-Los juegos se están volviendo peligrosamente aburridos –escuché que comentaba uno de los mentores.
-No creo que hagan otro banquete –dijo otro –y eso es lo peligroso, algo tendrán que hacer.
La sala de repente se llenó de un ruido ensordecedor procedente de la pantalla. Fuera lo que fuera lo que quisieran hacer para hacer más entretenidos los juegos lo estaban haciendo entonces. Un gran terremoto sacudió la arena y en la pantalla aparecieron todos los tributos de uno en uno para mostrar sus caras de terror. Annie salió rápidamente de su escondite, ya que era una cueva y podía desplomarse en cualquier momento. Un cañonazo se escuchó. Y entonces otro gran estruendo, mayor que el anterior retumbó por todas partes. Annie, que estaba junto a la orilla del río, alzó la cabeza hacia la zona alta y todos vimos como una cámara grababa su cara de pánico al ver cómo la presa se derrumbaba, dejando que una gran masa de agua acudiese a su encuentro.
-¡No! –grité mientras me acercaba a la pantalla.
Conforme el agua avanzaba los cañonazos se iban escuchando. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Entonces el agua arrastró a Annie con fuerza. Vi cómo intentaba nadar hacia las orillas, pero la masa era tan grande que podía con ella. Solamente quedaban dos tributos en la arena. Y uno de ellos era Annie.
Mags me apretó con fuerza la mano. Annie podía salir viva. La volvería a abrazar.
Y entonces se escuchó el último cañonazo. Pero el cuerpo de Annie había desaparecido en el agua y no sabíamos de quién se trataba. El nivel del agua descendió rápidamente dejando tirados sobre la orilla del río dos cuerpos inertes y uno era el de Annie.
¿Habían muerto los dos? ¿No habría campeón este año?
Y entonces Annie tosió vomitando toda el agua que había tragado. Era la ganadora.
Mags y yo nos abrazamos llorando mientras los demás mentores nos daban la enhorabuena. Annie estaba viva. Estaba viva.
El aerodeslizador que llevaba a Annie aterrizó por la noche en el Capitolio, pero no pudimos verla hasta la mañana siguiente. Primero pasó Mags, por petición propia de la ganadora, y tardó quince minutos en salir. Cuando cerró la puerta me acerqué y cogí el pomo, pero Mags me detuvo cogiéndome del brazo.
-Finnick, tenemos que hablar.
-¿Qué ocurre? –pregunté entre preocupado y ansioso por verla.
-Presenciar la muerte de Mati… Ya no es la misma. No creo que vuelva a ser la chica que conocíamos, apenas reconoce a la gente. –Miró al suelo y sollozó –Tenías que saberlo antes de entrar.
Sacudí la cabeza, tampoco podía ser tan grave. Estaba exagerando. Me separé de ella y entré en la habitación, que se componía de un armario, una cama y un sofá sobre el que estaba sentada Annie observando fijamente a través de la ventana. Los ojos se me llenaron de lágrimas y me acerqué lentamente a ella. Cuando me coloqué frente a ella, me puse de rodillas y le cogí una mano. Pero no reaccionó, era como si ni siquiera la hubiese rozado.
-Annie –dije con la voz entrecortada. –Annie, soy yo, Finnick. Finn.
Seguía con la mirada al frente. Me mordí el labio y sollocé. Mags se había quedado corta. Era mucho peor de lo que había dicho.
-Annie, por favor, mírame. –me incorporé y me incliné sobre ella para que me mirase a los ojos, pero parecía que me atravesaban y seguían observando el paisaje. –Annie, no me hagas esto. Estás viva, estás conmigo ¿no estás feliz?
Entonces pestañeó y enfocó su mirada sobre mí.
-¿Finn? –preguntó con voz ronca.
-Sí, sí, soy yo. Estoy aquí, contigo. –me sequé las lágrimas e intenté sonreír.
Se puso de pie y me estrechó la mano que antes le había cogido.
-¿Me puedes abrazar? –preguntó mientras comenzaba a llorar.
La estreché con fuerza entre mis brazos, como llevaba queriendo hacer desde hacía nueve días, desde que la habían separado de mí para meterla en el aerodeslizador.
-Ya está –susurré intentando que se calmara –Todo a terminado ya… No te preocupes.
Efectivamente, como había dicho Mags, Annie nunca volvió a ser la misma. Me costaba mucho hacerla sonreír, y al principio no sabía cómo calmarla cuando le daban los ataques al recordar la muerte de Mati. Su mirada se había vuelto ausente y las conversaciones parecían un monólogo por mi parte. Pero cada día la quería más. Siempre encontraba pequeños detalles de la antigua Annie que me daban fuerzas y me recordaban por qué la quería tanto. Fui una de las pocas personas con las que Annie estaba cómoda, con las que podía pasar tiempo sin que sufriese ataques. Muchas veces estuve a punto de rendirme a causa de la frustración, le gritaba y descargaba mi ira con ella, aunque nunca reaccionaba y eso me enfurecía más, pero cuando le daban los ataques y conseguía calmarla con una caricia, un abrazo y un beso, veía esa chispa en sus ojos que se veía antes de los juegos y me daba cuenta de que no quería estar con nadie más el resto de nuestras vidas.