Si sigue caminando, es un zombie

Mandragorapurple

Advertencias: yullen, no sé si yaoi, pero si shonen ai, un poco de violencia que sea de cuidado, AU bajo su propio riesgo y zombies (Yin, si lo ves, abrazos XD).

Disclaimer: D. Gray -man pertenece a Katsura Hoshino, las tramas de zombies están tan recicladas que no pertenecen a nadie.


Desde el primer ataque había transcurrido demasiado tiempo. Nuevamente había conflictos sociales en esa pequeña comunidad, conflictos que en otro tiempo serían equivalentes a pedir que el vecino cortara el césped, chismes de siempre como los amores secretos y la incesante lucha de poderes. En ese momento la población de la pequeña ciudad fortaleza daba por sentado el aprecio por la comida caliente y las sábanas limpias.

Había dificultades que no desaparecían. Los zombies rondaban en todas direcciones del muro, los jóvenes eran entrenados para la vigilancia y los viejos fraguaban planes para hacer la vida más cómoda y no quedarse sin provisiones.

La noche del segundo ataque, Allen estaba cubierto hasta la cabeza. Como si su cuerpo lo advirtiera, no le dejaba dormir. Su pequeña habitación compartida le permitía escuchar las respiraciones de sus amigos. Ese día habían entrenado más duro que nunca y todos habían caído dormidos después de la cena.

Pero él, por más cansado que estuviera, había recordado a su padre y los recuerdos le llenaban la cabeza. ¿Cuánto tiempo había pasado? Lo tenía bien medido. Los entrenadores les decían a los chicos que no recordaran el momento en que sus familias les habían sido arrebatadas. Se suponía que era el momento de pensar en su presente y en cómo prolongarlo. No tenía tumba para ofrecer flores, no sabía cómo rezar por el alma de Mana y tampoco podía decir en voz alta que era momento de conmemorar su muerte, así que, como la mayoría de los chicos que se veían atormentados por la ausencia, decidió dedicarle su insomnio a Mana esforzándose por recordar todos los momentos felices que habían vivido antes del, hasta ese momento, único ataque.

Cuando sus ojos se querían cerrar, secos por todos los años que había llorado, escuchó un crujido, disparos, silbatos y la marcha de algunas decenas de hombres con dirección al muro cercano. Era usual, los sonidos de la noche, como si los pasos de las botas militares y el chasquido de las armas fueran los grillos de antes. Pero esta vez era diferente.

Las alarmas sonaron y todos los chicos comenzaron a levantarse de sus camas como lo mandaba el entrenamiento. Cuando la mayoría de los chicos estaban vestidos y armados, el viejo Yeegar entró al complejo y les ordenó a los mayores ir al frente, a los demás, como Allen, los envió al refugio. Tomaron sus cosas alterados, la gravedad en el rostro del viejo les decía que esta vez no era un simulacro. Algunos más jóvenes que Allen comenzaron a preguntarse si sería otro ataque, pero la realidad es que no sería nada como el primero, ni de cerca. Muchos ni siquiera lo recordaban o no querían hacerlo, muchos habían sido rescatados de sótanos donde sólo llegaban los gruñidos y gritos de zombies y humanos.

Inexpertos, fueron conducidos al bunker mientras los adultos pasaban a sus lados. Nadie explicaba nada. Allen sintió urgencia. Cross estaba en el frente, estaba seguro y aunque fuera un desgraciado, era lo más cercano a una familia. Cuando entraron en esa habitación, esperó en la puerta para preguntar qué sucedía al señor Yeegar pero, como siempre, le fue ordenado quedarse quieto y esperar hasta que alguien regresara por ellos.

Monroe, una chica mayor que había sido excusada de ir al frente por tener a su cargo la vigilancia de los jóvenes, se acercó a él. Le dijo que el muro del otro lado del complejo había sido derribado.

Allen no quiso creerlo. ¿Quién o qué podría derribar un muro de cinco metros de ancho? Y tan alto… No, no podrían, no sin que alguien lo viera venir.

Las explosiones comenzaron un cuarto de hora después de su entrada en el refugio. Los estantes se movían tanto que dejaban caer los frascos de conserva que estaban almacenados y mientras varios chicos trataban de rescatar los frascos que quedaban enteros, otros se abrazaban mordiéndose los labios para no llorar. En esos momentos de incertidumbre, Allen se daba cuenta que el entrenamiento de los pequeños no servía de mucho.

Cuanto más intenso era el sonido, Monroe trataba de calmarlos explicando que las detonaciones eran de su bando y que eso significaba que los vigilantes y la guardia estaban peleando incansablemente.

Pero Allen no podía quedarse ahí, quería ir en su ayuda y en cuanto los gritos se hicieron cercanos y cada vez con un tono más agudo de horror, su urgencia creció. ¿Serviría de algo en el frente? Los mayores le habían elogiado por sus habilidades, pero no sabía si en realidad podría enfrentarse al horror de ver otra horda de zombies caminando hacia él.

Un aire de decisión se apoderó de él y le pidió a Monroe salir. Aunque su respuesta fue negativa, se dirigió a la puerta y algunos más se levantaron inspirados por su valentía para acompañarlo.

Y todo quedó en silencio.

En el gris que dejaba ver la lámpara de gas se encontraron los ojos de todos los refugiados. "Ganamos" pensaron, pero aquella idea no pudo sembrarse lo suficiente cuando unos terribles rechinidos colmaron el ambiente. Alguien rascaba la puerta… y los costados y el techo del bunker. ¿Uñas? ¿Dientes? Con cada deslizar de eso que hacía chillar el metal los músculos de los chicos se tensaban.

-Estamos seguros, no hay manera de que un zombie abra este lugar – dijo Monroe con calma en su voz y ojos. Allen comprendió que no eran más que humanos enlatados.

Los rasguños pararon y la puerta fue golpeada. Una, dos, tres veces y luego una decena, con ritmo, lento y constante, era seguro que no estaban llamando a la puerta. Monroe tragó saliva y pidió calma, se había decidido a ver por la rendija a la que apenas llegaba. Unos niños le acercaron una caja de madera para ayudarla y las miradas se concentraron en sus acciones. Lentamente levantó el metal que la recubría haciendo rechinar las bisagras. Sus ojos temblaron e inhaló por última vez antes que la puerta fuera derribada.

Fue inevitable que el pesado metal cayera sobre los incautos que esperaban noticias, los gritos comenzaron y Monroe yacía en el piso. Allen no podía moverse, miraba incrédulo el par de sujetos que acababan de pararse en el umbral. Tan frescos, sí, con las manos en la cintura. Un par de chicos se lanzaron con sus cuchillos y un par de escopetas, pero el ataque fue en vano, cada uno de ellos fue lanzado contra los otros. Allen estaba incrédulo, frente a él estaba una persona que creía muerta, mucho más muerta que su padre, alguien que debía ser una proyección del miedo por revivir el episodio del primer ataque, su tío, Neah.

-¿Deberíamos comerlos aquí o afuera? – dijo el hombre al lado de su tío.

Los ojos de Neah se posaron en los de él con indiferencia. No le reconocía, eso le dijo su mirada. Habían pasado casi diez años pero a diferencia de él, Allen jamás podría olvidar un rostro tan similar al de Mana.

Monroe sangrando, con los ojos abiertos y todos los niños llorando y tratando de sacar a la chica de debajo de la puerta le impulsaron a lanzarse hacía su enemigo. Con el cuchillo de su cinturón logró atravesar el abdomen del hombre que conocía pero no obtuvo reacción. El cuchillo fue desenterrado dejando salir algo tan oscuro y falto de fluidez que no parecía sangre.

Fue levantado del brazo y una fila de dientes se enterró en él. Entre gritos y forcejeos, un pedazo de su carne fue arrancado con tal facilidad que parecía ser un papel cortado con una navaja. No se rindió, sin embargo, y su otra mano alcanzó a asestar un golpe en el rostro de su atacante logrando que lo soltara.

Resistiendo el dolor, buscó su navaja para continuar su empresa. Una patada lo hizo caer de bruces y pronto su nuca fue presionada con el peso de un pie que no tenía piedad.

- Deja de jugar, Tyki. Sólo mátalo, no servirá, ni siquiera tiene buen sabor – dijo Neah mientras masticaba.

Allen vio caer al piso su carne, lo había escupido. El pie de Tyki liberó su cuello sólo para caer sobre su cráneo y aplastarlo.

"Bien… así no seré un zombie" pensó.


Notas del autor:

Bueno, sé que no me he aparecido por mucho tiempo y que esto no es precisamente muy D. Gray –man, pero tengo muchas ideas en la cabeza, con la tesis a cuestas y los dolores de mi avanzada edad prefiero hacerlo ahora que puedo. Este es, casi, mi último escape y no porque no quiera o pueda seguir escribiendo, más bien porque es el último recurso que tengo para no pensar en el tema de mi tesis. La amo y la odio. Aquellas que vayan hacia el camino universitario deben saberlo: MORIRÁN. No es un cliché, no es broma, no es que la tesis sea la cosa más difícil, es que simplemente es dejarte los ovarios para vencer a la pereza.

Por supuesto, si han llegado hasta aquí, podrán leer que estoy muy agradecida por regalarme un poco de su día y espero que este horror haya despertado su curiosidad.

¿Actualización? Tal vez cada quince días, pero prometo que al menos una vez al mes la tendrán y pronto, un proyecto más romántico. Nos leemos luego

Mandra.