Besos regados con devoción sobre una piel ardiente que a gritos pedía más y más; tiernas caricias que de a poco habían ido aumentando en intensidad; suaves mordiscos, tirones de cabello, delicados rasguños. El camino desde la sala hasta la habitación era corto, pero no por ello se trató de un recorrido rápido. Tiempo era lo que tenían de sobra, y lo dedicaron a deleitarse con el roce de sus cuerpos, creando la antesala perfecta para el placer.

La convicción de Afrodita de que el romance debía mantenerse en todo momento representó dificultades para Shaina, pues el santo no se permitió depositarla sobre el suelo ni un solo instante, creándole problemas a la amazona a la hora de despojarlo de su ropa.

—Esto es injusto —exhaló sobre su rostro mientras trataba de arreglárselas para quitarle el cardigan— yo tengo mucho más trabajo que tú.

Afrodita sonrió divertido mientras se valía de un solo brazo para sostenerla con firmeza, ocupando su mano libre en desabrocharle el sostén.

—Con todo gusto te hubiera ayudado con tus prendas, pero no quise… romper el encanto —interrumpió entonces la acción de Shaina, quien ahora se debatía con los botones de su camisa, para en un hábil movimiento, retirar la fina lencería.

Llenándole los hombros y el cuello de besos, recorrió su tersa piel con la yema de sus dedos, haciéndola estremecer con el camino que trazó desde su nuca hasta su espalda baja, y la llevó hasta una esquina de la sala para apoyarla contra la pared. Ahí dejó que le desnudara el torso mientras se dedicaba a acariciarle los muslos, exhalando ella un suspiro tras otro en su oído.

—Vas a tener que darme una mano con esto— dijo al verse impedida a alcanzarle el cinturón.

—Pero no esperes que haga todo por ti —respondió Afrodita deshaciéndose del cinto para luego desabrochar su pantalón— esa no es la idea que tengo para esta noche.

Las prendas del pisciano cayeron al suelo guiadas por la mano de Shaina. El santo tuvo entonces que ingeniárselas para descalzarse sin soltar a la amazona y así verse libre de toda vestimenta.

—Muy bien, chico listo. Pero te falta una cosa —apuntó ella hacia sus caderas, aún adornadas con el encaje de sus bragas— y no creo que seas capaz de hacerlo sin bajarme.

—Me subestimas, mi bella rosa —sonriéndole ampliamente, dio unos pasos hacia atrás y, para sorpresa de la peliverde, maniobró para cargarla sobre su hombro y sin mayor problema, despojarla de aquella última prenda.

Shaina no podía dejar de reír, divertida del giro que Afrodita le había dado a la situación. Pero pronto aquellas risas se vieron transformadas en jadeos cada vez más acelerados, que a su vez se convirtieron en gemidos, pues el pisciano no perdió tiempo para aprovechar su posición y acariciar su sexo, explorando cuidadosamente cada rincón mientras depositaba dulces y delicados besos sobre sus caderas y a lo largo de su muslo.

Al dirigirse hacia el pasillo que llevaba al cuarto de la amazona, y escuchándola clamar por más, aumentó el ritmo con el que sus dedos se deslizaban de adentro hacia afuera, mientras dejaba que su lengua se ocupara de recorrer sus curvas con fervor.

El umbral de la habitación estaba ya a pocos pasos. Sin dejar de palpar su feminidad, Afrodita se dispuso a atravesar la puerta, pero Shaina se lo impidió al sujetarse fuertemente del marco.

—¿Qué sucede? ¿Aún no tienes suficiente? —preguntó con morbo.

—Solo… un po di più...

—Sabes que no te entiendo cuando me hablas en italiano, cara mia— esbozando una maliciosa sonrisa, intentó nuevamente entrar al cuarto, obligando a Shaina a asirse con más fuerza.

—Espera un poco… por favor —exclamó ella jadeante.

—Como usted ordene, mi dulce dama.

El roce cada vez más intenso de sus dedos la tenía al borde del delirio. Afrodita sólo se concentraba en brindarle placer, siendo los gemidos de la amazona más que suficiente para encender su pasión. Sin embargo, no se resistió a clavarle los dientes con fuerza a esa piel, haciéndola arquear la espalda y soltar un delicioso grito. En medio de aquel éxtasis, ella se soltó por fin para dejar que sus uñas surcaran la espalda del santo, dejándole la marca usual de aquellos encuentros.

El momento pareció apropiado para aproximarse hasta la cama, pero al contrario de lo que esperaba Shaina, no la depositó sobre las sábanas, sino que, al tiempo que se sentaba sobre el borde, le separó las piernas para situarlas a los lados de su cintura, y con cuidado la acomodó a horcajadas sobre su regazo, sintiéndola vibrar de pies a cabeza al estar dentro de ella. Sus manos se encargaron de guiarla, apretándola contra sí en suaves movimientos que hacían a ambos enloquecer. La amazona poco a poco tomó el control abandonando el ritmo que Afrodita marcaba para imprimir el suyo. El pisciano aceptó gustoso esa nueva cadencia, y retrocediendo sobre la cama mientras estrechaba la fina cintura de su musa, se recostó atrayéndola hacia él.

En medio de intensos besos, las caricias que se prodigaban no hacían sino aumentar su pasión. El impulso que al arquear la espalda contra él le daba Shaina a sus caderas los estaba llevando a ambos cada vez más cerca de los Elíseos. Afrodita hundió entonces una mano entre sus verdes cabellos, y acercó los labios a su oído para susurrarle con dulzura.

—Dans. Dans för mig, min Alba Astrée.

Un escalofrío recorrió su columna al sentir el aliento del santo. Apartándose el cabello de la cara, se irguió completamente, mostrándose así en todo su esplendor. Afrodita contempló maravillado la escultural figura de esa venus que danzaba infatigablemente sobre él al ritmo de una melodía imaginaria. Ni siquiera las cicatrices que surcaban su blanca piel opacaban la belleza de su silueta, de sus gráciles movimientos, de su esencia, de todo su magnífico ser.

Una mano se alzó trémula, tratando de alcanzar aquella ensoñación, pues se hacía necesario comprobar si era realidad, o sólo una bella ilusión onírica. Una mezcla de incredulidad y alivio se asomó bajo sus ojos al sentir la palma abierta de ella sobre la de él. Los dedos se enlazaron al instante, mientras la amazona le extendía la mano que le quedaba libre para estrechar la sobrante del pisciano. Era una entrega total, en la que hasta con sus miradas, clavadas fijamente en la del otro, se hacían el amor tiernamente.

Shaina no tardó en llevar las manos de Afrodita a posarse sobre sus muslos, guiándolas lentamente por el camino que durante su danza había trazado ella misma: su cadera, su cintura, su vientre, sus pechos, toda su anatomía fue recorrida por ese roce enloquecedor. Abandonándose a la voluntad de su amante, la amazona se reclinó hacia atrás, apoyando sus manos sobre el colchón. La nueva posición le descubrió sensaciones todavía más intensas y más fuertes que de las que hasta el momento era presa, sensaciones que de golpe se fueron acumulando hasta acabar en una explosión de éxtasis en medio de gemidos incontrolables que, transformados en gritos, ahogaron la voz jadeante del santo que se estremecía de placer bajo su cuerpo.

Pasmada, y aún sin poder concebir la ola de placeres que sobre ella se había volcado, permaneció inmóvil, echando la cabeza hacia atrás mientras recuperaba el aliento. Afrodita se irguió hacia ella, todavía agitado y respirando con dificultad, y estrechó su cintura delicadamente, como si se tratara de una frágil estatuilla de porcelana que había de ser tratada con sumo cuidado. Shaina le dirigió su vista y le acarició los cabellos al tiempo que él llenaba sus relieves de tiernos besos. Buscando descanso, se inclinó sobre él, obligándolo a recostarse para reposar la cabeza sobre su torso.

—¿Cuándo será la próxima función? —preguntó Afrodita una vez repuesto, acariciándole la espalda.

—Eso depende, morino.

—¿Depende de qué?

—De si te portas bien o no— dijo sin separar el rostro de su pecho.

—Yo portarme… —juguetón, fingió con su tono sentirse ofendido— te recuerdo que aquí la malcriada es…

—Shhh, no me dejas escuchar.

—¿Uhm? —arqueando una ceja, miró extrañado a la peliverde, a quien los párpados ya parecían pesarle— ¿Y qué… qué estás escuchando?

Shaina oía su voz ya muy vagamente; se sentía más dormida que despierta. No sólo el esfuerzo le había agotado todas las energías, sino que los tranquilos y constantes golpes que resonaban en su oído la estaban arrullando dulcemente. Somnolienta, alcanzó a responder para quedar dormida en sus brazos.

—El latido de tu corazón.


Eso sería todo por hoy con este par. De nuevo, ¡mil disculpas por hacerlos esperar! Me da mucho gusto que les agrade mi crackship Espero seguir publicando una que otra cosilla sobre ellos.