¡Buenas! Este fic lleva traducido en mi ordenador casi un año y tenía muchas ganas de subirlo ya que cuando lo leí me encantó. Está completo así que actualizaré dos o tres veces por semana para acabarlo en cosa de un mes (tiene nueve capítulos). Una vez más, solo estoy traduciendo. La historia original es The next seven days(s/6847633/1/The-Next-Seven-Days) escrita por Ultra-Geek (u/865303/Ultra-Geek), que es una autora absolutamente brillante y fantástica y todos sus fics merecen la pena.
¡Aquí tenéis!
Prólogo: El amanecer
— Esto es estúpido —dijo Merlín. No era la primera vez.
Arturo puso los ojos en blanco. Contó en silencio hasta diez, y... no, seguía molesto. Se dio la vuelta y apuntó con el dedo a la cara de su criado. Merlín se puso algo bizco.
— Si dices eso una vez más —dijo Arturo— te daré una bofetada. A Dios pongo por testigo de que te daré una bofetada en la cara. ¿Lo entiendes?
Merlín asintió.
— Bien —dijo Arturo, y se giró para seguir caminando—. Ahora cállate y sigamos en marcha.
Hubo silencio, por un momento. Un momento corto. Entonces Merlín suspiró. Y bufó. Arturo luchó el impulso de frotarse la nariz. Merlín suspiró otra vez, esta vez mucho más alto y exagerado hasta un punto ridículo.
Arturo giró sobre sus talones y siseó.
— ¿Y ahora qué?
— Nada —dijo Merlín—. Es solo que esto es est- uh, es tonto.
— ¿Qué parte de 'te daré una bofetada' no llegaste a entender?
— La parte en la que me la das de verdad —dijo Merlín con una sonrisa, y añadió—. Pero de todos modos, dijiste que me la darías si decía que esto era estúpido. No dije eso, dije que era tonto.
Arturo se limitó a sacudir la cabeza y siguió caminando. Merlín continuó tras él. Desde el ataque de Morgana a Camelot, él y los caballeros habían empezado a tomar turnos para participar en las patrullas nocturnas. Así que, naturalmente, cuando le tocaba a Arturo vagar por los bosques de noche, Merlín también iba. Sin embargo, eso no quería decir que a Merlín le gustara la idea. Tampoco quería decir que Merlín estuviera más callado de lo habitual.
— Quiero decir —continuó Merlín—. Estamos recorriendo los bosques de noche. ¿Qué diablos vamos a conseguir con eso, aparte de cansancio y muerte? Hay lobos ahí fuera, Arturo.
— ¿Lobos? ¿Quién te dijo que hubiera lobos?
— Gwaine.
— Bueno, Gwaine es un idiota. Primera regla, no escuches a Gwaine. Cada vez que hable, tápate los oídos y canta fuerte —dijo Arturo, y Merlín resopló—. No hay lobos, no tan cerca de la ciudad.
— Sí, pero —dijo Merlín, arrastrando la segunda palabra en un gemido—. Hay bandidos, e incluso si nos las arregláramos para cruzarnos con Morgana o cualquier otro inútil, ¿qué propones que hagamos? ¿Bostezar hasta que se rindan? O, oh, ya sé, podríamos roncarles hasta la muerte.
— Advertiríamos a la ciudad y pasaríamos a la acción —respondió Arturo—. Ahora cállate. Si hay alguien ahí fuera, no queremos delatar nuestra posición —después Arturo apoyó el pie en lo que creía que era tierra firme, pero resultó ser un pequeño agujero.
Lo que sucedió después, cuando se contó más tarde tenía dos versiones vagamente distintas. En la versión de Arturo, cayó en silencio y sin ruido, rodando por la colina hasta el fondo, donde aterrizó sobre su estómago y se tomó un momento para recuperar la orientación. En la versión de Merlín, Arturo chilló como un niño, se agitó bastante, y después se tambaleó, gritando todo el camino hacia abajo hasta que el príncipe desapareció de su vista en la oscuridad.
Qué historia escoger creer es algo personal. Al final, no importa demasiado. Lo que importa es que Arturo terminó solo en los bosques, de noche, separado de Merlín por un precipicio bastante escarpado.
— ¿Arturo? —llegó la voz de Merlín desde arriba, cubierta de ansiedad y preocupación.
Arturo hizo fuerza con los brazos para incorporarse y gritó.
— Estoy bien —por supuesto, después intentó ponerse de pie, y colapsó otra vez sobre la tierra mojada con un siseo—. ¡Menos bien! —gritó a Merlín.
— Quédate ahí —respondió Merlín—. Voy a por ti.
— Genial —murmuró Arturo, y se masajeó el tobillo. No creía que estuviera roto, solo un poco retorcido—. Entonces me quedaré aquí toda la noche.
Se acomodó para una larga espera de aburrimiento teñido con molestia. Merlín, aunque Arturo odiaba admitirlo, tenía algunos talentos útiles. Sin embargo, abrirse camino por un bosque lleno de raíces y arbustos y bandidos por la noche no era uno de ellos. Arturo no tuvo que esperar mucho para que su aburrimiento terminara, sin embargo, aunque tenía muy poco que ver con Merlín.
— Arturo Pendragon —dijo una voz de mujer desde detrás de él.
La mujer estaba hecha totalmente de hojas y ramas, ondeando como si fuera a salir volando en cualquier momento.
— Tengo que hablar con vos.
Arturo sacó su espada y se tambaleó para ponerse en pie, con el tobillo malo casi cediendo bajo él, y dijo:
— No te acerques.
Resultó ser el movimiento equivocado.
Raíces salieron disparadas desde el suelo, enredándose con las piernas de Arturo y tirándole al suelo. Tan pronto como cayó, más raíces salieron hacia arriba y sujetaron sus brazos y torso, atándole con eficacia al suelo enlodado.
— Dije —repitió la mujer— que debo hablar con vos.
— ¿Qué eres? ¿Qué es esto? —dijo Arturo, forcejeando con sus ataduras—. ¡Suéltame!
— Soy una dríade, un espíritu de los árboles. Estoy aquí para ayudaros —dijo ella—. ¡Pero debéis escuchar!
— ¡Suéltame!
— Escuchad, Arturo Pendragón, escuchad —dijo la dríade—. Pues os traigo una advertencia, y mis hermanas y yo no deseamos más que bien para Camelot, os lo suplico, ¡escuchadme!
Después se agachó frente a él, y puso una mano en su tobillo herido. Hubo un repentino calor, y luego cualquier signo de herida desapareció. Todo lo que quedaba era un dolor apagado.
— Ahora me debéis un favor —dijo ella—. Si escucháis, os liberaré de vuestra deuda.
— Vale —dijo Arturo—. Escucharé.
— El primer día, dos profetas atravesarán las puertas de Camelot —dijo ella—. Uno es falso, el otro verdadero, aunque nadie sabe cuál es cuál, ni tan siquiera ellos mismos, pues hemos llegado a una encrucijada, mi señor, los mágicos y los no mágicos por igual. Ambos futuros son posibles, y todo depende de los próximos siete días. ¿Entendéis?
— Sí —dijo Arturo, con el aliento volviéndose niebla en el aire.
— El segundo día, seréis guiados a una espada —continuó la dríade—. Está enterrada en roca. Tomadla. Fue forjada en fuego de dragón y lealtad para ser esgrimida por vos, y solo por vos. Pero id solo, solo con el que os guiará. Si alguien más es testigo, intentarán arrebataros la espada. El tercer día, seréis forzados a escoger entre deber y amor, mente y corazón. Escoged con sabiduría.
— ¿Gwen? —preguntó él, con el corazón latiendo apresuradamente—. ¿Estás hablando de Guinevere?
La dríade alzó un dedo, silenciándole.
— El cuarto día, uno de vuestros caballeros será derrotado. Un amigo leal acusado. Tendréis que decidir si es responsable o no. Una vez más, os aconsejo decidir sabiamente, pues podrían ser los cimientos de vuestra caída. El quinto día, Camelot será atacado por la bruja Morgana al amanecer, y ella desvelará un secreto, descubrirá que aquel en quien más confiáis se ha ocultado de vos, y lo usará en su beneficio —dijo, y miró hacia el cielo donde la luna colgaba, después continuó—. El sexto día, aquel que traerá la magia a Camelot será otorgado poder más allá de lo que este mundo jamás ha visto o volverá a ver otra vez. Tomará su decisión, y vuestras acciones serán las que influyan.
» El séptimo día, para bien o para mal, la magia será devuelta a la tierra —dijo la dríade—. Volverá con el sol naciente. Si él viene por el este con la luz, entonces abrazad la magia, Arturo Pendragón, pues la antigua religión está con vos. Sin embargo, si él cabalga con la oscuridad y espanta a la luz, corred. Corred tan rápido y tan lejos como podáis. Dejad esta tierra, y tomad un barco al otro lado del mar. Temo que ni siquiera eso sea suficiente. Pues si él cabalga con la oscuridad, nos esclavizará a todos, y os usará a vos para hacerlo. ¿Haréis caso a mis palabras, Arturo Pendragón? ¿Las escucharéis?
— Sí —dijo él—. Sí, claro que lo haré.
Las raíces se desataron a su alrededor, retirándose hacia la tierra.
— Buena suerte, mi rey —susurró la dríade, comenzando a difuminarse en unas pocas hojas—. He hecho lo que he podido.
Desapareció, y Arturo se quedó solo, tirado en la hierba, con la vista alzada hacia el cielo. Estaba cubierto por la pálida y leve luz de la madrugada, el sol apenas por encima de los árboles. Podía oír a Merlín en algún lugar de la distancia, llamándole y tropezando por el bosque. Arturo se puso en pie, y tomó nota de cómo las raíces habían cortado el cinturón que sostenía su vaina.
— Maravilloso —murmuró, y, agarrando su espada, salió en busca de Merlín para que pudieran volver a Camelot. Después de todo, parecía que tenía una semana ocupada por delante.