"Hay una verdad universal que todos debemos afrontar, queramos o no: al final, todo se acaba".

Pues sí, mis queridos lectores, hasta aquí hemos llegado. Ha sido una bonita travesía para mí y espero que vosotros también lo hayáis disfrutado a pesar de mis esporádicas actualizaciones.

Muchísimas gracias por tomaros un ratito para leer las locuras que se me ocurren, y, especialmente, aquellos que además me dejan una review. Siempre ayuda saber vuestras opiniones y gustos.

¡Hasta la próxima!

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Capítulo 30:

No sabría decir cuánto tiempo habían pasado en el Alfa Romea humeante y completamente abollado. Jane alzó la cabeza de donde se la había golpeado contra el volante y dejó escapar un gemido. Para haber sido ella la que había recibido el golpe más fuerte –el todoterreno las había embestido por su costado- sus heridas eran mínimas. Sí, sentía que alguien había tratado de arrancarle la cabeza de cuajo, todo le daba vueltas, algo caliente caía por su mejilla, y las costillas le palpitaban dolorosamente, pero un golpe así en otro coche y ella no habría salido de él viva para contarlo.

Volvió a la realidad cuando su cerebro registró el fuerte olor que impregnaba el aire: gasolina.

Orientándose, descubrió que estaban en una especie de zanja entre dos cuestas empinadas cubiertas de maleza revuelta por el accidente y rocas. Su siguiente prioridad fue girarse tan bruscamente hacia el lado del copiloto que todo su cuerpo protestó con el gesto, pero necesitaba ver que Maura estaba bien o no sería capaz de respirar nunca más. Esquivó un hoyo en la chapa del techo del coche y descubrió con alivio que la forense estaba con los ojos abiertos, sana y salva. Relativamente.

- ¿Estás bien? – preguntó con voz rasposa.

- Mi pierna – gimió la rubia.

Por primera vez, Jane dejó que sus ojos vagaran más libremente por la figura apenas iluminada de Maura. Tenía un corte en la mejilla que sangraba profusamente y su pierna estaba atrapada entre la guantera y la radio de policía. Aparte de eso, no había salido muy mal parada. La detective hizo una nota mental para acordarse de agradecerle a Giovanni por mantener los airbags en perfecto estado.

La forense tenía ambas manos en su muslo izquierdo y el rostro torcido en una mueca de dolor.

- Vale – dijo Jane tras analizar la situación. – Déjame ayudarte con eso.

Tiró de su cinturón con fuerza para desatascarlo y se libró de la tira de tela que le había salvado la vida, entre otras cosas. En un gesto reflejo, su mano izquierda voló a su cadera para comprobar con alivio que la pistola no se le había caído en una de las muchas vueltas de campana que habían dado. Con cuidado de no golpearse con el techo aboyado, se inclinó todo lo que sus doloridas costillas le permitieron y agarró la rodilla de la rubia delicadamente.

- A la de tres tiramos, ¿vale?

Maura se limitó a asentir, respirando sonoramente, el sufrimiento escrito de manera notable en sus ojos. Jane contó en voz alta hasta el número indicado y ambas empujaron la pierna para que saliera del hueco donde se había quedado enganchada. La forense dejó escapar un grito de dolor cuando consiguieron que se moviera un poco.

La detective esperó a que Maura recuperase el aliento antes de volver a intentarlo. Una vez más, la pierna se deslizó unos centímetros hacia la libertad.

- Aguanta un poco más – susurró entre dientes, captando la imagen del sudoroso rostro de la doctora por el rabillo del ojo. – Una, dos y…

Una bala reventó el –milagrosamente intacto- retrovisor izquierdo del coche. Ambas se encogieron ante el sonido, tomadas por sorpresa. Jane masculló una maldición entre dientes y desabrochó el cinturón de Maura con algo de dificultad.

- Abre la puerta y sal – ordenó casi en un ladrido.

- Pero, Jane, mi pierna… - empezó a objetar la rubia.

Otra serie de disparos abrieron agujeros en la ya de por sí magullada chapa del Alfa Romeo. Saltaron un par de chispas y ambas compartieron una mirada de preocupación.

- Tenemos que salir de aquí – constató Maura con urgencia.

La detective se giró para encarar la ventanilla del conductor, reclinándose hacia atrás sobre el freno de mano y contra el hombro de la forense. Desenfundó su arma en cuestión de milisegundos. Sentir el peso de la Glock en las palmas de sus manos le devolvió algo de su mente fría de policía. Respondió con dos disparos, lo suficiente para darles algún tiempo pero no tanto como para quedarse sin balas.

Colocó ambos pies contra la puerta para tener una superficie de apoyo y empujó el hombro de Maura con fuerza. Esta se tragó un grito de dolor cuando su pierna salió del hueco con brusquedad y salió rodando hasta caer contra el suelo del bosque. Jane cubrió su huida con otros dos disparos, trepando con codos y piernas por los asientos para salir del coche. Paró unos segundos para recuperar su machacado iPhone del suelo del vehículo. La forense tiró de la morena para sacarla de allí antes de que una de las balas las hiciera volar por los aires.

Usando la cobertura que les proporcionaba el Alfa Romeo y la oscuridad de la noche, salieron corriendo por la zanja y escalaron la cuesta opuesta a donde Connor estaba. Tropezaron varias veces pero nunca dejaron de moverse. Ya fuera corriendo, andando o reptando cual serpientes, recorrieron lo que les pareció medio bosque con la sensación de tener al diablo pisándoles los talones.

- Vamos – instó la detective cuando vio que Maura se había quedado algo rezagada. – Tenemos que salir de aquí.

- Jane, necesito parar – suplicó la forense, cojeando lo más rápido que podía.

Cuando era pequeña y viajaba con sus padres durante varias horas sin descanso en el coche, se le quedaban dormidas las piernas por tenerlas colgando tanto tiempo. Al parar en una gasolinera a hacer pis o repostar, Maura siempre tenía la sensación de que iba flotando porque no sentía los pies que ponía en el suelo para caminar.

En ese momento, huyendo entre árboles, tuvo otra vez la misma odiosa sensación. Su pierna izquierda cedió bajo su peso, eventualmente, y la forense cayó al suelo cuan larga era.

- ¿Maura? – preguntó Jane, su miedo transparente en su voz, mientras se acercaba corriendo y se dejaba caer de rodillas junto a ella. La sacudió por los hombros, temiendo que se hubiera desmayado por una hemorragia interna o una contusión o…

- Estoy bien – replicó la aludida con apenas un hilo de voz. Incluso bajo la pobre luz de la luna, la detective podía ver que estaba mortalmente pálida, y eso hacía destacar más aún el golpe de su mejilla. – Pero me duele mucho la pierna, Jane, no creo que pueda seguir caminando.

La detective frunció el ceño. Su pecho se agitó como si tuviera a un King Kong furioso enjaulado en su interior. Con manos temblorosas, recorrió el rostro de la forense para cerciorarse una vez más de que realmente estaba allí con ella.

- Vale – susurró, más para sí misma que para la rubia. – Déjame ver.

Arrastró las rodillas unos centímetros y bajó la cremallera de la bota de equitación que llevaba Maura. Al quitarle el zapato y tocar la pierna herida, se le escapó una exclamación de horror y retiró la mano como si le hubiera quemado.

- Maur, estás… Está hinchada, amoratada y fría como un cadáver. ¿Qué demonios te está pasando? – tartamudeó, completamente aterrorizada.

La forense se alzó sobre los codos para echarle un vistazo a la parte inferior de su pierna izquierda. Jane tenía razón, sumado a que apenas la sentía y le dolía muchísimo, estaba hinchada y pálida como un muerto.

- Es el síndrome compartimental. Me he debido de romper la arteria posterior tibial en el accidente cuando se me ha quedado la pierna enganchada. – Frunció el ceño pensativamente. - La presión aumenta y la sangre que se ha filtrado está ahora atrapada en uno de los compartimentos inferiores de la pierna – continuó Maura explicando. Parecía que el centrarse en sus conocimientos médicos le ayudaba a calmarse y buscar una solución.

- No entiendo… - comenzó a negar la morena.

La forense se incorporó hasta quedar sentada, sus manos encontrando los hombros de la detective y descansando allí. Jane se estremeció ante el contacto y buscó el rostro de la rubia con desesperación. Tenía tanto miedo que estaba temblando, pero ya no por Connor o por ella misma, sino por Maura.

- El suministro de sangre hacia la parte inferior de mi pierna está comprometido – explicó la rubia con voz calmada y clara.

- ¡Pero has andado perfectamente!

- Jane, perderé la pierna a no ser…

- ¡Que te lleve a un hospital!

- …que me hagas una fasciotomía – terminó ella con calma.

La detective palideció notablemente y sus manos temblaron con aún más fuerza. Negó con la cabeza, casi como si esperase despertarse en cualquier momento si lo hacía con la brusquedad necesaria. Ignoró el mareo, el dolor de cabeza o de cuello, debía centrarse en meter y sacar aire de sus pulmones si no quería desmayarse. Inconsciente no le sería de gran ayuda a Maura.

- ¿Todavía tienes tu móvil? – inquirió de repente la forense.

- Sí, claro, ¿por qué no se me habría ocurrido usar mi móvil? Ah, quizá ¡porque está roto! – gritó Jane agitando el aparato en el aire, presa del pánico, la impotencia y el miedo paralizante.

Maura se lo quitó de la mano y lo golpeó con fuerza contra una piedra. Satisfecha al escuchar el delator crujido de la pantalla rompiéndose más de lo que ya lo estaba, dejó que un trozo triangular de cristal cayera sobre la palma extendida de su mano.

- El cristal templado de las pantallas de los móviles es muy resistente y afilado. – Una pausa. – Quítate la camiseta.

- ¿Qu…? Ahora definitivamente sí que te has vuelto loca.

- La usaré para vendar la herida luego.

- Maura, no quiero hacerlo – confesó la morena.

Pero la rubia no aceptaba un no por respuesta. Comenzó a tirar del borde de la camiseta de Jane hasta sacársela por la cabeza.

- Necesito que me hagas una incisión de quince centímetros aquí – explicó la forense con urgencia, dejando que su dedo índice recorriera la distancia correcta del corte empezando cuatro dedos por debajo de su rodilla. – Y otra de doce centímetros aquí – giró un poco la pierna y volvió a hacer lo mismo pero esta vez en sentido ascendente desde el tobillo. – Debes tener cuidado de no cortar el nervio fibular superficial, va justo por detrás del peroné. Cuando empiece a sangrar, tienes que masajearme la pierna para que salga toda la sangre atascada – buscó los asustados ojos de la detective antes de darle el último aviso. – Será negra.

Jane se la quedó mirando, inmóvil, atónita, con la boca abierta, parpadeando cuando la rubia le tendió el trozo triangular de cristal.

- ¿Estás loca, Maura? – estalló de forma súbita. - ¡No puedo hacerlo! ¡No puedo cortarte con un trozo de cristal que has sacado de la pantalla de mi móvil!

La forense, esperando una reacción similar, agarró el rostro de la detective entre ambas manos. Conectó sus ojos antes de que a la morena le diera un ataque de ansiedad.

- Necesito tu ayuda, Jane. Lo haría yo pero no tengo la fuerza necesaria.

- Maur, no puedo…

- Por favor – suplicó, al borde de la desesperación ella también. Cogió aire profundamente, tenía que mantener la calma por el bien de la detective. – Por favor – repitió con un poco más de firmeza. – La verdad es que le tengo mucho aprecio a mi pierna.

La morena bufó ante el débil intento de bromear de la forense pero se dio cuenta de que realmente era una cuestión de vida o muerte. Aceptó el triángulo cortante que la rubia le tendió de nuevo con manos temblorosas y colocó la punta sobre la pálida piel de la pierna de Maura justo en el punto que esta le había señalado al darle las indicaciones necesarias.

- Adelante, estoy bien – la animó la forense, reclinándose sobre los codos con más tranquilidad de la que realmente sentía.

Jane aplicó un poco de presión y pudo ver cómo la punta desaparecía entre la carne de Maura. Con un gemido estrangulado soltó el cristal y se llevó ambas manos a la cara.

- No… - se atragantó con las palabras, lágrimas a punto de caer de sus ojos. Parpadeó con fuerza y recuperó el triángulo transparente del suelo. Lo apretó con tanta fuerza en la mano que pudo sentir los bordes mordiéndole la piel y la sangre escurriéndose entre sus dedos. – Lo siento – dijo de todo corazón. – Lo siento muchísimo.

Llena de resolución, hundió por segunda vez la punta en la carne de Maura y no se paró aunque ella se sacudió bajo su agarre.

- Más profundo – ordenó la forense mascullando entre dientes apretados por el dolor. – Puedo soportarlo, estoy…

Su voz se apagó cuando Jane clavó con más fuerza el cristal en su carne y lo deslizó hacia abajo para hacer quince centímetros de incisión. Dejó escapar un grito que le heló la sangre en las venas a Jane y se convulsionó violentamente hasta caer contra el suelo, flácida.

- ¡Maur! – gritó la detective lanzándose sobre ella. La sacudió pero la rubia no dio señales de volver en sí. – Oh, dios – susurró para sí misma.

Agarró de nuevo la pierna de la forense e hizo la segunda incisión. Luego comenzó a masajear como le había explicado Maura hasta que un espeso líquido negro brotó de la herida a borbotones, manchándole las manos. Contuvo una náusea y apartó la mirada pero sin dejar de masajear.

Cuando la cascada de sangre coagulada cesó, rompió su camiseta en tiras con ayuda del triángulo de cristal ensangrentado y vendó con firmeza la pierna de la forense, poniendo varias capas por miedo a que no aguantaran la sangre. Ni siquiera se le pasó por la mente atender sus propias heridas, estaba demasiado preocupada por Maura como para pensar en sí misma. Al terminar, se arrastró por el suelo hasta depositar la cabeza de la forense en su regazo, un brazo protectoramente cruzado por su pecho, la mano izquierda abandonando la Glock para acariciar los sucios y enredados rizos rubios en un gesto calmante para ella y –esperaba- útil para Maura.

- Maur – la llamó en un susurro, lanzando una mirada nerviosa hacia el silencioso bosque. Demasiado silencioso para su gusto. – Cariño, tienes que despertar – urgió acompañado de una sacudida.

La forense murmuró una retahíla inteligible pero no abrió los ojos.

- Vamos, Maur, vuelve conmigo – volvió a intentar Jane.

Esta vez la aludida movió la cabeza como si estuviera negando y sus párpados se agitaron. Al ver que estaba funcionando, la detective continuó susurrando cosas para atraerla a la consciencia. No le parecía seguro quedarse demasiado tiempo allí tiradas, Connor debía de estar registrando el bosque en su busca, no era tan estúpido como para creerlas muertas.

El crujido de una rama confirmó sus miedos. Jane se tensó, una mano cubriendo la boca de la forense por si volvía a tratar de decir algo, la otra agarrando con fuerza la empuñadura de la Glock. Casi sin respirar, aguzó los oídos hasta que creyó captar el zumbido de su propia sangre en sus venas. Un pájaro revoloteó entre las ramas de los árboles y la morena poco más y le dispara.

- Maur, necesito que despiertes ya – susurró acariciando el rostro de la mujer tumbada sobre ella.

La doctora, por toda respuesta, comenzó a emitir pitidos por la boca. Tenían un ritmo propio, como una cadencia que a Jane le resultaba familiar pero que no conseguía recordar.

- ¿Qué intentas decir? – le preguntó aunque sospechaba que era inútil.

- Móvil.

- Ya te he dicho que está roto – contestó la detective, confundida.

- Bep-bep-bep. Beeep-beeeep-beeeep. Bep-bep-bep.

Jane frunció el ceño. Corto, corto, corto; largo, largo, largo; corto, corto, corto. Punto, punto, punto; guion, guion, guion; punto, punto, punto. SOS.

- ¡Código morse! ¡Eres un genio, Maura! – exclamó la morena, inclinándose para darle un beso en la frente. La forense se limitó a suspirar y seguir emitiendo pitidos. – Venga, tenemos que llegar hasta el coche.

Se levantó, tirando de la rubia con ella para incorporarla. Primero la dejó sentada, luego se arrodilló a su lado y se pasó uno de sus pesados brazos por encima del hombro. Rodeó su cintura y alzó a la forense sobre sus dos pies. Antes de caer de nuevo al suelo, desequilibrada por el peso muerto de Maura sin nada que la sujetara, pasó el otro brazo por debajo de sus piernas y la levantó con relativa facilidad.

A pesar de que esa no era la posición ideal, pues impedía que pudiera disparar y sujetar a la forense inconsciente a la vez, se apresuró a través de la interminable masa de árboles. Logró orientarse de alguna forma que escapaba a su entendimiento, desandando el camino que habían corrido huyendo de Connor y su gatillo fácil. Además del sonido de la costosa respiración de Jane, solo se oía el suelo crujir bajo sus botas, hasta Maura se había quedado otra vez callada, la cabeza bamboleándose al ritmo de los pasos apresurados de la detective.

El espeso bosque se terminó abruptamente para dar paso a un claro formado por la empinada cuesta que habían escalado ¿minutos?, ¿horas? atrás. Jane había perdido el sentido del tiempo hacía rato. La forense comenzaba a ser demasiado pesada para su magullado cuerpo, los músculos de los brazos y el torso le ardían por el esfuerzo de mantener un ritmo rápido y sujetar a Maura. Cada vez le costaba más meter y sacar aire de los pulmones, el camino se desenfocaba y enfocaba intermitentemente frente a ella.

Al llegar al borde de la cuesta, cayó de rodillas y dejó a Maura en el suelo con un poco más de brusquedad de la que pretendía. A cuatro patas, cerró los ojos y luchó por ser capaz de inhalar una gran bocanada de oxígeno que hiciera que la cabeza le dejara de dar vueltas, el pecho de doler y la vista de fallar.

Al escuchar el chasquido del seguro de una pistola resonar tras ella se sintió colapsar. Jane se agarró al último resquicio de fuerza que le quedaba y se tensó, las manos convirtiéndose en garras, los dedos arañando la caliente tierra del suelo.

- Levantaos lentamente, las manos en la cabeza – ordenó la voz con acento irlandés de Connor.

La detective se resistió y el cañón del arma golpeó contra la parte trasera de su nuca para recordarle quién tenía el poder. Apretó los dientes hasta que temió romperse alguna muela y se incorporó hasta quedar de rodillas, las manos estiradas a ambos lados de su cabeza. Sintió el calor corporal del hombre en su espalda y el tranquilizador peso de su Glock desapareció de la funda de la cadera.

- Está herida – musitó de forma apenas inteligible.

- ¿Qué dices? – espetó el hombre tirando de sus rizos morenos hacia atrás.

- Está herida – repitió la detective más claramente esta vez. – No puede levantarse por sí sola.

Justo ese momento escogió Maura para comenzar a emitir pitidos de nuevo. Connor entrecerró los ojos e hizo un juicio rápido. Empujó a Jane hacia delante, tirándola contra el duro suelo del bosque. Hizo un gesto hacia la forense con el cañón del arma.

- Levántala.

La detective se dijo a sí misma que necesitaba calmarse para hacer lo que tenía que hacer. Por primera vez en toda la noche fue capaz de recuperar la mente fría de su lado Rizzoli y dejar de pensar como Jane. La sangre que corría por sus venas pareció electrificarse y un torrente de adrenalina inundó su cuerpo, silenciando el dolor de sus costillas o el cansancio. Dejó de temblar, dejó de tener miedo.

Con la calma de un asesino en serie metódico y organizado, dio un paso hacia la forense y se inclinó sobre ella. Se aprovechó de la posición de Connor y de su propia posición para bloquear con su cuerpo cualquier vistazo que el irlandés pudiera echar a lo que estaba haciendo. Enganchó sus dos manos bajo los brazos de la rubia y la levantó un poco. Maura entreabrió los ojos ligeramente, parpadeando con confusión, y volvió a repetir la serie de pitidos.

- Quédate tumbada – le indicó la morena sin que ningún sonido saliera de su boca.

La rubia pareció captarlo porque cerró los ojos y se dejó caer contra el suelo. No más pitidos.

- ¿Por qué tardas tanto? – escupió Connor tras ella, paseándose nerviosamente. El cañón de su pistola no dejó nunca de apuntar a la detective.

Jane se incorporó, secándose la frente con un antebrazo. Los pasos del irlandés se acercaron y vio su oportunidad. Se giró con una rapidez asombrosa, preparada para darle uno de sus famosos ganchos de izquierda, pero no había contado con que Connor se hubiera acercado tanto y su mano chocó con el brazo que el irlandés tenía extendido.

Un disparo resonó en el bosque y la bala se perdió en el aire a la derecha de la detective. Jane se recuperó pronto de la sorpresa y rodeó la muñeca del hombre, torciéndola con fuerza para que no le apuntara. Connor dejó escapar una exclamación de dolor y asombro, pero, para su crédito, no soltó el agarre sobre su arma.

La detective no perdió tiempo y volvió a agarrar la dolorida muñeca del irlandés bajo una garra de hierro. Tiró con toda su fuerza del hombre hacia ella hasta que sus cuerpos chocaron, el brazo que sujetaba la pistola aprisionado contra su costado. Lanzó un golpe hacia su nuez con el talón de la mano por delante, pero él lo bloqueó bajando su barbilla. El puñetazo que había llevado la intención de ahogarle fracasó, sin embargo, Jane no se detuvo. Repitió el mismo golpe pero esta vez impactando en el plexo solar de Connor. Este tropezó hacia atrás, tosiendo, y la detective le dejó marchar con un último giro a su mano. La pistola cayó al suelo con un ruido seco.

Distraída tratando de llegar a ella primero, no vio venir el pie del irlandés hasta que este se estampó contra su costado magullado. La vista se le nubló y trastabilló hacia un lado hasta aterrizar sobre una rodilla, rompiéndose la tela de los pantalones y arañándose la piel. Cuando Connor se agachó a recuperar su arma, la detective se alzó sobre una muñeca e hizo un barrido con su pie, tirando al hombre al suelo con una facilidad asombrosa.

A pesar de que apenas podía respirar, se lanzó en busca del arma al mismo tiempo que él. El pesado cuerpo de Connor cayó encima de ella atrapando sus manos bajo el peso de ambos. La morena se revolvió con fiereza y logró liberar un brazo. Se arrastró unos centímetros hasta que su mano se cerró alrededor del frío metal de la empuñadura de la pistola. Giró sobre sí misma aprovechando que el irlandés se había tirado a por la mano que acababa de agarrar el arma y la metió entre sus cuerpos. El peso de Connor empujó la pistola contra su dedo y el gatillo se encogió sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.

En esta ocasión, el eco del disparo quedó ahogado entre ellos. Ambos abrieron los ojos como platos y miraron hacia abajo a la mancha de sangre que comenzaba a extenderse rápidamente por sus ropas.

Maura despertó mientras cogía una profunda bocanada de aire igual que si fuera un nadador que llevara demasiado tiempo sumergido bajo el agua. Todavía veía la negrura extendiéndose por los bordes de su visión pero luchó por mantenerse a flote.

- ¡Jane! – gritó hacia la figura inmóvil de la detective, atrapada bajo el cuerpo de Connor.

La morena giró el rostro para mirarla, el shock tan claro en su rostro como si alguien lo hubiera pintado con carboncillo. Se retorció y logró empujar al irlandés sobre su espalda. Tenía un gran agujero en la zona de su estómago por el que salía sangre sin pausa.

- Él… Se ha tirado y… - empezó a explicarse, pero las palabras fallaron a la hora de expresar el torbellino de emociones que cruzaban sus ojos.

- Lo sé – asintió Maura.

Ver a la detective sana y salva le causó tanto alivio que cuando la inconsciencia volvió a reclamarla, se dejó llevar tranquilamente. Antes de dejar la superficie por completo pudo sentir las suaves manos de la detective peinando su pelo con esmero.

- R&I –

Alguien movió suavemente su hombro para sacarla del inquieto sueño en el que se había sumido. Se le cayó la cabeza de la mano y la sacudida la despertó de golpe. Parpadeó varias veces, cegada por las fuertes luces blancas del techo, y trató de situarse. Una cara redonda de expresión amable apareció en su campo de visión, una sonrisa comprensiva en los labios, el pelo pelirrojo sujeto en dos trenzas. Confundida, Jane miró a su alrededor y recordó de golpe todo lo que había pasado.

- ¿Maura? – preguntó con urgencia.

- Acaba de despertar y está preguntando por ti – contestó la mujer con dulzura.

La detective asintió y se levantó de la dura silla de plástico en la que había estado sentada durante las últimas seis horas y media. Todo su cuerpo crujió placenteramente a excepción de sus costillas. El médico le había dicho que se había fracturado la quinta y que debía tomarse las cosas con calma. Obviamente, no la conocía bien.

Tratando de no parecer una chiquilla ansiosa, recorrió la corta distancia desde la sala de espera en la que la había forzado a quedarse hasta la habitación trescientos siete. Golpeó la puerta de un azul pálido con los nudillos y esperó impacientemente a que una voz cansada le indicara que podía pasar.

Asomó la cabeza, dubitativa por primera vez desde que le habían dicho que ya podía verla. La deslumbrante sonrisa que le regaló la rubia al reconocerla fue suficiente para disipar todos sus miedos. Cerró tras ella y se situó a un lateral de la cama de hospital en la que Maura descansaba.

Buscó su mano con las suyas, con cuidado de no hacerle daño en la zona donde le habían clavado una vía intravenosa para suministrarle antibióticos que prevendrían la infección.

- ¿Cómo estás? – inquirió con voz rasposa.

- Bien – contestó la forense sinceramente. – Cansada pero bien.

- ¿Y tu pierna?

- Sigue conmigo así que no puedo quejarme – Sus labios agrietados compusieron una sonrisa torcida que se desvaneció al adoptar una actitud seria. – Gracias a ti.

Jane sacudió la cabeza sin aceptar el agradecimiento y Maura apretó su mano para llamar su atención. Cuando aquellos atormentados ojos marrones se fijaron en ella fue como si tuvieran forma física y le hubieran dado un puñetazo que le había robado la respiración.

- ¿Cómo puedes decirme eso después de que hundiera un cristal en tu pierna?

- Si no fuera por ti me habría quedado coja, o Dios sabe qué, pero ninguna de las posibilidades era buena – Se humedeció los labios con nerviosismo.

- Pero te hice daño…

- Jane, no me pidas que no te dé las gracias por salvarme la vida. No importa qué tuvieras que hacer, estoy aquí gracias a ti – dio un nuevo apretón a su mano antes de cambiar de tema. - ¿Cómo estás tú?

- Una contusión y una costilla rota. Voy a tener que estar de baja casi un mes – protestó haciendo un puchero.

- Qué horror – rio Maura. - ¿Pero estás bien, además de eso?

- Tengo mal aspecto, lo sé, pero son solo arañazos sin importancia. Más que nada es cansancio lo que tengo.

- No te han dejado dormir, ¿huh?

- No, la verdad. Entre las declaraciones y mi madre, no he tenido ni un momento de paz – Como para apoyar sus palabras, un bostezo interrumpió el momento.

Maura sonrió con dulzura y se echó un poco hacia un lado, palmeando el hueco libre con la mano libre de vías y agarres. Jane arqueó las cejas, dudando al principio pero luego rodeó la cama, se quitó los zapatos y se tumbó a su lado lentamente con un suspiro de alivio. Apoyó la cabeza en el hombro de la rubia, apretándose contra su costado derecho e inhalando profundamente ese aroma que era de Maura y solo de Maura. Esta ladeó la cabeza y depositó un beso en la frente de la morena.

El lento y seguro latir del corazón de la rubia fue el único sonido que Jane necesitó para encontrar la paz por fin. El calor del cuerpo de la forense y la firmeza de los brazos que la rodeaban le aseguraron que Maura estaba a salvo y que no tenía de qué preocuparse. Lo peor había pasado ya, podía bajar la guardia un rato.

Fue así como las encontraron Frost y Korsak cuando entraron una hora más tarde para darle las últimas noticias. La forense se llevó un dedo a los labios, indicándoles que mantuvieran el volumen bajo, Jane profundamente dormida sobre ella. Si uno de ellos encontró rara la escena, no hizo comentario alguno.

Después de las preguntas rutinarias sobre cómo estaba y qué tal se encontraba, ambos detectives abordaron el tema que realmente interesaba a Maura.

- …así que Connor está en la morgue para que realicen la autopsia…

- Estamos esperando a que Doyle despierte del coma inducido para corroborar la historia y aportar un poco más de información – añadió Frost a lo que su compañero estaba contando.

- …aunque el caso está más que cerrado solo con vuestros testimonios – terminó Korsak.

- ¿Doyle? – inquirió Maura con la boca súbitamente seca.

- Sí, ¿no sabías que sigue vivo? Estuvo cerca, una de las balas no le rozó el corazón de milagro, y la operación fue bastante complicada porque tenía una hemorragia que no lograban localizar pero mala hierba nunca muere.

Vince le dio un codazo al otro detective junto con una mirada de reprimenda.

- Perdón – se disculpó Frost, azorado. – No me había dado cuenta de que…

- No pasa nada – le tranquilizó la forense.

- La cosa es… – continuó Korsak para suavizar la tensión de la habitación. – El caso está cerrado ya, es bastante obvio que Connor le dio el chivatazo a Gallagad sobre las reuniones de Paddy con O'Rourke, se aliaron para que no sucediera, pero cuando las cosas se torcieron Gallagad necesitó desaparecer de forma que no pudo evitar que Doyle se saliera con la suya al final.

- Ambos eran jóvenes y ambiciosos y ansiaban poder liderar a su bando, es comprensible – se lamentó el joven con una sacudida de cabeza. – El error de Gallagad fue ir a por ti, el de Connor es levantar demasiadas sospechas. Según Jane, a Doyle no le costó mucho darse cuenta de quién era el traidor en su familia.

Maura se estremeció, despistada cuando la morena balbuceó algo entre sueños y la abrazó con más fuerza, como si hubiera notado su incomodidad. Se dejó hacer, reconfortada por el simple calor corporal de la detective sobre su piel.

Ambos hombres se sonrieron de forma cómplice.

- Bueno, os dejamos descansar – dijo Frost clavándole un codo a Korsak en las costillas.

- Erm, sí, recuperaos pronto – se despidió el detective con una cálida sonrisa.

Tras promesas de volver cuanto antes con más noticias sobre el caso o el mundo exterior en general, salieron por la puerta en silencio, dejando a Maura con una Jane muy dormida en brazos y una sonrisa tonta en los labios.

Definitivamente, lo peor había pasado ya. Con la tranquilidad que ese pensamiento le aportaba, la forense dejó de luchar contra el sueño que le provocaba la medicación que entraba de forma constante por la vía de plástico y se arrebujó contra Jane.

Lavanda y calidez fue lo último que sintió antes de quedarse domida.