Disclaimer: como ustedes ya saben los personajes son de S . M y yo solo juego con ellos. la trama tampoco me pertenece ya que es una Adaptación de la Novela de ANNA BAKNS


Capitulo 18

EL GUARDIA DE SEGURIDAD les permite entrar en el Gulfarium y los escolta a la exhibición del Océano Vivo para esperar al Doctor Milligan. Con reverencia, Bella arrastra los pies hasta el tanque de piso a techo y da golpecitos en el cristal. Edward se queda atrás y se apoya contra la pared. La observa murmurar a los peces tropicales que luchan por su atención. Una tortuga marina se acerca perezosamente a investigar.

Ella pasea arriba abajo frente al vidrio, deslizando la mano por toda la superficie. El tanque se transforma en un gigante cardumen multi especie de peces. Manta rayas, tortugas, anguilas. Más clases de peces de los que Renee pone en la cacerola sorpresa de mariscos. Incluso un pequeño tiburón se une al desfile.

—Es increíble.

Edward se voltea hacia el Doctor Milligan, que está parado a su lado y mira a Bella como si flotara en el aire. —Sí, lo es. —dice Edward.

El Doctor Milligan mira a Edward, una sonrisa cómplice pegada en la cara. —Parece que ha encantado más que a sólo los peces pequeños. De hecho, parece que estás bastante peor que cualquiera de ellos, hijo.

Edward se encoge de hombros. No tiene nada que ocultar al Doctor Milligan.

El Doctor Milligan suelta el aliento en un silbido. —¿Qué dice Alice?

—Le agrada —El buen doctor eleva una delgada ceja gris. Edward suspira—. Le agrada lo suficiente.

—Bueno, no podemos pedir más que eso, supongo. Entonces, ¿empezamos? —Edward asiente—. Bella, el Doctor Milligan está aquí.

Bella se da la vuelta, y se congela. —¡Usted! —se ahoga—. ¿Usted es el Doctor Milligan?

El hombre mayor inclina la cabeza. —Sí, señorita, soy yo. Te acuerdas de mí entonces.

Ella asiente, mientras camina lentamente hacia ellos, como si oliera una trampa. —Intentó darme pases de temporada gratis, me habló en el tanque interactivo.

—Sí, —dice—. Por supuesto que te ofrecí pases de temporada gratis. ¿De qué otra forma podría estudiar tu fascinante interacción con los especímenes?

Cruza los brazos. —No sabía que podía hablar con los peces en ese momento. ¿Cómo lo supo usted?

—Al principio no lo supe —dice, acortando la distancia entre ellos y tomando suavemente su mano—. Pero cuando vi el color de tus ojos, supe que tenías que ser Syrena. Me acordé que Edward me habló de ese don, pero nunca lo creí. Lo que supongo, es tonto. Es decir, si creo en las sirenas… ejem, perdón Edward, los Syrena entonces ¿por qué no en un don así?

—Y ¿qué piensa ahora, Doctor Milligan? —Edward dice, un poco perturbado ante la revelación de que su amigo creyó que mentía. Además, lo de "sirenas" era innecesario.

El Doctor Milligan ríe suavemente, frotando la mano de Bella. —Creo que me equivoqué, como de costumbre. Bella, ¿qué tal un tour privado?

Ella asiente, emoción bailando en sus ojos.

Siguen al Doctor Milligan hacia un pasillo y a un conjunto de escaleras. Los conduce a cada exhibición, soltando hechos y estadísticas sobre cada animal. Cada una de las criaturas recuerda a Bella; los leones marinos balancean la cabeza y hacen un ruido que sólo Bella podría encontrar encantador; las nutrias hacen lo mismo. Incluso los caimanes responden a sus órdenes, girando en un círculo como nadadores sincronizados.

El doctor lleva a Edward y Bella a una exhibición llamada Laguna de dunas. Él explica que es un santuario para pájaros heridos atendidos en el Gulfarium. Bella recorre todo, hablándoles y murmurando a las criaturas aladas. A ninguno le importa. De hecho, parecen estar más emocionadas de ver al Doctor Milligan. Un pato pasa justo al lado de Bella y emite unos cuacs a los pies del Doctor Milligan. —Fascinante—, dice.

Bella se ríe. —No hay nada fascinante en ser rechazado.

El Doctor Milligan sonríe y saca algunas pelotillas cafés de su bolsillo, luego las dispersa en el piso para el pato impaciente. —Este amiguito simplemente sabe sobre mis convites. Oigan, ¿qué tal si visitamos los pingüinos?

—¿No son aves los pingüinos? —dice—. Es decir, sé que no pueden volar ni nada, pero aun así son aves. No responderán a mi don, ¿verdad?

El Doctor Milligan concuerda. —Aves acuáticas. Y hay sólo una manera de averiguarlo, ¿verdad?

Los pingüinos aman a Bella. Anadean alrededor, se sumergen y salen de su piscina, y la llaman a voces. Ella se ríe. —¡Suenan como burros!

—Tal vez también puedes hablar con burros —El Doctor Milligan sonríe. Bella asiente—. Sí puedo. A veces Edward puede ser un imbécil.

—Eso hiere mis sentimientos, Bella, —dice Edward, tratando de parecer herido. Ella le lanza una sonrisa pícara.

El Doctor Milligan se ríe y los conduce de regreso al pasillo. Las ventanas cuadradas que puntúan la pared interior revelan tres delfines que les mantienen el paso. Gritan a Bella, ansiosos por conocerla. Junto a un letrero que dice ESPECTÁCULO DE DELFINES, el Doctor Milligan señala un conjunto de escaleras. —¿Vamos?

El nivel superior es una plataforma abierta. Edward ha visto el show antes. Las gradas de madera no están lo suficientemente lejos del tanque como para que la primera fila no se moje; eso deleita a los humanos miniatura hurga narices,

Especialmente en el calor de verano. Edward se alegra que hayan venido después del cierre.

Bella camina hasta el borde del tanque y mira hacia abajo, luego agita el agua con los dedos. Tres cabezas grises asoman y gritan su entusiasmo. Riéndose, Bella se inclina y ahueca su mano sobre la boca. Los animales se acercan, como si fueran a oír un secreto.

Las cabezas desaparecen. Cuando emergen nuevamente, hay un juguete en cada boca. Le llevan sus tesoros a Bella: un anillo negro del tamaño de un aro de hula y dos balones de soccer. Le tiende los balones a Edward, luego acepta el aro del delfín más pequeño. —Lanza los balones en medio, Edward. Veamos si son buenos en baloncesto.

Riéndose entre dientes, Edward coopera. Bella sostiene el anillo sobre el borde de la piscina. Los delfines chillan en anticipación. —Shhh —les dice, a lo que se callan y quedan quietos—. Intenten pasar el balón por el aro.

Dos de las cabezas desaparecen, el tercero se queda atrás y chilla a Bella. Ella vuelve a acallarlo, al tiempo que uno de los balones emerge de la superficie del agua y atraviesa el aro que sostiene. Entonces aparece el segundo, pero éste falla el tiro, que más bien roza el cabello de Bella. —¡Casi obtengo un ojo morado! —Pero se ríe y premia a los animales con un masaje en la nariz.

—Es tu turno —le dice al delfín más pequeño. Recupera los balones de soccer de las gradas y los lanza nuevamente al centro de la piscina—. Vamos, —dice y lo insta con la mano a que se mueva. El animal se queda en su lugar, con la boca entreabierta como si sonriera.

Se vuelve al Doctor Milligan. —Parece que no entiende, —dice.

Resopla. —Oh, sí entiende, muy bien. Simplemente no escucha.

No parece que le siente bien a Bella. Le salpica agua al delfín. —¡Vamos! ¿Cuál es el problema? ¿Eres demasiado gallina para jugar?

Aun así, se queda quieto, agitando la cabeza como si estuviera discutiendo. Sus chillidos suenan contrariados, incluso a los oídos inexpertos de Edward. La pobre

criatura no se da cuenta de lo cerca que está Bella de golpetear el suelo con el pie, pero Edward reconoce esa postura rígida de la impaciencia. Es la misma que le dirigió a él cuando se conocieron en esta misma playa. La misma que le dirigió a Jasper cuando le informó que Alice podría vivir con ella. La misma que le dirigió a Renee cuando reservó la suite de luna de miel para ellos.

Justo cuando Edward decide intervenir, la tensión abandona los hombros de Bella. —Oh, —dice suavemente. Se quita las sandalias y se encarama al borde azul del tanque de concreto.

—Bella, —advierte Edward, aunque no está seguro de exactamente qué está advirtiéndole. Intercambia una mirada con el Doctor Milligan.

—Estoy bien, Edward, —dice, sin mirar atrás. Deja colgar las piernas en el agua, pataleando a un ritmo lento y suave. Los dos delfines grandes vienen a ella inmediatamente, empujan sus pies y crean revuelos de olas a su alrededor, pero es el delfín más pequeño el que acapara su atención desde el otro lado del tanque, por no hacer nada en absoluto. Indeciso, se acerca a ella sólo unos centímetros. Cuando ella estira la mano, él se sumerge y se dispara al otro lado del tanque. Volteándose a Edward y el Doctor Milligan, Emma dice—: No confía en nosotros. En los humanos, quiero decir.

—Mmm —dice el Doctor Milligan—. ¿Qué te hace decir eso?

—Su comportamiento —Bella inclina la cabeza—. ¿Ve cómo mantiene la nariz debajo del agua? Los otros dos sacan la cabeza completamente afuera, pero él no, como si estuviera pensando en huir o algo así. Y sus ojos, no son tan alegres como los de los otros. Parecen opacos, fuera de foco. No desinteresados, no exactamente —Patea agua hacia él, lanzándole gotas a la nariz. Él no se inmuta—. No, definitivamente tiene curiosidad sobre mí. Simplemente está... bueno, está triste, creo.

—Sabes, creo que tienes razón —dice el Doctor Milligan, su expresión entre admiración e incredulidad—. No estoy seguro si te acuerdas, pero él no estaba aquí este verano cuando viniste de visita. Estaba varado en la costa de la ciudad de Panamá hace unas semanas. Es el único que no ha nacido en cautiverio, lo llamamos Afortunado, supongo que él no estaría de acuerdo.

Bella asiente. —No le gusta aquí. ¿Por qué se quedó varado? —Ahora Afortunado se ha puesto al alcance de Bella. Extiende una mano hacia él, no para acariciarlo, sino como invitación para que haga contacto primero. Después de unos segundos indecisos, él acuna su nariz en la palma de ella.

—No lo sabemos. No estaba enfermo ni herido, y es relativamente joven. ¿Cómo se separó de su manada?, no lo sabemos.

—Creo que los humanos tuvieron algo que ver con que quedara varado —dice. Edward se sorprende por la amargura en su tono—. ¿Alguna vez conseguirá regresar a casa? —Bella pregunta, sin mirar arriba. La manera en que acaricia la cabeza de Afortunado, le recuerda a Edward cómo su madre solía pasar los dedos a través del pelo de Alice, con la intención de que se durmiera. El simple tacto era una canción de cuna en sí mismo. Parece que Afortunado también lo cree así.

—Generalmente no es así, querida. Pero veré lo que puedo hacer. —dice el Doctor Milligan.

Bella le da una sonrisa triste. —Eso sería bueno.

Edward está a punto de sacudir la cabeza. Si el Doctor Milligan se siente tan recompensado por su sonrisa como Edward, entonces Afortunado estará libre en poco tiempo.

Después de unos minutos más, el Doctor Milligan dice, —Querida, odio apartarte de ellos, pero tal vez podríamos encaminarnos a la sala de exámenes.

—Bueno, definitivamente tiene la piel gruesa, ¿no? —El Doctor Milligan dice, inspeccionando la segunda aguja que ha doblado tratando de penetrar su vena—. Creo que debería sacar la artillería pesada —Tira la jeringa a la basura para después rebuscar en el cajón de un mueble de acero inoxidable—. Ah. Esto debería ser suficiente.

Los ojos de Bella se ponen tan redondos como galletas de mar. Sus piernas se presionan sobre la mesa metálica en la que está sentada. —¡Eso no es una jeringa, es un popote!

Edward sofoca el reflejo de tomar su mano entre las suyas. —También la utilizó conmigo. No duele, simplemente pellizca un poco.

Vuelve sus enormes ojos violetas a él. —¿Le dejaste extraer tu sangre? ¿Por qué?

Él se encoge de hombros. —Es más o menos un intercambio, le doy muestras para estudiar y me mantiene informado de en qué andan sus colegas.

—¿Qué quieres decir con "sus colegas"?

Edward se impulsa para sentarse en la encimera frente a ella. —Resulta que el Doctor Milligan es un conocido biólogo marino. Realiza un seguimiento de noticias que podrían afectar a nuestra especie. Ya sabes, nuevos dispositivos de exploración, cazadores de tesoros, cosas así.

—¿Para protegerte? ¿O para asegurarse de que tú llegas al tesoro primero?

Edward sonríe. —Ambos.

—¿Alguna vez alguien ha visto…? ¡AUCH! —De un tirón pasa su escrutinio de Edward a su brazo, donde el Doctor Milligan está extrayéndole sangre y sonríe en disculpa mientras lo hace. Bella vuelve su mirada a Edward—. Un pellizco, ¿eh?

—Fue por un bien mayor, pez ángel. Terminó la peor parte. ¿Todavía quieres su ayuda, ¿verdad? —El tono razonable de Edward no le propicia amor.

—No me vengas con eso de "pez ángel". ¡Accedí a estas pruebas, así que no voy a echarme para atrás! ¡AUCH!

—Lo siento, un tubo más, —el Doctor Milligan susurra.

Bella asiente.

Cuando el Doctor Milligan termina, le entrega una bola de algodón para que la presione contra la perforación que ya está formando costra. —La sangre de Edward también coagula rápido. Probablemente ni siquiera necesitas ponerte eso —Coloca la media docena de tubos de sangre en la máquina de agitación y acciona el interruptor. Recupera una pequeña caja blanca de un estante y dice—, Bella, ¿te importa si tomo tu presión arterial?—

Ella niega con la cabeza, pero dice, —¿Por qué tiene una máquina de presión arterial humana en un hospital animal?

Se ríe entre dientes. —Porque mi doctor dice que necesito echarle un ojo a la mía —El Doctor Milligan palmea la rodilla de Bella—. Ok, ahora descruza las piernas para que pueda conseguir una buena lectura —Ella lo hace y luego extiende el brazo. El Doctor Milligan sacude la cabeza—. No, querida, siempre consigo la mejor lectura en la pantorrilla. He encontrado que la arteria principal de la cola se divide en dos cuando Edward cambia a forma humana, una en cada pierna.

Otra vez, los ojos de Bella se amplían. —Dijiste que no duele cambiar, igual que dijiste que no dolería cuando me apuñaló con ese popote —dice, ceñuda ante Edward—. Simplemente me arriesgaré con lo de que no duele —farfulla—. Arterias dividiéndose por la mitad.

Cuando Edward abre la boca para responder, el Doctor Milligan dice: —Eh. Eso es extraño.

—¿Qué?— preguntan al unísono. Bella se muerde el labio y Edward se cruza de brazos. A ninguno le gusta el sonido del "Eh".

El brazalete de presión arterial se suelta y el Doctor Milligan se levanta. —Tu ritmo cardíaco no es tan lento como el de Edward, y tu presión arterial no es tan baja. Edward, ¿por qué no te subes en la mesa y me dejas checar los tuyos otra vez?

Sin esfuerzo, se baja de la encimera y va a la mesa. Mientras el doctor cambia el pequeño brazalete por uno más grande para acomodarse a su pantorrilla más musculosa, Bella se inclina hacia Edward. —¿Qué significa eso? —susurra.

Él se encoge de hombros, tratando de no disfrutar de su fragancia. —No lo sé. Tal vez nada.

Mientras el brazalete está apretado, Edward siente un golpe sordo ocasional en la pierna. El brazalete sisea al liberarlo y el Doctor Milligan se para de nuevo. La expresión de su rostro está lejos de ser reconfortante.

—¿Qué pasa? —Edward dice, listo para sacudir al doctor hasta ponerlo en coma si no lo cuenta—. ¿Pasa algo malo? —Ante la afilada respiración de Bella, Edward agarra su mano, incapaz de detenerse.

—Oh, no. No diría que necesariamente pasa algo malo, El ritmo cardiaco de Bella es definitivamente más lento que el de cualquier ser humano, sólo que no es tan lento como el tuyo —El Doctor Milligan va a zancadas hasta un alto gabinete rectangular lleno de cajones. Saca una libreta y comienza a pasar las páginas—. Ah —dice, más para sí mismo que para sus invitados—. Parece que tu ritmo cardiaco es más rápido que la última vez, hijo. Eso o no puedo leer mis garabatos —Cambia la página—. No, estoy seguro de que es correcto. Tu pulso era consistentemente más bajo las últimas diez lecturas. Interesante.

—¿Qué significa? —Edward dice, con los dientes apretados.

—Bueno, tradicionalmente, Edward, cada corazón tiene un número finito de latidos hasta un día que dejará de latir. Los animales con ritmo cardiaco más lento viven más tiempo. Digamos, por ejemplo, las tortugas marinas. Aunque tienen el mismo número de latidos que cualquier otro corazón, tardan más en llegar a ese número; es por eso que las tortugas marinas pueden vivir hasta más de cien años. Un corazón humano alcanza en promedio unos dos billones de latidos. A 72 latidos por minuto, ubica la esperanza de vida humana normal en ochenta años. Por las pruebas que les he realizado a ti y Alice, el corazón Syrena promedio sólo late 19 veces por minuto. Así que, teóricamente, tardarás unos trescientos años para alcanzar los dos billones de latidos. Pero según esta última lectura, Edward, ahora tienes 23 pulsaciones por minuto. Algo ha elevado tu ritmo cardíaco, hijo.

—Trescientos años es más o menos correcto —dice Edward, ignorando la mirada significativa del Doctor Milligan hacia Bella—. De hecho, algunos de los Archivos tienen más de trescientos veinte años.

—Entonces, ¿cuántos latidos por minuto tengo yo? —Bella dice.

Entonces Edward entiende. El corazón de Bella late más rápido que el mío... Ella morirá antes que yo. Todos los músculos de su cuerpo parecen unirse contra él y hacen un espasmo. No puede detenerlo. Salta de la mesa y apenas llega al fregadero antes que el vómito explote por todos lados. El desagüe no se da abasto con el volumen, incluso con el agua corriendo a chorro completo. Por supuesto, los trozos no identificables del almuerzo tampoco ayudan.

—No te preocupes, Edward —susurra el Doctor Milligan, entregándole una toalla de papel—. Me ocuparé de eso luego.

Edward asiente y acuna las manos para llevarse agua del grifo a la boca, para enjuagarse los restos. Se seca la cara y las manos con la toalla de papel, regresa lentamente a la mesa, pero se inclina contra ella en lugar de volver a subirse; por si acaso tiene que correr otra vez.

—¿Aún enfermo por el vuelo? —Bella susurra.

Él asiente. —Doctor Milligan, ¿qué decía?

El doctor suspira. —32 latidos por minuto.

—¿Y en años? —Edward dice, su estómago se aprieta otra vez.

—¿Más o menos? Alrededor de ciento setenta y cinco años, creo.

Edward se pellizca el puente de la nariz. —¿Por qué? ¿Por qué su corazón late más rápido que otros Syrena?

—Me gustaría poder decirte, Edward. Pero ambos sabemos que Bella es diferente de ti también en otros aspectos. Su cabello y piel, por ejemplo. Tal vez estas diferencias tienen algo que ver con su incapacidad para cambiar a forma Syrena.

—¿Cree que tiene algo que ver con su lesión en la cabeza? —Edward, dice.

Bella sacude la cabeza. —No puede ser.

—¿Por qué no, Bella? —dice el Doctor Milligan, cruza los brazos pensativamente—. Edward dijo que te golpeaste muy duro. Diría que es al menos razonable considerar la posibilidad de que puedas haberte dañado algo.

—No lo entiende, Doctor Milligan —dice—. No tenía ninguna habilidad Syrena antes de golpearme la cabeza. Golpearme la cabeza es lo que cambió todo. Además, toda mi vida he sido tan blanca como la luna, no tiene nada que ver con una conmoción cerebral.

—Es cierto —dice Edward—, pero sí podías aguantar la respiración durante mucho tiempo antes de golpearte la cabeza. Y también tenías el don antes de eso. Tal vez las habilidades siempre estuvieron ahí, sólo que nunca supiste probarlas. — Estúpido, estúpido. El dolor en el rostro de ella le confirma su error.

—Estás hablando del día que murió Carmen, —dice en voz baja.

Asiente lentamente. No tiene sentido mentir al respecto. Aun si él no estuviera hablando de Carmen, ella ya había pensado en ello, ya había retrocedido en el tiempo a ese día, torturándose con el si tan sólo. Si sólo hubiera sabido sobre su sangre Syrena, si tan sólo hubiera sabido acerca de su don de Poseidón. Carmen estaría viva. No necesita decirlo, está escrito en toda su cara.

—Todo el mundo lo calificó de adrenalina —Ella dice—. Debí haberlo sabido mejor.

El Doctor Milligan aclara su garganta. —Para ser exhaustivo, tomemos unas radiografías antes de que se vayan mañana. ¿Está bien contigo, Bella?

Asiente, pero Edward puede decir que es sólo un reflejo.

Edward llama un taxi para regresar al hotel. No puede someter a Bella a otro paseo por la playa donde murió su mejor amiga. Sobre todo porque no está seguro cuánto tiempo puede quedarse en la misma habitación con ella sin utilizar sus brazos —o sus labios—para consolarla.

Va a ser una noche larga.


Hola! siento mucho la tardanza, la escuela me tenia secuestrada. bueno espero que les haya gustado el capitulo. chicas ¿ustedes han hablado con burros? yo algunas veces XD. Lastima que no pude ver el ultimo juego de Basquebol de Delfines :( :) . el próximo capitulo si el destino lo quiere lo subiré mañana.

Alexandra Cullen Hale