LOS PERSONAJES DEL ANIME/MANGA INUYASHA NO ME PERTENECEN, SON ENTERA PROPIEDAD DE LA MANGAKA RUMIKO TAKAHASHI. EN CAMBIO LA HISTORIA SÍ ES MÍA.
~Nuevos Comienzos~
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Sus pies avanzaron tan rápido como pudieron mientras que hundía su mano en el interior del bolsillo de su oscuro pantalón, buscando las llaves de aquel departamento que le pertenecía. Abrió la puerta de golpe y sus hermosos ojos azules dilataron en sorpresa al ver el desorden creado; los cojines del sofá estaban tirados en el suelo y la mesa de centro corrida de su posición habitual. Su labio inferior tembló lleno de inseguridad e impotencia al imaginarse a Kagome luchar contra Naraku, pues aquel vago desorden, solo podía ser muestra de ello. Algo que se pudo haber evitado.
Avanzó un par de pasos, los cuales eran lentos, débiles, sin siquiera molestarse en quitar la llave de la cerradura, fue que ingresó al frío departamento. Casi pudo sentir al tiempo detenerse. Apoyó ambas manos sobre la cabecera de uno de los sillones individuales, hundiendo su cabeza bajo sus hombros.
¿Qué mierda había hecho?
Había sido un maldito al irse y dejarla sola en el suelo del corredor, cerró los ojos, lamentando el preciso momento en que su orgullo y los celos le jugaron en contra. ¡Por los mil demonios! Ella lo llamó, le gritó y lloró por él, y él, como una mismísima basura, la ignoró, dejándola completamente sola y vulnerable.
Los pasos de Sango se hicieron presentes cuando ella quitó la llave y cerró la puerta tras ella. La castaña entró en silencio y observó la ancha espalda de Bankotsu, sus músculos lucían contraídos.
—Bankotsu —susurró con las intenciones de posar su mano en el hombro masculino de su descompuesto amigo, pero no se atrevió.
El moreno empuñó ambas manos y un leve temblor se alcanzó hacer notar por la avellana mirada de Sango centímetros tras él. Lo vio pararse correctamente y casi pudo notar un pequeño brillo en la mirada azulina del moreno cuando éste la miró.
—Llama a Miroku, solucionaremos esta mierda hoy mismo. —Fue lo que los labios y el tono seco de Bankotsu pronunciaron.
Sango asintió antes de verlo desaparecer en dirección al baño, tal vez, buscando un pequeño momento y así estar a solas, humedecer su descompuesto rostro y analizar en frío la situación. Ella por otro lado no dijo nada, asintió y pescó el móvil, llamando así al susodicho.
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La profunda mirada de Bankotsu se fijó en el costoso reloj aferrado a su muñeca, el cual indicaba que ya se acercaba la medianoche. Volvió a mover su pie inquieto contra el suelo rocoso de esa zona, un tanto ansioso de que todo pronto acabara y sacar a Kagome de ese lugar. Volvió a fijarse en aquellos amplios pastizales a cierta lejanía, sin ver una seña de aprovación como Miroku había indicado. Una pesada respiración se escapó de sus labios al temer que ese tiempo se estaba desperdiciando. Costosos minutos que podían poner en juego la vida de la azabache. Intentó sacar esos malos pensamientos de su cabeza, buscando tener un poco de confianza en el plan del policía. Y con la suerte de su lado, todo saldría bien como según Miroku planeó, pronto tendría a Kagome de regreso a su lado y esta vez, por más imbécil que la discusión fuera, ya nunca volvería a alejarse de ella. Eso, era una promesa.
Una mueca se formó en sus labios, cansado, ese día había sido realmente extraño; el reencuentro con Kagome, la pelea con el inútil y perdedor de InuYasha y ahora eso. Por otro lado, agradecía bastante tener a alguien como Miroku en esos momentos a su lado pues, dar con el refugio de Naraku a través del rastreo de la llamada fue mucho más sencillo de lo que imaginó, cosa que también le sorprendió, Naraku solía ser muy precavido. Se encogió de hombros, restándole importancia a la situación.
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Sus ojos se abrieron poco a poco para luego ser cerrados gracias al ser iluminada con la fuerte intensidad de una luz fija en el cielo; varios intentos más y su mirada se acomodó. Se sentó correctamente. El piso parecía pegajoso. Intentó ponerse de pie pero no pudo; sus pies desnudos estaban pegados al suelo, provocando que su respiración se agitara. La luz comenzó a bajar y pronto solo su cuerpo fue iluminado. Unos pasos lentos resonaron a su alrededor y temió. Llamó un par de veces a Bankotsu, sin obtener respuesta de su parte. Luego a Sango, sus padres y por último a InuYasha, pero nadie respondió, haciendo que un leve temblor surgiera en su pecho pues, aquellos pasos sonaban seguros e iban directo a ella, lo supo cuando el sonido que causaba la suela de los zapatos contra el piso, se hizo todavía más presente. Unas fuertes manos la tiraron al suelo y ella hizo todo por luchar. Gritó y lloró y todo su cuerpo se estremeció al ver a Naraku sobre ella. Las lágrimas se volvieron gruesas al sentirlo toquetear su cuerpo con brusquedad, libertad y propiedad.
La joven se removió y no dejó de llorar.
—Kagome —oyó en un susurró, a una lejanía casi inmensa. Apretó sus ojos, deseando que quién fuese que la estuviese llamando, la ayudara a sali de allí; de aquella oscuridad en la que poco a poco la iba consumiendo.
El cabello largo de Kagome estaba regado por el sucio y húmedo suelo de ese lugar. Vestía un delgado short de seda y una delgada blusa a combinación del mismo, sus manos permanecían atadas pero sus piernas estaban libres. Jakotsu volvió a llamarla al no obtener respuesta, preocupado. Pues Kagome gemía y se quejaba, como si alguna cruel pesadilla la tuviese atrapada.
Kagome frunció ligeramente el ceño al sentir su cuerpo pesado y un tanto machucado, hizo lo que tuvo en sus manos por ejercer fuerzas en aquellos aparentemente pesados párpados. Intentó incorporarse pero no pudo, Naraku pesaba en ella. La voz llegó más fuerte y sus sentidos comenzaron a despertar, reaccionar y así llevarla de regreso a la realidad. Apoyó uno de sus brazos en el suelo, manteniendo parte de su cuerpo sobre éste. Sus ojos se abrieron despacio, tonalizando poco a poco el foco de su mirada.
—¡Kagome! — volvió a llamar Jakotsu al verla desorientada.
La mirada de Kagome estaba concentrada en el desconocido lugar en el que estaba internada. Las paredes eran de cemento y el suelo estaba sucio y en él se creaban pequeños charcos de agua, producto de la humedad del lugar. Un par de antorchas se ubicaba en dos paredes, una frente a otra, como si en una época medieval estuviera.
—Jakotsu —nombró al reconocerlo, lo miró detalladamente y entonces se alteró—. ¡Dios! ¿pero qué te han hecho?
La azabache se puso rápidamente de pie en dirección al chico de alborotados cabellos chocolate, sorprendida por el aspecto de éste. Se dejó caer con pesadez al lado de Jakotsu e intentó deshacer el amarre en sus muñecas. ¡Maldición!
Apenas podía recordar el momento exacto en el que Naraku la lanzó con fuerzas después de tener intenciones de contarle a Bankotsu dónde era que estaba. Otro sujeto la pescó con facilidad, posando un mal oliente paño en su cara, cubriendo gran parte de su nariz y boca. Sus ojos comenzaron a pesar mientras unas borrosas siluetas de movían delante de ella, antes de que todo se pusiera negro.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó mientras analizaba no saberla lastimada.
Jakotsu tenía uno de sus ojos completamente hinchado; el párpado del golpeado ojo estaba completamente cerrado debido a la inflamación. Un par de moretones en sus pómulos y frente llamaron la atención de la azabache que trataba de liberar sus finas extremidades.
—Naraku me trajo, estaba sola en casa cuando...
—¿Y Bankotsu?
—Bueno, él... —Kagome bajó la mirada y sus ojos se nublaron al recordar solo ver su espalda y su larga trenza mecer debido a sus firmes pasos.
—Discutieron. —Completó y sonrió irónico al tan solo imaginar las consecuencias por las que Naraku la había atrapado tan fácilmente—. Él es así Kagome —buscó consolar a la triste chiquilla—. Cuando Bank está molesto suele ser muy impulsivo, hasta agresivo. Si se fue y te dejó, tal vez, fue para protegerse; aunque las cosas hayan salido mucho peor. —Sonrió ante su último comentario. Las palabras de Jakotsu eran lentas y su voz muy queda.
—Creo que tienes razón. A veces... —dijo Kagome al bajar la mirada—. ¡¿Qué...?! —exclamó, interrumpiéndose.
Una mancha rojiza y medianamente seca se posaba bajo el cuerpo de Jakotsu, lo miró a los ojos y luego abrió la chaqueta que llevaba, percatándose de la profunda herida bajo aquellas prendas. Ahora recién caía en cuenta del pálido rostro del chico, al igual que de sus ojeras.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó y al mismo tiempo se lamentó de haberlo hecho.
Jakotsu dibujó una pequeña sonrisa sobre sus labios, una demasiada forzada, ya que su rostro no decía lo mismo. Sin embargo, y pese al dolor, él deseó confortarla.
—¿Duele mucho? —él asintió lentamente.
—Voy a estar bien Kagome. —Aseguró al reconocer el preocupado rostro de la descompuesta chica.
—No, Jakotsu, has perdido mucha sangre —Kagome se puso de pie y comenzó a buscar algo con que deshacer el nudo que imposibilitaba la libertad de sus manos.
Miró el suelo y no vio nada. Fue hacia el fuego y luego de analizarlo, se arrepintió. El nerviosismo surgió en su pecho al imaginar qué podría pasar con Jakotsu si seguía en ese estado. Tenía que sacarlo de ahí.
Un pequeño clavo enterrado en una pequeña grieta en la división de dos bloques llamó su atención, caminando hacia él con seguridad, puso la gruesa cinta que unía sus manos y comenzó a hacer simulaciones de agujeros en diferentes partes. Luego de unos cuántos minutos de insistentes movimientos bruscos, fue que sus manos fueron libres. Apretó cada una con la mano contraria, buscando así minimizar la presión latente en ellas.
—Te sacaré de aquí Jakotsu, saldremos juntos de este lugar —mencionó al regresar hacia el muchacho.
Kagome observó con atención las cadenas que lo mantenían presionado, con ambos brazos alzados en dirección al techo. No tenían candado, solo estaban enganchadas a un firme gancho sobresaliente en el techo. Una mueca se formó en sus labios. Quizás por eso no lo habían asegurado, por el profundo corte al costado de su costilla, asegurándose así de que no tuviera oportunidad alguna de escapar.
—No alcanzo las cadenas —lamentó en voz baja y casi entristecida.
Jakotsu sonrió de medio lado, esa chica de verdad que era despistada; cualquier persona, con sentido común podría darse cuenta lo imposible que sería alcanzar el techo.
Suspiro débilmente, soportando el dolor que aquel estocada significaba.
—Súbete en mí.
Los ojos de Kagome se abrieron con sorpresa al oírlo proponer tal barbaridad, ¿cómo iba ella hacer algo como eso? Él estaba herido, débil. Había perdido mucha sangre y se odiaba por no poder serle de ayuda. Su corazón se apretó al hincarse frente a él, esperando que la viera.
—No me podrás, has perdido mucha sangre y...
—¿Y eso qué? —interrumpió al acomodar su espalda sobre la pared.
—¡No! No puedo, sería muy cruel de mi parte si yo...
—Solo hazlo Kagome, será más cruel que me dejes morir aquí, solo. —Añadió al interrumpirla.
Los ojos de Kagome se volvieron completamente cristalinos, su garganta ardía pero sabía que no debía llorar, debía ser fuerte, pese a todo.
La joven se puso de pie, apoyando uno de sus descalzos pies sobre el hombro de Jakotsu.
—¿Listo? —preguntó y él solo asintió.
Kagome intentó controlar su peso pero su torpeza fue mayor. Todo el peso de su cuerpo cayó sobre el hombro de Jakotsu, haciendo que éste soltara una quejido y cerrara los párpados con fuerzas. Kagome falló y su cuerpo dio con brusquedad sobre el húmedo suelo, haciendo que la humedad del mismo dejara marcas rojizas en du blanca piel gracias al fuerte azote.
—¡Autch! —se quejó al sobar parte de su brazo y luego ver a Jakotsu con los ojos cerrados.
Se puso de pie rápidamente e ir a ver las condiciones que Jakotsu pudo haber quedado. Le abrió la camisa y noto que cierto líquido había comenzado a salir nuevamente de su cuerpo.
—Lo siento mucho Jakotsu, yo...
—Hazlo otra vez.
—¡Estás loco! —dijo medio alterada.
—¡Solo hazlo Kagome! —gritó conteniendo del dolor.
—No, no lo haré. —Dijo y ocultó el rostro bajo su flequillo.
Ambos permanecieron quietos y en silencio mientras un grillo rebelde rompía la tranquilidad que se había formado entre ellos. Jakotsu soltó un pesado suspiro al ver dos pequeñas gotas caer sobre las desnudas piernas de Kagome.
—Cuando te fuiste a Sendai, Bankotsu fue por ti... —comenzó, llamando la atención de la muchacha, quien alzó el rostro para verlo—. Se mantuvo como tu sombra un buen tiempo. Él sabía que si estabas a su lado, algo como precisamente ésto terminaría sucediendo. Fue por eso que te mantuvo al margen de todo.
Kagome permaneció en silencio, si bien algo de eso sabía, siempre tuvo una especie de resentimiento hacia él. Por eso había vuelto a retomar su relación con InuYasha, para olvidarlo y sacarlo de su vida, como creía, él había hecho con la suya.
—Cuando él volvió a Tokio, siempre fue con el fin de acabar con todo y así empezar de cero, contigo. —Sonrió débilmente—. Reconozco que en algún momento sentí bastante celos de que me quitaras a mi único hermano pero, al fin y al cabo, si eras importante para él, también lo serías para mí.
La respiración de Kagome tembló al oír con atención las palabras que Jakotsu le confesaba, si bien el llanto se había calmado, las lágrimas no dejaban caer de sus ojos. Su garganta ardió y quemó con brutalidad. Tenía tantas ganas de salir, correr y volver a los brazos de Bankotsu. Ya nada importaba, ni su dolor o el orgullo de él, sabía que, en esos momentos, él también querría tenerla a su lado.
—¿Te das cuenta por qué no puedo dejar que cruces esa puerta sola? —preguntó con un poco más de fuerza en su tono de voz—. Porque nadie te podrá proteger allá afuera. Bankotsu no está y yo..., yo haría lo que él haría por ti, porque sé, que eso es lo que él esperaría. Kagome, si él te es leal, entonces, yo también lo seré.
Kagome asintió y secó las lágrimas de sus ojos, se puso de pie mientras Jakotsu una vez más apoyaba su espalda contra la muralla, respirando varias veces para así amortiguar el dolor que ese esfuerzo le provocaría.
La joven volvió a poner uno de sus pies sobre el hombro de Jakotsu, dejando que un suave suspiro escapara por sus labios, contó hasta tres de manera mental e, impulsándose con el pie contrario puesto en el suelo, fue que logró estirar su brazo y desenganchar las cadenas. No pudo evitar la fuerza de gravedad, haciendo que su trasero diera con brusquedad una vez más contra el suelo.
El ruido de las cadenas golpear contra el suelo los distrajo a ambos. Kagome se puso de pie, ignorando el dolor que aquella caída había provocado, dirigiéndose rápidamente hacia Jakotsu, comenzó a intentar desenganchar los gruesos grilletes de metal que mantenían firmemente apresadas las muñecas de Jakotsu.
Las uñas de Kagome se doblaban ante el esfuerzo que hacía contra el metal, uno inútil después de todo ya que ellas no se movieron de la piel ya marcada de Jakotsu
—No puedo quitártelas —dijo lamentándose.
Jakotsu sonrió débilmente, tanto por su condición como porque sabía que así sería.
—Supongo que el primer paso ya está hecho... —dijo refiriéndose a que por lo menos ya sus brazos estaban libres.
Jakotsu enredó unos cuántos metros de cadena alrededor de sus brazos, para así no entorpecer sus propios pasos.
Kagome lo ayudó ponerse de pie y ambos caminaron hacia la puerta, escondiéndose en la parte contraria en donde ésta se abría al oír unos pasos. Los ojos de Kagome temblaron y Jakotsu le indicó con una seña que guardara silencio. Ambos oyeron las llaves chocar contra la cerradura. La puerta había estado asegurada, claro, no podía ser tan sencillo.
—Iré a orinar a los pastizales, regreso enseguida —comentó una voz masculina.
—Bien, pero date prisa. —Dijo el otro hombre.
Un joven de oscuro cabello y mediana estatura entró con una bandeja de plástico con comida, observando los rincones de aquel pequeño cuarto. La bandeja cayó al suelo al ver que ninguno de los prisioneros estaba. Se giró con intención de salir, deteniendo sus pasos abruptamente al ver a Jakotsu de pie en el marco de la puerta.
—¿Qué crees que haces? —preguntó el hombre con poca seguridad.
—Quizás, pagarte con la misma moneda. —Dijo y con el poco esfuerzo que le quedaba se acercó a él, posando ambas manos sobre la cabeza del sujeto y moviéndolas brusca y rápidamente, sin darle oportunidad de defenderse.
Kagome apretó los párpados al oír el aparente quebrajeo del cuello del muchacho y luego, el pesado cuerpo de éste caer de golpe al suelo.
Jakotsu frunció el ceño y posó una de sus manos en la herida, sacando la punta de sus dedos manchados de sangre. Apretó los labios al mismo tiempo que un pesado suspiro se escapaba de los mismos. Salió del cuarto y agradeció el haberle señalado a Kagome salir segundos antes.
—Vamos. —Dijo al hacer un movimiento con su cabeza—. Creo que el camino correcto es por acá. —Señaló al recordar el sonido de los pasos del hombre.
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Miroku alzó una mano y Bankotsu corrió rápidamente tras la señal que le había pedido esperar, lo que consideró largos minutos.
El joven de pequeña coleta estaba acompañado con tres hombres más; entre ellos Hōyo se encontraba ahí.
—¿Todo listo? —preguntó Bankotsu cuando su mirada fue atraída por un quinto involucrado que no había llegado con ellos.
—Nos vamos a infiltrar al interior de la casona y éste chico se ha ofrecido a ayudarnos. —Comentó Miroku y el desconocido a su lado lo miró de mala manera.
—¿Estás seguro que quieres que sea él, quién nos guie? —preguntó con el ceño fruncido el moreno—. ¿Puedes confiar en él?
—Pude confiar en ti. —recordó el oficial al mando. Bankotsu alzó una ceja.
—Hmph, no es lo mismo.
—Para mí no hay diferencia. Además, en serio quieres discutir esto ahora... —dijo, recordándole el lugar dónde estaban.
Bankotsu se encongió de hombros.
—Haz lo que quieras y cuida bien tu espalda que yo sé prefectamente lo traidor que puede ser un sujeto al trabajar bajo amenaza. —Aconsejó.
Miroku posó su mirada en Hōyo.
—Dígamos que tampoco está tan bajo amenaza —Hōyo dijo en voz bajo—. No irá a la cárcel si nos ayuda con esto. —Señaló con el pulgar aquella amplia casona a un costado de ellos.
—Hmph, y después dicen que los sucios somos nosotros. —Soltó de pronto el moreno al pasar en medio de los oficiales.
La atención de todos tanto como sus miradas fue atraída por el rechinido de una vieja y sucia puerta abrirse, la cual había permanecido oculta tras varios y altos pastizales. El hombre de no más de veinte años les hizo una seña y todos fueron cautelosos en ir hacia él.
—Deben tener... —intentó decir.
Miroku abrió sus ojos con sorpresa y luego su ceño se frunció al ver a Bankotsu. El muchacho había caído de golpe al suelo y apretaba los orificios de su nariz mientras sentía que la sangre caería.
—¿Cuál es tu maldito problema, Bankotsu? —inquirió en voz baja Miroku y con el ceño completamente fruncido al sostener al chico que se había tambaleado, producto del inesperado y firme golpe del moreno.
Bankotsu se encogió de hombros.
—Por si se le ocurre hacer algo que no corresponda. —Dijo e hizo una mueca con sus labios.
Miroku soltó un pesado suspiro al indicar con un movimiento de cabeza al chico, quien pronto los llevaría hacia Naraku, entrar. Pronto sacarían a Kagome y al otro muchacho, todo estaría medianamente resuelto. Luego de eso llamaría refuerzos y rodearían al hombre que alguna vez tanto admiró. Sin rehenes de por medio, lo podrían atacar, al parecer, sería sencillo.
El golpeado chico miró molesto a Bankotsu, quien sin quitarle la mirada de encima, alzó sus cejas en señal de desafío.
—Vamos, es por acá —dijo al fin el muchacho.
Bankotsu, Miroku, Hōyo y los otros dos oficiales, ingresaron por el estrecho y oscuro corredor de donde el muchacho, probablemente, había salido. La mirada de Miroku se posó en los alrededores; tanto al frente como a su espalda, con cuidadoso detenimiento, las paredes y también el suelo. Los pasos de los cinco hombres en el desolado lugar resonaron a ecos, como si de una gran multitud se tratase.
Todos cuidaban ser precavidos, no había espacio para los errores, caminaban a pasos lentos pero firmes hacia el frente, con armas preparadas por si alguien los tomaba desprevenidos. De pronto, los pasos del muchacho se hicieron más rápido, llamando la atención de los dos hombres de mirada azul. Bankotsu frunció el ceño mientras que Miroku fue rápido tras él, deteniéndolo del cuello de la camisa.
—¿Por qué tanta prisa? —preguntó Bankotsu al ponerse frente a él.
El joven tragó la saliva contenida a media garganta, alzando su dedo índice a la abierta puerta unos diez metros delante de ellos. Bankotsu fue ahora quién se adelantó, mientras los demás hombres acomodaban el silenciador en la punta de sus armas.
Bankotsu entró rápidamente, provocando que su larga trenza se meciera ante el brusco detenimiento de sus pies. Sus azules pupilas se movieron con desesperación al esperar encontrar ahí a la razón de sus temores. Volteó con uno de sus pies el cuerpo de un desconocido hombre tirado en el suelo. Una mueca se formó en sus labios al soltar un pesado suspiro, por un momento, creyó que podría haber sido Jakotsu. Sus manos cayeron sobre su cintura al ver al par de oficiales analizar al fallecido hombre y sacarle también un par de fotografías. Su ceño se frunció con cierta confusión al percatarse en una mancha oscura en el suelo, dando un par de pasos fue que llegó hasta allí, casi pudo sentir que la sangre en el interior de su cuerpo pareció pesarle, al igual su respiración.
Miroku hizo lo mismo al darse cuenta de lo que el moreno a su lado miraba.
—¿Quién estaba en este lugar? —preguntó Miroku al muchacho tras él.
Bankotsu se agachó y con dos de sus dedos tocó aquel líquido de oscuro color carmesí. «Aún está fresco». Pensó y una molestia surgió en su interior al imaginarse que pudiese ser de Kagome.
—Había un chico y luego Naraku y sus hombres... —dijo e hizo una pausa al ver la mirada del moreno fija en él—. Trajeron a una mujer pero ella, ella venía inconsciente.
—¿Sabes a quién le pertenece la sangre? —preguntó uno de los oficiales. El chico negó.
—Yo... no sé. Creo que tiene que ser del chico. Lo tuvieron encerrado acá desde muy temprano. Naraku y sus hombres estuvieron con él. —Respondió nervioso.
—¿Y dónde están ellos ahora? —preguntó nuevamente Miroku.
—No lo sé.
—¡¿Cómo no vas a saber?! —preguntó en voz alta Bankotsu cuando intentó irsele encima al muchacho y darle así un buen par de golpes para que respondiera algo que de verdad les fuera útil. Pero fue atajado por los dos otros oficiales al instante.
—¡Calma Bankotsu! —dijo Miroku.
—¡¿Que me calme?! —escupió furioso—. Te juro por mi vida que si algo le llega a suceder a Kagome, me importará una mierda que me hayas sacado de la cárcel. —Amenazó y Miroku de una manera muy directa.
Miroku lo miró con cierta sorpresa.
—Yo venía con mi compañero a darles alimentos cuando sentí unos inmensos deseos de ir al baño —comenzó el muchacho—. Entonces salí y ahí fue que me topé con ustedes. Corrí al ver la puerta del cuarto abierta y solo entre para ver que mi compañero aún estuviera aquí, en este cuarto y sólo así poder ayudarlos a entrar. Jamás creí que en esos pocos minutos sus amigos terminarían escapando y matando al mío. —confesó distraído.
Miroku se puso de pie ya que el chico había caído al suelo al ver el cuerpo de su amigo en el suelo.
Bankotsu se movió inquieto hasta quitarse a los dos policias de encima. Frustrado. ¡Maldición! Mientras ellos estaban allá afuera, Jakotsu y Kagome abandonaron ése sucio cuarto en el que ahora él estaba, peor aún, quizás, dirigiéndose justo en esos momentos a la mismísima boca de Naraku. ¡Demonios! Estuvo tan cerca, sólo a un par de metros.
—Llevanos con ellos —dijo el moreno.
Miroku miró al chico que los había facilitado entrar, estaba ido, perdido.
Bankotsu avanzó rápido hacia él y con una fuerza ligeramente sencilla, lo pescó del cuello de la camisa y lo paró, azotándolo sin delicadeza alguna contra la muralla.
—¡Nos llevarás al maldito lugar! o al próximo que se le desencajen los huesos del cuello, serás a ti. —Amenazó alterado.
El bajo muchacho asintió en repetidas ocasiones, nervioso.
Salieron del cuarto volviendo a ser sumergidos por la oscuridad del corredor, unos cuantos metros más y llegaron a una escalera que estaba pegada a la pared, dándose cuenta que habían estado en una especie de sótano.
—No quiero ir a la cárcel —dijo de pronto el muchacho que caminaba junto a Hōyo.
—Si pones de tu parte podríamos llegar a un buen acuerdo. Quizás, hasta podríamos ofrecerte 'protección a testigos' si, saliendo de aquí, nos dices todo lo que sabes.
El chico asintió lentamente. Había cometido un error al meterse con esa clase de gente pero si lo hizo, fue únicamente porque necesitaba dinero. Ahora caía en cuenta de lo mal que había hecho.
—Pero qué tenemos acá —la burlesca voz de Naraku fue lo primero en llegar a los oídos del moreno.
Bankotsu alzó la mirada al pararse correctamente y tras él, los demás infiltrados.
—Jamás creí que te vería trabajar en conjunto con la policía. No eres de ellos, ¿recuerdas? —preguntó con sarcasmo al moreno.
El rostro de Bankotsu estaba duro y no demostraba ni una sola expresión en él. Estaba molesto, enfurecido y lo único que quería era romper la maldita sonrisa de Naraku y cada uno de los huesos de su cuerpo.
—¿Dónde están? —preguntó de pronto Bankotsu. Poniendo primero la integridad de Kagome y Jakotsu sobre su dignidad.
Naraku se encogió de hombros, sin dejar que esa triunfante sonrisa desapareciera de su rostro.
—Quién iba a pensar —comentó al cruzar sus brazos—, que un hombre como tú, Enao, terminaría enamorándose de una mujer que, por lo demás, traficaste para el prostíbulo. ¡Que vergüenza! Creí que tenías gustos más refinados. —Bromeó.
—Esto puede ser mucho más sencillo Naraku, si te rindes ahora mismo y nos entregas a los rehenes. —Habló de pronto Miroku—. Conoces tus derechos.
—Debes estar bromeando Moushin —dijo burlesco—. ¿Aun crees que quiero estar del lado de los buenos?
Miroku lo miró con atención.
—Estás equivocado. Si quieres llevarme frente al juzgado, tendrá que ser a pedazos. —Dijo y sacó un revólver de su espalda y luego soltar dos disparos certeros a los hombres de pie adelante del testigo que tenían.
Los ojos de Miroku se abrieron mientras el chico había caído al suelo, perdido y con la cara llena de miedo.
Miroku se tiró a un lado y Bankotsu al otro al ver como varios sujetos salían de la parte trasera de ese cuarto, armados, dispuestos a morir.
El joven leal a Miroku disparó seis veces, haciendo que dos hombres cayeran, pues él, se había puesto a proteger al testigo. Si las cosas salían bien, el chico sería de gran ayuda para hacer que Naraku y sus aliados se secaran en la cárcel.
—¡Cobarde! —gritó Miroku al ver que Naraku escapaba por una puerta trasera.
La mirada de Miroku y la de Bankotsu se unieron al ver a los tres hombres restantes lanzar disparos a diestra y siniestra. Miroku le hizo una seña con las cejas para que así el moreno pudiese seguir al hombre de mirada rojiza.
—¡Ahora! —gritó al salir del escondite en el que se había refugiado de las peligrosas balas.
Bankotsu corrió tan rápido como pudo hasta llegar a aquella puerta por la que el cobarde de Naraku había escapado. Dio una última mirada al par de hombres que aún disparaban y sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a Miroku caer cuando una bala le dio en el pecho. Deseó detener sus pasos, volver y así poder cooperar en algo pero los gritos de Hōyo lo obligaron a irse.
—¡Vete, vete! —dijo mientras disparaba hacia el hombre que le había dado a su superior.
Bankotsu vio por última vez y cerró la puerta, tenía que hacerlo. Por Kagome.
Sus ojos poco a poco se fueron acomodando al nuevo cuarto y la baja intensidad que aquellas antorchas de madera entregaban. El sonido de unas cadenas llamó su atención cuando su mirada por fin se acomodó a la escasa claridad. Entonces lo vio.
—Jakotsu —dijo en voz baja, desconcertado, para luego ir rápido hacia él.
El joven estaba con la cabeza baja y su pulso era débil, muy débil. Se agachó y con cuidado le alzó la cabeza. Jakotsu frunció el ceño.
—Viniste —habló en voz lenta y baja.
—Claro que lo hice, jamás los dejaría. —Dijo e hincó frente a su casi hermano.
—Kagome, ella me ayudó mucho.
—¿Dónde está ella?
—Corrió cuando yo intenté detener a Naraku. El imbécil me dio una buena paliza. —Bromeó y Bankotsu sintió mucha lástima por el estado de su fiel amigo.
Nunca había visto a Jakotsu tan golpeado. Un costado de su rostro estaba completamente hinchado, su pómulo. Su ojo. Además, ahora veía que la mano de él se apretaba contra un costado de su costilla, quizás, inútilmente, tratando de contener la sangre que ya manchaba sus dedos.
—Debo sacarte de aquí —dijo al ponerse de pie.
—No. —Se movió levemente—. Debes encontrar a Kagome.
Bankotsu frunció sus labios, estaba en una maldita encrucijada, presionado entre la maldita espada y la pared. No podía irse sin más y dejarlo. Quizás, pronto los hombres de Naraku entrarían y acabarían con él mientras Kagome, lo más seguro, era que ya estuviese en las manos del cobarde de Naraku. ¡Demonios! No podía salvar a uno sin correr el riesgo de perder al otro. Pero Jakotsu era su amigo, su hermano, el único lo suficientemente leal, sincero e incapaz de traicionar.
¡Maldición!
—Estaré bien si tu lo estás hermano —dijo con voz débil—. Si algo le sucede a ella, no podrás superarlo, estoy seguro. Ella es como tu madre. —Sonrió.
Bankotsu lo miró fijamente.
—Bankotsu, con Kagome a tu lado puedes comenzar de cero, esta es tu oportunidad hermano...
—¿Y qué pasará contigo? —interrumpió dolido.
Jakotsu volvió a sonreír.
—Si algún día tienes un hijo, asegurate de que tenga mi nombre. —Los ojos de Jakotsu se pusieron brillosos.
—Resiste hermano, volveré por ti. —Prometió al ponerse de pie. Jakotsu asintió lentamente.
Un extraño nudo se formó en la garganta del moreno al dejar casi moribundo a su amigo, al único que sin dudar podía llamar así y mucho más. Con Jakotsu había pasado tantas cosas, él era mucho más hermano que Kouga. Jakotsu había estado siempre a su lado, apoyándolo en cosas turbias y jamás cuestionado sus decisiones. Jakotsu le era leal. Jakotsu era verdadero, él no fingía y jamás lo traicionaría. Se sentía mal, por un segundo sintió que él mismo lo había matado al haberlo arrastrado a esas circunstancias. Había fallado. Le había fallado a su hermano.
Intentó deshacer aquellos pensamientos que lo atormentaban, intentando concentrarse en dar con Kagome y luego volver por él como le había prometido.
Su mano dio con un grueso cortinaje y se sorprendió al dar con la parte más hogareña de aquella vieja cabaña. Una chimenea abrigaba el lugar y unos aparentemente cómodos sofás se ubicaban en la sala. La puerta estaba cerrada con diferentes tipos de seguros, al igual que las ventanas.
Bankotsu cargo lentamente el arma que había mantenido oculta bajo sus ropas superiores, hasta que una especie de gemido estremeció su piel.
—Así que escapaste de mis hombres. Eres muy ágil Enao, me sorprendes.
Bankotsu volvió a ocultar el arma y alzó las manos al ver a Kagome delante del cuerpo de Naraku, con aquellas delgadas prendas cubriendo su cuerpo. Por un instante, eso lo molestó. Naraku sonrió con lasciva mientras el muy cobarde la utilizaba como escudo humano.
—Ella no tiene nada que ver en esto. —Dijo en voz neutra pero firme—. Déjala fuera y arreglemos esto como hombres. —Retó.
Naraku rió fuertemente.
—¿De verdad crees que haré algo como eso? —preguntó—. Ella es mi boleto de escapatoria. Además, le propuse un negocio demasiado tentador y así seguir con tu legado. Ella y yo trabajáramos juntos, pero no seré como tú, yo sí le pagaré.
Kagome no quitaba su mirada de Bankotsu.
—Hmph, estás de broma si crees que te dejaré salir de esta habitación con Kagome como tú boleto a la libertad.
—¡Ay Enao! sigues siendo tan impulsivo como siempre. Perdiste, date cuenta. Mírate y mírame. Las cartas están a mi favor.
La azulina mirada de Bankotsu se encontró con la de Kagome y en un cómplice movimiento de miradas, le indicó hacerse a un lado. Kagome abrió los ojos con cierto temor de que algo resultara mal en eso pero, en esos momentos, solo le quedaba confiar en el moreno.
Kagome se lanzó tan fuerte como pudo y Naraku, desprevenido intentó tomarla nuevamente mientras ella se dejaba caer de golpe al suelo. Bankotsu sacó nuevamente el revólver ya cargado y sin piedad alguna presionó el gatillo, dándole un balazo justo en uno de los hombros de Naraku, quien se puso rápidamente de pie. Naraku cargó también su arma y apuntó hasta Bankotsu, quién arrastraba a Kagome con él atrás de uno de los sofás.
—¡¿Estás bien?! —preguntó alterado por lo sucedido mientras posaba una mano en la cabeza de Kagome y con la otra toqueteaba su cuerpo.
Kagome lloró fuertemente, se sintió tan inútil y vulnerable. Su pecho dolió y el temblor no se iba de su cuerpo. Su labio tiritaba y lo único que atinó a hacer fue lanzarse al pecho de Bankotsu, mientras ambos estaban hincados y sus piernas permanecían entrelazadas. Bankotsu la apretó con fuerzas contra su cuerpo; una mano posada entre los enredados cabellos de ella y la otra en su cintura, estrechándola fuertemente.
—¡Lo siento tanto! —dijo ella al apretar sus manos en la espalda de él.
Él acarició su cabello.
—No Kagome, el imbécil fui yo. Perdón. —Dijo al cerrar los ojos con fuerzas.
—¡¿Qué pasó Enao?! —habló Naraku cuando el humo causado por los muebles dañados se comenzó a disipar—. ¿Te estás despidiendo de su amor? ¡Que momento mas emotivo!
Kagome miró a Bankotsu y éste la besó con fuerzas, no hubo lengua ni nada, sólo la fuerte unión de sus labios.
—Hazme una promesa —pidió ella en un débil susurro cuando ambos juntaron sus frentes. Su cuerpo no dejaba de temblar. Tan asustada.
Él lo miró y asintió lentamente.
—Que saldremos de esta cabaña vivos, y no volverás a dejarme. —su mirada era insegura y suplicante, quebrada.
Bankotsu dudó por un segundo y al ella alzar la mirada, aquella brillosa e insegura, él asintió.
—Te lo prometo. —Le dijo al besarle la frente.
Kagome cerró los ojos y algo no la hizo sentir lo suficientemente segura.
—No te muevas de aquí, por favor Kagome, esta vez hazme caso. Esto no es un juego. Nuestras vidas, la tuya y la mía, están en peligro. —Pidió y ella asintió levemente.
Bankotsu poco a poco se fue incorporando mientras Kagome lo veía con la vista nublada en lágrimas. Tenía tanto miedo y se sintió culpable al haber abierto la puerta. Sin embargo, de no hacerlo, casi podía estar segura que Naraku la habría botado, y hubiesen estado exactamente en la misma situación.
El moreno avanzó lenta y precavidamente con el arma en sus manos, apuntando y poder dar con Naraku. Dobló a otra habitación y sintió un fuerte golpe en su cabeza. Bankotsu cayó flexionando una pierna, impidiendo así que su cuerpo fuera a dar al suelo por completo. Se puso de pie y sintió un fuerte combo sobre una de sus mejillas.
—¿Qué pasa Enao? No querías terminar esto como hombres —le recordó. Bankotsu lo miró con furia y deslizó su brazo por su boca, arrastrando la fina línea de sangre que había salido de la comisura de sus labios.
—Así es —dijo y se lanzó sobre Naraku, lanzándolo al suelo, cayendo sobre él y dando dos certeros puñetazos en la nariz de su contrincante.
—¡Ah! —gritó Naraku cuando sintió un pequeño crujido en su nariz. Sin previo aviso sus ojos se cristalizaron ante el dolor que ese golpe significó.
Bankotsu sonrió al ver sus puños con sangre y volvió a dar otro puñetazo. Otro, otro y luego uno más, disfrutando ver el rostro del que alguna vez fue uno de sus mayores cómplices lleno de sangre. Naraku alzó sus caderas, buscando así quitar a Bankotsu de encima. Bankotsu lo dio otro golpe, esta vez, en la quijada y Naraku alzó sus brazos, con todo esfuerzo, quitándose de golpe a Bankotsu.
El moreno cayó a un lado y se sorprendió de sobre manera ver la rapidez y facilidad con la que Naraku se puso de pie, ahí, en ese momento, viéndolo mientras apuntaba el arma a él. Bankotsu sonrió de medio lado antes de ponerse de pie.
—¿Que esto no era una pelea de hombre a hombre? —sonrió de medio lado.
—Jamás he jugado limpio, después de tantos años trabajando juntos, deberías de saberlo. —Dijo al cargar el arma y así poner la bala activa.
Bankotsu no dejó que la sonrisa desapareciera de sus labios ni tampoco su semblante lleno de seguridad. Sin embargo, por dentro temía como nunca antes lo hizo. Si el moría esa noche, el futuro y la vida de Kagome se desintegraría poco a poco. Naraku se la llevaría y seria capaz de prostituirla cientos de veces para obtener lo que se le diera la gana. ¡Maldición! Si hubiese traído a Sango, ella se la hubiese llevado lejos y Naraku ya no la necesitaría.
El moreno alzó ambas manos, la suerte, al parecer, esa noche no estaba en sus manos. Solo lamentaba no ser capaz de prometer aquellas promesas que le hizo a esas dos personas por las que estaba ahí.
Bankotsu cerró los ojos al sentir el ruido de la bala salir estruendosamente, luego un brusco movimiento y algo caer al suelo. Todo fue tan rápido que no entendió lo que sucedió, hasta cuando sus ojos se detuvieron en el cuerpo de Jakotsu tirado en el suelo. La sangre de Bankotsu ardió como nunca y ahí todo acabó. Sacó la pequeña navaja que guardaba en el interior de su bota y cuando se puso de pie, enterró aquel filoso objeto en el cuello del de mirada rojiza.
—Esto es jugar sucio —dijo con el rostro duro al quitar de golpe el pequeño objeto encajado de la piel de Naraku, dejando que éste se ahogara con su propia sangre.
Bankotsu cayó al suelo, sentado, con sus manos temblorosas y la sangre de la herida que le había hecho InuYasha horas atrás comenzó a abrirse nuevamente gracias a la presión y fuerza ejercida.
Avanzó sobre el suelo hacia Jakotsu un par de metros más alejado del cuerpo de Naraku, que aún convulsionaba por la sangre saliendo de su cuello. El moreno lo ignoró por completo cuando éste alzó el brazo, como si le pidiese ayuda. Bankotsu se acercó a Jakotsu y puso la cabeza del chico de alborotados cabellos sobre sus piernas. La mirada de Jakotsu lucía vacía, perdida. El moreno posó una de sus manos sobre la nueva herida de su amigo, presionándola, pues la sangre no salía por el frente del pecho de Jakotsu pero, estaba seguro que por la espalda se debía de estar desangrando. La basura de Naraku siempre usaba ese tipo de balas en su arma.
Jakotsu lo vio y respiro tranquilo.
—No digas nada —pidió Bankotsu cuando éste lo miro.
Jakotsu relajó el ceño.
—T-Todo... acabó. —Dijo con voz ahogada.
—Bien Jakotsu, tengo que sacarte de aquí —comentó Bankotsu con intenciones de ponerse de pie.
El otro negó.
—No- no viviré. Sé qué... Sé qué gravedad t-tienen éstas heridas. Las hice muchas, muchas veces hermano —conversó.
Bankotsu lo miró.
—No puedo dejar que mueras. Eres mi hermano. —Dijo cuando su garganta dolió fuertemente.
—S-Será peor si me mueves. —Dijo.
Miroku avanzó lentamente hacia el cuarto donde Kagome le había indicado. Ambos entraron con precaución y ninguno se movió de su lugar al ver a Jakotsu en los brazos del moreno. Kagome cubrió sus labios, guardando un gemido al percatarse del charco de sangre bajo Jakotsu.
Bankotsu conversó con Jakotsu y comenzó a distraerlo, recordándole cómo se conocieron y las diferentes cosas que pasaron. Jakotsu intentó sonreír y cerró sus ojos mientras, tal vez, por su cabeza se dibujaban los recuerdos de las antiguas realidades vividas. El de mirada azulina rió un par de veces al hablarle de la primera vez que el afeminado chico se emborrachó. La vez en la que le presentó una amiga y éste, educadamente, confesó no ser de su gusto.
Luego de unos cuántos minutos, quedaron a solas. Miroku llamó a su fiscal para darle la localización en la que estaban y Kagome, fue cubierta por una gruesa manta. Hōyo cubrió la cabeza del heroico joven que arriesgó su vida para protegerlo cuando Miroku cayó, pensando que éste estaba muerto por el certero balazo en su pecho; agradeciéndole al chaleco antibalas bajo las prendas de su superior.
—Jakotsu —llamó Bankotsu cuando éste toció sangre.
Jakotsu carraspeó su garganta pero ya le fue imposible. Toció más fuerte aún y poco a poco su cuerpo se comenzó a relajar, pesando cada vez más sobre las piernas del moreno. La mano que Jakotsu había mantenido en su pecho cayó al suelo y Bankotsu entendió que su heroico hermano se había ido. Lo había dejado.
—¡Jakotsu! —gritó entre lágrimas al apretarlo contra su pecho y meciarse con impotencia sobre el suelo.
Kagome corrió al oírlo quebrarse y las lágrimas también corrieron por sus mejillas al ver el estado de su duro moreno. Lo vio apretar los dientes con impotencia mientras abrazaba la cabeza de su amigo contra su pecho. Era la primera vez que veía a Bankotsu en ese estado tan vulnerable. Quiso abrazarlo, quiso decirle que pronto todo estaría bien pero, decidió callar y dejar que botara todo el dolor que perder a un ser tan querido significaba.
—Jakotsu —nombró el moreno en voz baja, deseando que él le respondiera. Pero ya no fue así.
El ruido de varios autos se hizo presente, los colegas de Miroku habían llegado. Los peritos se hicieron responsables de recabar información y los que trabajaban en la sesión de medicina legal sacaron a Naraku y sus aliados. Luego fueron por Jakotsu.
Bankotsu se acercó a él y susurró: es una promesa. —Besó la frente de Jakotsu y fue él mismo quien cerró el cierre de esa bolsa individual en lo que lo habían metido.
Kagome permaneció de pie sin saber qué hacer o decir para contenerlo. Cruzó sus brazos y se estremeció al ver los rojizos ojos del moreno ser iluminados por los encendidos focos de los autos estacionados al exterior de aquella cabaña. Él se acercó y le dio un abrazo, estrechándola a su cuerpo y apoyando su mejilla sobre la cabeza de ella.
—Ha terminado Kagome. Toda esta mierda a acabado. —Dijo y los brazos alrededor de ella se enlazaron con fuerzas. Kagome cerró los ojos y aspiro el olor del sudor, sangre y perfume que se habían mezclado.
Miroku les hizo una seña desde el exterior para que lo siguieran.
—Vamos Kagome, te sacaré de aquí. —Dijo y la cargó al ver que sus pies estaban descalzos.
Bankotsu se subió a la parte trasera del vehículo que Miroku le había ofrecido, el cual él conduciría. El moreno se sentó y atrajo a la pelinegra hasta su pecho, mientras su azulina mirada permanecía fija en aquella camioneta donde habían subido los restos de sus hermano. Una emoción se instaló en su pecho. Su mirada se fijó en Kagome y las largas pestañas de sus achocolatados ojos, había perdido a una de las personas mas importantes en su vida, pero había ganado otra, y a ella, la cuidaría y protegería casa respiro con su propia vida. Se alejaría de todo. Comenzaría de cero. Empezaría de nuevo.
• • •
Las lesiones de todos fueron constatadas como se exigía y luego de largos minutos, los dejaron en libertad para ir a descansar.
—¿Y ahora qué? —preguntó Bankotsu una vez que estuvieron a solas.
Ambos estaban a las afueras del departamento, Sango había ayudado a Kagome tomar un baño y ahora ambas estaban dormidas, cada una en su habitación. Bankotsu se quedó junto a la azabache hasta que el sueño de ella concilió.
—Supongo que ya estamos a mano. —Dijo Miroku.
—¿Crees que pueda salir del país sin ningún problema? Quiero sacar a Kagome de todo esto. Quiero que olvide lo que pasó.
—Kagome ya es mayor de edad, pero recuerda que tiene una familia.
Bankotsu asintió, pensativo. Si él le proponía irse, ¿ella aceptaría?
—Bien, quizás mañana te pida ir a la Brigada y así tener tu declaración. Son papeles que se deben hacer.
—Hmph... —bufó el moreno con media sonrisa en sus labios—. Ahí estaré.
—Bien. —Dijo Miroku quien extendió su mano hacia Bankotsu—. Fue un gusto hacer tratos contigo. Aunque no salieron según lo esperado.
El de mirada azulina y tez morena asintió, adivinando a qué se refería, la muerte de Naraku; la cual no era parte de los planes. Estrechó la mano que Miroku le ofrecía, dando por sellado aquel secreto pacto.
Bankotsu sonrió y luego que Miroku dio media vuelta para retirarse, él cerró la puerta. Dio un grueso suspiro al apoyar su cabeza sobre la diseñada madera de la puerta, con su mirada fija en el cortinaje semi transparente cubriendo el ventanal. Pronto amanecería. Observó sus ropas aún manchadas con la sangre de Jakotsu, Naraku y él mismo. Negó en silencio tristemente, ya no había nada que hacer.
• • •
La mañana siguiente se hizo notar rápido, si bien, todos en aquel departamento creyeron que el sueño los albergaría hasta altas horas, no fue así. Kagome abrió los ojos, sintiendo los brazos de Bankotsu rodear su pequeña cintura. Alzó la mirada y sonrió levemente al verle el rostro sereno. Lo analizó. Apreció cada rasgo del hombre frente a ella, era perfecto. Bankotsu no era como InuYasha, tal vez, por eso lo había elegido. Bankotsu podía ser más humano que ella incluso. Él no se reprimía los sentimientos o emociones. Si estaba enojado, gritaba. Si estaba contento, sonreía. Si estaba frustrado, rabeaba. Si quería decir algo, lo decía. Y si quería algo, lo que fuese, luchaba por obtenerlo. Y si algo le afectaba realmente, lloraba, con impotencia o furia, lo hacía; tal cual lo había hecho la noche anterior. Él era así. Ella lo había aceptado con todos sus errores y oscuro y sucio pasado. ¡Dios! Estaba tan enamorada de ese hombre con tantos problemas.
—¿Qué tanto me ves? —preguntó en voz baja, sus ojos permanecían cerrados.
—Nada. —Contestó Kagome con una voz muy apagada. Él abrió los ojos.
—¿Tienes algo qué decir? —preguntó él con voz tranquila.
—Ayer, lo que sucedió con Jakotsu, yo... no pude ayudarle. Yo lo vi ir hacia ustedes, intenté detenerlo pero dijo que era algo que debía hacer. —Los ojos de Kagome se aguaron—. ¡Cielos Bankotsu! No pude detenerlo.
Bankotsu la apretó entre sus brazos, sintiéndola tan pequeña y frágil ante el posesivo agarre. Él negó despacio. Lo que menos quería era que Kagome quedará marcada por ese tipo de recuerdos.
—No es tu culpa Kag. Jakotsu siempre fue así, él siempre fue demasiado leal a sus compañeros; a mí. Jakotsu siempre era el tipo de cómplice que no pedía explicaciones o razones para hacer algo. Él hacia el trabajo que se le encomendaba. Él era así.
Ella dejó que un suave suspiro escapara de sus labios.
—No es culpa de nadie, ¿de acuerdo? —preguntó al posar sus dedos sobre el mentón de Kagome y alzarle la mirada. Ella asintió y lágrimas cayeron cuando Bankotsu selló sus labios con los de él.
Bankotsu se alzó levemente, acomodándose entre las piernas de Kagome sin dejar de besarla. La respiración de Kagome se aceleró mientras aquellas gruesas lágrimas antes acumuladas caían lentamente por sus coloradas mejillas. Bankotsu bajó rápidamente su bóxer e hizo a un lado la prensa interior de Kagome con la que había estado durmiendo, enterrándose sin previo aviso en ella. Buscando encontrar algo de alivio entre las piernas e intimidad de ella. La culpabilidad calaba su cabeza, considerándose verdaderamente el único responsable del fallecimiento de Jakotsu.
—¡Ah! —gimió Kagome que sin dejar de llorar alzó su cabeza, hundiéndola en el cuello de Bankotsu.
—Trataremos de empezar de cero —habló Bankotsu al moverse con cuidado en ella.
Kagome no lo miró.
—Kagome, ¿te irías conmigo? —preguntó.
Ella alzó su vista a él y asintió cuando Bankotsu la vio. Su mirada era casi suplicante. Lo abrazó con ambos brazos y dijo que sí, que se iría con él.
El moreno la aferró con fuerzas, posando sus manos en la cabeza y espalda de ella, sin dejar de moverse sobre el cuerpo femenino. Penetrándola profunda y pasivamente, buscando de vez en cuando sus labios, uniéndolos en un necesitado beso.
Esa mañana, ambos, completamente en silencio, fue que buscaron encontrar un poco de paz en el cuerpo del otro. Kagome por la responsabilidad que sin querer se había instalado en su pecho y Bankotsu, quien se sentía enteramente responsable. El sol matutino, las paredes y las sedosas sábanas fueron testigos silenciosos de los abrazos, besos y fuerte jadeos llenos de necesidad.
Bankotsu se hundió en Kagome cuanto su miembro alcanzó y ella le permitió todo al abrir sus cremosas piernas a él. El moreno la llenó de besos y agradeció, muy en el fondo, tenerla con él en esos momentos, de los cuales, en realidad, aquella noche veía muy lejanos.
Se prometieron estar junto al otro, buscando así apagar un poco lo atormentado que ambos estaban al ver visto a un amigo, hermano y aliado morir, Jakotsu, quien les había dado una nueva oportunidad de así hacer las cosas bien e iniciar de cero.
• • •
Tres días después, con el resultado de algunas pruebas y la declaración de Bankotsu en manos de Miroku, comenzó el juicio. Totosai Kimoto representó como juez uno de los juicios más pronunciados en el tribunal, noticieros y restos del mundo. Se había atrapado a un gran contrabandista ligado al tráfico sexual, una larga cadena que se fue heredada, según muchos, decenas de años antes. Bankotsu debía ser juzgado y ese juicio sería transmitido a nivel nacional por los canales televisivos. Tanto Kagome e incluso Sango asistieron a la audiencia, esperando oír la sentencia. Y aunque sabían que había cierto trato ya cumplido de por medio, el pecho de Kagome no descansaría hasta oír la decisión del juez al mando. De ése hombre, viejo pelón y ojudo era que dependía el futuro de Bankotsu. También su futuro.
—Y es por eso —comenzó hablando aquel hombre—, que hoy, viernes cinco de agosto del año dos mil dieciséis, se dicta la siguiente sentencia a don Bankotsu Kim Enao Akarh.
Kagome metió otro de sus dedos a su boca, mordiéndolo y del mismo modo despidiéndose de otra uña. Su pie se movía impaciente y casi dudó al oír todos los crímenes de los que Bankotsu era acusado y responsabilizado en su mayoría. Sumando todas esas cosas malas y restando un solo buen acto, había para dudar.
—Si bien el joven ayudó en el rescate de dos rehenes en manos del fallecido y ex comisario Naraku Takeda. El rastreo de la localización del mismo sujeto al estar prófugo. Y que de extrañas maneras que aún no son del todo investigadas en la muerte de mencionado susodicho. Se condena a Bankotsu Enao a veinte años privado de libertad, en la cárcel de máxima seguridad de Tokio. —Las manos de Kagome se posaron con brusquedad en su cabeza, haciendo presión en ella mientras Sango oía en silencio, dándole un abrazo de apoyo a su joven amiga—. Se especifica también que una buena acción no se compara a una vida llena de crímenes, denostación y violación de los derechos humanos como la integridad de cada una de las jóvenes involucradas.
Kagome intentó buscar el rostro de Bankotsu, quién permanecía sentado frente al juez, con un abogado, el fiscal y Miroku a su lado. Sus ojos se cristalizaron sin entender qué había pasado. Cómo habían pasado por tanto para terminar en eso. ¡Dios! Tenía tantas ganas de gritar lo injusto que era. Tal vez era egoísmo, pero ella lo amaba. Él estaba arrepentido, se había equivocado. Muy joven fue llamado por el dinero fácil y la buena vida, se dejó influenciar. Su pecho dolió y salió rápidamente junto a Sango cuando los guardias de seguridad retiraron a Bankotsu por una de las puertas traseras ya que muchas mujeres y familias protestaban y pedían condena de muerte para el moreno, quien pese a declarar arrepentimiento, ellas no lo hacian.
—¿Y ahora adónde lo llevarán? —Sango negó.
—No lo sé, pero creo que es mejor que vayamos a hablar con Miroku.
Kagome asintió y ambas se dirigieron al anterior acceso al cual Miroku les había pedido dirigirse al término del juicio. Al llegar ahí, un par de guardias de seguridad resguardaban la entrada. Miroku salió, habló unas cuántas palabras con los hombres y luego él les indicó que lo siguieran.
—Miroku..., ¿cómo fue que...? —intentó preguntar pero el ardor en su garganta la obligó a detenerse.
Miroku la abrazó suavemente y negó en silencio. Caminaron los tres y Kagome corrió cuando vio a Bankotsu de pie con todas sus extremidades encadenadas. Lo abrazó fuertemente.
—Dime que es mentira. Dime que no es cierto —pidió sin verlo, presionando ambas manos sobre la camisa del moreno.
El ruido de las cadenas al chocar hicieron que las lágrimas de Kagome cayeran más fuerte al sentir la mano del moreno acariciar su cabello.
—Soluciona las cosas con tus padres en Sendai. Iré por ti en una semana. —Susurró sólo para ellos.
Las pupilas de Kagome se dilataron al fruncir el ceño. ¡Cielos! Todo era tan confuso. Bankotsu la quedó mirando, esperando su respuesta.
—No te fallaré Kagome. —Dijo antes de besarla.
Los guardias llegaron y se llevaron a Bankotsu con él. Kagome se quedó de pie, ahí, abrazándose a sí misma, sola y confundida. Él volteó a verla de medio lado, sonriendo le guiñó un ojo. El corazón de Kagome golpeó contra su pecho. Asintió una vez más.
• • •
Cuando llegó a su casa la primera en abrazarla con fuerzas fue Nahomi, luego Sōta y Sohin no hizo nada más que mirarla, fruncir el ceño y subir a su dormitorio, sin siquiera demostrar algún gesto paternal hacia su única hija, su primogénita. Kagome hizo lo mismo, aunque muy en el fondo, eso dolió. Aquel rechazo dolía. Si bien no estaba del todo de acuerdo con el actuar de su padre, entendía su postura y la respetaba.
—¡¿Cómo que te irás?! —preguntó una alterada Nahomi.
—Eso mamá, me iré con él.
—¿Cómo Kagome? No entiendo... ¿qué pasará con tus estudios, tus sueños y metas?
—Las cumpliré en el lugar donde Bankotsu esté. —Por primera vez había tanta seguridad y firmeza en sus palabras de Kagome.
—Pero hija, sólo llevas cuatro días acá en casa y ya me dices que te irás. ¿Cuándo piensas irte? —preguntó de golpe.
—En tres días más, tal vez...
—¿Y qué pasará con InuYasha? —preguntó Sōta.
Kagome sonrió y acarició el cabello de su pequeño hermano. Como extrañaría las preguntas del curioso niño.
—Con InuYasha guardaremos un lindo recuerdo de cada uno. Una amistad que se convirtió en amor y luego, en memorias que quedarán aquí. —Le explicó al niño y luego posó su dedo índice a la altura de la sien de su hermano.
Kagome soltó un suspiro cuando la puerta tocó y Sōta avisaba que estaría en su habitación con el par de compañeros con los que tenía que entregar un trabajo en grupo la próxima semana. Los niños saludaron y siguieron al pequeño dueño de casa mientra que Kagome observó en silencio a su hermano, con una nostalgía enorme. Él ya estaba tan grande, y seguiría creciendo, pese a que sus ojos no lo vieran.
—Lo que no entiendo es: que si el joven éste saldría en libertad, porqué razón montaron toda esa farsa. —Preguntó Nahomi, refiriéndose a la condena que le habían dado.
—Porque el arresto e investigación que seguía a Bankotsu se volvió demasiado masiva, mamá. —Kagome intentó explicar lo que Miroku le había dado a entender—. Los medios de comunicación querían saberlo todo y transmitían todo por televisión, radios y periódicos. Si se hubiesen enterado que Bankotsu obtendría su libertad, quizás, se armaría un escándalo masivo y eso es lo que las autoridades con las que hizo cierto trato no quieren; más aún, que se ponga en tela de juicio la institución. Con la corrupción de varios ahí, e incluso uno de los más importantes comisarios involucrados, es más que suficiente.
Nahomi asintió pero su semblante no lucia del todo confiado.
—Él sabe que si comete un solo delito, por más mínimo que éste fuese, lo encerrarán sin derecho a clemencia. Por eso nos vamos. Para tener una nueva vida, mamá. Un nuevo comienzo. —Explicó Kagome.
—Entiendo, entonces. ¿Qué harás con tu padre?
—Nada, supongo que algún día me perdonará por haberme ido con el hombre menos indicado para mi vida. —A duras penas sonrió ante lo irónico que eso sonaba—. Pero lo amo. —Aclaró inmediatamente—, y no pienso dejarlo. No otra vez.
—¡Ay hija mía! —dijo Nahomi al abrazarla—. En qué momento creciste que no me di cuenta.
Kagome cerró los ojos y se reconfortó en aquel maternal y cálido contacto que su madre le brindaba. Por un segundo en su mente se instaló el remordiendo de no volver a sentir algo como eso. Una caricia tan sincera. Unas palabras tan honestas. Un amor tan incondicional como el de una madre. Estiró sus brazos y la abrazó con fuerzas.
—Te amo mamá. —Susurró.
—Yo igual hija. —Susurró también Nahomi.
• • •
Un día antes de llegar el día señalado por Bankotsu, un sobre llegó a la casa de Kagome junto a la correspondencia, agradeciendo al destino ser precisamente ella quien lo recibiera. El sobre venía de parte de Miroku. Kagome lo abrió con rapidez, era una carta, de Bankotsu.
Se sentó y por un momento al creer que algo muy malo podría venir en compañía de esas palabras, se quedó quieta, pensando qué sería lo correcto. No podía estar ahí para siempre, sentada con aquel papel perfectamente doblado en sus manos. Aspiró al aire a su alrededor y desdobló lentamente el blanquecino papel, para que luego sus achocolatados ojos se deslizaran por las líneas ordenadamente escritas:
"Todo está listo, espero que no hayas cambiado de opinión después de todo lo que hemos pasado. Tengo algo que contarte, ayer cremaron los restos de Jakotsu. Supongo que hubieses deseado estar ahí, y confieso que yo igual hubiese deseado eso. Mi manera de mantenerte al margen de todo a veces se excede más de la cuenta. Lo siento, supongo que es algo que debemos trabajar. Solucionaré un par de cosas que tengo pendiente y luego, estaremos juntos.
Bankotsu.
Kagome al fin pudo respirar en paz al comprender que nada malo había ahí. Una suave presión se instaló en su pecho al recordar a Jakotsu y sonrió con tristeza, suspiró y pescó el sobre que había dejado sobre la pequeña mesita de centro frente al sillón en el cual se había sentado. En el interior había un boleto de avión con destino a Brasil, Rio de Janeiro. Un pasaporte y dinero.
¿Rio de Janeiro, en serio? ¡Cielos! Ella ni siquiera hablaba algo parecido. ¿Cómo lo haría con el idioma?
Kagome sintió un dolor en el estómago, todo iba en serio. Tan lejos.
La temprana mañana Kagome fue por un cálido baño con agua caliente, observando las maletas que había empacado con lo necesario la noche anterior. Vistió un short de mezclilla azul, unas bajas sandalias de color café con delgadas correas que se amarraban a su tobillo y una holgada blusa de color blanco. Había dejado un chaleco tejido que le llegaba casi hasta las rodillas por si el día se ponía frío.
Abrió la ventana de su dormitorio, observando el enorme árbol frente a ella, recordando los días de antaño cuando era solo una niña, jugueteando por las pequeñas áreas verdes. Recordó a su padre construirle un sencillo columpio con un grueso cordel y una tabla lijada, para que así cuando se sentara no lastimara su piel. Recordó a Nahomi poniéndole una de las tantas benditas en las rodillas raspadas por las caídas. Recordó a Sōta y la primera vez que le enseñó a andar en bicicleta. Recordó a sus amigas y los grandioso momentos compartidos. También recordó a InuYasha.
Aspiró el fresco aroma de la brisa golpear con suavidad su rostro, mientras el mismo aire ondeaba su largo cabello. Era hora de despedirse.
Bajó las escaleras y vio a Nahomi arreglar a Sōta para enviarlo a la escuela, la abrazó fuertemente y le explicó que esa mañana partiría. Su boleto estaba asegurado al igual que sus nuevas decisiones. Sōta la abrazó con fuerzas y aunque quiso contener las ganas de llorar, estas fueron más fuerte.
—No sabes cuánto te voy a extrañar hermana —dijo el niño secando sus lágrimas con la manga de su chaqueta azul marino.
—Yo también lo haré Sōta. No llores que si no me harás llorar a mí también —Kagome sonrió y secó la rebelde lágrima que había escapado de uno de sus ojos.
Se puso de pie y se sintió protegida por los brazos de su madre.
—¿Estás segura de la decisión que has tomado? —volvió a preguntar Nahomi; tal vez, no porque se quedara, si no que todo lo contrario. Quería volver a oír las seguras palabras de su hija. Esa firmeza y decisión que demostraba las esperanzas que ponía en su nueva vida.
—Muy segura, mamá.
El taxi fuera de la casa llamó al móvil de Kagome, avisando así que ya la esperaba para ir a dejarla a las afueras del aeropuerto.
—Ya es hora. —Dijo Kagome.
Tanto Sōta como Nahomi ayudaron a a Kagome con el par de maletas. El chofer; un hombre delgado y bigotón de unos cincuenta años se hizo cargo del equipaje y abriendo la cajuela trasera fue que las guardó.
Kagome se dio un último fuerte abrazo con su madre y otro con su hermano. Secó las lágrimas que por más que intentaba contener no la obedecieron, tenía sentimientos confusos y encontrados. Por un lado quería ir y estar para siempre junto a Bankotsu, pero le dolía tanto dejar a su familia, sus raíces. Kagome sacó dos sobres del bolsillo trasero de su short, dudando en darle ambos. Suspiró y le entregó uno a su madre; el otro lo devolvió a su bolsillo.
—Necesito que le des esto a papá. Necesito que él entienda que esta es mi decisión. No pido que me perdone, sólo quiero que él me comprenda, aunque suene egoísta. —Explicó al entregar dicho sobre—. Dile que lo amo y que siento mucho haberlo decepcionado.
Nahomi asintió.
—Llámame cuando llegues allá. —Dijo y Kagome asintió al posar su mano para abrir la puerta.
Unos apresurados pasos se hicieron sentir cuando Kagome giró a ver de quién se trataba, su corazón amenazó con detenerse. Sus ojos temblaron y no supo cómo actuar, se sentía tan mal. Cierta culpa pesó sobre sus hombros.
Él la miró fijamente, sin intenciones de acercarse; pues, permanecía a una distancia prudente de la emotiva despedida. La vio dudar en si acercarse o no y luego, su rostro se mezcló entre pena y vergüenza. Él suspiró y le sonrió. Ya todo estaba dicho, todo estaba finalizado. Ése encuentro solo era un ciclo que se debía dar, que se debía cerrar.
—InuYasha —susurró e inconscientemente, sacó el sobre de su bolsillo y se lo entregó—. Yo...
—No, no hay nada que decir Kags.
Ambos se miraron y él recibió aquel papel que ella y sus temblorosas manos le suplicaban aceptar.
—Señorita, se nos hará tarde. —Habló el paciente chofer que se había mantenido totalmente ajeno.
—Ve —dijo InuYasha, sin intención de acercarse más de la cuenta o abrazarla como despedida por miedo a no querer soltarla.
Llegó ahí aún con la patética esperanza de que todo fuera mentira después de haber oído a su madre hablar por teléfono con Nahomi. Aun guardaba algo de esperanza en que Kagome de quedara con él. Se resignó al verla subir al vehículo. Supuso que ahora sí se había enamorado.
¿Cómo una persona se podía enamorar tan profundamente de otra al tener ya una antigua historia de amor?
Suspiró cansado. Supuso que solo alguien como Kagome podía enamorarse tan intensa, incondicional y enteramente.
Vio el vehículo avanzar y entendió que ya había perdido, para siempre. Tal vez, en una batalla en la que ni siquiera fue un verdadero rival en el corazón de la chica que se había llevado gran parte del suyo. Ella se había ido. Se había ido para siempre de su vida y el futuro que tantas veces se había inventado.
—InuYasha, ¿quieres tomar desayuno? —preguntó Nahomi.
El albino sonrió y asintió.
—Pero mamá, se hará tarde para ir a la escuela. Tú también tienes que ir a trabajar. —Recordó el niño.
—Jovencito, mis vacaciones aún no terminan. Además, hoy te quedarás conmigo. Pasáremos un día madre e hijo y regalonearemos hasta hostigarnos. —Le informó al niño mientras le presionaba las mejillas.
InuYasha suspiró y negó en silencio al ver a Sōta reclamar. Su ambarina mirada se posó una vez más en la vacía pista. Él también debería volver a iniciar.
• • •
Kagome miró a varios lados al no ver a Bankotsu cerca cuando cruzó la mampara de vidrio. Vio a mucha gente abrazarse y saludarse emocionada, eso la asustó. ¡Dios! ¿y si había tomado el vuelo equivocado?
—¡Ay no Kagome!, no puedes ser tan tonta... —se lamentó al rebuscar en el interior de su cartera el boleto y así verificarlo.
—¿Tan tonta como para pensar que te he dejado sola? —la joven se estremeció al reconocer la varonil voz tras ella y luego, sus fuertes brazos rodearla.
Ella se dio vuelta y lo abrazó fuertemente.
—Estás aquí. —Dijo Kagome al posar ambas manos en las mejillas de Bankotsu y darle un beso en los labios.
—Ya no nos volveremos a alejar. —Dijo Bankotsu al meter su lengua en la boca de ella.
Kagome se alejó y sonrió, enseñándole ciertos tiquets.
—Debo retirar mis cosas.
Bankotsu rodó los ojos y la tomó de la mano para guiarla hasta la zona de retiro de pertenencias. Kagome soltó un suspiro conforme, un nuevo comienzo.
Una vez ambos fuera del aeropuerto Bankotsu presionó un pequeño botón que liberaría del seguro su nuevo y flamante Audi deportivo. Kagome frunció el ceño, curiosa.
—¿Y éste auto? —preguntó al estar ya en el interior.
Bankotsu hizo una mueca con sus labios y bajó la mirada.
—Kagome yo...
—¿Tú qué Bankotsu? —cuestionó y su tono de voz se alteró.
—Yo... bueno, encontré unos amigos aquí y, pensamos en que podríamos formar un negocio, parecido al de Tokio.
Kagome casi pudo sentir que su mundo comenzaba a dar vueltas ante las fuertes palabras del moreno a su lado.
—¿Qué...? ¡No! ¿estás loco? ¡cielos! ¿cómo puedes hacer algo como eso? ¿Acaso quieres seguir en la misma basura de siempre? —Kagome comenzó a alterarse más de la cuenta y casi sentir que se iba a hiperventilar cuando el moreno comenzó a reír.
—¡Demonios Kagome! —dijo al encender el auto, sin dejar de reír—. Es tan fácil engañarte. ¿Cómo puedes creer todo lo que te digo?
La joven pestañeó sin quitar su mirada de él, incrédula de lo que había oído.
—¡Eres un maldito! —se quejó y le dio un fuerte golpe un uno de los musculosos brazos.
—Pero ya no llores.
—Tu me haces llorar.
—Te dije que era una broma, deja ya de hacerlo. —La abrazó y la besó, alejándose para mirarla a los ojos—. No volveré a hacer nada de eso. Tengo una promesa que cumplir. —Dijo y su mirada hizo un gesto al cielo.
Kagome entendió y asintió, comprendiendo a qué; o más bien a quién se refería.
Bankotsu condujo por varios minutos mientras Kagome iba observando los maravilloso y casi tropicales áreas de Río de Janeiro, haciéndole una que otra pregunta a Bankotsu sobre los lugares y los distintos tipos de alimentos. El moreno respondió, sonrió y explicó las dudas de su Kagome. Kagome se emocionó cuando Bankotsu tomó una nueva pista que los guiaba hacia las costas, ella se encantó y el sonrió satisfecho al recordar cuánto era lo que ella amaba el mar.
Una nueva maniobra en el volante y descenderían a una nueva pista que los bajaría a la arena. Kagome lo miró fijamente al verlo detenerse en la parte trasera de una amplia cabaña de madera con grandes ventanales en el segundo piso.
—¿Qué hacemos aquí? —ella parecía sorprendida.
—Esta es nuestra casa. —Explicó al bajarse y ella lo imitó rápidamente.
Kagome caminó a pasos lentos mientras la fina arena tocaba sus dedos a través de las descubiertas sandalias. Bankotsu sonrió y se dirigió hasta el pórtico con las maletas en las manos. Abrió las puertas dobles y dejó las maletas al interior para luego ir por ella.
—Serás feliz aquí —susurró al abrazarla por la espalda.
Kagome se relajó al sentir los fuertes brazos de él rodear su pequeña cintura.
—Ahora vamos adentro. —Ella lo miró de medio lado.
—¿Y a qué sería? —preguntó con media sonrisa.
—Mmm... Sólo quiero mostrarte el interior de nuestra cabaña.
—¿Solo a eso? —él la miró y sonrió.
—No, la verdad es que no. Quiero que nos pongamos al día. Vamos y hagamos cochinadas. —Dijo en el oído de Kagome y ella estalló en risa. A veces Bankotsu también podía comportarse tan infantil como ella.
La noche llegaría y como hace una semana exacta, sus cuerpo se volverían a encontrar. Uniéndose nuevamente. Siendo un solo ser.
—Te amo Bankotsu. —Dijo Kagome con su cuerpo impregnado en sudor.
—Yo también Kag, mía. Mía y de nadie más.
La menguante luz de la luna los iluminaba levemente a través de los amplios ventanales en su nuevo dormitorio. Todo estaba en completa oscuridad y en silencio, salvo aquellas olas que se sentían ser absorbidas por la arena y otras que chocaban en alguna roca cercana.
Kagome se abrazó al moreno como si su vida dependiera de ello. Y Bankotsu hizo lo mismo.
Bankotsu cerró los ojos al sentir como su hinchado miembro se apretaba en el interior de Kagome, delicioso. Apretó, besó y aspiró el aroma de su cuerpo, casi enfermante. Quería saberla ahí, con él, en esos momentos, completamente a salvo a su lado. Y así sería. Quería protegerla, cuidarla y amarla por el resto de su vida. ¡Demonios! La amaba tanto. Deseaba tanto a esa joven chiquilla bajo su cuerpo, quien se aferraba con necesidad a él y abría sus piernas para él y sólo para él.
Abrió sus ojos y se encontró con los de ella cerrados y sus labios ligeramente abiertos. Se movió con más fuerzas, moviendo así el cuerpo de ella también y sus pechos no hicieron los mismos al ser presionados por su trabajado pecho.
¡Diablos! Kagome se había convertido en la sanación en sus problemas pero se había convertido también en su nueva enfermedad. Obsesión. Bankotsu estaba completamente enfermo por ella. Si él antes era un veneno para ella; ahora ella también era el de él. Ambos tenían la enfermedad y la cura en la esencia para el otro. Quizás eran muy diferentes pero, tenían los mismo sentimientos, verdaderos y firmes. Ella amaba con el corazón y él lo hacía con su cuerpo y alma.
Hundió su cuerpo en el cuello de Kagome, dejando varios besos en él. Estaba claro.
Kagome era su enfermiza y difícilmente muy complicada adicción. Quería meterla en un frasco y así impedir que el mundo la dañara. Quería protegerla hasta su último aliento, y aún así después de eso. Quería cuidarla para siempre.
Cada uno de esos pensamientos morirían ahí, en su cabeza, en el oscuro silencio de la oscuridad. Bankotsu sabía bien que debía ser cuidadoso, comprendía bastante bien que esos pensamientos no eran del todo normales. Tendría que trabajar. Controlar esos impulsos y controlarse a sí mismo, tenía que ser así, de lo contrario, todo se iría a la basura.
Y todo estaría bien mientras él se calmara y convirtiera esa adicción que tenía de ella en una sana y muy silenciosa:
Controlada obsesión.
Y bueno, con esto cerramos una historia y un capítulo que sí, se demoró bastante en salir. Una temporada larga. Si la historia llega a tener muchos errores en la narración o algo así, consideren que escribí desde el celular y traté de editar en una tablet. Escribir esto fue un desafío, y no por la historia en sí, sino que las teclas son tan sensibles que tenía que releer todo varias veces. Recuerden que mi compu murió :(
Ahora, respecto al final del fanfic, tal vez consideren que el final haya quedado con ciertos detalles y también la desaparición de algunos personajes, pero creo que no es difícil comprender así que, lo dejaré a la imaginación de cada una de ustedes.
¿Qué les pareció la muerte de Jakotsu? Les contaré que ella reemplazó la idea original, la cual, consistía en la muerte de Bankotsu como golpe final y la reconciliación de Kagome e InuYasha para bajar el telón. Me gustan las cosas más dramaticas. Pero según iba avanzando y todo lo pasado, decidí cambiar la idea.
¿Epilogo? Ni yo sé, soy demasiado irresponsable xD
Muchas gracias a las chicas que estuvieron en todo el proceso, a las que leyeron, comentaron y preguntaron en varias ocasiones por actus.
Chiaito :')
