Disclaimer: Naruto le pertenece a Kishimoto M.
ADVERTENCIA: La historia es entre un Itachi de 21 y una Hinata de 15. Si eso molesta, please no lo lea. Además tiene lemmon, y no, Itachi no es un descarado pedófilo. Él es muy lindo.
Nota: Historia AU, en los tiempos de Madara, donde Itachi y Sasuke son sus sobrinos. Arreglo matrimonial entre Hinata e Itachi.
Ese día comenzaba el Sōkō, o la helada del rocío, de acuerdo a los cambios estacionales del Nijūshi sekki. Y la niña-esposa caminaba junto a Itachi, a paso lento por la arenilla en camino a una casa en el complejo Uchiha.
Itachi iba sosteniéndola por la cintura y el brazo. Ya se le había doblado el tobillo con aquellos enormes okobos, y cojeaba. Le había ofrecido cargarla hasta la casa, pero ella cohibida, rehusó rotundamente sacudiendo su cabecita. Él no insistió, le apenaba la situación y más aun con ella, que era solo una niña.
Caminaba cabizbaja, sujetando con pequeñas manos el blanco shiromuku para no arrastrarlo, cubriéndole el shiro-kakeshita, el kimono matrimonial.
Itachi no había podido ver ni su rostro. Un gigantesco watabōshi le cubría prácticamente toda la cabecilla, y a pesar de las tres pulgadas de altura que los okobos debieron proporcionarle, su coronilla solo le llegaba al pecho.
Ni siquiera cuando tomó el sorbo de sake durante la ceremonia, como símbolo de unión matrimonial, la había visto elevar el rostro.
Avistó un Sasuke curioso intentando cautelosamente mirarle bajo la capucha, fracasando. Itachi le regañó con una mirada discreta y Sasuke se enderezó automático. No lo intentó más.
Itachi respiró profundo. Lo único que le había dicho el tío Madara es que era muy linda. Muy linda, y no dijo más. A Itachi realmente no le importaba de una manera u otra. La estética era algo que no le concernía mucho. Si hubiese tenido él la oportunidad de escoger, hubiera preferido a alguien con más edad, cuatro o cinco años más, aunque fuera fea. Le habían dicho que tenía casi quince años, que pronto los cumpliría. Como si diciéndole que tenía casi quince lo haría sonar menos desagradable. Catorce, quince, que diferencia hacía. Era una niña.
Sabía cuál era su deber esa noche con ella, lo que todos en el clan esperaban que cumpliera para consumar el matrimonio. También sabía que no lo haría. No podía.
Claramente el matrimonio no había sido la unión feliz de dos parejas enamoradas. Ni siquiera era la afortunada unión de dos familias que se aprecian. Era el precio a pagar por evitar una guerra y crear una alianza entre los Senju y los Uchiha.
Itachi no estaba al tanto de todos los pormenores. Sabía que Senju Hashirama había ofrecido una hermana menor suya. Pero Madara lo había rechazado, estaba adamante a tener una Hyūga, un clan aliado de los Senju. Itachi tenía algunas teorías del porque una Hyūga, pero no sabía con certeza. Su tío no le había dado muchas explicaciones, aunque sabía que le tenía confianza y estima.
A pesar de que no haberle gustado la idea no se había negado. Ni siquiera había puesto un pero al saber la edad de la niña. Lo aceptó como deber para con su clan.
Toda su vida había añorado la paz. Cuestión que nadie que no lo conociera a fondo -que no eran muchos -imaginaría, por lo fiera y temible que era el joven en batalla. Si su felicidad era el precio a pagar, pues lo aceptaría, después de todo un shinobi es aquel que sufre sin rendirse.
Llegaron a la nueva casa, regalo de su madre. Hubiera preferido seguir viviendo con ella.
La amaba mucho y sabía que se sentía muy sola sin Fugaku, su padre, que había muerto en una batalla muy sangrienta hacia unos seis años. Tenía 15 cuando aquello, y lo había visto morir en sus brazos. Su único alivio había sido el que Sasuke fuera muy pequeño cuando aquello, y no era parte de algún escuadrón. Pero su madre había argumentado que un hombre casado necesitaba vivir solo con su esposa, y así ayudaría a Hinata-chan aprender a mantener un hogar.
Itachi pensó que lo mejor hubiese sido que la niña estuviera en compañía de otra mujer, alguien adulto y gentil como su madre.
Él, pacifista al fin, no discutió con su madre al respecto. De hecho él jamás discutía con nadie, y dejó que las cosa sucedieran como ella quiso. Supuso además que su madre, como mujer, probablemente veía las cosas de una manera que él, como hombre, desconocía. Las mujeres saben más de estas cosas, mejor dejarlo al instinto femenino.
Llegando a la casa se agachó frente a ella, para removerle el calzado. Elevó su rostro con un poco de curiosidad, pero la niña miraba hacia el lado, dejando que la sombra de su watabōshi le oscureciera la cara. Suspiró. Ella se dejó llevar, dirigiéndola al cuarto que compartirían.
Si, compartirían un cuarto, y aunque no le gustaba la idea, su madre le había dicho que era lo mejor. —Entraran mejor en confianza y además Itachi, no necesitas ser el tema de cotilleo del clan.
En la mañana le enseñaría el resto de la casa para que se familiarizara, pero en esos momentos, estaba seguro que lo más que deseaba sería descanso.
—¿Tiene hambre? —preguntó apenado.
Un banquete fue preparado por los Hyūga después de la ceremonia nupcial. Pero él observó que ella no había tocado bocado alguno. Itachi no consumió mucho tampoco. Los últimos días los había pasado con inapetencia, muy a pesar de lo deliciosa que, según todos los asistentes, había estado la comida.
—N-no ...arigatō ...estoy bien ...Danna-sama.
Fue la primera vez que Itachi le escuchó la voz. Furin. Su voz le recordó a las campanillas sonar debido al viento.
—La llevaré a nuestra habitación. Póngase cómoda y duerma si lo desea. Yo le aplicaré un ungüento a su tobillo. —Él sonrió levemente, encontrando muy amable la manera tan cordial con la que se había referido a su persona.
—N-no tiene que hacer eso. Se-seguramente estará bien mañana, —le dijo con voz temblorosa.
—Insisto, —replico él.
Itachi le saco su futón, regalo de Uruchi oba-san. Blanco con bordadas camelias rosadas, hecho por ella. Camelias..., pensó entretenido.
Le gustaban mucho esas flores, pero sabía su significado. Símbolo de unión eterna entre amantes. Camelias...
Fue a buscar el ungüento en el botiquín de la cocina y cuando regresó, vio que ella se había quitado parte de su atuendo matrimonial, deslizando el obi de su figura. Ella lo miró y entonces él la vio por primera vez.
Pelo negro azulado, rostro perla y labios rosa. Itachi sintió sus cachetes calentarse. ¿Linda?, no es linda, es bella, pensó con vergüenza, y llenita, al ver como su cuerpo rellenaba el kimono. Verla llenita le enterneció. Al menos no se tendría que preocupar por su alimentación.
—¿Quiere que le ayude?
—No, e-está bien... yo s-se doblarlo. —El tartamudeo la hacía más adorable aún.
—Yo no muerdo, ¿sabe? —comentó Itachi sonriéndole gentilmente. La niña, que mantenía un rubor perenne en los cachetes, se tiñeron aún más.
—Ano ...disculpe ...yo no ... —dijo un tanto agitada.
—No se preocupe, venga... —y le ayudó a remover el obi, el datejime, el kimono y el hiyoku, dejándola en su blanco nagajuban. Doblo cada prenda con destreza, cuidando de cada pliegue y doblaje para no dañar la costosa seda.
La sentó y removió el tabi del pie derecho, el que se había lastimado. Se lo untó y masajeó con cuidado, así como le hizo a Sasuke cuando era más pequeño y se lastimaba cuando entrenaban.
La vio después quitándose los kanzashis y hanagushi del pelo. Le vio entretenido como trataba de quitarse uno que se le había enredado. Él puso sus manos sobre ella, y la sintió temblar.
—Permítame, yo le ayudo con eso también. —Y se dispuso a sacarle cada uno de los accesorios de flores de seda.
Violetas y ...vainilla. Reconoció, exhalando el aroma proveniente de su cabello, y le gustó.
Luego esto, él colocó su propio futón en el tatami, uno azul medianoche. Apagó la luz y se acostó a dormir. El día se le había hecho muy largo y estaba agotado.
—Ano... mi abuela me dijo... me dijo que usted y yo... q-que me tenía que desnudar y... —ella susurraba casi llorando, y él le escuchaba con un nudo en el corazón.
—No se preocupe por eso. Solo descanse.
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Itachi despertó entrada la mañana. Siempre se levantaba al amanecer y no dormía más de seis horas. Probablemente había sido el cansancio.
Advirtió que su ovejita, ya no estaba en su futón. Se había dormido pensando en ella, y en las complicaciones que vendrían. Pero al recordar su rostro, ovejas le venían a la mente, tiernas y obedientes.
La encontró tomando té, enrojeciéndole los cachetes cuando lo vio entrar. Ella había preparado desayuno, observó agradecido.
—Ohayou Danna-sama, —anunció con una pequeña sonrisa. Él se alegró, al menos le estaba cogiendo confianza.
—Ohayou Hinata-chan. —La comida le supo muy bien esa mañana. La ovejita también sabe cocinar, pensó distraído.
Estaba él terminándose su té, cuando vio a su madre entrar por la puerta que daba al patio, con el semblante preocupado.
—Buenos días Itachi, Hinata-chan, —dijo entreviendo una sonrisa.
Hinata inmediatamente se alzó para hacerle una reverencia.
—Buenos días Mikoto-sama.
—Está bien linda no tienes que ser tan formal conmigo, —dejó saber su madre con gentileza, —Itachi necesito hablar contigo. —Estaba seria. Nada bueno le diría.
Se apartaron a un lado y ella le comunicó sin rodeo. —Todos saben que no consumaste el matrimonio anoche. —Efectivamente, nada bueno.
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Habían pasado ya tres meses y las cosas venían bien con los Senju. Pero se estaban poniendo feas en el clan con Itachi, y sobre todo con Hinata.
Él no entendía la actitud que habían tomado algunos hombres del clan a su persona. Siempre era muy respetuoso con todos y no se metía con nadie. Era considerado un héroe de guerra, uno de los mejores shinobis de su clan, y aun con mucho potencial. No que esas cosas se le subieran a la cabeza, pero pensó que sería suficiente motivo como para que lo dejaran tranquilo. Sabía que la causa era Hinata, pero por más que analizaba las cosas no entendía exactamente el porqué.
Ya su tío le había advertido de que si no hacía algo al respecto la iba a perder y que además no lo podría ayudar.
Con hacer algo se refería a hacerla su mujer, cosa a la cual Itachi estaba renuente. ¿Cómo podría hacerle tal agravio a su ovejita? Sabía que la lastimaría. —Las niñas no están hechas para acomodar hombres tío. — Había dicho el gravemente un tanto incómodo.
Conocía de memoria todas las leyes de su clan. Sabía que un matrimonio no consumado podía ser apelado, disuelto y la mujer ser entregada al apelante. También que, aunque la violación era penada con la muerte, una mujer en un matrimonio no consumado tomada sexualmente, aunque por la fuerza, por un hombre no su esposo, podía causar la anulación de matrimonio, y dada al "seductor" como esposa. Muchas leyes de su clan eran muy anticuadas en su humilde opinión, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Cuando el consejo llegaba a algún acuerdo, ni el mismo líder, su tío Madara, podía cambiar lo estipulado.
Hinata por su parte se le hacía cada día más adorable, que a pesar de todo no la quería dejar ir. Le cocinaba todos los días y se había sorprendido en lo sabrosas que eran sus confecciones. Supuso que una princesa Hyūga jamás se molestaría con facetas tan mundanas como cocinar. Pero increíblemente, ella lo hacía gustosa.
También había descubierto que podía pelear. Eso le había agradado, pues sabía que no estaría totalmente indefensa si algo le fuera a ocurrir. Lo único que la limitaba era su timidez y baja autoestima. Él se había dado la tarea en entrenarla, y lo hacía junto a Sasuke cada vez que podía.
Sasuke, ese era otra historia. Un día descubrió con pesadumbre, que su hermano estaba infatuado con la chica. Se enrojecía cuando ella le hablaba y se cohibía. Sasuke siempre había odiado a las niñas diciendo que eran un fastidio, y su madre ya estaba cansada de decirle que a las niñas se le trataban con respeto. Pero no con Hinata, con ella era todo un caballero.
Itachi daba su vida por su ototo. Dada otra la circunstancias, se la hubiera cedido gustosamente. Aunque tenía la misma edad de la chica, solo un año mayor, por ser varón no tenía edad suficiente para tener esposa, de acuerdo a los estatutos del clan. Itachi le hubiera ayudado a enamorarla, pero alas, aquello no podía ser. Hinata por su parte era completamente ignorante a aquello y lo trataba con la misma timidez y amabilidad con que trataba a todos.
Itachi admitió a sí mismo un día que, si la perdía, la extrañaría. A veces se sentaban juntos a ver el atardecer, tomando una tisana de jazmín mientras que ella le tocaba alguna pieza con su koto. Aquel instrumento musical era una de las pocas cosas que había traído consigo.
—Fue de mi madre, regalo de mi padre como regalo de bodas. —Le había confesado un día, y que había muerto cuando ella tenía 8 años de edad, producto de una enfermedad desconocida. También concedía, que esos momentos tranquilos que disfrutaba con ella, eran lo más pacífico y placentero que había experimentado en su vida.
Hinata, descubrió él con agrado, era un nido de sorpresas. Era toda una artista.
Le había pedido permiso y se había dedicado a decorar las paredes de la casa con pinturas sumi-e. Él se había sorprendido de su habilidad y había adaptado una de las habitaciones para que lo utilizara como cuarto personal para su arte. Le había comprado tintes de varios colores y le traía flores todas las semanas. Flores que ella presionaba, secaba y que, de alguna manera, las adaptaba a algunas de las pinturas de tinta monocromáticas que creaba.
Ella se lo había agradecido casi llorando.
Por aquellos días se dedicaba a pintar un paisaje de grullas volando sobre montañas en el papel de arroz de las pantallas del fusuma que daban al salón principal.
Un día tomó en cuenta, con asombro, que se estaba enamorado de ella.
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Tres meses transitaron, y a su ovejita la habían tratado de violar una vez.
La niña por suerte, se había defendido tan bien, que había dejado a Uchiha Baru en la enfermería por un mes.
Itachi estaba seguro que ese hecho había prevenido la ocurrencia a algún otro a hacer lo mismo. Eso y que Itachi no le quitaba el ojo de encima últimamente. Pero el acto la había dejado un poco agitada y temerosa. Ella ahora le tenía más confianza y no se separaba de su persona. Ya no tartamudeaba en su presencia y hasta lo llamaba Itachi-san cuando estaban a solas.
Itachi aun desconocía el porqué de la obsesión de algunos miembros de su clan con su esposa. Madara le había advertido que su mayor problema era Uchiha Hikaku. Ya lo había encontrado acechando a Hinata en varias ocasiones. Itachi, a pesar de no gustarle las confrontaciones, lo había enfrentado un día. Sharingan activado.
—Déjala en paz. —Sus palabras fueron cortante y Hikaku activo su sharingan a la vez.
—¿Eh, porque he yo de hacer eso? —replicó con descaro, —estoy admirando lo que va a ser mío. — Y se marchó, dejando a Itachi muy frustrado.
En aquel momento, el joven se encontraba sentado en el portal de su casa. Hinata jugaba con algunos niños a una distancia. Ella cuidaba de ellos algunas veces, dándole un descanso a algunas madres del clan. Le gustaba hacerlo, le había dicho, pues le gustaban mucho los niños.
Sera muy buena madre, pensó el joven con media sonrisa. Estaba tan distraído mirándola que no se fijó cuando su tío Madara se le acercó.
—La miras mucho pero no la follas, ¿cuál coño es tu problema? —anunció a modo de saludo. Años de tratarlo ya Itachi ni se inmutaba con su indecente vocabulario.
—Buenas tardes a ti también, oji-san. —respondió Itachi sin afectación.
—Vine a decirte que Hikaku hizo una apelación. Espero a los seis meses de matrimonio y ya fue al consejo de ancianos. Solo te quise avisar. —Aquello estremeció a Itachi. Su semblante oscureció, pero no mostró otra emoción.
Madara se sentó a su lado y se recostó a una columna de madera. —¿Entonces?
—¿Entonces que oji-san? —respondió seco. El día se le había arruinado.
—¿Entonces que cojones, piensas hacer? —replicó "afectuosamente" el tío.
Itachi no dijo palabra, y siguió observando a Hinata de lejos.
—¿Que le ven? —cuestionó de pronto con voz baja, frunciendo el ceño. —¿Que le ven tío? Ellos no ven lo que yo veo, no la conocen. Entonces, ¿qué le ven?
—No jodas, ¿en verdad preguntas eso? —Itachi lo miró molesto, como quien dice ¿acaso luzco idiota? —Está bien sobrino te voy a hacer un cuento.
—Imagino que conoces la historia de Ōtsutsuki Hagoromo, de Ōtsutsuki Kaguya y del Rinnegan. Pero, ¿sabías tú cual fue el poder ocular de Kaguya-hime, la madre de los shinobis? —No lo sabía, pero tampoco sabía a qué venía todo esto.
—Pues yo te diré, fue el Byakugan. —Itachi abrió sus ojos sorprendido. —¿Cómo sabes eso tío?
—No te preocupes como, lo sé. El sharingan nació del Byakugan, eso lo sabemos todos. Pero los Hyūga son descendencia directa de Kaguya, ¿comprendes?
—Si, comprendo. —Itachi lo miró fijo. —Quieres ver si es posible que nazca un niño con el Rinnegan, ¿es eso?
—Exacto sobrino, sabía que eras muy inteligente. Por eso quiero que algún día heredes el liderazgo del clan.
—Entonces, ¿somos un experimento? —dijo Itachi, cansado de todo, frotándose el rostro con una mano.
—Te diré otra cosa Itachi, —continuó Madara. —La razón por la cual estos jodidos cerdos quieren follarse a tu esposa no es por el Byakugan. —Itachi escuchó esto aún más sorprendido. Cuando pensaba que las cosas se le aclaraban, su tío tenía que confundirlo más.
—El día que fui al complejo Hyūga a ver a la "susodicha", tenía a varios en mente, entre ellos tú, pero no eras realmente mi primera elección. El día que fui, no fui solo. Fui con Hikaku. No me iba a aparecer en tierra enemiga solo, así por amor al arte. Ni que fuera tan pendejo. El será un cerdo sado-masoquista pero es buen shinobi y confío en él. Pero el muy cabrón se excitó al verla.
—¿Sabes Itachi, que me hizo decidir por ti? que por supuesto, cabreó de sobremanera a Hikaku. Me rogó a que se la diera y el tipo tiene tremendo orgullo.
—Veras, estando allí, reparé en algo. Los sirvientes que nos atendían nos miraban con odio. Eso pensé al principio, y no le di mucha importancia. Esa sería una reacción natural hacia personas que hasta aquel momento eran enemigas, ¿cierto? Pero estaba equivocado.
—Esos sirvientes no nos miraban a Hikaku ni a mí con odio. Era al jodido Hyūga Hiashi al que miraban con mala cara. Tú me conoces, yo encontré aquello muy curioso.
—Como sabes me quede a dormir esa noche allá. El contrato tomó mucho tiempo en redactar. Esos Hyūga son muy quisquillosos y a mí no me salía de los huevos aceptar una mujer sellada. Bueno lo menos que hice fue dormir, —confesó lascivo. —Una muchachita Hyūga que me atendió esa noche me contó cosas muy interesantes. Muy rica que estuvo por cierto, pena que no la pude traer conmigo.
—La rama secundaria de ese jodido clan ama a Hinata. Odiaron a Hiashi por dárnosla. Cuando yo la vi supe una cosa. Si se la daba al cabrón de Hikaku la iba a romper. Si Itachi, romper en todo sentido de la palabra. Yo he visto como el muy cerdo trata a las mujeres y las cochinadas aberrantes que le gusta hacerles. Esa niña provoca cariño. Si se la entregaba, era posible que nos buscaríamos un problema con el clan Hyūga a la larga. Sabía que tú la tratarías con respeto y que cuidarías de ella.
—Mírala Itachi, mira como derrocha inocencia. —Itachi la miró, concediendo en sus adentros las palabras de su tío.
Una venda cubría sus ojos y los niños correteaban a su alrededor riendo y gritando, mientras que ella buscaba a ciegas manera de atrapar a alguno.
—Ese precisamente es el problema que tu no vez, porque tú también eres muy jodidamente inocente cuando de sexo se trata.
—Y mira que traté de corromperte un poco cuando te llevé a aquel burdel para que te desvirgaran.
Itachi recordó con vergüenza aquel suceso. Al final si había perdido la virginidad, pero se sintió sucio y avergonzado. También sintió una pena increíble por la chica, a la cual terminó dándole más dinero del precio acordado.
—Es esa inocencia que todos hemos perdido con tanta guerra, que estos cabrones quieren atrapar. Un poquito de ella, aunque sea para corromperla. Eso es lo que tú, por muy genio e inteligente que fueras, no podías ver, porque tú ves las cosas diferente a los demás, y eres incapaz de pensar mal de otros.
Madara calló un rato, y cerró sus ojos disfrutando de la brisa de la tarde.
—Coño esto aquí es muy tranquilo, tengo que venir más a menudo, —añadió estirándose y tranqueándose algunos huesos.
—Entonces dime, ¿qué piensas hacer?
Itachi no respondió, no dijo nada. Él sabía lo que haría esa noche, aunque le doliera en el alma.
—Bueno y que ¿no me vas a brindar algo de jama? Mira que me dicen por ahí que Hinata cocina muy bien. —Itachi rio y lo invitó dentro de la casa.
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Esa noche Hinata estaba sentada como de costumbre cepillándose el pelo. A veces se le quedaba mirando hacerlo, sin que ella cuenta se diera.
Ella dejó a un lado su cepillo. Su futón no estaba abierto en el piso, como él siempre se lo preparaba, solo el futón azul oscuro de Itachi y él serio, sentado encima mirándola fijamente. Itachi notó como la chica se ponía nerviosa.
—Ano...Itachi-san, ¿le paso algo a mi futón? —El seguía mirándola fijamente.
Respiró hondo y le dijo, —no Hinata, su futón está bien. Usted dormirá en el mío esta noche. —Él le sonrió levemente. —Venga siéntese conmigo.
Se sentó junto a él, y él aprovechó a pasarle un brazo por encima. Ella no lo rechazó.
—Hinata... linda ¿a ti te explicaron lo que pasa entre una pareja de casados? —preguntó mientras que su mano le acariciaba círculos en el hombro.
—Eto... mi abuela me dijo que me desnudara... y que usted haría el resto... —Itachi cerró sus ojos, acongojado y dejo caer su cabeza. Entonces se volteó ligeramente hacia ella, y la besó.
Fue casto, de labios ligeramente sobre labios. Era el primero que se daban y así estuvieron por algunos minutos. Hasta que Itachi quiso más.
Profundizó el beso, pasando su lengua dentro de ella, saboreándola. Ella, para su agradable sorpresa le respondió.
—¿Quieres que apague la luz? —dijo entre besos, y ella asintió.
Se despegó de los labios de la chica un poco reacio y apagó la luz. La vio abrir las puertas corredizas que daban al patio lateral dejando que la claridad de la luna y el olor de cerezo florecido inundara la habitación.
Al menos podré ver lo que le hago. Pero entonces recordó que era una niña y que era mejor no ver nada.
Seguía parado aun, cuando la vio arrodillarse en su futón y comenzó a zafarse el lazo que le sostenía la yukata de dormir. La dejo caer a su alrededor, dejando su cuerpo totalmente al desnudo.
Itachi sintió de pronto que se quedaba sin aire. ¿Llenita? ...¿Llenita?, pero seré idiota.
La niña no era llenita, la niña era voluptuosa, y los causantes de tal llenura eran pechos lindos y abundantes, y caderas amplias y acogedoras. Itachi frunció el ceño preguntándose si las niñas de quince tenían todas semejante cuerpo. Sacudió su cabeza de tal pensamiento aberrante que en realidad había sido mera curiosidad.
Sintió su sexo agitarse inconscientemente. La deseaba.
Cayó de rodillas frente a ella y desenlazó su propia yukata, dejándola caer tras él, así como había hecho ella, y quedaron arrodillados uno frente al otro muy cerca, pero sin tocarse. Ambos observaban como sus pechos subían y bajaban con respiración agitada. No se tocaban, ninguno se atrevía a dar el primer paso. Itachi pensó que, si se acercaba más, su sexo inquieto le rozaría el vientre. Ella lo sorprendió otra vez.
La mano trémula de Hinata se acercó a su pecho y con un toque muy ligero y delicado, le comenzó a acariciar. Él jadeó, sintiendo como ella rozaba los contornos de sus pectorales. La agarró por las caderas y la acerco más a su persona, dejando apenas distancia entre sus cuerpos. Sentía la respiración jadeante de la chica en su piel, mientras que él se familiarizaba con la piel de sus caderas...su cintura...su espalda...
Su sexo tropezó inevitablemente con el vientre de la chica, pero ella no lo notó de primeras. Seguía absorta descubriendo y tocando la piel de su pecho, hombros, abdomen, siempre cuidando de no ir más allá del ombligo. La cálida piel de su abdomen, rosando con su intimidad, lo hizo endurecer más.
Itachi no quería interrumpir el paseo descubridor de sus manos, pero ansiaba besarla y en un movimiento premeditado la agarró por la nuca, acercando sus bocas. Ella lo miró sorprendida, pero no tuvo chance a más. La boca de Itachi descendió a ella en un beso ardiente y húmedo.
Esta vez él no reprimió sus deseos y acarició cuanta piel podía, sin límites y sin reparos. Aun arrodillado movió su cuerpo hacia tras, sentándose sobre sus pies y cargando a la chica por su trasero, sentándola a horcajadas en su regazo.
Las manos de Itachi la sujetaban con fuerza, frotando su sexo contra el de ella. La chica no protestaba, ni se quejaba, solo gimoteaba sobre él. El joven no le daba respiro, le gustaba el sabor de su boca. Sabor a fresas y moras.
Liberó sus labios, escuchando como la chica daba una bocanada de aire, pero sus labios comenzaron un recorrido descendiente hasta sus pechos.
Supo desde que los vio, que los quería lamer. No se reconocía a si mismo. Esa misma tarde el pensamiento de llevarla a la cama le disgustaba. Y así se encontraba ahora, devorándola como perro que devora un hueso.
Quiso ser más delicado con ella, pero no pudo en contra de sus ansias desmesuradamente torpes. Le chupaba y mamaba los senos con fervor, haciendo énfasis en sus pezones, mientras que la chica jadeaba en su hombro y se sostenía en sus brazos.
Itachi estaba perdido, su piel, suave y aterciopelada lo envolvía, lo disolvía, lo embrujaba.
Súbito la sujetó por la cintura, elevándola, dejándola que enlazara sus piernas temblorosas alrededor de su torso, justo debajo de sus costillas. Esa era la distancia que él necesitaba. Agarrándose su miembro duro y palpitante, lo anidó en el sexo de ella, rozándolo, mojándolo y alineándolo con su abertura.
La tenía a la altura de sus ojos, y se miraron fijo. Ella lo vio, jadeante. Había temor en sus ojos luna y él la miró intenso, con mucho deseo en sus orbes obsidiana.
Estuvieron de aquella manera por un instante, sin moverse, resollando, temblorosos ambos, mirándose intensamente y él se sostenía, tieso bajo ella, un movimiento, un pequeño movimiento de caderas y estaría dentro de ella.
La embistió, dejándola deslizar por su miembro. Él se sintió estremecer de placer, disfrutando la sensación de su falo abriendo paso en la estrechez de su carne.
Ella dejó escapar un quejido, gimió de dolor y sollozó.
El la miró con pena, y cerró sus ojos preguntándole, —dime linda... ¿te doy asco?
Itachi sabía que si afirmaba, se le rompería el corazón. Ella le miró, tranquilizándose, con lagrimillas en los ojos.
—N-no... Ita-Itachi-san... yo... yo... yo lo amo. —Y cerró sus ojitos de ovejita, avergonzada con su declaración.
A Itachi se le hinchó el corazón de alegría. Le quiso decir que él también la amaba, pero no pudo, se le trababan las palabras en la garganta. Entonces le besó la boca nuevamente y le comenzó a embestir, suave pero enérgico.
No fue amable, no esperó por ella, él no sabía. Sus embestidas se volvieron fuertes, abrasantes mientras él jadeaba en su boca. No podía parar. Ella se sostenía de él como si de ello su vida dependiese.
Itachi comenzó a gemir, ronco de placer. Se vendría pronto. Había sabido que no duraría mucho desde que ingresó en ella, que era toda una delicia.
Su cuerpo ondulaba contra el de ella con cada embestida de sus caderas. No tenía punto de apoyo, arrodillado sobre las sabanas, con ella encima abrazando su cintura. Solo el choque de un cuerpo contra el otro. Itachi se ayudaba sujetándola por las caderas, mientras que Hinata seguía prendida de sus brazos con su cabecita recostada en su hombro, gimiendo. Él no estaba seguro si de placer, dolor o ambos.
Sintió el placer doloroso de su orgasmo saturar su cuerpo, ahogando un gemido ronco en el cuello de la chica, y salió súbitamente del placentero confinamiento, viniéndose sobre la cama. Escuchó a Hinata dar un gritito de sorpresa, al notar la súbita ausencia de esa carne dura que hacia un momento la penetraba.
Estuvieron así por un rato, calmando la respiración. Itachi supo, a pesar de su inexperiencia, que debió haberla lastimado y que no le había dado mucho placer. Quizás la próxima vez. Aprenderían juntos a amarse con sus cuerpos.
—Itachi-san, —dijo de pronto la niña rompiendo el silencio, —porque...porque usted... —ella no sabía cómo hacer aquella pregunta, pero Itachi le comprendió.
—Aun eres muy niña, no quiero embarazarte, —dijo acariciándole el cabello. —En unos años, no hay apuro, —y le besó la coronilla.
Tendrá que buscarse algún otro método para evitar embarazo. Había deseado mucho venirse dentro de ella y solo reaccionó en el último instante. No iba a arriesgar la vida y salud de su esposa por eso. Esperaría a que su cuerpo madurara por completo.
La recostó en las sabanas, y se fijó en la sangre acumulada en su vientre y entre las piernas. Sabía que era sangre, pues conocía muy bien el color negruzco que tomaba bajo la luz de la luna.
Le bañó su entrepierna con delicadeza, dejándola muy cohibida. Se limpió él suspirando y cambió las sabanas. Fue entonces que recordó las palabras de ella hacía un rato, y se llenó de júbilo.
Se recostó junto a ella atrayéndola a su pecho, abrazándola y besando sus cabellos sedosos.
—Hinata-chan... yo también la amo...
Su ovejita no dijo nada, solo se arrinconó más a su pecho. Era suya, su mujer en todo sentido. Ningún hombre del clan se la arrebataría.
Aquel día comenzaba el Rikka, o la llegada de la primavera, de acuerdo a los cambios estacionales del Nijūshi sekki. Itachi no se durmió por algún rato. Abrazaba a su esposa, escuchando su suave respiración y el vaivén de las ramas del cerezo florecido con el viento. Estaba dormida.
Owari