Capítulo uno: Familia feliz.
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Mira, observa, estudia.
Necesita encontrar una razón, una razón válida para estar ahí.
Makoto es su esposo, tienen un hijo en común... y tolera a su pequeño con cierta manga ancha.
Quizá por esa razón sigue a su lado, o quizá por que no para de repetirse mentalmente que es lo correcto, que es donde debe estar, con quien debe estar.
Suspira, resignado con su vida. Debería ser feliz, sin mas.
Tiene de todo, todo lo que el dinero puede comprar, en sus manos. Sus hijos son felices, limpios, calentitos y alimentados. Como progenitor se sentía orgulloso en ese aspecto.
Los chicos son traviesos, lo normal a su edad, y mas cuando hay dos en la misma casa, aunque si notaba que al igual que su padre, Tetsu-chan , trataba de un modo curioso a su hermano, pero Kuroko siempre estaba atento para intervenir y no dejar que fuera a mas. Lo cierto es que la mayor parte del tiempo se comportaban como dos hermanos/rivales capaces de desquiciar hasta al mas paciente de los adultos.
Kuroko miró su brazo desnudo fuera de la cama. Ni siquiera el sexo llenaba ese vacío existencial que notaba hasta en el alma.
Se había resignado, no sabía cuando había sucedido, pero era así.
Abandonó la cama sin mucha pena y se metió en la ducha sin mirar la hora.
Al salir, Makoto no estaba. Tampoco se sorprendió mucho, ni se molestó en buscarle por que sabía de sobra que estaría en el despacho, siempre estaba ahí.
Miró la hora, tenía que despertar a los chicos y empezar su día.
El cuarto de Tetsu-chan estaba al final del pasillo y fue despacio, sin molestarse en mirar dentro del despacho aunque pasó por delante de la puerta.
Escuchó el ruido antes de llamar. Su hijo era especialmente vivaz por las mañanas, y casi ningún día tenía que despertarle.
– Ya voy. – Ordenaba su cama, cuando Kuroko se asomó por un pequeño espacio de la puerta abierta. – Yo despierto al enano.
– Gracias cielo. No le hagas daño a tu hermano. – Kuroko le regaña, ya de buena mañana. No quiere empezar el día con una pelea entre esos dos por lo que se dirige a la cocina y les espera para el desayuno.
Sentado al frente de la enorme mesa mira despreocupado a cocineras y personal, haciendo la comida para sus hijos, el desayuno del señor, el suyo.
Mira el reloj, dos horas para comenzar sus clases. Por mucho que Makoto había insistido, la guardería era lo único que no había abandonado de su anterior vida.
Decía que era por los niños, y ciertamente en su mente era la excusa perfecta, aunque una pequeña y lejana vocecita del susurraba desde lo mas interno que eso no era mas que una vil mentira. Esperaba por él, por que volviera... un lugar conocido al que volver; aunque ya habían pasado diez años y aún se preguntaba por que seguía esperando algo que sabía, era totalmente imposible.
Tetsu-chan se sienta a la mesa, uniforme escolar perfectamente planchado y listo; impecable.
Espalda recta, servilleta en los muslos, movimientos pausados, delicados.
El hijo perfecto. Makoto lo ha moldeado como el perfecto caballero.
Un golpe seco desvía su atención al pequeño de sus hijos. Sonríe.
El mismo uniforme, corbata torcida, pelo revuelto, de punta en un lado de su nuca. La chaqueta descansa en uno de sus brazos, la mochila en el suelo, escurriendo hasta quedar volcada.
No va a su sitio, rodea la mesa y abraza a Kuroko, le come a besos, pequeños y sonoros, rostro y cuello tienen la atención de sus labios.
– Desayuna. – Tiene que apartarlo, pero no lo hace. Su pequeño bebé es todo un hombrecito de diez años, hermoso y cariñoso. Solo espera que le dure y no sea una fase mas, y al llegar a los doce pierda esa mirada adorable que tanto le gusta y que su Tetsu-chan parece haber dejado atrás.
– Tengo ganas de que llegue esta tarde … – Se estira sobre la mesa, le quita a su hermano una de las piezas de fruta.
– No va a venir. – Tetsu-chan contesta entre bocados. – Papá nunca tiene tiempo para nosotros. Seguro que está muy ocupado con algo muy importante como para venir al partido.
Silencio.
Kuroko no se molesta en desmentir a su hijo mayor, desgraciadamente es así y los niños ya no son tan niños, notan eso perfectamente.
– Bueno, yo si voy a ir. – Los dos niños sonríen contentos. – Y llevaré conmigo suficientes animadores.
– No es lo mismo... – Suspira, frustrado. – Pero gracias, eres el mejor...
– Trae a Nigou... por favor... a mis amigos les encanta. – Une sus manos en una súplica, puchero incluido.
– Vale, trato hecho.
– Señoritos, el chófer espera. – El desayuno es interrumpido por el llamado de una de las personas del servicio.
Los dos chicos toman sus almuerzos, un beso en cada mejilla y salen por la puerta ante la fija mirada de Kuroko.
No pasa ni medio minuto cuando la mesa es limpiada, y lo único que queda en la cocina es él y su café.
El silencio de la estancia le llena completamente. Es una casa enorme, siempre hay algo que hacer, limpiadoras moviéndose por las estancias o mensajeros caminando con prisas por los pasillos, documentos que han de ser firmados con celeridad, de vital importancia.
Desde que Shoichi entró en prisión, Makoto había tomado las riendas de la familia, sus negocios y demás ocupaciones. Su aprendizaje le llevó un par de años, pero ahora, ya era un cabeza de familia, ocupado con la empresa, y despreocupado con otras cosas.
Decidió salir con Nigou al jardín, tenía tiempo de sobra y sentía que esa casa iba a devorarle por completo si seguía dentro.
Su suegra, una hermosa mujer de cabello plateado y ojos comprensivos le saludó con la mano desde la pequeña mesa de forja junto a la piscina en la que desayunaba.
Por supuesto, la abuela había permanecido en la vivienda, con todo el cariño y el amor que sus hijos habían necesitado. Incluso él mismo ya la consideraba mas una madre que una suegra.
Se había volcado en sus hijos y casi se lo agradecía mas que las atenciones que pudiera tener con él.
Nigou seguía siendo un animal lleno de energía, por lo que lanzarle la pelota para que la trajera era un buen ejercicio para el perro y un buen modo de hacer tiempo para él.
– Esta tarde no puedo ir. – Kuroko se acercó lo suficiente como para charlar con ella mientras sigue lanzando la pelota desde el sitio lo mas lejos que le permite su brazo. – Ha llamado el abogado de Shoi... tengo que... bueno, compréndelo.
– No, por favor, no te disculpes. – Niega, comprensivo con ella. – No pasa nada, lo entiendo. Es tu hijo después de todo. Yo haría lo mismo por los míos.
– Aún así, eres un ángel... con todo lo que te hizo mi familia. Lo siento. – Toma su mano, niega de nuevo.
– No puedes estar discúlpandote por algo que ya ha pasado todo el tiempo. Por favor, han pasado diez años ya... no hay nada que perdonar.
– Ya, pero...
– Pero nada. –Besa su mejilla. – Tengo que irme. Grabaré el partido para que lo puedas ver después.
– Te lo agradeceré muchísimo, querido. – Sorbe lo que queda en la taza, mira la hora. – Te suplico que me disculpes, tengo que irme.
– iré a ver a Makoto antes de ir al trabajo.
Nigou le siguió, mas cansado que al principio. Bebió agua fresca en la cocina y recorrió el enorme salón hasta su camita, donde se acomodó en su cama animal hasta que el hambre volviera a levantarle del sitio.
Kuroko dejó atraś el salón, subió a la segunda planta y caminó sin hacer ruido por la mullida alfombra hasta el despacho.
Llamó un par de veces antes de abrir directamente sin esperar.
Makoto hablaba por teléfono, de espaldas a la puerta con la vista tras el gran ventanal que hacía de pared frontal. La larga y pesada mesa de caoba coronaba la estancia, rodeada por todas partes de librerías plenas de libros de todos los tiempos.
– Si... disculpe un momento. – Tapó el auricular con la mano y esperó a que Kuroko hablara.
– Esta tarde, el partido de los chicos... – Sonó neutro, completamente vacío.
– Lo siento. – Señaló el teléfono. – Tengo una reunión con unos conservadores en el museo de … no me acuerdo, pero lejos de aquí. Están preparando el avión, me iré en cuanto esté listo y no sé cuando estaré de vuelta. – Retomó la conversación sin esperar la respuesta de Kuroko.
Por supuesto, demasiado ocupado; ninguna sorpresa.
– Señor, su coche está listo. – El chófer había vuelto después de dejar a los chicos.
– No hará falta, iré con mi coche.
El hombre le dió las gracias con la mirada y se retiró con calma.
…...
Adoraba conducir, le gustaba ese momento íntimo y personal que solo se consigue en un coche.
La radio con un murmullo constante de lo que ocurre en el mundo que no puedes ver, la calle con su vida desperdigada, y él solo, con sus pensamientos y poco mas.
No hay un solo día que no piense en él.
Sentía que había tomado una mala decisión al abandonarlo todo, él incluido, por recuperar una vida pasada, que a todas luces, no existía.
Su relación con Makoto no era la que fue, ni se parecía a lo que una vez tuvieron.
Y no era culpa de nadie, simplemente ninguno de los dos era el mismo.
Ambos, los dos, habían sido atropellados por la vida sin compasión alguna.
Y ahora, diez años después, la felicidad prometida le parece un anhelo lejano. Está sumido en una espiral de rutinas poco emocionantes a la que se ha abandonado con gusto.
Dicen que la felicidad no se vive, que se recuerda, pero Kuroko recordaba haber sido feliz estos años, salvo por los pequeños logros lógicos de sus hijos al crecer; nada reseñable.
Aparca, junto a la puerta, y camina los pocos pasos que le separan de su clase con una sonrisa.
No debería trabajar, no le hace falta, al menos económicamente. Makoto insistió durante un tiempo en que lo dejara, pero Kuroko se negó en redondo y su marido dejó de insistir, básicamente para no provocar una disputa entre ellos por algo tan tonto como que Kuroko siguiera trabajando.
No quería escoltas, ni coches que le llevaran de un lado a otro. Solo quería su vida tal y como era, con sus hijos cerca, sanos y felices; nada del otro mundo.
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El sonido del tono del móvil le hace revolverse en la cama.
Empuja el cuerpo desnudo y sudoroso que duerme a su lado lo suficiente como para echarlo de la cama y enciende la luz.
– Vístete y largo de aquí. – Voz profunda, gruesa, claramente enfadada.
– Buenos días a tí también. – Frunce el ceño, molesto. Ya le conoce, conoce sus despertares después de una borrachera seguida de una intensa noche de sexo, pero eso no quiere decir que le guste ser tratado como una mierda, y menos de buena mañana. – ¿Sabes? Un día saldré por esa puerta y no volverás a verme el pelo.
– No tendré esa suerte. – Toma el móvil entre los dedos, cuelga a quien demonios le llame sin mirarlo siquiera en la pantalla. – No quiero nada contigo, parece que no lo entiendes. Solo eres un desahogo necesario, cuando cumples tu función te quiero fuera...
– Si, ya, no me lo repitas. – Se abrocha los vaqueros, anuda las zapatillas y peina con los dedos. – Nos vemos, risitas.
– Que te follen. – Le tira una zapatilla de las suyas, que golpea la puerta y cae al suelo de un golpe seco.
Se tumba de nuevo, suspira.
Apesta, no solo su cuerpo, toda la maldita casa.
Nota que ha vomitado, en algún lugar del cuarto, no le importa mucho.
Busca el tabaco, encuentra un paquete con un par de cigarros y se enciende uno.
Mira la hora, chista fastidiado.
A medio cigarro, escucha las llaves en la puerta, una docena de palabrotas en susurros, su nombre a gritos.
– ¡Kagami!. – Pasos, golpe corto, seguro que de dejar el bolso en el sofá, una nueva palabrota. – Por el amor de dios, menuda pocilga.
– Para eso te pago, para que lo limpies. – Asoma desnudo, un cigarro a medias entre sus dedos. Da una larga calada, dejando salir el humo por la nariz.
– Vienes pronto. – Son casi las nueve, la hora de entrada de la mujer.
– Vengo cuando tengo que venir. – Mirada asesina. – Dejé esto limpio el viernes, y mira como está todo el lunes...
– Te pagaré mas si cierras la puta boca y limpias de una vez. – Saca de su cartera un par de billetes de cincuenta y se los mete en el bolsillo de la chaqueta. – No me toques los cojones desde por la mañana. Haz lo que tengas que hacer y largo de aquí.
– Siempre tan amable y generoso. – Acostumbrada a sus maneras, la mujer se limita a ir por los productos de limpieza y empezar su trabajo, ignorando al hombre deliberadamente. – Vístete y largo de aquí, tengo mucho que hacer y me distraes.
– Ya, bueno, como sea. – Agita la mano, toma su ropa del suelo y se mete en el baño para una ducha rápida.
…...
El cuartel de bomberos bulle de vida desde primera hora. No son sus compañeros, de hecho es su cuarto traslado en lo que va de año; pocos pueden aguantar su humor.
Deja la mochila en la taquilla y va directamente al despacho del capitán.
No le han llamado pero seguro que tiene algo que decirle o reprocharle.
– Llegas tarde. – Ahí está.
– Ya estoy aquí, ¿Qué mas da?- Kagami le resta importancia al hecho de ser puntual.
– El sábado golpeaste a unos civiles en un bar de carretera. Han denunciado lesiones, a uno de ellos le rompiste la nariz. – Se levanta, rodea la mesa, le mira directamente. Si, está cabreado. – Está claro que no tienes límite alguno, ni consideración con nadie.
– Despídeme y a tomar por culo con todo. – Se encoge de hombros, pasivo. – Y por si te interesa mi versión, ellos se lo buscaron.
– Mira, no me importa lo que pasara, solo que la denuncia a llegado aquí... junto con la de la señora de la calle central...
– ¡Ooh, vamos! Esa señora tiene que mantener al puto gato dentro de su casa. – Dibuja una mueca de puro asco en sus labios. – No podemos estar todo el día bajando al bicho de donde coño se suba. Somos bomberos no el Señor Ventura*.
– No eres tu quien decide los servicios, solo cumples órdenes y listo. – El capitán, un cincuentón que ha visto mucha vida, está un poco cansado de sus salidas de tono constantes. – Eres un buen trabajador, pero tu actitud es nefasta. – Le tiende unos papeles en una carpeta azul. – El firmado tu traslado. Te ocuparás de las charlas para grandes catástrofes. Empiezas con este grupo, y no quiero ni un solo comentario.
Kagami abre la carpeta y el siempre nombre de la calle del cuartel de bomberos le hace palidecer de golpe.
– Señor... no creo que esté capacitado para dar clase a nadie. – Sigue leyendo los contenidos, el personal al mando...
– Como te acabo de decir eres un gran bombero, tienes el instinto.. Solo es esa actitud tuya de odiar a todo el mundo y a ti mismo lo que estropea todo. Pero se que puedes hacer lo correcto, con la motivación adecuada. – Niega con la cabeza al ver que está a punto de decir algo, en contra. – Empiezas el lunes que viene, tienes una semana para buscar una vivienda y ordenar lo que necesites para tus clases. Prepara tu pasaporte y documentos... vuelves a casa. Eso es bueno, alguien habrá allí que quieras volver a ver ¿No?
Kagami se traga las amenazas y groserías que desearía decirle, y se limita a asentir con calma.
No tenía que ponerse nervioso, no con esa tontería.
Era cierto que iba a volver a su antiguo cuartel, pero eso no quería decir nada.
¿O si?
Joder... y todo por un puto gato.
Solo esperaba no volver a verle.
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Primer cap, como siempre cortito y con pequeñas perlitas a modo de reseña.
* Se refiere a Ace Ventura, detective de mascotas.
Espero que os guste.
Besitos y mordiskitos
Shiga san