Disclaimer: El Potterverso es de Rowling, no mío.

Esta historia participa en el reto "Casas de Hogwarts" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

Y ya le tocaba el turno a los Hufflepuff, que son una casa muy amor y todo eso. Ahora el turno de estar bajo los focos es del bueno de Ernie Macmillan.

En la oscuridad

Capítulo 4

Hufflepuff

La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose. -Julio Cortázar

—A ver, señor Smith —la voz suave y grave del nuevo profesor de Artes Oscuras inundó la sala—. ¿Por qué no nos hace una demostración de la maldición?

Se podía palpar la tensión en la sala. Era primera vez que tenían clases con Carrow y ninguno se había imaginado algo así. Ernie pudo ver las muecas de horror de sus compañeros de clase, aunque el aludido no pareció darle demasiada importancia.

—Señor Smith, pase adelante y háganos una demostración del hechizo Cruciatus… —repitió el maestro. El chico se levantó de su asiento y se dirigió a ellos. El profesor paseó la vista por encima de la clase, frunciendo el ceño—. Señor Boot, venga adelante también. El señor Smith necesita a alguien con quien demostrar, ¿no?

Un pesado silencio cayó entre los alumnos. No era como si se hubiesen imaginado que los Carrow serían personas decentes, pero eso era pasarse demasiado. ¿Hacerlos conjurar imperdonables contra sus propios compañeros? Eso era caer bajo.

Ernie tragó saliva.

—¿Perdón, profesor? —preguntó Terry desde su asiento. Aunque no parecía querer demostrarlo, se había puesto blanco.

—Lo que escuchó, señor Boot. Adelante.

El profesor casi escupió las palabras. Algunas de las chicas soltaron grititos de indignación. Ernie incluso pudo ver, por el rabillo del ojo, que Padma Patil intentaba levantarse, pero se Lisa Turpin se lo impidió cogiéndola del hombro.

—No voy a pedirlo de nuevo, señor Boot —repitió el maestro. El ambiente en la sala de clases se hizo aún más denso mientras el muchacho se paraba y se dirigía adelante.

Ernie volvió a fijarse en su compañero de casa. Zacharias estaba muy ocupado examinando las puntas de sus zapatos. Ernie sintió el deseo —nada nuevo, después de años de conocerlo—, de darle un golpe en la cara. ¿Cómo era capaz de hacer lo que Carrow mandaba sin chistar? Tenía que saber que lo que estaba haciendo era horrible.

Y aún así, su rostro no delataba nada.

—Cuando usted quiera, señor Smith —dijo Carrow, indicándole a Terry una de las baldosas del suelo—. Muéstreme como se hace esta maldición.

Mientras Terry se retorcía de dolor en el suelo, Ernie apartó la vista. Hannah, que estaba sentada a su lado, enterró la cabeza en su hombro. Temblaba violentamente, como si tuviera frío. Ernie le tomó la mano y se la estrechó con fuerza. Quiso decirle que todo estaría bien, pero sabía que sería una mentira.

Las cosas no iban a estar bien. No mientras tipos como Carrow estuviesen en el poder.

-o-

Smith había evitado la Sala Común toda la tarde. Ernie lo sabía porque llevaba desde el final de las clases de la tarde esperando que se atreviese a cruzar la puerta. Necesitaba decirle unas cuantas cosas a la cara. Hannah seguía pálida después de la horrenda clase que habían tenido, e intentaba disimularlo escondiendo la cara tras un libro.

Cuando Zach finalmente apareció, la mayoría de los chicos en la sala común le dirigieron miradas de desprecio. Lo sucedido esa tarde en la clase de Carrow se había esparcido rápidamente. Smith, con su habitual aire desdeñoso, ignoró a sus compañeros y se sentó en un sillón desocupado, sacando un libro de su bolso.

Parecía como si lo que había hecho le diera igual. Ernie nuevamente sintió deseos de pegarle, aunque él normalmente era una persona pacífica. De hecho, no recordaba haberse peleado con nadie en toda su vida.

Se levantó de la mesa donde descansaba su redacción de pociones y se acercó al sillón donde estaba Smith.

—Zach, tengo que hablar contigo.

El aludido lo miró con indolencia y volvió a mirar su libro. Ernie apretó los labios.

—Joder, Zach. Tengo que hablar contigo.

—Ya. Y yo no quiero hablar contigo, Ernie. Ahora, si no es mucha la molestia, quiero leer un poco. Así que llévate tus miradas furiosas a otro lado. Además, no ter servirán para traer a Justin de vuelta.

Había golpeado su punto débil. Lo último que Ernie había sabido de Justin era que estaba a salvo en Estados Unidos. Había tenido que irse porque estaban haciendo purgas de todos los hijos de muggles. Por culpa de cabrones como los Carrow.

Eso sólo lo hizo enojarse aún más.

—Bueno, si no quieres hablar conmigo, al menos me vas a escuchar —dijo. A su alrededor, los distintos grupitos habían dejado de murmurar y estaban mirando a los dos muchachos con inusitado interés—. Lo que le hiciste a Terry hoy fue una putada. ¿Acaso crees que él te hubiera hecho algo así a ti? ¿O cualquier otra persona? —le reclamó al otro chico—. ¿Recuerdas los principios de esta casa? La lealtad es uno de ellos. Y le debemos lealtad al resto porque somos todos alumnos de Hogwarts.

Al final de su perorata, Smith le dirigió una mirada de tedio y volvió a leer. A Ernie no le hubiera molestado en lo absoluto darle con ese maldito libro en la cara.

—Vaya, así que eres tan cobarde que ni siquiera vas a responder —masculló Ernie—. No entiendo cómo el sombrero pudo ponerte aquí. Habrías encajado mejor en Slytherin.

—¿Eso es todo lo que tienes para decirme? —preguntó Smith luego de unos momentos—. Porque tengo una muy buena razón para hacer lo que hice, Ernie —añadió con suficiencia—. Era cosa de hacerle una Cruciatus a Boot, o dejar que me la hicieran a mí. Tomé la decisión que tenía que tomar y ya. No voy a pedir perdón por eso.

»Ahora, si no te importa, creo que me iré al dormitorio.

Sin decir más, Zach se levantó y se fue, dejando a Ernie furioso y con una nueva perorata en los labios. Sería cabrón e imbécil. La casa de Helga Hufflepuff jamás se había caracterizado por su mezquindad o por su egoísmo. Y Ernie siempre había estado convencido de que los ideales de su casa eran los mejores. Los más coherentes.

Zacharias había traicionado todo eso.

Y lo peor de todo, era que Ernie no podía evitar preguntarse si él no haría lo mismo en su situación. Aunque le diera una rabia inmensa admitirlo, Zacharias tenía un buen punto. Había sido él o Terry. Y él había elegido a Terry. Después de todo, nadie diría que el instinto de conservación no era más fuerte que los principios.

Se dejó caer en el sillón que su compañero había ocupado, con la cabeza entre las manos. Furioso consigo mismo por permitirse pensar en esas cosas. Su mente era horriblemente traidora cuando se ponía a eso.

Ojalá Justin estuviese ahí. Él entendería; con él podía hablar de todo lo que estaba pasando en el colegio. Pero no estaba ahí, estaba al otro lado del Atlántico. Y su ausencia dolía un montón.

—Ernie… —escuchó la voz suave y calmada de Hannah a su lado. La sintió poner una mano en su espalda y acariciársela delicadamente—. ¿Estás bien?

—No… —logró mascullar él con mucho esfuerzo. No estaba bien. Nada estaba bien.

-o-

—Señor Macmillan, ya que parece tan atento esta tarde, ¿por qué no viene a mostrarme cómo se hace una Cruciatus como se debe?

Ernie sentía la cabeza pesada después de haberse pasado toda la noche pintando mensajes de aliento en las paredes del castillo. Pero apenas la siniestra voz del profesor se abrió paso por su mente, sintió que se le iba toda la sangre a los pies.

Pudo ver que Smith y los demás lo miraban de reojo. Estaban esperando una reacción. ¿Pero de qué tipo? Podía hacer como Zach y que todo terminara rápido. Aunque sabía que no podría tolerar las miradas de desprecio que le dirigirían sus compañeros de casa. Un Hufflepuff nunca haría algo así.

—¡Señor Macmillan! —exclamó Carrow—. ¿No ha entendido lo que he dicho? Adelante.

Ernie tragó saliva.

—Sí, señor. Fuerte y claro.

—Bien, entonces venga aquí a hacerme una demostración de la maldición que le he pedido.

—¿No ha tenido suficientes en el año? —preguntó él, levantando la cabeza—. Porque si mal no recuerdo, todas las clases nos ha tenido demostrándole cómo hacerla. Y la verdad es que creo que todos nosotros —añadió mirando a sus compañeros—, ya tenemos muy claro cómo funciona. Ahora, si usted

—Macmillan. Pase adelante. Inmediatamente. —El tono del mortífago no presagiaba nada bueno. Ernie se levantó lentamente y se dirigió al estrado. Se negaría a hacer lo que el profesor le pidiera hasta las últimas consecuencias. Cosas de tener los ideales de su casa demasiado metidos para poder olvidarse de ellos, incluso delante del peligro.

—¿Qué clasAe de respuesta fue esa, Macmillan? —lo interrogó Carrow, acercándose a él lo suficiente para tirarle el tufo apestoso de su aliento en plena cara—. Porque me parece que eres el que todavía no ha entendido cómo funcionan las cosas aquí. ¡Crucio!

Ernie nunca había sentido un dolor como el que estaba amenazando con partirlo en dos en esos momentos. Aunque no podía escucharse a sí mismo, estaba seguro de que sus gritos estaba perforando el aire, aunque todo eso le parecía lejano y extraño. Veía todo negro, y sólo era capaz de escuchar la sangre corriendo a toda velocidad en sus venas. Era horrible.

Los pocos instantes que pasó bajo la varita del mortífago fueron los más largos de toda su vida. Cuando por fin lo dejó, el muchacho sentía los pulmones como si estuvieran llenos de plomo. Intentó ponerse de pie, pero un acceso de tos se lo impidió. Carrow lo dio vuelta con un pie, obligándolo a mirarlo desde el suelo.

—Espero, Macmillan, que de ahora en adelante tengas muy claro cómo se debe tratar a un profesor. Y si vuelves a hacer una tontería de estas, créeme que esto sólo te parecerán cosquillitas.

Ernie logró incorporarse a duras penas y volvió a su asiento lentamente. Hannah le dio la mano y se la apretó con suavidad por debajo de la mesa. Al otro lado del pasillo, Zacharias escribía a toda velocidad sobre su pergamino, evitando a toda costar mirar a nadie.

El chico sacó su pluma y un botecito de tinta. Intentando mantener la cabeza en alto —aunque le dolía un montón—, empezó a tomar apuntes, sin hacer caso de las miradas que le echaban sus compañeros de clase.

Le dolía hasta el espíritu, pero estaba ligeramente orgulloso. Después de todo, se había mantenido firme y no había flaqueado. Eso era lo más importante, a fin de cuentas. Porque los Hufflepuff eran leales y él lo iba a demostrar siempre que pudiese.

FIN


Al igual que los otros capítulos de este minific, este también tiene 1.750 palabras. Con eso, son 7.000 palabras justas (el máximo del reto). Así que aquí los tenemos a todos.

¡Saludos y hasta la próxima historia!

Muselina