OTRA VIDA, OTRA IDENTIDAD
Capítulo 1: Descubrimiento fatídico
Un joven de desordenado cabello negro azabache, brillantes ojos verde esmeralda, anteojos redondos y con una cicatriz en forma de rayo en la frente, caminaba a paso decidido hacia la gárgola que custodiaba la entrada a la dirección. Sus zapatos negros de cuero con cordones atados parecían nuevos, su capa negra lo protegía del frío, debajo sólo llevaba el uniforme, no tenía la túnica puesta. Una vez que estuvo cara a cara con la gárgola con el pasillo horizontal en el medio, se subió la capucha dejándose llevar por un presentimiento cuya causa no supo identificar.
El joven Potter aun no sabía por qué estaba allí, no entendía casi nada. Casi, lo único que entendía era que debía ir allí por alguna razón. Desde esa mañana había tenido la sensación de que algo ocurría esa tarde en el que ahora era el despacho de la directora Minerva McGonnagall y que él debía saber. No había podido sacársela de encima en lo que iba del día, estaba harto de sentirse así, por lo que decidió seguir su corazón que tantas veces había estado en lo correcto. No había podido evitar llevar su capa, sólo por si acaso.
Harry dijo la contraseña y subió. Ya arriba, fue hacia la puerta y se dispuso a oír a escondidas. Sabía que no estaba bien, pero ¿de qué otra forma de iba a enterar de esa cosa de la que se debía enterar?
- ¡Es que no puedo creer lo que me dices! –exclamó la profesora McGonnagall.
Harry se separó leve y brevemente de la puerta, sorprendido por el tono de la profesora. La oyó casi espantada, prácticamente horrorizada. Volvió a escuchar y abrió los ojos cuando escuchó pasos nerviosos, parecía que McGonnagall caminaba impotente por alguna cosa, de un lado para otro. Eso le sorprendió y confundió mucho. Harry nunca había sentido a su profesora así y se preguntó por qué será.
- Pero es cierto… -decía una suave voz que provocó escalofríos en él.
Su corazón empezó a latir rápidamente. Había reconocido esa voz al instante, pero no podía creerse lo que su corazón parecía empezar a reconocer e intuir. Le parecía imposible. Era como si su mente se negara a creer lo que oía.
- ¡Esto es inaudito! -gritó la profesora- ¡Increíble! –Harry le dio la razón.
- Severus… -empezó a decir la voz de Dumbledore tan conocida para Harry.
El tono del ex director también conmocionó a Harry, tenía mucho enojo rayando en furia y hasta pudo distinguir desprecio… todo junto a la incredulidad. Él nunca lo había escuchado hablar con una voz como esa. ¿Qué estaría pasando como para que estuvieran así?
- Tenía que hacerlo, Dumbledore, no quería perderla –dijo la voz de Snape.
Harry notó al hombre que tanto habían odiado su padre, Sirius y él. Sintió asco y el odio por ese tipo regresó a su corazón. Se arrepintió con todas sus fuerzas de haber pedido que pusieran su retrato en la dirección con los demás directores, se arrepintió de haberlo dejado bien ante los ojos del mundo mágico como a un héroe. Todo el odio que había sentido por Severus Snape regresó a él y se extendió hasta llegar a su alma, su corazón no era suficiente. De pronto, una inmensa oleada de amor por su padre lo recorrió de pies a cabeza y sintió unas ganas tremendas de abrazar a su padrino. Sintió un gran amor por Cornamenta y un gran cariño por Canuto, los verdaderos héroes.
- Te lo dije, Albus. No lo niegues, sabes que siempre tuve razón. Snape no era de confiar, nunca lo fue –dijo una profesora McGonnagall muy, muy enojada.
Harry oyó que algo, o alguien, golpeaba fuerte a algo y supo que su ex jefa de casa había sido la que golpeó a algo. Supo que estaba furiosa y la adoró por eso. Esa mujer era muy importante para él, siempre la había querido y parecía que ella le correspondía el sentimiento en la misma manera. La ola de cariño por Sirius se duplicó y esa copia fue para ella.
- Eso es verdad, Dumbledore. Todos te dijimos que no era nada digno de confianza –dijo voz que le pareció conocida, furiosa-. Todos te lo dijimos… incluso la principal víctima de todo esto.
- Harry Potter –dijo Dippet furioso-. Hasta el hijo de esta mujer te dijo que no podías confiar en él.
Harry se sintió agradecido con el predecesor de Dumbledore por decir su nombre. Al parecer, todos los retratos de ese despacho estaban decididos a hacer de su nombre, una presencia tácita. No importaba que él no estuviera dentro con ellos porque hacían que así fuera con sólo mencionarlos a él y a su postura.
- Ese chico siempre supo que este… individuo merecía toda la desconfianza. Nos mintió a todos, incluido tú mismo. Digno sirviente del heredero de Slytherin.
- ¡Eso no es cierto! –dijo Snape con odio.
- ¿Ah, no? Tú le dijiste de la profecía, le pediste que dejara a Lily para ti, dejaste que matara a su esposo y que fuera tras su hijo. Le robaste la madre a un bebé que no tenía la culpa de nada. ¡LE ARRUINASTE LA VIDA A HARRY POTTER! TODO POR TU MALDITO EGOÍSMO.
Harry se sintió palidecer con todas y cada una de las palabras de Dippet. Cerró los ojos con fuerza tratando de mantener la compostura y lo logró con gran esfuerzo, tuvo que sacar mucho de su temple Gryffindor para conseguirlo. Tuvo que sostenerse de una columna porque le temblaban las piernas. Una vez más entre millones, le agradeció al Sombrero Seleccionador por ponerlo en la casa Gryffindor. Sin duda, ese debía ser su lugar… Porque para soportar todo aquello debía ser valiente y tener temple, control.
- ¿Harry? –dijo la suave voz.
Cuando Harry la oyó, se sintió mejor y peor a la vez. Mejor por escuchar a su madre, por saber que Lily Potter hablaba y de él, de su hijo. Peor por todo lo que Snape había hecho.
- ¿Mi hijo? –preguntó la voz angustiada y conmocionada de su madre.
Harry ya no pudo más. Había escuchado suficiente y agradeció a los cielos por ayudarlo. El dolor y el odio eran demasiados para seguir tolerando ahí.
Reuniendo todo el espíritu Gryffindor que pudo, salió de allí. Bajó a los pasillos y deshizo el camino hasta llegar a una de las salidas hacia los terrenos. Cuando llegó a los terrenos, salió corriendo como un loco y sin importarle nada que no fuera escapar del dolor. Quería esconder de todos, quería esconder todo su odio y su dolor para que nadie lo viera.
En su loca carrera, no se dio cuenta de a dónde llegó hasta que algo lo golpeó con fuerza, levantándolo del suelo para lanzarlo de nuevo dejándolo tirado en el mismo. Agradeció ese dolor físico por hacerlo reaccionar. Hizo fuerza con los brazos y se levantó, esquivó los golpes del Sauce Boxeador y llegó a un lugar que le pareció perfecto para esconderse y aferrarse a algo bueno. Necesitaba aferrarse a algo que le trajera recuerdos no tan dolorosos. Con energías renovadas por saber que sus plegarias habían sido escuchadas, entró a esa casa.
La Casa de los Gritos había sido el refugio de Los Mereodadores y ellos sí sabían quién era Severus Snape. Cuando llegó a la habitación en dónde supieron de la inocencia de Sirius, Harry se sintió a salvo. Necesitaba envolverse de ellos y, ¿qué mejor forma que regresando al lugar en dónde descubrió la historia de Los Mereodadores?
Ya estando en ese lugar tan importante para ellos, decidió pedirles ayuda a Canuto y Cornamenta.
Ayúdenme, por favor. Pidió con su alma.
Momentos después, supo que lo habían escuchado y decidido a ayudarlo. Sintió que sus fuerzas se desvanecían y se desmayó en el suelo.