Abrigo

Si le preguntaran a Mycroft, cuál era el objeto favorito de su hermano, habría respondido que su inseparable abrigo, Sherlock nunca dejaba que nadie más lo tocara y mucho menos que lo utilizara.

Pero claro, siempre tiene que haber una excepción a la regla.

Y la excepción a todas las reglas de Sherlock, era John, eso sin duda, lo sabían todos, menos los dos principales implicados.

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Esa noche, Mycroft había quedado con Lestrade para cenar en su mansión, sin embargo, debido a que un enorme inconveniente había surgido (léase entre líneas un asesinato)no había podido asistir, y Sherlock había mandado a su mejor hombre a averiguar unas cuantas cosas con su hermano.

Por lo tanto, John terminó cenando con Mycroft, quien no iba a dejar pasar una oportunidad de molestar a su hermano tan fácilmente.

El pobre John, ajeno a todos los pensamientos de su anfitrión simplemente disfrutaba de la elegante cena, sin darse cuenta del paso del tiempo, hasta que un enorme reloj anunció la media noche.

-¡Vaya! Debo irme ahora Mycroft, gracias por la información. –el rubio se paró del sillón en el que se encontraba, preparándose para irse.

-Oh, no es nada, siempre es un placer tenerte de visita John. –como todo buen caballero, Mycroft se puso de pie para despedir a su amigo. -¿Quieres que uno de mis coches te lleve?

-No te molestes, conseguiré un taxi. –le sonrió y salió por la puerta principal, un poco extrañado por la sonrisita que tenía el mayor de los Holmes, pero ya tenía suficiente con intentar comprender a uno de los hermanos, no iba a quemar su cerebro intentándolo con el otro, para eso estaba Lestrade.

Perdido en sus pensamientos, caminó sin rumbo, hasta que unas frías gotas de lluvia lo sacaron de su mente.

-¡Mierda! –fue lo único que dijo antes de empezar a correr, buscando un refugió, que no encontró por el simple hecho de que no tenía ni idea de en donde estaba, intento marcarle a Sherlock, pero le fue imposible, pues su celular no tenia batería.

Así que, temblando de frio y perdido, comenzó a caminar buscando un camino para conseguir su taxi.

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Por su parte, Mycroft contaba los segundos que faltaban para recibir la llamada que había estado esperando desde que John salió.

-5… -tomó un sorbo de su té.

-4… -arregló un poco su camisa.

-3… -inspiró profundamente.

-2… -dejó que una traviesa sonrisa apareciera en su rostro mientras tomaba su celular.

-1… -justo cuando terminó de decir el número, su celular sonó, tal cual había predicho. -¿Qué sucede hermanito?

-Mycroft, te he dicho que no me llames así. –respondió Sherlock con vos enojada.

-Claro, claro… -respondió con voz ausente. -¿Se te perdió tu soldadito Sherl?

-… -silencio, "justo en el blanco, como siempre" pensó con orgullo Mycroft.

-Tomare tu silencio como una afirmación, está en Hyde Park, no salió hace mucho, así que no debería de haber avanzado mucho, y menos con la tormenta que está cayendo…

Apenas finalizó su frase, Sherlock colgó, para seguramente salir corriendo en busca del señor Watson.

-No deberías manipularlos de esa manera Myc…

-No niegues que a ti también te divierte Gregory…

Ambos hombres sonrieron antes de besarse y pasar la noche de manera tranquila, alejados del frio, a diferencia de la otra pareja.

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Sherlock salió corriendo de Baker Street como si lo estuviera persiguiendo un asesino, pero cuando se trataba de John Watson, solía perder todo su razonamiento, después de unos cuantos minutos buscándolo en el parque, por fin lo encontró, todo tembloroso y empapado de pies a cabeza.

-¡John! –le gritó mientras se dirigía corriendo hacia él. -¿¡Que haces aquí!? –en cuanto llegó a su lado, pudo notar como le castañeaban los dientes, como sostenía sus brazos para intentar guardar algo de calor y por sobre todo eso, noto como la mirada de su compañero brillaba al verlo.

El más alto buscó un paraguas inútilmente, al salir tan precipitadamente solo había tomado su abrigo y su bufanda, su fiel abrigo, a prueba de agua, lo mantenía relativamente seco, se maldijo por no pensar más las cosas, pero los temblores de John llamaron su atención nuevamente, el pobre se estaba muriendo de frio.

-Sh…Sherlock… -logró decir con un intento de sonrisa, que pronto se transformó en una mueca de confusión al ver como el aludido comenzaba a desabrochar su abrigo.

-Cállate John. –fue su respuesta antes de estirar su brazo y tomarlo por la cintura para atraerlo hasta su cuerpo y refugiarlo debajo de su propio abrigo.

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Para toda regla, existe una excepción, y John es la excepción en todas las reglas de Sherlock, pues John fue, es y será, el único afortunado de poder compartir el abrigo de Sherlock.