Actualizaré una vez a la semana, como de costumbre. Aviso de que es un fanfic corto, sobre uno capítulos, según la marcha. Espero que os guste ;P
Capítulo 1: Ella
― ¡Felicidades Inuyasha! ― exclamó un compañero a su camino.
― Tu último día en urgencias, debes estar encantado doctor. ― le dijo una enfermera al pasar junto a él.
― ¡Recuerda que el último día siempre es el peor! ― le recordó otro ― A mi padre se le presentó todo un autobús lleno de heridos.
― Es la maldición del último día. ― coincidió otro.
Inuyasha sonrió y se abstuvo de decir que él no creía en esa bobada de la maldición del último día. Había luchado día tras día desde que entró a trabajar en el hospital más importante de Tokio para conseguir una plaza fija de médico. Un mes atrás le comunicaron que la plaza por fin era suya, y que pasaría a ser médico de cabecera y a tener su propia consulta con un horario normal. Había contado cada día del mes, esperando con impaciencia. Esa era su última guardia en urgencias, y, después, tendría dos días de descanso hasta el lunes. Su primer fin de semana completamente libre. Normalmente, lo pasaba trabajando o durmiendo.
Todo iba a cambiar en su nuevo puesto de trabajo. Trabajaría por las mañanas de nueve a dos, y tendría todas las tardes libres. Eso por no hablar de que no volvería a trabajar un fin de semana, exceptuando en caso de necesidad si fallaba el médico de guardia. Tendría su propia consulta y su espacio en el archivo. Y lo mejor de todo: se dedicaría a lo suyo. En urgencias siempre terminaba atendiendo casos que deberían ir al especialista, pero estaban a tope y necesitaban que alguien les echara un cable así que le pasaban a los pacientes menos preocupantes.
Quiso ser doctor desde que era niño. Su padre era agente de bolsa, y su madre enfermera. Su pasión por la medicina le llegó en las largas tardes que pasó en el hospital ayudándola. Al principio, quería que siempre se quedara en la sala de juegos, pero terminó aceptando que la ayudara. Conoció a muchos pacientes y muchos tipos de enfermedades, y decidió que él también quería aportar algo. Su madre estaba encantada cuando en el instituto dio la noticia de que quería ser médico. Su padre no estaba tan contento al principio, pues esperaba que siguiera su estela. Finalmente, terminó tan entusiasmado como su madre.
Abrió su taquilla y cogió la bata de doctor. Tras ponérsela, se miró en el espejo. Era clavado a su padre. Sus mismos ojos dorados con cejas espesas, su mismo cabello plateado y su mentón fuerte. Su nariz tenía cierto parecido a la de su madre en la forma aunque era mucho más masculina. Siempre estaba bronceado. En cuanto veía salir el sol, se iba a la playa o se tumbaba en la terraza de su casa. Cuando lo hacía en su casa, lo hacía desnudo. Nadie podía verlo a los alrededores. También heredó la estatura de un metro ochenta de su padre y procuraba mantenerse en forma acudiendo al gimnasio unas tres veces a la semana.
― ¿Otra vez enamorado de ti mismo?
Sonrió al escuchar a una de sus compañeras a su espalda.
― No puedo evitarlo, soy perfecto. ― continuó con la broma.
― ¡Oh, por Dios! ― exclamó ― Pasas más tiempo delante de ese espejo que trabajando.
― Sabes que eso no es verdad, Sango.
Sango fue a la facultad de medicina con él. Coincidieron en la misma promoción y se hicieron amigos en seguida. Nada más. Nunca hubo nada más que amistad entre ellos por más que sus compañeros hubieran intentado malmeter. Ella podría ser perfectamente una hermana para él. El sentimiento era mutuo, pues Sango había dejado muy claro lo enamorada que estaba de un traumatólogo llamado Miroku que volvía locas a todas las enfermeras.
Abrió la taquilla junto a la suya y cogió su propia bata. Sango era una mujer muy atractiva, pero su carácter tan fuerte amedrentaba a muchos hombres. Casi no tenía que inclinar la cabeza para hablar con ella debido a su estatura y tenía un físico de gimnasio. Sabía de muy buena tinta que hacía mucho ejercicio. Siempre que estaba trabajando, llevaba su larga melena castaña recogida en una coleta alta. Sus ojos color miel tal vez fueran su rasgo más atractivo si no estuviera casi siempre frunciendo el ceño.
― ¿Qué miras?
Ahí estaba su Sango mal humorada y borde.
― Si sigues así, no encontrarás novio nunca…
― ¡Como si lo necesitara!
Pero los dos sabían muy bien que estaba deseando que ese novio fuera Miroku. Salieron de los vestuarios y se dirigieron hacia la cafetería. Esa noche estaba bastante calmada, y casi todos los médicos tenían ya sus ocupaciones. Todos los pacientes que habían llegado estaban atendidos. Nadie los necesitaba en ese momento. Además, llevaban sus intercomunicadores para emergencias.
Pidieron su primer café de la noche y se sentaron en una mesa al fondo. Lo invitaron debido a su ascenso.
― Yo también quiero una plaza fija para que me sirvan esta mierda de café gratis.
― ¿Seguro? ― enarcó una ceja ― Sé que cierto traumatólogo no tiene intenciones de moverse de urgencias.
Las mejillas de la castaña se volvieron color carmesí y tomó un largo sorbo de café, intentando eludir el tema. Decidió dejarlo pasar. Ese día, no le apetecía entretenerse acorralando a Sango.
― Ten cuidado, Inuyasha.
― ¿Cuidado con qué?
― Lo sabes muy bien. ― dejó su taza de café sobre la mesa de un golpe ― Kikio Tama estará allí. ¿O no recuerdas que el año pasado le dieron una plaza como oftalmóloga?
Intentó hacerse el tonto, pero no hubo forma.
― ¿Kikio Tama? ― insistió ella ― La misma que se acostaba con el anestesista, el celador, el que conducía las ambulancias y ese que limpiaba nuestra planta… ¿Cómo se llamaba?
― Ya basta, Sango.
― ¡Ah, sí! Era Jerry. ― recordó ― Menos mal que su compañero nuevo de trabajo alardeó delante de tus narices de sus hazañas. Fue una suerte que fuera nuevo por aquí o jamás lo habríamos sabido.
Sí, fue una verdadera suerte. Comenzó a salir con Kikio Tama dos años atrás. Los dos trabajaban en urgencias y se conocieron debido a un paciente que tuvo que enviar a su consulta. Ella tomó las riendas desde el principio. Salieron a cenar y no podía creer su suerte cuando al llevarla a casa, se inclinó y le hizo una felación en su coche. Después de eso, fueron novios durante un año entero. Incluso llegaron a buscar una casa para vivir juntos y formar una familia. Él ya tenía el anillo para pedirle matrimonio a la semana de que le dieran la plaza fija. Un enorme diamante que compró sabiendo que a ella le encantaría. Por suerte, lo llevaba en el bolsillo de su bata y aún no se lo había pedido cuando escuchó lo que decía Naraku Tatewaki. Sango estaba con él en ese momento, pero ninguna de sus palabras de consuelo fue suficiente.
Pudo devolver el anillo a la joyería antes de que terminara el plazo. Rompió con Kikio inmediatamente, y empezó a descubrir con cuántos compañeros lo había engañado. Sentía vergüenza de sí mismo y de ella. Al principio, le costó mucho volver a integrarse y hacer como que nada había sucedido con aquellos que se acostaron con la que era su novia. Con el paso del tiempo, terminó olvidando. Kikio era el cáncer, no ellos. No podía haberse alegrado más de descubrirlo todo antes de que fuera demasiado tarde.
― No me liaré con ella otra vez. ― aseguró.
Si eso era lo que Sango quería escuchar, lo prometería una y mil veces. Jamás volvería a cometer ese maldito error.
― ¿Seguro? ― insistió ― Los dos sabemos que puede ser muy persuasiva…
Eso era muy cierto. Si de algo sabía Kikio Tama, era de cómo embaucar a un hombre para que hiciera cuanto ella quisiera. Lo mantuvo en la ignorancia durante un año entero, pero, ahora que sabía cómo era en realidad, no tenía nada que temer. Prefería mil veces su libertad y no la perdería por ninguna mujer como ella. Aunque sí que lo haría por otro tipo de mujer muy diferente.
― No quiero que te haga daño, Inuyasha.
― ¿No lo entiendes? Ya no puede hacerme más daño. ― se terminó su café ― Me he vuelto inmune a sus encantos.
― ¿Ah, tiene encantos? Pensé que solo era ligera de cascos… ― musitó.
― Bueno, hay hombres que considerarían eso un gran encanto.
Se levantaron y decidieron dar una vuelta por el hospital. Así estirarían las piernas, y, así, estarían más a mano si surgía cualquier emergencia. No le gustaría tener que levantarse de su cómodo asiento, dejar su café a medias y correr con la bilis subiéndole por el esófago hacia su paciente. Ya le había sucedido eso en más de una ocasión y prefería evitarlo en su último día.
― ¿Ya tienes enfermera? ― le preguntó ― Necesitarás una en el hospital. No eres un médico de barrio.
― La cosa se ha complicado…
Se había complicado bastante. Puso un anuncio en el periódico y otro en el tablón del hospital. Como resultado, se le había presentado de todo. Enfermeras de urgencias, enfermeras de otros doctores, enfermeros, recién licenciadas que nunca habían ejercido e incluso alguna mujer sin ninguna preparación. Realmente, solo se había planteado seriamente a las enfermeras de urgencias. Ni se le ocurría quitarle la enfermera a otro doctor, pues no quería tener problemas con sus compañeros desde el primer día. Las recién licenciadas esperaban librarse de trabajar en urgencias y lo llevaban claro. No iba a contratar a nadie sin experiencia. Podría contratar a un enfermero, pero se sentía incómodo. Prefería que la mano firme y dulce de una mujer ayudara a sus pacientes. Y, bueno, no hacía falta ni dar explicaciones sobre las candidatas sin preparación.
El caso es que no se decidía. Conocía a todas las enfermeras de urgencias y las que se presentaron o eran muy vagas o trabajaban demasiado. Luego, tenía otra lista guardada para aquellas que no le caían bien. Con lo fácil que parecía al principio. El lunes empezaba a trabajar y todavía no tenía su propia enfermera. ¿Qué pensarían sus pacientes?
― Digamos que no he encontrado a una candidata adecuada para el puesto.
― Eres demasiado exigente.
¡Demonios, era verdad! Si tan solo pudiera bajar un poquito sus expectativas para contratar a alguna de sus compañeras de trabajo.
― ¿No conoces a alguna apta para el puesto?
¿Cómo no se le ocurrió antes? Sango siempre tenía la respuesta.
― ¿Misaki? ― propuso.
― Se pasa el día en la cafetería, casi no trabaja.
― ¿Cordelia?
― Demasiado quisquillosa. ― más incluso que él.
― ¿Yuuko? ― continuó.
― No, gracias. ― se echó atrás ― Prefiero no sufrir acoso sexual en el trabajo.
Entonces, su mejor amiga le lanzó una mirada de pocos amigos.
― Y dime genio, ¿a quién contratarás si tienes una pega para todas?
A nadie a ese paso y necesitaba muchísima ayuda para trasladar expedientes, crear nuevos, pasar notas al ordenador, atender con los pacientes. ¿Por qué era tan difícil encontrar a alguien adecuado para el puesto? Solo pedía una enfermera trabajadora, limpia, agradable y con buena mano para los pacientes. Alguien que diera gusto saludar cada mañana y con quien pudiera convivir en su consulta sin sentirse incómodo. Tal vez, estuviera pidiendo demasiadas cosas.
― Contratar a Cordelia sería lo más inteligente, ¿no?
Justo en ese instante, sonó la sirena de la ambulancia. Ya llevaban demasiado tiempo sin hacer nada. Corrieron hacia la entrada y se detuvieron a la espera de que los técnicos sanitarios bajaran la camilla. Uno de los técnicos corrió hacia ellos para entregarles el informe que habían ido completando. Mujer adulta embarazada con serios golpes y contusiones. Se fijó en el nombre: Kagome Higurashi. Le gustó ese nombre.
Bajaron la camilla de la ambulancia y la metieron en el hospital. En el vestíbulo, entre Sango y él le echaron un vistazo. Tenía un ojo morado, un cardenal en la sien, el labio partido, en el cuello había señales de un intento de estrangulamiento, diría que su muñeca derecha estaba fracturada y varios golpes superficiales que solo dejarían su piel un poco morada. La miró y se preguntó qué clase de un hombre sería capaz de golpear a una mujer en su estado. La pobre estaba semi inconsciente y gemía de dolor.
― La han atracado, ¿no?
Era lo más lógico en un caso como ese.
― Eh, no…
Le insistió con la mirada para que se lo contara. No sabía por qué, pero le interesaba mucho saber qué le había sucedido a esa mujer. Además, sería útil para el diagnóstico y el parte médico.
― Según el informe policial, ha sido su pareja…
¡Valiente hijo de puta! ― pensó ― Si él hubiera estado allí, le habría hecho tragar sus propios testículos. Era su mujer y llevaba dentro a su hijo, ¿cómo pudo hacerle algo semejante? Se suponía que debía protegerla de todo mal, mimarla y ocuparse de que fuera feliz. Tenía toda la pinta de que llevaba mucho tiempo amargándole la vida. Estaba seguro de que no era la primera vez que la golpeaba. Los mal tratadores siempre empezaban con cosas pequeñas, no con algo tan llamativo como para que alguien llamara a la policía.
La paciente abrió los ojos de golpe, como si acabara de despertar de una pesadilla. Tenía unos preciosos ojos color chocolate.
― M-Mi bebé… ― musitó.
― Tranquilícese. ― tomó sus manos ― Su bebé estará bien, ¿de acuerdo?
― No se preocupe por su pareja. ― añadió Sango ― Aquí estará a salvo y le pasaremos el informe médico a la policía para que lo pongan entre rejas.
Ella parecía más tranquila al escuchar eso. Entonces, cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza. Sus manos se asieron a los bordes de la camilla como si tuviera que estar haciendo un gran esfuerzo por evitar que algo sucediera. Sango y él intercambiaron miradas y, luego, ojearon el prominente vientre de la mujer.
― Yo diría que está mínimo de ocho meses. ― afirmó Sango ― Tal vez ya de nueve.
Los dos pusieron las manos sobre su vientre y fueron examinando todas las señales. Inuyasha le tomó el pulso mientras consultaba su reloj, y Sango metió una de sus manos bajo la falda del vestido de la mujer.
― Ha dilatado. ― confirmó.
― Contracciones cada veinte segundos. ― se irguió ― Pide un especialista.
Sango se apartó para utilizar el intercomunicador mientras que él examinaba más detenidamente sus heridas. Podría soportar el parto en su estado. Por suerte para ella, la paliza había finalizado antes de que su situación se volviera realmente alarmante y no necesitaba una traqueotomía.
― ¿Sabes desde cuándo estás de parto?
A juzgar por la intensidad de las contracciones, debía ser desde mucho antes de que la golpearan.
― Empecé al mediodía, después de comer. ― explicó y después jadeó durante unos segundos ― Al principio, eran cada diez minutos y luego fue disminuyendo. Rompí aguas hacia las ocho, cuando las contracciones eran cada dos minu…
La paciente gritó y sin saber muy bien por qué, agarró su mano y le dio un apretón para darle ánimo. Se sentía responsable de ella por alguna razón.
― Pe-Pensaba venir cuando los intervalos fueran de dos minutos…
Parecía saber del tema. De no ser por la claramente imprevista paliza, todo habría ido a la perfección. Había controlado muy bien.
― Parece que sepas de esto.
― Era enfermera… ― musitó después de otra contracción ― Trabajaba en el Memorial… ― volvió a gritar y estrujó su mano con una fuerza sorprendente para su pequeño tamaño ― Tuve que dejarlo…
No era momento para preguntarlo, y él no era la persona indicada para hacerle esa pregunta. Sango regresó. A juzgar por su mala cara, la cosa no iba bien.
― Solo hay tres especialistas y los tres están atendiendo partos en este momento.
Lo de noche calmada acababa de terminar. Kagome Higurashi no podía esperar más tiempo para dar a luz.
― Tendremos que improvisar algo.
Pidieron que les prepararan una sala de partos y llamaron a un par de enfermeras de la sección de neonatos para que los asistieran. Sabían cómo atender un parto, eran médicos, pero nunca antes lo habían hecho y solo contaban con las explicaciones que recibieron en la facultad. Los dos tragaron hondo al ver la silla donde tenían que subirla. Parecía sacada directamente de la época de la Inquisición española.
Las enfermeras ayudaron a quitarle la ropa a la paciente y a ponerle una bata de hospital, y prepararon el quirófano. Sango fue la que se situó entre las piernas de la mujer para atender el parto. Él se situó a un lado de la silla y otra enfermera al otro. A Sango le acompañó la segunda enfermera, y le explicó cómo lo hacía su especialista. Intentó con todas sus fuerzas que no usara su mano fracturada, pero ¿quién podía oponerse a una mujer embarazada? Los tuvo agarrados a los dos y no los soltó hasta que se oyeron los llantos del bebé. Cuando eso sucedió, sintió que él mismo había dado a luz al crío después de la intensidad del parto.
Era un niño. Las enfermeras lo limpiaron y envolvieron en una sábana antes de entregárselo por primera vez a la madre. Kagome lo cogió entre sus brazos y lloró de felicidad. Poco después, se desmayó. Mientras estaba inconsciente, curaron sus heridas, y él pudo comprobar que no se equivocaba al pensar que se trataba de una fractura. Vendó su mano, y se apartó para que las enfermeras la asearan. Media hora después, estaba de pies en su habitación, contemplando a la madre y al hijo.
― Parece que ha sido todo un éxito. ― comentó Sango a su espalda ― Ojalá lo hubieras visto tú también, ha sido precioso.
A él ya le parecía precioso desde el lugar que ocupó dándole su apoyo a Kagome. ¿Cuándo pasó de ser una paciente a ser Kagome? Se quedó sentado junto a su camilla mientras Sango iba a recepción a rellenar los papeles para la policía. Meció la cuna del niño cuando se despertó y amenazó con llorar. No fue hasta dos horas después que Kagome abrió por fin los ojos. Eran las tres de la mañana.
Se levantó y le echó un vistazo a sus constantes vitales. Todo estaba en orden.
― ¿Y mi niño? ― preguntó.
― Duerme, no te preocupes. ― señaló la cuna con un ademán de cabeza ― Tú también deberías hacer lo mismo.
― Tengo sed…
Le dio un poco de agua y se sentó sobre la camilla, junto a ella, con tanta familiaridad que se asustó.
― ¿Cómo va a llamarlo? ― curioseó.
― Souta.
― Es un nombre precioso. ― añadió él.
― Así se llamaba mi hermano mellizo…
Dio por asumido que su hermano mellizo estaba muerto por el tono de voz. Decidió no hacer ningún comentario al respecto, pues no quería molestarla. La pobre chica ya tenía bastantes problemas con su pareja.
― ¿Por qué dejaste tu trabajo en el Memorial? ― preguntó ― Es un buen hospital, y he oído que tratan muy bien a sus empleados…
― Sí, era estupendo. ― coincidió ― Pero mi novi… bueno… mi pare… esto es muy complicado…
El desgraciado que la había mal tratado, debió suponerlo. Seguro que era un inútil que no soportaba que ella tuviera un buen trabajo. No culpaba a Kagome, ni mucho menos, pero, ¿por qué tantas mujeres tiraban su vida por capullos como ese? No era la primera vez que se encontraba con un caso así, y estaba seguro de que no sería la última. Todos los días lo veía en urgencias y en las noticias en su casa.
― ¿Tienes referencias?
Pero ¿qué estaba diciendo? No iba a contratarla, ¿no?
― Sí, ¿por qué?
Porque iba a llamar a ese maldito hospital en cuanto saliera de esa habitación. Sin embargo, ante ella sacudió la cabeza, restándole importancia, y decidió explicarle la magnitud de sus heridas. La mayoría de los golpes eran superficiales. Lo único realmente preocupante era la muñeca fracturada que necesitaba mucho reposo y una posible contusión en la cabeza. Necesitaba estar en observación durante al menos veinticuatro horas. Como iba a permanecer un mínimo de tres días en el hospital tras el parto, no había problema alguno.
Cuando vio que ella cerraba los ojos, se levantó de la camilla para darle espacio y se acercó a la ventana. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón de hospital y contempló el cielo estrellado. No quería que lo llamaran para ninguna otra emergencia en toda la noche. Ya estaba justamente donde debía estar. Una mujer indefensa necesitaba que la protegiera de un hombre malvado.
Sabía que estaba despierta. Llevaba un rato sintiendo su mirada así que decidió hacerle la otra gran pregunta.
― Esto ha sucedido antes, ¿verdad?
Al volverse, la vio asentir con la cabeza.
― ¿Por qué no le denunciaste? ― inquirió saber ― ¿Por qué no te alejaste de él?
― Lo intenté… ― musitó ― Pero él siempre me encuentra…
Eso le dio a entender que en realidad no seguía con ese hombre. Sabía que no estaban casados, pues ella nunca se había dirigido a él como su marido. Ese hombre era de lo peor. Ella lo había dejado y la perseguía como un inmundo acosador. Ojalá lo metieran en la cárcel una buena temporada. Por su bien, ya podía mantenerse bien alejado de Kagome y del niño.
Cuando estuvo seguro de que ella estaba profundamente dormida, salió de su habitación, y se dirigió hacia el teléfono más cercano para pedir referencias suyas en el Memorial. No se esperaba algo como aquello. Le dieron las mejores referencias que podía esperar de una enfermera. Inteligente, divertida, siempre dispuesta a ayudar en lo que sea, muy cariñosa con absolutamente todos los pacientes, nada aprensiva y siempre de muy buen talante. Una persona como ella podría hacer que él se sintiera cómodo de compartir su espacio.
A las nueve de la mañana, tras haberse cambiado de ropa, estaba parado frente a la puerta de su habitación. Había estado toda la noche meditando, y todavía no sabía si era una buena idea contratarla. No se trataba solo de que Kagome necesitara trabajo y de que se tratara de una muy buena enfermera. Esa mujer le gustaba. No sabía hasta qué punto podía ser una buena idea contratarla y tenerla todo el día pegada. No le importaría salir con ella, pero serían compañeros de trabajo. Después de lo sucedido con Kikio, no le parecía buena idea. Si salían juntos y terminaban mal, sería muy incómodo compartir su lugar de trabajo. Ya le resultaba incómodo con Kikio…
― ¿Qué haces ahí parado? ― lo regañó Sango ― Ya se ha terminado tu última guardia de emergencias. Deberías estar celebrándolo.
Sí, debería estar celebrándolo.
― ¿Qué sucede? ― preguntó, percatándose de que algo no estaba bien.
― Ella es enfermera. ― respondió.
Sintió que lo empujaba hacia la puerta después de haber pronunciado esas palabras.
― ¿Y a qué esperas? ¡Contrátala!
Decidió hacer lo más sencillo de todo. Seguir las órdenes de Sango. Si algo salía mal, le echaría la culpa a ella y ya está. Al entrar en la habitación, la encontró dando el pecho al niño por primera vez. Se sonrojó y se disculpó, pero ella le dijo que no hacía falta que saliera cuando quiso marcharse. Avergonzado por la situación, se acercó dando pequeños pasos y se atrevió a mirar. Era lo más hermoso que había visto en toda su vida.
― Tu turno ya se ha terminado, debes de estar agotado. ― observó ― No era necesario que te pasaras por aquí…
Por un momento, se le pasó por la cabeza que pudiera estar incomodándola con su presencia. Era cierto que se estaba extralimitando con una paciente. Aun así, infló el pecho, y se armó de valor para hacerle la proposición.
― Hoy es mi último día aquí. Me han dado una plaza fija como médico de cabecera y necesito una enfermera. ― explicó ― Me preguntaba si estarías disponible para el cargo.
Ella lloró al escucharlo y él empezó a disculparse, pensando que había metido la pata hasta el fondo. Cuando al fin volvió a hablar, lo entendió todo.
― ¡Claro que estoy disponible! ― aceptó ― Necesitaba un trabajo con más urgencia que nunca. Ni te imaginas el favor que me haces…
Bien, pues todo estaba hecho. Se despidió de los dos y se disponía a salir de la habitación cuando la pregunta de Kagome lo detuvo.
― ¿Sabes de algún hogar para mujeres solteras con hijos?
La miró a ella y después al niño. No consentiría que ella se fuera a la peor zona de la ciudad, a una casa llena de drogadictas que estaba rodeada de gente de la peor calaña.
― Puedes quedarte en mi casa… ― sugirió ― Hasta que encuentres algo mejor, claro. – añadió después.
En ese momento, estuvo completamente seguro de que se estaba extralimitando con su trato y no le importó en absoluto. Kagome estaba destinada a ser más que su enfermera, lo sabía.
Continuará…