Infranqueable

Parte 1: Tiempo

-¿Por qué tuviste sexo con Lila?

-Yo pregunté primero.

-Tú lo hiciste primero.

-¿Esa es tu respuesta?

-¿Esa es? ¿En serio? Creo que no entendí bien tu pregunta, entonces…

Se miraron un largo rato; los azules ojos fundidos en los verdes; él en la cama, ella en el marco de la ventana; un par de metros entre ellos que se volvían un abismo en ese momento.

-Me acosté con ella porque estaba ebrio –soltó al fin, derrotado –y porque pensé que no me querías y porque Lila es increíblemente hermosa; por eso.

Helga resopló, al momento que clavaba la mirada nuevamente en el negro paisaje de la ventana.

-Yo lo hice porque te odiaba en la misma medida que te amaba y porque no quería odiarte, ni tampoco amarte tanto; lo hice porque quería demostrarme a mí misma que no soy como mi madre, y porque tenía demasiados problemas y porque se sintió demasiado bien cuando Elliot me tocó… por eso, y porque el chico me gusta, y mucho…

Arnold pensó que no habría nada peor que tener qué decir las palabras que acababa de decir; pero casi de inmediato comprobó que era infinitamente peor escuchar decir a Helga lo que acababa de decir… Diablos…

-Te amo, Helga, pero en este momento también te odio –lo soltó sin mucho pensarlo, sin pensarlo en absoluto, de hecho. Ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía que lo sentía… hasta ese momento. Odiaba a Helga, un poquito; sí. Tal vez más que sólo eso.

-Bienvenido a mi mundo –fue toda su respuesta.

Pasaron otro rato en silencio. Afuera, el viento arreciaba y los árboles aumentaban la cadencia de sus ramas.

-No quiero seguir así, Helga –soltó al final, derrotado.

-Entonces aléjate de mí –aún no lo veía.

-¿Eso es lo que quieres? ¿No tener nada qué ver conmigo jamás? ¿En verdad te soy despreciable hasta ese nivel? –estaba triste, sí. Y quería llorar.

-Quiero tener todo que ver contigo para siempre –soltó ella; los ojos aún clavados en el cadencioso vaivén de las en ese momento negras ramas.

-¿Entonces?

-¿Quieres llorar todos los días, Arnold?

-¡Por supuesto que no!

-¿Quieres vivir en una estúpida telenovela por el resto de tu vida?

-¿Estás loca?

-¡SÍ! –Al fin volteó a mirarlo; las lágrimas de nuevo corrían por sus mejillas, pero su rostro estaba furioso -¡Estoy loca porque a pesar de toda esta mierda quieres seguir conmigo, y yo quiero seguir contigo! ¡Estoy loca porque aunque sé que somos totalmente incapaces de llevar una relación madura, aquí estaba hace unos minutos, soñando con correr a la otra habitación y saltar en tu cama y acurrucarme contigo y pedirte perdón y rogarte por que no me dejes nunca!

El nudo se cerró aún más en la garganta del chico.

-Ya no quiero llorar, Helga –se llevó una mano a los ojos.

-¿Crees que yo amo ser una Magdalena? –se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas con muy poca delicadeza.

-Te amo.

-Y yo a ti.

Se miraron un largo rato de nuevo. Quería pensar tantas cosas, pero su cerebro estaba embotado. Sólo atinaba a verla ahí, recortada frente al vidrio de la ventana, frente a los negros árboles bailarines; el cabello brillándole de nuevo como delicadas serpientes de oro y plata. Ya no lloraba, pero sus ojos estaban tristes… tristes y cansados; pero su cansancio iba mucho más allá de los ajetreados días que había vivido últimamente.

Y entonces, producto de ese embotamiento mental, vino la luz.

-Ya no quiero ser tu novio, Helga.

La rubia lo miró un tanto resentida, pero no dijo nada por un rato.

-¿Ahora tú me terminas a mi? –soltó al fin; bajó la mirada y esbozó una deslucida sonrisa –sabía que no soportarías el que me hubiera tocado alguien más…

-No seas idiota.

La rubia al fin volteó; los ojos abiertos de par en par, la quijada ligeramente caída.

-¿Disculpa?

-Perdón, pero eso que lo que acabas de decir es muy estúpido…

-¿Ah, sí? ¿Entonces por qué me dejas? Antes de saberlo parecías totalmente dispuesto a recuperarme…

-Aún lo estoy.

La rubia lo miró con extrañeza.

-No te entiendo.

-Quiero que nos demos un respiro.

-¿Eh?

-No quiero ser tu amigo –resopló –, eso no puedo hacerlo, ya está comprobado –un resoplido de ella fue su única respuesta –, tampoco puedo ser tu novio, de momento; porque no haría más que lastimarte, y viceversa…

-No quieres ni ser mi amigo pero aún quieres recuperarme…

-Así es, pero más que nada, quiero ver si después de un tiempo caminando cada quién por su propio camino seguiremos queriéndonos de esta manera el uno al otro… Piénsalo: éramos un par de niños cuando nos dijimos "te amo" la primera vez; apenas duramos un par de meses juntos en los que nuestra relación no fue más que tomarnos de la mano y jugar con los otros chicos, porque eso es lo que hacen los niños; luego nos alejamos totalmente durante cinco años. Helga, ni siquiera hemos tenido una relación de verdad, jamás…

-Nuestra relación sólo existió en nuestras cabezas, ¿eh? –negó con una ligera y melancólica sonrisa en el cansado rostro.

-Exacto. Y como cada quien ha vivido una relación diferente, chocamos al tratar de juntarlas. Ni siquiera hemos sido amigos; nunca, Helga.

-No nos conocemos; ¿eso dices?

-Exacto.

Un rato más de silencio. ¿Qué horas serían ya? A pesar de lo interesante de la discusión, a ambos les picaban los ojos.

-Tienes razón –soltó la chica al fin, junto con un largo suspiro, que era mitad bostezo –ni siquiera sabemos quién somos realmente, y ya queremos pasar la eternidad juntos…

-Quiero tener una vida primero, vivirla contigo poco a poco… que las cosas se den como deberían haberse dado en una relación normal…

-O más bien ver si, en circunstancias normales, se daría una relación entre nosotros, querrás decir.

-Tal vez –asintió a la vez que bostezaba.

-¿Entonces quieres que veamos a otras personas?

-Quiero que seamos otras personas, y después de eso, ver si aún nos amamos.

Helga asintió, porque tenía sentido. No se conocían en verdad; peor ahora que habían cambiado tanto; ¿De quién estaban enamorados realmente? Eso era lo que había qué averiguar… y ver si era realmente amor lo que había en ellos… Porque ella en verdad había estado enamorada de Arnold, el niño; pero ahora el que tenía en frente era completamente distinto… y definitivamente ella era tampoco la niña que había sido, nunca más.

-¿Y el plazo será…?

La miró extrañado.

-Para saber si aún nos amamos –le explicó.

-Lo sabremos cuando llegue –resopló mientras se encogía de hombros.

Helga lo miró detenidamente. Había curiosidad en sus ojos.

-Pongamos los términos.

-¿Términos?

-Sí…

Estaba aceptando. Parte de él había deseado que no lo hiciera. Que le dijera que mejor olvidaran todo el asunto; que ya estaban a mano y que ahora siguieran con su vida; pero ella tenía razón; ahora lo comprendía. Se habían hecho mucho daño, y si seguían así, como si nada hubiera pasado, los rencores sólo se acumularían. Y él no quería eso. Quería un "para siempre" con Helga, pero el "Para siempre" implicaba un futuro; y el de ellos ya no existía, se había hecho pedazos. La única opción que les quedaba era comenzar uno de cero.

-No más te amos.

-De acuerdo. No más celos.

-Hecho. No más citas.

-Entre nosotros. Quiero salir con más gente; es divertido.

-Hecho, y aplica para mí también.

-Por supuesto.

-Puedes… -se aclaró la garganta; la chica lo miró con curiosidad –puedes… seguirte acostando con Elliot, o con quien se te dé la gana –lo dijo sin mirarla, enrojecido y obviamente molesto e increíblemente incómodo.

Los ojos de la chica se abrieron a toda su capacidad.

-¿En serio?

-Aplica también para mí –al fin la miró.

Para su sorpresa, Helga ahogó una risa.

-Bueno; no es que me importe especialmente si quieres meterte con Elliot tú también…

-¡Helga!... tú me entiendes… -Estaba más molesto y ahora bastante avergonzado también.

-Sí; sí –ahora sí se rió –carta abierta para ti también, cabeza de balón; métete con quien quieras y ten las novias que quieras…

-¿No te pondrás celosa?

La rubia se encogió de hombros.

-Quizás, pero como yo estaré haciendo lo mismo, no habrá demasiado problema.

Una quemazón nada agradable comenzó en el estómago del rubio, pero no dijo nada.

-¿Algo más que añadir? –inquirió la muchacha mirándolo ligeramente divertida.

-Sí –el chico se puso serio –, si un día te enamoras de alguien más, me lo dirás.

La rubia asintió más rápidamente de lo que a él le habría gustado.

-Lo mismo aplica para ti, melenudo. ¿Es todo?

Arnold asintió solemnemente, y comenzaba a pensar que era mejor apuntar todo eso cuando Helga volvió a hablar:

–Quiero añadir algo –soltó de pronto. Por toda respuesta, el muchacho clavó sus ojos en los de ella de nuevo –: no nos haremos ilusiones de volver; de hecho, hay qué pensar que esto es un adiós en etapas, porque no podemos cortar de tajo lo nuestro… y porque eso es lo más probable, después de todo.

-Hay que intentar matar nuestro amor, y ver si aún así sobrevive… -en verdad le dolió decir eso.

-O ponerlo a dormir, al menos. Ya que despierte nos dirá si quiere seguir aquí o quiere dirigirse a otra parte…

Otro rato de silencio; esta vez cargado de tristeza y de nostalgia, pero también de resignación.

-¿Cortaremos el contacto? –inquirió él.

-Eso ya lo decidiremos conforme la marcha; de momento, quédate a mi lado, aún te necesito.

Arnold la miró y le sonrió. Se preguntó si sería el momento para un último abrazo, un último beso…

Pero no. El último beso ya había pasado. En la cama, después de hacer el amor, de nuevo.

-Te amo… es la última vez que lo digo, lo juro –se apresuró a agregar, ante la mirada reprobatoria de la chica, mientras se ponía de pié y se dirigía a la salida.

"Yo también" apenas la escuchó susurrar mientras cerraba la puerta.

Se había quedado sola. Resopló. Eso cerraba el tema del cabeza de balón; ahora quedaba la pregunta de qué hacer con su familia. Su abuela ya le había abierto su casa, y esa era una tácita invitación a quedarse con ella… ¿Lo haría? ¿En serio eso era lo que quería..?

¿Dónde estaba aquél lindo niño con cabeza de balón siempre dispuesto a darle consejos que no le pedía, y que inevitablemente terminaba siguiendo por más que no quisiera…?

Se había ido. Había terminado de enterrarlo con ese pacto que habían hecho, así como ella había terminado de enterrar a la pequeña y devota Helga cuando le había entregado su cuerpo a otros brazos… y le dolía, más de lo que hubiera deseado…

Helga.

Se aferró a la almohada con fuerza. ¿Qué acababa de hacer? ¿En verdad era eso lo que quería?

Por supuesto que no, pero era la única opción que le quedaba si no quería perder el juicio…

Suspiró. No podía creer que por tantos años la había añorado de esa manera; que había fantaseado con encontrársela de nuevo de tantas formas posibles para que todo terminara así…

¿Qué diablos les había pasado?

… Tal vez nada.

Tal vez era así como siempre había sido, sólo que no lo habían sabido…

Iba a llorar; su cuerpo se lo exigía a gritos, pero se contuvo. El tiempo de llorar por Helga, y a causa de Helga, ya había pasado. Ahora era el tiempo de conocerla; de redescubrirla, sin tapujos, sin expectativas y sin tontas idealizaciones infantiles. Iba a descubrir a la mujer detrás de todas esas capas y capas de interminables noches de sueños febriles y fantasías de ojos abiertos.

Helga era Helga, y nada más. Había llegado el momento de aceptarlo.

…Y él era él, también, y esperaba que Helga también pudiera aceptarlo…

oOo

La mañana llegó, y con ella un mundo de nuevas posibilidades.

Cuando se levantó en la mañana y se lo encontró en la mesa de la cocina; pensó que le encantaría ser lo primero que mirara todos los días, pero luego se repitió a sí misma que eso jamás pasaría, y que bien podría ser igual de feliz de encontrarse con alguien más.

Arnold la miró y pensó que lucía hermosa, pero luego agregó que no más que cualquier otra chica. Era bonita, sí, pero tampoco la gran cosa…

Anja los miró a los dos y se preguntó por qué ambos lucían tan incómodos el uno con el otro si habían amanecido cada uno en diferente cama… tal vez era por eso mismo; conociendo a Helga…

Pero no. Algo más había pasado entre ellos, y, francamente, se preocupó por su nieta…

-¿Vas a quedarte aquí o a regresar con tus padres, o lo dejarás todo por continuar con tu sueño de convertirte en la mejor mesera del país?

Arnold se atragantó con la comida, y miró a Helga tratando de no lucir demasiado ansioso por conocer la respuesta (no había hecho más que preguntarse lo mismo toda la noche).

Helga le dirigió una mirada fastidiada e hizo uso de su vaso de jugo de naranja para despejarse la garganta.

-Voy a regresar a Hillwood –dijo sin mucha convicción –, estoy inscrita en aquella escuela, y Bob aún está convaleciente y todo eso…

Se encogió de hombros y siguió comiendo, mientras Arnold se forzaba a hacer lo mismo mientras reprimía en impulso de salir corriendo y gritando como loco de felicidad.

oOo

El camino fue largo, lento; casi hipnótico. Se habían tenido a un lado todo el tiempo, pero apenas si habían cruzado palabras o miradas; cada uno estaba en su mundo, haciendo lo inimaginable para adaptarse a su nueva realidad, una realidad en donde aún estaban ellos "ellos" pero, a la vez, ya no estaban…

Helga suspiró muchas veces con la cabeza pegada a la ventana; Arnold dormitó todo el camino con la música tan fuerte en los audífonos que casi se quedaba sordo…

Cuando se bajaron del autobús, cada uno emprendió su camino sin siquiera voltear a ver al otro.

Ahora se separaban; se iban, pero volverían…

Porque eso era lo que siempre hacían…

Arnold llegó a casa y casi ni escuchó cuando sus padres le informaron que estaba castigado por medio año, y que, por supuesto, tendría que trabajar para regresarle a su padre el dinero que había "tomado prestado."

…Bien; "a quién le importaba" había pensado, pero, de sus laboios, sólo había salido un leve y casi inaudible "sí, claro."

Sus padres se habían mirado preocupados, pero no habían insistido.

Helga tampoco dijo mucho cuando entró a la suya, cuando Olga se abalanzó sobre ella y la sofocó con un abrazo de oso o cuando le bañó las mejillas de lágrimas, tampoco cuando le hizo miles de preguntas. Sólo soltó tres palabras, y fueron dirigidas a Miriam, quien la miraba atónita desde la puerta de la cocina:

-¿Dónde está Bob?

-E-en la recámara –soltó, aún un poco en shock .El plan de Bob… ¿En serio había funcionado el plan de Bob?

-¿Qué sucede, Olga?

-Soy Helga, papá.

El hombre volteó sobresaltado; el bolígrafo aún sobre lo que sea que estaba escribiendo.

-¿Helga? Vaya, volviste antes de lo que pensaba…

La chica frunció el ceño.

-Si quieres me voy y regreso en diez años.

El hombre la miró preocupado.

-¡No, no! Por supuesto que no… dime, qué se te ofrece –se limpió el sudor de la frente. La conocía tan bien que sabía que era capaz de hacerlo.

La chica se cruzó de brazos.

-Quiero que llames a tus inquilinos y les digas que vayan buscando otro lugar dónde vivir, porque tu hija en un mes se regresa allá.

Su padre la miró con una ceja levantada.

-¿Eso quieres decir que nos darás una oportunidad, Helga?

La chica se encogió de hombros.

-Supongo –respondió –, pero como ya sé cómo terminará la cosa, más vale que vayan buscando otro lugar para vivir.

Bob apenas pudo contener una sonrisa mientras negaba con la cabeza.

-Ya verás cómo cambias de opinión –dijo.

-Lo dudo –respondió la chica, al tiempo que se daba la vuelta hacia la puerta.

-¿Vas a tu recámara? –inquirió el hombre.

-Sí.

-Espera –lo miró meterse la mano en la bolsa del pantalón y luego le extendió una pequeña llave.

-¿Y esto? –inquirió mirándola, mientras la tomaba.

-Es de tu cuarto –respondió él –, lo cerré para que Miriam y Olga no pudieran entrar; me imaginé que no te gustaría que anduvieran ellas por todos lados husmeando entre tus cosas y lloriqueando sobre tu ellas preguntándose dramáticamente cuándo volverías…

La rubia lo miró un poco en shock.

¿QUÉ? Un momento; no podía ser que… ¿Qué? ¿En serio? ¿Big Bob había hecho algo así? ¿Por ella…?

Por un momento, mientras su estómago se encogía de una manera aterradora, tuvo la sensación de que muy probablemente viviría en esa casa un poco más del tiempo estipulado…

-Er… este… gracias, Big Bob.

-De nada –el hombre había vuelto a su labor, y cuando la chica se disponía a salir, una vez más la voz de su padre la detuvo.

-Hay algo más –soltó, lucía incómodo –ahora que estás aquí… y después de todo lo que ha pasado… bueno…

-¿Qué pasa, Big Bob?

-Tengo algo, en la caja fuerte…

-¿Eh?

-Sólo… mira adentro.

La chica lo miró confundida y se dirigió a esta.

-La combinación es…

Pero en ese momento la chica la abrió. El hombre la miró con el entrecejo fruncido al tiempo que la muchacha soltaba un fingidamente cándido "¿Qué?" con las cejas levantadas.

El hombre negó.

-Como sea. Busca una bolsa de plástico.

No fue muy difícil encontrarla.

-¿Y esto? –inquirió una vez que la sacó.

-Mira adentro.

Desenredó la bolsa y vio que adentro había otra bolsa de plástico, o más bien, un envoltorio de plástico que protegía algo… un trozo de tela…

Un trozo de tela rosa…

-¿Papá?

La chica lo miró con los ojos repentinamente enrojecidos.

-Es tuyo –dijo él –; perdón por no habértelo regresado antes.

La chica paseaba la mirada de él al bulto y del bulto a él una y otra vez.

-Me lo dieron cuando te internaron en el hospital –soltó, sin mirarla –y yo decidí quedármelo como recordatorio de… bueno, de muchas cosas, pero ya es hora de que deje ir todo aquello, Helga. Ahora te tengo aquí, frente a mí. Esta eres tú, no… –agregó, al momento que clavaba la vista sobre ella de nuevo – bueno; no eso.

La chica sólo atinó a asentir, totalmente enmudecida por el nudo que se había formado en su garganta.

-Esta eres tú –agregó en tono más bajo a la vez que se mordía los labios y regresaba la vista a su tarea.

-Y… ¿qué haces? –apenas alcanzó a articular, cuando sintió que el aire al fin podía pasar un poco por su garganta.

-Mi testamento –respondió su padre sin despegar la mirada del papel –esta vez que tuve el infarto… bueno, me hizo pensar que más vale estar preparado…

Quería decirle que no iba a morir dentro de muchos años, que aún le quedaban muchas cosas por hacer; verla triunfar en muchas cosas, pero se limitó a darle una palmada en el hombro.

-Por cierto –soltó la chica de pronto -¿Aún necesitas esa cajera en el centro?

Su padre la miró de nuevo; lucía levemente asombrado.

-No –dijo luego de un momento –. Contraté una hace rato ya, Helga.

-De acuerdo –la chica se encogió de hombros, mientras se disponía por tercera vez a abandonar la habitación, y una vez más, la voz de su padre la detuvo.

-Pero necesito una secretaria por las tardes.

-¿Eh?

-Sandy está embarazada –soltó el hombre –y estaba pensando dejarla salir a las tres, tú sabes, ya está muy gorda y no quiero que se vaya a caer y diga que fue por cansancio porque la exploto y a demandarme o algo… luego tendrá licencia de maternidad y… en fin; ¿Quieres el trabajo o no?

Helga lo miró con los ojos como platos. Una cosa era trabajar en uno de los locales y verlo de vez en cuándo; pero tenerlo encima todo el tiempo…

-No sé –balbuceó –, necesito pensarlo y… -sacudió la cabeza -ok. De acuerdo –qué demonios -. ¿Cuándo empiezo?

Pensándolo bien, si en verdad quería poner a prueba su capacidad de convivencia juntos, esa sería la mejor opción.

-Bien, comienzas mañana.

-De acuerdo –la chica se encogió de hombros sin decir más y al fin pudo dirigirse a su habitación.

Cerró la puerta tras ella y se sentó en la cama. Todo se veía amontonado. Tenía el contenido de dos habitaciones en una sola, ¿Qué sería bueno hacer? ¿Acomodar las cosas? ¿Ver de qué se desharía? ¿O empacar de una vez lo que se llevaría al departamento…?

En ese momento, lo único que quería hacer era examinar eso…

Se sentó en la cama y clavó la vista en el envoltorio: La cinta sobre la que habían escrito su nombre estaba intacta; al parecer, no se había abierto desde ese día…

Se había preguntado tantas veces qué habría pasado con él…

Cuando había notado que lo había perdido, lo había tomado como una señal… ¿Y ahora que volvía a ella? ¿Era una señal también? ¿De qué?

Pasó los dedos sobre la cinta donde se leía "Helga Geraldine Pataki, 11" con letra apresurada ¿Sería bueno abrirlo? ¿Sería bueno perturbar al pasado?

…Pero el pasado había vuelto a ella, así, de la nada; justo cuando pensó que por fin lo había enterrado…

¿Qué diablos significaba eso…?

Se tiró sobre la cama con el bulto aún en la mano. Todo ese tiempo preguntándose dónde estaría, y teniéndolo tan cerca… y su padre, ¿Por qué lo había guardado? "Como recordatorio" le había dicho "Pero ahora te tengo aquí; frente a mí; esa ya no eres tú."

¿Significaba eso que los remordimientos habían terminado por fin? Y de ser así, ¿por qué se los regresaba a ella?

…Bueno, eran sus cosas al fin de cuentas… ¿Y ella? ¿Iba a guardar a la antigua Helga, y todo lo que ella significaba también?

"Helga Geraldine Pataki, 11"

Leyó una y otra vez esas cuántas letras.

La Helga Geraldine Pataki, de once. Esa a la que todo el mundo prefería olvidar… incluso ella.

Aún así, abrió el paquete.

Ahí estaba, su vestido rosa. Ese que no se quitaba. Su blusa blanca, que se ponía debajo. Su diminuta ropa interior, sus zapatos, y sí… Su moño y su inseparable relicario… Con Arnold sonriéndole a los once años… La primera foto que había tenido de él, donde su sonrisa había sido sólo para ella… Esa foto le había significado el mundo… y, hasta hacía unos segundos, ya ni siquiera la recordaba…

Arnold sonriéndole en ese entonces; prometiéndoselo todo con su mirada…

Arnold, Arnold, Arnold…

¿Qué sería de su vida sin él?

¿Acaso existiría la vida sin él?

La Helga de unos meses atrás le habría dicho que sí; pero la Helga de unos meses atrás no había vivido lo que ella había vivido… ¿Y la Helga de once años? ¿Qué diría ella?

Esa pobre niña que había aguantado tanto sólo por la promesa de estar con él… ¿Qué diría si la viera en este momento…?

Tomó el relicario. Lucía tan pequeño ahora…todo lucía tan diminuto… No podía creer que hubiese cabido dentro de esa ropa…

Pues sí. La Helga de ahora ya no cabía dentro de esa ropa, así como ya no podía traer colgando esa cosa, así que la tomó junto al resto de sus pequeñas cosas, las regresó a la bolsa y las arrojó al fondo del armario, confiando en que algún día tendría el suficiente valor para arrojarlas al bote de la basura.

Esa tarde fue a visitar a Phoebe, le contó todo lo que tenía qué contarle y regresó a casa; se tragó a medias la estúpida fiesta de bienvenida que le improvisaron y se fue a dormir.

oOo

Cuando llegó la hora de volver a la escuela, sentía que tenía siglos sin poner un pié ahí. Cuando subía los escalones de entrada, comenzó a sentir una opresión en el pecho con la que no contaba. Recordó el estúpido concurso y su vergonzosa actuación; recordó la reunión de padres de familia para hablar exclusivamente de su intimidad; recordó lo mal que había hecho quedar a la escuela, al loco de su asesor del club; las miradas de todos, atónitas, clavadas en ella… Ella ahí; frente a todos, sin importarle una mierda lo que pudieran pensar de ella…

Dio un paso hacia atrás, y entonces una mano se posó en su espalda.

-¡Pero miren lo que nos regresó la corriente!

Volteó un tanto aterrada, y sus asustados ojos se encontraron con los de Elliot.

-¡Wow! ¿Podría saberse que te pasa, potranca? –inquirió después de dar un inconsciente paso hacia atrás, mientras sonreía intrigado.

-Yo… -Lo recordó… de una forma que preferiría no recordarlo, y el sonrojo se unió a la sinfonía de emociones que atiborraban su cara en ese momento –creo… creo que estoy sufriendo un ataque de pánico –y era verdad: le estaba costando trabajo respirar.

-Entonces –la otra mano del chico se posó sobre uno de sus hombros –será mejor retroceder un poco.

Y la dirigió hacia un jardín lateral de la escuela mientras escuchaban la campana de inicio de clases sonar.

-Aquí está bien –la sentó sobre un banca que quedaba un poco escondida por unos arbustos -¿Te sientes mejor aquí?

La chica asintió mientras se llevaba una mano al pecho.

-Eso es –el chico seguía sonriéndole amablemente –inhala… eso es… ahora, exhala… Sí; suéltalo…

Duraron así unos quince minutos. Él ya no hacía más que ponerle una mano sobre el hombro.

-Ya luces mejor.

-Ya me siento mejor, gracias –se la arregló para sonreírle.

-¿Quieres platicarme qué te pasó?

La chica negó; él arrugó el ceño.

-No sé por qué no me extraña… -sacudió la cabeza -¿Te cuento los resultados del concurso, entonces? –negó de nuevo –te hará sentir mejor, lo juro.

-De acuerdo –suspiró –cuéntame los resultados del estúpido concurso.

El chico se acomodó el cuello de la camisa.

-Ganaste tercer lugar del académico, después de mí –soltó pomposamente.

La chica lo miró ceñuda.

-¿Tercer lugar? ¿Con esa basura?

Elliot asintió.

-Te recuerdo querida, que la basura la arrojaste al piso; muy mal hecho, por cierto; eso va en la papelera.

Helga negó.

-¿En qué especie de universo paralelo un tercer lugar me haría sentir mejor, Elliot? No sé tampoco con qué cara andas por ahí pregonando un segundo lugar…

El chico se rio un poco.

-Gané el primer lugar en popularidad, para que lo sepas…

-Eso sí es patético –soltó ella.

-No, querida mía; patético es que tú hayas quedado en segundo lugar, y después de mí; de nuevo.

La rubia se llevó las manos a la cabeza; tenía razón: eso era patético en incontables niveles. Ganar ese apartado era patético en sí, pues no significaba nada más que eras el mejor payaso, y si lo ganabas en casa, pues peor, porque el público, en su gran mayoría, eran tus compañeros. ¿Más patético que eso? Ganar el segundo lugar, y quedar debajo del chico, de nuevo…

-¿Y ahora se supone que la humillación me hará sentir mejor? –lo miró tratando de lucir molesta, pero la verdad es que se sentía ligeramente divertida.

-No –el chico negó dramáticamente –. Lo que te hará sentir mejor –clavó los profundos ojos grises en los de ella –es que ganaste el premio editorial; primer lugar, ahí si… No es que haya un segundo, tampoco; ahora que lo pienso...

Ok. Eso sí que no se lo esperaba.

-¡¿QUÉ?!

-Como lo oyes.

Se puso de pié con las manos en la cabeza.

-Dime que no es una broma.

-No es una broma.

-Sabes que si no es verdad voy a matarte ¿Verdad? –lo miró con ojos desorbitados -Literalmente. Si estás mintiendo voy a matarte.

Y Elliot le creyó: había un dejo de histeria en su voz.

-Es totalmente cierto; hay carteles por los pasillos felicitándote, todos han andado como locos preguntándose dónde te encuentras, supongo que quieren hacerte una especie de entrega con ceremonia, ya que no estabas cuando los entregaron…

La chica volvió a sentarse en la banca; no podía ser verdad…

-Elliot…

-¿Sí?

-Voy a publicar un libro…

-Un libro no, Helga. Muchos.

Se miraron. Él lucía casi tan emocionado como ella.

-Elliot…

-Helga…

-Elliot.

Le echó los brazos al cuello y él la atrapó en el aire, y duraron mucho, pero mucho tiempo abrazados.

Y Arnold los miró; porque era lo que siempre hacía; mirar escenas extrañas y malinterpretarlas, pero ya no le importó; que hiciera lo que quisiera… Sí; aunque su estómago se hubiese incendiado como fogata.

Lila la abordó un día en una de las clases que tenían juntas; se había unido a su equipo sin preguntárselo, y Helga la había aceptado sin chistar; se la debía, porque, algo le hacía sospechar que la reciente ruptura de ella y Elliot había tenido algo qué ver con la aventura de Elliot y ella, aunque quién sabe si Lila lo supiera, porque no le había dicho nada; ninguno de los dos. Elliot sólo le había respondido que la susodicha merecía algo mejor que él; que ambos habían estado de acuerdo, y Helga ya no insistió. Sin embargo, la aceptó en su grupo, y respondió a sus preguntas, y le pasó los marcadores y se rió con ella de sus estúpidas y volubles ex-amigas que ahora la miraban como si quisieran cortarle el cuero cabelludo, Phoebe también lo hizo, porque cada vez era menos niña buena y más amiga de ambas… sí; de ese par de manzanas podridas que ahora se hablaban sin razón aparente.

Y Arnold volvió a hablar con Gerald, porque él y la mejor amiga de su novia (y su amiga también, qué rayos) cada vez parecían menos a punto del llanto cuando se encontraban; porque hablaban cortésmente y peleaban ferozmente, pero cada vez con menos chispa… porque ambos le hablaban sin esa llama en los ojos que lo había hecho sentir otrora tan incómodo… porque todo volvía a la normalidad… esa normalidad que nunca había conocido, pero la sentía tan normal y cómoda…

Y también había vuelto a la normalidad con Phoebe; una que de vez en cuando preguntaba: "¿Qué se traen esos dos?" Y a la cual un "quién sabe" le bastaba como respuesta…

Y Arnold gozaba de su nueva normalidad también, una en la que apenas tenía tiempo de pensar con el trabajo y la escuela; las prácticas de béisbol en las que se había inscrito, las reuniones con sus amigos, las potenciales nuevas novias y con Helga…

Sí, con Helga. La chica que ya no estaba con él, pero aún así, estaba. A la que le hablaba de vez en cuando porque ella también trabajaba y tenía prácticas y ahora escribía un libro (hacía una recopilación de poemas, también, o más bien… quién sabe; ella no hablaba mucho al respecto, ni él le insistía), y lidiaba con muchas cosas; cosas que le mencionaba así, como de pasada, sin necesitar realmente de ningún consejo "a partir de ahora, yo manejo mi vida; así que gracias, cabeza de balón, pero quédate donde estás."

Y lo hacía, porque ahí estaba cómodo y porque nadie lo necesitaba en ningún otro lugar.

oOo

Y así pasó el mes; los treinta días y las treinta noches, y todos se preguntaban qué haría.

Pasara lo que pasara, Bob cumpliría su promesa, aunque él había hecho todo de su parte por convencerla de quedarse, aunque sin exagerar.

Olga se preguntaba qué haría también, pero desde la universidad, porque le había prometido, en una extrañísimamente íntima charla con su aguerrida hermana menor, que le dedicaría más tiempo a su propia vida que a la de ella, así que no volvería a Hillwood hasta vacaciones, sin importar cuál fuera la decisión de su hermana, de la que, por cierto, no le había dado ninguna pista.

Miriam esperaba también, preguntándose si podría resistir volver al departamento con Helga si todo salía mal; porque ya no podía imaginar de nuevo su vida sin Bob y porque, había qué admitirlo, había sido MUY divertido y refrescante el tiempo que habían pasado todos juntos; como nunca, y porque nunca, tampoco, había sentido menos ganas de beber desde que la desgracia había entrado en su vida… Y porque nunca había visto a Helga sonreír tanto, tampoco.

Y la temperamental Helga llegó, dejó caer la mochila en el piso y los miró a los ojos; tenía el ceño levemente fruncido y la mirada insondable; estaba seria.

Sabía que sus dos padres estaban ahí, sentados en el sillón más grande de la sala, tomados de la mano y mirándola fijamente sólo porque esperaban su veredicto.

-¿Y bien? –preguntó Big Bob sin más.

-Háblale a tus inquilinos, que desocupen mi departamento –soltó fríamente la muchacha, sin pensarlo un segundo, mientras se dejaba caer en el sillón de al lado –porque quiero mi piso de nuevo.

Bob resopló mientras se masajeaba el entrecejo, Miriam se dejó caer, floja, sobre el sillón.

-¿En serio, Helga? –inquirió su padre con los codos sostenidos en las rodillas, mirándola con el ceño fruncido pero sorprendentemente calmado.

-En serio –la rubia asintió.

-Pero Helga –comenzó su madre, pero la chica la interrumpió.

-¿Me dejan terminar?

La miraron fijamente de nuevo.

-Voy a rentarlo –soltó.

-¿Eh?

-¿A quién?

-A ti, Big Bob –lo miraba exasperada.

-¿Tú?

-Sí.

-¿Para quién?

-Para mí…

-Cariño, no te estoy entendiendo –su madre negaba con la cabeza. Al parecer comenzaba a darle una jaqueca..

La rubia resopló y alejó la vista, incómoda.

-Me quedo con ustedes –soltó entre dientes –, pero sólo cuando yo quiera-agregó rápidamente -; ustedes son atosigantes y pesados, y quiero poder huirles cuando se me dé la gana –los miró molesta… fingidamente molesta, al parecer.

-¿O sea que vas a pagarme por quedarte ahí? –su padre la miraba con una expresión increíblemente parecida a la de ella.

-Sí, ya cuentas con ese dinero, ¿Verdad? –respondió.

-Todo va a tu cuenta de ahorros –la miraba con una ceja levantada.

-Pues ahora lo descuentas de mi paga y lo depositas ahí –se encogió de hombros.

-¿O sea que te quedas a trabajar conmigo?

Asintió de nuevo.

Quería abrazarla, besarla y darle vueltas en el aire; Así que no sólo los perdonaba y se quedaba a vivir con ellos, sino que también pretendía quedarse a trabajar con él de manera permanente…

Estaba loco de alegría, de euforia y de orgullo paternal… Sin embargo, cuando se puso de pié, se limitó a cerrar el trato con un fuerte apretón de manos y unas palmadas en la espalda.

-Tienes un trato, jovencita –le dijo sin poder reprimir una gran y orgullosa sonrisa.

-Y yo un lugar al qué huir cuando ustedes me vuelvan loca –rodó los ojos.

Y entonces una madre loca de alegría le saltó encima.

oOo oOo oOo

Parte 2: Espacio

El humo se distendía frente a sus ojos. Se ensanchaba, daba vueltas, se retorcía sobre sí mismo y luego moría disuelto en la nada frente a ella. Sus brazos flojos, estirados cuan largos eran, pendiendo al vacío. Sus dedos laxos sosteniendo casi por nada el delgado tubo de muerte. Se soltó al fin, cuando la gravedad recordó que, por más pequeña e insignificante que sea una cosa, debe de caer. Sus ojos cansados miraron hacia el suelo, donde se precipitaba a toda velocidad. "Un día vas a provocar un incendio" se repitió sin mucha convicción cuando la situación se repitió por enésima vez.

Ni siquiera le gustaban en realidad. Más que nada, era ver el humo desprenderse de sus dedos; era verlo danzar en el viento y perderse en la nada.

Nunca se los acababa. Lila sí. A veces se ponía junto a ella; el pecho recargado también contra el marco de la ventana; la mirada fija en la inigualable vista de la recámara de Helga hacia el callejón, junto al otro edificio de departamentos, ese donde estaba el contenedor de basura. Ese que casi por nada se había librado cada vez de ese tubito encendido que le caía por un lado. "Un día moverán el contenedor…" Tendría qué estar abierto. "Un día lo dejarán abierto" Tendrían que pasar ambas cosas a la vez, y eso es muy poco probable…

Muy poco probable; mas nunca imposible…

Nunca imposible… Sí. Nada era imposible…

A veces era Elliot quien estaba junto a ella; a veces. Menos aún que Lila, pero lo hacía. Él no fumaba, pero era el único de sus amigos no fumadores que no la presionaba por dejarlo. "Me gusta verte fumar" le decía con una sonrisa "luces madura y sabia." Ella no le creía. Sabía que lo decía sólo porque le gustaba el sabor que le dejaba en los labios. Porque sí; a veces lo besaba. A veces iban más allá, pero nunca demasiado lejos. Nunca como aquella vez.

Aquella vez había sido única, y jamás se repetiría. Eso había sido de tácito y mutuo consentimiento. Sólo esa vez les había bastado, y no porque hubiera sido mala, sino porque había sido genial; inconcebiblemente buena, y porque era mejor dejarlo así, porque con él no podría permanecer en el limbo; ese limbo tan cómodo para ella… ese en el que ahora se encontraba con Arnold.

Sí. En el infinito mundo de las posibilidades, ahora la arropaba la que nunca había considerado poco probable, sino que ni siquiera se le había ocurrido posible, o ni siquiera se le hubiese ocurrido, pues… Arnold estaba ahí, pero, a la vez, no estaba…

Aún se hablaban; iba a su departamento también, más que Lila y que Elliot; a veces platicaban de sus cosas, a veces escachaban música y a veces tenían sexo; a veces las tres, en ese mismo orden o a la inversa; a veces ninguna de las opciones, pero siempre se veían ahí…

Siempre presentes en la vida del otro, pero no demasiado. Era cercano; sí. Incluso tenía llave del lugar, al igual que los otros…

Era la cueva de los chicos, ese lugar donde hacían lo que no harían en ningún otro lugar…

En el cuarto de al lado, que alguna vez había sido la recámara de Miriam, por supuesto. El otro cuarto, ese en el que estaba en ese momento –en el que siempre estaba- ese cuarto era sólo para ella, y para Arnold cuando estaba con ella… o algún otro chico. Había metido a dos chicos ahí además de sus amigos; pero con los otros chicos era diferente, porque cuando habían entrado ahí, había sido para todo menos que para simplemente "pasar el rato" … y a uno de ellos lo había metido tres veces, por cierto.

Había vuelto al principio, pero esta vez era diferente, porque ya no salía tan fácil con alguien, y ya no se hacía tanto del rogar; ya no era inalcanzable… ¿La convertía eso en una mujerzuela? Quién sabe… A quién demonios le importaba, al fin de cuentas…

Arnold también había hecho uso de la habitación de al lado; era el único que había usado las dos. Era un hombrezuelo también; sólo que él les ponía el calificativo de "novias"… "Novias" que difícilmente duraban el mes… los dos, difícilmente, la relación más longeva… Hasta la última, pero esa era otra historia. Ella era para cuando estaba soltero, o para cuando no tenía ganas de ser un chico bueno…

Elliot la usaba también, por supuesto; la habitación de al lado… a veces con Lila; a veces con alguna "novia" como las de Arnold; a veces con una "amiga" como los "amigos" de Lila, o a veces simplemente con alguien, como los "alguien" de Helga…

Sí. Eran un grupo bastante podrido…

Phoebe y Gerald eran el único brote de mediana castidad en ese grupo de indiferente libertad (¿o libertinaje?) y aún así hacían uso del cuarto de al lado… y vaya que lo usaban…

Gerald. Su único amigo con el que jamás había tenido nada qué ver ni tenía ganas de ello (ninguno de los dos, a decir verdad, y para gran alivio de ambos); a él sólo lo veía con Phoebe, y en alguna muy rara ocasión, con algún otro. Sólo una vez habían estado solos, y había sido cuando le había ayudado a escribirle un poema a Phoebe por su aniversario.

Gerald, la refrescante excepción de la regla.

Sólo pasaba tiempo con ellos.

Elliot, Lila y Gerald a veces; Arnold seguido, y Phoebe siempre.

Sí, Phoebe siempre. Porque ahora lo sabía. Las amistades se distancian, y a veces, se acaban. Las pasiones, por más fuertes que se vuelvan, inevitablemente se extinguen; los amores, por más grandes que sean, mueren, o simplemente se enfrían. Pero una hermana es para siempre, aún si no es de sangre… aún más cuando no es de sangre.

Phoebe era la única cosa constante en su vida, y era la única de quien tenía la certeza que lo sería para siempre.

Sí. Así era su vida. Escondida en su refugio cuando la vida la asfixiaba. A veces sola (mayormente sola), a veces acompañada… en ocasiones por uno; en ocasiones por varios; en ocasiones por todos.

Porque sí. Ahora Arnold y Elliot podían estar en una sola habitación. Ya no se golpeaban porque no tenían por qué: ni Lila ni ella estaban ya con ninguno, y a la vez estaban con los dos; ¿Qué había qué pelear?

Luego volvía a casa, escuchaba pelear a sus padres; los escuchaba contentarse… a veces tenía qué correr al departamento en medio de la noche de lo fuerte que se contentaban… era asqueroso.

A veces encontraba las botellas de Miriam escondidas. A veces se las vaciaba en el fregadero, a veces se las llevaba para ella; pero siempre le dejaba la consabida notita en su lugar "yo sé que puedes."

Últimamente ya no se las dejaba, porque últimamente ya no encontraba nada… tal vez las escondía mejor; tal vez ya no las usaba…

A veces peleaba con Bob en la casa; a veces en el trabajo. Ya había perdido la cuenta de todas las veces que la había despedido, y luego recontratado en cosa de uno, dos o tres días; dependiendo de la magnitud del pleito.

A veces lidiaba con Olga, quien, curiosamente, no se había casado aún, pero sí tenía un niño sobre el cual volcar gran parte de su atención, por lo que la hermanita bebé ahora podía respirar en su presencia; un niño producto de alguna noche de mal juicio de su cada vez más imperfecta hermana, mal juicio al que nadie le había dado importancia –ni siquiera la misma Olga- al que todos adoraban y quien, de todas las personas a quien podía haberse parecido, había terminado pareciéndose a ella; era un pequeño Helgo de cabello negro y nariz respingada. Era regordete y gracioso y tenía mal genio, y todos lo adoraban por eso… incluso ella, aunque no lo admitiera jamás en voz alta.

Era tía, hija, nieta y hermana, y era secretaria con cada vez más responsabilidades ejecutivas; era la dueña de su propia cueva a la que acudía cada que se le daba la gana, era la autora de dos libros ya, y era amiga y hermana del alma. ¿Qué más podía pedir?

Incluso tenía amigos mayores; sí. Los que una vez habían sido suegros ahora eran amigos. Con Miles hablaba de cosas interesantes y visitaba lugares; con Stella hablaba de cosas de las que no se atrevía a hablar con su mamá, y con Elizabeth (la genial madre de Elliot, con quien había comenzado una amistad cuando había ido a devolverle su blusa, meses después, cuando la había encontrado en alguna esquina de la casa), quien nunca había tenido un rol definido, de quien aprendía a pintar y también aprendía del mundo. Y eso era todo. ¿Acaso podía pedir más?

¿Amigos de a mentiritas, acaso, como solían tener los demás? No, gracias. Esos eran conocidos, y hasta ahí llegaban.

¿Admiradores? Tenía muchos (hombres, por supuesto), pero no le importaba.

¿Personas que la odiaran? Algunas, ahí sí eran de ambos sexos, pero le importaban aún menos.

…¿Un novio, acaso…?

De ese tema mejor no hablaba…

Tenía un "amigo con derechos", como lo llamaba Lila, pero hasta ahí; no había manera de confundir eso con un noviazgo...

Su corazón estaba dividido entre muchas personas ahora, pero nadie tenía un trozo especialmente grande; o especialmente chico, más bien…

Salvo él. Sí; el amigo con derechos. Aún seguía, ese tonto, despistado y bonachón rubio de deliciosos ojos esmeraldas teniendo una gran parte de su corazón; aunque de su cuerpo sólo lo tuviera en parte, y a veces…

¿Eso la hacía sufrir? Para nada. Ni a él. A decir verdad, la libertad que les daba su acuerdo era bastante refrescante.

…Aunque no podía durar para siempre, y eso cada vez lo tenía más en claro.

…El tiempo se terminaba… Lo sabía cada vez que veía la pila de hojas de su próxima novela hacerse cada vez más grande sobre su escritorio… El plazo límite estaba llegando, y no sólo para entregar esa aventura ficticia, sino para entregar su vida también…

Sí. Pronto tendría qué entregar su vida, y poner todo en orden para recoger una nueva; Una en la que ya no podía continuar en su delicioso limbo personal.

Sí; el libro y eso otro tenían fecha de entrega el mismo día; y eso otro se distinguía por el estúpido baile de graduación, el que parecía tener a todos convertidos en una manada de inútiles borregos sin cerebro.

Sí. Incluso a la usualmente brillante chica junto a ella, a quien le daba la espalda en ese momento y a quien no podía seguir ignorando medio fingiendo que fumaba, porque su cigarrillo acababa de estrellarse contra el pavimento.

-Helga.

-¿Sí?

Volteó, algo aturdida.

-Otra vez estás en las nubes, amiga. ¿Te sientes bien?

-Sí, sí. Sólo me preguntaba cómo terminaré la estúpida novela –se sentó en la cama.

-Creí que ya tenías el final –la pelinegra enarcó una ceja.

-Yo también… pero comienzo a dudar… llamaré a mi editora por consejos, supongo.

-Déjalo como está -le sugirió la otra –, a mí me gusta.

-Estaba pensando en matar a Liz.

-¡Matar a la protagonista! –Phoebe abrazó el trozo de tela que sostenía en las manos -¿Estás loca?

-Nadie se esperaría eso…

-Es demasiado cruel.

-La vida es cruel…

Phoebe clavó su reprobatoria mirada en su amiga, pero ella sonrió con cierta acritud.

-Creo que Lucía querrá matarme cuando se entere.

-Y tendrá razón.

Se sentó junto a ella y ninguna dijo nada en un rato. Era increíble que la chica se hubiera alterado tanto ante la posibilidad de muerte de la tonta de Liz; no quería imaginarse a los lectores del libro… al menos nadie la tacharía de predecible.

-¿Y bien? –soltó al fin, sonriendo de nuevo -¿chifón o seda?

Helga se llevó una mano a la cara, mientras dejaba caer la espalda en el colchón.

-¿Es en serio, Phoebe? ¿A qué otro personaje tengo qué matar para que cambies de tema?

-Esto es importante, Helga –la miró con un brillo un poco aterrador en los ojos –, es una de las noches que recordarás por el resto de tu vida; no querrás que cuando tus hijas vean tu álbum fotográfico se avergüencen de cómo lucía su madre, ¿O sí?

Helga soltó una carcajada.

-Phoebe, ni siquiera sé si voy a tener hijos, mucho menos si tendré específicamente hijas; pero de algo estoy segura: si llego a tenerlos, haga lo que haga, terminarán avergonzándose de mí de todas maneras, así que lo que menos me importa es lo que pueda pensar mi descendencia de mí en este momento…

-Bueno, reconozco que eso fue exagerado… -soltó junto con un suspiro, luego sonrió –sólo quiero que todo sea perfecto…

-La clave de la felicidad es la imperfección, Phoebe…

-Si tú lo dices… ¿Y tú? ¿Has pensado en tu vestido?

-Nah, usaré uno de los cientos que seguramente Olga y mi madre ya me compraron, si quieres te paso uno; te dejaré escoger a ti primero.

En ese momento escucharon abrirse la puerta principal.

-¿Quién será?

La rubia se encogió de hombros sin darle importancia.

Escucharon pasos en la sala, y luego un ruido como de bolsas. Luego de unos minutos, la puerta frente a ellas se abrió.

-¡Tarán!

Lila estaba frente a ellas con los brazos levantados y ademán pomposo; traía puesto un bello vestido color rojo que se abría como en cascada desde las rodillas, con una coqueta abertura del lado derecho; el ajustado trozo de tela resaltaba su prominente busto y generosas caderas de una manera fenomenal.

-¡Wow! –exclamó Phoebe; la otra se llevó una mano a la frente.

-¿Tú también, Lila?

La chica sonrió.

-Luzco fenomenal, acéptalo.

-Al menos tú ya te decidiste…

-La verdad es que no estoy segura del color… ¿Crees que se vea bien con mi tono de piel?

Phoebe respondió animadamente y Helga deseó haberse quedado con el gran Bob esa tarde.

Era su semana del mes. Cada semana descansaba los domingos; los sábados trabajaba hasta mediodía y tenía una semana libre al mes, que usualmente dedicaba de lleno a la escritura.

Cuando había comenzado a escribir su primer libro, había abandonado el trabajo con su padre para dedicarse de lleno a éste, pero pronto se había dado cuenta que pasársela vegetando toda la tarde no era lo de ella; las ideas no le llegaban y era el tiempo en el que se había metido con esos dos chicos; la segunda vez con el segundo le había hecho ver que la cosa no iba por allí, porque apenas había adelantado un capítulo y su vida comenzaba a hacerse un lío otra vez; Arnold se había puesto gruñón y Phoebe la miraba reprobatoriamente, porque en ese tiempo había comenzado a fumar de nuevo (la vez del motel, cuando esperaba a Arnold, lo había hecho sólo para despistarlo; pero le había quedado cierto cosquilleo que había decidido aliviar en esos ratos de ocio)…

El ocio, la madre de todos los vicios. Qué real era esa frase…

Así que había vuelto al trabajo para alejarse de los chicos y el tabaco, (y de sus regañones amigos), y había descubierto que, mientras mantenía a su cerebro activo, las ideas fluían… así era como había decidido acumular ideas que anotaba vagamente en una libreta, y luego tomarse una semana al mes para darles forma. No era muy justo para los otros trabajadores, pero bueno; no todos podían ser hijos del jefe…

Pero esta semana iba a la mitad y lo único en lo que había podido pensar era en azul turquesa o real, o en rojo o tinto, cortes rectos o de princesa; faldas, escotes, cristales o chaquiras… o gasas, o chifones, u organzas o quién sabe qué más… estaba harta… y aún así terminó acompañando a las otras dos locas de los vestidos a las tiendas…

¿Para qué diablos tanta cosa? Ni siquiera tenía con quién ir…

Se miró desganada al espejo, mientras Phoebe se maravillaba con lo bien que le quedaba el rosa pálido y Lila aseveraba, sosteniéndose la barbilla, que sólo le gustaba el corte del vestido.

Esa noche durmió en casa, y fue un alivio escuchar al gran Bob y su disertación sobre la probabilidad de importar teléfonos celulares de Corea mediante un socio que aún no sabía si sería realmente de confiar.

Helga le sugirió que fuera personalmente a revisar la fábrica, y él, increíblemente, le dio la razón.

Ya en la cama, antes de que el sueño la envolviera por completo, se encontró preguntándose a sí misma a quién llevaría Arnold al baile… seguro iría con su novia Tina, ¡dah!; no hacía ni dos semanas que la había llevado al "otro cuarto."

Tonta. A ella qué le importaba con quién iba el cabeza de balón. Que llevara a la momia de la subdirectora, por ella.

Luego el sueño la envolvió, y se vio entrando por las puertas del estúpido gimnasio del brazo del susodicho, mientras llovían flores de cerezo del techo del lugar, adornado increíblemente rosa, como su vestido; como la flor en la solapa de él… y luego la había besado, pero no como lo hacía últimamente, sino de esa forma tan dulce que tenía tanto tiempo sin hacerlo… como la vez que la había besado ahí, sobre la cama de él, sobre el montón de cuadernos y libros de Phoebe desparramados por el piso, sobre ese tonto trabajo de literatura que tenían qué hacer y no hacer, aquélla vez cuando aún eran inocentes y tenían todo el futuro por delante… aquél tiempo en el que el futuro aún existía… en que la eternidad eran sus labios y su aliento, y sus manos apretando suavemente sus muñecas…

…Ese tiempo en el que todo había parecido posible, y en el que, tristemente, la espada de Damocles pendía sobre su cabeza sin que realmente lo notaran… ese tiempo que ya no volvería, y en el que no convenía pensar a no ser que se tratara de sueños… esos que uno no recuerda al despertar, pero que te hacen sentir sorprendentemente liviano en la mañana.

Y esa mañana se sintió aliviada, y supo el final de su historia. Liz se salvaría, pero no obtendría lo que buscaba… porque no sería capaz de quitárselo a aquella persona que lo tenía, y que la dejaría devastada al perderlo. Así era, estúpida Liz; había llegado la hora de madurar.

oOo

-Hey, Helga, ¿Podríamos usar tu departamento mañana?

La rubia miró a su antiguo amor tomado de la cintura de su morena y sonriente novia, quien la consideraba una chica fenomenal y de quien no se creía los rumores de que aún tenía algo qué ver con su actual y bondadoso novio "Sé que sólo son tonterías" le había dicho sonriente una vez "Ustedes son muy buenos amigos; a mí no me importa que sean tan unidos, al contrario, me alegra que Arnold tenga gente tan confiable a su alrededor." Linda chica; de las cuatro novias que había tenido Arnold en ese tiempo, ella era la que mejor le caía… Sí; casi lamentaba haberse acostado con su novio la semana pasada.

-Sé que es tu semana de soledad, pero sólo serán una hora o dos, lo prometemos.

Se miraron con complicidad y soltaron una risita que le provocó lindas ganas de vomitar.

-Es suyo –dijo volviendo su atención a las notas que repasaba en la mesa del comedor –igual voy a ir mañana a ver vestidos con Miriam y Olga…

-¿Ya tienes con quién ir al baile?

La aludida volteó a verlo asombrada; la morena también lo miraba, extrañada; ambos habían tomado asiento junto a ella.

-No –soltó, algo incómoda, mientras la otra lo fulminaba con la mirada.

…No era lo que le había preguntado, sino cómo se lo había preguntado…

¿Acaso había sido ansiedad ese dejo involuntario y escandaloso en su voz?

-O..ok… es sólo que… como dijiste que ibas por tu vestido… -soltó, incómodo; asaltado por ese par de penetrantes miradas perforándolo con diferentes sentimientos igualmente intensos.

Helga sonrió, incisiva.

-¿Sólo las chicas con acompañante están permitidas en el baile, cabeza de balón?

-Arnold, eso es muy grosero –soltó la otra chica, tratando de sepultar por fin el incómodo incidente de hacía un momento.

-No quise decir eso… lo siento… es sólo que, el otro día te vi con Steve de nuevo, y yo pensé que…

-Para nada –lo acotó ella -sólo salimos un par de veces, pero no funcionó.

-Por supuesto que no iba a funcionar –la interrumpió Tina, con una extraña sonrisa en el rostro–, una vez que una relación no funciona, jamás vuelve a hacerlo –sentenció, tajante.

Helga clavó los ojos en los de la otra. ¿Con cuánta saña había ido realmente ese comentario? No pudo descifrarlo del todo en los morenos y grandes ojos de la muchacha.

-Bueno, mejor nos vamos –algo nervioso, Arnold jaló del brazo a su acompañante y casi la arrastró hacia la puerta –gracias por todo, Helga.

La chica los miró alejarse con el ceño levemente fruncido.

Pobres; en un momento le llamaría al tonto cabezón para decirle que había olvidado que el departamento ya estaba reservado para Phoebe y Gerald. Que la estúpida de Tina y el otro idiota satisficieran sus necesidades en algún callejón; su cama jamás volvían a tocarla… no esa tal Tina, al menos…

Tal vez Steve no era tan mala idea. Había sido el chico con el que se había metido dos veces en su racha de ociosa promiscuidad, y era lo más parecido a un novio que había tenido en aquél entonces; lo había terminado simplemente porque se había asustado al sentir que se estaba volviendo cercano, y porque si se volvía a meter con él, sería el chico con el que hubiera tenido más relaciones en su vida, y eso no podía permitirlo. Pues bien, se lo había vuelto a topar hacía como un mes, y le había propuesto salir de nuevo, y ella había aceptado… y habían terminado en la cama de nuevo… pero como para esta vez ya se había metido varias veces más con el rubio, la cosa no había sido tan traumática, de hecho, no había habido ningún problema; simplemente, ella no había vuelto a llamarlo ni él a ella.

Esa Tina… ¿Qué tanto sabía de la relación entre ella y Arnold? Sabía que habían tenido algo que ver; eso era del dominio popular, y todos habían quedado en el entendido de que habían terminado por la infidelidad de este con Lila, quien había terminado su relación con Elliot por lo mismo… Sí; esa era la versión popular; jamás aclarada ni negada por ninguno de los involucrados… Pero Arnold; ¿Qué tanto le había contado a esa tal Tina? Sin duda a todos les picaba la curiosidad al verlos juntos a los cuatro después de lo que habían pasado, aunque la cosa había sido tan paulatina que ni los mismos involucrados se habían dado cuenta del todo a qué hora había pasado… ¿Pero qué tanto le habría contado a ella? Era la chica con la que más había durado, hasta la fecha, y ella y Arnold no habían vuelto a tener nada qué ver desde aquella desastrosa vez cuando habían llegado él y la susodicha Tina una noche, algo tomados, y se la habían encontrado allí (ya que no le habían pedido permiso para usar la habitación; una de las principales reglas de la rubia hacia sus cohabitantes). Ambos se habían regresado, avergonzados, a sus casas, pero Arnold había vuelto. Le había dicho a Helga que necesitaba hablar con ella; le había dicho que creía estarse enamorando de Tina, y que eso lo hacía sentirse culpable; Helga le había recordado su promesa, y que si él creía que la tal Tina podía ser la indicada, que por ella no había ningún problema… y el chico la había besado con una pasión increíble y era la última vez que habían tenido algo qué ver hasta la fecha. Helga lo había considerado sólo una señal de que el chico ya venía con una idea en la mente, y la había cumplido sin importarle con quién; después de todo, no era nada raro que lo hicieran…

…Pero, desde entonces, no habían vuelto a hacerlo…

¿En qué momento se había vuelto algo común para ella tener sexo con el despistado rubio? No lo sabía con certeza. Recordaba la primera vez que lo habían hecho desde su pacto; había sido después de que la chica volviera al trabajo con su padre, luego de su fallido retiro creativo. El chico le había ido a mostrar el disco de una banda que acababa de descubrir, asegurándole que era la mejor del mundo. No había sido tan buena realmente, pero el sexo sí había sido el mejor. Luego de que él le confesara que lo del disco sólo había sido una treta para estar con ella, y ella le había respondido con un beso. Ni siquiera se habían subido a la cama esa vez. Lo habían hecho ahí; sobre la alfombra, sobre los discos y sobre el borrador que tenía del segundo capítulo de su novela, ese que había fluido como agua después de aquello, y entonces ella lo había comprendido; podía estar con él, y sorprendentemente, podía seguir con su vida. Cuando a la mañana siguiente se habían visto a la cara y confirmado que podían seguir con su pacto, había sido una refrescante ráfaga de alivio para ambos… el dolor aún estaba ahí, pero era cada vez más sordo.

El hecho de que él estuviera saliendo con alguien más y que lo suyo hubiese sido una especie de error lo había hecho aún más ligero; ella también estaba viendo a otro chico.

Ambos estaban ocupados en relaciones que realmente no eran tan importantes como para sentirse mal por no respetarlas, pero tampoco tan insignificantes como para romperlas sin un motivo además de ese…

Ella y él no podían ser amigos; eso ya lo habían comprobado infinidad de veces, y tampoco se comprometerían de nuevo ni sepultarían la posibilidad de volver hasta sanar sus corazones… y ese había sido su punto de balance; compañía, sexo y apoyo… pero nada más. Y luego Arnold le había confesado que, al parecer, se estaba enamorando de la chica. ¿Eso la pondría ahora en papel de confidente? ¿Acaso él le había contado todo sobre ellos?

Tomó los papeles sobre la mesa y los acomodó en un ordenado montón cuando Phoebe vino a sentarse junto a ella.

-Mañana tú y Gerald usarán mi departamento.

-¿Eh?

oOo

-Eso es una mentira, Helga, y tú lo sabes.

-No lo es; pregúntale a Gerald, si quieres.

-Helga, NECESITO ese cuarto… en serio…

-No seas tacaño entonces, Arnold; renten un motel o algo…

-Helga…

-Sí; las chicas decentes no van a esos lugares…

-Por favor, Helga.

-No.

-Bien, ¿Qué quieres?

-¿Eh?

-A cambio de que me dejes usar tu departamento.

-¿Tratas de comprarme?

-Puedo darte más cosas que sólo dinero…

-¿Ahora vas a prostituirte? Qué bajo haz caído, cabeza de balón…

-¡Helga!

-No. Y es mi última palabra –y colgó.

Phoebe la miraba con una ceja levantada.

-Aún no entiendo –dijo.

-Esa estúpida Tina me hizo enojar, eso es todo.

-¿Por?

-No es de tu incumbencia, Phoebe.

-Ok… pero creo que deberías reconsiderar tu postura…

La rubia miró a su amiga un tanto extrañada.

-¿Gerald no quiere quedarse a solas contigo o algo? Eso sí sería un acontecimiento inaudito…

-No es que no quiera –soltó la otra, algo roja –, pero no quería específicamente mañana; insistió varias veces en que dejáramos a Arnold usar el departamento ese día.

La rubia la miró aún más intrigada.

-¿Te dijo por qué? –inquirió.

-No, dijo que tú y yo tenemos secretos, y Arnold y él también; cosas de mejores amigos, supongo…

Ambas se miraron intrigadas por un momento.

-Igual no se lo voy a prestar –dijo luego de un brevísimo debate mental –, esa "Tina" no vuelve a pisar mi espacio.

Phoebe resopló un poco resignada y ambas emprendieron la marcha a sus casas.

Su teléfono sonó por vigésima vez en el día. Era Arnold, de nuevo.

"¿Este tipo no se va a hartar de marcarme, o qué?" Pensó, y colgó una vez más, casi inmediatamente después escuchó la potente voz de su padre articular su nombre.

-¡¿Qué pasa, papá?!

-¡Alfred te busca!

¡Diablos! ¿Había ido hasta su casa? El cabeza de balón en verdad debía de andar urgido…

Cuando bajó, el chico ya había pasado a la sala.

-Vamos afuera –soltó al momento que pasaba por su lado rumbo a la puerta; el chico la siguió mientras su padre los miraba disimuladamente desde detrás del periódico que acababa de tomar.

-¿Qué pasa, Arnoldo? –inquirió mientras se cruzaba de brazos, una vez afuera.

-Sabes a lo que vengo –respondió tajantemente el otro.

-Eres un calenturiento de primera –dijo apenas conteniendo una sonrisa -¿has considerado la opción de, no sé, hacerte justicia por mano propia?

Arnold la miró molesto.

-No estoy para bromas, Helga –soltó solemnemente, y ligeramente molesto también.

-No es una broma –soltó la otra levantando una ceja –honestamente no comprendo por qué tanta urgencia por usar mi piso…

Arnold resopló, y luego bajó su vista al suelo.

-Necesito hablar con Tina –soltó.

-¿Sobre qué? –inquirió ella, el chico la miró.

-No puedo decírtelo –soltó.

-Si vas a proponerle matrimonio o algo así, hay lugares más románticos, cabeza de balón.

Y entonces la miró. No estaba molesto. Había algo más tras esos hermosos ojos esmeraldas, pero no tuvo el tiempo suficiente para averiguarlo porque el chico la tomó repentinamente del antebrazo.

-Helga, si aún confías un poco en mi, por favor déjame usar tu departamento.

-¿Tan importante es para ti? –inquirió, algo ahogada, mientras bajaba la mirada, pues el nudo que se hacía en su garganta amenazaba con llenar sus ojos de traicioneras lágrimas de un momento a otro.

-Sí –soltó él suave, despacio. Muy posiblemente consciente de su gran batalla interna.

-Entonces… -"¿Entonces qué, Helga? ¿Sufrirás en silencio y llorarás el resto de tu vida? ¿En serio sería algo digno de llorarse?" –Entonces –repitió con más fuerza mientras se soltaba de su agarre –lo siento, Arnold, pero aún así no voy a prestártelo –lo miró –mírame –le dijo –me apresuro al barranco de las lágrimas y apenas acabo de salir de él, así que, me disculpas mucho, pero ese departamento no lo vuelves a tocar con esa mujer.

Arnold la miró por un momento largo, eterno aunque sólo hubiera durado unos minutos. ¿Qué cara tenía? No lo sabía porque no había volteado. La que fuera. No iba a cambiar de opinión.

-Si sólo a eso viniste –dijo dándose la vuelta –te agradecería que me dejes en paz –y sin voltear de nuevo, entró a su casa.

oOo

Los días que quedaban por pasar, pasaron.

El cabeza de balón ya no le había dirigido la palabra, ni a ella le importaba demasiado –o al menos eso se repetía hasta el hartazgo- Había entregado el final del libro, y si bien había qué hacerle miles de modificaciones, al menos la idea había gustado.

El vestido había terminado siendo uno que Olga le había comprado (una especie de túnica greco-romana que, había que admitir, una vez que se había puesto a regañadientes, le había encantado). Cuando le había mostrado los zapatos, que también le había elegido, se había sorprendido un poco el ver unas sandalias planas de gladiador en lugar de los insufribles tacones que habría jurado que la obligaría a usar.

-No querrás –había comenzado, luego de darle un leve codazo en el costado al ver su cara de frustración –usar tacones y verte más alta que tu pareja, ¿verdad?

Por suerte el pequeño Vladimir había comenzado a llorar en ese momento, haciendo que su madre corriera hacia él, y así no había visto la expresión que había provocado su comentario en el rostro de su hermana menor.

¿Acaso Olga pensaba que asistiría con Arnold?

Eso la hizo decidirse. Cuando volvió a ver a Elliot al día siguiente, le dijo que aceptaría su oferta: iría con él al baile de graduación… Con él y con Lila.

El chico tenía la fantasía de entrar con las dos chicas más hermosas de toda la escuela (según él); una tomada de cada brazo.

Y como Lila ya había aceptado de buena gana, había decidido aceptarlo también. Qué rayos; un poco de exhibicionismo no mataba a nadie, ¿O sí?

Y así llegó el día. Phoebe se había arreglado en su casa. Al final había decidido dejar toda la histeria a un lado y, siguiendo el ejemplo de Gerald, quien decía que las fiestas eran para divertirse y por tanto, usaría su ropa más elegantemente cómoda y divertida, acompañada de su prenda de vestir más elegante y favorita: el saco que le había heredado su abuelo, Phoebe había decidido hacer lo mismo y se había puesto un vestido que el mismo Gerald le había elegido: uno corto, con vuelo y una gran flor, hombros descubiertos, botas y un moño tan sencillo que lucía genial, y Lila, también en su casa (Elliot pasaría por todos ellos en una limusina) había optado por un ceñido vestido de corte sirena que en verdad parecía no iba a dejarla ni caminar; sin embargo, Lila decía que era un vestido "para bailar" en fin.

Las tres estaban ahí, y cuando el auto lujoso auto llegó (Y luego de el millón de fotos que Olga les tomó), subieron y se fueron.

Sólo hacía falta alguien ahí. Todos lo sabían, pero nadie dijo nada.

Llegaron y entraron al salón decorado casi como Helga lo había soñado, pero menos de ensueño, y sin Arnold, obviamente. En lugar de eso, había entrado haciendo mal tercio con la pareja más loca que podía existir, porque, para comenzar, a veces eran pareja, y a veces no.

Todos los habían mirado, como Elliot había especulado, y habían opacado al rubio que había llegado casi en el mismo momento, del lado de una despampanante morena que parecía importarle cualquier cosa menos que eso.

Hicieron su entrada triunfal, fueron a sentarse y el chico fue a traerles ponche luego de besarlas a ambas en las mejillas, dejando a todo el gimnasio con la boca abierta, y es que, a pesar de todo el tiempo transcurrido, la historia aún era recordada por la mayoría… y aunque no, ¿Quién diablos llegaba al baile con dos chicas?

…Y qué chicas…

Charlaron con Phoebe y Gerald, quien iba y venía de su mesa a la que Arnold compartía con las amigas de Tina, luego llegó la hora de bailar y, luego de que Helga se negara a bailar con ambos (había llenado ya su cuota de exhibicionismo esa noche), había aceptado salir a bailar con el primer chico que se lo había pedido para luego perderse un buen rato en los sanitarios, donde aprovechó para fumarse un cigarro (por Dios que estaba muy estresada… ver a Arnold en su fiesta de graduación con esa tipeja… bueno…). Aplastó el cigarrillo con el pié luego de las dos primeras inhaladas y se dirigió a la azotea.

Y entonces sintió La paz.

Respiró y exhaló varias veces y entonces supo que, de nuevo, quería llorar.

Descartando la pelea con Arnold afuera de su casa hacía tan poco, hacía mucho que no sentía ganas de llorar. No. Las lágrimas hacía mucho que habían salido de la vida de Helga G. Pataki. Las había descartado; pateado, comprimido; remolido y tirado a la basura. Ni por Arnold, ni cuando lo había visto con otras chicas a pesar de que no había podido dejar de amarlo, ni cuando le había confesado que creía estarse enamorando de esa tipeja con la que aún estaba, contra todas las estadísticas, luego de casi medio año…

Había sido cuando la tal Tina le había espetado en la cara que las segundas oportunidades nunca, jamás funcionaban; que una pareja, una vez acabada, estaba acabada para siempre… La idea de que alguien más se quedara con él, y luego se regodeara en su cara… Aún cuando no lo hubiese hecho a propósito, (tal vez), porque, hasta donde sabía, la morena era una buena chica…

"Tú sólo puedes hacerme daño sin proponértelo" La triste mirada de Lila mientras emitía esas palabras resonó en su cabeza…

Lila. Después de esa, iba a invitarle unos tragos; vaya que se los debía…

Suspiró, luchando por tragarse sus lágrimas antes de que saliera, y un mano se posó en su hombro.

¿Phoebe? Pensó, casi con ilusión, pero no.

…Era Arnold.

-¿Tienes un momento? –preguntó.

-No- respondió al instante la rubia mientras se soltaba de su agarre y se dirigía a la puerta de entrada a la escuela.

-¡Helga, espera! –volvió a tomarla del hombro.

-¡Que no!

-¿Por qué demonios eres TAN terca? –estaba molesto.

-¿Y por qué tú eres TAN idiota? –ella estaba furiosa.

-¡Helga!

-¡Vete al diablo!

Y corrió a la puerta, a las escaleras, y él la siguió.

Mientras corría hacia quién sabe dónde, vio a Lila y a Elliot discutiendo en un pasillo, pero siguió, corrió y corrió hasta llegar… Sí; de nuevo al gimnasio atestado de gente; bien. O dejaba de molestarla al verse rodeado de cuerpos y ruido, o daban el show de su vida.

Pero, ¿Por qué rayos le huía? Quién sabe, pero no iba a dejarlo hablar. Todo dentro de ella se aterraba ante la sola idea de las palabras que podrían salir de su boca.

…El plazo había llegado. Lo supo cuando lo miró a los ojos una vez que le dio alcance.

-En serio, Helga…

-¡Ya basta!

El cielo estaba del lado de alguien esa noche; ahora, del lado de quién, pues quién sabe, el caso es que Tina iba pasando a unos metros de distancia de ellos en ese instante. Ni tarda ni perezosa, Helga tomó del brazo al chico y lo arrastró junto con ella.

-¡Toma! –lo arrojó tan fuerte contra ella que la pobre chica casi se cae al suelo con todo y el cabeza de balón. Por suerte, alguien logró sostenerla por atrás.

-Todo tuyo –dijo sacudiéndose las manos –, y más vale que le vayas poniendo una correa o algo así a tu noviecito porque…

Pero se interrumpió a media frase. La chica aún sostenía a Arnold de los hombros, pero su cabeza estaba hacia abajo; su rostro, en penumbras, y Arnold, que desde su perspectiva sí podía verla, parecía estar viendo un fantasma… por no decir que al mismísimo diablo.

Cuando habló, su voz sonó casi gutural.

-¿Terminaste? –sus palabras se arrastraban, frías y sinuosas como una serpiente deslizándose por su cuello.

-¿E-estás bien? –se le acercó un poco, dubitativa. Arnold, que acababa de librarse de su agarre, se alejó como si fuera a explotar.

Y explotó.

-¡¿BIEN?! –levantó su rostro; los ojos húmedos y rojos como el fuego del infierno; La cara desfigurada por la ira… ¿Qué rayos era lo que pasaba ahí? -¡¿Acaso luzco bien?! ¡¿Acaso debería estar bien, pequeña señorita hipócrita?!

Ok. Se lo merecía, pero… ¿Por cuál de tantas cosas se lo decía?

-Tina…

Arnold trató de acercársele, pero la chica lo detuvo con una mirada.

-¿A qué demonios estás jugando, Helga? –atacó de nuevo.

-¿Yo? –la chica en serio no sabía qué más decir.

La banda había quedado despojada de su encanto; ahora la fiesta tenía un nuevo centro de atención.

-Primero te haces pasar por mi amiga –Helga levantó una ceja. ¿Ella y Tina, amigas? ¿En qué planeta…? -¡Me alentaste a enamorarme del chico, incluso me alentaste a acostarme con él!

-¿Yo? –Ok. No estaba entendiendo nada…

Volteó a ver a Arnold, pero este sólo tenía una mano en la cara y el ceño muy arrugado.

-Esto es un malentendido, Tina… -intentó intervenir el rubio, desde detrás de su mano.

-¡Tú te callas! –El rostro de la morena estaba distorsionado por la ira; Arnold hizo el intento de volver a hablar, pero fue la mirada de Helga la que lo detuvo.

"NO te metas" le dijeron sus ojos. ¿Qué? ¿Acaso no podía resistirse a una pelea?

La mirada de Tina volvió a posarse sobre la rubia, aún más furiosa porque se atrevía a clavar su mirada en el chico; Su chico, hasta hacía tan poco.

-¡TÚ! ¿Recuerdas cuando me dijiste que éste –señaló despectivamente al rubio –era un gran chico, el mejor que conocías? –El aludido la miró extrañado ¿En serio Helga había dicho eso de él? -¿Cuando dijiste que nunca habías visto a Arnold tan interesado en otra chica? –Continuó. Ya no hablaba; ladraba, más bien… y las lágrimas; oh, sí. Esas exhibicionistas bastardas habían hecho su ruin aparición, arruinando el impecable maquillaje de la muchacha y dándole cientos de veces más credibilidad a sus palabras, que por cierto, eran verdad, ahora que las escuchaba…

-Chicas, en serio, deberíamos hablar esto en otro lugar… Tina, tú no entiendes…

-¡¿Qué no entiendo, Arnold?! ¡¿Que todo el tiempo estuviste enamorado de esta perra?! –Un ¡Ou! Generalizado recorrió el lugar -¡¿Que me utilizaron, ambos, en su estúpido jueguito?! –Su mirada regresó a Helga… sí; siempre volvería a Helga, porque era a ella a quien odiaba… al otro no podía odiarlo; no de momento, al menos, porque aún lo amaba –Que te confié que me estaba enamorando de él –su voz había perdido todo el fuego y la pasión; la ira. De nuevo era tan helada que congelaba los huesos –Y tú; hipócrita, me dijiste que muy probablemente era correspondida…

Todos. TODOS. Incluso Arnold la miraron. La rubia no sabía qué hacer. Simplemente estaba en shock.

¿En qué momento había influido tanto en la relación de esos dos? ¿En qué momento había hecho tantas cosas…? Porque ahora que hacía memoria… sí las había hecho…

-Me hiciste creer que me amaba; me hiciste creer que entregarle mi cuerpo estaba bien, porque era correspondida, aún cuando sabías que él te amaba a ti; aún cuando NUNCA han terminado su relación, sólo… sólo están jugando alguna especie de juego enfermo que no comprendo…

Su voz se quebró por completo. Un telenovelesco ataque de llanto dobló a la chica sobre su eje, mientras varias muchachas corrían a socorrerla; todas clavando la indignada mirada sobre la rubia… Todas. Sobre ella.

¿Por qué sólo la veían a ella? ¿Y Arnold qué? ¿Acaso él no tenía nada qué ver en todo ese asunto…?

La rubia resopló, molesta. No estaba furiosa, ni avergonzada. Sólo sentía una pequeña opresión en el pecho… pequeña, sí. Tan pequeña e insignificante que literalmente la estaba asfixiando…

Se dio la media vuelta. Suficiente drama. Suficiente para el resto de quién sabe cuántas vidas más (más de las que ya tenía llenas).

… O tal vez no.

-¿Te largas, cobarde? –Tina. De nuevo. Parecía haberse recargado en ese corto momento. Su cara ya era un tomate.

Suspiró.

-¿Qué quieres que te diga, Tina?

…Y entonces; el gimnasio entero se encendió.

-¡Pero qué perra!

-¡Cínica!

-Yo la mato…

-Siempre supe que era una zorra…

"Uno, dos, tres… mil… Calma, Helga, calma… que no se te salga lo Pataki; no aquí. No hagas esto más grande…"

-Engreída.

-Hipócrita…

Una tras otra. Todas las voces se unían para dejarle saber lo amada que era en ese momento, como siempre lo había sido.

¿Y sus amigos? ¿Dónde demonios estaban ahora?

¿Arnold? A su lado, compartiendo la villanía con ella.

¿Phoebe, Gerald? Quién sabe, y mejor que ni se embarraran…

¿Y Lila y Elliot? …Sí; como si esos dos tuvieran alguna especie de calidad moral para intervenir… ¿Y ella? ¿Desde cuándo necesitaba ella que la defendieran?

Envalentonada al sentirse más que apoyada, la morena continuó con su semi-monólogo.

-Nada –le respondió al fin, ya más calmada, pero no por eso menos furiosa –. Sólo quiero que me escuches.

Por toda respuesta, la aludida se llevó las manos a la cintura; su expresión dejó muy en claro lo que su boca calló: "Te escucho; adelante."

Tina rió profunda, lenta, amargamente.

-Sólo mírate- Levantó los brazos hacia ella, señalándola amplia, teatralmente –. Toda altanera a pesar de lo que está pasando; del lugar en el que estás justo ahora… Te crees mucho con tu departamento y tu auto y tus libros publicados; tus ojos azules y tu larga melena rubia y tu carita de que no rompes un plato, -cada vez hablaba más rápido; las palabras cada vez más unidas y arrastradas –con tu uno ochenta de estatura; -resopló -te crees mejor que todos porque tienes un trabajo en el que "papi" te da mucho dinero y porque muchos te llaman "artista" y muchos adultos te admiran… –frunció el ceño –, pues déjame decirte algo: el resto de los que te rodean, somos tan buenos como tú –muchos asintieron enérgicamente. Imbéciles -. Tal vez no destaquemos tanto ni la gente nos señale a la pasada; ni tengamos libros en los aparadores de las librerías ni trofeos en ese estúpido medallero escolar, pero valemos igual, y tenemos sentimientos, y luchamos cada día por ser mejores –y ahí iban las lágrimas, de nuevo –cada que haces algo, no sólo es acerca de ti, señorita. También hay personas a tu alrededor, y se van a sentir mal si las lastimas… -Resopló muy fuerte, y luego hinchó muy hondo el pecho y remató con un dramático: "te tengo noticias, princesa: el mundo no gira alrededor de ti…"

Volteó alrededor. Un silencio sepulcral lo había invadido todo. Nadie parecía ni siquiera respirar; incluso la banda parecía amortiguada por el pesado silencio de los presentes.

¿Por qué diablos nadie aplaudía? Eso había sonado como de película. Volteó a ver alrededor, de nuevo. Todos. Absolutamente todos la veían. Querían ver qué diría la poetiza galardonada; la novelista. La chica que con sólo dieciséis años, un micrófono y el corazón roto se había robado el corazón de todos, incluso de los duros reclutadores editoriales…

El mundo la aclamaba… Sí… el mundo amaba a las víctimas; como Tina en ese momento; como ella durante tanto tiempo…

-Para que lo sepas –por fin habló, pero no hubo ningún dramatismo en su voz; ninguna emoción. Sonó más bien como si le informara el menú de la cafetería –me acosté con tu novio hace unas semanas… cuando llegaron borrachos al departamento y me encontraron ahí, ¿Te acuerdas?

Bien. Eso era todo.

Tina le saltó encima; la agarró de su perfecta trenza y le zarandeó la cabeza tan fuerte como si quisiera arrancársela de los hombros, y cuando Arnold quiso intervenir, la chica dejó ir a la descarada Rapunzel para darle un derechazo de lleno en la cara al rubio, que lo mandó contra una mesa, la cual se volcó ante su peso, haciendo que todo lo que estaba arriba le callera encima.

La gente se volcó sobre él, para ayudar a recoger el desorden, ayudarlo a levantarse, tal vez… Para regodearse en las expresiones de la antiguamente tan común y aburrida pareja: él aturdido y desorientado entre el mar de bebidas empapándole el traje, ella sacudiéndose la mano que tal vez se había astillado algún hueso.

La ahora despeinada rubia, sabiéndose lejana de la atención por tan sólo un segundo, huyó entre la multitud, como aquella vez que bajó de ese infame escenario después de su igualmente infame poema; "del llanto de su corazón roto" como le habían llamado algunos inútiles y cursis después… cuando el mundo la consideró un ser mínimamente digno de simpatía…

Con todo; prefería estar como estaba en ese momento…

Por fin. Paz.

Atrás había quedado el ruido de la música y de las voces sobrepuestas; sobre exaltadas. Aquél montón de inútiles ansiosos por tomar un papel en esa tragedia en la que no tenían absolutamente nada qué ver; donde la nueva y auto proclamada reina del drama disfrutaba del fútil y efímero apoyo de sus volubles seguidores. Donde ahora era una especie de heroína de las masas; y mañana, y tal vez por el resto de su vida, la comidilla y el recuerdo gracioso del baile de graduación…

Una puerta… Una bodega de escobas… Ahí nadie la interrumpiría; porque quería llorar ahora MUCHO más fuerte…

Abrió la puerta, se tiró, trasero al piso y espalda a la pared, y dejó salir toda esa emoción contenida… toda esa información que acababa de llegarle al cerebro… y entonces la vio; hecha bolita junto a ella, y con el rostro igualmente lloroso.

-¿Lila?

-¿Helga?

-¿Qué diablos haces aquí?

-Lo mismo digo… -Hizo un inútil intento por tomar la tela del escote y limpiarse los ojos; al notarlo imposible, se pasó el dorso de la mano por la cara.

Helga sonrió irónicamente.

-Vine a llorar un poco –respondió -; ¿Y tú?

-También…

Se miraron un rato, y suspiraron.

-¿Qué te pasó? –agregó, mirando el otrora impecable peinado de la rubia vuelto un amasijo de cabellos alborotados y flores desparramadas.

-Alguien me dio mi merecido –recargó la cabeza contra la pared –, aunque si te soy sincera, el puñetazo que rogaba por recibir se lo dieron a cierto cabezón metiche…

Lila rió quedo y triste.

-Eres todo un caso, Helga. Y estás loca…

-Ídem…

-¿Tienes un cigarro? –la lejana esperanza que se había reflejado en sus ojos se escapó cuando la rubia meneó la cabeza; traía, en su bolsa, pero quién sabe dónde había dejado su bolsa –Te odio.

-Únete al club –suspiró –, pero te lo advierto; está sobresaturado en este momento…

-Siempre lo ha estado, Helga –repuso la pelirroja, repentinamente divertida.

-Gracias, Lila. Tú siempre me levantas el ánimo…

-Para servirte –se encogió de hombros.

-¿Y a ti qué diablos te pasó?

-Elliot –respondió simplemente la chica.

Helga suspiró.

-¿Lo rechazaste de nuevo?

Lila asintió.

-Bien.

No iba a contarle la historia. La otra tampoco quería escucharla, porque ya la sabía. Desde hacía un tiempo, se sentía como corriendo en una rueda de hámster; haciendo lo mismo una y otra vez. Helga lo sabía, porque se sentía igual, aunque no se lo dijera.

Elliot. Siempre él, y su eterna duda entre ambas, prefiriéndola a ella, pero siempre teniendo qué voltear a ver a Helga para asegurarse…

Y ella sin querer a alguien que la prefiriera sobre otra, simplemente queriendo a alguien que la prefiriera a ella. Y punto.

Pero con Elliot nunca iba a ser así, y se lo había dicho. De nuevo.

Y Helga lo sabía, aunque no se lo dijera.

-¿No pueden sólo, superarme? –Soltó pomposa luego de un rato –yo nunca he intentado interponerme entre ustedes –igual que no había intentado interponerse entre Arnold y Tina, ¿verdad?

-¿En serio, nunca?

-Nunca.

-¿Ni cuando te acostaste con él?

-¡Hace siglos que pasó eso y… -sacudió la cabeza -¿Desde cuándo lo sabes?

-Desde hace siglos…

-Como sea.

oOo

El viento fresco de la noche se sintió como volver a la vida. Especialmente después de haber salido de esa espesa marea de cuerpos exudando tantas emociones tan concentradas.

¿Dónde diablos estaba Helga? Al final no le había dicho nada de lo que había ido a decirle…

Muchacha idiota; si, por una vez en su vida, se hubiera detenido a escucharlo… Si él, por una vez en su vida hubiera hecho las cosas bien; de frente, en frío, como buen hombre. Sin intentar hacer recuerdos memorables y esas estupideces…

-¿Has visto a Lila? –cierto pelicastaño con su elegante atuendo un tanto desordenado, lo miraba perplejo.

-Nop; ¿Has visto a Helga?

-No.

Ambos miraron hacia la calle, cada uno en diferentes direcciones.

-¿Crees que se hayan ido? –los grises ojos del chico lo miraban un tanto ansiosos.

-No lo sé; ¿Hace cuánto que se te perdió Lila? –inquirió el rubio.

-Como diez minutos. ¿Y Helga?

-Como tres…

Suspiró; el otro lo siguió, con la mirada clavada en la calle.

-¿Pelearon? –soltó al fin Elliot.

Arnold negó.

-No me dio tiempo ni de eso, pero Tina hizo un berrinche espectacular en medio del gimnasio, y le dijo tantas cosas a Helga…

-¿Malas?

-Pésimas…

Elliot levantó una ceja.

-¿Y Helga no se defendió?

-Nop… bueno –resopló –, le dio un golpe increíblemente bajo, pero sólo con palabras.

-Justo en el orgullo, ¿eh?

-Justo ahí.

-Helga es una experta en inferir dolor a sus víctimas –sonrió.

"Víctimas." Si; en ese momento, Tina era la víctima de Helga, para todos. Pero la verdad era que Tina había malinterpretado demasiadas cosas; Helga no era así de mala, y la rubia fácilmente podría haberse defendido; sin embargo, había preferido sellar su papel de villana de una manera espectacular… Nunca iba a entender el proceder de esa loca criatura…

-Voy a volver al gimnasio; no creo que Helga se haya ido aún –soltó Arnold, resignado, mientras daba media vuelta.

-Te acompaño,. Si no te molesta –repuso el castaño; un encogimiento de hombros del rubio le dio luz verde –algo me dice que, donde sea que anden, esas dos se van a encontrar.

Y entraron de nuevo a ese infierno ruidoso.

oOo

Los ruidos del gimnasio les llegaban ensordecidos; apagados.

Lila sonrió; si le hubiesen dicho que terminaría su fiesta de graduación encerrada en un armario de escobas con una chica… bueno; habría imaginado muchas cosas, menos esa.

Estaba ahí, sobre el piso; el cabello rojo cubriéndole parcialmente la vista; el vestido rojo cubriéndole parcialmente los pies, pies descalzos que sólo dejaban ver unas uñas pintadas exactamente del mismo color del vestido: rojas.

Rojo el cabello, el vestido y las uñas; rojos también los labios. Roja ella. Siempre había sido color rojo. La otra, a su lado, también era roja, pero con un toque de blanco… sí; ella era rosa, aunque ahora estuviera vestida de blanco, y las uñas pintadas de un crema pálido…

-¿Y Elliot?

Sólo se encogió de hombros. "Quién sabe" Había llegado con dos chicas, y ahora se iría solo… o tal vez con alguien más, conociéndolo…

-¿Tienes cigarros?

Una negación, una cabeza gacha cuyos ojos no dejaban de ver el suelo.

-A menos que hayan salido algunos mágicamente de mi trasero desde la última vez que preguntaste, me temo que no.

Lila la ignoró.

-Creí que te irías con él… que por fin tendrían su "felices para siempre" –soltó.

-Creí que por una vez cerrarías la boca…

-Te amo.

-Cállate.

Sus pies no estaban descalzos, pero sus zapatos dejaban ver perfectamente que sus uñas no estaban pintadas. De todas maneras, lucían de un rosa increíble; producto de su piel tan blanca, sin duda.

-Me gustan tus pies.

-Y a mí cuando no hablas.

-Entonces bésame.

-¿Qué?

Por fin había levantado la mirada; una de sus cejas casi se le perdía entre el cabello.

-Bésame –repitió.

-¿Estás… acaso… qué? –la miraba como temiendo que hubiese perdido el poco juicio que le quedaba.

La otra sonrió.

-Siempre he querido besarte. Si he de tener una chica para experimentar mi homosexualidad, quiero que seas tú.

La rubia entornó los ojos.

-Tú no eres homosexual; eres la cosa más heterosexual, golfa y ninfomaníaca que he conocido en mi vida…

Lila bufó.

-Estoy harta de los hombres…

-Yo también, y eso no significa que…

-Me gustas; y yo también te gusto, acéptalo.

La miró detenidamente. Esa mirada algo turbia; la sonrisa floja… ese olor. ¿De dónde rayos había sacado cerveza en ese lugar?

-Estás borracha –soltó al fin.

-Aún así quiero besarte…

Estaba contra la pared; la veía con una graciosa mezcla de incredulidad y miedo.

-Ya lo hicimos una vez –se pasó la lengua por los labios para luego dejarle ver sus perlados dientes.

-Tú lo hiciste… sin mi permiso; y no me gustó.

Se volvió a sentar sobre el suelo (se había puesto a gatas para resaltar sus intenciones) y ahora la veía enfurruñada.

-Te sonrojaste.

-¡¿No te escuchaste acaso?! Pervertida.

-Tú besaste a Phoebe.

-¿De dónde sacaste… qué?

-No te hagas la inocente; Phoebe me lo contó.

-Esa pequeña… -se enfurruñó también; se abrazaba protectoramente con los brazos – Éramos sólo niñas y fue algo totalmente inocente; ella dijo que no sabía besar y Gerald quería que lo hicieran, y ella quería hacerlo bien, yo era la de la experiencia, según… fue algo totalmente inocente, lo juro. Apenas duró un segundo.

Lila la miraba con la boca abierta.

-¿Qué?

-¿Tú y… en serio?

-¿Qué no Phoebe te lo había contado?

Lila soltó una carcajada.

-¡Lo acabo de inventar, Helga! Nunca creí que fueras tan fácil de engañar –más risas.

-Eres una… voy a matarte.

-Anda, linda –entornó los ojos –hazlo, aquí nadie nos verá…

¿Qué diablos le pasaba a esa loca?

-Pervertida. –la rubia lucía algo asustada, además de estar muy roja.
-Zorra –contraatacó la otra.

-¿Eh? Ya te dije que fue algo inocente…

-¿Lo de Elliot también?

-¿Lo de… ¿Quieres dejar eso por la paz? ¿Y cómo diablos te enteraste, a todo esto? Elliot me dijo que era algo que prefería que no supieras…

Lila suspiró.

-Desde siempre –negó suavemente–, lo supe cuando te vi sobre el escenario, el día de la competencia de literatura; la forma en que mirabas a Arnold y la forma en que Elliot te miraba a ti…

Helga la miraba asombrada... en serio no se imaginaba que esa loca lo supiera… nunca le había dado ningún indicio…

-¿Y por qué hasta ahora me lo dices?

Se encogió de hombros.

-Se llama aprovechar una situación, querida. Algo que tú no supiste hacer.

-¿Eh?

-Eras la víctima –soltó mientras rodaba los ojos –: tu novio se había acostado con tu amiga; eras la pobre chica engañada que podría haberle sacado lo que hubiera querido a su novio; que hubiera podido hacerle lo que sea a la zorra de su dizque amiga y no hubiese habido problema… ¿Recuerdas cuando me golpeaste en el pasillo de la escuela y todos te odiaban por eso? Cuando se enteraron de lo que hice, todos; incluidas mis dizque amigas, acordaron en que te habías quedado corta… cualquier berrinche, cualquier metida de pata; todo se te hubiera permitido… sin embargo, vas y te metes con el novio de la zorra que se metió con tu novio… lo único que hiciste fue rebajarte a mi nivel, querida, y eso, a mi modo de ver, fue muy estúpido…

La miraba con algo de resentimiento, curiosamente, más por no haber aprovechado la oportunidad que por… bueno, lo que había hecho con el chico.

-Lo siento –soltó Helga casi sin voz.

-¿Lo de ser una zorra o lo de ser una tonta?

La aludida la miró con ganas de rebatirle, pero no lo hizo.

-No fui una tonta –se defendió –, me di cuenta perfectamente de esa oportunidad; pero contrario a lo que puedas pensar, estaba harta de la amabilidad provocada por la culpa; era justamente eso lo que no quería; y sobre lo de ser una zorra, tampoco lo lamento; haberme acostado con Elliot es una de las cosas que jamás lamentaré…

Lila suspiró.

-Sí… es algo que definitivamente yo tampoco lamentaré –sonrió –entonces, ¿Por qué te disculpas?

-Porque nunca te lo dije, a pesar de el escándalo que hice cuando me enteré de lo que tú habías hecho con Arnold…

-Era decisión de Elliot el decírmelo o no.

-¿Y te lo dijo?

-Sí; unos días después de que pasó.

-¿Y qué hiciste?

Una nostálgica sonrisa se apoderó del hermoso rostro de la pelirroja.

-Me acosté con él.

Helga iba a asombrarse, cuando recordó que ella había hecho lo mismo… prácticamente.

-Vaya…

-¿No vas a preguntarme por qué?

-No.

-De todas maneras te lo diré.

-Qué novedad… -los azules orbes rodaron por sus cuencas.

Con una aguda sonrisa, la pelirroja clavó los penetrantes ojos ambarinos en los de ella, al momento que se le acercaba a gatas una vez más.

-Lo hice porque tu aroma aún estaba impregnado en él –siseó ceca de su oído.

-¿Eh? –Retrocedió a pesar de estar contra la pared.

-En serio te deseo, Helga…

¡¿WTF?!

-¿QUÉ?

-¡No huyas!

-¡Aléjate, torcida, DEMENTE!

-¿Están ahí?

Ya tenía rato con la oreja pegada contra esa puerta; ¿Qué tanto estaba escuchando?

-¿Eh?

-Helga y Lila, ¿Están ahí?

Gerald la miró confuso.

-¿Sí? –balbuceó, perplejo.

-¿Están o no están?

¿Qué rayos le pasaba a su novio?

-Están –respondió vagamente el otro –pero, mejor las dejamos solas.

-¿Por?

-Están discutiendo asuntos muy delicados.

-¿En serio?

-Sí, vámonos.

-¿Y qué les decimos a Arnold y a Elliot?

-Si nos los encontramos de camino, les decimos –soltó vagamente el moreno.

-¿De camino? ¿De camino a dónde? –Phoebe no entendía nada.

-Al paraíso, tesoro.

-¿Eh?

La tomó de la muñeca y casi la arrastró hacia su auto. Había planeado toda una hermosa y mágica y empalagosamente romántica noche, pero todo eso lo podían hacer al otro día. En ese momento, sólo tenía una cosa en mente… Oh, su amada Phoebe, le había dado el mejor regalo de su vida al pedirle que escuchara qué estaba pasando en ese cuarto, a ver si eran Lila y Helga las que estaban ahí, ya que no las encontraba desde hacía rato, desde que ese par de confundidos y algo angustiados chicos les habían preguntado por ellas… y lo que había escuchado… comenzando con el entrenamiento de su dulce novia antes de besarlo por primera vez…

Y era mejor irse de una vez, e imaginarse el gran final, porque, conociendo a la rubia, mañana Lila andaría toda moreteada, y no serían de los moretes buenos… no; mejor se concentraba en su fantasía y aprovechaba su noche.

-Prepárate, cariño. Esta noche no la olvidaras jamás.

-¿E… en serio? –se acomodó los lentes.

-Lo juro…

No era exactamente lo que había planeado, pero en fin. La rubia la tenía contra el suelo; la mano sobre la cara impidiéndole levantarse.

-Me rindo.

-Cállate.

La apretaba muy fuerte; comenzaba a dificultársele respirar.

-No estarás pensando en serio matarme, ¿O sí? –comenzaba a asustarse… Helga podía provocar genuino miedo a veces… incluso a ella, que la conocía tan bien.

Al fin la soltó.

-Estás loca… -escupió la rubia, desviando la mirada.

Lilas sonrió.

-Es divertido molestarte…

Helga suspiró y al fin la miró de nuevo.

-Lo mismo me dijo Elliot cuando lo conocí… -la miró –creí… bueno; en verdad creí que terminarías junto a él.

Lila suspiró a su vez, cruzándose de brazos.

-Y yo que tú terminarías junto a Arnold.

De nuevo se posicionó cada una en su sitio.

Un rato de silencio. ¿Cuánto tiempo había pasado?

-Creo que ya se fue la mayoría.

-¿Ya se habrá ido Arnold?

-No me importa –la pelirroja se levantó –, necesito un cigarro ahora –tomó los zapatos con la mano izquierda y abrió la puerta; Helga la siguió de mala gana.

Caminaron por el pasillo lentamente, mirando hacia todos lados. Helga buscaba a Arnold, pero también su bolso; no sabía dónde lo había dejado, ahora que lo pensaba.

-Aquí está –Lila sonrió y se abalanzó sobre un sillón, tomó su pequeño bolso rojo y sacó a toda prisa la cajetilla –larguémonos de aquí –soltó, sonriente.

Quién sabe dónde habrían quedado su linda bolsita nueva mandada a hacer justo para el vestido, y su celular y toda la basura inútil que traía en ella. Menos mal que la noche era cálida y silenciosa. Ambas caminaban descalzas. Ambas con un cigarrillo en los labios. Helga sólo lo sostenía sin fumarlo en verdad; Lila casi lo devoraba

Los autos pasaban a su lado. Les chiflaban, tocaban el claxon; les gritaban. La noche estaba llena de adolescentes ebrios y más estúpidos de lo normal, y eso ya era mucho decir.

-¿Quieres dormir en mi piso? –soltó de pronto, sin mirarla.

-Creí que nunca me lo pedirías.

Parte 3: Distancia

"Buenas noches" al dormitante portero. El elevador. La llave de la puerta. El switch de la luz. Un vaso con agua, otro. Y luego la botella de whisky; la última decomisada a la de nuevo, y sorprendentemente aún después de casi dos años; Miriam Pataki.

-Salud.

Hasta el fondo. Odiaba el sabor del alcohol, igual que el del cigarro, pero ahí estaba, con ambos.

Bebieron un buen rato sin pronunciar palabra, bastante, de hecho.

Y súbitamente, Lila habló.

-¿En serio ya no quieres a Arnold?

No hubo respuesta. La puerta se abrió.

-Helga… pensamos que…

-Adelante. Hay mucho alcohol y botanas… y comida; supongo. Olga estuvo aquí hace unos días… sírvanse.

Phoebe y Gerald entraron nerviosamente, despeinados y la ropa mal puesta, no quería ni imaginarse lo que habrían hecho en el auto, o sabrá Dios dónde, pero habían ido a terminarlo ahí.

-¿No encontraron ningún cuarto? –Helga formuló esa pregunta en su cabeza, pero fue Lila quien la exteriorizó.

Gerald se ruborizó, pero fue Phoebe quien respondió con una naturalidad sorprendente, mientras servía dos vasos.

-Nop; todo lleno.

-Me hubieran dicho que querían el cuarto; nos hubiéramos ido a la casa de alguna de nosotras; al fin que sólo íbamos a charlar un poco –soltó la rubia.

-Eso dices tú –apuntó la pelirroja, y a cierto moreno se le vinieron los colores… culpa del alcohol que acababa de pasar por su garganta; sin duda.

-No teníamos nada "triple equis" planeado para hoy –Phoebe se sentó junto a su novio, sonriente –, pero este hombre de repente… bueno…

Lila reprimió una carcajada.

-Pasen al cuarto, entonces –soltó, señalándoles la puerta con ambas manos y una enorme y burlesca sonrisa.

-¡No! –No había pretendido gritar, pero al parecer el alcohol ya había hecho más estragos de los que pensaba en su cerebro –No –repitió la rubia, ya más despacio –hagan lo que quieran, pero esperen a que me duerma, por favor.

-Gracias –Phoebe le sonrió a su novio y éste se limitó a levantar su vaso.

-Por Helga Pataki y las puertas siempre abiertas de su refugio.

La aludida se limitó a levantar su vaso ya vacío y servirse más.

Había pasado casi una hora ya; todos conversaban animadamente y se reían, comían comida chatarra y tomaban más alcohol.

Helga se reía de las estúpidas costumbres de la sociedad, como festejar cualquier suceso matándose las neuronas con alcohol, como lo hacían justo en ese momento. Gerald le daba la razón, con una mano sobre sus hombros, mientras vaciaba su vaso, y Lila y Phoebe hablaban sobre lo rápido que perdían el glamur las chicas con un par de cervezas encima, como algunas en la fiesta post-baile de graduación, de quienes hacían cuenta en ese momento.

De pronto la puerta se abrió. La risa de lila se congeló en sus labios cuando vio a un desastre largo, castaño y desfajado entrar a la sala; despeinado y revolcado. Traía sangre en la nariz, y venía arrastrando prácticamente a un igualmente desfajado (de hecho, su camisa estaba rota del cuello), sucio, despeinado y muy borracho rubio de ojos esmeraldas.

-¡LILA! –gritó Elliot -¡He venido por ti, y si me dices que no, te llevaré a la fuerza!

La aludida lo miró con la boca abierta; a su lado, recargado en su hombro, un rubio medio veía a Helga, y parecía querer pronunciar un discurso igual de apasionado, pero se limitó a caer de rodillas y vomitar sobre la alfombra.

-¡Iuuu! –Lila frunció la nariz.

-Qué asco, cabeza de balón.

Con una mano sobre la boca, la rubia trató de sentarse sobre el respaldo del sillón sobre el que se encontraba, pero ebria como estaba, terminó en el piso.

-Helga! –Phoebe, que apenas si había bebido, corrió a socorrer a su amiga, mientras Lila y Gerald se desternillaban de risa. Y aún más cuando, al mismo tiempo, el rubio trataba de correr a socorrerla también, al tiempo que resbalaba con su propio vómito y caía de lleno sobre el pecho.

Entonces Helga se les unió en la risa, y Elliot también, que para ese entonces, ya había llegado junto a Lila.

-Vámonos, Lila –dijo luego de recobrar un poco la compostura, al tiempo que la tomaba de la muñeca.

La pelirroja alzó una ceja.

-¿Se podría saber a dónde? –inquirió.

-Afuera –respondió él –necesito decirte que te amo.

-Ah, ¿Sí?

-Sí.

-Vámonos, pues –volvió a jalarla de la muñeca –, necesito decírtelo.

-Ya me lo dijiste –repuso la otra, rodando los ojos –. Que me amas –aclaró, al ver la confusión en el rostro de chico.

-Ah… ¿sí? –la miró confundido –Y tú, ¿me amas, Lila?

Ahí iban de nuevo

-Helga.

-Suéltame, cabeza de balón, apestas –el chico se había arrodillado a su lado y la tomaba de un hombro –ve a darte un baño.

-¡Pero!

-¡Sin peros! –lo cortó, tajante –Lo que tengas qué decirme, será después de que te bañes.

El chico se levantó a como pudo y se dirigió al baño. Helga fue a la cocina, tomó un kilo de detergente en polvo y lo vació sobre la gracia del rubio.

-Idiota –masculló al tiempo que le dejaba caer encima hasta el empaque.

Gerald, muerto de la risa aún, les comunicó que habían decidido mejor irse a sus casas él y su novia, llamaron un taxi y así lo hicieron. Lila y Elliot se metieron a la antigua recámara de Miriam y Helga se quedó en la sala.

Un momento después Arnold salió, exactamente como había entrado: sucio, borracho y con fuego en los ojos.

-¡Te dije que…

-Ya me limpié el vómito –se sentó junto a ella, y entonces ambos notaron que se habían quedado solos.

-Arnold… -la chica lo miró queriendo no mirarlo. ¿Qué se suponía que debía decirle?

-Helga… tenía planeadas tantas cosas para hoy…

-Para ayer, querrás decir –repuso la otra –; ya es mañana –y le mostró el reloj; era casi la una de la madrugada.

El rubio negó.

-Para el futuro.

Calló. Ambos lo hicieron. En la recámara, el par de locos parecía haber caído dormido, porque hacía un rato que habían dejado de hablar… dormidos; sí. Era mejor pensar eso.

-¿Escuchaste a Tina?

Ese había sido Arnold.

-¿Bromeas? –lo miró, molesta -¿Habría una forma de no escucharla?

-Me refiero a que si la escuchaste, en verdad.

-¿Sobre lo de que soy una pedante engreída y egocéntrica hija de perra? Oh, sí; lo escuché –rodó los ojos.

-Sobre lo de que nunca terminamos nuestra relación… -aclaró el otro sin inmutarse.

-Ah, sí. Eso también.

-¿Crees que es cierto?

No le respondió; en un buen rato. Eso era lo que la había hecho llorar en primer lugar… o al menos intentar llorar, hasta que se había metido a la madriguera de esa… araña roja y despampánate, y borracha y loca y muy pervertida…

-No lo sé –soltó al fin –, sólo sé que nunca pensé en nadie más… creí que era una buena idea que conociéramos más personas… pero nunca pensé que podríamos lastimar a otros… ni me importó.

Arnold la miró un tanto conmovido.

-¿En serio te pegó el discurso de Tina, Helga? –le pasó una mano por la mejilla, que rápidamente esquivó –eres tan dulce…

-Sólo estoy ebria –las mejillas le escocían.

-Eres un amor…

-Voy a romperte la cara…

-Aún te amo, Helga -Lo soltó así, de golpe, sin pensarlo. Cada vez que intentaba crear un ambiente, todo terminaba en desastre.

-¿QUÉ?

Lo miraba con los ojos desorbitados.

-Que te amo… no he dejado de hacerlo ni por un segundo, jamás.

La rubia casi se cae del sillón de nuevo.

-No seas… Arnold… tú… -balbuceaba, casi catatónica. ¿De qué demonios estaba hablando ese mequetrefe? -¿Me amas? –al fin logró poner las palabras en orden tanto en su cabeza como en su lengua -¿ME AMAS? –repitió; no furiosa, más bien, asustada -¿Te volviste loco, acaso? Con semejante vomitada debe habérsete bajado ya la borrachera, ¿No? –acercó su cara a la de él -¿No eres el mismo que hace tan poco tiempo me confió que se estaba enamorando de esa bomba dramática llamada Tina?

-Eso… -Arnold se llevó una mano a la cara –me merezco una patada en las pelotas por eso, Helga –suspiró –sólo quería ver tu reacción… no me atrevía a decirte que aún te amaba… quise plantearlo del modo contrario…

Helga frunció el seño.

-Pues ve preparando tus bolas, cabeza de balón, porque no te tomaste la molestia de aclararme que no era verdad… yo… -su voz se quebró un poco, demonios –creí que ya me habías superado… incluso alenté a esa tonta… quería que lo suyo avanzara y así me podría hacer a la idea de una vez por todas…

-Aún me amas, ¿Verdad, Helga? –sonaba triste; la miraba triste. La rubia no le respondió -Por eso quería el cuarto hace unos días –continuó, mientras la tomaba de la mano –, quería aclararle las cosas a Tina; quería cortar con ella de la mejor manera…

-Y yo no te lo permití –retiró su mano –, es mi culpa, ¿Cierto?

-No, Helga. De todas maneras Tina no quiso escucharme; tenía ya metido en la cabeza que había algo entre los dos… casi no me dejó habar. Sólo me dijo que ni se me ocurriera ir contigo al baile; que si aún quedaba algo de hombría en mí, fuera a su casa por ella y la llevara a la fiesta, y que ya de ahí, hiciera lo que me diera la gana…

-¡No me dijiste nada!

-¡No me dejaste!

Se miraron un momento. Ninguno de los dos estaba molesto, a decir verdad.

-¿Cuándo? ¿Cuando fuiste a mi casa? ¿Los últimos días de escuela? ¿Y qué hubo de todo el tiempo anterior a ese, Arnold? – Sus grandes ojos celestes lo miraban, cansados.

El chico suspiró.

-No te lo dije porque no estaba seguro de lo que sentías, primero. Después, porque planeaba sorprenderte… decírtelo de una manera que no lo olvidaras jamás… quería darte un momento mágico, Helga –arrugó el ceño, aunque sin estar molesto realmente –pero no me dejaste… estabas asustada, como siempre, e intentaste huir…

-Como siempre –completó Helga, mientras se llevaba las manos a la cabeza.

-No quise decir eso –soltó Arnold, incómodo.

La chica levantó la cabeza mientras lo miraba de una manera extraña.

-Vete, Arnold.

-Helga.

-Estoy huyendo de nuevo, así que vete.

Se puso de pie y le abrió la puerta.

-No voy a ningún lado, Helga –se aferró al sillón.

-Entonces me voy yo –se dio media vuelta para salir de la habitación.

Cuando menos lo pensó, el otro la tomó de la mano. Estúpido alcohol que volvía sus reflejos lentos.

-Esta vez me vas a escuchar, Helga; necesitamos hablar…

-No.

-Helga…

-¡Arnold, suéltame!

-Que no…

-Te lo advierto…

-No.

K.O.

Un rodillazo en cierta zona donde nunca pega el sol, y el chico quedó fuera de combate.

… Debía ir tras ella…

En cuanto pudiera moverse de nuevo.

oOo

Comenzaba a amanecer; aún necesitaba los faros del auto, pero ya podía distinguir cierto resplandor en el cielo.

Había pasado una noche inolvidable.

Nada de lo que había planeado, ni primero, ni después. Pero qué más daba. Mientras estuviera con ella, cada minuto sería mágico, sin importar lo que hicieran, así fuera sólo ver una película, acurrucados en la sala de su casa.

Después de salir del departamento de Helga, y ya arriba del taxi, habían acordado que aún no querían irse a dormir, y dado que ya no les quedaban muchas opciones, habían terminado en la sala de él viendo una vieja película de terror por televisión; ella se había asustado, y él la había abrazado… así como cuando recién habían comenzado a salir… así como había sido siempre: dulce, romántico… cómodo…

No era un experto en romances, ni en relaciones. Si alguien le pidiera un consejo sobre lo que fuera en cuestión sentimental, no sabría qué decirle. Sólo había tenido una novia, y realmente nunca habían tenido un solo problema serio… Había tenido suerte, sin duda. De hecho, aún no comprendía cómo era que algunas personas se las ingeniaban tanto para volver las relaciones tan complicadas…

Había visto a Arnold y a Helga ir y venir tantas veces; había terminado inmiscuido entre ellos en tan interminables ocasiones… de hecho, los pocos roces en ese aspecto que había tenido con su novia, habían sido provocados por ellos… ¿Qué rayos les pasaba? ¿Por qué no solo podían ser felices y ya?

Y hablando del rey, o más bien, de la reina de Roma…

Detuvo el auto.

-¿Helga?

La chica volteó a mirarlo. El sol comenzaba a salir en el horizonte, dándole de lleno en el rostro cansado y ojeroso (él no debía lucir mejor, ahora que lo pensaba).

-¿Gerald? –No había expresión en esos ojos, ni en esa voz.

-¿Qué haces aquí? –inquirió, acercándosele muy despacio.

-¿Qué haces tú aquí? –inquirió a su vez ella, comenzaba a lucir confundida.

-Vengo de dejar a Phoebe a su casa –avanzó un poco más -¿Y tú?

-Miro el vacío –la sonrisa hueca que cruzo su rostro lo aterró.

-Eso puedo verlo –dijo –mi pregunta es: ¿Por qué?

La rubia se encogió de hombros.

-Me ayuda a pensar.

-Puedes pensar desde un lugar seguro –la tomó del brazo y la jaló hacia la carretera.

Había escuchado a sus padres y a otro montón de adultos quejarse sobre lo peligroso que era ese acantilado a la orilla de la carretera, sin ningún tipo de protección. Si un auto llegaba a derrapar por ahí no sería nada bonito. Y él lo comprobó al asomarse hacia donde la rubia clavaba la mirada en ese momento. No era lo suficientemente alto para provocar vértigo, pero era lo suficientemente intimidante para no querer arriesgarse a dar un mal paso y caer por ahí… a no ser que tu nombre fuera Helga G. Pataki, y te pareciera buena idea ponerte a jugar con el peligro aún con tu vestido de graduación y unas zapatillas deportivas.

-Aquí estoy bien –de un suave movimiento se soltó de su agarre y volvió a mirar hacia el vacío; el cabello suelto y despeinado revoloteaba libremente sobre su cara; el vestido se le hinchaba y extendía desde la abertura hacia los lados, dejando ver claramente sus delgadas pero bien torneadas piernas, un poco temblorosas, para su gusto. El olor a alcohol que exudaba su cuerpo no era lo mejor que podía acompañarla en esa situación, precisamente.

-Helga –volvió a tomarla suavemente del antebrazo.

-No me voy a arrojar, tranquilo –sonrió, pero sin mirarlo.

-No digo que vayas a hacerlo –el chico se encogió de hombros, en verdad no lo creía –pero puedes caerte.

-No me caeré.

Volvió a soltarse.

Gerald se paró a su lado. La brisa fresca le golpeó la cara y entonces notó que el vestido de Helga era muy delgado.

-Toma –le puso su saco sobre los hombros.

Los labios de la rubia e curvaron en una dulce sonrisa, nada propia de ella.

-Gracias –fue todo lo que dijo mientras se lo acomodaba.

Gerald se metió las manos en los bolsillos mientras veía al sol asomar su redonda y resplandeciente faz desde detrás de una montaña.

-¿Qué te pasa, Helga? –la rubia se escondió un poco tras la tela que acababa de ponerle sobre los hombros -¿Arnold? –Inquirió; la rubia asintió -¿Qué demonios pasa entre ustedes? –se llevó una mano a la cara -¿por qué no sólo pueden estar juntos, como dos personas normales?

Una risa pesada, lenta, silenciosa, se apoderó de Helga.

-¿Tal vez porque no somos normales? –se encogió de hombros –O tal vez porque un chico normal tuvo la mala suerte de cruzar su vida con una completa lunática…

Gerald rió.

-Me inclinaré por lo segundo.

Esa risa de nuevo en ella.

-Tú y Lila siempre saben cómo alentarme…

-Para servirte.

Esa chica. En verdad le agradaba; quién lo diría. Hacía unos años no la soportaba y ahora la consideraba su amiga. Ahora genuinamente se preocupaba por ella, en serio lo hacía, y no sólopor su estrecha relación con su mejor amigo o su novia… la chica en verdad tenía algo que no encontrabas en nadie más… ese algo que podía ser igualmente repelente que atrayente.

Le puso una mano sobre el hombro.

-No pueden estar así para siempre, Helga –le dijo.

-Lo sé –respondió apagadamente ella –por eso estoy aquí, Gerald… no sé qué hacer… -Levantó el rostro cuando una ráfaga de viento cruzó el lugar; el largo cabello revoloteó alrededor suyo mientras el sol le desprendía chispas doradas, sus labios se curvaron en una sonrisa y, por algún motivo, volvió a atenazarla por el antebrazo -¿Crees que quiero morir? –le sonrió.

-No –mintió él; todo su cuerpo le había gritado lo contrario hacía unos segundos.

-Tú también lo ves, ¿verdad?

La miró confundido.

-El final perfecto para la loca de las grandes cejas; sería poético y estúpido y sin sentido, como todas las buenas tragedias… Sólo hay un problema, Gerald: a mi no me gustan las tragedias.

-Osea que no te vas a arrojar –levantó las cejas.

-No –sonrió genuinamente por primera vez desde que se la encontró.

Le creyó y la soltó.

-Necesitas dormir –soltó mientras se dirigía a su auto (al auto de su padre, más bien) –ven, te llevaré.

-Bien –le respondió, pero no se movió –sólo respóndeme una pregunta.

Gerald se detuvo.

-Dime.

-¿Crees que Arnold sea mi alma gemela?

-¿Eh?

¿Qué?

-¿Tú eres el alma gemela de Phoebe?

El moreno levantó una ceja.

-¿Quién demonios sabe eso, Helga? –Se llevó las manos a los bolsillos –sólo sé que la amo y que ella me ama, y que mientras sea así, vamos a aprovecharlo. Porque eso es lo que hacen las personas simples y mentalmente sanas, Helga.

-O sea que estoy loca –volteó a verlo.

-Sí.

Una fuerte carcajada coloreó el aire, y otra, y otra.

Ahora sí la arrastró a la carretera; a la chica le lagrimeaban los ojos y luchaba por mantener la vertical.

-Eres tan sabio, Gerald –soltó cuando al fin pudo recuperar el aliento.

El chico alzó una ceja, no muy seguro de si eso había sido un halago o un insulto.

-Vámonos ya –abrió la puerta de su auto –sube.

-No –la rubia negó con brío –ahí está mi carro.

-Todavía estás borracha –soltó él, mirándola con cierta desaprobación.

-No –negó de nuevo, ya más calmada pero sin dejar de sonreír –sólo apesto y no he dormido nada en toda la noche.

-Yo tampoco –suspiró –. Nos vemos, Helga, asegúrate de dormir.

-Lo mismo –se subió a su auto también.

Arrancaron, y la chica tomó la dirección contraria… Hacia allá no estaba su casa…

Resopló.

Como fuera. Que esa loca hiciera lo que quisiera. Él se iba a dormir.

No tenía sueño, pero sentía la cabeza como entumecida. Si cerraba los ojos por diez segundos seguidos sabía que caería súpita sin importarle ir tras el volante, pero si se mantenía con la cabeza en alto, no pasaba nada.

Llegó a donde tenía que llegar; a donde iba antes de detenerse donde se había detenido a mirar las horas que le quedaban a la noche.

Había decidido que esa madrugada iba a morir, y a renacer con los primeros rayos de sol. Gerald no lo había sabido, pero había sido el primero que le había hablado ahora en su nueva vida, y, al parecer, había sido un buen presagio.

Porque el cabeza de balón estaba sentado al pie del árbol, sobre esa colina en la que no había dejado de pensar en varias horas.

-¡Helga! –el chico la miraba con los ojos muy abiertos.

-Hey, Arnold, ¿Cómo están tus bolas?

-Ya mejor, gracias por preguntar –el chico arrugó el ceño.

-¿Puedo?

-Adelante.

Y se sentó a su lado.

-¿Ahora sí me dejarás hablar?

Helga sonrió.

-Ahora sí.

-Ya no me acuerdo qué diablos te decía…

La rubia se encogió de hombros al momento que bostezaba.

-¿Sabías que vendría aquí? –le preguntó.

-No lo sé –suspiró –, sólo necesitaba venir aquí.

La rubia sonrió.

-Supongo que estamos conectados…

-Yo también.

La miró un momento. Agarró aire para preguntar lo que al fin recordó que le iba a preguntar… las palabras que tenía tanto tiempo muriéndose por decir:

-¿Aún me amas, Helga?

La chica no lo miró.

-Creí que ya lo sabías.

-Quiero escucharte.

La chica negó, sólo un poco.

-Primero respóndeme algo: ¿Soy una buena persona?

El rubio arqueó una ceja.

-¡Por supuesto, Helga! Y no sólo una buena persona, sino u…

-No mientas.

-Lo eres.

-No lo soy. Soy egoísta y rara vez pienso en alguien más que en mi. Fuera de mis amigos, el resto de la gente me importa un carajo y eso me lo dejó bien en claro tu noviecita…

-Ex. –la corrigió.

-Ex noviecita, pues…

-En serio te afectó lo que te dijo Tina…

-Es la verdad, ya lo sabía pero nadie me lo había dicho en la cara.

Arnold sonrió.

-Aún así te amo –soltó con una dulce sonrisa en el rostro, con la mirada clavada en una ramita que se mecía suavemente frente a él.

-También soy un desastre y el drama me persigue –rodó los ojos –o más bien, yo lo atraigo –Arnold sonrió mientras la miraba de reojo –y soy terca y estúpida y llena de temores…

-Y siempre estás a la defensiva –la ayudó Arnold –y eres violenta y tu familia es un desastre, y siempre lo será.

-Gracias –soltó ella mientras asentía –y tú me vuelves loca y eres increíblemente pasivo y te encanta meterte en los problemas de los demás; tienes manía por salvar a la gente pero eres completamente incapaz de ayudarme a mí…

-Y tú eres testaruda y muy poco femenina en ocasiones, y te has vuelto cada día más arrogante y quién sabe cuántas cosas… y aún así no concibo la vida sin ti.

-Ídem –fue todo lo que dijo la otra.

-Por eso era que quería hacer algo espectacular –resopló, mientras sacaba una maltrecha hoja de papel del pantalón –hasta escribí lo que iba a decirte.

-Vaya –la otra levantó las cejas.

-Pero todo puede irse al demonio –arrojó la hoja que, gustosa, levantó el vuelo junto al viento –contigo está de más hacer planes, al final todo selo lleva el demonio…

Helga comenzó reír, y luego él la siguió.

-¿Te das cuenta –soltó, una vez que recobró el aliento –que en unas semanas estaremos separados por miles de kilómetros y que sólo podremos vernos en muy contadas ocasiones y en fechas muy específicas?

-Será más que lo que tuvimos hace siete años –repuso él, sonriente y tan optimista como lo recordaba.

-Creí que el punto era no repetir lo de hace siete años…

-Existen el teléfono, el internet, las video llamadas…

-El ciber-sexo…

Arnold la miró con una ceja levantada.

-Piensas en todo, ¿eh? –se rió.

La otra se encogió de hombros.

-Phoebe y Gerald estarán en diferente universidad también; lo había pensado por ellos… Para conseguir un departamento con dos recámaras, claro. Porque el hecho de que estén a tantos kilómetros de distancia no los va a detener…

-Se hace lo que se puede con las circunstancias –el rubio sonreía, optimista y brillante, como lo recordaba, y eso hizo que su pecho se llenara de una reconfortante calidez.

-Lo mismo tendremos qué hacer, supongo –la sonrisa de él se le había contagiado.

-¿Entonces ya no hay nada de permisos para ver a otras personas? –le sonrió, medio en broma; pícaro.

-Mientras sólo las veas… -sonrió; él también –por mi haz lo que quieras, cabeza de balón –se encogió de hombros –sólo asegúrate de que no me entere, ni que las conozca, no quiero romper otro corazón por otro malentendido amistoso…

El chico sonrió de nuevo, pero un poco triste esta vez, Helga, de nuevo, le acompañó.

-Pues yo no te doy permiso; me volveré loco si alguien te pone un dedo encima de nuevo –lo dijo medio en broma, medio en serio… muy en serio.

-Claro, claro… me aseguraré que no te enteres…

La miró, resentido… y luego sonrió.

-Tendremos qué resignarnos a no tener una vida amorosa normal hasta que nos casemos, supongo.

La rubia lo miró, molesta.

-¿Pero qué estupideces estás diciendo, Arnoldo?

El chico levantó una ceja.

-¿Supones? No supongas lo obvio, idiota.

Él sonrió, como nunca, y ella también.

-También te iba a dar esto.

Sacó un pequeño estuchito, y de él, un anillo. Los ojos de ella estaban como platos.

-Tranquila –soltó, divertido –un día te lo propondré, pero no ahora –la otra soltó ruidosamente el aire que había contenido en el pecho –este es sólo un recordatorio mío, ya que perdiste tu relicario.

Tomó le añillo y lo miró; era de oro, fino y delicado. Por fuera tenía grabadas unas maripositas, por dentro palabras:

"Por todo, y a pesar de todo." Decía.

Levantó los ojos y los calvó en los esmeraldas, que la iraban, expectantes.

-Eres tan cursi –sonrió.

-No más que tú, querida mía.

Y por fin se besaron; no como se habían besado últimamente, sino como antaño… como cuando eran inocentes y puros, y tenían todo el futuro por delante.

Ya no eran inocentes, de ninguna manera, mucho menos puros, pero los sentimientos n habían cambiado, a pesar de todo, seguían intactos… y seguían intactos, por todo… y por todo lo que significaba eso… por todo lo que significaban los dos, no como uno y uno; sino como dos, juntos…

-Será difícil –le dijo.

-Lo sé.

-No esperes que me comporte como otras novias.

-Me aterraría si lo hicieras.

Sonrió.

-Encontré tu relicario.

-¿En serio?

–Sí.

-¿Lo usarás?

-Lo dudo.

-¿Tú usarás el mío?

La miró divertido.

-¿No podrías darme algo un poco más maduro?

-Ni lo sueñes.

Otra sonrisa.

-Entonces no me quedará de otra…

Recargó la cabeza contra el tronco del árbol y cerró los ojos. A su lado, sintió a Helga hacer lo mismo.

Les esperaba una larga jornada… Una extenuante y espinosa…

Pero qué demonios. El tiempo que había pasado con otras chicas había sido tan aburrido… tranquilo, pero tan… sin color…

Con Helga cada día era una tortura, pero una tortura apasionante… ¿Significaba eso que era un masoquista? No. A partir de ese momento, todo sería mejor, porque habían madurado… tal vez. El sueño se lo llevaba en el momento que sentía la cabeza de Helga recargarse suavemente contra la de él.

-¿Por qué llegaron todos revolcados y borrachos, Arnold? –la escuchó como entre sueños.

-Íbamos a recuperar su amor; yo el tuyo, Elliot el de Lila –dijo –, así que fuimos por unos tragos para agarrar valor… pero como cuando salimos del lugar nos dimos cuenta que no teníamos suficiente adrenalina… pues nos golpeamos un poco…

-Me gusta el Arnold borracho –la escuchó reír apagadamente.

-Trataré de presentártelo más seguido…

Lo escuchó respirar tranquilamente junto a ella.

…Su cabeza de balón… ahí lo tenía, de nuevo…

"No lo arruines esta vez, idiota, porque nunca, JAMÁS vas a amar a alguien como a él; de eso, a estas alturas, ya no debe caberte ninguna duda." se dijo a sí misma… "ni que te ame de esa manera a ti, por cierto."

-¿Me amas, Helga?

-Te amo, cabeza de balón. ¿Contento?

-Sí.

Sonrieron, ambos, al tiempo que sucumbían, por fin, en los brazos de Morfeo.

¿Fin?

oOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOo

Mis amados y amadas lectoras:

Hubiera jurado que en este momento estaría toda nostálgica y rememorando cuando comencé a escribir, etc, pero la triste verdad es que estoy TAN CANSADA que sólo agradezco haber terminado esta cosa…

En serio me tiene tan cansada que ni siquiera voy a revisarlo. Voy a colgarlo así, después lo reviso (si me espero a corregirlo las voy a tener esperando otro mes, y eso es horrible).

Mil disculpas por la demora increíblemente larga, pero es que me pasaron tantas cosas…

Primero me prestaron la colección completa de mi amada Fullmetal Alchemist ¡27 mangas! Les juro que me apuré a leerlos para ponerme al día con esto, y a pesar de acabármelos en una semana, luego me enfermé, varias veces, ¡De varias cosas! Luego atropellaron a mi gatita (Incluso a estas alturas ya está caminando de nuevo la pequeñuela :3 y yo aquí, con esto medio acabado :/) y bueeeno… la compu me falló… la inspiración se me escapó, y esta cosas se alrgaba cada vez más y parecía que nunca iba a tener fin… ¡Este capi está el doble de largo que el más largo que había publicado! Seguro que está lleno de basura pero ya no lo reviso… luego lo haré con calma y se los acomodo… Perdón por ser tan valemadrist… eso. Pero, la verdad, he llegado a mi límite. Sorry.

Así que, de momento, les diré que me faltó un pedacito del final, que subiré como epílogo, y luego tal vez algún capi extra si la cosa da de sí, y si no, con el epílogo ahí muere (es que parece que el fic se resiste a llegar a su final… me estoy asustando… XD)

Como sea, agradecimientos especiales:

Arianna: Mi querida niña, ¿Qué te pareció este casi final? Si no te gustó, estaré esperándote con mucho gusto aquí en México, te recibiré con los brazos abiertos aunque vengas a desgreñarme XD, estaré atenta a sus comentarios, que al fin que le falta otro cachito a esta historia, y no tienes nada qué agradecer; al contrario, gracias a ti por tus testamentos tan divertidos; nos estamos leyendo.

diana carolina: Me encanta que te haya gustado cómo se desarrollaron las cosas en el pasado capi, a ver qué te parece lo que sucedió aquí, y perdón por la respuesta tan escueta pero traigo la cabeza volada; tengo horas, muchas, escribiendo… sabes que te quiero, dianita ;)

amanecer31: Todo lo que inicia tiene un fin; esa es la ley de este mundo :3 me muero por saber tu opinión sobre este capi :)

DarOn mal: Grazie, grazie… y hasta allí llega todo mi italiano XD qué bueno que concuerdes conmigo, espero saber qué opinas de este capi… y sobre tus reviews, pues don't worry, que en este momento no sé ni lo que escribo, en serio, ya sólo presiono teclas por inercia. Por cierto, amo cómo analizas a los personajes… y qué raro es ver "Arnold" y "Proxeneta" en la misma frase ¿En serio yo causé eso?... creo que me iré al infierno :S Un abrazo XD

Lexie Asakura Kidou: Hola paisana, gracias por las flores, y yo también espero sacar nueva historia pronto, una vez que termine con esta, al menos, que aún quedaron algunas cosillas sueltas, me harías un gran favor, por cierto, tú y todos mis amadísimos lectores, en señalármelas, porque en este momento no tengo cabeza de nada y mis tiempos están cada vez más apretados, y de momento es todo, ¡nos leemos!

Romiih: Capi semi-final servido; espero no haberte decepcionado y, como les digo, aún queda el epílogo para arreglar un poco los desbarajustes que haya hecho, byecito :3 Gracias por comentar desde el principio hasta el final, por cierto :3

Geraldine Hatch: Capi extra mega kilométrico servido para Geraldine XD Gracias por comentar desde el principio y haber llegado hasta el final (como Romiih) X3 Espero no haberte decepcionado, créeme que ando mascullando una nueva historia pero primero quiero terminar del todo esta, muchísimas gracias por tus ánimos y espero ansiosa tu opinión.

Les mando millones de abrazos mega apachurradísimos y les reitero que aún falta el epílogo, así que dejo la nostalgia y la sorpresa que les tenía planeada para este. Sólo les puedo adelantar que les gustará y aconsejarles a los que nunca han comentado, que lo hagan (están advertidos, jujujuju…)

Bueno mis amadísimos lectores y lectoras, nos leemos (espero no tardar tanto esta vez.

¡Recuerden que los amo con locura! :3

PD: Si hay fallas de cualquier tipo, dudas y esas cosas, no duden en decírmelo; me harían un mega favor, thank you, thank you! XD