Mientras continúo con mi longfic, publico también una nueva historia (que también es una versión alternativa de una parte de La desolación de Smaug)
Este es un fic que lleva mucho tiempo en mi cabeza, pero que hasta ahora no me había decidido a escribir. En un principio iba a ser un one-shot, pero conforme lo escribía vi que me salía más largo de lo que esperaba, así que decidí publicarlo en dos capítulos (aunque me costó encontrar una parte en la que cortar)
Ningún personaje me pertenece.
Estaba sentado a su lado, incapaz de retirar una protectora mano de su cabeza. Aunque solo fuera durante unos instantes, sus gritos de dolor habían cesado, quedándose en una relajada respiración. Su hermano dormía, vencido por el agotamiento; si aquello debía tranquilizarle no lo había hecho, nada lo haría mientras el temor por lo que le pudiera estar pasando siguiera ahí.
-Fili –Oin lo llamó desde la cocina, a tan solo unos metros de la cama en la que dormía Kili. Su voz sonó sombría y apenada, lo que solo hizo que aumentar la presión en el pecho que el enano sentía.
Tras una mirada a su hermano, que continuaba tranquilo y dormido en la cama, fue hacia donde le habían llamado. Después de examinar la herida de Kili y dejarle descansar, Oin había ido ahí a hablar con Bardo sobre las hierbas que tenía. Momentos antes había mandado a Bofur a buscar unas.
El médico estaba de pie en la cocina, sin hacer nada. Fili habría esperado que estuviera hirviendo alguno de sus remedios, pero no. Cuando llegó a su lado, lo miró con seriedad y pena, sintió encogerse su corazón.
-Fili, tengo que hablar contigo.
Comprendió que a aquellas palabras solo las podía seguir una trágica noticia.
Su boca se abrió mientras Oin giraba la cabeza hacia Kili, queriendo pedir una explicación, soltar miles de súplicas, pero un suspiro del enano y sus seguidas palabras hablaron primero.
-He examinado su herida, y me temo que esto es mucho peor de lo que nos pensábamos. Aquella debió ser una flecha de morgul. Lamento no haber podido ver antes los síntomas, pero igualmente, ese veneno… ya hay poco que podamos hacer por él.
Los ojos de Fili se abrieron de par en par. Habría perdido el equilibrio de no apoyar una mano en la mesa. Su boca se entreabrió en silencio, con las palabras perdidas. Su tez comenzaba a rivalizar con la de su hermano.
Su mente se bloqueó. Incapaz de pensar con lógica, de procesar una reacción a esas palabras. Un torrente de absurdas preguntas salía de su boca como si buscara con desesperación un rayo de luz.
-¿Estás seguro? –fue la que mejor logró pronunciar.
Oin negó pesadamente con la cabeza, queriendo corta cualquier atisbo de esperanza que pudiera crear el joven.
-Es inconfundible esa herida negra. Fili...
Pero el enano ya se llevaba las manos a la cabeza y caía de rodillas al suelo, sus ojos se humedecían sin fuerzas para retener las lágrimas. La tristeza y la impotencia se apoderaron de él por unos segundos, sin que viera nada más en el mundo que la desgracia. Varios instantes así, bajo la compasiva mirada de Oin, hasta que oyó unos pasos que entraban a la casa. Quizá necesitara un solo motivo para poder escapar tan solo un momento de aquella espiral de dolor, y encontró la oportunidad en Bofur entrando con las hierbas.
Se las tendió a Oin, quien que las agradeció sin una sonrisa. Se fue de la cocina tras echar un preocupado vistazo al joven enano que estaba derrotado en el suelo.
Puede que fuera el simple mal funcionamiento de su mente, la absoluta necesidad de una mínima esperanza, lo que el ver esa planta en las manos de Oin le diera fuerzas para hacer una pregunta. Ni se le pasó por la cabeza que en realidad fuera simplemente algo para disminuir su dolor, algo que daba siempre a los terminales. No, para él, aquella planta dio la posibilidad de un remedio.
-¿No puedes hacer nada? –la súplica y desesperación en las palabras del muchacho hicieron a Oin soltar un suspiro. Y le hicieron comprender que tenía que confesar algo, que merecía la pena internar cualquier mínima esperanza.
-En realidad, hay algo…
Fili se puso en pie al instante. Del impacto de la pregunta apoyó una mano en la mesa y se levantó torpemente con ella haciendo temblar los vasos que había encima. Su respiración era muy entrecortada y apenas podía hablar del subidón por el impacto de la última respuesta que esperaba.
No llegó a hablar, pero sus ojos desesperadamente suplicantes por esa respuesta hicieron a Oin continuar.
-He escuchado sobre las maravillas de la medicina élfica, su capacidad de curar lo que sea, incluso el veneno de morgul. Un elfo podría sanarle, pero…
El enano se detuvo, cuando vio los ojos abiertos de Fili, con un nuevo brillo luciendo en ellos. Escuchó un gemido en sueños de su hermano, y giró la cabeza hacia él. Y vinieron a su mente los recuerdos de los momentos que habían pasado en el Bosque Negro, con los elfos. Lo que al principio le había parecido una insensatez y le había hecho gracia, el que su hermano decidiera coquetear con una elfa, había tomado un enorme giro, para convertirse en la mayor esperanza que ahora le quedaba.
-Fili, dudo que ellos nos ayuden, pero…
Recordó todo lo que sabía de ella. Desconocía su nombre, pero recordaba perfectamente su aspecto. Un verde atuendo femenino y de guerrera, un largo cabello del color del cobre cayendo por su espalda cual cascada, un rostro hermoso iluminado por dos ojos esmeraldas… Quizá, tratando de comprender por qué su hermano se había interesado por ella, se había fijado en que era bella.
Y si al principio para Kili no había sido más que un capricho, pronto ella había hecho que se convirtiera en algo más. Había estado escuchando su conversación en las mazmorras, pensando en cómo podría hacerle entrar en razón. Ahora jamás lo haría. Le había hablado sobre la promesa a su madre, y la elfa había sonado confiada y hasta amistosa. Y Kili… al asomarse una vez, había podido ver como la miraba. Supo perfectamente lo que significaba ese brillo en sus ojos.
Si aquella elfa tenía solo una décima parte de los sentimientos que él tenía por ella, una mínima compasión por aquel enano que había tenido oportunidad de conocer…
Todo lo que su tío le había contado sobre los elfos desapareció de su memoria al instante. Todo lo que había oído sobre cuando el rey Thraundil les dio la espalda se cambió por la imagen de aquella elfa salvando ya dos veces a Kili.
Mirando fijamente a su hermano en la cama, sintiendo la misma sensación en el pecho que cuando había dejado a la compañía, proclamó su nuevo deber.
-Voy a ir.
-¿Cómo? –preguntó Oin extrañado por su repentina motivación-. ¿Qué quieres decir?
Fili salió de la cocina y caminó hacia la cama junto a la ventana.
-Al Bosque Negro. A por un elfo que pueda salvarle.
Nada más llegar junto a su hermano y ver de nuevo su pobre estado, la adrenalina de la nueva esperanza que había surgido lo abandonó, y se sentó en la silla. Kili seguía durmiendo. Pasó los dedos y despegó el flequillo de su empapada frente. Escuchó los pasos de Oin yendo a su lado.
La pena había regresado al instante al joven, la presión en su pecho y la debilidad no lo abandonarían mientras tuviera esa imagen de su hermano. Pero aun así estaba preparado para hablar de eso.
-¿Estás seguro de esto, Fili? –le preguntó el enano. En esa pregunta resumía todos los hechos de que lo encarcelarían como volviera a poner un pie en el reino, de que era casi imposible que un elfo accediera a ayudarle. Pero también, el que le hubiera contado aquella posibilidad de salvarlo, resumía todo aquel plan que pensaba hacer.
-Tengo que hacerlo –a pesar de la desolación que lo invadía, consiguió hablar con decisión-. Si existe una sola posibilidad de salvarle, tengo que intentarla. Hasta el último momento. Mientras nos quede una mínima esperanza, he de luchar por ella.
Había una sonrisa orgullosa en el rostro de Oin cuando dijo esas palabras. Siguieron unos instantes en silencio, Fili miraba el rostro de Kili en busca de unas fuerzas imposibles de encontrar. Pero al final una pregunta surgió.
-¿Qué tengo que hacer? –en realidad con solo pensar un poco tendría claro como debería ser su plan, pero sentía que debía ser Oin quién se lo dijera. Él era más mayor, más sabio; él había sido quién le había dado esa última esperanza.
-Ve a buscar la ayuda de los elfos, Bofur te acompañará si hace falta…
-No –le cortó-. Si somos más, habrá más riesgo de que nos atrapen.
-Como quieras. Pero el caso, Fili, es que… yo voy a hacer todo lo que esté en mi mano para mantenerle hasta que vuelvas, pero… tienes que darte prisa.
El joven no respondió. Se quedó quieto, muy cerca del rostro de su hermano, sintiendo su cálido aliento. Cerró los ojos con fuerza reprimiendo un sollozo. Ese podía ser su último momento juntos. Un escalofrió lo recorrió al pensarlo. Y ni siquiera estaba despierto en la despedida… Si iba y no llegaba a tiempo, no podría pasar sus últimos momentos con él, pero si no iba…
Se levantó de la silla, para poder inclinarse sobre la cama, más cerca de él. Aquello podía ser un adiós. Colocó su frente contra la suya, sintiendo el agobiante calor que escapaba de ella, haciéndole soltar un lastimero sollozo. Pero ahí, puso una mano en su cabello, y le habló.
-Kili, voy a ir a buscarla –dijo en susurros, solo para él, aunque sabía que no podía oírle-. A ella, la elfa. La voy a traer aquí, y te curará. Hermano, vamos a conseguirlo. Voy a estar contigo, todo va a ir bien.
Eran unas palabras tan fantasiosas que ni él mismo conseguía creer. Se entristeció más al verse incapaz de aceptar sus propias mentiras.
Abrió los ojos, y se quedó contemplando el rostro dormido de su hermano pequeño. Sentía los ojos húmedos, y hubo lágrimas que no pudo detener. Dio un suave beso en su frente, fraternal, protector.
No muy lejos de esa escena, había una muchacha humana que había estado contemplando al enano más joven, una muchacha que acababa de hablar con su padre buscando un permiso.
-Yo te llevaré –dijo Sigrid acercándose a la cama donde estaban los tres enanos. La voz de la humana hizo al joven alzar la cabeza y mirarla. Ella tenía los ojos brillantes y llenos de decisión-. Necesitas un barco para cruzar el lago.
Las miradas de ambos se cruzaron, Fili la miraba desde abajo con un verdadero agradecimiento en sus ojos azules, aunque no fuera capaz de expresarlo. Oin miró a Bardo, quien asintió, dándole su consentimiento.
Sigrid se acercó un poco más al enano, tendiéndole una mano para levantarse, como si supiera que la necesitaba. Apartando la mirada de reojo a Kili, tomó su mano. Fueron hacia la puerta, Fili lo hizo sin mirar atrás.
Pero en el último momento, cuando estaba en el marco, se giró por completo para verle. Para conservar esa imagen de su hermano. Permaneció más segundos de los que parecían necesarios, pero Sigrid no le amainó. Le dio todo el tiempo que necesitara, lo comprendía y compadecía demasiado.
El enano bajó la cabeza, casi apoyando la frente en el marco, con un inaudible sollozo. Dio unos pasos más hacia Sigrid, que ya lo esperaba en el barco.
No era el mismo con el que los habían llevado a la ciudad, sino un más pequeño –y rápido, intencionado por la chica-. Ella se colocó en la parte de atrás para dirigir, y Fili no muy lejos. Se sentó en la madera, tenía que reservar las pocas fuerzas que tenía para cuando estuviera en tierra. Se envolvió lo más posible en su abrigo donde guardaba sus armas. Hacía frío.
Había silencio. Nada lo rompía excepto el barco rompiendo el agua. Fili apenas podía ser consciente de las miradas que Sigrid ponía sobre él. Estaba centrado en el recuerdo de su otro viaje a través del lago. Por entonces la herida de Kili no parecía nada más que una simple herida de batalla. Solo un rasguño, como él había dicho. Solo un rasguño.
Se estremeció al recordar cómo había empezado todo eso, y hasta donde les había dirigido. Ahora no debería estar yendo en un barco de vuelta al reino donde les habían encerrado. Debía estar en los salones de sus antepasados junto con Kili.
Aquella era la imagen que había tenido desde el principio de su viaje. Él y Kili en los salones de Erebor. Le era imposible imaginar aquello sin su hermano.
Ahora, de repente, toda la posibilidad de hacer aquello realidad había recaído sobre él. Y si aquello debía impulsarle para continuar, no lo conseguía. Solo lo desolaba más.
Mientras dirigía el barco, la muchacha no podía apartar la mirada de él. Trataba de moverse lo más rápido que podía pero tenía limitaciones aquel medio de transporte. Ella misma había estado ayudando en todo lo que podía a los enanos desde que habían acudido a su puerta.
Había observado desde la ventana la partida de los enanos, y le llamaron la atención las cuatro figuras bajas que no estaban en ese bote. Nunca olvidaría el miedo que sintió cuando uno de ellos se desmayó, y los demás comenzaron a buscar ayuda desesperadamente. Pero no hubo persona alguna en la Ciudad del Lago que diera auxilio a aquellos enanos que los necesitaban mucho más que los que habían partido a por el oro.
Hasta que llamaron a la puerta de su padre. Un humano que no pudo negarles su ayuda después de ver el pobre estado del más joven. Igual que ella había hecho todo lo que había estado en su mano por ellos. Al principio su padre se había negado a dejarla llevar al enano por el lago, pero sus insistencias habían logrado que al final se lo permitiera. Quería pensar que el tiempo que ahorraran con eso aumentaría las posibilidades de que pudiera salvar a su hermano pequeño.
Quizá era ese el motivo por el que sentía tanta empatía hacia Fili, porque ambos eran hermanos mayores.
Estaban pasando por la última parte del lago desde la que se podía ver la Montaña Solitaria. Pronto sería ocultada por la niebla y el bosque. Sigrid ponía los ojos en ella, mientras miraba de reojo al enano que ya no parecía estar interesado en aquella montaña. Él seguía observando ninguna parte en la cubierta del barco. Sus ojos estaban tan húmedos que parecían más ocupados en retener las lágrimas que en ver.
Cuantas veces había intentado Sigrid encontrar unas palabras con las que poder hablar con él, subirle el ánimo lo muy poco que pudiera, iniciar una simple conversación con la que mantenerlo al menos unos minutos alejado del dolor de su alma. Pero todos esos intentos se quedaron en una boca abierta en silencio, sin nada que decir, y él sin percatarse.
Solo lo hizo, cuando vio un cambio en él. Ya se divisaba la orilla donde se debía bajar, y Fili se enderezó de la posición que tenía, aún estando sentado. Hubo algo en él que Sigrid vio cambiar, y fue entonces cuando las palabras salieron de ella.
-Nosotros te estamos dando toda la ayuda que podemos –Fili se giró hacia ella, con una ligera extrañeza añadida a la siempre tristeza-. Ahora ha llegado tu momento de actuar. Ir y conseguir salvar a tu hermano.
Acabó apartando la mirada del camino para ahora ponerla sobre ella, la mirada en sus ojos era diferente.
-Sigrid… -dijo con un hilo de voz. No era capaz de responder, pero tenía que hacerlo. Cuando vio que no podía seguir, ella bajó de la parte donde dirigía el barco y fue junto a él.
-Fili, yo también soy una hermana mayor. Entiendo cómo te sientes –dijo con una voz cálida y cercana, mientras se arrodillaba a su lado. Con él, sentía que podía ser más confiada y fuerte.
El joven bajó la cabeza, dejando que el cabello cubriera su rostro. Solo entonces se permitió soltar las lágrimas. Pero cuando alzó la cabeza por un tímido contacto de Sigrid, toda la oscuridad de su interior estaba a flor de piel.
-Tengo miedo… -soltó con un sollozo. No era digno de un enano admitir algo así, ni mostrarse tan débil. Pero estaba con una muchacha humana que podía comprenderle en un barco en un lago mientras su hermano estaba entre la vida y la muerte. Había cosas que ya no le importaban
-Lo sé. Y entiendo que no te veas con fuerzas para hacer lo que ahora debes, pero…
Sus palabras fueron interrumpidas por el choque del barco contra la tierra. Sin su capitana, había podido recorrer solo los pocos metros que quedaban hasta la orilla. Fili se incorporó, casi poniéndose de pie. Pero antes de hacerlo, dirigió una última mirada a Sigrid.
-Date prisa –dijo ella simplemente.
Fili bajó del barco, y rezó porque las energías que había tratado de acumular durante el viaje ahora le acompañaran. Bajo la mirada de Sigrid, que le esperaría en el mismo barco todo lo que hiciera falta, comenzó a correr adentrándose en el bosque.
Cuando llegó al lugar donde habían bajado de los barriles, sus piernas le fallaron un momento. Al ver el charco de sangre que había ahí, sangre de su hermano cuando su herida era todavía reciente.
Allí él mismo se la había tenido que vendar a la desesperada con un trozo de su ropa. Y probablemente ni siquiera lo habría hecho bien. Recordó cuando Oin comenzó a examinar la herida y le cambió aquella venda por unas más limpias. Él al no encontrar un sitio para tirarla y no querer dejarla en cualquier lugar por la casa de Bardo, se la guardó.
Comenzó al instante a buscar por todos sus bolsillos, a tientas entre las armas, hasta que dio con ella. Y cuando la miró, se percató de cosas que no había visto antes.
Estaba negra, la sangre no se había coagulado. Aquello era muy grave, ¿cómo no se había percatado de ello?
Volviéndola a guardar, sin querer perderla, se puso en camino de nuevo, río arriba, dejando atrás el charco de sangre de su hermano.
Comenzó a correr. Por los caminos lisos que se encontraba entre la maleza salvaje, sin alejarse del río, pues su corriente lo debía guiar.
Más de una vez se tropezó, perdiendo durante un instante el control de sus piernas por culpa de una raíz o una piedra. Pero siempre recuperó su equilibrio sin tener que darse contra el suelo. No podía permitirse ir perdiendo tiempo así.
Aquel recorrido ya lo había hecho antes, en el sentido contrario. Ojalá pudiera contar con una subida tan rápida como había sido su bajada en los barriles, pero no había manera alguna de que fuera así. Inevitablemente el recorrido se alargaría, y eso era algo que le atemorizaba mucho.
La clave de ese plan estaba en si llegaba a tiempo o no. La diferencia entre la victoria o el fracaso, la vida y la muerte, estaba en tan solo unos minutos. Unos segundos.
Cerró los ojos con fuerza, queriendo evitar pensar eso, y volvió a poner la vista en su camino. Aún no había avanzado mucho del recorrido, ni siquiera podía ver a lo lejos la presa de los elfos.
Aquella presa donde…
Agitó la cabeza. Por lo que más quisiera, tenía que dejar de llevar a su mente pensamientos que lo debilitaban.
Aceleró más. Movió sus piernas a una velocidad que pocas veces había alcanzado antes. No le importaba llegar al límite de sus músculos, sus pulmones o su corazón. No le importaría caer desmayado una vez todo aquello hubiera acabado.
Sentía su rostro enrojeciéndose, el sudor empapándolo; las bocanadas de aire insuficientes como para llenar sus pulmones, el dolor en su lado a cada respiración, los músculos de sus piernas moviéndose sin cesar cada vez más débiles e incapaces, el corazón latiéndole en las sienes a un ritmo que parecía querer salírsele del pecho.
Y a pesar de la determinación de su espíritu, llegó un momento en el que su cuerpo falló.
Un tropiezo con sus propios pies, cuyas piernas débiles no pudieron remediar. Sus brazos llegaron justo a tiempo para detener la caída. Con las pequeñas pero afiladas piedras del suelo sus manos y su rostro se arañaron.
Hubiera deseado ponerse en pie en el mismo momento en el que la caída había finalizado, pero cuando sus huesos dieron contra el suelo, y encontraron al fin un instante de descanso tras aquella paliza, no quisieron dejarle levantarse.
Y conforme se vio incapaz de seguir avanzando, una horrible sensación de impotencia lo invadió. Se sus pulmones salieron sollozos e hipeos, dificultando aún más su respiración.
Sintió que se mareaba por la falta de aire y el agotamiento. La cabeza le retumbaba, sentía que podía perder el conocimiento ahí mismo. Y si aquello ocurría…
Solo le quedaba una opción. Por primera vez desde que había sucedido esa desgracia, trató de llevar la imagen de Kili a su mente. Desde que le habían clavado la flecha, todo el daño que le había ido haciendo lentamente, cuando se había desmayado en sus propios brazos, sus desgarradores gritos con que solo le tocaran la herida… Lo que ocurriría si ahora no se ponía en pie.
Estaba tan débil que este movimiento le supuso un enorme esfuerzo. Buscó a tientas la espada más grande que tenía, y empuñándola fuertemente la clavó en el suelo. Lentamente, apoyándose en ella, fue levantándose.
Y volvió a correr. No tan deprisa como antes, era incapaz, pero aun así nada más ponerse en pie reanudó su camino.
Un camino que apenas duró unos metros. Hasta que llegó a la orilla del río, y lo encontró frente a él.
La presa en la que su hermano había recibido la flecha.
Y al fondo, la fortaleza del reino de los elfos.
Siento no haber encontrado un punto mejor para cortar la historia u.u Por favor, dejad review ^^ En unos días subiré el siguiente capítulo.