BONUS


Ese aroma... Uno particularmente masculino, dulce pero familiar. Lestrade abrió los ojos para encontrarse con la figura de un Sherlock de rizos rebeldes, piel lechosa, luminosa a la luz de los rayos de sol de esa fresca mañana. Sus hermosos ojos de largas pestañas ocultaban aquellas gemas de añil misteriosos en las que gustaba perderse. Su torso desdibujado en cada bloque formando una cuadrícula en la parte inferior...

No podía contenerse, la imagen de Sherlock reposando sobre las sabanas del lecho era abrumadora.

Su dureza matutina se sacudió. Tenía que hacerlo, siempre soñó con ese momento, con esa mañana platónica despertando a su lado y tomarlo al amanecer . Así que apoyó su peso en los puños, para levantarse dispuesto a tomar ese cuerpo de dios griego. Pero antes de que pudiera siquiera tocarlo, una mano de cortos y fuertes dedos se lo impidió desde el otro lado de la cama.

— No. No lo despiertes.— la voz adormecida del médico le habló desde allá. No tenía un aspecto menos atractivo que Sherlock. Sus hebras doradas alborotados, una expresión perezosa de quien ha sido "bien servido". — Sherlock duerme en raras ocasiones. Permitamos que descanse un poco más.— Lestrade asintió. — Mientras tanto, no veo porque no podamos... Hacer las pases.

El inspector levantó la mirada sin dar crédito a lo que oía... Bueno, desde luego. Acababan de consumar un acto sexual en grupo, sinceramente también deseaba probar de aquel cuerpo ahora que lo había visto ser tomado por su platónico.

Así que, con sumo cuidado de no despertar al detective consultor, Lestrade se desplazó al otro lado de la cama. Sherlock solo murmuró entre sueños separando ligeramente los labios que el hombre de piel canela deseó poder devorar en ese instante. Dios... Sherlock era insuperablemente hermoso.

Y su libido se disparó cuando encontró al médico tocando su regordeta masculinidad olfateando la piel del más alto. Era simplemente divino, John separó sus muslos. Aquella entrada solo tomada por Sherlock la noche anterior estaba resentida, abierta, como si acabara de prepararla. La propia excitación de Lestrade dio una violenta sacudida.

— Por favor, Greg. Solo... Solo hazlo.

— No tienes que pedirlo dos veces.— Y realmente no tenía que. Lestrade tomó su propia hombría para introducirla en la ardiente cavidad sintiendo como el respingo que John dio de sorpresa contraía las paredes intestinales en torno a su hombría. Sus manos tomaron las caderas para comenzar a desvanecerla dentro y reaparecerla con los embates hambrientos que me propinaba.

La cama rechinaba cada vez más estruendosa provocando que Sherlock arrugara la nariz entre sueños con cierta molestia. Pero ya eso era lo de menos, John sentía como la punta golpeaba su próstata, llegando tan hondo, que podría partirse en dos. No había sido su imaginación, Sherlock realmente poseía un esfínter resistente al no romperse bajo las estocadas del peli plateado. — Greg, Greg... Oh por dios... ¡Me corro...!— el pequeño cuerpo de John se contorsionó en prolongados espasmos de placer y un gemido que despertó los sentidos de quien dormía a su lado.

Las perlas azules captaron aquel momento en que John descargaba su semilla sobre su propio abdomen y la mirada de Lestrade devorando los muslos del consultor, los castaños ojos insistían en taladrar con la vista su prominente erección matutina. Fue entonces que Sherlock le indicó que se acercara, así que el inspector, echando de menos el cuerpo del médico, fue a reunirse con él. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Sherlock aferró sus largos dedos en los hilos de plata para morder aquellos labios, amenazando con partirlos, introduciendo su lengua para degustar el paladar ajeno. Era delicioso, su sabor, su aliento, su salivación cristalina adquiriendo espesor como resultado de la lujuria. Cuando se apartó, solo un hilillo de salivación pendía entre ellos y Lestrade, coloreando sus mejillas de un carmín intenso, la bebió como un elixir del que dependiera su vida.

— Sherlock, desde hace tiempo, desde hace mucho yo...

Pero este colocó un índice en sus labios negando con la cabeza.

— Disfruta, Gavin... Solo disfruta.

— Es Gre-

Pero Sherlock lo mando a callar llenando su boca con la carne erecta entre sus piernas. Obligando a tomarlo hasta la base, sin importar que Lestrade boqueaba pues esas proporciones eran casi imposibles de acunar incluso valiéndose de la garganta. Para Lestrade, los chorros de precumen tenían un sabor único, como beber el aroma que Sherlock despedía. Lestrade deseaba más y por sí solo comenzó a lamer el rígido miembro, ahuecaba la boca para poder sentir el glande derramar el éxtasis liquido. La sensación de Sherlock tirando de sus cabellos... "Dios..." Solo con eso podría correrse. Pero en ese momento Sherlock lo hizo mirarle a la cara.

— Mira eso, que expresión tan depravada...

— T-tu bastardo... Eres el único culpable...

Para sorpresa de ambos, John volvía a estar duro, mirando como esos atractivos hombres se daban placer justo delante. Así que, cuando Sherlock trepó a Lestrade sobre su regazo, John se coló entre las piernas de este último, acomodando la hombría del primero para guiarle a la entrada del inspector.— Se gentil, Sherlock. No sabemos si Lestrade...

— No. No lo es. Ya ha hecho esto antes.

— No es lo q- ¡Oh! ¡Mierda, Sherlock! Nghhh...— Sherlock no permitió que se explicará al hundirse en su interior, una, dos, tres y más veces, tantas como las oleadas de placer incrementarán su intensidad. John a su vez succionaba la hombría del canoso, bebiendo cuanta lubricación manara de ella. Sherlock tomó las piernas de Lestrade para abrirlas un poco más y levantar su caderas de modo que podía impulsar con mayor ímpetu sus embestidas. En algún momento Sherlock abandonó el interior para exponer la dilatada entrada al rostro del médico quien abandono la felación para lubricar el agujero enrojecido con su lengua. La circunferencia estaba caliente, palpitante, ansiosa y se contrajo cuando apenas le roso con la punta.

— ¡Oh..! ¡N-No Hagas e-eso…! Nnhgg…— Suplicó Lestrade casi ininteligible, pero de nada le valía. Su entrada sabía a Sherlock, olía a la esencia del precumen, apetitoso, tibio y obsceno. Suficiente para que el doctor llevase una mano a su propio deseo intentando exprimirse cada vez que su puño bajaba y subía. Lestrade jadeó estrepitosamente, pidiendo en descontrol porque su detective volviera al interior, solo entonces Sherlock volvió a penetrarlo. Tan rápido, tan contundente, que la fuerza provocaba que John volviera ahogarse con la hombría que succionaba. Sherlock no podía detenerse, la cúspide, el vértigo, recorrió cada poro de su piel hasta que sintió que su uretra expulsaba inminente el perlado semen que, al movimiento de sus caderas, se desbordaba hacia los testículos y John lamía desesperado mientras se tocaba y el seminal de Lestrade bañó su rostro al estallar en un orgasmo sonoro. Cuando Sherlock movía sus caderas como acto reflejo de la culminación, John llegaba al límite y deseoso, arrancando las morenas caderas del pálido hombre, se interno en él para derramar sus semilla mezclándose con el remanente de Sherlock que abrazaba a Lestrade desde atrás por la cintura. Era demasiado para soportar, Greg no pudo controlar el arqueo de su espalda. Estaba lleno de aquellos hombres y ahora que esto había comenzado, no creía poder parar. No podría parar.

Exhaustos, los tres se desplomaron conciliando un sueño reparador.

Horas más tarde, entrada la tarde. Lestrade y John abrían los ojos. Buscaron a Sherlock en la cama, pero este no estaba ahí.

— ¿Qué rayos...?— Pero la pregunta quedó suspendida ante el ruido de una multitud en la sala. Ambos se apresuraron a vestirse con lo primero que tenían a mano; John una bata de Sherlock y Lestrade una toalla a la cintura. Corrieron a través del pasillo, armas en mano preparados para lo peor, solo para quedarse perplejos.

Sherlock, perfectamente aseado, vestido con su playera blanca de botones hasta los codos, pantalón negro, lustrosos zapatos italianos y rizos apretados. Dirigía a un par de hombres robustos que acarreaban unos muebles nuevos. "Que curioso... " se dijo Lestrade." Esa cómoda es idéntica a la que tengo en casa"

"Espera..."

"¡Esa es la cómoda que tengo en casa!"

— ¡Sherlock! ¿Qué rayos hacen mis cosas...?

— Greg...— John le interrumpió con una expresión incrédula y sorprendida, solo entonces este comprendió lo que significaba.

— Sherlock... ¿En realidad pretendes...?

Fue Sherlock quien lo interrumpió ahora cuando pagaba a los hombres en el umbral de la puerta.

— Aburre a alguien más con tus preguntas. Hay mucho por hacer si vas a instalarte en Baker Street