¡Hola a todas!
Antes que nada, gracias por darle una oportunidad a esta historia.
Inicialmente surgió gracias a algunos comentarios en el songfic "Te Extraño", donde me animaron a darle continuación o ya sea a escribir una historia larga completamente diferente. Después de estarle dando vueltas al asunto, decidí hacer la combinación de ambas cosas: darle continuidad y escribir una historia larga.
Posiblemente no vayan a encontrar una historia inédita sino más bien, es la reconstrucción de la historia de Kyoko Mizuki, Candy Candy, según mi interpretación y añadiéndole algunos detalles extras. Por lo tanto, está basada en el manga, la antigua novela - que es la novelización del manga - y en Candy Candy Final Story (CCFS).
Para las que están familiarizadas con lo anterior, en algunas capítulos podrán notar que quizás puedan variarse el orden y tiempo de algunos sucesos pero si eso llega a pasar, es solo para que se ajuste a esta historia aunque trataré en la medida posible de apegarme lo más que pueda a la trama original. Si encuentran algún parecido a algún otro fic, por favor tengan en cuenta que nos basamos en la misma historia por lo que las ideas puedan tender a repetirse.
Creo firmemente que Albert es el amor predestinado de Candy por lo que si no compartes esta idea, quizás la historia no vaya a ser de tu gusto pero siempre estás invitada a leerla. La escribo basada en mis creencias.
Habiendo dicho lo anterior, gracias nuevamente por tomarse un poco de su tiempo y acompañarme en esta aventura que espero sea de su agrado.
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Disclaimer:La historia de Candy Candy y todos sus personajes pertenecen a Kyoko Mizuki, las imágenes a Yumiko Igarashi y el anime a Toei Animation. Este es un fic sin fines de lucro solo con motivos de diversión.
CAPÍTULO UNO: Recordando el pasado
Reino Unido, 1934
Desde su habitación, Candy escuchó como el gran reloj de caja acababa de emitir la última campanada anunciando las primeras horas de la tarde. Estando sentada frente a la cómoda, se dio la vuelta para contemplar toda la habitación.
Era notorio que aún vivía rodeada de lujos, no que a ella le importara, aunque no podía negar que las arcas de la familia habían sido golpeadas a raíz de la Crisis del 29. Incluso antes de eso, muchos cambios habían acontecido en la familia. En su caso, habían partido de América y con ello habían dejado atrás amados lugares y recuerdos. Meditando sobre esto, un nostálgico suspiro se escapó de su boca al recordar dos lugares en especial y sin pretenderlo, de pronto se encontró susurrando un nombre: Lakewood…
Si, Lakewood, el lugar donde vivió a principios de su adolescencia; el lugar donde forjó entrañables amistades. Estaba ubicado a pocas horas de viaje de donde sus madres de crianza seguían dirigiendo el Hogar de Pony. Era un lugar que le trajo los más dulces momentos así como tristes recuerdos.
Claro,pensó, tenemos que tener ambas cosas para poder apreciar lo que nos regala la vida.
Fue precisamente en un momento de amargura y tristeza infinita mientras aún vivía en el orfanato, que aquella a la que quería como una hermana le envió una carta pidiéndole que ya no le escribiera más [1]. En un principio había recibido la carta rebosante de alegría y ante la mirada de asombro de parte de sus madres salió corriendo de la edificación con el propósito de leerla. Conforme leía línea tras línea, sentía que su corazón estallaría si no sacaba lo que se le estaba acumulando por dentro. Entonces, salió corriendo a toda velocidad hacia la Colina de Pony, buscando un lugar donde pudiera derramar libremente su alma. Y fue allí justamente donde conoció al Príncipe de la Colina.
Candy sonrió ante el recuerdo y cuando empezaba a evocar ese precioso momento fue interrumpida por un llamado a la puerta.
— Adelante, — respondió.
A la habitación entró una mujer de unos treinta años quien vestía un traje formal.
— Señora Candy, solo venía a informarle que la pequeña Emma ya está haciendo la siesta y los señoritos Tony y Eddie se encuentra con el Sr. Carrington para su lección de la tarde. — La mujer hizo una pausa y luego añadió: — Vine a preguntarle si necesitaba algo.
La nana se quedó de pie frente a ella en espera de su respuesta.
— No gracias, Lidia. Eres muy amable, — respondió, negando ligeramente con la cabeza y otorgándole una cálida mirada.
— Con su permiso entonces, señora Candy.
Después de hacer una leve reverencia, la mujer se giró sobre sí y estaba a punto de salir por la puerta cuando escuchó la voz de su empleadora detrás de ella.
— Lidia, espera un momento, — le escuchó decir a su afable señora y dirigió sus pasos nuevamente hacia ella. — Estaré en la sala de estar por cualquier cosa que se necesite.
Asintiendo y haciendo nuevamente una reverencia, la mujer procedió a salir de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Candy se volvió a girar sobre la silla a manera de quedar nuevamente frente a la cómoda y retomó el hilo de sus pensamientos. Pensar en el pasado trajo consigo otras memorias a su mente: su infancia en el Hogar de Pony; su tiempo con los Leagan; su adopción por la familia Andrew; su primera vez en Londres.
Luego de que abandonara el Colegio San Pablo, durante su viaje de regreso a América conoció a muchas personas y recibió ayuda de todas ellas. Fue así que el cúmulo de experiencias vividas la ayudó a entender que es lo que quería hacer con su vida. Si era cierto, su impetuoso regreso podría haberse definido como imprudente pero como le había dicho la Señorita Pony en una ocasión, si perseveraba, mantenía un corazón puro y tenía convicción, el camino se abriría ante ella.
Inconscientemente, aún sumida en sus recuerdos, Candy giró la cabeza y dirigió la mirada hacia su armario. Un instante después se puso de pie y encaminó hasta ahí sus pasos. Del fondo del armario sacó un objeto que se encontraba dentro. Este brilló ante los reflejos de los primeros rayos del sol de la tarde que entraban en la habitación y Candy observó la pieza con aprecio. Cerró el armario y volviendo a girarse, avanzó hacia la puerta.
De manera pensativa comenzó a descender lentamente las escaleras sujetándose con una mano de la barandilla. Al llegar a su base, sin apresurar sus pasos avanzó por un pasillo que la conduciría a su destino. Se detuvo un momento en la entrada de la estancia, contemplándola desde el exterior. Luego, entró en la sala de estar y colocó el objeto delicadamente sobre su escritorio de uso particular y su mirada empezó a recorrer la habitación con detenimiento.
Entonces los recuerdos de Lakewood volvieron de golpe a su mente. Esta sala era especial para ambos ya que les recordaba el solárium de aquella mansión, aquel lugar que fue testigo de cruciales momentos entre ellos. Al fondo de la estancia había un gran ventanal con puertas francesas de cristal, que daban a una amplia terraza y a los pies de ésta, había un jardín relativamente grande con vistas al río. Al su lado derecho había una consola, y un cuadro que era posible verlo desde cualquier parte de la estancia estaba colgado encima de ésta, justo como él había pretendido. Candy se paró frente al cuadro como siempre lo hacía, mirándolo con intensidad. En la pared opuesta, había una elegante puerta de fina madera que conectaba la sala de estar con la habitación contigua, utilizada como estudio. A los dos les había encantado este detalle ya que así cuando él tenía que trabajar en casa, ella podía estar cerca con los niños en la habitación de al lado.
Dirigió sus pasos hacia el estudio sintiendo la necesidad de ingresar en ese lugar; tenía una urgencia de sentirse rodeada de su presencia. La habitación estaba decorada de una manera exquisita, elegante, sin dejar de transmitir su característico toque masculino. Su loción a maderas y sándalo estaba impregnada ligeramente en el ambiente. Un gran escritorio de ébano finamente tallado se encontraba al fondo, cerca de una gran ventana con la misma vista de la sala de estar. Las paredes hacían de librera donde se encontraban las obras completas de Shakespeare; libros de literatura inglesa y francesa; así como publicaciones de medicina entre muchos otros; todos y cada uno de ellos encuadernados en cuero como era su costumbre hacerlo. En una de las esquinas de la habitación, pequeñas fotografías enmarcadas colgaban de la pared en lugar de retratos. Candy se acercó a éstas a manera de observarlas. Eran fotos familiares pero la que posiblemente tenía un valor más especial, era aquella en donde aparecían los miembros de los Andrew, de los Leagan y los empleados de ambas familias. Lo que la hacía especial no solo era que ahí estaban retratados todos ellos; era también el recuerdo de cuando ella suponía él había empezado a mover sus piezas para darle su lugar y de pronto se encontró siendo invitada a aquella distinguida fiesta. La foto fue tomada para la gran inauguración del Miami Resort Inn, el hotel más elegante de la cadena hotelera de los Leagan. Sin embargo, no podía negar que lo que más atraía su mirada era la imponente figura en el centro de la fotografía al lado de los señores Leagan, Neal y Eliza.
Tío Abuelo William, pensó sonriendo, me ordenaste entre risas que posara junto a ti pero yo me negué a hacerlo. En aquel entonces todavía podía sentirse la tensión en el ambiente por el fallido compromiso con Neal por lo que decidí permanecer al lado de Mary y Stewart…Recordó, haciendo un pequeño mohín.
Siguió observando las fotografías por un momento más, y con una sonrisa en los labios, se dio la vuelta desplazándose tranquilamente de regreso a la sala de estar. Al momento de ingresar, se dirigió hacia donde había dejado el objeto. Delicadamente fue descendiendo sobre una cómoda silla y estirando las manos, tomó nuevamente el objeto que había dejado sobre el escritorio. Lentamente lo delineó con la yema del dedo índice derecho, contemplándolo. Era un gran joyero con incrustaciones de pequeñas piedras preciosas y madreperlas. Cuando terminó de recorrerlo, empezó a abrirlo con sumo cuidado volviendo a soltar otro suspiro. No sabía que era lo que le pasaba que se encontraba un poco nostálgica, bueno, tal vez sí. Ese día se cumplían ya años en que la propiedad de Lakewood pertenecía a otra familia.
¿Qué habrá pasado con el Portal de Agua de Stair, con el Portal de Piedra de Archie y con el Portal de las Rosas de Anthony? ¿Quizás los nuevos propietarios sigan cultivando la rosaleda de las Dulce Candy?, se preguntó.
La rosa Dulce Candy, su color era dulce como solo podrían ser las rosadas mejillas de las hadas. Nunca más había visto nada que se le comparara. Eran las rosas creadas por Anthony, pero ahora ella se encontraba en un lugar tan lejano que ni siquiera podía sentir su fragancia [2]. Recordar aquellas rosas trajo consigo tristes memorias pasadas. La muerte de Anthony…
Sintiéndose abrumada, rápidamente hizo todo a un lado y de manera abrupta se levantó, dirigiéndose hacia el ventanal con tal de tratar de mitigar la opresión en su corazón. Ya habían pasado más de veinte años del fatídico accidente pero aún lo recordaba como si fuera ayer. Cuando venía a su memoria, revivía a su vez la angustia vivida en aquellos días…
Apenas tenía quince años… Nadie merece morir tan joven… Siempre lo llevaré en mi corazón…
Notando como su mirada empezaba a nublarse, se apresuró a limpiar las lágrimas que ya recorrían sus mejillas. De pronto sintió la necesidad de respirar un poco de aire fresco y rápidamente abrió las puertas francesas que daban a la terraza. En el momento en que éstas se abrieron, la fragancia de la primavera la golpeó con fuerza, invadiendo todos sus sentidos. Atraída como un imán, Candy salió a la amplia terraza donde contempló la fuente de ese olor: eran los narcisos en plena floración que invadían todo el ambiente con su característico aroma. Había otras variedades de flores que adornaban delicadamente el jardín, y también había una arboleda y una pequeña rosaleda llena de capullos a punto de abrirse. Un hábil jardinero, que le recordaba mucho al señor Whitman, era el encargado de cuidar el jardín, pero pese a toda su experiencia y pericia, él no estaba a cargo de las rosas. Era ella misma quien se encargaba de su cuidado dedicándoles tiempo y atenciones tal como Anthony le había enseñado. Simplemente no confiaba en nadie para poder hacer este trabajo.
Cerró los ojos y aspirando nuevamente el dulce aroma de los narcisos soltó un suspiró. Un instante después los volvió a abrir y contempló a la distancia como fluía lentamente el Río Avon bajo la luz de la tarde. El afluente terminaba de dar una vista magnífica al muy bien cuidado jardín y también era el lugar donde a ellos les gustaba ir constantemente de paseo por la orilla. Cuando podían, abrazados veían la gloriosa puesta del sol que pintaba los alrededores con sus distintivos colores. De pronto, del agua le llegó una fresca brisa que alivió la tensión de sus agitados pensamientos. Candy sonrió y al volver la vista hacia el rosedal, creyó escuchar la voz de Anthony susurrándole en su corazón con voz serena:
— Candy, continúas viviendo con una sonrisa, ¿verdad?…
— Por supuesto, Anthony. Porque vivo con la persona que amo…
Mientras le respondía sus ojos volvieron a humedecerse. De alguna manera sentía que esto no estaba sucediendo. Estando tan absorta en sus pensamientos no se había dado cuenta del frío viento que soplaba y que ahora escocía sus mejillas. Sí, las estaciones estaban cambiando pero la primavera aún estaba empezando. Por lo tanto, todavía podía sentirse el gélido viento del invierno soplando a lo lejos. Al sentirla, su cuerpo se estremeció haciendo que se rodeara a sí misma y se frotara un poco los brazos.
Creo que es hora de volver a entrar.
Ya habiendo calmado su alma, temblando se dio la vuelta y dirigió nuevamente sus pasos hacia la sala de estar. Habiendo cruzado el umbral, cerró las puertas detrás de ella a manera de conservar un poco el calor y avanzó una vez más hacia la consola para volver a contemplar el cuadro colgado encima de ésta.
En realidad no era un cuadro, era una pintura al óleo que representaba el Hogar de Pony antes de la remodelación, retratado en su totalidad desde la cima de la colina. En él se realzaba la verdosa vegetación, los frondosos árboles con sus hojas verdes y las flores de múltiples colores que llenaban la colina.
— El Hogar de Pony en primavera… — suspiró.
Aún recordaba el día en que él le llevó la pintura. Fue un día como cualquier otro; ella se encontraba en la sala de estar pero cuando él regresó a casa e ingresó en la habitación, pudo percibir que algo pasaba. El aspecto en su rostro y en especial el brillo en su mirar lo delataron. Después de saludarla y que ella se refugiara como siempre en el calor de sus brazos, él regresó por un breve momento al pasillo para traer un paquete rectangular de regular tamaño.
— Mira lo que encontré hoy cuando pasaba por el Mercado de Pulgas de Londres, — le dijo mientras desempacaba el objeto y se lo mostraba con una amplia sonrisa. — Cuando mis ojos se posaron en él, inmediatamente reconocí el lugar y no dudé en comprarlo sin siquiera pelearle el precio al vendedor. Creo que se le debió haber pasado por la mente que pudo haber pedido un precio más elevado ya que sin duda alguna yo lo hubiera pagado, — añadió riendo ahora abiertamente, mirándola con expectación.
Volviendo al presente, Candy recorrió la pintura una vez más con la mirada prestando nuevamente atención a cada uno de sus detalles. Estaba dentro de un marco hecho a mano y sus dimensiones eran 53 x 41 centímetros. En su momento quiso regalársela a sus madres pero éstas le dijeron que era ella quien debía conservarla, que era ella quien más la necesitaba. De esta manera, cada vez que la viera pensaría que estaban allí con ella junto a Slim y los demás chicos.
Slim, sonrió, siento que pintaste este cuadro para mí. Aún recuerdo como llorabas cada vez que caía la noche. [3]
Después de que ella se marchó de Chicago y regresó al Hogar de Pony, le dijeron que el chico había sido adoptado por un herrero de un pueblo cercano. Solo le restaba desearle felicidad donde quiera que Slim se encontrara.
Soltando un fuerte suspiro, se giró sobre sus talones y avanzando hacia el escritorio, procedió a retomar lo que había dejado pendiente. Dentro del joyero estaban las pruebas físicas de su pasado: había recortes de revistas y de diarios; un paquete compuesto por cartas; invitaciones, e incluso un retrato dibujado a mano.
También había una caja musical, aquella que Stear le regaló cuando ella subía al primer tren de la mañana rumbo a Nueva York junto a estas palabras: "Cada vez que la hagas sonar, te acercará más y más a la felicidad". Era el último recuerdo que tenía de él. Esa caja musical de música que en tantos momentos la había reconfortado un día había dejado de funcionar. Candy se había sentido deprimida porque le pareció que había perdido lo último que la mantenía unida a su amigo, sin embargo, algún tiempo después, su amado la había reparado con suma facilidad. Fue por eso que desde entonces decidió guardarla en un lugar seguro por temor a que volviera a averiarse.
Candy la tomó en sus manos y después de mucho tiempo la hizo funcionar. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla ante las notas que flotaban en el aire, haciéndola cerrar los ojos por un momento mientras disfrutaba de la melodía.
— La caja de música de la felicidad de Candy… — susurró en tono nostálgico.
Saliendo de sus recuerdos, Candy prosiguió con su actividad y extrajo el legajo de cartas del interior del joyero. Con cuidado empezó a desatar la cinta azul donde se encontraban amarradas a manera de no desordenarse. Empezó a leerlas una a una. Eran cartas de las personas que conoció en su viaje de regreso a América. Cartas de personas con quienes se relacionó en su tiempo de enfermera. Cartas de Stear, Archie, Annie, Patty y de George. Y otras cartas que no tenía necesidad de leer ya que las recordaba demasiado bien. Haciendo las cartas a un lado y dejando una parte del último grupo sin leer, sacó una invitación amarrada con un listón blanco y la delineó con sus dedos. A pesar del tiempo que llevaba guardada aún no se había decolorado. Era la invitación a la boda de Archie y Annie. Candy volvió a sonreír ante el recuerdo de ese día.
Pasado un momento, sacó del joyero los recortes y empezó a pasarlos uno a uno por sus manos. En su mayoría, eran recortes donde aparecía retratado Terry; eran artículos que hablaban sobre sus presentaciones. Candy había guardado tantos los positivos como los más difíciles de sobrellevar ya que todos se relacionaban con él. Pero había un recorte que Annie le había adjuntado en una carta tiempo después de la ruptura. Por mucho tiempo aquella fotografía la había acompañado a donde quiera que iba y por lo tanto se encontraba bastante deteriorada. Sin embargo, ahí la imagen viril de Terry seguía intacta hasta hoy.
El recuerdo de aquellos días trajo a la mente de Candy el sentimiento que tuvo hacia Susana previo a la ruptura. No podía negar que la odiaba porque le parecía incorrecto que tratara de tener amarrado a Terry usando artimañas. Todo cambió cuando se enteró de la situación y se dio cuenta de la dimensión de su amor. También recordaba la expresión llena de dolor que Terry tenía en el rostro en aquella azotea mientras llevaba a Susana entre sus brazos. Fue ahí que Candy había tomado su decisión: debía renunciar a él. Aquella noche ellos no intercambiaron más que unas pocas palabras y más tarde, tras despedirse, cuando ella estaba cruzando el umbral del hospital dispuesta a marcharse, Terry de improviso la alcanzó por detrás abrazándola de repente, y estrechándola con fuerza pronunció:
"Por favor… permanezcamos así… solo por un instante más…"
Aún recordaba su voz. Aquella profunda voz que tanto adoraba. En aquel entonces, nunca antes había deseado tan intensamente que el tiempo se detuviera. Incluso recordaba el frío de sus lágrimas mientras caían sobre su cuello. Y luego, el calor de aquel pecho que aún latía dentro de ella.
El sonido de la melodía la trajo de vuelta al presente.
Stear, pensar que me construiste esta caja musical como regalo de despedida cuando partiste a la guerra… Qué razón tenías, Stear. En aquella noche nevada tú me salvaste. Sin esta música serena y alegre ni siquiera hubiera logrado regresar a Chicago… Gracias Stear, sí, estoy segura que siempre nos cuidas desde arriba…
Había pasado tanto tiempo desde que no escuchaba aquella suave música de la cual, ni siquiera conocía su título. Quizás fue Stear quien la había compuesto. Olvidándose de lo que estaba haciendo, Candy se apoyó en la silla y se dedicó a escuchar la música con embeleso. De momento no quería recordar más, solo quería escuchar aquella melodía que hacía vibrar su corazón. Poco a poco, las notas empezaron a hacerse más lentas hasta detenerse por completo. [4]
De pronto volvió su mirada hacia el joyero y en su interior observó un retrato hecho a mano que sobresalía.
—Albert… — dijo con un suspiro mientras sus labios empezaban a curvarse en una sonrisa.
Rápidamente tomó el retrato en sus manos y empezó a trazar minuciosamente con la yema de sus dedos cada una de sus facciones. Era el retrato que el Dr. Martin le había hecho para que lo buscara cuando él se apartó de su lado sin dejar rastro [5]. En ese tiempo Albert era simplemente Albert, cuya presencia le traía una maravillosa sensación de seguridad. De pronto un día, la había dejado sintiéndose insegura y vacía cuando decidió marcharse de su lado. Solamente ahora entendía el significado de los vínculos que los unían, como si fueran hilos invisibles.
Colocó el retrato en su regazo colocando una mano sobre éste y luego la otra encima. Dejó que su espalda se recostara sobre el respaldo de la silla e inclinó su cabeza ligeramente hacia atrás hasta que ésta quedó apoyada. De pronto, a su mente vinieron las palabras de una de las cartas que no había leído haciendo que su corazón diera un vuelco. Había sido precisamente esta carta la que marcó el presente que ahora estaba viviendo…
'Querida Candy
¿Cómo estás?
Ha pasado un año desde entonces… Transcurrido este lapso de tiempo, me había prometido a mí mismo escribirte, pero luego, dominado por la duda, dejé que pasaran unos meses más.
Sin embargo, ahora, me he armado de valor y decidí enviarte esta carta.
Para mí nada ha cambiado.
No sé si alguna vez leas estas palabras, pero quería que al menos tú supieras esto.
T.G.' [6]
Actualizado 16-09-17
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Notas de pie de página
[1] Según el manga y el ánime, Candy conoce al Príncipe de la Colina el día en que recibe carta de Annie pidiéndole que no le escriba más. En CCFS, el encuentro ocurre el día que Annie se marcha del Hogar de Pony al ser adoptada, cuando Candy tenía 6 años.
[2] Traducción IT-ES por mí referente a Lakewood. En la versión japonesa Candy menciona que Lakewood ha pasado a otras manos, no dice que fue vendida. Esto cambia ligeramente en la versión italiana que si da a entender esto:
'Ahora la villa de los Ardlay en Lakewood pertenece a otra familia, e incluso los Lagan se han convertido en un grato recuerdo. ¿Qué habrá pasado con el Portal de Agua de Stair, con la Entrada de Piedra de Archie y con la Cancela de Rosas de Anthony? ¿Quizás los nuevos propietarios sigan cultivando la rosaleda de las Dulce Candy?'
El verbo italiano pertenecer utilizado en la traducción da a entender vender, pero Lakewood era una residencia muy amada tanto por Albert como por Candy y demás integrantes de la familia. Si me baso en la versión japonesa, creo que cambió de dueños porque el patriarca y su familia tuvieron que trasladarse a Europa y ya no necesitaban de esa propiedad. Hay que recordar que a pesar que Lakewood era su segunda residencia, era una villa de veraneo y no la residencia principal de la familia.
[3] En CCFS, Candy cuenta que Slim era un chico mulato que vivía en el Hogar de Pony, quien poseía dotes de artista. Cuando esa persona le llevó la pintura, ella pudo notar la firma de Slim en una de sus esquinas.
[4] Todas las escenas relacionadas a Stear, la caja de la felicidad y de Terry, están basadas en las retrospecciones de CCFS.
Como dato adicional, en el anime la Caja de la Felicidad de Candy deja de funcionar justo en el momento en que Stear muere. Momentos antes Candy se la había regalado a Patty. El manga no menciona nada sobre esto. Sin embargo, CCFS nos cuenta detalladamente que pasó con la caja musical. Sí afirma que la caja se averió pero da a entender que fue por el uso y a diferencia del ánime, Candy no se la obsequió a Patty sino la conservó para sí.
[5] En el manga, el Dr. Martin dibuja un retrato a mano de Albert a manera que Candy puedo usarlo para buscarlo después que éste se marchara dejándole solo una nota.
[6] Mi traducción al español de la nota enviada a Candy por Terry, de la traducción oficial italiana de CCFS. Hay una frase que varié con tal que la nota coincida con la historia. El original dice:
'Dejé que pasaran otros seis meses'.
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Notas personales
Hola otra vez
Como muchas sabemos y otras hemos escuchado, la ciudad específica en donde Candy vive en el presente no se menciona en CCFS. Solo sabemos que es un lugar al otro lado del océano en el Reino Unido, que un mar la separa del Hogar de Pony, y que desde la casa donde vive en su presente, puede verse el Río Avon. No quise poner una ciudad específica por lo que dejé abierto para que cada quién si así lo desea, le ponga la ubicación que mejor les parezca en su mente.
El año del presente de Candy se basa en la fecha en que falleció Anthony. Esto fue en 1912 cuando tenía quince años y en el presente, en CCFS Candy menciona que más de veinte años han pasado de su muerte lo que nos da como resultado que fue después de 1932.
Tomando en cuenta que para esta fecha, Candy ya contaba con 36 años, era lógico que ya tuviera algún tiempo de casada y tuviera hijos con esa persona.Al menos eso creo yo.
Espero les haya gustado la introducción a la historia y trataré de irla actualizando a la brevedad posible.
¡Bendiciones!