Disclaimer: Los personajes de Katekyo Hitman Reborn! no me pertenecen.

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7

Familia

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Aunque Xanxus no lo admitiría ni bajo tortura, cuando su esposa se embarazó por segunda vez todas sus actividades como mafioso se paralizaron por nueve meses, en los que no dejó a su mujer ni un solo momento a solas; sobre todo cuando supo que el crío por venir sería un niño, y que poseía tal poder que hacía que el embarazo fuera riesgoso para el frágil cuerpo de su madre.

La mujer había desmejorado muy rápidamente luego del tercer mes, y habían llegado al punto en que Sawada, por pedido de esas basuras que se hacían llamar doctores, le había hablado de la posibilidad de interrumpir el embarazo que parecía estarse llevando la vida de su señora. Y si Xanxus no perpetró una masacre en ese mismo instante fue porque la propia mujer lo había detenido, asegurando que no importaba lo que pasara con ella, pero que nunca le haría algo como eso a su hijo.

Los meses pasaban y ella tenía buenos y malos períodos, pero Xanxus nunca se apartaba de su lado, pues había llegado a la conclusión de que tanto la mujer como el niño eran de su propiedad, y no podía dejar que nada malo le pasara a sus cosas.

Niño, no cosa. Su hijo, su primer varón, era quien seguiría sus pasos; él sería perfecto, un asesino jodidamente implacable, el mejor de todos, y también sería obediente, no como la maldita mocosa. Xanxus a veces escuchaba sus berrinches y se preguntaba porqué demonios aún no lo había abandonado en algún callejón para deshacerse del problema, pero aunque odiara admitirlo sabía que nunca podría hacerlo, primero porque eso lastimaría a la maldita mujer, y segundo porque él no era como los bastardos que lo habían engendrado.

—Quiero ver a mami —exigía la mocosa todos los días, y aunque el líder de Varia no creyó que fuera posible, la pequeña escoria se había vuelto aún más jodidamente molesta desde que había empezado a hablar, sacándolo más de quicio que su madre cuando recién se había mudado a su castillo.

—Tu madre está indispuesta. ¡Largo! —le gritó, igual que todos los días, sacando sus armas para amenazarla, pero como la mocosa no se amedrentó, Xanxus entonces apuntó a la cabeza del Guardián de la Nube—Tú. Llévatela de aquí. ¡No quiero ver ni oír a esta maldita mocosa por el resto del día!

—¡Quiero ver a mi mami! ¡Quiero ver a mi mami! ¡Quiero ver…!

—Helena —sereno e indiferente igual que siempre, Hibari Kyōya apenas si alzó la voz, y aun así logró que el pequeño demonio vestido de rosa cerrara el hocico, cosa que hizo que el líder de Varia los odiara a los dos aún más —Tu madre necesita descansar. ¿Qué dices si vamos a practicar boxeo con tu muñeco y después por un helado? —preguntó, irritando a Xanxus con su forma tan pausada de hablarle a la pequeña escoria, que de inmediato cambió su gesto enfadoso por una sonrisa.

—Está bien —contestó como si nada, tomando la mano que Hibari le ofrecía, como si se hubiese olvidado de quién carajos había salido el esperma de donde venía.

—Más te vale dejar de malcriar a la maldita mocosa o saldrás de esta casa tan rápido que no sabrás que demonios te golpeó —lo amenazó antes de que se fuera, igual que siempre hacía. Y Hibari, igual que siempre, lo miraba, impasible, asintiendo vagamente, como si supiera que sus amenazas solo eran de dientes para afuera. Xanxus lo odió aún más por ello.

—Hibari-san, ¿tú eres mi papá?

Los oídos de Xanxus zumbaron antes de que volviera a entrar en la habitación de su esposa, así que se detuvo, apretando los puños con rabia al saber que, desgraciadamente, no podía dispararle a aquella pequeña basura sin enfadar a su madre.

—Ya hablamos de esto, Helena —el tono de Kyōya Hibari denotaba cansancio, pero aún así seguía siendo jodidamente amable con la larva —Tu padre es Xanxus, yo solo soy tu padrino y tutor.

—Oh. Eso es bueno —la diminuta escoria cerró sus ojos carmesí con alegría, y Xanxus le puso más interés al oír que, por primera vez, la maldita niña le mostraba algo de respeto a su figura como progenitor —Porque, si no eres mi padre, entonces podremos casarnos cuando crezca, ¿verdad?

Hibari Kyōya iba a responder, pero entonces tuvo que agacharse para tomar a Helena y saltar por la ventana, huyendo de la lluvia de balas de Xanxus Vongola.

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Salvo aquel día en que habían atacado el castillo durante el nacimiento de su primera hija, Kyōko Vongola seguía siendo dulce como la miel, y delicada como una rosa. Cansada por el exceso gasto de energía que su segundo hijo le demandaba, se pasaba las veinticuatro horas del día haciendo reposo, siempre bajo el ojo vigilante de su esposo, que no le permitía levantarse más que para ir al baño, e incluso limitaba las visitas de su hija y sus familiares. Y aunque Kyōko no estaba de acuerdo, no podía negar que era agradable sentirse tan cuidada, pues aunque Xanxus, después de cinco años de matrimonio, seguía sin ser demasiado expresivo con sus sentimientos, ella había aprendido a reconocerlos en sus pequeñas acciones, viendo más allá de sus ceños fruncidos y ríos de insultos.

Xanxus se sentaba junto a la cama en su enorme trono, bebiendo, leyendo un libro o haciendo ambas cosas a la vez, pero siempre vigilándola, gritándole si intentaba levantarse o hacer algún esfuerzo, o amenazándola si no descansaba apropiadamente. Kyōko sabía que tras esos gestos groseros había preocupación auténtica, y que esa era su forma de demostrarlo, porque era la única que conocía, pero eso no importaba, porque ella lo amaba, con todos sus defectos, y sabía ser paciente.

—Xanxus-san, ¿podrías traerme algo de comer? Un pastel de chocolate estaría bien. Con fresas y tocino.

Xanxus levantó la mirada de su lectura y frunció el ceño.

—¿Crees que soy tu maldito sirviente? ¡No me fastidies, mujer! —le gritó, pero a los pocos segundos se levantó de su asiento y empezó a gritar por los pasillos en busca de un sirviente. Él siempre hacía lo mismo; se enfadaba, le gritaba, pero al final siempre obedecía. Esa era otra forma de demostrarle su amor. Kyōko entonces estiró el cuello desde la cama, tratando de espiar lo que su esposo había estado leyendo; por fuera se veía como un libro escrito en latín, idioma que Xanxus hablaba a la perfección, pero al verlo más de cerca notó que solo era la cubierta, ya que dentro había una revista. Y una sonrisa radiante apareció cuando notó que era una revista sobre paternidad. En ese instante oyó disparos, y un tembloroso Lussuria entró con un enorme pastel de chocolate y un juego de té listo para ser servido, mientras Xanxus volvía a ocupar su lugar en su trono, tomando su libro falso para seguir leyendo con interés.

—Xanxus-san...

—¿Qué demonios quieres ahora?

—¿Quieres un poco?

—No fastidies —le gruñó, regresando a su lectura mientras ella seguía comiendo. Y luego de casi acabarse medio pastel, Kyōko volvió a mirarlo y se movió un poco sobre la cama, dándose cuenta de que otra vez había llamado su atención.

—Xanxus...—lo llamó de nuevo, olvidándose de los honoríficos.

—Ya duérmete, mujer estúpida.

—No puedo… —se lamentó, intentando levantarse.

—¡No te levantes, maldita sea! —Xanxus se levantó, dejando entrever alarma en sus gestos, pero no sacó su arma —¡Recuéstate!

Ella obedeció con una sonrisa, frotándose el abultado vientre. Solo entonces él volvió a ocupar su trono, mirándola fijamente con fastidio.

—¿Podrías recostarte conmigo un momento?

—No me molestes, mujer. Estoy ocupado.

—¡Ay!

—¿Qué? ¿Qué demonios pasa? —sobresaltado, el mafioso volvió a levantarse y se acercó a la cama. Kyōko entonces sujetó su mano.

—Recuéstate conmigo o me levantaré —le dijo, sonriendo de esa forma en que, de haber sido hombre, hubiera provocado que Xanxus la golpeara; la misma que le decía que no importaba cuántas veces se negara, pues sabía muy bien que al final se saldría con la suya. Y la odió más que nunca en ese instante.

—Eres una... —gruñó, cerrando los puños con fuerza para evitar sacar las armas de los laterales de sus costillas. Estaba molesto, furioso, y sin embargo se recostó junto a ella, permitiéndole recargar la cabeza sobre su pecho mientras su brazo instintivamente se sujetaba a su cintura. Era como algo natural entre ellos, y entonces todo el enojo de Xanxus se disolvió en el aire, pero milagrosamente su erección estaba siendo bien controlada.

—¿Sabes? —justo cuando empezaba a relajarse la mujer habló, dibujando pequeños círculos sobre su camisa —He estado pensando... Ya que tú elegiste el nombre de Helena, creí que también te gustaría elegir el nombre del segundo bebé.

—Pues creíste mal. Mujer idiota —graznó, perdiéndose en la calidez del cuerpo de su esposa, pues no había nadie mirando.

—Entonces tal vez podamos llamarlo Timoteo —la escuchó decir, y solo gruñó como respuesta, ignorando el hecho de que ella siempre parecía ser capaz de oír todos sus pensamientos.

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Hibari Kyōya abrió la puerta con cautela, no sin antes asegurarse de que estaba completamente solo, y luego volvió a cerrarla de la misma forma, parándose en medio de la estancia con una mano sosteniéndole el puente de la nariz, hastiado.

—Sal de ahí —bufó con cansancio, esperando unos cuantos segundos en silencio, hasta el límite de su paupérrima paciencia —Sal. Ahora.

Escuchó un quejido, un golpe seco y el mecanismo de una puerta trampa activándose casi al instante. Una diminuta cabeza de largos cabellos castaños claros se asomó por la rendija que se abrió en la pared, frunciendo los pequeños labios con molestia.

—Todos te están buscando —comentó Hibari ante el silencio auto impuesto de la niña, cruzándose de brazos con gesto de enfado ante la negativa de ella de responderle —Eres una herbívora caprichosa y molesta.

—¡No soy una herbívora! —protestó Helena, amenazando con hacer un nuevo berrinche, aunque sin perturbar en lo más mínimo al Guardián Vongola.

—Serás una herbívora hasta que aprendas a comportarte, niña. Camina.

—¡Oblígame!

Eso sorprendió a Kyōya, pues Helena nunca le alzaba la voz, mucho menos se oponía a sus deseos. Entonces vio en aquellos ojos como llamas ardientes la sombra del miedo y la tristeza.

—Helena, tu hermano no tardará en nacer, tu padre no deja de amenazar a todo el mundo desde hace horas por tu desaparición, y vas a estar ahí aunque tenga que llevarte a rastras —anunció con calma pero firmemente. Entonces la niña lo miró, dolida.

—¡No quiero, no quiero, no quiero! ¡Odio a ese bebé! ¡Mi mami ya no me quiere por tenerlo a él, y papá ya ni siquiera me hace caso, ¿y ahora tú también?! ¡Hibari-sensei me dejará para enseñarle a ese estúpido bebé porque lo quiere más que a mí, igual que todos en el castillo! ¡Lo odio!

—¿Qué dem...? —Un tic apareció en el ojo izquierdo de Hibari —¿De dónde sacas eso? —preguntó tras dar una gran bocanada de aire y bajar el tono. Helena podía ser un verdadero engorro a veces; era tan parecida a Xanxus que en ocasiones cuidarla era un fastidio, pero Kyōya la quería de todas formas. Ella era su responsabilidad, después de todo, y había cuidado de ella desde su nacimiento. Así que, aunque tal vez se lo mereciera, no iba a amenazarla ni a alzarle la voz. Nunca a ella.

Por su parte, la pequeña Helena solo bajó la mirada, orgullosa como su padre, negándose a decir nada más, por lo que Kyōya rodó los ojos, con cautela se arrodilló junto a ella y colocó las manos en sus pequeños hombros, mirándola fijamente a los ojos.

—Yo soy tu padrino. Timoteo tendrá otro padrino, y tal vez otro tutor. No voy a dejarte por él —intentó razonar con ella, cosa que casi siempre funcionaba; y Helena al fin volvió a mirarlo, tragándose sus lágrimas con orgullo.

—¿De verdad?

—Por supuesto.

—¿Nunca vas a dejarme?

—Nunca.

—¿Puedo jugar con Roll?

Hibari rodó los ojos, sacando al pequeño erizo de su caja de armas para contentar a la niña. Tomó la mano libre de Helena y los dos salieron hacia el corredor, rumbo a las habitaciones de los señores del castillo mientras Roll iba en la cabeza de la niña.

—¿Padrino?

—¿Huh?

—Tú siempre estarás conmigo, ¿verdad? —insistió la chiquilla. Kyōya bajó la vista y levantó una ceja. Los niños nunca le habían disgustado, y mucho menos Helena, pero esa pregunta lo desconcertó bastante, incluso a un carnívoro como él. Sin embargo procuró sonreír de lado, gesto que sólo usaba con esa niña y cuando nadie más los veía.

—Sí, Helena. Siempre estaré ahí si me necesitas —dijo, y la pequeña hija de Xanxus le regaló otra sonrisa mientras sujetaba su mano con fuerza para volver a emprender camino por el largo corredor del tercer piso de la mansión de Varia.

—¿Y te casarás conmigo cuando sea mayor? —le soltó cuando estaban al pie de las escaleras, y entonces Kyōya dejó de caminar y la miró, levantando una ceja.

—Que tu padre nunca te oiga decir eso de nuevo.

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—¡Es un niño!

Xanxus bufó, relajando sus músculos cuando el potente y molesto llanto infantil le hizo eco en los oídos. Al fin había nacido, un niño, su heredero, el primer varón, aquel que por derecho heredaría el castillo de Varia y el liderazgo de todos aquellos degenerados que él llamaba equipo. Él niño era fuerte y sano, y ya podía percibirse su gran poder; sin embargo, lo más importante era que la madre también estaba bien, o viva, al menos. Antes de ver a su hijo, Xanxus se aseguró del estado su mujer; se acercó a ella sobre la cama y la observó, agotada y apenas teniendo fuerzas para respirar. Había sido un parto difícil, el rostro cansado de la mujer era prueba de eso, pero aun así ella se veía feliz; feliz por haber traído a otro de sus vástagos al mundo.

—Xanxus, alguien quiere conocerte —Lussuria se acercó con el niño entre los brazos, rompiendo el contacto visual entre él y la mujer, y el mafioso no le disparó porque se entretuvo observando a la diminuta escoria entre los brazos del pajarraco multicolor.

Quizá era la hora, o el hecho de que estaba muy cansado, pero cuando vio al mocoso por primera vez Xanxus sintió algo muy extraño en el pecho, en el lugar donde se suponía debía estar su corazón. Fue algo incómodo, como un peso extra entre sus pectorales que le dificultaba un poco el respirar. Una extraña llama que comenzaba a arder en su estómago y esparcía un indomable calor por todo su cuerpo. Le costó varios minutos descubrir qué significaban todas aquellas sensaciones, pero cuando pudo hacerlo se quedó estupefacto.

Él siempre había sido un desgraciado, un callejero de poca monta, hijo de una prostituta, traidor por naturaleza, poco más que basura. Ni siquiera cuando Timoteo lo adoptó se sintió bien. Siempre le había faltado algo, tal vez porque aunque el viejo no se lo había dicho siempre supo que no pertenecía allí, porque seguía siendo un simple vagabundo, viviendo de la misericordia de un maldito bastardo al que nunca sintió como familia. Algo siempre le faltó, más allá de su verdadera identidad o historia. Algo dentro de él siempre estuvo vacío, esperando ser llenado por años, cosa que nunca había pasado. Y cuando Helena nació, Xanxus sintió que ése hueco se cerraba un poco, pero en el momento en que el llanto de su segundo hijo sonó, el gran Xanxus Vongola, por primera vez en su maldita vida, se sintió completo. No como un líder, ni como mafioso, sino como un hombre, tomando verdadera noción de que se había convertido en un padre, uno de verdad; que ahora tenía dos hijos, y una esposa a la que proteger y por los que ver, que ya no necesitaba más, ni siquiera ser el Jefe de los Vongola.

No necesitaba nada más de lo que ya tenía.

Cuando Xanxus vio su cara redonda y rosada por primera vez notó de inmediato que era una pequeña copia suya, con el cabello oscuro, los rasgos aún pueriles pero perfilados, la nariz respingada y la piel pálida. Sin embargo, sus ojos eran claros y cálidos como los de su madre, pero eso no le molestó porque, aunque jamás lo admitiría, siempre le habían gustado los enormes ojos de su mujer, y que el niño los tuviera hacía que su estima por él subiera más.

—Es idéntico a Xanxus-san —señaló su mujer débilmente mientras el pequeño parásito mamaba de su pecho izquierdo con impaciencia, el mismo que su padre tantas veces había estrujado mientras se la follaba. Xanxus los contempló a ambos por un instante, la manera tan devota de cómo la mujer acariciaba los cortos cabellos del niño mientras lo alimentaba, protegiéndolo en su seno como sólo una madre podría hacer, demostrándole, una vez más, que no podría haber elegido hembra mejor como esposa. El líder de Varia observó la dinámica de ambos por unos segundos, manteniéndose de brazos cruzados junto a la puerta, aparentando no sentir nada pero sintiendo toda clase de nuevas sensaciones al mismo tiempo.

—Me diste un buen hijo —graznó entonces, haciendo que Kyōko lo mirara, y después salió del cuarto, encontrándose con la mocosa y su padrino sentados en el pasillo y comiendo helado mientras ella hablaba tranquila y animadamente, sorprendiendo a su padre. Esa misma tarde el engendro no había dejado de patalear y romper cosas por todos los rincones, quejándose de alguna estupidez que no se había molestado en oír, pues sus berrinches de basura malcriada siempre lo irritaban demasiado; y ahora estaba allí, sentada como una escoria civilizada.

Xanxus enarcó una ceja y se quedó junto a la puerta un momento para mirarlos. La mocosa rara vez obedecía a alguien, pues era tan jodidamente molesta como él a su edad, grosera, chillona, maleducada y enfadosa; sin embargo, cada vez que estaba con su padrino parecía adoptar la personalidad sumisa y tranquila de su madre. Eran las únicas ocasiones en que solía comportarse, sólo cuando el Guardián de la Nube estaba cerca, y eso era, por alguna razón, tan molesto que Xanxus había empezado a odiar mucho más de lo usual al estúpido Hibari Kyōya.

—Mocosa —ladró, sobresaltando a su primogénita, que de inmediato frunció el ceño, pero como no era estúpida no se atrevió a hacer nada más en presencia de su padre —Deja ése helado y ve a conocer a tu hermano. Y después vete a la cama. ¡Es medianoche, maldita sea! ¡¿Por qué demonios sigues despierta?! —le gritó, en ese tono que podía hacer temblar al hombre más grande y fuerte de toda Italia, y sin embargo el engendro sólo frunció más el ceño, como si estuviera preparándose para otro estúpido berrinche.

—Ve —intervino Hibari con suavidad, haciendo que la niña cambiara la cara, se levantara y asintiera, corriendo dentro de la habitación sin pausas mientras Xanxus fruncía mucho más las cejas.

—Tú, escoria inservible —llamó a Kyōya, que solamente lo miró con una ceja levantada —, ya te había dicho que te mataré si sigues cumpliendo todos sus caprichos. La mocosa debe estar dormida a las nueve, y no puede comer helado cuando malditamente se le plazca.

—No es un capricho. Es un soborno para que obedezca —justificó el Guardián Vongola, levantándose lentamente.

—Llámalo como quieras, escoria. El engendro mayor es mío, y yo decido cómo criarla. Así que si te ordeno que dejes de consentirla, simplemente lo haces o te largas de aquí, ¿entendido, basura asiática? —amenazó, aunque, muy a su pesar, sabía que nunca podría cumplir esa amenaza.

Helena era un verdadero vendaval. Por donde iba dejaba destrozos, era una fierecilla indomable para cualquier miembro de Varia, excepto para dos personas: su padre y Hibari. Pero aún con su padre seguía siendo una fiera, por lo que el hombre de Japón era el único quién, muy a pesar de Xanxus, lograba controlar el temperamento de la niña; había sido así desde su nacimiento, pero Xanxus ya lo había tolerado por demasiado tiempo.

—¡Y quiero a esa maldita mocosa en la cama en cinco minutos!

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Casi sin darse cuenta, Xanxus empezó a disminuir las misiones que tomaba, y pasaba tanto tiempo en casa como nunca lo había hecho antes mientras los años pasaban, y su familia seguía agrandándose.

Timoteo ya había cumplido dos años, y era un vástago delicado y amable como su madre, pero cuando alguien lo hacía enfadar sacaba a relucir lo peor de Xanxus Vongola, y no podía hacer que su padre se sintiera más malditamente orgulloso. El engendro tenía la maldad en la sangre, y por eso era su preferido, por más que nunca pudiera decir eso en voz alta o su mujer lo fastidiarla con esos ridículos discursos de madre, pero al diablo con ella. Incluso le gustaba tenerlo cerca y mirarlo a los ojos, porque siempre era como estar mirando a los de su esposa.

El tercer embarazo de la mujer fue más tranquilo. Luego de siete años de matrimonio, Kyōko Vongola había dado a luz a dos gemelos, Verni y Vittorio, ambos muy enérgicos, de grandes ojos dorados y cabello blanco como la espuma; Xanxus odiaba pensar que se parecían a su tío, el Guardián del Sol, pero esa molestia se iba en cuanto veía que ambos niños eran un excelente material de Varia, enérgicos y sin límites. Sin duda habían heredado lo peor de su padre, y eso lo hacía sentirse jodidamente orgulloso.

La mujer, por su parte, disfrutaba enormemente de su maternidad. Ella era una madre atenta y cariñosa, la mejor que cualquier hombre podría pedir para sus hijos, tan diferente de aquella prostituta que le había dado a luz y después desaparecido. Aquella mocosa despistada de ojos grandes y curiosos había convertido al temible Xanxus di Vongola en algo que nunca pensó que llegaría a ser; ella había cambiado todo su mundo. Era increíble como ella se hacía mayor y aún así nunca se cansaba de follarla. Kyōko Vongola era como una droga de la que se había vuelto total y patéticamente dependiente, de sus ojos grandes, sus senos medianos y su sonrisa ingenua, la cual conservaba a pesar de que con los años y los embarazos había dejado de ser tan distraída, sobre todo cuando sus hijos estaban involucrados. Por eso no le permitía interferir cuando Hibari entrenaba a la mocosa, o cuando le daba algún obsequio. Su carácter se había vuelto más firme con él, y aunque seguía siendo amable y apacible, tenía una forma muy sutil de siempre hacer que su esposo obedeciera sus deseos, y Xanxus odiaba aquello, porque lo hacía sentirse estúpido, débil y patético, pero jamás decía nada.

Y entonces llegó el cuarto embarazo, y su familia pasó de cero a siete miembros en menos de una década, cuando, tres años después de los gemelos, llegó Bianca Sofía, tan pequeña como una muñequita, idéntica a su madre de pies a cabeza, serena y despistada como ella, cosa que no le importaba demasiado. De todas formas, después de tantos mocosos irritantes Xanxus creyó que no estaba tan mal tener a alguien más como su esposa en la familia.

Familia. Todavía era extraño para él pensar en la mujer y todos esos mocosos como tal; nunca había considerado a los Vongola su familia realmente, o sí en algún significado diferente, pero ahora era distinto. La mujer y los vástagos eran suyos, lo primero que en verdad le pertenecía desde su nacimiento, y aunque Xanxus quería verlos como una molestia, algo desechable, pero lo cierto era que no podía imaginarse que alguien les hiciera daño. Odiaba la idea de sentirse así, como si tuviera miedo, y lo peor era que no por él, si no por la mujer y los mocosos, pues ellos (descubrió con horror) eran ahora su punto débil. El primero que tenía. Y como hacía cada vez que era presa de alguna clase de estúpida y molesta epifanía de ese tipo, Xanxus se encerró en su estudio, solo bebiendo y rompiendo cosas hasta que, a regañadientes, tuvo que aceptar lo inevitable: se preocupaba por su mujer y los vástagos, además de que se enorgullecía de ellos. La prueba era aquel viejo retrato de Timoteo que nunca se había molestado en quitar del centro de la estancia, y que al fin fue reemplazado por uno suyo, de su mujer y los mocosos. El primer retrato de su verdadera familia.

El solo pensarlo era nauseabundo.

No obstante, cuando todos los molestos mocosos dormían y al fin podía follarse a la mujer hasta que yaciera en sus brazos, solo en esos breves momentos en que todo parecía tener sentido para él era cuando podía permitirse pensar en que ahora el mundo era un sitio menos asqueroso.

Solo un poco.

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