Capítulo 11
Candy cerró la puerta de su habitación con llave y empezó a sacar la ropa precipitadamente con los ojos empañados en lágrimas. A medio hacer las maletas, se sentó en la cama y se cubrió el rostro con las manos mientras los sollozos le sacudían el cuerpo. Sus niñas. Las niñas de Anthony. Pero Anthony estaba muerto.
Era como perderle dos veces. Lloró al viejo Anthony y al nuevo Anthony. Lloró su amor perdido.
«No perdido», le susurró una voz interior. «Él está aún aquí, lo único diferente es que tiene otro nombre y un pasado distinto».
Pero Albert estaba ahí porque pensaba que debía estar ahí.«Oh porqué ahora que lo amo, nos viene esta noticia... Él es todo lo que he soñado y querido siempre»
Recordó el día que se conocieron, el terror que sintió al darse cuenta de que lo que sentía por Anthony había aumentado, no disminuido. Pero esos sentimientos no los había provocado Anthony, sino Albert.
Hacía meses que había dejado de amar a Anthony. Todo lo que sentía por el hombre que, en aquellos momentos, estaba en ese piso había empezado en la boda de Terrence y había crecido con el accidente, exacta mente como él había dicho.
Pero ya no importaba. A pesar de lo que dijera, Albert solo quería casarse con ella porque lo consideraba correcto, no porque la amase.
Debía irse, no podría quedarse y mirarlo a los ojos, sabiendo que las niñas no eran hijas suyas. No podria soportar su compasión y su sentido de responsabilidad porque lo que mas deseaba de ese hombre era su lío!
«Eso te pasa , Candy por ser tan buena samaritana, ahora que ya sabes la verdad , tu corazón roto no habrá quien lo sane», gimió consigo misma.
Albert llamó a la puerta.
—Candy, sé razonable. ¡No puedes conducir hasta Springfield tú sola!
—Déjame —contestó ella, y siguió haciendo las maletas.
— puedo Candy, es que no lo entiendes. Te amo. No te des por vencida ahora, cielo.
Candy se detuvo al tocar el pañuelo azul que Albert le había regalado.
-Lo siento Albert, pero estar juntos en estos instantes no me permite pensar con claridad. Debo irme, no iré a Springfield estaré lo que deseo.
-Princesa...
Albert vio en los ojos de Candy que su decisión estaba tomada. Ella tenía razón, no merecía ser forzada. Así que le dejó el paso libre hacia fuera del departamento.
Candy cogió su pequeña maleta y lo introdujo en su auto.
-Candy...-suplicó Albert- al menos déjame ayudarte a instalarte donde sea que vayas. No puedo permitir que vayas sola en tu estado. Te prometo que luego me iré.Y esta vez yo conduzco.
Candy no puso objeción alguna, sentía que su decisión flaqueaba. «No, se dijo a sí misma, debo ser fuerte por mis niñas».
Cuando Albert , dejó instalada a Candy en su habitación. Se retiró , mas no se fue del lugar. Estaba preocupado por ella. No quería abandonarla.
Candy sintió un líquido caliente correrle por las piernas y gritó.
—¡Oh, no! —gimió ella—. No, no, no. Ahora no, no.
Pero la sensación continuó, seguida de una primera contracción. Al parecer, sus hijas estaban decididas a nacer en Chicago. Más lágrimas le resbalaron por las mejillas mientras, sin éxito, trataban de practicar las técnicas de respiración para el parto.
Albert que había escuchado su llanto,desde el otro lado de la puerta, llamó preocupado.
-Candy... por favor , abre princesa...
Por fin, Candy abrió la puerta.
—Estoy de parto —dijo ella sin más preámbulos.
A Albert le llevó unos segundos asimilar esas palabras.
—¿Las niñas van a nacer?
—Será mejor que me lleves al hospital.
—Primero voy a llamar a la ginecóloga —dijo él con una nota de alarma en la voz.
—Date prisa.
Mientras Albert corría al teléfono y hacía la llamada, Candy agarró una toalla del cuarto de baño y luego levantó su maleta. Albert regresó rápidamente y le quitó la maleta; al hacerlo, sus manos se tocaron. Entonces, Albert bajó la cabeza y la besó en la mejilla.
—Esto no cambia nada —le advirtió Candy—. No voy a quedarme. Tan pronto como... podamos viajar...
—Ya hablaremos de eso en otro momento —le interrumpió él.
Durante unos momentos, se mantuvieron la mirada. Candy estaba pensando que él no era el padre de sus hijas, que su vida estaba en California y que incluso podía tener una novia allí.
—¿Quién es Julia?
Albert arqueó las cejas antes de contestar.
—Mí socia en el despacho.
—¿Eso es todo lo que es para ti?
—Fuimos novios...
Pero Albert se interrumpió cuando ella lanzó un gemido al sentir otra contracción.
—Respira hondo —dijo él—. Recuerda, tienes que concentrarte. Bien, agárrate a mi mano... así...
Candy hizo lo que él le decía y empezó a calmarse.
—Cielo, tenemos que irnos.
Y Albert tenía toda la razón.
Albert había agilizado todo para que Candy sea atendida sin demora. La habitación del parto estaba lista y ella gemía debido al dolor de las contracciones.
Candy estaba agradecida que a pesar de el dolor y los gritos ,él no se apartara de su lado.
—Lo estás haciendo muy bien —dijo Albert.
Candy estaba confusa. La verdad era que nunca había tenido intimidad con ese hombre y ahí estaba, ayudándola en el parto.
—Vamos, empuja otra vez —le dijo la ginecóloga.
Candy le clavó las uñas a Albert en el brazo y empujó.
El llanto de un bebé anunció el nacimiento de su primera hija.
—¡Es perfecta! —dijo la doctora.
La ginecóloga tomó a la niña en sus brazos y se la enseñó a Albert y a Candy. Candy vio una inmensa ternura en los ojos de Albert al mirar a la pequeña, una ternura que le llegó al corazón.
—Voy a llamarla Elizabeth como mi madre.
Albert le dio un apretón en el hombro.
—Bueno, aún queda una dentro —anunció la doctora—. Vamos a trabajar.
Después de más ayuda para respirar y más empujar, Candy dio a luz otra criatura. De repente, la sala quedó en silencio. Durante unos momentos, Candy pensó en todos los horrores imaginables... hasta que la ginecóloga rió.
—Estaba equivocada, Candy. No son dos niñas, sino niño y niña. ¡Este es un chico y es igual que su padre!
Todos se volvieron para mirar a Albert, Candy incluida. Las lágrimas corrieron por las mejillas de Albert mientras contemplaba a su sobrino. A Candy se le en cogió el corazón. Deberían ser sus hijos, pensó Candy. Los hijos de Albert.
—¿Y éste, cómo se va a llamar? —preguntó la doctora.
—Anthony —contestó Albert al instante—, como su padre.
Momentáneamente perpleja, Candy miró a Albert, que aún seguía con los ojos clavados en su sobrino.
Pronto, Candy se vio con sus dos hijos en los brazos; uno con un gorro azul y la otra con un gorro rosa. ¡Cómo si no se les pudiera distinguir! No eran gemelos, sino mellizos. Elizabeth era rubia y no tenía casi pelo, pequeña y delicada como una flor. Y lloró hasta que Candy le dio de mamar, pero Candy tuvo el presentimiento de que aquella niña iba a darle mucho trabajo.
Anthony, por el contrario, era más rubio y más tranquilo. Parpadeó varias veces mientras una enfermera lo tenía cerca de Candy para que ésta pudiera agarrarle la mano y verle los azules ojos. El niño le recordó a su padre.
No, no a su padre, sino a su tío. El niño se parecía a Albert.
Candy se volvió para decírselo.
Pero Albert se había marchado.
Albert estaba sentado al lado de la cama de Candy, esperando a que despertara, lo mismo que ella había hecho con él. Había dos cunas en la habitación, cada una con uno de sus sobrinos, ambos tan dormidos como su madre. Era difícil imaginar un lugar en el mundo más seguro que aquella habitación, pensó Albert.
El único problema era que tenía miedo de perderlos.
De repente, Candy abrió sus verdes ojos y los clavó en él.
—Mis niños...
—Están aquí, durmiendo. Son preciosos.
Candy se incorporó hasta sentarse en la cama y miró a sus hijos. Sus labios esbozaron una radiante sonrisa, que se desvaneció al volver a clavar los ojos en Albert.
—Albert, te marchaste sin avisar. ¿Adonde fuiste?
—Fui a casa de mis padres para decirles lo de los niños... y también lo de Anthony. Como puedes imaginar, les ha impresionado mucho. Les llevará un tiempo adaptarse, pero se recuperarán. Yo los ayudaré. Después, he ido a la oficina para aclarar la situación y también para decirles que tengo intención de visitar al fiscal del distrito para contarle lo del coche de Dalton.
—Has estado muy ocupado.
Él se echó a reír.
—Nada comparado con lo que va a pasar cuando vaya a hablar con el detective Hill. No va a creerme. Candy bajó el rostro y se miró las manos.
—Albert, ¿quién es Julia?
—Ya te lo he dicho, mi socia en el despacho.
—¿Y tu novia?
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Pero sé que está embarazada.
—Sí, su marido la ha dejado embarazada, Candy. Lleva tres años casada, con un tipo majísimo. Te van a gustar los dos.
Candy volvió a sonreír; esta vez, a él.
Albert se preguntó si llegaría a acostumbrarse a la forma como la sonrisa de Candy le llegaba al corazón. Lo dudaba.
Uno de los bebés se despertó con un suave, pero exigente llanto. Albert descubrió que se trataba de Elizabeth y la levantó en sus brazos. Era la primera vez en la vida que Albert sostenía en sus brazos a un bebé y le sorprendió lo bien que lo hacía. Besó la dulce cabeza de la criatura.
—Aquí tienes a nuestra hija, Candy.
—Elizabeth —dijo ella con amor en los ojos—. Me recuerda a mi madre: menuda, rubia y cabezota.
Candy besó a la niña en la mejilla y Albert contuvo la respiración.
Después, mirándolo, Candy murmuró:
—Y su hermano es como tú.
—Bueno... Anthony y yo éramos idénticos, como ya sabes. Espero que no te haya molestado que me haya tomado la libertad de ponerle el nombre.
—No —dijo ella.
Desde la cuna, Anthony gimió. Inmediatamente, Albert fue a rescatarlo. El niño calló al tiempo que clavaba sus azules ojos en el rostro de Albert.
Era un niño precioso.
—Los dos van a necesitar un padre.
Albert no se dio cuenta de que había pronunciado esas palabras en voz alta hasta que Candy respondió.
—Estás tratando de asumir la responsabilidad de Anthony —dijo ella con voz temblorosa—. Pero no es necesario, saldremos adelante.
Albert volvió a sentarse en la silla al lado de la cama, sujetando al niño con un brazo. La otra mano la puso en la mejilla de Candy.
—Escúchame con atención, Candy. Cuando recuperé la memoria, me encantó ser yo otra vez. Quería recuperar mi vida, mi propia identidad. Fue por eso por lo que fui a California. A pesar de que mis padres dispusieron de todo lo mío a conciencia, no hay nada que no pueda recuperar. Si me marchara hoy, dentro de un mes tendría mi vida de vuelta.
—¿Cuándo te marchas? —preguntó ella con voz queda.
—Esa es la cuestión. Debido a la amnesia, he cambiado. Me he enamorado. Mi vida en California ya no tiene sentido, y menos para un hombre con una familia. Candy, ¿entiendes lo que estoy tratando de decirte?
Albert vio indecisión en su expresión.
Candy seguía sin estar convencida de sus motivos.
—Estoy diciendo que te amo, Candy. Y si la única forma de tenerte es estar amnésico perdido, me volveré a dar un golpe en la cabeza contra una piedra o contra lo que sea.
—Estás enamorado de mí —dijo ella con reverencia en la voz.
—Eso es, te quiero. Te amo. Y voy a preguntártelo otra vez, Candy, ¿me quieres? ¿Quieres al hombre que tienes delante de ti?¿Me amas?
Candy lo miró a los ojos, unos ojos azules que siempre le habían traspasado el corazón. Ese hombre se parecía a Anthony en muchas cosas; sin embargo, era completamente diferente.
Ese hombre jamás había sido deshonesto, ni con ella ni consigo mismo.
Nunca.
En ese caso, ¿no era lógico llegar a la conclusión de que estaba diciendo la verdad, que realmente la amaba?
—Cielo, ¿cómo no voy a quererte? —contestó Candy, de repente segura de su amor.
—Entonces, ¿te casarás conmigo?
—Sí —dijo ella sonriendo—. Naturalmente que sí.
A pesar de tener a los niños en sus brazos, consiguieron unir sus labios. El beso estuvo lleno de felicidad y amor. Después, pasaron mucho tiempo mirándose, como si les costara mucho trabajo romper esa unión que habían establecido con sus corazones. Albert volvió a besarla.
Candy se separó de él al oír ruido en el pasillo.
—¿Qué será eso?
Albert pareció ligeramente incómodo.
—En un par de segundos, la puerta se va a abrir. Mis padres vienen acompañados de un cura, Terrence trae champán y yo he traído la licencia para casarnos.
Albert se metió una mano en el bolsillo que tenía justo debajo del cuerpo de su sobrino y sacó un anillo que deslizó en el dedo de Candy.
A Candy le gustaron los bonitos pétalos de oro alrededor del brillante.
—¿Te importa mucho que tus tíos no estén presentes? Si quieres, podríamos retrasarla. En fin, tú de cides.
Candy enderezó los ojos ligeramente y se ajustó el camisón.
—Nosotros cuatro estamos aquí, y supongo que eso es lo más importante. Dios mío, Albert, ¿no estoy soñando?
—No, tesoro. Puedes apostar lo que quieras.
Candy necesitaba decir una cosa más.
—Albert, te adoro. Y, desde este momento en adelante, en lo que a mí respecta, Elizabeth y Anthony son tan hijos tuyos como míos. Son nuestros hijos.
Candy le secó las lágrimas que le corrieron a Albert por las mejillas antes de que él bajara la cabeza para besarla de nuevo. Candy deseó que aquel beso durara eternamente.
De repente, la puerta se abrió y ambos bebés se despertaron.
Después, la boda fue como la mayoría de las bodas... a excepción de un novio con una camisa prestada y una novia que, gracias a la sábana que se subió hasta la barbilla, iba de blanco.
Pero lo más importante fue que se hicieron promesas y votos, intercambiaron miradas, lloraron y se besaron tiernamente.
En conjunto, fue una perfecta mezcla de tradición e improvisación... con un futuro de felicidad.
FIN
MILES DE GRACIAS A CADA UNA DE USTEDES . ES UN HONOR PODER COMPARTIR HISTORIAS AFINES A NUESTROS RUBIOS.
DESEO DE TODO CORAZÓN QUE ESTA HISTORIA HAYA ALEGRADO SU DÍA.
A CADA UNA DE LAS LECTORAS, QUE POR ESTE MEDIO HE LLEGADO A CONOCER Y QUE LAS CONSIDERO MIS AMIGAS: GRACIAS POR DARME UN ESPACIO EN ESTE MUNDO MARAVILLOSO DE CANDY Y ALBERT.
DESEO MANDAR UN ABRAZO DE TODO CORAZÓN A :
LU DE ANDREW,
MILUxD,
SARAH LISA,
LADY SUSI
NADIA M. DE ANDREW
PATTY A.
PATTY CASTILLO
LAILA
SAYURI
JOSIE
JENNY
LAURA
CORNER
SOÑADORA
ALEJANDRA
PALOMA
RUBI
LETITANDREW
ELAINE
LAURA
LIS69
NOEMI CULLEN
BLACKCAT
MAYRA
FRIDITAS
CHIDAMAMI
BLODDY DARK
SERENA ANDREW
EYDALICK
SMILEFAN
COMOLASAGUILAS
SWEETPEA
GRACIAS POR HABERME ANIMADO CON UN REVIEW HACIÉNDOME REÍR, O DEJÁNDOME MENSAJES DE ALIENTO.
GRACIAS POR SEGUIRME EN ESTA HISTORIA Y CONSIDERARLO UNA DE SUS FAVORITAS.
UN ABRAZO EN LA DISTANCIA
LIZVET