I

La cocina estaba prácticamente a oscuras, a excepción de dos escuetas velas que iluminaban débilmente la estancia. La noche era clara y tranquila: afuera sólo se oía el sonido de los grillos, y en el interior de la funeraria, el rasgueo del bolígrafo contra el papel y el del metal de la cuchara al impactar contra la lata de conservas eran la banda sonora de sus habitantes.

—Voy a dejar una nota de agradecimiento — dijo Beth en voz baja, al tiempo que dejaba impactar la punta del bolígrafo en la hoja.

— ¿Por qué? — preguntó Daryl tras un instante de silencio.

—Para cuando vuelvan — respondió ella, como si fuera obvio —… si vuelven. Incluso si no vuelven, quiero agradecérselo.

Tras tanto tiempo sobreviviendo juntos, a Daryl aún le sorprendía la inocencia y la dulzura que desprendía la pequeña de los Greene, queriendo ser educada incluso en un mundo donde ya no existían ni las formas ni las leyes. Sin pretenderlo, se le fue la vista. Pudo ver su cara de perfil, con aquellos ojos de gacela entrecerrados mientras se inclinaba hacia el papel, los labios fruncidos de aquella forma tan especial que tenía de hacerlo, sólo reservada para cuando estaba muy concentrada en una tarea, lo suave que parecía su piel incluso desde allí…

Parpadeó un par de veces y volvió a centrar la vista en su comida. Golpeó con más fuerza de la necesaria el envase de vidrio al meter la cuchara en él, sintiéndose nervioso sin ninguna razón.

—Puede que no tengas que dejar eso — dijo de pronto. Beth se giró para mirarle, y Daryl tuvo que retirar los ojos a los pocos segundos —. Quizás nos quedemos aquí un poco más.

Vio cómo sus ojos se agradaban ligeramente por la sorpresa. Llevaba todo el día pensando en aquella posibilidad, y lo cierto es que era su mejor opción… o la única, si descontaban el volver a la carretera. Aquella funeraria era un buen sitio. Tétrico, quizás, pero era segura, y tenía provisiones de sobra para unas cuantas semanas.

—Si vuelven, simplemente haremos que funcione. A lo mejor están locos, pero… pero podría estar bien — terminó él, intercalando miradas de soslayo a Beth al tiempo que removía la cuchara sin ton ni son sin llevarse nada a la boca. Notando que la chica le miraba, se dijo a si mismo que no era ningún adolescente para ponerse de aquella manera, y se envalentonó para cruzarse de nuevo a aquellos ojos azules. Fue como si una tempestad le golpeara en plena cara. Giró la cabeza y se llevó una cucharada a la boca. Escuchó una sonrisa ligera asomara sus labios.

— ¿Así que aún crees que hay buena gente? — le preguntó ella. Tenía tal expresión de felicidad en la cara que le costaba no quedarse embobado. Parpadeó unas cuantas veces más y se encogió de hombros, tratando de quitarle importancia —. ¿Qué te ha hecho cambiar de idea?

¿Cómo que qué le había hecho cambiar de idea? ¿Cómo podía ser tan ingenua? Después de todas las veces que ella le había saltado con la perorata de que "aún había gente buena en el mundo", de que "había esperanza" y mil cosas más, tras todas esas sonrisas llenas de amabilidad sincera, después de todas las cosas que habían vivido juntos… ¿qué creía ella podía hacerle cambiar de opinión?

—Ya sabes.

— ¿Qué?

—No sé — murmuró, tan rápido que pareció un gruñido. Creyó que ella podría molestarse, pero vio cómo se ensanchaba su sonrisa, como si le divirtiera sonsacárselo. Quizás porque no tenía ni idea de cuál sería la respuesta. Muy probablemente, porque cualquier tipo de suposición a cuál sería ésta estaba totalmente alejada de la realidad.

—No digas "no sé" — replicó ella, imitando a la perfección su gruñido. Sintió cómo la sangre fluía por sus mejillas, pero Beth no pareció darse cuenta. Se inclinó más hacia él y repitió su pregunta —: ¿Qué te ha hecho cambiar de idea?

A la mierda, se dijo, en un ataque de locura transitoria. Si no era ahora, ¿cuándo? No es que les sobrara el tiempo en aquellos días.

Pero tan pronto como sus ojos se encontraron con los de Beth, comprendió de golpe por qué le había parecido tan buena idea fingir que estaba interesado en la mantequilla de cacahuete más que en la cara de su interlocutora. Era por aquellos ojos. Aquellos dichosos… preciosos ojos que le observaban con curiosidad casi infantil, con ternura, con impoluto candor. Esas ventanas a su alma pura, coronadas por espesas pestañas que parecían ser el toque final a un cuadro perfecto, eran por ellas por las que estaba perdido.

No se dio cuenta de que había estado atravesándola con la mirada demasiado rato hasta que vio cómo su sonrisa se borraba lentamente de su rostro y se tornaba en una expresión de consternación, y algo que él creyó interpretar como emoción.

Ahora ya lo sabes, pensó, antes de oír el golpe en la puerta.

. . .

El caminante soltó un gemido más sonoro de lo normal antes de que le atravesase con la flecha. Jadeó unos instantes, exhausto, mientras contemplaba a su alrededor a los cinco caminantes que había tenido que eliminar de golpe. Esta vez había faltado poco. Le habían pillado con la bragueta bajada tratando de descargar el poco líquido que bebía a lo largo del día, y había tenido cerca de dos segundos para reaccionar a tiempo de coger la ballesta y golpear en la cabeza al primero de ellos. Los dos siguientes fueron más torpes y por ende, más sencillos de eliminar, pero el cuarto y el quinto parecían haberse convertido no hacía demasiado, lo que complicaba las cosas. Sacó su cuchillo y lo hincó con todas sus fuerzas desde la nuca hasta el fondo de lo que era una mujer, para después patear al otro caminante y clavarle una flecha justo a tiempo. Trataba de largarse cuanto antes de allí, cuando aquél puto monstruito le había agarrado del pie y le había hecho caer. Con la emoción del momento, no se había dado cuenta de que el primer caminante aún seguía vivo. La ballesta cayó a medio metro de distancia, y el agarre del cadáver le impedía acercarse hasta ella para recogerla. Trató de sacar el cuchillo de la nuca de la mujer, pero estaba aún más lejos que la ballesta. Sintió una desagradable sensación recorrer todo su cuerpo. Era miedo. Creyó que iba a morir allí. Sin embargo, logró zafarse en el último momento y pudo alcanzar la ballesta en un instante de distracción.

Había estado cerca. Un segundo más y habría acabado siendo el almuerzo de aquellos cabrones. Se puso en pie, sacó las flechas de las cabezas de los caminantes y arrancó el cuchillo de la nuca del tercero. Iba a marcharse por donde había venido, cuando escuchó cómo algo se arrastraba machacando las hojas caídas de los árboles. Daryl supo que era un caminante por la nula importancia que le daba a que alguien pudiera oír sus pasos o no. Levantó la ballesta, listo para disparar.

—Me pregunto si hoy es el día de "ataquemos a Dixon" — gruñó.

Pero lo que surgió entre los troncos de aquellos árboles no era un caminante, aunque bien podría haberlo sido. A Daryl casi se le cae la ballesta de pura impresión al ver a una chica de baja estatura acercarse a él. Estaba blanca como un fantasma, en contraste con su pelo, de un color negro intenso, que le caía todo enredado sobre la cara. Le sorprendió doblemente ver que, a pesar de las bajas temperaturas, la chica iba en ropa interior, lo que le permitió comprobar que estaba más que herida. Parecía que le acababan de dar una paliza brutal. Tenía un corte bastante feo en la ceja izquierda, y los moratones adornaban su cuerpo como si fuesen tatuajes. Se le heló la sangre cuando vio su cuello, que parecía llevar un collar de hematomas. Era como si alguien se hubiese divertido con ella y luego hubiera tratado de estrangularla.

Y parecía tan joven… seguramente no pasaría de los dieciséis. Daryl miró a su alrededor, sin tener muy claro qué hacer. Por lo que se veía, la chica aún no era consciente de su presencia. Estaba un poco ida y trataba de avanzar, pero no tenía mucho éxito en su empresa. Se aferró al tronco de un árbol y jadeó unos instantes.

—Chica — murmuró Daryl —, eh, oye, ¿puedes oírme?

Vio cómo alzaba levemente la cabeza, lo justo para que sus ojos ambarinos se cruzaran con los de él. Se estremeció. Parecía que una tormenta se estuviera desatando en ellos. Entreabrió los labios, suspirando algo. Daryl trató de oírlo, pero justo cuando iba a acercarse más a ella, se desmayó.

Recorrió los metros que le separaban y la inclinó hacia él. Sintió un inmenso alivio al notar la débil, pero constante respiración de la chica en su mejilla. Se puso la ballesta a la espalda y la cogió en brazos, aún sin saber qué debería hacer.

Comenzó a andar en dirección contraria por la que había llegado. Sopesó las opciones. Descartó casi inmediatamente llevarla con el grupo de Joe: podría seguir por una vez las estúpidas reglas y "pedírsela", pero sinceramente, no creía que aceptaran lastres. Y aquella pobre muchacha lo era. Se asombró de lo delgada que era. Estaba prácticamente en los huesos, por lo que no le costó mucho cargar con ella un largo rato. Se paró de pronto cuando creyó oír algo.

La otra opción, la más arriesgada e irracional, era buscar un sitio donde quedarse hasta que la chica se recuperara totalmente. Era una locura y lo sabía, pero tampoco era capaz de abandonarla a su suerte en mitad del bosque. Los demás caminantes, alertados por el alboroto que él había formado antes, no tardarían en llegar y no dejar de ella ni los huesos. Miró su rostro, surcado por una pequeña gota de sangre que se deslizaba cuesta abajo hasta morir en el borde de su barbilla, dejando un rastro rojizo a lo largo de su piel.

No, no podía volver con los otros. La violarían y luego la matarían, y si se atrevía a protestar, él también acabaría en una zanja.

Más decidido, y viendo que nada aparecía, re emprendió la marcha. Había visto una pequeña cabaña a poca distancia de allí. Los demás no habían reparado en ella, y Daryl no lo mencionó. Tampoco creía que pudiera haber nada de utilidad allí, así que desviarse medio kilómetro por una barrita de cereales y un paquete de tiritas no era una opción.

Caminó durante lo que él hubiera descrito como una eternidad, hasta que al fin vio aparecer ante él la silueta de una pequeña cabaña. La chica aún seguía inconsciente, y daba la sensación de que iba a continuar así un largo rato. Reacomodó su cuerpo entre sus brazos para afrontar la leve cuesta que llevaba hasta la entrada de la cabaña. Cuando se encontró frente a la puerta, le echó un vistazo a la joven. No sabía qué hacer a continuación. No podía dejarla tirada en el suelo mientras revisaba la cabaña, y dudaba que pudiera llevarla si tenían que ponerse a correr, pero tampoco podía entrar allí con ella a cuestas. Quizás si intentaba despertarla…

—Niña — murmuró él —, eh, despierta.

Le dio suaves golpecitos en las mejillas, tratando de despertarla, pero ella seguía sumida en su dulce inconsciencia. Se maldijo interiormente por ser tan imbécil. Si le mataban aquella noche lo tendría bien merecido. Entonces se fijó en una pequeña mecedora que había en el porche. Estaba sucia y daba la impresión de estar a punto de hacerse añicos, pero era eso o el suelo. De modo que se acercó a ella y depositó a la chica con el máximo cuidado posible. Se dirigió a la puerta y la abrió muy lentamente, lo que no evitó que un crujido se expandiera a lo largo y ancho de la estancia, rebotando en cada dichosa pared. Pegó dos golpes contundentes en el marco de la puerta y soltó un silbido, como siempre hacía cuando revisaba un sitio. Esperó pacientemente unos segundos hasta que escuchó un quejido en el interior de la vivienda.

Miró en derredor, comprobando que no hubiera caminantes en las proximidades, y volvió a echarle un último vistazo a la chica, que yacía totalmente laxa en aquella vieja mecedora, antes de adentrarse en la casa. No tardó en descubrir el origen de aquellos ruidos: un caminante trajeado luchaba por llegar hasta él, pero la gruesa soga que le mantenía colgado del techo lo impedía. Daryl se preguntó qué haría ese tipo en una casa perdida en mitad del bosque, pero tampoco importaba demasiado. Ya no había nada que pudiera hacerse por él.

Levantó la ballesta y apuntó a su cabeza. Tuvo la desagradable sensación de que le atravesaba con aquellos ojos vacíos antes de clavarle una flecha entre las cejas. Comprobó el diminuto baño y el dormitorio antes de salir en busca de la chica. Esta soltó un pequeño suspiro cuando volvió a cogerla en brazos. Parecía estar volviendo muy lentamente en sí, a juzgar por cómo se movían sus ojos bajo los pesados párpados y el temblor que se había apoderado de ella. Cerró la puerta con la pierna y se metió en el dormitorio. La dejó sobre el colchón, que soltó una gran cantidad de polvo al moverse, y buscó en un pequeño armario algo para taparla. Ni siquiera había tenido en cuenta que debía de estar casi hipotérmica. Él, que llevaba manga larga y un chaleco que le protegía la espalda, estaba congelándose, así que ella estaría congelada.

—Eso es — murmuró cuando dio con una manta escocesa escondida bajo varios pantalones vaqueros. La tapó todo lo concienzudamente que pudo para que sólo su cara quedara al descubierto. La chica se arrebujó bajo aquella manta como si fuera el bien más preciado del planeta.

Despojado ya de toda función, Daryl se sintió incómodo en aquella habitación. Salió de golpe a revisar todas las entradas de aquél sitio y sacó al caminante de la casa. A continuación abrió cada cajón y armario disponible, buscando que pudieran comer. No se había equivocado al no sugerir que entraran allí. Era evidente que alguien ya había dado buena cuenta de todas las provisiones. Se dio la vuelta para encarar la puerta entreabierta del dormitorio, y se sintió aún más estúpido.

—Joder, Dixon, ¿qué estás haciendo? — susurró en la penumbra. Había sido una tontería tratar de salvarla. Era evidente que ella estaba con alguien contra su voluntad, y era muy probable que ese alguien aún estuviera buscándola. O quizás era más de uno. No sabía ni quién era ella, ¿cómo podía estar seguro de que no iban a echar la puerta debajo de un momento a otro para llevársela y cargárselo a él? Como si de veras temiera que fuera a aparecer alguien súbitamente, se acercó a la puerta y se encargó de atrancarla con una desvencijada silla. Dudaba que esto impidiera el paso a una horda de caminantes o a un grupo de tíos muy cabreados, pero quizás le daría tiempo de largarse si las cosas se ponían feas.

Por otra parte, tampoco había tenido en cuenta a su… al grupo de Joe. Ellos también estarían buscándole. El propio Joe le había dicho en una ocasión que sabía que él se marcharía, pero eso había sido al poco de conocerles. Tenía serias dudas sobre si ahora le dejarían irse tal cual. Y eso suponiendo que no quisieran llevarse a la chica. Sí, estaba convencido de que sería tan gilipollas de intentar salvarla y eso le costaría la vida. Todas las opciones acababan con él hecho fiambre. ¿En qué estaba pensando?

Soltó la ballesta en la mesa de la cocina y volvió a la habitación para comprobar que la niña siguiera viva. Se quedó estático cuando vio la cama vacía. Y un instante después, sintió que alguien le tiraba al suelo.

La hoja del cuchillo relucía al contacto con la luz de la luna. Daryl sujetó la mano de la chica para impedir que le degollara, y le sorprendió lo fuerte que era. Pero ella era una cría, y él un hombre. No iba a dejarse apuñalar por una cría a la que, por cierto, acababa de salvar el cuello. El mismo cuello que ella intentaba atravesar.

Quiso ser algo más cuidadoso, pero era eso o morir. Alzó la mano libre y le cruzó la cara con tanta fuerza que la vio tambalearse antes de derrumbarse en el suelo, a su lado. Se puso en pie rápidamente y le quitó el cuchillo. La chica retrocedió hasta que su espalda topó con la puerta, que se cerró con un chasquido, y empezó a cubrirse con los brazos, sollozando.

—Por favor, no, por favor… no me mates…

Daryl se quedó pasmado. Era ella la que había intentado asesinarle, y joder, por poco lo consigue. Se guardó el cuchillo de nuevo en su cinto, preguntándose cómo habría hecho para quitárselo sin que se diera cuenta, y avanzó un par de pasos hasta ella. La chica se encogió aún más, temblando. Ni siquiera era capaz de mirarle a la cara. Las lágrimas surcaban su rostro mientras repetía una y otra vez "por favor, por favor".

—No voy a matarte — dijo ásperamente. Vio cómo dejaba de temblar de pronto, y alzaba la cabeza para mirarle a los ojos. Parecía confundida.

—Tú… tú no…

—Pero si vuelves a intentar clavarme un cuchillo, te aseguro que me lo replantearé — ladró Daryl. Dio otro paso al frente y le tendió la mano. Se mostró algo reacia aceptarla.

— ¿Cómo sé que no vas a intentar violarme o algo así? — preguntó, recelosa.

—Has estado un buen rato K.O, ¿no crees que si hubiera querido hacerte algo no te lo hubiera hecho ya? — replicó él. Sin dejar que toda la desconfianza se evaporara, la chica tomó su mano y aceptó la ayuda que el cazador le prestaba. Se metió con dificultad en la cama al tiempo que Daryl le pasaba la manta. Se sintió como si fuera su niñera. ¿Qué sería lo próximo? ¿Leerle un cuento?

Se apartó bruscamente y volvió a la cocina para tomar la ballesta y la mochila, que había abandonado en la entrada. No pudo evitar echar un vistazo a través de las rendijas de las tapias de las ventanas antes de regresar al dormitorio. Aquello estaba tan tranquilo que ni oía los gemidos de los caminantes. Puede que Joe y su grupo no hubieran decidido buscarle después de todo.

Más tranquilo, entró en el dormitorio y tiró la mochila al suelo. Dejó a un lado la ballesta y se tumbó, acomodándose lo máximo posible en aquella incómoda almohada llena de bultos que se le clavaban en la cabeza y el cuello.

Llevaba un par de minutos con la vista fija en el techo cuando notó que la chica no paraba de mirarle. Giró la cabeza y se encontró con aquellos ojos ambarinos atravesándole desde el otro lado de la habitación.

—Duerme — le ordenó.

— ¿Cómo te llamas? — le preguntó ella. Daryl la miró unos instantes antes de responder.

—Daryl — ella asintió —. ¿Y tú?

La niña se reacomodó en el colchón, levantando una nueva capa de polvo. Estornudó y volvió a clavar la vista en él, pero no contestó. Acababa de salvarle la vida (dos veces, pues había evitado que la devoraran y que muriera de hipotermia) y encima se negaba a confiar lo más mínimo en él.

—Como quieras — gruñó, antes de darle la espalda para irse a dormir.

Aún con los ojos cerrados, podía oírla dando vueltas por la cama, incapaz de dormirse. Le ponía de los nervios. Y entonces, a punto de caer en las garras del plácido sueño, oyó que susurraba:

—Gracias por salvarme la vida.

Daryl se quedó dormido antes de responderle.

. . .

¡Y bueno! Llevaba un tiempo dándole vueltas a la idea en mi cabeza, sin atreverme a escribirla o no, y anoche di el paso y lo hice. Y fue como si toda la inspiración viniera de golpe y los dedos escribieran por mí. Estoy bastante contenta con el resultado del primer capítulo, y espero poder terminar el segundo dentro de poco, al tiempo que sigo traduciendo.

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