Hola. No sé si alguien se acuerde de la existencia de esto, pero sigo viva, y estoy tratando de rescatar viejos proyectos. Entre ellos este. Así que, si alguien todavía tiene el gusto de leer esta cosa, sepa que lo amo.

Ok no.

Pero que trataré de continuarlo.

Y probablemente le cambié el título a algo más adecuado. Además, tenga en cuenta que no he escrito esto por más de un año, puede que mi estilo haya cambiado, o que las cosas ahora se vean diferentes a la manera a la que se veían antes, pero trataré de continuar esto lo más "normal" posible.

También tengo planeado un one-shot, desde hace siglos de hecho, así que lo más seguro es que nos estemos leyendo.

Percy Jackson pertenece a Rick Riordan.

Estoy sin beta, y sin mucho tiempo para revisarlo, así que probablemente esto tenga faltas de ortografía. Lo lamento muchísimo.

También lamento si queda OoC.


Chapter 4: The supermarket worker.

A Nico le gustaban las aceitunas.

Más que eso, las adoraba.

Esas pequeñas bolitas de sabor que no podía describir y que hacían que su boca salivara en exceso.

Era ese amor de Nico por las aceitunas lo que hacía que Percy se pasara la vida diciendo que su "media naranja" debía de ser alguien a quien no le gustaran. La Ley de las Aceitunas.

Alguien veía demasiados show últimamente.

Pero las aceitunas eran su parte favorita de ir a la casa de Jason. Casi que la única parte de que le gustaba.

Thalia las adoraba también, así que en el refrigerador siempre, siempre había un frasco de vidrio de tamaño gigante con aceitunas. Nico creía que si existía un paraíso debían de haber muchos frascos así en él.

Por eso, odió a Jason sobre todas las cosas cuando hizo arrancado de sus manos el frasco —que estaba a punto de abrir para comenzar a comer como el eterno muerto de hambre que era—, lo dejó de nuevo en el refrigerador, cerro de golpe la puerta, y con la cara más seria le anunció que iban de compras.

—Grace, ¿estás borracho o drogado?

—Ninguna de las dos —Jason se pasó la mano por el pelo y lo miró desesperado—, olvidé que me tocaba la compra esta semana, Thalia llega mañana, y es capaz de colgarme de las pelotas en el balcón si no la hago.

Nico enarcó una ceja. Le resultaba curioso como todo el mundo creía que Jason era la persona más correcta y educada sobre la faz de la tierra, cuando en realidad era justo lo contrario.

—¡Vamos! De igual manera teníamos que ir a comprar snacks.

—En realidad no, Percy los iba a traer.

—Nico, por favor, mi vida depende de esto.

Se miraron fijamente por unos segundos. Finalmente, Nico cedió.

—Tú pagas el helado. Y voy a querer el más grande que encontremos, y de chocolate, o Nutella —Nico ya podía imaginarse con su helado.

—Muy bien.

Y después de eso lo había arrastrado a todo correr por las escaleras (por el ascensor estaba malo desde el inicio de los tiempos), y lo había hecho correr los como setenta metros que habían entre el edificio departamental y el supermercado.

Eso había hecho que Nico lo maldijera una vez más.

Para aquel sábado tenía un día tranquilo. Se había levantado tarde, había desayunado pizza fría que había quedado de la noche anterior, se había alistado y había venido donde Jason, donde habían quedado, junto con Percy, que harían un maratón de videojuegos y películas hasta el domingo.

Un fin de semana completamente normal.

No había planeado ser arrastrado hasta un supermercado, ni estar recorriendo los pasillos con un carrito rojo, que le provocaba ganas tanto de lanzarlo contra una pared como de subirse en él e impulsarse por el pasillo gritando "¡Wiii!".

En un momento determinado, Jason tomó dos piñas y se las mostró, preguntándole cuál debía llevar. Cómo si Nico supiera algo de frutas, o estuviera mínimamente interesado en ellas.

—Jason, son unas putas piñas, lleva cualquiera —masculló de mala gana, apretando los dientes.

—No son lo mismo, esta —levantó un poco la que tenía en la mano derecha—, está un poco más madura que esta —levantó la mano izquierda—, por lo tanto, si llevo esta, se pondrá mala antes que esta otra, pero si llevo esta otra, puede que no esté suficientemente madura, así que no estará antes de que Thalia se vaya, y luego me la tendré que comer solo.

—Grace, repito, ES UNA PUTA PIÑA. No sé de piñas, y no me interesa en lo absoluto, así que lleva una más pequeña, o la que te dé la gana, pero decídete de una vez.

A veces, Nico se preguntaba cómo es que había terminado juntándose con gente como Jason, Percy o Leo. Después recordaba que eran las pocas personas que soportaban su humor agrio y mordaz, y se prometía a sí mismo dejar de ser tan quejumbroso.

—Ugh, de acuerdo, de acuerdo.

—Y apúrate, son casi las tres, Percy dijo que llegaba antes de las tres y media, y definitivamente no quiero oírlo quejarse de que salimos sin él o algo estúpido como eso.

Jason rió un poco y la cicatriz de su labio de estiró.

Por un momento, Nico se preguntó que se sentiría besar a alguien como Jason.

Descartó el pensamiento con una sacudida de cabeza. Estúpidas hormonas adolescentes que lo atacaban.

Jason era su mejor amigo, nada más, no tenía el más mínimo interés romántico en él, ni quería tenerlo, y sería capaz de matarse si llegaba a pasar algo como eso.

Ya había pasado suficiente con su crush hacia Percy. Estar enamorado de un amigo, amigo que es heterosexual comprobado, era algo terrible.

No era una experiencia que quisiera repetir, además, solo pensar en salir con alguien como Jason… Ugh, le daba grima.

Reprimió el escalofrío que sintió subir desde la punta de sus pies. Prefirió solo seguir a Jason, que ya se había alejado un par de pasos, dirigiéndose hacia el área de lácteos, y dejar de lado esos pensamientos acerca de romance que tanto le desagradaban.

—Nico, ya solo tengo que buscar el queso, la leche y el yogurt, ¿por qué no te adelantas por el helado, las palomitas y las demás cosas, y nos vemos en el área de cajas?

Nico asintió, gracias a los dioses la experiencia en el supermercado llegaba a su fin.

Pasó al lado de Jason, quien se había vuelto hacia los quesos, y llegó al congelador de los helados.

Se inclinó, y buceó el tarro más grande que pudo encontrar, salió victorioso con uno de dos litros, de chocolate, con chispas de chocolate. Toda una bomba dietética.

Después, fue al área de los snacks y vació en el carrito muchas palomitas de caramelo, queso cheddar y mantequilla, papas tostadas, y varias otras cosas que se veían apetecibles, así como varios litros de refresco.

Una vez con suficientes provisiones para la noche, se encaminó al área de cajas y esperó a Jason.

El supermercado estaba casi vacío, así que no se molestó en formarse en fila.

Observó detenidamente el estante de pastas dentales que se alzaba justo al frente, hasta que una voz lo sacó de sus pensamientos.

—Hey.

Se volteó de un salto.

Era el chico de la goma de borrar.

Will había comenzado a buscar trabajo desde el momento en el que puso un pie en New York.

No era exactamente que necesitase el dinero desesperadamente, sus padres eran doctores, y le daban todo lo que pudiera necesitar, e incluso más en algunas ocasiones, pero le gustaba tener dinero que sabía se había ganado por sí mismo.

Y algo que hacer los fines de semanas.

Sobre todo eso.

Era nuevo en la ciudad, y no le sobraban los amigos o conocidos con los que estar saliendo, así que un trabajo le venía perfecto.

Después de dar vueltas en varios cafés, tiendas pequeñas y otros locales, terminaron contratándolo en un supermercado. Era genial, le quedaba bastante cerca de casa, y los demás empleados le trataban muy bien.

Tampoco podía quejarse de la paga.

Comenzó solo acomodando estantes, pero el gerente le fue tomando confianza, y al final terminó de cajero.

Le gustaba aquello, siempre había sido muy bueno tratando con la gente, y aunque al final del día era cansado, no podía quejarse.

Un sábado que no pintaba para nada anormal, y en el que no había ocurrido nada interesante, pasó algo.

Tarareaba Miss Atomic Bomb de The Killers por bajo, mientras golpeaba la mesa con los dedos cuando lo notó.

Era el chico de la escuela al que le había prestado su goma de borrar, que luego había olvidado pedir de vuelta. El mismo que había hecho que se le erizaran los diminutos vellos de la nuca con aquellos ojos oliva tan profundos que tenía.

Tragó grueso.

La última vez que había pensado en ello, había llegado a la conclusión de que podía tener un leve interés en aquel chico, y que trataría de hablarle, para saber si debía alimentar ese interés, o si por el contrario debía tratar de eliminarlo.

Pero justo ahora que lo tenía al frente, esa determinación vacilaba un poco.

Miró hacia ambos lados, tratando de ver si su gerente se encontraba por ahí, que pudiera regañarle o algo por dejar su puesto unos momentos.

No había moros en la costa. Ni clientes. Charlie, otro cajero, estaba facturando la compra de una familia, o lo que parecía ser una familia, y aparte de ellos, y Nico Di Angelo (había averiguado su nombre), que estaba apoyado en un mueble cerca de su caja, no había nadie.

Respiró profundamente.

Muy bien, Will, no es momento para ser cobardes. Sé valiente, tampoco vas a detonar una bomba o a hablar con el presidente, es solo un chico de tu edad, a quien le prestaste una estúpida goma de borrar. No es la octava maravilla del mundo.

Volvió a respirar profundamente, salió de detrás de su caja, y se acercó a Nico.

—Hey —dijo.


Love ya, guys.