La humanidad había vencido. La humanidad había recuperado su fuerza. Pero, ¿bajo qué costo?

Eso pensaba Mikasa, en su habitación, bajo las sábanas de su cama, llorando. Porque Eren había muerto. Había muerto por la humanidad. Aún recordaba al titán que lo devoró, y cómo ella cortó su nuca cientos de veces, aun cuando al primer corte la bestia estaba muerta. Eren no tuvo tiempo de regenerarse. La cabeza fue, zas, arrancada de un mordisco.

Vengó al titán que le asesinó, pero no sintió que aquella sensación espantosa en su estómago desapareciera. Porque no vio maldad en los ojos de ese monstruo. No vio nada en ellos.

Le perdió otra vez. Una vez más, ella no pudo salvarle.

—Mikasa... —suspiró Historia por tercera vez—. Vamos a cenar, no puedes morirte de hambre... Tú no.

Pero ella no se movió. No quería. ¿Para qué comer, si lo único que tenía sentido en su vida era Eren? Y él había muerto.

—Al menos acompáñame al comedor. Todos estamos preocupados por ti.

Mikasa la miró de reojo. Historia era buena con ella. Era buena con todos. También lo era con Eren. Lo era... Y volvió a sollozar. La menuda muchacha agarró su brazo y se esfuerza por levantarla.

Mikasa hace un esfuerzo y, desganada y flácida, se levantó. Caminó con ella arrastrando los pies, pálida, decaída, totalmente muerta en vida. Llegaron a la mesa de los reclutas y empezaron a comer. Todos, salvo Mikasa. Ella removió su sopa con la cuchara, mientras escondía su rostro tras la bufanda que le regaló Eren. Ignoró la sensación de una mirada clavada en ella.

Levi la observaba en silencio. Sabía quién era. Mikasa Ackerman, la conocía y había trabajado con ella. Un excelente soldado. Un genio militar. Demasiado impulsiva, cabía destacar, siempre que Jeager estaba metido en medio.

También había convivido con su difunto hermano, Eren. Él era su única debilidad, y ahora no estaba. El muchacho era apasionado en el campo de matar titanes, tenía una iniciativa que ocultaba su falta de talento.

Y le frustraba su actitud con la chica. Siempre rechazaba su afecto y protección. ¿Quién no desearía que una chica como Mikasa Ackerman de preocupara por uno mismo? Conocía su pasado, lo que había ocurrido con su madre el día que perdieron la Muralla María. El muchacho era ciego.

Pero la pérdida del chico-titán le había afectado. No como a los reclutas y amigos, ni mucho menos como a su hermana adoptiva, pero sí que le había sorprendido que hubiera muerto.

—¡Eh, enano! —La voz de Hanji le sacó de su estupor—. Ah, Mikasa. ¡El pequeño Levi empieza a interesarse por el resto de seres humanos!

—Cállate, cuatro ojos.

Sin embargo, el gesto de la Comandante se tornó melancólico.

—La muerte de Eren ha hecho mella en todos —dijo ella.

Levi no respondió nada. Siguió comiendo, hasta escuchar un grito.

—¡Por favor, Mikasa, tienes que comer algo!

El comedor se había quedado en silencio. Mikasa se levantó levantado de la mesa. Ignorando las súplicas de sus compañeros se acercó a la puerta con gesto indiferente. Levi frunció el ceño. No podía dejar que se mate de hambre. No el genio militar. No Mikasa.

Cuando la chica pasó a su lado, Levi agarró su brazo con quizás demasiada fuerza.

—Sargento, suélteme, por favor —dijo con frialdad.

—Come. —Levi se levantó y apretó más su mano en torno a la piel enrojecida—. Es una orden.

Hanji miró a su compañero, entre sorprendida y extrañada. Pero calló.

—Sargento, p-

Pero Levi no le dejó hablar. Metió un trozo de pan de leche en su boca y la obligó a que lo masticara, pero ella se rehusó. Sus ojos empezaron a lacrimear.

—No voy a dejar que ni uno solo de mis súbditos muera de ninguna manera, Ackerman —siseó.

Ella forcejeó para librarse de su agarre, pero él era más fuerte.

—Si no comes, mueres. Si mueres, no vives. ¡Y si no vives, no podrás recordar a tu maldito hermano!

El grito del sargento llamó aún más la atención de los soldados, pero todos estaban atentos a la disputa desde que comenzó.

Y Levi triunfó cuando, entre lágrimas de aparente frustración, Mikasa apretó los dientes en torno al trozo de pan y se lo tragó. Estaba dolida y con el orgullo débil, pero Levi notó un brillo en sus ojos que no pudo descifrar. Pero daba igual, porque, por primera vez en meses, los ojos de Mikasa volvieron a brillar.