Aquí les tengo el ultimo capitulo, espero sea de su agrado y cumpla con sus expectativas, trate de actualizar antes pero no pude, pero aquí lo tienen.

Capítulo dieciocho:

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Edward estaba sentado en su despacho. Su silencioso y solitario despacho.

Hacía dos días que había regresado a San Francisco y no había sabido ni una palabra de Bella. Se marchó del hotel tan deprisa que para cuando él le hubo explicado lo sucedido a su entrometido hermano y volvió a subir a la habitación, ella ya se había marchado.

Su equipaje seguía allí, pero había pedido que le enviaran todo a la dirección de su casa.

Cargó el importe de ese envió y de un billete de avión en la tarjeta de crédito de la empresa.

No es que a Edward le importara. Había manejado toda aquella situación de la peor manera posible. En lugar de evitarle a Bella tener que lidiar con aquel lío, la había colocado justo en el medio, destrozándole el corazón en el proceso.

El timbre electrónico sonó entonces, indicando que alguien había entrado en el vestíbulo. Edward suspiró y supo que ahora su trabajo era también recibir a nuevos clientes.

Pero antes de que pudiera salir de detrás de su escritorio, Tania apareció en el umbral con una carpeta azul en la mano.

— ¿Estas ocupado? —le preguntó.

No, sólo tenía que ocuparse del trabajo de oficina, la ayuda temporal se estaba retrasando, había estropeado lo mejor que le había sucedido en la vida y estaba tratando de averiguar cómo arreglar aquel lío.

—No —respondió señalando con un gesto la silla con respaldo que había frente a su escritorio—. Toma asiento.

Ella dejó la carpeta sobre el escritorio y obedeció.

—Estos son los papeles legales de mi padre. Dice que Emmet y tú tenéis que firmar cinco copias. Una para cada una de vosotros, otra para mí y otra para cada uno de nuestros abogados.

Edward abrió la carpeta y leyó el encabezamiento.

—Esto no puede ser.

—No hay ningún error —le aseguro Tania—. Mi padre sigue queriendo hacer negocios con Emmett y contigo. De hecho está entusiasmado con el reto.

Edward alzó la vista.

— ¿Por qué? He cancelado la boda.

Tania sonrió.

—Antes de que lo hiciera yo.

— ¿Qué?

—Me he enamorado —se explicó ella—. No sé a quién tenía más miedo de defraudar, si a mi padre o a ti. Y ahora que tú también te has enamorado, todo será mucho más fácil.

¿Por qué diablos todo el mundo sabía cuáles eran sus sentimientos?

— ¿Ibas a cancelar la boda? Pero enviaste un vestido aquí —le recordó Edward, pensando que tenía que devolvérselo antes de que se marchara.

Estaba ocupando demasiado espacio en su ropero.

Tania sonrió y se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Así es. Pensé que tenía que seguir con mi parte del acuerdo, pero cuando recibí tu mensaje diciéndome que necesitabas hablar conmigo y que era urgente, confiaba en que ésa fuera la razón.

—No me gusto dejar un mensaje de voz, pero me estaba quedando sin tiempo —se explicó Edward—. Odiaba tener a dos mujeres pensando que eran las elegidas. No era justo para nadie.

—Y menos para ti —añadió Tania.

Edward sonrió. Era una mujer realmente preciosa. Pero ni todos sus trajes de marca ni su cabello perfectamente peinado podían compararse con la belleza de Bella cuando se despertó la mañana en la que le había dado las perlas.

El timbre de la puerta principal volvió a sonar y Edward se puso de pie.

—Discúlpame un segundo.

Pero fue demasiado lento para llegar al vestíbulo antes de que Bella entrara en su despacho.

No parecía tan desgraciada como se sentía él. El bronceado que había conseguido durante su viaje se añadía a su belleza natural. El castaño cabello le caía en ondas sobre los hombros y su vestido azul de playa que le llegaba a altura de las rodillas le hacía parecer más inocente todavía.

—Lo siento—dijo pasando por delante de Edward y dirigiéndose a Tania—. Sólo he venido a recoger mis cosas. No me interpondré.

Edward tuvo la sensación de que se estaba refiriendo a algo más que a la reunión del momento.

—No te estás interponiendo —le dijo él, pero Bella ya se marchaba.

—Maldición —murmuró pasándose una mano por el pelo y girándose hacia Tania.

Ella se puso de pie.

—Yo me voy. Habla con ella. Siento haber provocado esto.

—No has sido tú —aseguró Edward—. Lo he hecho yo solito.

—Tú firma esos papeles —le recordó Tania—. Yo vendré mas tarde por el vestido. No creo que sea buena idea llevármelo ahora mismo.

Guapa e inteligente.

—Harás muy feliz a algún hombre.

Ella sonrió y se marchó, dejando a Edward con sus propias miserias.

Cuando se acercó al umbral, se le encogió el corazón al ver a Bella guardando sus fotos en una caja. Nunca había visto esa caja ni las fotos, pero dio por hecho que se trataba de fotos de su madre.

— ¿Puedes venir un momento? —le preguntó.

Ella se giró abrazada a la caja.

—Creo que ya nos lo hemos dicho todo. No reavivemos los errores que hemos cometido.

—Sé que no merezco tu tiempo, pero de todas maneras te pido un minuto.

Bella suspiro.

—Un minuto.

Emocionado ante tan pequeña victoria, Edward se echó a un lado, permitiéndole que pasara.

—Dijiste que me querías —dijo él sin pensar demasiado en cómo iba a utilizar aquel precioso minuto.

—Así fue.

Edward alzó una ceja.

— ¿Así fue?

—De acuerdo, todavía es. No puedo encender y apagar mis sentimientos hacia las personas, Edward. Soy humana. ¿Para eso me has dicho que venga? ¿Para escuchar que te quiero y añadirlo a tu ego? ¿No te ha bastado con la visita de Tania?

Edward se colocó a su lado, aunque sabía que no era un movimiento inteligente.

—Me lo merezco. Pero tengo que decirte…

El maldito timbre de la puerta volvió a sonar.

—Sera mejor que te vayas —le dijo Bella—. No tienes asistente.

Edward gimió y se dirigió a librarse de quienquiera que estuviera en el vestíbulo.

Una joven de edad universitaria estaba allí de pie con un bolso y una carpeta.

—Hola, soy Jessica Stanley, de la agencia de trabajo temporal.

¿No podría haber llegado cinco minutos más tarde?

—Siéntate —dijo señalando el escritorio vacío—. Saldré en cinco minutos.

Cuando se dio la vuelta para volver a su despacho, Bella pasó por delante de él y salió por la puerta.

— ¿Es un mal momento? —pregunto la universitaria.

Edward miró hacia atrás.

—La verdad es que sí. Me asegurare de que te paguen el día de hoy, pero, ¿podrías volver mañana por la mañana?

—Sin duda.

Cuando la joven se hubiera marchado, Edward regresó a su despacho y se quedó paralizado.

Los documentos legales para formar aquel acuerdo de miles de millones de dólares estaban desparramados encima de su escritorio. Él no lo había hecho. Los había dejado bien colocados. Obviamente, Bella había estado hurgando en ellos. Y había dejado su propia marca.

Encima de los papeles estaban las perlas de su abuela.

Bella no torció el gesto. Le gustaba pensar que ir de compras y adquirir cosas que no podía permitirse era como hacer limpieza en su vida. Hacía meses que no utilizaba la tarjeta de crédito, y ahora se estaba resarciendo con creces.

Zapatos, bolsos, vestidos de seda y una variedad de ropa cómoda de verano… todo eso le hizo feliz. Pero cuando entró en una elegante tienda de muebles y escogió un dormitorio nuevo, aquello la entusiasmó… por el momento.

Dentro de dos días le llevarían la cama de trineo fabricada en caoba, que quedaría preciosa con la ropa de cama en tono perla que había escogido de un catálogo. También compró un armario a juego y la cómoda. No le importaría en absoluto que aquellos muebles tan grandes ocuparan la mayor parte de su estudio.

En el camino de regreso a su apartamento, Bella se sintió un poco mejor respecto a las novedades de su vida. Pero sabía que nada, absolutamente nada podía llenar el vacío. Igual que sabía que no tenía a nadie a quien culpar. ¿Se arrepentía de haber ido detrás de lo que quería?

No. Al menos había tenido unos cuantos días para amar a Edward. El hecho de que él no hubiera querido aceptar su regalo no significaba que ella se arrepintiera de algo.

No iba a suplicar ni a rogar. Pero tampoco iba a quedarse sentada llorando sintiendo lástima de sí misma.

Bella entró en el apartamento y dejó las bolsas en el sofá. Las abrió y sacó todas las faldas, los vestidos, las camisetas y el resto de las cosas. Agarró la primera camiseta que encontró, que era de un color cereza y un par de pantalones cortos color caqui.

A partir de aquella noche iba a iniciar una nueva vida, y cuando llegara el lunes por la mañana volvería a darse contra la realidad y buscar un trabajo.

Pero esa noche iba a divertirse.

Le quemaban los muslos y le dolía todo el cuerpo, pero se mantuvo.

Bella apretó las piernas alrededor del toro mientras se movía hacia delante y hacia atrás.

¡Guau!

¡Vamos, chica!

Los gritos de la multitud, unidas a su propia determinación, lograron que Bella se mantuviera encima hasta el final.

Había vuelto a vencer al toro.

Un nuevo récord para el local —anunció el DJ—. ¡Veinte segundos!

Bella estrechó las manos que le extendían y salió del escenario. Se volvió a poner las sandalias y sonrió a la gente que le daba palmaditas en la espalda.

Abriéndose camino hacia el bar para tomar una copa, la primera de la noche, Bella sintió un pequeño escalofrió de victoria por haber roto un record encima del toro.

—Tomaré cualquier cosa que me pongas —le dijo al camarero.

—Apúntalo a mi cuenta.

Bella se giró hacia el sonido de la voz que llevaba tanto tiempo intentando sacarse de la cabeza. Por desgracia, ver al hombre era mucho, mucho peor que oírlo. Y estaba dolorosamente guapo. ¿Esperaba algo menos que perfección viniendo de Edward Cullen?

—Tenga, señorita.

Bella se giró para hacerse con la bebida y sacó un billete de diez dólares del bolsillo.

—Yo me pago mis copas. Quédese con el cambio.

Edward le sujetó el brazo con los dedos y la giró para obligarla a mirarlo.

—Ven conmigo.

—No voy a ir a ninguna parte contigo.

Edward ignoró su mirada supuestamente asesina y tiró de ella. Como no quería montar una escena, Bella le siguió.

Pero Edward no salió del bar, como ella pensó que haría. Atravesó la multitud y bajó por un pasillo estrecho y mal iluminado hasta llegar a un despacho. Cuando la hubo urgido a entrar, cerró la puerta.

— ¿Qué diablos estás haciendo? —inquirió Bella.

—Obligarte a escucharme —Edward estiró el brazo, le quitó la cerveza de la mano y la puso sobre una mesita—. Y quiero que estés lúcida.

¿Lúcida? ¿Acaso pensaba que había estado bebiendo toda la noche?

Sin decir una palabra, Bella se cruzó de brazos y esperó. Por favor, que no dijera cuánto lamentaba el tiempo que habían pasado juntos y que aquello era lo mejor para los todos. Se vendría abajo si Edward decía que su breve relación había sido un error.

— ¿Podemos sentarnos? —preguntó Edward señalando hacia el viejo sofá de cuero que había pegado a la pared.

Bella pensó durante un segundo en la posibilidad de ignorar su propuesta, pero si iba a constatarle el hecho de que tenía que casarse con Tania, Bella quería tener un firme soporte debajo.

Rodeó la mesilla auxiliar y se sentó en el extremo del sofá, agradecida al ver que Edward hacia lo mismo al otro extremo.

—Todo lo que ha sucedido desde que estuvimos en Kauai no han sido más que malentendidos —se explicó él—. No he podido acercarme a ti hasta ahora.

A Bella empezó a latirle el corazón de nuevo, algo que sentía que no le sucedía desde que escucho el mensaje de voz de Tania. Pero no quería esperanzarse. No podría soportar otra decepción.

Edward se pasó la mano por el pelo y la emoción de Bella subió una escala más. Estaba nervioso.

—Primero déjame decirte que Tania y no vamos a casarnos.

— ¿Por lo que pasó entre nosotros? —preguntó Bella.

—Sí y no —Edward se reclinó hacia adelante y apoyó los codos en las rodillas—. Estuve llamándola la semana pasada cuando estuvimos fuera para explicarle que no podía casarme con ella porque sentía cosas muy fuertes por ti, pero nunca me contestó las llamadas. Finalmente dejé un breve mensaje de voz diciéndole que tenía que hablar con ella del compromiso y que necesitaba que me llamara.

Como no podía quedarse quieta, Bella cruzó las piernas, complacida al ver que los ojos de Edward seguían cada movimiento que hacía.

—Unos días más tarde —continuó él—, llamé a su padre y le dije que lo sentía, que no podía casarme con Tania, pero que si todavía quería seguir adelante con nuestro trato, estaría dispuesto a escucharle. Pensé que no le interesaría, pero esta tarde Tania me ha llevado los documentos a la oficina.

Bella permitió que la emoción se apoderara de ella. No le estaría contando aquello si no quisiera estar con ella, ¿verdad?

Edward se revolvió un poco en el sofá y se la quedó mirando fijamente a los ojos.

—Tania también vino a decirme que iba a cancelar la boda porque había encontrado a alguien. No sabía cómo decírselo a su padre ni a mí, por eso te llamó y envió el vestido. Sentía que tenía que seguir con esto hasta que pudiera confesar.

Bella no sabía qué pensar. Pero tenía algunas preguntas.

— ¿Habrías cedido y te hubieras casado con ella si su padre hubiera rechazado cualquier otra idea? —quiso saber Bella.

—No.

No vaciló ni apartó los ojos de los suyos. Aquello era una buena señal.

—Entonces, ¿Por qué estás aquí? ¿Y por qué sabías que yo vendría? —Bella alzó una mano—. Te ha vuelto a llamar el dueño, ¿verdad?

—Sí. Le pedí que estuviera atento, imaginé que vendrías aquí porque aquí viniste cuando te enteraste de la boda.

La conocía muy bien.

Bella trago saliva.

— ¿Qué quieres de mí?

—Todo —Edward se puso de pie, busco en los bolsillos y saco una bolsita negra—. Te dejaste esto.

Sacó el collar de perlas y tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie.

—Lo quiero todo de ti, Bella, todo lo que estés dispuesta a darme. Tu vida, hijos, tu amor.

A Bella le temblaron las rodillas y se le llenaron los ojos de lágrimas.

— ¿Y qué me darás tú a cambio?

Edward le rodeó el cuello con el collar.

—Mi vida, hijos. Mi amor.

Bella cerró los ojos y disfrutó del momento. Las lágrimas le resbalaron por el rostro. Cuando la suavidad de las yemas de los dedos de Edward le acariciaron la humedad de sus mejillas, ella abrió los ojos y cruzó la mirada con la suya.

—Te amo, Bella. Darme cuenta de ello vale mucho más que un acuerdo multimillonario.

Bella sonrió y supo que estaba hablando en serio.

—Dime que te casarás conmigo —susurró Edward mientras le ponía las manos sobre los hombros—. No quiero pasar una noche más sin ti.

Bella dio un paso adelante, le echó los brazos al cuello y dijo la única palabra que pudo pronunciar a través de las lágrimas.

—Sí.


Gracias a tod s por sus reviews, me animaron a seguir con esta adaptación y a todas las lectoras que en silencio igualmente me acompañaron.

Aquí les dejo un adelanto de mi próxima adaptación:

Es una historia de Diana Palmer y la adaptación es mía los personajes son de la Sra. E. Meyer.

Corazón intrépido.

Isabella Swan había ideado el plan perfecto para encandilar a Edward Cullen; se convertiría en una mujer atrevida. Sin embargo parecía que lo único que había logrado la transformación era sacar aun mas el mal genio de Edward. Pero quizás... solo quizás no fuera mal genio, sino pasión contenida lo que hizo que le brillaran los ojos de aquel modo cuando sus labios se juntaron bajo el muérdago. ?Seria posible que Edward estuviera a punto de convertir a Bella en su prometida?