Leyendo Rubí
7
*Detrás De La Puerta*
Gwen entró corriendo, siendo seguida por Gideon y Leslie, en una habitación, que solo tenía una gran cama en el medio y un sofá verde a uno de los lados. Gwen, sin pensárselo dos veces, se tiró sobre la cama y dejó, a sus lágrimas, fluir libremente.
Gideon y Leslie se miraron sin saber muy bien como consolarla en una situación como esta. Todos los padres bromean alguna vez con sus hijos diciéndoles que no eran hijos suyos, que los habían encontrado debajo de un árbol. Con Gwen puede que, esa broma, no fuera del todo mentira.
—Gwen…— Empezó Gideon, pero ella le interrumpió.
—Tú lo sabías, ¿verdad? — Interrogó mirándole con los ojos bañados en lágrimas.
—S-Sí…— Dijo desviando la mirada. —Pero me enteré mientras leíamos el prólogo del libro. —Añadió apresuradamente sentándose a su lado y apresando sus manos entre las suyas.
— ¿Porqué no dijiste nada? — Intervino Leslie mirando a Gideon con el ceño fruncido.
—Lucy y Paul me dijeron que no lo contara y había algo en sus miradas que me alertó de que era mejor no decir nada, al menos no en ese momento.
— ¿Pensabas decírmelo? —Preguntó esperanzada.
—Por supuesto. —Dijo secándole las lágrimas con sus pulgares delicadamente.
Gwen aprovechó esto para recostar su cabeza en el pecho de Gideon completamente sonrojada. Gideon ante la acción de Gwen no pudo menos que dejar escapar una sonrisa de lado y apretarla entre sus brazos.
—Seguro que ni Lucy y Paul, ni Grace y Nicolás querían hacerte daño al ocultarte esto, se ve que te quieren, que no fue su intención hacerte daño. — Ante esas palabras de Leslie, Gwen se encogió entre los brazos de Gideon.
—Entonces que dices, ¿salimos ya? — Preguntó esta vez Gideon.
—P-Prefiero quedarme un poco más. — Contestó recostándose por completo en Gideon. — Pero vosotros podéis iros si queréis…
— Yo prefiero quedarme contigo. —Respondió Gideon.
— Lo mejor es que yo salga para decirles a los demás que estás bien y que no tienen que preocuparse. — A medida que Leslie hablaba se iba levantando de la cama, después de depositar un beso en la mejilla de su amiga y darle una significativa mirada a Gideon que este respondió alzando una ceja, se encaminó hacia donde la puerta acaba de aparecer otra vez.
*Fuera De La Habitación*
Estaban todos sumidos en un profundo silencio cuando escucharon un ligero "crack" y se giraron al lugar de donde provenía el sonido, sorprendiéndose de ver aparecer otra vez la misteriosa puerta. Lucy, Paul y Nicolás se levantaron de sus asientos esperando ver salir a Gwen de dicha puerta, para explicarle las cosas. Pero para su desdicha solo salió Leslie, que se sonrojó al ver a todos pendientes de ella.
—Gwen está bien, pero ha decidido quedarse un poco más dentro de la habitación acompañada por Gideon. — Habló mientras se sentaba en su sitio al lado de Raphael.
—Supongo que entonces deberíamos seguir leyendo el libro hasta que Gwendolyn y Gideon salgan. —Propuso Míster George.
—Claro. —Respondió Leslie. — ¿A quién le toca leer?
—Opino que como el doctor White leyó la última parte del anterior capítulo debería leer él este. — Dijo la tía Maddy.
El doctor White se encogió de hombros y abrió el libro por el capítulo que le tocaba leer.
Míster George nos condujo a través de una escalera y un largo corredor que formaba varios recodos de cuarenta y cinco grados, interrumpido de vez en cuando por unos pocos escalones que subían o bajaban. La vista desde las pocas ventanas que encontrábamos a nuestro paso era siempre distinta: variaba de un gran jardín a un edificio o un patio interior. Así recorrimos un trayecto interminablemente largo, en el que se alternaban el parquet y los suelos de mosaico, que pasaba junto a un montón de puertas cerradas, sillas colocadas en filas inacabables junto a las paredes, óleos enmarcados, armarios llenos de libros encuadernados en cuero y figuras de porcelana, estatuas y armaduras. Era como si camináramos por un museo.
La tía Glenda lanzaba todo el rato miradas venenosas a su hermana, que, por su parte, la ignoraba lo mejor que podía. Mamá estaba pálida y parecía terriblemente tensa. Estuve tentada de darle la mano, pero la tía Glenda se habría dado cuenta del miedo que tenía, y eso era lo último que deseaba.
Algunos negaron con la cabeza preguntándose de donde venía ese miedo que Gwen parecía tenerle a su tía.
Era imposible que nos encontráramos todavía en la misma casa: tenía la sensación de que habíamos cruzado por lo menos otras tres cuando finalmente míster George se detuvo y llamó a una puerta.
—A veces yo también tenía esa sensación. —Habló Paul, por primera vez, con un amago de sonrisa.
La sala en la que entramos estaba forrada de arriba abajo de madera oscura, igual que nuestro comedor. También los techos eran de madera oscura, y todo estaba cubierto casi por completo de tallas artísticas, realzadas, en parte, con colores. Los muebles eran igualmente oscuros y macizos. El conjunto debería haber tenido un aspecto sombrío y lúgubre, pero no era así gracias a la luz que entraba a través de las altas ventanas de enfrente y al jardín florido que había fuera. Detrás de un muro, al fondo del jardín, incluso se veía brillar el Támesis bajo la luz resplandeciente del sol.
Pero no solo la vista y la luz animaban el lugar; también las tallas —a pesar de algunas calaveras y figuras aisladas que esbozaban muecas horripilantes— irradiaban una sensación de alegría. Era como si las paredes fueran a cobrar vida en cualquier momento. Leslie hubiera disfrutado como una loca palpando los miles de capullos de rosa que parecían reales, los diseños arcaicos y las divertidas cabezas de animales y buscando mecanismos secretos.
— ¿Qué puedo decir? —Preguntó Leslie. —Salvo… ¿¡Puedo ir!? ¿¡Puedo ir!? —Suplicó mirando a Falk con ojitos de cordero a medio morir.
Falk soltó una estruendosa carcajada ante la reacción de Leslie a la descripción de la sala del dragón.
—Claro, cuando terminemos de leer el libro te llevaremos para que puedas verla por ti misma. –Le respondió guiñándole un ojo.
Allí había leones alados, halcones, estrellas, soles y planetas, dragones, unicornios, elfos, hadas, árboles y barcos, representados todos con una impresionante viveza. Y la figura más imponente de todas era el dragón que parecía flotar sobre nosotros en el techo. Desde la punta de su cola en forma de cuña hasta la gran cabeza cubierta de escamas, debía de medir al menos siete metros. No podía apartar la mirada de él. ¡Qué hermoso era! Estaba tan admirada que casi me olvidé de por qué habíamos venido.
Y de que no estábamos solos en la sala.
Todos los presentes se habían quedado petrificados cuando nos vieron entrar.
—Parece que han surgido complicaciones… —anunció míster George.
—Creo que el término "complicaciones" se queda corto. —Bromeó Raphael.
Lady Arista, que estaba plantada tiesa como un palo junto a una de las ventanas, exclamó:
— ¡Grace!, ¿no deberías estar en el trabajo? ¿Y Gwendolyn en la escuela?
—Nada nos gustaría más, madre —respondió mamá.
Charlotte estaba sentada en un sofá justo debajo de una magnífica sirena con las escamas de la cola finamente talladas y pintadas en todos los tonos imaginables de azul y talladas y pintadas en todos los tonos imaginables de azul y turquesa. Apoyado en la ancha repisa de la chimenea, junto al sofá, se encontraba un hombre vestido con un impecable traje negro que llevaba unas gafas de montura negra. Incluso su corbata era negra. El hombre nos dirigió una mirada particularmente hosca. Un chiquillo de unos siete años se agarraba a su americana.
Al leer la última frase la voz del doctor White flaqueó y todos los demás, excepto Leslie y Raphael, abrieron los ojos como platos al adivinar quién era ese niño.
— ¡Grace!
Un hombre alto se levantó detrás de un escritorio. Sus cabellos, grises y ondulados, le caían sobre la ancha espalda como una cabellera de león. Sus ojos eran de un llamativo color marrón claro, parecido al ámbar. Su rostro tenía un aire mucho más juvenil de lo que podría deducirse por el color de su cabello, y era uno de esos rostros que se ven una vez y no se olvidan nunca por el grado de fascinación que despiertan.
Falk sonrió orgulloso ante la descripción que dio de él la hija de Grace.
El hombre sonrió dejando al descubierto dos hileras perfectas de dientes blancos y regulares.
—Grace, hacía mucho tiempo que no nos veíamos. — Rodeó el escritorio y le tendió la mano a mamá—. No has cambiado nada.
Me quedé estupefacta al ver que mamá se sonrojaba.
La sonrisa de Falk se ensanchó todavía más al recordar ese momento.
—Gracias. Lo mismo puedo decir de ti, Falk.
El hombre rechazó el cumplido con un gesto.
—Mis cabellos han encanecido —replicó.
—Te sientan bien—dijo mamá.
¿De qué iba todo eso? ¿Acaso mamá estaba flirteando con ese tipo?
La sonrisa del hombre se acentuó un poco, y luego su mirada ambarina pasó de mamá a mí, y de nuevo me sentí desagradablemente observada.
Sus ojos eran realmente extraños, tanto que bien podrían haber sido de un lobo o un felino. El hombre me tendió la mano.
—Soy Falk de Villiers. Y tú debes de ser la hija de Grace, Gwendolyn —Su apretón de manos era firme y cordial—. La primera mujer Montrose que conozco que no tiene el pelo rojo.
—He heredado el color de pelo de mi padre —observé tímidamente.
— ¿Podríamos ir al grano? —espetó el hombre de negro con gafas que estaba al lado de la chimenea.
—Sí, por favor, no me apetece ver como mi tío coquetea con la madre de la novia de mi hermano. —Habló Raphael estremeciéndose de solo pensarlo.
Falk de Villiers me soltó la mano y me guiñó un ojo.
—Adelante, por favor.
—Mi hermana nos ha soltado una historia absolutamente increíble —señaló la tía Glenda, haciendo un claro esfuerzo para no ponerse a gritar—. ¡Y míster George no ha querido escucharme! Ella afirma que Gwendolyn, nada menos que Gwendolyn, ya ha saltado tres veces en el tiempo. Y como sabe muy bien que no puede demostrarlo, también se ha sacado de la manga un cuento para explicar por qué no coincide la fecha de nacimiento de su hija. Me gustaría recordar lo que pasó hace diecisiete años y el papel nada glorioso que Grace desempeñó entonces. No me extraña que ahora, cuando falte tan poco para alcanzar el objetivo, aparezca aquí para sabotear nuestros planes.
—Glenda siempre comportándose como una auténtica víbora. —Intervino Lucy sorprendiendo a todos al escuchar semejante frase venir de una persona tan dulce.
Lady Arista abandonó su puesto junto a la ventana y se acercó.
— ¿Es eso cierto, Grace?
Mi abuela tenía la misma expresión severa e inflexible de siempre. A veces me preguntaba si sus cabellos rígidamente peinados hacia atrás no serían el motivo de que los rasgos de su cara estuvieran siempre tan inmóviles. Tal vez el peinado hacía que los músculos se mantuvieran, sencillamente, en una posición fija.
En la sala todos estallaron en una estruendosa carcajada ante este último pensamiento.
Como mucho, sus ojos se dilataban de tanto en tanto, cuando estaba excitada, como en ese momento.
Míster George afirmó:
—Mistress Shepherd afirma que ella y su marido sobornaron a la comadrona para que cambiara la fecha de nacimiento, de modo que nadie pudiera saber que también Gwendolyn podía ser portadora del gen.
—Pero ¿por qué razón iba a hacer algo así? —preguntó lady Arista.
—Dice que quería proteger a la niña, y que esperaba que fuera Charlotte la portadora.
— ¡Que lo esperaba! ¡Vamos, por favor! —gritó la tía Glenda.
—Pues a mí me parece todo bastante lógico —repuso míster George.
Nicolás le lanzó una mirada agradecida a míster George por defender a su mujer y su "hija" de los maltratos de Glenda, cosa que este contestó con una amable sonrisa.
Dirigí la mirada a Charlotte, que estaba sentada, muy pálida, en el sofá, mirando alternativamente a míster George y a la tía Glenda. Cuando nuestras miradas se encontraron, rápidamente giró la cabeza.
—Por más que lo intento, no logro descubrir ninguna lógica en esto —dijo lady Arista.
—Enseguida comprobaremos la historia —señaló míster George—. Mistress Jenkins se encargará de localizar a la comadrona.
—Solo por curiosidad, ¿cuánto pagaste a la comadrona, Grace? —preguntó Falk de Villiers.
En los últimos minutos sus ojos se habían ido afinando cada vez más, y cuando apuntó con ellos a mamá, tenía el aspecto de un lobo.
—Yo… ya no me acuerdo —dijo mamá.
Míster De Villiers levantó las cejas.
—Bueno, en realidad, no puede haber sido mucho. Por lo que sé, los ingresos de tu marido eran más bien modestos.
— ¡Desde luego! —Dijo malévolamente la tía Glenda—. No tenía ni un céntimo.
—Si vosotros lo decís, supongo que efectivamente no debió de ser demasiado —replicó mamá.
Nicolás miró amenazadoramente a Falk, mirada que él respondió alzando una de sus cejas con arrogancia.
La inseguridad que había mostrado al ver a míster De Villiers había desaparecido con la misma rapidez con que había surgido, igual que el enrojecimiento de su rostro.
— ¿Por qué, entonces, la comadrona hizo lo que le pedisteis? —Preguntó míster De Villiers—. Al fin y al cabo, estaba cometiendo un delito de falsificación documental, lo que no es ninguna insignificancia.
Mamá levantó la cabeza.
—Le explicamos que nuestra familia formaba parte de una secta satánica que tenía una fe enfermiza en el horóscopo. Le dijimos que un niño que hubiera nacido el 7 de Octubre padecería terribles represalias y sería utilizado como objeto de rituales satánicos. Nos creyó. Y como era una mujer de buen corazón y estaba en contra de los satanistas, falsificó la fecha en el certificado de nacimiento.
— ¡Rituales satánicos! ¡Qué impertinencia! —El hombre que estaba al lado de la chimenea siseó como una serpiente, y el niño se pegó aún más a él.
El doctor White volvió a tensarse ante la mención de su hijo y se preguntó si estaría con él en ese momento, supuso que la respuesta a esa pregunta tendría que esperar a que Gwendolyn saliera de la habitación.
Míster De Villiers sonrió aprobatoriamente.
—La historia es verosímil. Veremos si la comadrona explica lo mismo.
—Me parece poco inteligente que perdamos el tiempo con estas comprobaciones —protestó lady Arista.
—Estoy de acuerdo —convino la tía Glenda—. Charlotte puede saltar en cualquier momento, y entonces quedará demostrado que Grace se ha inventado esta historia para ponernos palos en las ruedas.
— ¿Y por qué no podrían haber heredado el gen las dos? —Preguntó míster George—. Ya ocurrió una vez.
—Es cierto, pero Timothy y Jonathan de Villiers eran gemelos univitelinos —informó míster De Villiers—. Y también habían sido anunciados como tales en las profecías.
—Y en el cronógrafo están previstas dos coralinas, dos pipetas, dos compartimentos de entre los doce elementos y dos recorridos de rueda dentada —observó el hombre que estaba al lado de la chimenea—. El rubí está solo.
—También es cierto —convino míster George.
Su cara redonda tenía una expresión preocupada.
—Me parece que sería más importante analizar los motivos de la mentira de mi hermana. —La tía Glenda dirigió a mamá una mirada cargada de odio—. Si quieres conseguir que se registre la sangre de Gwendolyn en el cronógrafo para inutilizarlo, eres más ingenua de lo que creía.
— ¿Cómo puede pensar siquiera esa mujer que vamos a creer ni una palabra de lo que dice? —preguntó el hombre que estaba al lado de la chimenea como si mamá y yo no estuviéramos presentes, lo que me pareció de una arrogancia insufrible—. Recuerdo muy bien cómo Grace mintió entonces para proteger a Lucy y a Paul—continuó —. Les proporcionó una ventaja decisiva. Si no hubiera sido por ella, tal vez se podría haber evitado la catástrofe.
— ¡Jake! —Le reprendió míster De Villiers.
— ¿Qué catástrofe? —Pregunté—. ¿Y quién era Paul?
—Ya solo la presencia de esta persona en esta habitación me parece increíble —prosiguió el hombre.
— ¿Y usted es…?
La mirada y la voz de mamá eran extraordinariamente frías. Me impresionó ver cómo mantenía la calma y no se dejaba amedrentar.
—Eso no tiene nada que ver con el asunto.
El hombre no se dignó dirigirle ni una sola mirada. El chiquillo rubio asomó la cabeza por detrás de su espalda y me miró. Por las pecas que tenía en la nariz me recordó un poco a Nick cuando era más pequeño, y por eso le sonreí.
Al pobre crío le había tocado la china con ese abuelo. El niño respondió a mi sonrisa abriendo los ojos, asustado, y volvió a ponerse a cubierto detrás de la chaqueta.
Todos sonrieron enternecidos, el doctor White el que más, por el intercambio entre Robert y Gwen.
—Te presento al doctor Jacob White —dijo Falk de Villiers, que parecía casi divertido por la situación—. Un genio en el campo de la medicina y la bioquímica. Normalmente es un poco más cortés.
Jacob Grey habría sido más apropiado. Incluso el tono de su tez tiraba a gris.
Se pudo escuchar una estruendosa carcajada que sorprendió a todos porque esta provenía del mismo doctor White. Cuando el hombre paró de reír se fijó en que todos lo estaban mirando completamente sorprendidos y sonrió levemente volviendo a seguir con capítulo dejando a todos con la duda.
Míster De Villiers se volvió un momento hacia mí, y luego su mirada volvió a posarse en mi madre.
—De un modo u otro, tenemos que tomar una decisión. ¿Debemos creerte, Grace, o realmente tienes alguna intención oculta?
Durante unos segundos, mamá le miró furiosa, pero luego bajó los ojos y dijo en voz baja:
—No estoy aquí para impedir que desarrolléis vuestra grandiosa misión secreta. Solo estoy aquí porque quiero impedir que a mi hija le pase algo. Con la ayuda del cronógrafo, los viajes en el tiempo podrían transcurrir sin peligro y ella podría llevar una vida más o menos normal. Eso es todo lo que quiero.
— ¡Sí, claro! —se mofó la tía Glenda.
Mi tía se acercó al sofá y se sentó junto a Charlotte. A mí también me hubiera gustado sentarme, porque se me empezaban a cansar las piernas; pero, como nadie me ofreció una silla, no tuve más remedio que seguir en pie.
—Lo que hice en otro tiempo no tenía nada que ver con… «Vuestro asunto» —continuó mamá—. Para ser sincera, apenas sé nada de eso, y lo que sé solo lo entiendo a medias.
—Entonces no puedo imaginar por qué motivo se atrevió a inmiscuirse de ese modo en cosas que no le competían en absoluto —dijo el oscuro doctor White.
—Solo quise ayudar a Lucy —afirmó mamá—. Era mi sobrina preferida, cuidé de ella desde que era un bebé, y me pidió ayuda. ¿Qué hubiera hecho usted en mi lugar? Dios mío, los dos eran tan jóvenes y estaban tan enamorados… Sencillamente, no quería que les ocurriera nada.
Lucy y Paul sonrieron ante las palabras de Grace, pensando en lo mucho que les gustaría volver a verla.
— ¡Pues estará satisfecha de su éxito!
—Quería a Lucy como a una hermana. —Mamá miró un instante a la tía Glenda antes de añadir—: Mucho más que a una hermana.
La tía Glenda cogió la mano de Charlotte, que tenía la mirada clavada en el suelo, y le dio unas palmaditas.
— ¡Todos queríamos mucho a Lucy! —Exclamó lady Arista—. ¡Por eso era más importante mantenerla alejada de ese joven y de sus inadecuados puntos de vista que apoyarla en su idea!
— ¿Inadecuados puntos de vista? ¡Venga ya! ¡Fue esa intrigante pelirroja la que le puso a Paul en la cabeza esas estúpidas teorías conspirativas! —Dijo el doctor White—. ¡Ella le convenció para que realizara el robo!
— ¡Eso no es cierto! —Replicó lady Arista—. Lucy nunca hubiera hecho algo así. Fue Paul, que se aprovechó de su ingenuidad juvenil y la sedujo.
— ¡Ingenuidad! ¡Permítame que me ría! —soltó el doctor White.
— ¿Porqué parece que esos argumentos ya han sido dichos más de una vez? —Preguntó Lucy con un amago de risa.
—Porque así es, querida. Cada vez que alguien os nombraba terminábamos con alguna discusión sobre quién de los dos tuvo la culpa. — Respondió la tía Maddy tomando un caramelo de limón de quien sabe dónde.
Falk de Villiers levantó una mano.
—Ya hemos mantenido antes esta discusión. Creo que las distintas posturas son suficientemente conocidas. — Echó una ojeada al reloj—. Gideon estará de vuelta en cualquier momento y, para cuando llegue, deberíamos haber tomado una decisión sobre lo que vamos a hacer. Charlotte, ¿cómo te sientes?
—Sigo teniendo dolor de cabeza —sostuvo Charlotte sin apartar la mirada del suelo.
—Ya lo ve —recriminó la tía Glenda con una sonrisa malévola.
—Que tenga dolor de cabeza no quiere decir que vaya a saltar, —habló Raphael— porque si solo por tener un dolor de cabeza vas a saltar toda la humanidad puede hacerlo.
—Yo también tengo dolor de cabeza —replicó mamá—. Pero eso no quiere decir que vaya a saltar en el tiempo de un momento a otro.
— ¿Veis? Grace está de acuerdo conmigo. —Exclamó alzando los brazos con una sonrisa juguetona.
— ¡Eres… eres una víbora! —espetó latía Glenda.
—Creo que deberíamos partir sencillamente de la idea de que mistress Shepherd y Gwendolyn dicen la verdad — anunció míster George mientras se secaba el sudor de la calva con un pañuelo—. Si no, no haremos más que perder un tiempo precioso.
— ¡No puedes decirlo en serio, Thomas!
El doctor White golpeó la repisa de la chimenea con tanta fuerza que volcó una copa de estaño.
Míster George se sobresaltó, pero enseguida continuó con voz serena:
—Si nos atenemos a los hechos que nos cuentan, el último salto en el tiempo se ha producido hace una hora y media o dos horas. Podríamos preparar a la chica y documentar el siguiente salto temporal de la forma más precisa posible.
—Yo también comparto su idea —dijo míster De Villiers —. ¿Alguna objeción?
—De todos modos, sería como hablar con una pared —dijo el doctor White.
—Tiene razón—le apoyó la tía Glenda.
—Propongo la Sala de Documentos —señaló míster George—. Allí Gwendolyn estaría segura, y a su vuelta podríamos registrarla enseguida en el cronógrafo.
— ¡Pues yo no permitiría que se acercara siquiera al cronógrafo! —dijo el doctor White.
—Por Dios, Jake, creo que ya es suficiente —dijo míster De Villiers—. ¡Es solo una muchacha! ¿Crees que lleva oculta una bomba debajo del uniforme escolar?
—Lo cierto es que podría llevarlo. —Ante estas palabras todos miraron a Leslie patidifusos pensando en millones de maneras en las que Gwendolyn llevara una bomba en el uniforme. — ¿Qué? Yo he dicho que es posible, no que la llevara. —Añadió cruzándose de brazos.
Los demás prefirieron no decir nada y seguir con la lectura.
—La otra también era solo una muchacha —repuso el doctor White con desdén.
Míster De Villiers se volvió hacia míster George en señal de aprobación.
—Lo haremos como has propuesto. Encárgate de ello.
—Ven, Gwendolyn—me indicó míster George.
Pero no me moví de donde estaba.
— ¿Mamá?
—Todo irá bien, cariño, te esperaré aquí —me dijo esforzándose en sonreír.
Miré a Charlotte. Seguía con la mirada fija en el suelo. La tía Glenda había cerrado los ojos y se había inclinado hacia atrás en el sofá con aire resignado. Parecía como si también a ella le hubiera dado un fuerte dolor de cabeza. Mi abuela, en cambio, me miraba fijamente, como si me viera por primera vez. Y es muy posible que en efecto fuera así.
El chiquillo volvió a asomar la cabeza por detrás de la chaqueta del doctor White. Pobre criatura. El viejo cascarrabias no había hablado con él ni una sola vez, y lo trataba como si no estuviera presente.
Ante esa frase el doctor White se sintió un poco triste y pensó que sería buena idea que, cuando estuviera solo, hablaría con su hijo aunque no recibiera respuesta alguna.
—Hasta luego, cariño —dijo mamá.
*Con Gwen y Gideon*
Gwen hacía un rato que había parado de llorar y, ahora, se encontraban los dos tumbados y abrazados en la cama en cómodo silencio donde solo se escuchaban sus calmadas respiraciones.
— ¿Quieres salir ya? —Le preguntó Gideon acariciando tiernamente su cabello.
—Sé que tengo que salir, pero…tengo miedo. —Murmuró apretándose más contra el pecho de Gideon.
—No tienes por qué tener miedo, yo estaré todo el rato a tu lado. —Dijo afianzando el abrazo.
Gideon la ayudó a ponerse de pie y caminaron los dos juntos hasta llega a la puerta.
— ¿Preparada? — Preguntó Gideon agarrando el picaporte.
—Preparada si tú lo estás. —Respondió poniendo su mano encima de la suya y abriendo la puerta a la vez.
*Al otro lado de la puerta*
Estaban todos tan inmersos en la lectura que no se dieron cuenta del pequeño ruido que hizo la puerta al ser abierta, hasta que vieron a Gwendolyn y a Gideon parados delante de ellos.
Lucy, Paul y Nicolás se levantaron rápidamente con la intención de acercarse a la chica, pero esta agarró a Gideon por la muñeca y lo arrastró hasta sus sitios donde se sentaron ante la mirada sorprendida de todos.
Debido al tenso silencio Falk le hizo una seña al doctor White para que siguiera leyendo.
Míster George me cogió del brazo y me dirigió una sonrisa alentadora. Tímidamente, se la devolví. De algún modo, aquel hombre me gustaba. En todo caso, era la persona más amable de todas las que se encontraban allí. Y la única que parecía creernos.
Míster George sonrió cálidamente a Gwen que seguía agarrando la mano de Gideon.
De todas maneras, no me hacía ninguna gracia dejar a mi madre sola. Cuando la puerta se cerró detrás de nosotros y nos encontramos en el corredor, me entraron ganas de ponerme a gritar: « ¡Quiero quedarme con mi madre! », pero me contuve.
Gideon apretó a Gwen contra él al sentir el temblor que recorrió su cuerpo con esa última frase.
Míster George me soltó el brazo y me precedió, primero recorriendo en sentido inverso el camino por donde habíamos llegado, y luego, después de cruzar una puerta, a través de un corredor más amplio, bajando unas escaleras y cruzando una nueva puerta que daba a un nuevo corredor.
Aquello era un auténtico laberinto. Aunque seguramente unas teas de pez hubieran encajado mejor con el estilo de la edificación, los corredores estaban iluminados con lámparas modernas que daban casi tanta luz como si fuera de día.
—Al principio resulta desconcertante, pero al cabo de un tiempo acabas familiarizándote con el lugar —observó míster George.
Bajamos de nuevo, esta vez por una escalera de caracol de piedra de muchos peldaños que se enroscaba interminablemente en el suelo y parecía no tener final.
—Los caballeros del Temple erigieron este edificio en el siglo XII. Antes habían estado aquí los romanos, y antes de ellos, los celtas. Para todos fue un lugar sagrado, y eso no ha cambiado hasta el día de hoy. Uno puede sentir en cada centímetro cuadrado de este sitio que tiene algo especial, ¿no te parece? Como si de este pedazo de tierra surgiera una fuerza extraordinaria.
Yo no sentía nada parecido. Al contrario, me sentía más bien apática y cansada: echaba en falta las horas de sueño que había perdido las últimas noches.
Al girar bruscamente a la derecha al final de la escalera, nos tropezamos con un joven con el que estuvimos a punto de chocar.
—Señores y señoras con ustedes… ¡El primer encuentro, real, de nuestros tortolitos!—Aplaudió Raphael arrancando a todos los presentes una carcajada, menos a los mencionados que se sonrojaron hasta las orejas.
— ¡Cuidado! —gritó míster George.
—Míster George.
El joven tenía unos cabellos oscuros y rizados que le llegaban casi hasta los hombros y unos ojos verdes tan luminosos que pensé que debía de llevar lentes de contacto. Aunque no había visto antes ni su cabello ni sus ojos, enseguida le reconocí. También el timbre de su voz era inconfundible. Era el hombre que había visto en mi último viaje en el tiempo.
Para ser precisos, el joven al que había besado mi doble mientras yo, detrás de la cortina, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos.
No podía hacer otra cosa que mirarle fijamente boquiabierta. Visto de frente y sin peluca, era mil veces más guapo.
Gwen enrojeció completamente por los pensamientos de su "yo" del libro. Gideon sonrió al verla tan colorada y la acercó más contra él.
Olvidé por completo que a Leslie y a mí normalmente no nos gustaban los chicos con el pelo largo. (Leslie opinaba que los chicos se dejaban crecer el pelo para poder ocultar mejor sus orejas de soplillo.)
—Y como ya diré más adelante, Gideon no tiene el pelo largo.
El joven me miró a su vez, bastante desconcertado, me examinó brevemente y luego dirigió una mirada interrogativa a míster George.
—Gideon, esta es Gwendolyn Shepherd —dijo míster George con un ligero suspiro—. Gwendolyn, este es Gideon de Villiers.
Gideon de Villiers. El jugador de polo. El otro viajero del tiempo.
—Hola —dijo cortésmente.
—Hola.
¿Por qué de pronto mi voz había enronquecido?
—Creo que vosotros dos ya tendréis tiempo de conoceros mejor. —Míster George rió nerviosamente—. Es posible que Gwendolyn sea nuestra nueva Charlotte.
— ¿Cómo?
Los ojos verdes me sometieron a una nueva inspección, esta vez limitada al rostro. Por desgracia, solo fui capaz de mirarle a mi vez con cara de boba, con los ojos abiertos de par en par.
Se escucharon algunas que otras risitas en la sala por cómo se comportó Gwen en su primer encuentro con Gideon.
—Es una historia muy complicada —dijo míster George —. Lo mejor será que vayas a la Sala del Dragón y le pidas a tu tío que te lo explique todo.
Gideon asintió.
—De todos modos, ya iba hacia allí. Hasta ahora, míster George. Adiós, Wendy.
¿Quién era Wendy?
Gwen golpeó ligeramente el brazo de Gideon haciendo que este la mirara.
—Au… ¿A qué ha venido eso? —Susurró para que nadie más les escuchara.
—Me llamaste Wendy, yo no soy Wendy. —Murmuró Gwen con un puchero.
—Gwendolyn —le corrigió míster George, pero Gideon ya había doblado la esquina.
Sus pasos resonaron en la escalera.
—Seguro que tienes un montón de preguntas que hacer — conjeturó míster George—. Intentaré responderlas lo mejor que pueda.
Estiré las piernas, contenta de poder sentarme al fin. La Sala de Documentos resultó ser un lugar muy agradable, a pesar de que estaba profundamente enterrada en un sótano abovedado y no tenía ventanas. En una chimenea ardía un fuego, y había estanterías y muebles con libros en todas las paredes, así como unos sillones de orejas que parecían muy confortables y el ancho sofá en que estaba sentada en ese momento. Cuando entramos, un hombre joven se levantó de su silla detrás de un escritorio, inclinó la cabeza y abandonó la habitación sin decir palabra.
— ¿Es mudo ese hombre? —fue lo primero que me vino a la cabeza preguntar.
—No —contestó míster George—, pero ha hecho un voto de silencio. No hablará en las próximas cuatro semanas.
— ¿Y de qué le servirá eso?
—Es un ritual. Los adeptos deben superar toda una serie de ejercicios antes de ser admitidos en nuestros círculos exteriores. Uno de los objetivos fundamentales de estas pruebas es demostrar que saben callar. —Míster George sonrió—. Debes de encontrarnos realmente extraños, ¿no? Ten, coge la linterna y cuélgatela del cuello.
— ¿Qué me pasará ahora?
—Esperaremos a tu próximo salto en el tiempo.
— ¿Y cuándo será?
—Oh, nadie puede decirlo exactamente. Es distinto para cada viajero del tiempo. Se dice que tu antepasada Elaine Burghley, la segunda nacida en el Círculo de los Doce, no saltó más de cinco veces en toda su vida. Aunque también es cierto que murió a los dieciocho años de fiebre puerperal. El conde, en cambio, en su juventud saltaba cada pocas horas, de dos a siete veces al día. Ya podrás imaginar lo peligrosa que debió de ser su vida hasta que consiguió comprender por fin la utilidad del cronógrafo. — Míster George señaló el óleo que había sobre la chimenea, que representaba a un hombre con una peluca rizada blanca —. Es él, por cierto, el conde de Saint Germain.
— ¿Siete veces al día?
Aquello era espantoso. No podría dormir en paz ni ir a la escuela.
—No te preocupes. Cuando quiera que pase, aterrizarás en esta habitación, donde estarás completamente segura. Solo tendrás que esperar a saltar de vuelta sin moverte de donde estás. Y si por casualidad te encontraras a alguien, enséñale este anillo.
Míster George se sacó su anillo desello del dedo y me lo tendió. Le di la vuelta en la mano y observé el grabado. Era una estrella de doce puntas que llevaba en el centro unas letras afiligranadas que se imbricaban las unas con las otras.
La inteligente Leslie había acertado de nuevo.
—Míster Whitman, mi profesor de inglés y de historia, tiene uno igual.
— ¿Eso es una pregunta?
El fuego de la chimenea que se reflejaba en la calva de míster George daba calidez a la escena.
—No.
No hacía falta que me contestara. Como Leslie ya había intuido, no cabía duda de que míster Whitman también era uno de ellos.
—Es que yo siempre tengo razón en todo. —Habló la nombrada con socarronería.
— ¿No hay nada más que quieras saber?
— ¿Quién es Paul y qué paso con Lucy? ¿Y de qué robo hablaban? ¿Y qué hizo mi madre en aquella época para que todos estén tan enfadados con ella? —solté de corrido.
—Oh… —Míster George se rascó la cabeza ligeramente azorado—. Bien, por desgracia, a estas preguntas de momento no puedo responderte.
—Lo sabía.
—Gwendolyn, cuando realmente seas nuestro número doce, te lo explicaremos todo, hasta el último detalle. Pero de momento tenemos que ser precavidos. De todos modos, responderé encantado a otras preguntas.
Callé.
Míster George suspiró.
—Está bien. Paul es el hermano pequeño de Falk de Villiers. Era, antes de Gideon, el último viajero del tiempo de la línea De Villiers, el número nueve en el Círculo de los Doce. Para empezar, tendrás que contentarte con eso. Si tienes otras preguntas menos comprometidas…
—Ayyy…George te dejas convencer con demasiada facilidad. —Suspiró Falk.
— ¿Hay un lavabo aquí?
—Oh, sí, naturalmente. Ahí mismo, al doblar la esquina. Te acompañaré.
—Puedo ir sola.
—Naturalmente —repitió míster George, pero de todos modos me siguió como una sombra hasta la puerta.
Allí estaba plantado, como un soldado de la guardia de palacio, el hombre de antes, el que había hecho un voto de silencio.
—Es la puerta siguiente. —Míster George señaló a la izquierda—. Te esperaré aquí.
En el servicio —una habitación pequeña que olía a desinfectante con un váter y un lavabo— me saqué el móvil del bolsillo. Naturalmente no había cobertura. Lástima, porque me moría de ganas de informar a Leslie de todo. De todas maneras, el reloj funcionaba, y me quedé atónita al ver que solo era mediodía. Tenía la sensación de que hacía ya días que estaba aquí. Y, de hecho, tenía que ir de verdad al lavabo.
Cuando volví a salir, míster George me sonrió con cara de alivio. Por lo visto, tenía miedo de que hubiera desaparecido.
En la Sala de Documentos volví a sentarme en el sofá y míster George se sentó en un sillón frente a mí.
—Bien, sigamos con el juego de las preguntas — prosiguió—. Pero esta vez alternaremos una pregunta tú y una pregunta yo.
—Muy bien—dije—. Usted primero.
— ¿Tienes sed?
—Sí. Un vaso de agua me vendría bien. O un té, si tiene…
De hecho, allí abajo había agua, zumos y vino, además de un hervidor para el té. Míster George preparó una tetera de Earl Grey.
—Ahora tú—dijo cuando volvió asentarse.
—Si la capacidad de viajar en el tiempo está determinada por un gen, ¿cómo es que la fecha de nacimiento desempeña un papel en esto? ¿Cómo es que no le han sacado sangre a Charlotte hace tiempo para buscar el gen? ¿Y cómo es que no la han podido enviar con el cronógrafo a un pasado sin riesgos, antes de que salte por sí sola en el tiempo y pueda ponerse en peligro?
—Bien, para empezar, nosotros creemos que se trata de un gen, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Lo único que sabemos con certeza que hay algo en la sangre que os diferencia de la gente normal, pero aún no hemos descubierto el factor X, a pesar de que hace muchos años que lo investigamos y de que encontrarás entre nosotros a los mejores científicos del mundo. El descubrimiento de este gen o lo que quiera que sea en la sangre haría que las cosas fueran mucho más sencillas, créeme. Pero, tal como estamos, dependemos de los cálculos y observaciones realizados por generaciones anteriores.
—Si se hubiera cargado el cronógrafo con sangre de Charlotte, ¿qué hubiera pasado?
—En el peor de los casos, lo hubiéramos inutilizado — contestó míster George—. ¡Y por favor, Gwendolyn, estamos hablando de una minúscula gotita de sangre, no de llenar un depósito! Ahora me toca el turno a mí. Si pudieras elegir, ¿a qué época te gustaría más viajar?
Reflexioné.
—No me gustaría ir muy lejos en el pasado. Solo diez años atrás. Entonces podría volver a ver a mi padre y hablar con él.
A Nicolás los ojos se le llenaron los ojos de lágrimas por lo que dijo su "hija". Tuvo unas incontrolables ganas de ir a abrazarla, pero sabía que, en estos momentos, no sería bien recibido y, además, ella ya tenía a alguien que estaría siempre a su lado al ver como Gideon pasaba uno de sus brazos por los hombros de Gwen para arrimarla contra él y besar el tope de su cabeza.
—Sí, es un deseo comprensible —convino míster George con aire apesadumbrado—. Pero no puede ser. Nadie puede viajar dentro de la época en que ha vivido. Como muy pronto, puedes viajar al período anterior a tu nacimiento.
—Oh…
Era una lástima, porque ya me estaba imaginando viajando de nuevo a la época de la escuela primaria, justo al día en que un chico llamado Gregory Forbes me había llamado «rana asquerosa» en el patio y me había dado cuatro patadas seguidas en la espinilla. Hubiera aparecido allí como una súper woman, y seguro que Gregory Forbes no hubiera vuelto a pegar nunca más a las niñas pequeñas.
Leslie, Raphael y Gideon rompieron en una estruendosa carcajada de solo imaginarse esa escena.
—Te toca otra vez—dijo míster George.
—Se suponía que yo tenía que trazar un círculo de tiza en el lugar donde Charlotte hubiera desaparecido. ¿Para qué hubiera servido eso?
— ¡Para nada! —Gritaron todos los miembros de la Logia que sabían de la idea de Glenda.
Míster George sacudió la cabeza.
—Olvídate de esa tontería. Tu tía Glenda insistió en que debíamos hacer vigilar el lugar. Entonces hubiéramos enviado a Gideon con la descripción de la posición al pasado y los Vigilantes hubieran esperado a Charlotte y la hubieran protegido hasta que hubiera vuelto asaltar.
—Sí, pero era imposible saber a qué época saltaría. ¡Los Vigilantes hubieran podido tener que hacer guardia allí las veinte cuatro horas del día durante décadas!
—Sí. —Míster George suspiró—. ¡Exacto! Pero ahora me toca a mí. ¿Aún te acuerdas de tu abuelo?
—Claro. Tenía diez años cuando murió. Era muy distinto a lady Arista, divertido y nada severo. Siempre nos explicaba historias de miedo a mi hermano y a mí. ¿Usted le conocía?
— ¡Oh, sí! Era mi mentor y mi mejor amigo.
Míster George miró un rato el fuego con aire pensativo.
— ¿Quién es ese chiquillo? —pregunté.
— ¿Qué chiquillo?
—El que estaba agarrado a la chaqueta del doctor White.
— ¿Tú lo sabías? —Le interrogó en doctor White.
—Sí, pero no te lo dije porque pensé que no me creerías.
—Posiblemente te hubiera mandado al psiquiatra. —Dijo con una sonrisa burlona.
— ¿Cómo dices?
Míster George apartó la mirada del fuego y me miró sorprendido.
¡Por Dios! Tampoco era tan difícil de entender.
—Un chiquillo rubio de unos siete años. Estaba junto al doctor White —pronuncié marcando cada una de las sílabas.
—Pero si allí no había ningún chiquillo —repuso míster George—. ¿Te estás burlando de mí?
—No —contesté.
De repente comprendí lo que había visto, y me irritó no haberme dado cuenta enseguida.
— ¿Un chiquillo rubio, dices? ¿De siete años?
—Olvídelo.
Hice como si de pronto sintiera un gran interés por los libros de la estantería que tenía detrás.
Míster George calló, pero podía sentir su mirada clavada en mi espalda.
—Ahora me vuelve a tocar a mí—dijo finalmente.
—Es un juego tonto. ¿No podríamos jugar al ajedrez?
Sobre la mesa había un juego de ajedrez, pero míster George no se dejó despistar.
— ¿A veces ves cosas que las otras personas no ven?
—Los niños no son cosas —repuse—. Pero sí, a veces veo cosas que otros no ven.
Yo misma no sabía por qué le había confiado aquello. Por alguna razón, mis palabras parecieron alegrar a míster George.
—Gracias por haber confiado en mí tan pronto, pequeña Gwendolyn.
—Sorprendente, realmente sorprendente. ¿Desde cuándo tienes ese don?
—Siempre lo he tenido.
— ¡Fascinante! —Míster George miró a su alrededor—. Por favor, dime quién más está aquí ahora escuchando aparte de nosotros.
—Estamos solos.
Se me escapó una risita al ver la expresión decepcionada de míster George.
— ¿Aún sigues con eso de que la Logia está llena de fantasmas? —Se mofó Falk
—Bueno, aunque sea sabemos que uno sí que hay.
—Gwendolyn… ¿Robert está aquí? —Preguntó el doctor White bajando un momento el libro y enfocando su mirada en la mencionada.
Esta asintió y señaló al espacio que había delante de sus piernas.
—Oh, y yo que hubiera jurado que este viejo caserón estaba plagado de fantasmas. Especialmente, esta habitación. —Tomó un trago de té de su taza—. ¿Quieres unas galletas rellenas de naranja?
—Sí, gracias.
No sé si fue porque había mencionado las galletas, pero de pronto aquella desagradable sensación en el estómago volvió a aparecer. Contuve la respiración.
Míster George se levantó y empezó a revolver en un anaquel. La sensación de vértigo se hizo más intensa. Míster George se daría un buen susto si se volvía y yo, sencillamente, había desaparecido. Tal vez sería mejor que le previniera. Podía tener el corazón débil.
—Gracias por preocuparte por este viejo, pequeña. —Sonrió míster George. —Y, gracias a Dios, no tengo ningún problema de corazón.
— ¿Míster George?
—Ahora vuelve a tocarte a ti, Gwendolyn —dijo mientras ordenaba amorosamente las galletas en un plato, como hacía siempre míster Bernhard—. Y creo que ya conozco la respuesta a tu pregunta.
Me concentré en mis sensaciones. El vértigo parecía haber cedido un poco.
Muy bien. Falsa alarma.
—Suponiendo que viajara a una época en la que este edificio aún no existiera, ¿aterrizaría bajo tierra y me ahogaría?
— ¡Oh! Y yo que pensaba que me preguntarías por el niño rubio. En fin. Por lo que sabemos, nadie ha viajado nunca más de quinientos años atrás. Y en el cronógrafo la fecha para el rubí, es decir, para ti, solo puede ajustarse hasta 1560 después de Cristo, la fecha de nacimiento del primer viajero del tiempo en el Círculo, Lancelot de Villiers. Es una limitación de la que nos hemos lamentado muchas veces. Uno se pierde tantos años interesantísimos… Ten, coge una. Son mis galletas preferidas.
Alargué la mano, a pesar de que de repente el plato había empezado a difuminarse ante mis ojos y tenía la sensación de que alguien me iba a retirar el sofá bajo el trasero.
—Ese es el final de capítulo. —Anunció el doctor White.
La sala se quedó en completo silencio, cada uno dándole vueltas a sus pensamientos. Este silencio fue roto por un carraspeo de Paul que llamó la atención de todos que dirigieron, a él, su atención.
—Gwen,…nosotros…—empezó agarrando con fuerza la mano de Lucy.
—Lo que Paul intenta decir es que sentimos que te enteraras de esto de esta forma. —Interrumpió Lucy viendo que Paul iba a seguir tartamudeando.
—Suponemos que esto no debe de ser fácil, pero necesito que sepas que Grace y yo siempre te quisimos como si fueras nuestra hija y que gracias a toda la felicidad que nos diste decidimos tener a Nick y a Caroline. Si Lucy y Paul no te hubieran dejado a nuestro cuidado tus hermanos nunca hubieran nacido. —Habló Nicolás con un nudo en la garganta.
—Yo…yo… ¿Por qué no me lo dijisteis antes? —Preguntó sollozando Gwendolyn.
—Tú madre y yo planeábamos decírtelo, con ayuda del abuelo Lucas, cuando fueras mayor, pero luego…— Respondió dejando la frase incompleta.
—Emm… siento romper este momento, pero nadie más se muere de hambre. —Intervino Raphael recibiendo una colleja por parte de Leslie.
—Lo cierto es que ya llevamos siete capítulos y debe ser ya de noche, es bastante normal que empecemos a tener hambre. —Habló la tía Maddy.
Cuando la tía Maddy terminó de hablar una nueva puerta apareció, al lado de la puerta por la que habían aparecido Gwen y Gideon, y una nueva nota se posó en las manos de la mujer.
Siento haber tardado tanto en subir un capítulo de "Leyendo Rubí", pero así como el anterior capítulo se escribió solo con este tuve que, prácticamente, amenazarlo a punta de pistola para que se escribiera. Espero que la espera os haya merecido la pena y el capítulo sea de vuestro agrado.
Bss...
'Cerezo'