En verdad que el tiempo se la pasa volando, de octubre ya saltamos al nuevo año, y más allá, estamos a mediados de abril; espero que alguien este por aquí, leyéndome. Además, no sé si Aspros se la pase por aquí, o si se acuerde de su pedido, el Foro de las Cuatro Naciones ya no está entre nosotros :( ¡Pero sin importar cuanto tarde, siempre concluiré con mis proyectos!

¡Ya estoy aquí, subiendo la segunda y última parte, con vida!

Sólo debo disculparme ante mis estimados amigos por mi tardanza en terminar de subir la terminación de la historia. Espero que les guste a todos, que sientan que leyeron algo que vale la pena, me he esforzado con todo mi corazón.

Esta actualización está dedicada a la Semana Korroh del Foro "El Cometa de Sozin", que me ha impulsado a subirla, pues no sabía qué hacer, se me iban los días y yo me quedaba como ¿y si nadie la lee? pero creo que por lo menos alguien ha de andar por los alrededores, eso espero.

Espero que alguien lea esto y le llegue al corazón, hay muchas reflexiones entremezcladas en la trama y las diferentes situaciones que Iroh y Korra deben superar, unidos.

Igualmente, con toda la polémica que se desató con el final de La Leyenda de Korra, creo que todos tenemos el derecho sublime e irrefutable de shippear lo que más nos guste. Yo seguiré con mi Korroh, porque lo amo, y aceptaré lo que los demás deseen emparejar, porque para los gustos existen los colores.

Como siempre, acepto sugerencias, felicitaciones, ¿abrazos? Mas no ofensas ni nada por el estilo, por favor igualmente avisen si mi trabajo es copiado, al igual que todos, tengo un corazón y es el que pongo en cada palabra del siguiente FANfic. Por ende también he de aclarar:

Disclamer: Todos los personajes y ambientes, entre otros elementos, de La Leyenda de Korra, pertenecen a sus respectivos propietarios, Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko. Entre otros contribuyentes; por lo cual, no se busca infringir los derechos de autor, listo todo aclarado.

¡Disfruten la lectura, que los especiales de la semana hayan sido un éxito!

Y mis saludos a Aspros: sigue siendo fenomenal compartir gustos con alguien en alguna parte diferente del mundo. He aquí la continuación de lo que es, técnicamente tu historia, espero que la disfrutes; estoy esperanzada de que lo leas y sientas que es justo lo que querías leer; la última parte de este invento mío, está servida.


Altruismo. Sacrificio. Pérdida.

Catástrofe.

II

Iroh estaba inclinado sobre sí mismo, soportando los cortes de cristal que ardían en toda su delantera, no soltaba la mano de Korra, ni siquiera cuando se movilizaban con nerviosismo dentro del círculo de fuego. La cuestión era la siguiente: si salían de esa situación con vida, lo haría con sólo un sobreviviente a su lado, en total dejaría a doscientos dieciocho hombres en el barco, estaba incapacitado de ayudarlos a todos, y esperaba que ellos entendieran el sacrificio.

No habían transcurrido ni seis minutos tras el choque contra el volcán, y parecía que el barco se partiría en dos, sucumbiendo en medio de terremotos. Con la pérdida de sangre y la presión, las siluetas de sus enemigos, que cada vez asechaban más de cerca, se tornaban más difusas. El sacrificio de su tripulación no sería en vano, prometió, debía proteger la esperanza de su mundo.

Por fin, observó a los ojos a Korra. Años atrás, esa misma penetrante mirada les había salvado la vida al poder entablar un plan de emergencia en dos segundos, pero ahora, no divisó palabras o estrategias en esas celestes gemas, sólo presintió el dolor y la angustia. Apretó su mano, y Korra le observó cómo correspondía.

Iroh sintió que ese mar de sensaciones, habían sido intercambiadas porque la joven se había comunicado con su esencia y no con su mente, pues algo tan intenso no lograba comprenderse carnalmente.

Lo siento… —

Korra nunca supo si lo había dicho en voz alta, si lo había susurrado, si ambos lo habían oído en su mente o si sólo lo había pensado. Pero esas fueron las palabras que inundaron todo el lugar en la cuenta regresiva por salvar sus vidas.

Sentían las vidas perdidas en acción, sentían ser tan ingenuos, sentían no tener la seguridad de salir de todas esas pruebas con el rostro en alto. Iroh maldijo por lo bajo, Korra empezaba a invocar su elemento natural.

Pronto tuvieron que utilizar su mayor fuerza en el control para desviar los ataques, que irónico, los igualitarios que prevalecieron en su cometido incluso después de la muerte de Amon, aliados de los seguidores que quedaban de la Loto Roja, con unos cuantos maestros más de uno que otro terco que se hallaba antiguamente en el bando de Kuvira. Semejante enemigo con el que tenían que lidiar.

No era sólo el enemigo, una nueva arma les apuntaba desde las cumbres. Ambos sintieron ese escalofrío desagradable, ambos se agacharon instintivamente.

Y es que un trueno explotó en el aire, perforó el sonido. Los soldados de Iroh que salían de las salas de mantenimiento y las calderas cayeron como halcones de fuego heridos, y lo estaban. Su general observó con horror cómo la sangre cubría su cubierta, oyó espantado cómo millones de otros truenos hacían sucumbir a la naturaleza en la desesperanza.

Un arma, que lucía como un micro modelo del cañón que Varrick y Baatar Jr., diseñaron juntos muchos años atrás, cuando esos buenos hombres se enteraran, se les quebraría el corazón por el camino que su invento tomó. Los maestros metal cargaban el canal del arma para los no-maestros, la munición salía con una velocidad aterradora.

No hubo más tiempo para analizar. Iroh debía dejar la defensiva para ir rápidamente a la ofensiva; con urgencia, utilizó su maestría para expandir el círculo de llamas con agresividad contra sus atacantes, pronto se vio acompañado de Korra, quien entendió sus movimientos.

En medio de su carrera al barandal, Iroh sintió como la carne de su pierna se desgarraba y perdía el control de su cuerpo. Cayó abruptamente contra el suelo, dejando un rastro de sangre por las heridas abiertas.

— ¡No! — Korra lo tomó por sobre sus hombros cómo podía. — ¡Infelices! — Otros insultos internos atacaron a los Revolucionarios, pero por el momento sólo podía concentrarse en salir de allí. Apretó los dientes a más no poder, sintió que se los sacaría de la presión; recordó una de las viejas lecciones de Katara, los envolvió a ambos con un pulpo de agua, controlándolo con los movimientos fluidos de una sola mano.

Dirigiendo su mirada a los soldados de su lado que todavía trataban de dar batalla, el Avatar invocó al mar, y este la impulsó a ella y a todos los que estaban a bordo fuera del navío. Intentaba salvar la vida quien fuera que pudiera.

Internamente, la sala de calderas se sacudió ferozmente, con el barco de lado, los barriles de carga, metales y aceites se volcaron sobre todos los pasillos. Mientras Korra nadaba con toda su voluntad lo más lejos posible… el barco estalló sin remedio.

Adiós, Dragón de Jazmín.

La cabeza de la morena chocó contra la roca sólida de las orillas del canal del agua, intentó mantenerse en la superficie, escupió agua. Iroh gruñía, ella no sabía que aquello era porque él metía sus propios dedos en la herida de su pierna, luchando por sacar el pedazo de metal incrustado. Enterrando las uñas en la tierra de las montañas empinadas que se cernían sobre ellos, Korra apretó al azabache más hacia sí, queriendo darle estabilidad. Los rasguños en su cara le ardían.

¿Cómo se sentiría ese hombre? Tan atractivo antes, tan magullado ahora.

Se percató de la sangre que corría por todo el río. Angustiada, se enfocó en los elementos que los rodeaban, sintió el metal antinatural en la pierna derecha del mayor. Molesta, hizo que sus cuerpos se adentraran en la roca, sacó el agua que los seguía por su medio de escape, y creó una clase de habitación de pánico de tierra. Exhausta, un tanto asfixiada, Korra debía elaborar un plan, pero esta vez, sola.

No podía pedirle a Iroh que estuviera al cien, no ahora.

Enfocando todo el metal abarrotado en la carne, la morena dirigió con cuidado la esfera siniestra hacia fuera, Iroh no había sentido algo tan desagradable. Para lidiar con el dolor, apretaba en puño sus manos en su dañado uniforme.

Sin oxígeno, acabados, Korra utilizó la tierra control para que la superficie en la que reposaban subiera al costado más alto de la montaña.

El sol los cegó momentáneamente. Aun alerta, utilizaron sus oídos para tratar de detectar a los agresores. Se arrastraron como pudieron al costado de la montaña, menos de un metro era el espacio que poseían para movilizarse. Debían caminar una gran cantidad de kilómetros para adentrarse a las tierras llanas de la Nación, y pensar que el plan inicial era desviarse de esos caminos totalmente.

Azul y dorado se encontraron con alivio, respiraron con aceleración por varios minutos, tratando de procesar todo lo ocurrido. Tragaron duro.

Los minutos pasaron, con pena, en silencio. Iroh se levantó, vigilado por la mirada de la morena, y cojo, emprendió una caminata lamentable hacia el centro de su nación. Korra se levantó tan pronto él lo hizo, y no queriendo herir más su integridad masculina, lo siguió sin mayores peros.

En completa quietud, las mejillas de los dos se manchaban de rastros de agua salada. Pero ninguno dijo nada. Continuaron su camino por las orillas naturales del angosto canal de agua.

Cuando era necesario, Korra alargaba más el sendero, podía estar quebrado, pero al parecer, hace muchos siglos, antes de las grandes embarcaciones, el camino por las montañas había sido gemelo del de las aguas.

Pronto, la noche los acobijó con lentitud, pero ninguno de los dos ladeo la cabeza siquiera un momento para apreciar la belleza veraniega de los atardeceres de las tierras de la Nación del Fuego. Caminaron hasta que la propia luz de su fuego control no podía iluminar más el sendero, en un cielo de luna en primera fase creciente. Korra agradeció a las estrellas, de que en todo ese tiempo, la pierna de Iroh no se inflamara, o que su propia vista le fallara y tuviera una dolorosa caída a través de las rocas.

Llegaron a una saliente lo suficientemente extensa como para descansar. Iroh conocía, por las lecciones ya aprendidas en sus antiguas experiencias, que debía vivir por los que ya no podían, y que si sus hombres en verdad eran honrados, morirían con ese honor en la mano y sus nombres quedarían en la historia con dignidad. Serían recibidos en el otro mundo con gran festejo. Los que quedarían como rehenes, lograrían escapar con ingenio, y quizás alguna ayuda externa.

Pero incluso con esa certeza, se apoyó con lentitud a la pared más alejada del risco, se dejó caer lentamente al suelo, y extendiendo la pierna herida, dirigió su pálido rostro al cielo nocturno, con la penumbra en sus ojos, ni Korra pudo describir su conmoción, cuando sintió como su querido amigo, pasaba la saliva con cada vez más dificultad.

Cabizbaja, tuvo que intentar sutilmente varias veces que Iroh le dejara desinfectar y cerrar la herida, el agua control no podía ayudar demasiado, ella estaba débil, estaba todavía asimilando todo lo ocurrido. Ese tipo de heridas, son las que deben tomar tiempo para sanar como se debe. Sabía que, si él forzaba demasiado su pierna, no tendría la seguridad de que ocurriera lo mismo que aquella tarde, y no se le hinchara la extremidad como un tronco podrido.

Una vez tratadas las heridas de los dos, mecánicamente, se recostaron en la fría roca. Esperando que no los embistieran de espaldas las hienas que los rebuscaban, sin siquiera tener la soberbia de encender una fogata; Iroh no se recostó hasta que Korra lo hiciera por sí misma contra el fondo, el azabache utilizó su propio cuerpo para bloquear las heladas brisas que aquella tétrica noche atraería consigo. Su mirada atormentada, solo le sirvió para vigilar las orillas de la montaña.

De espaldas, lado a lado, los párpados apenas descansaron. Tragando el llanto y la tristeza. Buscaron fortaleza en su mutua compañía.

Debían continuar el viaje, debían completar la misión.

...

Tardaron tres días más en penetrar en las llanuras de la Nación, dejando las cordilleras a sus espaldas. Analizando lo ocurrido, había surgido una alarmante necesidad de contactar con sus cercanos. Internamente, estaban aterrorizados de que sus familiares hubieran sido emboscados como ellos. Pero las ideas eran desechadas, si los Revolucionarios los creían muertos, no irían tras sus padres, a menos que iniciaran inmediatamente los planes anarquistas.

Con algo de confianza, su paso regular los llevó a una aldea en donde la principal atracción y fuente de ingresos era el Entretenimiento Ambulante. Korra e Iroh se miraron el uno al otro con las cejas arqueadas por algún tiempo mientras empezaban a saborear algo de suerte.

El cabello de Korra rebasaba los hombros, la barba de Iroh comenzaba a notarse, y unos mechones sin peinar cubrían su frente. Las ropas de la armada, todavía lucían algo desgarradas, con setenta monedas de plata, compraron a un viejo vendedor ambulante ropas de calidad media que parecían del Reino Tierra, cuya tela era casi en su totalidad de un color marrón oscuro, con detalles oliva.

Para entremezclarse con el ambiente, Iroh empezó a tocar una tuba, y Korra le acompañaba con un laúd. Decididos a investigar y encontrar antecedentes de descontrol, fingieron ser un matrimonio de pacifistas ambulantes por más de una semana.

Todo avanzó tan naturalmente, que no se preocuparon cuando debieron compartir habitación en la única posada que podían costear. Se respetaban demasiado, y tenían una extensa confianza.

— Contaré lo recolectado mientras tú te duchas, Korra. — Aquella noche, pautada como la última en aquel pueblecillo, sería dedicada a preparar todo para atravesar una gran cantidad de kilómetros hasta los límites norte del continente.

— Ten cuidado con la ventana, la luna llena se presta para los robos. — Soltándose el cabello, la morena fue adentrándose al cuarto de baño, emocionada por refrescarse.

Iroh se centró en su tarea sin mayores preámbulos, las bolsitas con pequeñas recaudaciones descansaban en la única mesilla al lado del colchón matrimonial ya extendido en el piso.

Veintiún monedas de oro, ciento cincuenta y tres monedas de plata, y trescientas cinco monedas de cobre. Lo suficiente para sobrevivir un par de meses y largarse con alguna despensa en la espalda.

Con algo de puchero, tuvo que reconocer que las monedas de oro, sumamente arduas de conseguir, habían sido obtenidas porque los hombres del lugar quedaban embobados con tan sólo observar su acompañante, que actuaba realmente delicada con el instrumento en sus piernas, y una tierna e infantil trenza que perfilaba su cuello.

Con una sensación de disgustó, guardó todo en una única bolsa, que guardó en el bolso que hasta el momento habían podido adquirir, y que él lucharía por cargar en todo el trayecto, una batalla difícil en contra del temperamento de la confiable mujer.

Impresionado, se dio la vuelta con tensión al sentir un ser entrar por la ventana. Era un halcón mensajero, pero juraría que en un principio era uno de los espíritus que tanto irrumpían en su establecimiento desde que llegaron.

Desconfiado, se acercó al ave, reconociéndola, pero, no podía confiar en que no había sido seguida o que incluso, llevara un mensaje falso. El plumífero se posó en su muñeca con obediencia, era la favorita de su madre. Leyó la carta con cuidado, descifrando la codificación personal que su familia compartía.

Todo avanzaba de acuerdo al plan, y se demostraba realmente preocupada por la noticia de que su barco había desaparecido en el canal a la Ciudad capital, tan pronto pasaron las puertas de Azulón. Le informó de que noventa y tres hombres se habían reunido en sus fuerzas nuevamente, ocho estaban inhabilitados y debían retirarse a vivir sus vidas con sus nuevas condiciones, el resto, estaba desaparecido o muerto.

Con suficientes noticias, fue resaltando las letras extrañas, casi imperceptibles para cualquier otra persona, las simbologías indicaban un lugar: La Isla Ember, allí se reunirían, antes de la terminación del año, para preparar la reunión en el Sur; si acaso no podían llegar allí, el segundo sitio donde se daría un encuentro sería en el Templo Aire del Oeste.

Allí actualizarían la información y crearían una nueva estrategia de contra-ataque. El Avatar estaba seguro, ese era el pilar que debía transmitir. No escribió respuesta, pero dio instrucciones al ave de que regresara. Se quedó con la nota, esa sería señal suficiente, pues ahora en el empaque, había un lazo rojo.

Korra salió justo cuando despedía al halcón, un tanto intrigada y realmente preocupada le interrogó. Feliz, respondió con toda la emoción que él mismo sentía.

Pero el instante se enterró en los suburbios, cuando, por el rabillo del ojo, los dos divisaron unas luces poco naturales en las calles del pueblo, era el reflejo del metal. Agachándose, apagaron las velas de la habitación. En medio de la oscuridad, ambos oyeron como los extraños cuestionaban a los pueblerinos y amenazaban sus vidas con tal de que les contestaran unas preguntas.

Sin pudor, los dos se cambiaron sus ropas de descanso a las ropas de viaje, estaban en una situación seria; todo debía hacerse rápido, y desaparecer en el acto. Tomaron todo, y revisaron varias veces de no dejar nada, ni rastro de su presencia en ese lugar. Hasta las velas que apagaron se las llevaron.

Saltaron por la ventana de su habitación en el primer piso, caminando sobre rocas y por las orillas de las construcciones, prestado una gran atención en no dejar rastro alguno.

El lazo rojo significaba que ambos estaban con vida, y que además, debían colocar pistas falsas, mientras ellos se dirigían al norte, querían que los persecutores se fuesen al sur, creyendo que regresaban por donde vinieron. Los espíritus del pueblo, desaparecieron en dirección contraria a la del Avatar, queriendo ayudarla.

Sus sombras se adentraron en un bosque seco.

Dos meses siguieron el camino de las estrellas, ayudaban en los casos que se les presentaban oportunamente en el camino y hubo días en que compartían rumbo con diversas personas u otra pareja peregrina.

Esa noche estaban solos. La luna llena empezaba reiniciaba su ciclo.

Iroh había salido de caza. En ese tiempo viajando, aunque intentaron por todos los medios mantener una dieta vegetariana, la propia naturaleza de su Nación no se los permitía del todo, los hongos del área en donde descansaban requerían de mucha preparación y no tenían los ingredientes necesarios. Con cierto pesar, la situación ameritaba que se alimentaran con carne.

Regresaba con dos liebre-ardilla para la cena. Siguiendo las tradiciones de la Tribu Agua que Korra le había enseñado con el paso del tiempo, y que su propia moral le exigían, había pedido permiso a las criaturas para alimentarse de su carne, a su vez se disculpó por quitarles la vida, y agradeció su favor para mantenerles sanos. Cumplió en el camino la promesa de sembrar las semillas de árboles y flores que recolectaban en su viaje en el área donde la sangre inocente se derramaba, cumpliendo con los espíritus para que allí renaciera la vida.

Hay cosas, que por muy pequeñas que sean, o tontas que se oigan, significan muchísimo más de lo que aparentan.

Cuando llegó, Iroh se quedó de piedra, el fuego estaba encendido, pero Korra no estaba. Dejó la presa al lado del fuego, y con los sentidos alerta, analizó toda la tierra que lo rodeaba, no había rastro de batalla. Pero un miedo extraño, irracional, poco civilizado y para nada agradable le invadió. Era algo, que, como hombre, sentía por aquello que protege, y, de cierta forma, lo asemejó a lo que sentía por su abuelo o su madre cuando no podía cuidar directamente de ellos.

Era diferente, se cercioró, era un sentimiento diferente. No de pertenencia, similar al de familia; algo como lo que no había tenido el tiempo de apreciar. La necesidad de proteger a tu pareja. Quizás.

Asombrado, aún temeroso. Iroh iba a romper la ley que todo sobreviviente debe saber: si estas en un área sin protección, y no sabes si estas a salvo o no, no hagas el menor ruido o movimiento brusco.

Al rayo con todo, ¡Korra no aparecía!

— ¡Korra! — Su nombre salió con urgencia de sus labios. — ¡Korra, ¿Dónde estás?! — No fue atacado, pero tampoco aparecía su compañera. La luna que iniciaba su mengue, era su única vigilante.

El sonido repentino de la maleza al moverse casi hace que de los nervios arrogara una bola de fuego. Pero algo le decía que no era peligro. De la oscuridad salió la joven, con cara de susto por igual. Pálidos, de repente ambos se enojaron el uno con el otro, y, repentinamente, empezaron a reprocharse entre sí.

— ¿En que estabas pensando? — Fue Iroh el que inquirió con los latidos de su corazón en la boca. — ¡Casi muero del susto! —

— ¡Eras tú el que no volvía! — Se defendió Korra, a la vez que daba la razón por la que había abandonado su puesto. — ¡Creí que algo te había pasado! —

— Incluso si no volvía, debías quedarte aquí. — Presionándose las sienes, el de ojos ambarinos suspiró invocando su cordura. — Tú debes mantenerte con vida. — Pero esas palabras no surtieron el efecto que él esperaba. Enojada, lastimada y decepcionada, Korra gruñó y, con los ojos aguados, musitó:

— Si, si, el Avatar debe vivir. — Dándole la espalda, prosiguió. — Mantener el ciclo, bla, bla, bla. — Se burló de sí misma, mientras se abrazaba para reconfortarse.

— ¡No lo he dicho por eso! — Saltando el equipaje, sin importarle si era príncipe o no. La tomó de la cintura y le dio vuelta para que estuvieran cara a cara. — Es porque eres tú. —

Silencio. Korra le preguntó con su mirada aguamarina, que quería decir él.

— Eres tú, Korra. — Intentó explicar. — Korra, la maestra agua que daría su vida por su familia. — Ser el Avatar no es todo lo que tú eres. Es parte de ti, sí. Pero eso no te define. — Ella le observó con agradecimiento, como todo últimamente se centraba en su cargo como maestra de los cuatro elementos, por poco perdía la visión de quien era ella misma.

— Creo que ambos estamos demasiado tensos. — Iroh asintió.

Con una sensación de alivio, él la abrazó.

Ella quedó muda, él se relajó sintiéndola cerca, acarició sus cabellos y sintió el olor de la fortaleza en su presencia, incluso en su sorpresa Korra correspondió al abrazo, él olía a grandeza. Era la presencia y esencia pura de un hombre y una mujer, en la naturaleza, apreciándose.

Esa noche, emocionados de estar a mitad de camino, esperanzados de que todo mejoraría, durmieron abrazados, pero no era por el frío nocturno, era porque se querían. Era porque se habían enamorado, el uno del otro, de lo bueno y lo malo, del físico y de la mente, de las palabras y de las acciones.

Doce días después, cuando la luna no se hacía presente en el cielo, Iroh y Korra se vieron acompañados por sus suspiros bajo una carpa que los protegía de una tenue llovizna que arribó en buen momento.

— Todos tenemos derecho a ser felices. —

En todo ese tiempo ninguno confesó su amor, ambos aceptaron lo que sentían, pero ninguno sintió necesario transformar en palabras lo que asaltaba sus corazones desde mucho tiempo atrás. Como jóvenes, demostraron ese enorme cariño con besos y admiraciones; como adultos, ocurrió lo que debía de pasar.

Tras tres meses de aventuras, llegaron a las costas norte de la Nación del Fuego, evadieron la Capital en su momento pero pudieron comunicarse con Zuko. Un barco no muy llamativo los esperaba en el puerto, el viaje duró otra semana más, la suficiente para terminar de reponerse.

Días atrás, habían luchado contra unos bandidos, alguno de ellos debían de poseer estrechos vínculos con los Revolucionarios, pues su armamento no era común y su locura se vio desatada a lo largo de una de las vías de transito más concurridas de la Nación.

Con el problema solucionado, el miedo que tenían al acercarse a los barcos era que fueran reportados. Sintieron que algo no iba del todo bien, pero, lograron reunirse efectivamente con sus hombres y emprender la ruta.

Cuando se encontraron con sus familiares y amigos, no pudieron sentirse más felices. El Templo Aire del Oeste había sido reconstruido por Aang en su época, ahora, era nuevamente refugio del Equipo Avatar. La cercanía de los dos líderes se hizo evidente: tomadas de la mano, sonrisas cálidas, cumplidos cariñosos. Todo era sutil, nada bochornoso, pero lo suficiente para dar a entender que allí había algo más que amistad.

Tres días, fue el tiempo de Tonraq había asignado a la Junta para reestructurarse. En esas dos noches y cuatro días, la familia del Avatar y del Príncipe de la Nación del Fuego, compartieron cada comida como una sola familia, como si fueran un hogar.

Esos, fueron sus últimos días de alegría.

En el último día, parte de las estructuras se vinieron abajo. Todos salieron alarmados, no esperaban ser interceptados. Zuko tomó a su hija Izumi que intentaba converse a Iroh de que también se retirara con ellos sobre Druk, el dragón que los esperaba angustiado en las orillas del Templo.

Se rehusó, naturalmente. Con una sonrisa de madre, la Señora del Fuego besó a su hijo en la frente.

— Cuídate, mi niño. — Iroh los abrazó a los dos, con gran amor en sus ojos, los despidió observando como desaparecían por las nubes. Tan pronto los perdió de vista, emprendió una acelerada carrera en donde se encontraba Korra, socorriendo a los afectados.

Con los ataques encima, siguieron las estrategias de retirada. Korra abrió un túnel con tierra control, el resto se lo dejaría a los miembros de la Loto Blanca. Defendería la salida junto con Iroh hasta que los Revolucionarios se centraran sólo en ellos, luego, los guiarían lejos de ahí.

Pero primero, un gran abrazo de oso de su buen padre, y la bendición de su madre.

— General Iroh. — Tonraq lo tomó de los hombros con seriedad. — Se la encargo. — Honrado Iroh asintió, y un brillo de fortaleza en sus ojos le dio la fuerza al líder de la Tribu Agua del Sur de irse con satisfacción.

Senna y Tonraq, dieron un último vistazo a su hija, que sonreía para intentar calmarlos, mientras cerraba con un movimiento de tierra control el túnel improvisado.

Eran demasiados, cuando ambos impactaron contra uno de los murales, y se encontraron desconcertados, pudieron percibir como el enemigo aprovecharía para derrumbar los pesados soportes de piedra sobre ellos, pero, la salvación llegó cuando fue necesitada.

El resto del Equipo Avatar había regresado. Bolin empujó a Korra junto a Iroh para que se fueran, queriendo convencerlos. Asami y Mako luchaban con gran destreza mientras les gritaban que se marcharan. Ellos podían, se dijo la morena, pero quería ayudarlos.

Iroh entendió el momento: si se quedaban y algo ocurría, que Korra entrara en Estado Avatar sería irreversible, y eso lo aprovecharían los Revolucionarios; tomándola de la mano, corrieron lejos. Cuando estaban a punto de perder contacto visual con el lugar, voltearon, un estruendo sacudió el suelo y era seguro que había que reconstruir de nuevo el Santuario.

Korra no pudo evitar llorar, sus amigos podían estar muertos, pero Iroh estaba allí para reconfortarla y decirle que aquella atrocidad era imposible.

Si bien la retirada había sido un tanto forzosa, ahora su nuevo destino era la Isla Ember, en donde se haría un conteo de fuerzas, allí, se dijo el azabache, se reencontrarían con los demás, debía agradecerles, después de todo.

Toda la Isla parecía tomada, en una feroz batalla, pudieron apoderarse de una de las embarcaciones más pequeñas. Concentrada en invocar al mar para poner e barco a flote, Korra iba a ser atacada por la espalda, pero su protector se interpuso, la perforación fina y dolorosa de un metal del grosor de una hoja de pergamino se cortó desde la espalda baja hasta la boca del estómago.

Como era manejada el arma con metal control, cortó también la muñeca izquierda de aquella que empezaba a derrumbarse en lágrimas y lamentos. No lo notó, ni siquiera le prestó atención, pero al detener y devolver el ataque, fulminó al agresor de una sola vez.

Lo que importaba era salir de esa playa, rápido. Tomó a Iroh y lo guio al barco, un poco de agua salada hizo contacto con las heridas, y el sufrimiento que se desencadenaba, apenas daba inicio. Los agentes de los revolucionarios decían que partirían ese día por el buen clima, esas afirmaciones eran un anzuelo, que ingenuamente habían mordido.

En medio del océano, cuando Korra apenas y había sellado los cortes con la poca agua dulce que poseían, una tormenta descomunal se desató sobre ellos. No podían navegar el barco, no había forma de guiarse, la brújula estaba rota. Las olas eran enormes, y ambos estaban rosando la hipotermia.

— Tranquila, todo estará bien. —

Korra cerró los ojos con dolor, sintiéndose estrechada fuertemente en los brazos de Iroh, ocultó su rostro en su pecho sin importar la sangre que se confundía con el agua salada y la que caía sin cesar del cielo.

La completa oscuridad no ayudó en nada, Yue, tampoco podía hacer su aparición si ellos no sobrellevaban aquella terrible tempestad, pero no había manera de que ninguna persona, maestro o no-maestro, pudiera contra cien metros de agua volcándose sobre sí, ni el viento que te empujaba fuera de borda. Estaban perdidos.

Desesperada, no podía dejar que en tiempos tan agresivos el ciclo volviera a empezar, temía por la vida que seguiría después de ella.

La barca se hizo trizas, y Korra y Iroh no hallaban como subir a la superficie por el preciado oxígeno, las olas eran demasiado continuas y los torrentes de por sí ya los estaban separando el uno del otro, lloraba internamente, destrozada en su corazón.

Como un último acto, acudió al Estado Avatar, pero no calmó las aguas ni menguó los vientos, se envolvió a sí misma y al azabache dentro de una corriente de aire con una capa de hielo… Aang así lo había hecho, y había sobrevivido cien años, ella sólo quería esperar a que la gente reaccionara y se diera cuenta de que sus acciones no ayudaban en traerle paz a nada.

Antes de caer en la inconciencia definitiva, se encogió en el regazo de Iroh, no podía hacer nada por las heridas de ambos. Fueron sólo minutos, pero fue más que suficiente, él le besó la nariz, ella tomó el primer paso y besó sus agrietados labios, no podía irse sin darse a entender cuánto se adoraban.

No fue tierno, no fue delicado. Era áspero y sabía a hierro, pero era la acción final de aquella vida. Poco probable de que alguien acudiera en su ayuda, él moriría en una semana como máximo, o desangrado o hambriento, y ella, gracias al Estado Avatar, podría soportar la descompensación por medio año, y eso sería solo por el sustento espiritual.

El Estado Avatar se desactivaría por sí sólo, junto a su último aliento.

Por lo menos, se congelaron estrechándose el uno al otro. Resignados en su amor, y en su final.

Se quisieron.

Las fuerzas de ambos bandos los buscaron sin cesar, pero no hallaron nada.

Aun así, hubo cierta esperanza entre sus allegados, quizás habían acabado en una isla y salvado sus vidas. Pero para cuando Tonraq miró el cielo y la luna llena estaba tan opaca que parecía estar en su fase de Luna Nueva, lo supo: Ninguno de los dos regresaría para salvar el día, y el destino del mundo, se hallaba en el corazón de cada ciudadano, por lo menos, por algún tiempo.

Recordó la risa de su única hija y el porte del General que prometió permanecer a su lado en todo momento, una lágrima solitaria acompañada de un sollozo tembloroso fue el aviso a su esposa de que habían perdido su mayor tesoro, y éste, a su vez, había perdido el amor tan pronto lo consiguió.

No dieron el aviso, la esperanza era lo único que impulsaba a los Estabilizadores, en cambio, fingieron que en su corazón no había dolor constante alguno y que esperaban el regreso de su hija con añoro. Izumi y Senna se reunieron ocasionalmente, queriendo hacer memoria de sus hijos amados.

Pero el vacío seguía allí, y los cercanos de la pareja que sobrevivieron, podían sentirlo.

La historia quedaría meramente escrita en pergamino, sería transmitida de generación en generación, pero sólo quedarían los nombres y las acciones, no las personas. Pero hubo una reflexión del Gurú Rohan que consoló al planeta:

"…Y el espíritu libre de la joven la volvió el aliento, y el espíritu luchador de su amado le convirtieron en la voluntad, juntos, mantuvieron abrigadas las almas de las personas, y fue eso lo que las regresó a su naturaleza cálida y compasiva, y terminó con las maldades. Hoy en día, ellos son la calidez de los besos a nuestros hijos y la fuerza del valor para combatir hasta el final cualquier tormenta…"

Así fue.

Y las tenues sonrisas en los rostros de aquellas magnificas entidades humanas, trágicos amantes, nunca se borraron.

Confiaron.

...

Fin de Altruismo, Sacrificio, Perdida


¿Qué les pareció? ¿Les gustó, hizo que sintieran tantas emociones como yo?

Sé que lo leeré en una semana y me pondré a llorar, en serio, sé que lo haré. Imaginaba tantas cosas que no sabía cómo escribir tantos detalles porque me ponía a trasladar esas percepciones de forma atropellada, espero que todo haya quedado lo suficientemente aceptable, y que mis errores no sean demasiados, quizás alguno se me pase, escribí todo en diferentes tiempos, desde octubre, y siempre lo hacía con una emoción desbordada, casi no he refinado la narración, quería que mantuviera su esencia original.

Considero que la Semana Korroh ha sido maravillosa, como la he disfrutado.

Creo que tengo un nudo en la garganta, esto sí ha sido emotivo. Cuanto les quiero, chicos.

No olviden que yo no fui quien escribió la Ilíada ni la Odiosea, soy sólo una escritora de tiempo parcial. Les pido piedad. Además de sus opiniones, consejos, etc. (¡REVIEW!) No acepto tomates a domicilio ni ofensas a mi persona o el fruto de mis esfuerzos, por favor, me he esforzado bastante para nuestro mutuo disfrute y poco a poco se aprende a ser cada vez mejor, algún error, solo señalen, yo lo anoto, y una vez todo listo, se toma en cuenta y se arregla.

Gracias por leerme!

Con sueño, tarea, quehaceres de la casa, hambre, y… bueno, más hambre… y sueño, no olvidemos el sueño.

Marianita–chan =3