Título: Bajo un viejo paragüas
Personaje / Pareja(s): La mayoría de los dorados. Es un ShuraxAioria.
Disclaimer: Kurumada me ha puesto en un dilema con éstos dos. No hallaba cómo convencerme verdaderamente para escribir algo real para su relación. Me inventé un fic anterior a éste. Con lo que me logré imaginar estoy segura que hago un libro pequeño sobre ellos de entre 8 a 10 partes... Ni siquiera lo tengo en borrador, todo lo tengo en la cabeza grabado casi a fuego de tantas neuronas quemadas XDD... y ahí estará un buen rato u_u Pero gracias a esa historia desarrollé ésta con menos problemas. Un tanto menor, pero aún así es el mayor fic que he tecleado.
Advertencias: Si no te gusta el melodrama hay muchos ficcies de comedia por ahí.
Notas: Éste fic es un regalo para Aquarius no Kari, me decidí a subirlo en partes como pueden ver. Subiré un capítulo por semana.
Primera Parte
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La escuálida y pálida figura contrastaba de entre el grupo de aprendices y maestros, casi igual como la Luna llena en un cielo oscuro. E igualmente como el satélite natural de la Tierra, el niño no parecía pertenecer a donde estaba, era simplemente ilógico; sin embargo y a pesar de todo, él se dedicaba con total ahínco a sus ejercicios físicos y asignaturas de manera sistemática. Jamás decaía su perseverancia.
Todos los días, salía puntualmente a la misma hora del albergue comunal que compartía con medio centenar de chiquillos y se dirigía a la pila donde el agua fría que utilizaba para lavarse la cara era, por regla general, suficiente para despertarlo, aunque de vez en cuando y si eso no bastaba, el parco desayuno – manzana u otra fruta, pan con leche o un bollo de queso – que devoraba mientras subía al agreste campo de entrenamiento, le proporcionaba sin fallo alguno, ese último empujón para empezar su larga jornada.
Cualquiera que se diera un tiempo para observar al pequeño español terminaría por comprobar que las apariencias engañan y que si es verdad cuando dicen que se gana la mitad del camino por andar, con el simple hecho de decidirse a emprender cualquier meta que se desee, entonces la resolución que destellaba en sus ojos ya le valdría por lo menos un ascenso seguro en la Orden.
Era siempre de los primeros en pisar el polvoriento y lastimado yermo que pertenecía a los más jóvenes miembros de la Orden Ateniense, es decir, a aquéllos que aspiran alcanzar un lugar que muy pocos verán concretado: a los inexpertos principiantes; y también era de los últimos en retirarse.
El menor, conociendo su gran tenacidad – que para él significa su mejor cualidad – no recelaba en explotarla al máximo. Por ello, aunque ese día en particular tendría una clase libre por la tarde – ocasión regalada por la enfermedad de su maestro de Historia – el hispano se dispuso a continuar sin interrupción con el perfeccionamiento de sus tablas físicas.
Tan ensimismado se encontraba en su rutina de ejercicios que no se percató que la mayor parte de sus compañeros habían concluído la suya propia, esto es, hasta que uno de ellos, un brasileño llamado Aldebarán – que de no ser por su patente y completa inocencia no creería que fuese menor que él – le avisó del concenso grupal.
"¡Vámonos, Shura!" azuza su compañero, viendo extrañado que el susodicho continuaba su entrenamiento "Ya no tarda en caer un chubasco" avisa y agrega salamero "¿O te crees planta y supones que con la lluvia podrás crecer y alcanzarme un poco más? Sólo te enfermarás del diluvio que necesitarías para lograrlo" termina riéndose de su chiste privado.
Y es que el carioca – aspirante a la armadura del Toro - había sido siempre blanco de burlas debido precisamente a su descomunal estatura y aunque Shura nunca participó en tales chanzas, cada que tenían la oportunidad de relacionarse, el ibérico – muy a su pesar - no podía evitar un gesto de desconcierto debido a la diferencia de estatura entre él y Aldebarán, lo cual a éste último le hacía mucha gracia porque era absolutamente raro que su entonces conocido mostrara alguna otra emoción aparte de su casi perenne seriedad. Éste tipo de aceptación le dió al menor la suficiente confianza y estima en sí mismo para sobrellevar esa inseguridad, - inducida injustamente por algo que sencillamente escapaba de sus manos - logrando estrechar su lazo de amistad y camaradería con el ibérico, así como también para aumentar poco a poco su círculo de amistad con otros chiquillos. Y lo que son las cosas, el porvenir tuvo para el brasileño más amigos de los que la mayoría de los dorados pudieron conservar a través de los años.
Aldebarán fue su primer amigo en este lugar y fue el eslabón responsable de presentarlo con, quienes anhelaba, serían sus compañeros de batalla en un futuro; si es que llegaba a quedarse con algún puesto dentro de los muros del Santuario.
En un principio, cuando oyó la llamada de Aldebarán, Shura pensó que quizás llegó un mensajero con una citación imprevista por parte del Patriarca, asunto que por supuesto era dirigido en exclusiva para los maestros y éstos, a su vez, cuando el grupo de inquietos chiquillos se quedaban sin una supervisión competente, invariablemente les asignaban sólo tareas por escrito; sin embargo, rápidamente se tranquilizó al saber la verdadera razón de la retirada general.
Lanzando una indolente mirada hacia el amenazante cielo, replica indiferente "Seguro no me matará" y da media vuelta dando por sentada la interrupción. A esto, Aldebarán detiene sus pasos para observarlo mejor.
"Eso lo puedes apostar" acepta, entrecerrando los ojos "pero aún así no saldrás bien librado, porque te em... mmhp-" en ese instante algo agridulce, extremadamente pegajoso y de consistencia grumosa fue imbuido intempestivamente a su boca por obra y gracia de un chiquillo inquieto, un italiano que se autonombraba como Death Mask, si se preguntan porqué lo hacía así, nadie en el Santuario lo sabía, aunque casi todos sus compañeros apostaban a que su verdadero nombre era tan feo que prefería llamarse de esa forma tan peculiar; o mejor dicho, tan impropia para un niño. Nadie sabía que en realidad fue su maestro quien les quitó su nombre, su pasado en la orfandad, sus sueños, todo de lo que fue capaz de suprimir se los arrebató y sólo les dejó vivir el presente; adoctrinándoles que el ahora sólo pertenecía a quienes lo reclamasen con la fuerza de su poder. Y fuese injusto o no ese precepto, no importaba.
Al momento que Shura se extrañó por la repentina suspensión en el sermón que le ofrecía Aldebarán, se detuvo a indagar la razón de ello para nada más encontrarse con el antes mencionado italiano en escena y en plena acción. El travieso festejaba su hazaña realizando una serie de exageradas gesticulaciones imitando el predicamento del brasileño. Y éste al darse cuenta, le hizo acreedor a su victimario de la postura más intimidante de la que fue capaz de mostrar; lamentablemente su estatura, su mayor fuerza física, su ceñido entrecejo, su quijada rígida, sus puños como mazos y su mirada torva, no causaron el efecto deseado.
Y es que aparte de que el siciliano se metía muy a menudo en problemas con prácticamente todos sus compañeros debido a que tenía una marcada tendencia a dar rienda suelta a sus instintos, sin restricción alguna; era de común conocimiento que el carioca es un ser incapaz de matar ni una mosca, mucho menos ensañarse con alguien por una simple broma.
Y ni siquiera podían demandar algún tipo de reprimenda o esperar alguna sanción por parte del maestro de Death Mask porque hasta él mismo incentivaba a sus alumnos a demostrar su superioridad, ya sea con fuerza bruta, con argucia o cualquier otro eficaz medio de sometimiento del que fueran capaces de dominar.
"Te meterás en problemas" advierte el español porque siempre habrá quién le avise al Patriarca. Sólo obtuvo por respuesta que el italiano le dedicara una sonrisa que decía que precisamente era eso lo que buscaba.
Con un sonoro suspiro - que casi se convierte en bufido - Shura termina dándose por vencido e ignora por completo al travieso de ojos azules y traslada su atención al otro menor, que para estos momentos ya había renunciado en su intento intimidatorio y sólo hacía aspavientos, rayando en la desesperación, por el ansia de tener una sustancia extraña dentro de su boca que se deslizaba peligrosamente hacia su garganta.
"Será mejor que te enguajes. Ven, vamos allá" dice Shura, posando su mano sobre su espalda para encaminarlo cuesta abajo hacia el extremo sur del conjunto de chozas a donde se encuentra el pozo y la pileta. Mientras ellos llegaron al abrevadero y diluían con agua aquella mezcolanza - que por suerte no fue tan dificil como aparentaba - el dueño de inquietos ojos azules se había perdido de vista, enfilándose a rumbo desconocido, pero que muy seguramente preferirá aquéllos que le concedan mayor diversión.
Cuando terminaron de eliminar todo rastro meloso, el brasileño ya había olvidado su reciente atropello con el albino y ya estaba narrando con gran animosidad su pequeña odisea a unos chiquillos que se habían acercado al lugar, buscándolo porque querían invitar a Aldebarán a jugar con ellos. Observando la interacción, el ibérico se sorprendió del nulo rencor con que su voz detallaba los pormenores. Porque, estaba seguro que si él hubiera estado en su lugar, su enojo todavía no se habría disipado y concluyó que, después de todo, su inocencia podía ser una bendición. Brevemente pensó que en unos cuántos años más esa virtud terminaría por desaparecer o quedar muy poco de ella como para hacerse valer, pero viendo al pequeño gigante tan optimista en su visión general de la vida terminaba deseando que toda la bondad que él sabía residía en Aldebarán – y a veces sospechaba que era directamente proporcional a su tamaño - triunfaría contra toda adversidad futura. Aunque eso sólo el tiempo lo dirá.
Viendo la oportunidad, él se retiró sin despedirse, de regreso a su inicial decisión de realizar entrenamientos extra. Atisbando fugazmente el cielo supo que debía apurar sus ejercicios si es que pensaba aprovechar lo que le quedaba de la tarde.
Y vaya que entrenó hasta que quedó satisfecho.
De vez en vez, la brisa sofocante que imperaba daba paso a un vientecillo que a ratos refrescaba, como obvia señal de que se anunciaba una próxima tormenta, pero de ésto el hispano ni siquiera lo apreciaba porque era tal el compromiso en sus laboriosas prácticas que lo único que sentía era la estimulante adrenalina correr por todo su cuerpo. Este incentivo le provocó exponencialmente, el aceleramiento de sus latidos, al mismo tiempo que el calor que despedían sus exigidos músculos - tendones y osamenta incluídos - le provocó la natural irrigación de sudor como respuesta, antes que su cuerpo llegase a descompensar el delicado equilibrio de temperatura que corresponde a cualquier ser vivo de sangre caliente.
Pero, no fue sino hasta que las primera gotas tocaron su cuerpo, que se permitió disfrutar cierta sensación de orgullo. Sin embargo, en el grado que dichas gotas se multiplicaban y escurrían desde lo más alto de su coronilla - arrastrando consigo la sal que él expelió - la inicial presunción que experimentó se convirtió en completa humillación. ¡Ah, cuánta razón tuvo Aldebarán al advertirle en su necedad!
Tan repentinamente se desató el diluvio que en cuestión de segundos le fue imposible mantener los ojos abiertos por más de un pestañeo. En definitiva, se halló abruptamente inválido para encontrar refugio porque prácticamente caminaba a ciegas.
Y aunque Shura siempre se había mostrado ecuánime con su Destino, en muchas ocasiones disimuló una seguridad que no sentía por completo, aunque nunca permitió que eso quebrantara su fé en la divina figura de Palas. Ésta vez, sin embargo, con el viaje a su tierra natal a cuestas para comprobarse como un individuo de suficiente valía ante los ojos de su maestro y su Diosa, se vió catapultado a un estado de ansiedad continua por lo menos desde hace varios meses atrás. Y sólo ahora, al sentirse vencido por la naturaleza, ésa carga que sobrellevaban sus hombros se sintió enorme y aterradora.
Fue el detonante para que sus más profundos miedos salieran a flote.
Si no era capaz de superar esta nimiedad ¿con qué fundamentos podría aspirar a pertenecer al selecto grupo de los protectores de la Diosa de la Sabiduría?
Los tentativos pasos que daba entre el lodazal eran fiel reflejo de su batalla interna y aunado con el escozor en sus ojos que aumentaba exponencialmente la sensación de impotencia, con celeridad vió doblegarse su tierna autoestima y pundonor hasta que un infortunado traspié lo hizo caer de bruces.
Plena y dolorosamente consciente de su deplorable estado, sintió colmada su frustración y lloró porque era lo único que podía hacer y porque, a pesar de todo, todavía era un niño.
Se encontraba tan sedado dentro de su burbuja de autoconmiseración que no percibió la proximidad de una figura hasta que prácticamente ésta llegó a su lado. Él se incorporó deprisa, aunque aún estaba en cuclillas cuando el extraño le tomó la mano suavemente para que asiera un objeto, que resultó ser un paragüas. O al menos eso fue lo que presumió cuando dejó de sentir las hinchadas gotas sobre sí; y desde que apenas podía ser capaz de soportar una finísima abertura en la parte inferior de sus ojos sin lastimarlos, tan sólo veía haces de luz a través de sus lágrimas; por ello, principalmente gracias a sus otros sentidos logró suponer que únicamente era una persona quien estaba frente a su miserable figura.
Girando su cabeza, después de reprocharse a sí mismo por la grave falta de atención, pretendió enfocar al extraño, pero tardaba más en intentar abrir los ojos que en volver a cerrarlos y aunque ahora era capaz de distinguir distancia y tamaño su visión aún era borrosa, de tal manera que alcanzaba a divisar la formas con una luz y color distorsionados, por culpa de haber tallado tanto sus ojos para limpiarlos.
Así fue que al saberse sorprendido en tan vergonzosa situación le picó el orgullo que aún le quedaba y pasó de estar sentado en el lodo a ponerse de pie de un salto, incentivado principalmente por el cabreo que tenía consigo mismo.
"¿Q.. qui...e..." no terminó de formular su indagatoria porque, a pesar de su enojo, no logró reprimir un temblor en su voz. Y es que su honra todavía estaba un poco más que dañada de lo que pudo asumir.
Y si en alguna parte de su cerebro tenía la idea de atacar de nuevo, ese intento murió definitivamente cuando una mano sostuvo con gran cuidado su mentón, amablemente inclinando su cabeza hacia atrás para exponer su cara al otro. El suave roce de un paño limpió todo rastro de lodo, sudor y de testarudos lagrimones que reacios colgaban de sus pestañas. La oportunidad de verse menos digno de piedad se esfumó por completo ante un inesperado gesto por parte del extraño; un fugaz beso fue plantado en su boca. Por un momento todo proceso mental quedó perfectamente ilustrado como una continua línea horizontal. En blanco total. Entretanto, de sólo ver petrificado al pequeño español con su boca que abría y cerraba con celeridad, aunque sin alcanzar a emitir sonido alguno, su benefactor – y ladrón confianzudo - soltó una divertida risa, que él enseguida reconoció como perteneciente a aquélla a la que se había acostumbrado a oir, no desde hace mucho tiempo, pero que ya era inolvidable para él. Claramente visualizó en su mente la enorme sonrisa y brillantes ojos de Aioros.
"Uh...¿porq... ¡Pero qué...nh...!" ahora su perturbación era de un tipo diametralmente opuesto, pero al parecer no dejaba de poseer idéntica propiedad restrictiva sobre él. La verdad era que simple y sencillamente no estaba preparado para ese acontecimiento.
"¿Mmh? Es por el beso ¿verdad?... Pero en serio, Shura ¿no te gustó nadita?" lanza la pregunta Aioros muy quitado de la pena y lo más peculiar del asunto es que la inflexión en su voz no mostraba signos de decepción, era más bien curiosidad "En mi experiencia, siempre ha sido buen remedio para un corazón herido. O ¿no fue así?" finalizó con acusada suavidad.
Y frente a semejante explicación, el hispano no halló ni pizca de resquemor dentro de sí. La única excusa válida que tenía para sentirse sinceramente ofendido – aparte del atrevido accionar de su amigo - era que ése fue su primer beso y debido precisamente a éste detalle tan íntimo, estaba más que claro que ésto no pensaba confesárselo al otro. Ni muerto.
"¿Estás bien?" amablemente indaga el castaño después de darle unos momentos de reflexión.
Lanzando un sonoro suspiro al aire, el ibérico permite entrever una pequeña sonrisa, como rendición y final aceptación ante la verdad encerrada en la sencilla respuesta que el griego le espetó con tanta naturalidad. Y sólo asiente a su pregunta.
"Bien. Entonces, ven. Vamos a las piletas para que te limpies bien tus ojos" señala el mayor con tranquilidad, al apreciar en el otro su habitual serena personalidad. Su ahora recta postura denotaba su innato temple ante la adversidad. Y aunque Shura continuaba forzosamente con los ojos cerrados, empezó a caminar con vasta seguridad.
Igualmente Sagitario comienza a encaminar sus pasos hacia el lugar indicado por él. Pero cuando alcanzaron la entrada al área, el castaño indicó su definitiva partida.
"Creo que de aquí en adelante podrás llegar a las piletas sin problema ¿no?" dice deteniendo su andar donde se dividen los caminos "Me has de disculpar por no acompañarte más, pero todavía necesito asegurarme que a Aioria no se le ocurra jugar en medio de la tempestad o en los charcos, después que termine el diluvio. Digo, para el caso es lo mismo, porque aún está resfriado" resopla resignado "¡Hey! Y deja de restregarte los ojos así, tardarás más en recobrar la nitidez en tu vista. Anda, apúrate. Te colocas bajo el chorro de agua durante un buen rato y llegando a tu dormitorio, te bañas con agua calientita y colocas una toalla húmeda con té de manzanilla sobre tus ojos hasta que ya no sientas molestia alguna" termina, usando su coloquio en modo paternal, demasiado parecido al que a menudo utiliza con el pequeño Aioria.
Y si Shura hubiese sido capaz de contener sus ojos abiertos por más que un breve momento, seguramente los hubiera rodado y entonces Aiorios soltaría otra escandalosa carcajada. Pero a pesar de todo, el hispano en verdad apreciaba su preocupación. Y de lo que estaba completamente seguro es que éste incidente no lo iba a olvidar nunca. Por más de una razón.
"Sí, lo haré así" contesta Shura casi en automático, porque está más que acostumbrado a las órdenes del mayor "Gracias por..." continúa, pero se interrumpe abruptamente; ¿qué sería correcto decir? ¿por la ayuda? ¿por no burlarse demasiado? ¿por consolarlo? ¿por su primer beso? "...por todo" al final supone que con esta corta frase comprende fehacientemente todo su sentir.
"De nada" escucha de inmediato la cantarina respuesta de Aioros "Seguro que tú hubieses hecho lo mismo" le asegura con la ligereza de quien lo ha conocido por años "Nos vemos después. Cuídate." se despide con unas palmaditas en su hombro.
"Adiós" parcamente responde Shura, mientras escucha el chapoteo de las zancadas del otro.
Antes de darse media vuelta, quiso verlo. Fue así que, entre continuos parpadeos, pudo distinguir la figura distante de Aioros, envuelto en una empapada capa – la cual seguramente había visto mejores días – que lo cubría desde la coronilla hasta arriba de las rodillas, alejándose con gran destreza por el fango. Dirigiendo sus pasos al abrevadero, el español al fin pudo tener un vistazo del paragüas, raído en partes y decolorido por los años; pero que, aún y todo, resultaba ser buena protección. En parte, le recordaba a su dueño. Y entonces, caviló medianamente en la respuesta de Aioros, ésa que lo aseveraba como una persona capaz de hacer lo mismo que hizo el mayor. Y terminó preguntándose si en verdad, alguna vez en su vida, podría ser el consuelo de alguien.
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Una parte y quedan tres...