Capítulo 1: El Camino de un Vagabundo
El eco de sus pasos podía compararse perfectamente con el compás de las manecillas del reloj. Tic-tac, tic-tac. Parecía como si el tiempo mismo lo estuviera persiguiendo en la oscuridad de la noche como cual cazador acechando a su presa.
—¡Yasuo! ¡Detente! —La voz del guardia le erizó la piel por completo y, aterrorizado de que fuese capturado, invocó al viento para que pudiera aligerar sus pasos y dejar a quienes alguna vez llamó amigos, atrás. No detuvo su carrera un sólo minuto, cruzó la villa en la que había crecido, cruzó ríos, bosques y grandes pastizales, bendecido por una ventisca tan fuerte como las olas más grandes del mar, su magnificencia nada comparada con la del hombre perdido y traicionado al que protegía.
Yasuo dejó de correr cuando sus piernas ya no podían moverse del cansancio, cuando aquella mochila con las pocas pertenencias que pudo rescatar se sentía tan pesada como el dolor en su corazón.
—Nadie me escucha… —Murmuró al aire, colapsando en la base de un gran roble. —¿Por qué?
El viento aulló en respuesta, haciendo obvia la inmensa soledad en la que Yasuo se encontraba, la ventisca provocándole un escalofrío que lo obligó a abrazarse a sí mismo y ahí, exhausto y debilitado, se quedó dormido mientras las frondosas hojas del árbol hicieron lo posible por cobijarlo de la fría luz de la luna.
La abrasadora luz del sol le dio la bienvenida al recién despertado samurai. Yasuo se restregó los ojos e inspeccionó los alrededores, buscando alguna señal que le indicara donde estaba. Pero obviamente, no tuvo mucho éxito estando metido entre un montón de árboles. Se apoyó sobre el tronco del árbol y se levantó rápidamente, estirando sus piernas y sus brazos que estaban entumecidos de tanto dormir.
¿Dónde diablos estoy? Se preguntó Yasuo, recordando que había llegado a este lugar en su intento por escapar, que había resultado aparentemente exitoso. Sin darle más vueltas, se aseguró de amarrar bien su espada a su cintura y pasó por su hombro la liviana mochila que traía. Observó un camino de tierra que iba descendiendo por lo que parecía una colina.
Yasuo suspiró: —Ni siquiera recuerdo por dónde llegué.
Siguiendo su instinto de orientación, decidió que bajaría por el sendero que había visto, al fin y al cabo tendría que moverse de ahí si no quería ser encontrado.
Vagó por el bosque durante largas horas, vio flores, animales y cantidad de criaturas que habitaban el lugar, pero tenía que admitir que el camino había desaparecido y ya no tenía ni idea de dónde estaba. Sin embargo, no detuvo su andar y siguió dando paso tras paso, como si algo en él lo orientara. Para su sorpresa, terminó llegando a una especie de manantial. El agua caía en un fino chorro que llenaba una bandeja de piedra, la cual era sostenida por la estatua de una mujer. Era algo tan hermoso que Yasuo se halló embelesado por la escultura; acercó su mano para tocarla, pero la presencia de un tercero en el lugar lo obligó a actuar de inmediato y sacar su espada, apuntando al supuesto enemigo.
El niño soltó el balde que llevaba en las manos y alzó sus manos en defensa antes de decir: —¡L-Lo siento señor! No quería molestarlo… yo sólo vine por un poco de agua, — La aguda voz del chico fue bajando de volumen poco a poco. Su cabello lacio y sus ojos marrones casi negros tan parecidos a los de Yasuo lo miraron fijamente; el niño estaba usando un pantalón marrón que le llegaba un poco más allá de las rodillas y una camisa azul con algunos agujeros. Yasuo bajó su arma inmediatamente y la envainó, realmente no quería espantar a la única oportunidad que tenía de saber como salir de ahí.
—Lo siento —Se disculpó, brindando una reverencia antes de ir a recoger la cubeta que cargaba el niño. —Pensé que eras alguien más.
Extendió la cubeta y el niño la tomó entre sus manos, mientras aceptaba sus disculpas. Miró a Yasuo de nuevo, penetrándolo con esa inocente mirada que tenía y luego sus ojos viajaron a su espada amarrada a su cintura; la señaló y dijo:—Si tienes una espada es porque irás a pelear, ¿no?
A Yasuo le sorprendió la pregunta, pero desde que toda Jonia estaba siendo aterrorizada por los Noxianos invadiendo su hogar, asumió que este niño no era ignorante de lo que pasaba.
—No exactamente, —Comenzó a contar. —Ayer estuve peleando contra el ejército de Noxus, pero por un par de eventos desafortunados terminé en este bosque y estoy perdido.
El niño asintió al entender lo que decía y ahora con la cubeta en su poder, pasó a Yasuo y se dirigió a la fuente. No sabía si tomar esa actitud del niño como un gesto de grosería, ¿había sido ignorado? —Esta es la estatua de Kaori, un espíritu que cuida este bosque. Papá dice que ella fue una guardián muy fuerte que castigaba a los chicos malos con sus poderes.
Yasuo observó cómo el niño alzaba los brazos lo más alto que podía para llenar la cubeta de agua, sin dejar de prestarle atención a la historia que le contaba.
—Cuentan que Kaori puede ver en el corazón de las personas: si hay malicia o bondad... y la verdad no sé qué hace, pero los guía hasta una fuente y utiliza su magia para hacer que beban de ahí —Yasuo abrió los ojos en sorpresa, un tanto asustado ¿A eso se debía esa extraña sensación de "orientación"?
El niño bajó el balde una vez estuvo lleno, se acercó de nuevo a Yasuo y le enseñó una sonrisa. —No te preocupes, esta es la fuente buena, la otra nunca la he visto y papá dice que nadie ha regresado nunca vivo de ahí…
Yasuo lo miró y luego a la fuente que estaba frente a él. —Ya veo...— Murmuró, un tanto atrapado por esa pequeña historia que le inundó la mente de recuerdos de Yone y las historias que leían cuando eran niños.
—Por eso no te tengo miedo, si llegaste aquí, es porque Kaori sabe que eres bueno —Y el niño soltó una risita. El corazón de Yasuo se sintió tan tibio y lleno de felicidad al ver al chico reír que no pudo evitar contagiarse de ese gesto y así, sus labios se tornaron en una sonrisa. Tanto tiempo viendo sangre y dolor, miedo y lágrimas de la gente inocente que intentaba proteger, le había hecho creer que el mundo estaba lleno de crueldad y egoísmo. Este niño, por otro lado, parecía recién salido de una fábrica de alegría, listo y preparado para repartir esa emoción al que viese perdido en la oscuridad.
—Esta historia, la sabes muy bien, —Le dijo el samurai, empezando a sentirse ameno con la compañía del chico.
—Lo sé, mamá me la cuenta todos los días antes de dormir, ¡Es mi favorita!
Un sentimiento de nostalgia bañó su mente por completo, porque esos ojos, esa sonrisa, esas expresiones… Es idéntico a Yone. Pensó.
El chico se quedó horas y horas hablando de las muchas historias que le contaba su madre, Yasuo atento a todo lo que decía. Le contaba que siempre venía a esa hora a recoger agua del manantial para su abuela herida y de lo mucho que extrañaba a su padre que había ido a curar a los heridos en la guerra. El niño había ido y vuelto de su casa para traerle bocadillos y una cantimplora donde recoger el agua para beber, y así Yasuo se olvidó de que hacía una noche era perseguido por los guerreros más fuertes que ahora lo llamaban "traidor". Poco a poco el sol empezó a descender y el chico se levantó para regresar a casa.
—Me dijo que estaba perdido, ¿verdad Señor? —Le preguntó el niño antes de irse.
—Sí, estaba por preguntarte si sabes donde puedo encontrar una salida de aquí, al menos cómo llegar a algún pueblo cercano —Yasuo se rascó la nuca un tanto aliviado de que su sospecha de haber sido ignorado no era del todo cierta, pues el niño lo había recordado. Pero estaba nervioso, pues si este niño no sabía un camino fuera de este lugar tendría que encontrarlo el mismo antes de que se topara con gente indeseada.
El chico asintió y dijo: —Hay un pueblo llamado Nanzhou, mamá y yo lo bajamos casi todos los días para ir a comprar la comida. Ya te podrás imaginar que no está tan lejos…
Yasuo miró al niño y le ofreció una sonrisa. —Te agradezco mucho. —Dijo con un tono amable, antes de extenderle la mano y devolverle la cantimplora que le había prestado.
—Quédatela, es un obsequio. —Y así el niño salió corriendo lleno de emoción. Yasuo sólo se quedó estático, colocando el regalo sobre su pecho. Una vez la figura del niño desapareció entre los árboles, Yasuo lleno el frasco en el manantial. La estatua de la mujer que sin duda parecía un ser celestial, lo observó desde su lugar, imperturbable. Antes de irse, agradeció al espíritu por guiarlo hasta ese chico, hasta ese manantial, donde pudo encontrar una pequeña pizca de paz que creía haber perdido desde que empezó a blandir su espada contra sus enemigos.
Sus pasos lo llevaron hasta una salida entre los árboles, donde pudo observar desde una colina el pueblo que el chico le había descrito. Sabía que si quería probar su inocencia y recuperar la vida que tuvo alguna vez, tendría que emprender un viaje demasiado peligroso, renunciar a sus enseñanzas y estar dispuesto a sacrificarlo todo.
Pero fuera como fuera, iba a encontrar a ese maldito asesino noxiano.