Sé que soy mala persona por iniciar otro fic sin haber actualizado los otros dos que tengo pendientes, pero en época de exámenes a penas tengo tiempo para concentrarme como es debido y escribir buenos y largos capítulos.
Sin embargo, me vino la idea de esta otra historia entre clases y no he podido resistirme, tengo que escribirla. Si todo sale bien tendrá una narración más rápida e introspectiva que el resto de mis historias, así que espero no hacerlo mal porque no es algo a lo que esté acostumbrada.
Advertencias: este fic va a tener mucha demencia obsesiva, toqueteos no consentidos, violencia y relaciones entre un adolescente y un adulto. Oh, y también slash y, evidentemente, cosas gays.
Nada más, os dejo con el prólogo. Esperaré vuestros comentarios. Un abrazo enorme y hasta la próxima!
Caminaba nervioso, dando vueltas una y otra vez en los mismos tres metros de acera. A veces se llevaba una mano a la boca para mordisquearse las uñas, impaciente, casi desesperado por la anticipación. Sentía un nudo en la boca del estómago y un desagradable cosquilleo que le torturaba la nuca y descendía por su columna vertebral como si fuera una viscosa serpiente. La noche era oscura y fría, típica del tiempo invernal de aquella época del año, pero él tenía calor.
No podía hacerlo. No podía hacerlo; saldría mal, seguro que metería la pata, y entonces él se enfadaría y lo odiaría para siempre. Y no podía permitir que él lo odiara, porque era lo único que le importaba. Él era lo único que le daba fuerzas para continuar, el aliciente para seguir viviendo.
Si lo perdía ya no le quedaría nada...
Sí, sí podría hacerlo. Debía hacerlo, no había ninguna otra forma de conseguirlo. Además llevaba mucho tiempo planeándolo y sus planes nunca salían mal, ¿no? Él era inteligente, astuto, o eso le decían. Lo iba a lograr, sí. Al fin y al cabo ya había llegado hasta allí: había salido de su casa caída la noche, había tomado un vehículo que no era suyo y había conducido hasta alcanzar aquél parque.
Allí es donde todo ocurriría, en aquél precioso parque lleno de árboles y aromas silvestres, iluminado por la tenue luz que arrojaban las farolas y el frío foco de la luna. Parecía un lugar mágico, idóneo para lo que estaba a punto de ocurrir. Era el perfecto telón de fondo para la obra que estaba a punto de iniciarse.
Loki se obligó a dejar de andar y se subió un poco la manga del abrigo negro que vestía para echarle un vistazo al reloj. Las nueve y media. Bien, el momento clave estaba a punto de llegar.
Fue a llevarse la mano a la boca para volver a morderse las uñas, pero entonces recordó que se las había pintado de negro aquella misma mañana y que no quería destrozarlas. Al fin y al cabo las había dejado perfectas para que él las viera, para que se percatara de que se arreglaba para él, que le importaba la opinión que tuviera de su aspecto. ¿Qué pensaría sobre eso? ¿Se sentiría halagado? ¿Conseguiría despertar su interés, su deseo...?
Al pensar en ello, Loki sonrió de forma nerviosa y alzó la cabeza para echarle un vistazo a los árboles, escrutando el camino adoquinado que se abría entre ellos. Y justo en aquél momento, como si hubiera sido un acto del destino, lo vio aparecer.
Estaba allí. Estaba allí, corriendo hacia él, acercándose.
No era la primera vez que lo veía a aquellas horas. Sabía que Thor Odinson tenía la costumbre de salir a correr por la noche tras acabar su turno en la comisaría en la que trabajaba, así que había ocasiones en las que acudía al parque, se escondía entre los árboles y esperaba para verle pasar. Su corazón se aceleraba cada vez que tenía la oportunidad de contemplarlo.
Pero aquella noche sería distinto. Ya no lo miraría a escondidas. Ya no tendría que ocultarse nunca más para sentirse cerca de él.
Ajeno a su presencia, Thor continuó corriendo, siguiendo el camino adoquinado. Su cabello dorado se agitaba con cada movimiento, y su respiración creaba pequeñas nubes de vaho que se deshacían en el aire. La luz de las farolas le iluminaba el rostro de forma intermitente, exhibiendo y ocultando los perfectos rasgos de su rostro. Cuando estuvo lo bastante cerca, Loki contuvo la respiración. Durante un instante estuvo a punto de paralizarse y dejarse someter por el nerviosismo, pero luego recordó todo lo que se jugaba aquella noche y dejó escapar el aire muy lentamente para calmarse. Disfrazó su rostro con una falsa mueca de preocupación y salió de pleno al camino, encontrándose de cara con el corredor.
Por supuesto, Thor se detuvo al instante. Loki ya había contado con que lo haría. Al fin y al cabo era demasiado bueno y noble como para ignorar a un chico de diecisiete años que caminaba por el parque a aquellas horas con expresión preocupada.
–¿Te encuentras bien? –aquello fue lo primero que dijo Thor. Su voz sonaba algo agitada por el ejercicio, pero aún así conservaba aquél maravilloso y profundo tono varonil que Loki adoraba–. Chico, ¿te pasa algo?
Loki lo miró y tuvo que obligarse a mantenerse sereno y seguir el plan. A veces, la perfección de Thor era capaz de nublar su razón.
–Yo... –comenzó, empleando expresamente un tono titubeante y preocupado. Tenía que hacerlo bien, meterse en su papel para que Thor picara el anzuelo–. Iba a coger el coche para volver a casa, pero... creo que un gatito se ha metido debajo y no puedo hacer que salga.
"Gatito". Había empleado aquella palabra expresamente porque decir gatito en vez de gato le aportaba un toque más infantil e inocente, menos amenazador. Y Thor no podría aguantarse las ganas de ayudar a un adolescente que quería volver a casa sin hacerle daño al gatito que había bajo su coche. Al fin y al cabo su trabajo era ayudar a los demás, y lo mejor era que parecía disfrutar con ello.
–Vaya –Thor se rascó la nuca y se acercó a él–. Los gatos suelen hacer eso, buscan el calor del motor para refugiarse del frío en invierno–comentó, y luego esbozó una maravillosa sonrisa que provocó que Loki se encendiera por dentro–. Pero no te preocupes, te ayudaré a hacerlo salir y podrás volver a casa, ¿vale?
Loki asintió y apretó los labios haciéndose el tímido.
–Muchas gracias –mustió.
Thor negó con la cabeza y alzó la mirada.
–No hay de qué. ¿Está muy lejos tu coche?
–No, lo tengo aparcado ahí mismo –indicó Loki, y comenzó a caminar entre los árboles para conducir a Thor hasta la vieja furgoneta que había utilizado aquella noche–. He venido hasta aquí porque esperaba encontrar a alguien que pudiera ayudarme.
–Pues has tenido suerte –Thor volvió a sonreír–. Aunque no deberías pasearte por el parque a estas horas, sobre todo si vas tú solo. Puede ser peligroso.
Loki quiso sonreír por la ironía; Thor lo veía como una víctima y no como una amenaza. Pero no era culpa suya, al fin y al cabo él había sido una víctima desde que nació, era normal que no le impusiera respeto a nadie. Era demasiado débil, estaba demasiado pálido y delgado como para intimidar a la gente. Era de la clase de personas a las que la naturaleza marcaba como "presas", pero aquella noche él sería el depredador.
–Veamos... –una vez llegaron al vehículo, Thor apoyó una mano en la furgoneta y se agachó para examinar los bajos–. ¿Lo has escuchado maullar?
–Sí, antes, cuando intenté encender el motor –respondió Loki.
–Pues yo no escucho nada. ¿Puedes encenderlo otra vez?
Loki asintió y se mordió el labio antes de abrir la puerta del piloto. Introdujo la llave en la toma de contacto y la giró para hacer que el motor se encendiera con un ronco ronroneo. Las luces de los faros iluminaron la carretera, que se encontraba convenientemente solitaria. No había nadie allí, nadie a parte de él y Thor. Ni siquiera había un gatito bajo su coche.
–Sigo sin escuchar nada –Thor se inclinó un poco más y entornó los ojos para examinar los tubos que recorrían la parte baja de la furgoneta–. Tal vez se haya marchado solo.
Loki sintió que el pulso se le aceleraba de nuevo; el corazón le iba tan rápido que parecía que le taladraría el pecho. Sus sienes comenzaron a acumular presión y la humedad del ambiente pareció condensarse a su alrededor. No podía permitir que se marchara, no tendría otra oportunidad. Tenía que hacerlo ya.
Sin permitirse ni un solo titubeo, tomó el mango del bate que había ocultado entre los dos asientos delanteros. Odiaba tener que utilizarlo, pero no había otra manera. Era lo más rápido, lo más inesperado y contundente. No podía darle ni una sola oportunidad a Thor, porque él era mucho más fuerte y conseguiría reducirlo y escaparse en un parpadeo.
Loki aferró el mango del bate entre los dedos y se acercó sigilosamente a Thor, que aún continuaba agachado. El tiempo pareció ralentizarse, los segundos aminoraron su marcha. El viento agitó las copas de los árboles como si quisiera crear la afilada melodía que precedía a un momento tan culminante como aquél.
–Creo que puedes estar tranquilo, no...
Thor no terminó la frase. Loki ya había descargado el bate sobre él, dándole en un punto estratégico del cráneo. El golpe sonó sordo, y el impacto hizo que el rubio también se golpeara contra la superficie de la furgoneta.
Loki volvió a contener la respiración. Sus latidos parecían ser el único sonido que se oía en el ambiente. Aguardó un par de segundos aún con el bate en la mano, esperando a que Thor se levantara y se abalanzara sobre él. Sin embargo, aquello nunca ocurrió: el golpe lo había dejado inconsciente y ahora yacía en el suelo, tumbado sobre la acera.
Lo primero que hizo Loki fue inclinarse sobre él y examinar los daños que podría haberle provocado. El golpe había sido lo suficientemente fuerte como para dejarlo inconsciente, pero no parecía haberle abierto ninguna brecha. Aquello le hizo sentir aliviado; lo último que quería era hacerle daño a la persona más importante de su vida.
A partir de aquél momento Loki se movió muy rápido: abrió la puerta lateral de la parte trasera de la furgoneta, echó el bate en su interior y comenzó a arrastrar a Thor hacia dentro. Le resultó más difícil de lo que había pensado, pero la adrenalina le proporcionó la fuerza necesaria para poder cargar con el peso muerto del cuerpo del rubio. Una vez lo tuvo dentro, volvió a cerrar la puerta y se aseguró de maniatarlo con unas cuerdas que había preparado previamente. Era poco probable que Thor se despertara antes de llegar a su destino, pero toda precaución parecía resultar insuficiente cuando había tanto en juego.
Una vez hubo terminado, Loki se arrodilló al lado del cuerpo inconsciente. Estaba sudando por el esfuerzo y había faltado poco para que le diera un ataque de nervios, pero aún así esbozó una satisfecha sonrisa.
Lo había conseguido. Lo tenía. Era suyo.
Alzó una mano temblorosa y la llevó al rostro de Thor. Jadeó cuando sus dedos alcanzaron la piel ajena, y luego se mordió el labio. Aquella era la primera vez que lo tocaba, la primera vez que podía comprobar que era tangible, real, y no solo una maravillosa invención de su subconsciente.
Thor existía y ahora era suyo.
Tras apartarle un mechón del rostro con infinita suavidad, Loki ensanchó su sonrisa.
–Sí, Thor... –susurró–. Ahora puedo estar tranquilo.