Capítulo III
El interminable ascenso por las escaleras, la llegada al templo Higurashi y el final de esta desopilante aventura.
—¿No podrías haberte acordado de tu maldita pluma seiscientos escalones más abajo?
El gruñido de Naraku fue acompañado por una cara de molestia de Sesshōmaru (a quién ya le dolían las piernas). Habían logrado subir a la sima de la escalera, pero eso entre jadeos y un esfuerzo sobrehumano. Y Naraku se tomaba el pecho como si fuera a morirse, lo que tal vez fuera cierto... o eso esperaba Kagura. Mucho.
—Joder... ahora sí —sopló, tomándose del caminador. Su rostro pálido con gotas de sudor—. Me muero. Es un infarto...
Kagura y Sesshōmaru intercambiaron una mirada. Sesshōmaru luego lo observó muy seriamente a la cara. Naraku casi no podía creer que ninguno de los dos hiciera algo para evitar que él cayera redondo. Además, seguro comenzaba a rodar escaleras abajo. Tendrían que recogerlo en partes.
—No creo que sea un infarto —sentenció el demonio perro finalmente.
Kagura entonces soltó un bufido y restó importancia al asunto agitando una mano.
—Larga ese pedo para que podamos seguir, ¿quieres?
Naraku la miró asombrado, luego hizo un control de su cuerpo y se dio cuenta que en verdad eso pasaba. Dejó escapar algo que sonó como «pffff» y dijo, con una sonrisa:
—Ah... ¡Eso era! —Luego miró a sus acompañantes, que estaban esperándolo cinco pasos adelante con cara de hastío—. Ya podemos continuar.
Kagura giró los ojos. Mira si llegar a ese punto de la aventura con esa situación... y, lo que es más, que esta autora tenga que comenzar el relato del tercer capítulo con un gran y oloroso pedo de su amo y señor. Miren ustedes. Lo pueden ver, ¿cierto? Algo parecido a eso era pasar toda una vida con el señor Naraku. Él, del mejor o del peor modo, tenía que ser necesariamente el centro de atención.
—¿Ahora sí podemos seguir? Tenemos que encontrar a la chiquilla o al pozo, o a lo que sea —gruñó Kagura. Ya no podía esperar para estar de vuelta sin arrugas, hermosa, sensual y letal. Sobre todo letal. Si tenía suerte, podía matar al patán y quedarse con el galán. Vaya final.
Naraku frunció el ceño muy fuerte, pero luego le hizo una seña con la mano y al fin se vieron libres de avanzar.
Ya estaban hasta allá arriba. No podía faltar nada, realmente nada hasta conseguir lo que tanto ansiaban (a excepción de Sesshōmaru, que, para el momento, solo quería volver al geriátrico y acostarse de una vez). Además, Sesshōmaru cada vez le temía más al momento de la desilusión. Que vamos, ellos nada iban a lograr llegando al pozo, asumiendo que el pozo aún existía.
—¿Y qué hacen tan quietos, eh? ¡Vamos!
Naraku los instó a seguir con dos o tres insultos. Luego tomó con fuerza el caminador y apuró el paso. Para un medio demonio que creía haber tenido un pre-infarto, estaba bastante bien. Entre nosotros, creo que la liberación de cierto gas dentro de su organismo mejoró su estado de ánimo. Y, al verse ya sin dolor, pudo poner sus energías a disposición de aquella inaudita misión.
Sesshōmaru y Kagura intercambiaron (nuevamente, lo que ya parecía ser un ritual diario entre ellos) una mirada. Naraku avanzaba a paso lento, así que ellos se vieron obligados a seguir también lento, justo a su lado. De todos modos, les venía bien un respiro. Subir las escaleras casi había consumido sus fuerzas.
Cuando habían avanzado unos veinte pasos, pudieron observar a una buena distancia de ellos a una anciana barriendo el templo. El sol estaba justo detrás de ella, inmenso y a poco tiempo de esconderse hasta el día siguiente. Cambiaron miradas de «¿Y ahora qué hacemos?», pero no tuvieron tiempo de decidir qué hacer: la anciana se acercaba a ellos a paso lento.
—Hola, viajeros —los saludó. Sus ojos castaños estaban rodeados de una sombra blanquecina, pero, a pesar de eso y su cara llena de arrugas, tenía una sonrisa hermosa. Los observó con paciencia de arriba-abajo. A Naraku y a Sesshōmaru le había entrado la vergüenza (¡pero si estaban disfrazados!...), pero no pudieron hacer nada. La vieja una vez más les sonrió—. ¿Qué los trae al Templo?
Sesshōmaru tomó del brazo a Naraku antes de que dijera alguna idiotez. Y entonces, Kagura se apresuró a responder, actuando sin pensar.
—Bueno, venimos a ver el pozo —sentenció. La anciana abrió los ojos con sorpresa. Naraku estaba preso de alguna ansiedad que no podía ser capaz de describir. Sesshōmaru sentía curiosidad y quería saber quién era esa anciana que le resultaba tan familiar.
Una vez que la sorpresa dio paso al pensamiento, la viejita negó con la cabeza en movimientos lentos y luego les volvió a sonreír.
—Oh, será mejor que entren —dijo. Comenzó luego a caminar hacia la casa que se encontraba a unos pocos metros, todavía con la escoba en mano—. ¡Sōta! ¡Tenemos visitas! —gritó con la voz cascada.
«¿Sōta?», resonó en la mente de Sesshōmaru. El pequeño hermano de la sacerdotisa seguía vivo entonces. Sería extraño finalmente conocerlo, después de oír tanto de la boca de Kagome (aunque todavía no sabía porqué le había hablado tanto, de verdad, había sido demasiado parlanchina).
Kagura tiró de la mano de Sesshōmaru y de la mano de Naraku para que la siguieran. A Naraku le costó porque todavía tenía que llevar con él al caminador.
—¿Señora? —llamó Kagura—, ¿dónde vamos? ¡Señora!
La señora no respondió nada. «Maldita vieja sorda», gruñó la demonio en un susurro, pero de eso tampoco se enteró la anciana o, aunque sea, no dio muestras de ello.
Cuando la vieja desapareció en el interior de la vivienda, los tres intercambiaron miradas. ¿Acompañarla dentro? ¿Cómo podían ellos estar seguros de que no les tenderían una trampa? ¡Tal vez los del geriátrico sabían sus planes, y los esperaban allí!, con armas láser y esas cosas. ¡Qué horror!
Al final, fue Sesshōmaru el que decidió primeramente entrar en la casa. Afuera estaba refrescando, por lo que le estaba empezando a dar frío. Además, quería sacarse ese ridículo atuendo que llevaba, ¡y le dolían mucho los pies! Necesitaba sentarse y descansar, y estaba más que seguro que Naraku y Kagura estaban en iguales condiciones. Era entrar o volver a la ciudad, y adivinen quiénes no podían realmente volver a la ciudad. Naraku y Kagura no tuvieron más opciones que seguirle dentro.
La vivienda, en su interior, era muy acogedora. Entraron directamente a la cocina-comedor, que tenía una larga mesada con la cocina, una mesa justo en el medio rodeada de lindas sillas de madera.
—¡Sōta! —volvió a llamar la anciana, una vez que los tres habían entrado detrás de ella. Entre tanto, se había acercado a la cocina para preparar algo de té.
—¿Qué ocurre, ma-...
Justo cuando Naraku estaba viendo con demasiado cariño una de las sillas (¡se veía tan confortable!), un hombre entrado en años ingresó por una puerta a la izquierda y se los quedó mirando con la boca entreabierta.
—... má? —finalizó, cambiando miradas con su anciana madre.
—Él es mi hijo Sōta, el dueño del templo —sonrió la anciana y les hizo gestos para que se acomoden en las sillas alrededor de la mesa—. Siéntense, por favor.
Sōta se acercó a su madre y susurró unas cosas a su oído que ninguno de los demonios pudo escuchar (lo cual era rarísimo, porque eran freaking demonios). Pero bueno, cosas raras ocurrían todo el tiempo en los templos, y si ese era el templo de la niñita que había casi acabado con Naraku en sus tiempos, entonces, joder, bueno, estaba permitido que no escucharan susurros aún siendo yōkais.
El hombre finalmente se dio vuelta. Kagura le hizo un escaneo completo. Debía de rondar los cincuenta años, pero estaba en muy buen estado de todos modos. Tenía los cabellos negros con muchísimas mechas blancas y corto como todo varón adulto. Los ojos eran tan oscuros como, en algún tiempo, habían sido los de su madre. Era alto, apuesto y corpulento, pero sin llegar a tener sobrepeso.
—¿Y ustedes son...?
—¿Quiénes son ustedes? —gruñó Naraku entonces, ya sentado en su silla y con el caminador a un costado (lo mantenía cerca por las dudas, nunca se sabe cuándo puede llegar a necesitar uno un arma improvisada). Golpeó la mesa con su puño anciano—. Exijo respuestas.
—Señor, no permito que extraños me exijan respuestas en mi propia casa —dijo entonces Sōta con el ceño marcado. Su voz era gruesa, imponente. Su respuesta hizo que Naraku parpadeara.
—Debes ser algo de Kagome, ¿cierto? —rezongó entonces, achicando los ojos al tiempo que lo evaluaba—. Esa impertinencia propia de los Higurashi, por lo que veo. Y supongo que esa nariz es muy parecida a la chiquilla.
Naraku siguió divagando respecto a la fisonomía de Kagome y el parecido con Sōta, aunque nunca pudo ver a Kagome entrada en años. Mientras seguía hablando, no se percató que tanto Sōta como su anciana madre se habían quedado mudos. A Naomi Higurashi, madre de Kagome y Sōta, no le habían cabido dudas cuando los vio llegar (¡Vamos! ¡Esas marcas violáceas en el rostro del más alto de ellos! —que, por alguna razón, estaba vestido de mujer...—), pero de ahí a nombrar a su adorada hija... bueno, Naraku logró que a Naomi se le llenaran los ojos de lágrimas.
Dos adolescentes asomaron la cabeza por la puerta de la izquierda, la misma por donde Sōta había ingresado. También lo hizo el rostro de una mujer, también adulta.
—Kazuo, Kagome, vayan a sus habitaciones ahora —ordenó Sōta en cuento los vio asomarse en la puerta.
—¡Creí escuchar mi nombre! —dijo la jovencita. La mirada que le dirigió su padre le dejó sin palabras. Agachó la cabeza, murmuró «Enseguida me voy, papá» y se fue de ahí, tirando de la manga de su hermano mayor, aunque siguió rezongando el resto del camino.
—¿Asunto familiar, cariño? —preguntó entonces su mujer. Salió de su escondite una vez descubierta y les sonrió a los invitados, aunque ninguno (a excepción de la mujer) parecían muy amistosos.
—Algo así, Hitomi.
Sōta intentó sonreír, pero no pudo. Recordar a su hermana, a quien hacía cerca de cuarenta años que no veía, no le provocaba ningún problema. Pero de ahí a encontrarse con gente que había conocido a Kagome, quien para el momento ya debía de estar muerta... bueno, algo dentro de él estaba a punto de entrar en ebullición. ¡Tenía tantas preguntas!
Hitomi no tenía mucha idea de cuál era la historia de Kagome. Sōta nunca le había explicado mucho. Cuando ella empezó a vivir con su esposo, el anciano abuelo Higurashi había fallecido recientemente, y él era el único lo suficientemente loco como para contarle todo. Naomi, aunque era una suegra genial, nunca había hablado mucho sobre lo que pasó con Kagome, quien desapareció misteriosamente una tarde, hacía mucho tiempo atrás.
Y ella, aunque era la compañera de Sōta, estaba de más en esa habitación en ese momento. Las cosas sobre Kagome eran asuntos de su suegra y de Sōta. A menos que se tratara de su hija Kagome, en ese caso también le concernían a ella, claro.
—Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo?
Hitomi depositó un beso en la mejilla de su esposo, les dedicó una inclinación de despedida a los invitados inesperados y desapareció por el mismo lugar por el que había llegado. Sōta se quedó viendo un rato ese lugar y luego volvió la vista al anciano mala onda que había nombrado a su fallecida hermana.
—¿Qué sabes tú de Kagome?
—Será mejor que no me hables en ese tono, jovencito —señaló entonces Naraku. La señora Higurashi les sirvió tazas de té, pero él no le agradeció. Kagura se encargó de hacerlo en su lugar. Sí, ella era un demonio sanguinario con mucha sangre en sus manos y muertes sobre sus hombros, pero, joder, había aprendido a dar las gracias, a diferencia de cierto amo con deficiencia cardíaca.
Sōta volvió a fruncir el ceño, pero lo relajó luego. Estaba tratando con tres ancianos, debía tener paciencia. Además, tenía otras cosas en la mente... ¿Era posible la situación que tenía enfrente? Nadie que conociera a Kagome personalmente podría sobrevivir al paso de casi seis siglos. A menos que fueran demonios... aunque, en ese caso, el aspecto que presentaban no era el mejor del mundo.
—¿No prefieren sacarse esas ridículas prendas de encima? —les sonrió Naomi, mientras tomaba asiento en la punta de la mesa. Sōta le dirigió una mirada y luego volvió a ver a los ancianos. Bueno, eso explicaba porqué su aspecto no era el mejor. Aún no sabía cómo no se había dado cuenta de que llevaban disfraces. (Por lo tanto, bastante eficaces.)
—Ahora que lo dice, sí —respondió Sesshōmaru con su voz glacial. Se quitó de encima la peluca y otros elementos que llevaba, incluido el vestido. Naraku hizo lo mismo, aunque mucho más lento. Kagura se quitó todo con parsimonia y delicadeza y le preguntó luego a la anciana si podría proporcionarle algo para quitar el maquillaje rápidamente.
—Aquí tienes, querida —sonrió Naomi. Kagura le dedicó una inclinación de cabeza, y luego se giró a ver a Sesshōmaru, para quitarle rápidamente el maquillaje del rostro. A pedido de un muy nervioso e impaciente Naraku, hizo igual con él. Para ella nada, que estaba estupenda.
—Ahora sí.
Habían pasados largos minutos silenciosos (eso sin contar los comentarios de Naraku, que parecía no poder callarse un segundo) mientras Kagura sacaba con delicadeza el maquillaje de sus compañeros (ok, no tanta delicadeza con su amo). Naomi se había dedicado a observarlos quedamente, con una sonrisa en su cansado rostro. Los sentimientos no se borran con el tiempo. Aunque no tenía ni una pálida idea de quienes ellos podrían ser, que conocieran a Kagome le hizo sentir cosas que hacía tiempo no sentía. Sōta, por su lado, esperaba inquieto. Necesitaba montones de respuestas, y si esa gente había conocido a su adorada hermana, entonces las obtendría a como de lugar.
—Sí, ahora sí —gruñó Naraku—. Llévanos al pozo, necesitamos recuperar nuestra época dorada.
Una mirada encendida le iluminó el rostro. Naomi y su hijo intercambiaron miradas. La mujer habló con esa voz suave que la caracterizaba.
—El pozo lleva cerrado muchos años ya. No hay modo que pueda ayudarlos en nada.
—Y eso no importa —intervino Sōta, mientras el hanyō se impacientaba en su lugar. ¿No importa? Claro que importaba. No había sufrido tanto en esa huida como para que no importara—. ¿Quienes son? ¿Y cómo conocen a Kagome?
Naraku soltó una risa socarrona. Sesshōmaru suspiró y miró para otro lado (ni por puta iba a decir que era el cuñado). Kagura rodó los ojos. Diablos, no necesitaba más historias que postergaran su ansiada y perdida juventud.
—¿Quienes somos, preguntas? Creí que la sacerdotisa te lo haría saber, después de todo, no somos cualquier demonio.
—¡Demonios! —dejó escapar Sōta en un grito sofocado. Demonios en su casa. Si el abuelo estuviera vivo...
—Me imaginé que lo serían. ¿Quieren más té?
—Madre, no es el momento de convidar más té a los tres demonios que tenemos sentados aquí, ¿no crees?
Naomi rió brevemente, sacudió la cabeza y fue a preparar el agua. Sōta la miró con horror y luego volvió la vista a los tres individuos sentados a su mesa. Naraku parecía más feliz que nunca.
—Oh, sí, ya veo tu cara. Ahora lo sabes. Demonios. ¿Te había hablado tu hermana del más grande de ellos? —sonrió el hanyō con autosuficiencia. Kagura lo miró de reojo y contuvo las ganas de indicarle al hombre cincuentón que su amo estaba perdiendo los tornillos poco a poco.
—Conocí a Inuyasha personalmente —le contestó Sōta con orgullo. Sí, Naraku casi se cae de espaldas, pero solo pudo apretar los dientes con más fuerza de la que debería haberlo hecho—. No sé quiénes son ustedes.
Sesshōmaru volvió a suspirar. Kagura sacó su abanico y comenzó a abanicarse con él. No porque tuviera calor, sino porque estaba comenzando a aburrirse y ya se imaginaba cómo seguía eso: Naraku empezaría a subirse por las paredes reclamando toda la gloria que merece por ser el bla, bla, bla y que Inuyasha bla, bla, bla y que Kagome esos otros blas. Era realmente aburrido y predecible.
—¿CÓMO no sabes QUIÉN soy YO? —gritó el demonio incorporándose con una mano apoyada con fuerza sobre la mesa (era difícil mantener el equilibrio, ya saben)—. Soy el gran NARAKU, pesadilla de tu ñoña hermana de mierda. Y del estúpido de Inuyasha, que NI SIQUIERA es un demonio completo. ¡GRAN DEMONIO, MIS PELOTAS!
—Cálmate, Naraku.
—Yo soy Kagura, sería algo así como su esclava —sonrió quedamente la demonio de los vientos. Su sonrisa era fría, un poco siniestra. Sōta supuso que era por el mensaje que mandaba. Kagura señaló luego al tercer acompañante—. Y él es Sesshōmaru, el hermano de Inuyasha. ¡Viva la familia!
La exclamación irónica y amarga no escapó a ninguno de los presentes, a excepción de... sí, ya sé que lo saben, de Naraku, que seguía farfullando sobre el tema de que Inuyasha no era un demonio, y mucho menos, el mejor de todos.
—Ustedes... —Sōta paseó la mirada de uno a otro, para detenerse finalmente en Naraku—. ¿Tú eres Naraku?
—Vaya, finalmente nos conocemos —soltó Naomi, mirando con el ceño fruncido al demonio.
—¿A ellos les temía de niño? ¡Pero si son unos viejitos casi adorables!
Naraku casi le saca la mano de un mordisco al pobre Sōta. Por suerte, como le dolía la espalda, tuvo que volver a sentarse. Kagura tampoco se tomó muy a bien que le dijeran viejita adorable. Viejita podía ser, pero adorable, nunca.
—Y si tú eres de la familia, ¿cómo es que estás con ellos?
Sesshōmaru volvió a padecer de un leve tic en el ojo izquierdo, el mismo que le ocurría siempre que alguien mencionaba que estaba relacionado a Inuyasha o a su mujer o a quien sea. Intentó calmarse.
—Es mejor mantenerlos bajo vigilancia. Créanme.
—Ya veo —murmuró Sōta—. ¿Qué ocurrió con mi hermana? ¿Ella...?
—Murió hace siglos atrás, qué pregunta más estúpida —rió Naraku. Su risa seguía siendo tan macabra como antaño, sobre todo cuando se comportaba innecesariamente cruel.
—Pero vivió una vida plena y feliz —aseguró Sesshōmaru con una absoluta cara de nada, en tanto Kagura golpeaba a su amo con fuerza. ¿Cómo mierda pensaban que los ayudarían si lo único que recibían a cambio eran comentarios hirientes que los hacían sentir como la mierda?
Obviamente, Sōta y Naomi asintieron con la cabeza. Por supuesto que había muerto, había pasado ya mucho tiempo. Pero uno nunca recibe del todo bien esas noticias.
—¿Inuyasha?...
—Vivió más, pero no lo suficiente para llegar a hoy —aseguró Sesshōmaru. No se adentró en detalles, la vida de su hermano no había sido muy feliz luego de la muerte de su compañera, aunque sus hijos lo mantuvieron lo suficientemente ocupado—. Algún descendiente debe rondar el mundo, pero he perdido todo contacto.
—Claro...
Bebieron sorbos de té en pleno silencio. El más impaciente parecía Naraku, que nunca se le daban bien esas cosas estúpidamente cursis. La melancolía del ambiente no ayudaba en lo absoluto. Carraspeó intentando apresurar esas cosas.
—¿Y eso que decían del pozo? ¿Qué ocurrió?
Naomi siguió perdida en sus pensamientos, pero Sōta reaccionó. Los miró con el ceño levemente fruncido, sin saber si debía confiar en alguna de las palabras que saliera de sus bocas, si debía preguntar más sobre cómo habían llegado allí, si debía preocuparse por la seguridad de su familia. Sin embargo, algo le decía que no corría gran peligro. Ninguno de ellos.
—Luego de que Kagome se fuera, el pozo nunca volvió a... funcionar. Ella no volvió, y ninguno de nosotros pudimos ir. Simplemente no funciona.
—¿CÓMO que NO funciona?
—Eso, no funciona. Era una cosa de Inuyasha y Kagome. Nosotros... no podemos hacer nada.
Naraku se tomó el pelo con fuerza, lleno de frustración. ¡NADIE le diría que todo el viaje había sido en vano! Kagura negó lentamente con la cabeza y luego bebió un poco más de aquel maravilloso té. No había nada que hacer, no serviría de nada frustrarse, volverse loco o arrancarse los cabellos. Mejor tomárselo con calma...
Santo cielo, la vejez había hecho estragos en ella.
—¿Cómo han llegado aquí de todos modos?
Kagura finalmente sonrió, mientras su amo intentaba acomodarse el desastre que se había hecho en el cabello. Sesshōmaru los observó sin emitir palabra. No era muy partidario de contar ridiculeces.
—Un largo viaje desde el geriátrico.
Sōta abrió los ojos con sorpresa, dejando escapar una risa nerviosa. ¡No podía creerlo! Todo el mundo conocía las noticias de último momento, después de todo, no muy seguido un par de ancianos se escapaban de un geriátrico de manera violenta.
—No... ¿Ustedes son los ancianos que escaparon?
—¡Sorpresa! Fue genial. —Kagura sonrió, muy coqueta.— Supongo que tendremos que conseguir un nuevo lugar. Naraku cree que hay algo raro en ese...
—Lo hay. Deberíamos marcharnos ahora. Irnos a otra ciudad. No hay nada aquí de utilidad. Por lo visto —gruñó. La decepción del pozo era más de lo que podía aguantar su maltrecho y malvado corazón. No podía creer toda esa aventura que había vivido para finalmente llegar a un callejón sin salida.
Sōta se encogió de hombros. Le daban un poco de pena esos tres viejos decrépitos, intentando volver a una mejor época, en donde se sentirían cómodos. Incluso si el pozo funcionaba, dudaba mucho que pudieran recuperar sus años perdidos (¿a quién se le ocurriría semejante cosa? Kagome solo había crecido con los viajes en el tiempo...), pero no hacía ningún mal si lograban hacerlo funcionar, ¿cierto? Después de todo... no estaban en sus mejores condiciones.
—¿Quieren ver el pozo antes de irse?
Naomi miró a su hijo con una débil sonrisa en su rostro. Era demasiado bueno. Mira si ayudar a un par de viejos demonios, aunque sea de esa inútil manera. Los demonios se miraron entre ellos. Sesshōmaru parecía el más reacio a participar en otro viaje (aunque sea en el mismo templo) con la temperatura que hacía. Naraku estaba rebosante de ganas, pero también con muchas ganas de matar gente.
—De acuerdo —dijo Kagura, incorporándose de su asiento. Se acomodó un poco las vestimentas y tiró del brazo de su amo para ayudarle a hacer lo mismo. Sōta los miró unos segundos medio arrepintiéndose de su decisión. Pero pensó que si el pozo no funcionaba y la situación se descontrolaba, podía tirar a alguno por el agujero y escapar corriendo.
—Apúrate, humano —gruñó Naraku aferrándose a su caminador—. No tenemos toda la eternidad.
«Puede morir en cualquier momento», pensó Sesshōmaru, sin dejar escapar la sonrisa que tenía ganas de mostrar.
Sōta no le miró de la mejor manera, pero intentó mantener la calma: eran unos viejitos inofensivos y de mal humor. Debía tener paciencia. Pa-cien-cia. Respiró hondo y los guió nuevamente hacia la puerta por la que habían entrado. Naraku le seguía de cerca, pisándole los talones con el caminador (muchas gracias) y Kagura estaba justo detrás de su amo, con cara de agobio. Sesshōmaru, después de darse cuenta que su falta de ánimo no iba a cambiar el asunto y sus compañeros de todos modos iban a ir al olvidado pozo, se incorporó de la silla, «agradeció» el té con una mirada ámbar hacia Naomi (que inmediatamente pensó en el novio de su hija, sorprendiéndose del parecido) y caminó a paso lento hacia la puerta.
El camino hacia el recinto que resguardaba el pozo que había empezado con toda la historia de su hermana era muy corto, pero duró sus buenos minutos porque Naraku iba muy lento. Eso le dio tiempo a Sōta para pensar y recordar lo que había pasado cerca de cincuenta años atrás. Simplemente no había querido bajar a buscar a Buyo, y a su hermana se la había llevado una mujer ciempiés. El resto era historia...
—¿No podía estar más lejos?
El refunfuño de Naraku pasó desapercibido porque le fallaba la respiración. Sesshōmaru había llegado justo a tiempo y miraba a Sōta con indiferente curiosidad, como si todo aquello no significara nada para él o no tuviera en él ni el más mínimo efecto (como estaba seguro de que era).
—Aquí es —sentenció Sōta. Apoyó una mano en la puerta del recinto y empujó. La puerta chirrió al abrirse, mostrando un lugar polvoriento y poco iluminado, sin nada más dentro que unos pequeños escalones que llevaban frente a un pozo—. Este... este es el lugar por el que mi hermana viajaba.
—Es un asco.
Sōta lo miró con cara de pocos amigos, pero terminó asintiendo con la cabeza. Sí. Era un asco, en efecto. Muchos, muchos años atrás, su propio abuelo mantenía el lugar limpio por si su hermana se presentaba de nuevo, de improviso y con la vieja mochila amarilla a cuestas. Luego lo reemplazó su madre... pero Naomi ya no podía moverse como antes y hacía un buen tiempo que el recinto del pozo mágico se hallaba abandonado a su suerte. De antaño, solo quedaba la vieja escalera en el pozo, por si algún día ella regresaba.
No era algo que a Sōta le gustara pensar, así que simplemente los instó al interior del recinto, a ver de cerca, a tocar con sus propias manos el singular pozo que había cambiado su vida para siempre. No era que le tuviera rencor, no en verdad, pero no podía menos que mantenerlo lejos de él. No los siguió cuando Naraku se entrometió e ingresó el caminador para llegar al pozo.
—Esto realmente es horrible... quién se encarga de la limpieza... mi puto castillo estaba mejor...
—Seguro, los cadáveres y el miasma le daban un toque especial.
—Y las ratas eran las más refinadas del Sengoku.
El hombre los miraba desde la entrada, con los brazos cruzados sobre su pecho y el rostro cansado. ¿Por qué todo tenía que ser tan raro? Evocó la imagen de su hermana, tan sonriente y con tantos cuentos maravillosos y de terror de aquel pasado tan violento, y se preguntó cómo habían sido esos demonios tantos, tantos, tantos años atrás. No pudo hacerse a una idea clara, pero intentó imaginándose a un Inuyasha más maduro, más grande y con más cara de malo. Efectivamente, llegó a algo parecido a lo que había sido Sesshōmaru en sus años mozos. Del que se hacía llamar Naraku y de la señora, no había podido imaginarse mucho. De todos modos, no le interesaba tanto.
Kagome había sido poco entusiasta al describirlos, porque tenía miedo de las batallas, de la sangre y de lo que eran capaces de hacer. Lo único que la entusiasmaba era contar de sus amigos, de las hazañas, de lo que habían logrado y a cuántos habían ayudado, de las cualidades que traían, de los líos en lo que se metían, de tantas cosas. Le había hablado de Miroku, Shippō, Sango, Kirara, Kaede, Kikyō, Jinenji, Kohaku, Rin (apenas podía creer que recordaba todos sus nombres aún)... le había hablado de tantos que eran buenos y solo estaban frente a él a los «más malos». Y esos malos querían volver a su época y, de alguna forma, ser jóvenes de nuevo.
Sōta lo pensó quedamente mientras Kagura y Naraku toqueteaban todo alrededor del pozo y obligaban a Sesshōmaru (el de mejor estado físico, para el caso) a meterse dentro y «ver qué pasaba». Lo pensó y llegó a la conclusión de que si esos viejos lograban viajar, llegarían a la era donde Kagome aún vivía, donde Inuyasha aún luchaba, donde todos esos amigos estaban bien y a salvo, y seguramente recibirían una paliza. Sonrió casi sin poder evitarlo. No. Aún malos y cascarrabias, eran viejos. Hasta parecían haber perdido maldad. Ese tal Naraku, el mayor de los problemas para su hermana y cuñado, solo parecía un niño grande con muchos berrinches y caprichos. Ni siquiera parecía malo de verdad. Pero sí había hecho cosas horribles, ¿no?
Mientras Sōta deliberaba pasos más allá, Sesshōmaru bufaba dentro del pozo.
—Ya viste que no pasó nada. ¿Qué quieres que haga? ¿Que me ponga falda y baile hula-hula?
¿Por qué, si es que existía algún dios, había dejado que aprendiera tantas cosas del mundo moderno? ¿Por qué? ¿El Rey León? ¿En serio?
—No estaría de más probarlo...
—Ironía, Naraku.
—Esto es inútil —soltó Kagura con el rostro enrojecido y picazón en la nariz (¡tanto polvo!)—. No funciona. No importa cuanto más lo acariciemos, pateemos o estemos aquí.
Naraku volvió a gruñir cosas que nadie en realidad entendió, mientras Sesshōmaru subía por la vieja escalera hacia el exterior del pozo. El pensar que Kagome había hecho esas cosas años atrás lo llenó de algo que no podía identificar con facilidad. Eran ese tipo de sentimientos demasiado humanos que Inuyasha solía sufrir con frecuencia, y que Rin solía sacar de él mismo de vez en cuando.
—No creo que haya nada aquí.
—Deberíamos volver.
Naraku miró a uno y luego al otro y aferró con más fuerza el mango de su caminador.
—¿Y todo este viaje fue en vano? ¿A dónde iremos sin dinero? Debemos robar, de nuevo, y escapar a otra ciudad, de nuevo, y meternos a otro geriátrico, de nuevo...
—Sí, sí, ya entendimos —se exasperó Kagura, sacudiéndose la falda y caminando de nuevo hacia donde Sōta se encontraba—. Pero es todo lo que podemos hacer. No hay pasado al cual volver.
—Parece que eso sólo lo podía hacer Kagome —sentenció Sesshōmaru, pensando que eso no era del todo cierto: Inuyasha también había podido en su momento—. Supongo que deberíamos regresar.
—Y que nos encierren.
—¿Dónde van a encerrarlos? —preguntó Sōta cuando la conversación finalmente llegó a sus oídos. Ayudó a Kagura a subir los últimos escalones y salir del recinto (la demonio lo tomó muy bien: no estaba rodeada exactamente de los mejores caballeros).
Naraku lo miró con ojos entrecerrados (lo cierto es que le molestaba un poco que el hombre estuviera hablándole en ese tono y que sostuviera del brazo a su extensión; en cierto modo era como si le estuviera aferrando una parte de él: podría bien ser su trasero). Sesshōmaru apuró el paso detrás de Sōta y Kagura, y Naraku no tuvo otra opción que hacer lo propio.
—Los del geriátrico. Ese chico, nos descubrió. Nos quieren. ¡El gobierno! ¡Pero no me tendrán! ¡NO A MI!
Sesshōmaru puso los ojos en blanco. Los delirios de Naraku se hacían más grandes a cada minuto que pasaba. Ahora encima pensaba dejarlos atrás y escapar. Como si pudiera vivir bien sin ellos dos ayudándole. Además, estaba seguro de que jamás dejaría que Kagura estuviera lejos de él. Era algo así como un adicto a ella, o a la idea de que tenía poder sobre alguien.
—Claro...
Sōta miró a Kagura preguntándole con la mirada si acaso eso era verdad. La mujer suspiró, pero no entró en detalles. Naraku podía estar un poco flojo de tornillos, pero parecía que andaba sobre algo que podía ser verdad respecto a los jóvenes del geriátrico. Además, sea como sea, mejor prevenir que curar. Se irían a otra ciudad, empezarían de nuevo (otra vez), y eso se repetiría hasta que murieran. Gran panorama.
—¿Quieren otro té antes de partir? —preguntó Naomi cuando los vio entrar con caras largas. Sōta le sonrió con ternura.
—Yo me apunto, señora —dijo Kagura, resuelta y se volvió a colocar en la silla que antes ocupaba. Sesshōmaru asintió con la cabeza y Naraku se encogió de hombros. Un tecito no le vendría mal a ninguno.
—Por cierto —agregó la mujer cuando ponía el agua nuevamente a calentar—, había noticias nuevas sobre el geriátrico...
—¿NOTICIAS NUEVAS? ¿SABEN DE NOSOTROS?
—¿Quieres dejar de gritar? Me dejarás sorda de una vez por todas.
Naraku siguió diciendo que si sabían dónde estaban era el fin, que tendría que matarlos a todos. Sesshōmaru esperó a que dejara de hablar para preguntarle a Naomi cuáles eran las noticias, porque divagar sobre lo que podía pasar no era tan grandiosa idea como Naraku creía.
—Oh, vean ustedes —dijo ella, y señaló al aparato que estaba en volumen muy, muy bajo. El televisor mostraba imágenes del geriátrico en ese momento.
Naraku le arrebató el control de las manos de Sōta, que lo había agarrado para subir un poco el volumen, y lo puso al máximo. Escuchó con atención cada palabra, mientras una gran sonrisa se iba extendiendo en su inusitadamente arrugado rostro. Sesshōmaru miró todo sin inmutarse, pero un poco contento de que no tendría que irse aún de la zona. Kagura asintió y volvió luego la vista a Sōta.
—Al final, algo de razón se traía.
Sōta le sonrió en respuesta y Naomi sirvió tazas de té para todos, entre tanto les decía que llamaría a la policía para que pasara a recogerlos luego, ¡no podían volver caminando con el frío que hacía! Sesshōmaru aseguro que no sería difícil inventar una buena excusa para lo que había ocurrido, así que le parecía una grandiosa idea que vinieran a buscarlos. Naraku seguía jactándose de saber que algo así se tramaban, de que sus sentidos no fallaban, y contándole a todos cómo habían pasado las cosas desde el momento en que se estaba orinando noches atrás.
Cuando un policía gordinflón golpeó a su puerta para escoltar a los pobres ancianos y se paró al lado de su madre para verlos partir hacia el carro de policía (tantos escalones abajo del templo), Sōta suspiró. Ese día había tenido una visita demasiado extraña, más extraña incluso que su amigo orejas de perro. En realidad, no pudo evitar sonreír. Notó que su madre sonreía también.
¿Sería porque, de alguna manera, sentían a Kagome cerca?
—¡Maldita sea! ¿Puedes pasarme el puto azúcar de una puta vez?
—No es necesario que tengas ese MALDITO VOCABULARIO, VIEJO DE MIERDA.
—Señora, por favor, mantenga la calma.
La enfermera la miró con paciencia, apoyando su mano con delicadeza en el hombro de Kagura. Kagura tenía la azucarera en una mano, lista para lanzarla directo al hocico de su amo. Tomando aire, volvió a dejarla sobre la mesa y la acercó un poco hacia el viejo de un manotazo poco delicado. Sesshōmaru llegó justo a tiempo para ver cómo la enfermera les sonreía y seguía con su recorrido dentro del geriátrico. Se sentó en la silla vacía y miró a sus dos compañeros.
—Llegas tarde.
Sesshōmaru no le respondió. Le sacó el azúcar de las manos y vertió dos cucharadas en su té. Naraku se quejó, obviamente, y Kagura volvió a tomarse el puente de la nariz con sus dedo índice y pulgar. Creía que la cabeza le iba a estallar. ¿Cómo había podido creer que podría convivir en paz con ese maldito hombre?
Esa era la escena durante la mañana luego del regreso al geriátrico. Todo estaba en relativo orden en «Un lugarcito para mi abuelito», que se había hecho muy popular a causa de la fuga del día anterior y de las noticias. Habían realizado algunas reparaciones rápidamente de manera provisoria, hasta que el sitio tuviera más fondos para llevar a cabo las verdaderas reparaciones que el lugar necesitaba.
Luego de que la policía los fuera a buscar al templo Higurashi después de su gran aventura, Naraku, Sesshōmaru y Kagura fueron recibidos en el geriátrico por un montón de viejos con cara de orgullo. La verdad es que la mayoría estaban asombrados de su épica huida y se sentían muy a gusto de que tres camaradas le enseñara a esos muchachitos enfermeros cómo se hacían las cosas a su edad.
Pronto, se enteraron de cómo habían terminado todo el asunto, pudiendo así expandir la información que habían visto apenas horas atrás en la casa de Kagome. Kokone, la muchacha compañera del enfermero al que Naraku tenía entre ceja y ceja, había entrado en crisis luego de que los viejos se marcharan. Hayato había intentado mantenerla en calma y hacerse cargo de la situación de la mejor manera, pero la chica no pudo seguir ocultando lo que ocurría y finalmente confesó entre sollozos lo que pesaba sobre sus hombros.
Así fue como Naraku finalmente tuvo la información completa que escuchó a medias aquella lejana noche donde su vejiga no aguantaba más: Hayato y Kokone habían decidido robarles a los viejos. Engañarlos, usar la información que tan fácilmente les decían, y llevar a cabo lo que se proponían con total calma. Kagura no pudo menos que replicarle a Naraku que había exagerado completamente con su loca idea de disección o lo que fuera que pensaba que iban a hacer con ellos, pero a Naraku no le importó, se hallaba bastante conforme.
Cuando Naraku finalmente terminó de gruñir y rezongar y pudo servirse azúcar y tomar un sorbo de su té, Sesshōmaru decidió finalmente hablar.
—¿Ya decidieron qué hacer?
Kagura levantó la vista del crucigrama que estaba haciendo y la fijó en aquellos ojos dorados que, a pesar de todo el tiempo que había pasado, todavía la traían un poco loca. Inmediatamente se preguntó de qué hablaba, pero Naraku se le adelantó y le espetó, de un pésimo mal humor, a qué rayos se refería.
—¿Nos quedaremos aquí? ¿Nos iremos a otro lado?
La demonio no pudo evitar sonreír, de verdad que no. ¿No era hermoso que un ser como Sesshōmaru, que solía ser uno de sus más acérrimos enemigos, estaba ahora en su grupo y se incluía en sus planes futuros? Naraku la sacó de su ensoñación con nuevas quejas. Sin embargo, no dijo nada en concreto. Se dedicó a refunfuñar y mirar con mala cara a sus seguidores. Después de todo, esa pregunta era completamente estúpida.
—Supongo que...
Kagura dejó la frase a la mitad. Observó, ensimismada, el crucigrama a medio terminar. Le echó un vistazo a su té humeante. Miró con desconcierto a todos los viejos con los que más o menos se llevaba bien, el televisor encendido, los enfermeros caminando, imaginó a lo lejos su tranquilo dormitorio... Luego enfocó la vista nuevamente en Sesshōmaru y se encontró sin palabras. De repente se dio cuenta que, en realidad, se encontraba extrañamente cómoda en ese lugar, incluso si convivía 24/7 con Naraku, su amo y señor que aún no se dignaba a morirse.
No lo podía creer... realmente estaba vieja.
—Tú también —musitó Sesshōmaru con media sonrisa. Ver una sonrisa en el rostro de Sesshōmaru no era exactamente lo más común en... bueno, milenios, así que Kagura se enfadó. Una cosa era que se incluyera en su grupo, otra que se burlara de su vejez.
—¿Yo también? Bueno, ¿qué crees? Tengo cerca de quinientos años.
Esa era la verdad, y no había mucho que hacer al respecto: tenía que respetar que los años no pasaban en vano y ya estaba un poco harta de mudarse cada pocos años (pocos considerando que era un demonio, claro). Naraku la miró bastante más ceñudo de lo usual. Luego pasó la vista a Sesshōmaru, que seguía bastante risueño (considerando de quien estamos hablando) y finalmente relajó el semblante.
Si se lo ponía a pensar con seriedad:
a. Sí, estaba viejo, cansado y con dos ataques al corazón a cuestas. Le costaba caminar sin ayuda y realmente daba lo que fuera por una siesta. No era el mismo Naraku de antes.
b. Había pasado los últimos años viajando de lado a lado y soñando con volver el tiempo atrás, a aquellas épocas en donde de verdad molaba (como decían los chiquillos, bah), y se estaba poniendo a pensar que eso en verdad podía nunca ocurrir.
c. De cualquier modo, se había cansado de ser el malo de la película...
Nah, eso último no. Seguía disfrutando mucho de su maldad.
—A lo mejor podemos encontrar una bruja que revierta el hechizo.
Kagura lo miró como quien mira a alguien que ha perdido el juicio. Pero no exactamente por sus cuerdas palabras (¿cuándo había sido la última vez que le oyó decir algo con sentido?), sino por la calma que había en su mirada, en su voz y en su porte. Parecía como si de un minuto a otro, Naraku senil hubiera pasado a ser Naraku —Grey— de los años pasados.
—Ya lo hemos intentado antes —recordó Sesshōmaru. Su voz también indicaba una pequeña curiosidad respecto al cambio en su compañero.
—Deberíamos intentarlo de nuevo.
Kagura suspiró.
—Ya me cansé de viajar por todos lados.
—¿Dónde quedó tu sentido de la aventura?
—En el templo Higurashi. Todavía me duele el culo de subir esas escaleras.
Naraku guardó silencio porque a él también le pasaba igual. Para qué mentir. A lo mejor, sus ansias de aventura también habían quedado en el pozo que destrozó sus últimas esperanzas de ver tiempos lejanos de nuevo. Sin embargo, ya no se sentía agotado o decaído. Se sentía con ganas de obtener su venganza contra el universo, que no le quería dar el placer de verlo feliz. Buscaría algún modo, debía haber alguno... no podía vivir como un viejo para siempre. O, lo que era peor, morir en algún momento antes que Sesshōmaru.
—Entonces esperemos a que tu trasero fofo se recupere y saldremos de nuevo en busca de nuestra juventud perdida.
—Creí que odiabas a Indiana Jones.
—No lo nombres —gruñó Naraku. Revolvió el té caliente con una cuchara mientras imaginaba el momento en que podría erguirse con todo su poder y sacudir su melena negra y sin canas al viento, ser joven y poderoso y con ansias de dominar el mundo y matar a Kikyō de nuevo—. Tenemos que seguir. No voy a condenarme a esta clase de vida.
—No está mal —aseguró Kagura, que había terminado su té y volvía su atención al crucigrama—. Estoy cómoda y relativamente feliz y lo único que necesitaría serían algunos viajes a lugares paradisíacos en América.
Naraku no le prestó atención porque las cosas que Kagura decía normalmente le hacían entrar en razón y en ese momento no tenía ganas de entrar en razón. Sesshōmaru también pensaba como Kagura. El geriátrico le parecía ameno, había humanos que eran algo así como simpáticos y creía tener alguna oportunidad de vivir una vida feliz y tranquila.
—Debemos seguir. No podemos rendirnos. No podemos.
—No seas un libro de auto-ayuda, Naraku. Tenemos todo lo que necesitamos justo aquí.
La voz de Kagura era dura, pero el mensaje estaba claro. Naraku se detuvo a pensar por un momento si su maldita extensión hablaba en serio. ¿Cómo podía conformarse con una simple vida de humano en sus últimos años? Enfocó su mirada en los ojos rojos de Kagura e intentó vislumbrar dentro de ella: nunca había sido muy difícil, Kagura era un libro abierto para él. Lo único que pudo ver en HD era determinación. Se la notaba tranquila consigo mismo. En esa clase de paz budista que detestaba con cada átomo de su ser.
Miró a Sesshōmaru y se lo encontró sorbiendo su té con una parsimonia milenaria. Bueno, que no estaba muy lejos de llegar a ser milenario después de todo. Estaba relajado. ¡Relajado! ¿Quién diablos podía estar relajado luego de lo que habían vivido? ¡Tenía ganas de arrancarse los cabellos!
—No hablan en serio...
—¿De verdad quieres viajar por todo el mundo buscando una bruja? Es improbable encontrar una. Y más improbable aún que sepa lo suficiente como para hacer lo que necesitamos.
—Pero tenemos que hacer algo.
Kagura suspiró y luego lo miró con rudeza. Ella no era una mujer de vueltas, prefería decir las cosas de frente de una vez y dejarse de joder con el mismo asunto.
—¿Qué tal empezar a vivir? —le espetó. Naraku parpadeó. ¿Quién era el libro de auto-ayuda ahora?—. Pasé el último medio milenio persiguiendo «sueños» inalcanzables. Ya pasamos nuestra última gran aventura con resultados pocos satisfactorios y un dolor muscular que en años no he sentido. Quiero sentarme y descansar, terminar este puto crucigrama y ver la película de la tarde, y que me dejes de joder por unas horas.
Sesshōmaru la observó con cautela y luego le echó una mirada de reojo a Naraku. Naraku nunca se tomaba bien los movimientos revolucionarios de su más... fiel extensión. De hecho, los aborrecía y siempre intentaba amenazarle o matarla, pero nunca terminaba de hacer bien ninguna de las dos cosas, no después del primer paro cardíaco, de eso hace muchos, muchos años atrás. Así que esperaba ver la reacción del más malo de todos los villanos del Sengoku.
—¿Y eso es vivir para ti?
—Créeme, que me dejes en paz es vida. Dame un día, y luego de eso nos hacemos caza-fantasmas si quieres. Pero déjame descansar, joder.
Sesshōmaru bebió un poco más de su té y dejó que su vista se perdiera por la ventana. Hacía un día hermoso fuera, una leve brisa sacudía las copas de los árboles.
—¿Iremos a América pronto? —preguntó entonces. Los ojos de Naraku brillaron con malicia y ansias de poder. Kagura le sonrió con esa sonrisa descarada que tanto le gustaba.
—Cariño, iremos donde quieras. Pero déjame en paz tú también.
Kagura tomó el crucigrama, se incorporó, se acomodó un poco el cabello y los miró desde arriba con aire superado. Se sentía más viva que nunca, callando de una vez a los dos machos que no se decidían en qué diablos querían. Era la única cuerda de los tres, podía jurarlo.
—Nos vemos luego —sentenció y caminó a paso lento hacia uno de los sofás disponibles, al lado de otra anciana con la cual se llevaba relativamente bien. Tanto Naraku como Sesshōmaru pudieron observar que los movimientos de Kagura, aunque lentos, seguían siendo tan provocativos como antaño y hasta sintieron algo en su interior que se removió inquieto. Oh... durante la vejez, no, por favor. Suficiente habían tenido ambos algunos siglos atrás...
Naraku resopló y volvió su atención al té.
—En América hay culto de brujas, ¿verdad?
—Eso tengo entendido.
—Entonces le cumpliremos el capricho a Kagura.
Dejó escapar una de sus risas maníacas y malvadas antes de mojar las galletitas en el té y mandárselas a la boca. Sesshōmaru no pudo menos que suspirar. De cualquier modo, ya le había agarrado el gusto a las aventuras.
Además, ¿qué tan malo podría ser viajar a América con Naraku y Kagura?
FIN
Nota de la autora:
DESPUÉS DE MILLONES DE AÑOOOOS~ Lalalalallalala, holi :)
YASÉYASÉ. Pasó mucho tiempo. Es que simplemente no podía terminarlo. No me gustaba y borraba y volvía a escribir y así hasta que tenía ganas de estrellar mi cabeza contra el teclado y publicar lo que saliera. Pero finalmente pude. ¡PUDE! Y he aquí el resultaaaadoooo~
¿Extraño, tal vez? Es que simplemente así puedo imaginarlos. No me cuesta nada verlos así, vivir algo como lo que vivieron y al minuto siguiente planeando la próxima tonta aventura que pase por el camino.
En cualquier caso, este es el fin de este pequeño relato. :) ¡Espero que lo hayan disfrutado! Muchas gracias a todos los que leyeron y a todos los que decidieron dejar su hermoso, sensual, voluptuoso lleno de chocolate con merengue y otras cositas ricas, review. -LOSAMO-
¡Nos leemos en el próximo fic!
Mor.