¡Hola gente linda! Por fin el segundo capítulo de "Utopía mecánica". En verdad lamento la tardanza, la universidad se puso como una perra y no me dejó tiempo para escribir.

Planeaba subirlo el viernes pero por cuestiones técnicas se me hizo imposible, aun así, seguiré la tradición y el capítulo tres será subido un viernes. Otra cosa, me tardaré en actualizarlo; la temática es diferente a mi anterior fic así que la escritura también. Lo siento por eso pero espero que les guste la historia.

¡Querida Almi! espero que hayas tenido un lindo cumpleaños, el cap va dedicado a ti :)

¡Disfruten!


Diferentes puntos de vista


Como si no fuera lo suficientemente angustioso estar en penumbras, una mano fría con su agarre de hierro en su boca y la otra en su costado, le indicaban que él estaba en problemas hasta el cuello… y que no saldría fácilmente.

Respiraba forzosamente aunque no se sentía cansado, todo su cuerpo estaba tan frío que parecía que su sangre lo había abandonado. Eren se intentó mover pero parecía que era detenido por una piedra, escalofríos recorrieron su cuerpo al pensar en la verdadera fuerza que ése autómata tenía.

Aunque el rostro del peligroso robot estaba posado en su hombro, él no podía sentir la respiración artificial en su piel y eso le causó más miedo. Su sentido del oído se agudizó, estaba escuchando atentamente al casi imperceptible chirrido que hacía Levi cuando se movía.

En ese momento moriría, algunos pensamientos pasaron por su mente: ¿Jean moriría también? Era seguro que no dejarían solo a uno vivo, no se podían dar el lujo de dejar cabos sueltos. Solo esperaba que su captor fuera compasivo y que acabara rápido con su vida.

Pero Levi parecía lo suficientemente sádico para hacerle saber que ese no iba a ser el caso.

—Escúchame —le ordenó más que pedir—, y escúchame bien, señorito… Esto puede acabar de dos maneras: Una, quito mi mano de tu agujero asqueroso, no dices nada, me devuelves mi mano y te dejo ir; o dos, gritas con tus patéticos pulmones, yo te rompo el cuello y recupero mi mano de tu cadáver.

Eren se estremeció ante las palabras otra vez, todo su cuerpo estaba temblando.

—Así que, ¿cuál será?

El castaño hizo lo único que se le vino a la cabeza; en la oscuridad levantó un dedo, ni siquiera lo sentía pero tenía la seguridad que estaba titiritando. El autómata seguramente pudo verlo porque comenzó a remover su agarre, lentamente; Eren sintió que se tardó horas, que en cualquier momento su captor cambiaría de opinión y lo mataría sin aviso.

—Excelente decisión, veo que no todos los humanos son tan estúpidos —escuchó la rica y ronca voz del androide—, ahora, ponte de pie y ven conmigo.

—P-Pero, dijiste que cuando te devolviera tu mano me dejarías ir. —Extendió su brazo en la oscuridad, supuso que ahí estaba Levi.

—Estoy a tu izquierda, mierda por cerebro —ladró con enojo el insulto—, y mentí acerca de eso. —Las palabras hicieron que Eren se congelará en el lugar—. Gran sorpresa, las personas mienten —se burló con sarcasmo—, debes aprender un poco más del mundo, señorito.

El castaño se puso de pie con velocidad, comenzó a correr donde recordaba que estaba la puerta, no se daría por vencido fácilmente, no cuando todavía estaba con vida. Decenas de escenarios pasaron por su cabeza en segundos, maneras de cómo podía matar a ese androide de una manera rústica para poder escapar.

No sería fácil, pero Eren no era de los conformistas.

Existían pocas formas de asesinar a los autómatas, los fabricantes los hicieron a prueba de muchas cosas. Las balas no podían penetrar su cuerpo, su "piel" era construida de una composición rara de metales y polímeros. Era suave y tersa como la humana, pero era más difícil de penetrar que el acero.

Una de las maneras para eliminarlos era por medio de electricidad. Con un shock eléctrico mayor a los veinticinco mil voltios, una cantidad más que mortífera para los humanos; tal cantidad de energía quemaría el centro de control de los androides, que se sitúa donde el encéfalo y la médula espinal de los humanos se encuentra. Su sistema operativo quedaría incinerado sin posibilidad de reparación.

¿Pero dónde diablos conseguiría él veinticinco mil voltios? La ciudad subterránea apenas tenía luces parpadeantes y opacas.

Sus dedos rozaron la perilla cuando un agarre inmovible lo sujetó de su costado y lo subió sobre su hombro. Indefenso, Eren estaba dispuesto a gritar nuevamente cuando sintió las palabras del autómata resonar.

—Si un sonido sale de ese agujero de mierda, te arrancaré esos bonitos ojos tuyos con un cuchillo al rojo vivo.

Eren se estremeció, pero no fue convencido; cuando Levi abrió la puerta, el castaño tomó aire en sus pulmones y abrió la boca. El autómata se comenzó a mover a una velocidad sobre humana y ningún sonido provino de él; el chico notó que él no salió por la entrada del bar… Todo en sus ojos se miraba borroso, las luces se deslizaban deformes, y el frío aire de la noche golpeaba su rostro.

Intentaba mirar hacia donde era llevado pero el autómata daba saltos y evitaba que Eren pudiera sostenerse de la espalda del otro para mirar hacia adelante. La mayoría del tiempo ambos brazos solo se movían inertes como si fuera un títere.

Sin aviso alguno el autómata se detuvo, dejó caer al castaño al piso al mismo tiempo que masivas náuseas se apoderaron de él. Eren se alejó lo más que pudo y vomitó todo lo que estaba en su estómago. Notó que el androide pelinegro chasqueó la lengua y murmuró algo como: "Asquerosos humanos".

Aún se sentía enfermo cuando fue tomado bruscamente por el collar de su camisa y dirigido con fuerza. Eren miró a sus alrededores, todos los establecimientos vivaces y poblados de la ciudad subterránea habían desaparecido, las pocas luces esfumadas; y ahora todo a su alrededor se miraba como un predio estéril, un vertedero de máquinas sombrío. Parecía que no había nada vivo en millas.

Eren divisó una gigante excavadora rota y una aplanadora opaca, diferentes partes de autómatas y enormes pedazos de metal corroídos. Esto era un basurero, tragó grueso, parecía que había llegado al final de su camino.

El cruel autómata lo tomó por la cabeza y lo dirigió a una bodega llena de polvo, el aire estaba cargado y lo hizo estornudar.

—Si le vomitaste algo a mi mano considérate un adorable cadáver.

El de ojos verdes se asustó, notando que todavía tenía el miembro con él; no se atrevió a botarlo, una parte de él había pensado que tal vez esa era la llave para su supervivencia.

Fue guiado con fuerza hacia más adentro de la construcción abandonada; a medida que entraban, a Eren le pareció escuchar a alguien tararear, eso lo hizo sentir más inquieto. ¿Alguien vivía ahí?

Entraron a una enorme habitación donde varias partes de androide en mal estado estaban sobre una repisa, el suelo parecía alfombrado con tuercas. Ahí habían antorchas encendidas, no eran suficientes para iluminar toda la habitación pero por lo menos podían ver donde caminaban; aunque Eren se tropezó un par de veces con unos escombros de metal arrojados sin cuidado en el piso.

El tarareo se hizo más fuerte ahí, parecía más una lúgubre tonada que despertaba escalofríos en su piel que una canción. Miró una silueta, estaba sentada sobre un banco mientras soldaba algo, chispas salían como pequeñas estrellas fugaces para morir en el suelo.

Eren se preguntó si así se mirarían en el cielo, o si las estrellas serían más mágicas.

—Oye —llamó el autómata, le tomó un segundo al castaño para saber que no estaba llamándolo a él—. Ey… —dijo después.

La extraña figura parecía no escucharlo.

El pelinegro tomó un fragmento de metal llenó de polvo en su mano, haciendo una mueca de asco; luego lo arrojó en dirección al soldador. El mortal proyectil voló a una peligrosa velocidad en segundos; pero en lugar de golpear al que estaba sentado al otro lado de la habitación, se escuchó un golpe sordo cuando lo atrapó con su mano enguantada.

Había girado su rostro y ahora los estaba mirando.

Eren tragó con fuerza.

—¡Levi! —Saludó, la voz era aguda, parecía que le pertenecía a una mujer—. Sabía que eras tú, eres tan huraño como un gato. —Dejó salir una carcajada mientras que el robot posaba una mano en su cadera y chasqueaba la lengua.

—Deja de ser una completa idiota y mueve tu trasero aquí —dijo irritado.

La mujer comenzó a caminar en su dirección y se quitó unas gafas gruesas de vidrio polarizado y las deslizó sobre su cabeza, eran redondas y oscuras, la montura parecía de metal, estaban seguramente sujetadas por un elástico que pasaba debajo de una coleta alta.

Vestía unos guantes gruesos y un delantal de pana cubierto de polvo. Pantalones oscuros y botas hasta las rodillas; si no fuera por su voz, a Eren se le dificultaría diferenciar si era hombre o mujer.

—¡Ya te he dicho que no vengas cuando estoy trabajando! —Reclamó pero no había rastro de enojo en sus palabras—. Ya sabes que no quiero que vean a mi bebé antes que esté perfecto. ¡Será una sorpresa!

Eren miró atrás de la mujer, y tragó con nerviosismo cuando divisó un enorme cuerpo al fondo de la habitación, en donde la extraña había estado trabajando. Estaba recubierto con una capa que seguramente en sus buenos días fue blanca.

¿Qué diablos era eso?

—Por si no lo notaste idiota, tienes visita —Levi movió su cabeza en dirección a él.

Ella se colocó un par de lentes de vidrio sobre los ojos, y se sorprendió al mirarlo. Si esta extraña había atrapado un escombro de metal sin sus anteojos… ¿qué tan peligrosa era con ellos?

—¿Quién es este juguetito? —Preguntó con sorpresa—. ¿Un nuevo autómata que tomarás bajo tu ala?

—Cállate y arregla esto. —El androide de cabello negro mostró su antebrazo con exasperación—. Pensé que lo habías arreglado la última vez.

La de anteojos se sorprendió de nuevo.

—¡Lo hice! ¡Levi, debes dejar de extenuarte demasiado!

—No hice la gran cosa, solo estaba teniendo sexo —informó con indiferencia, encogiéndose de hombros. Eren miró a otro lado y sintió una oleada de calor en su rostro.

—No me interesa saber qué estabas haciendo. Haces demasiado, es por eso que te desgastas a una velocidad rápida y yo solo puedo arreglarte un número limitado de veces.

—¿Pensé que eras la mejor mecánica en todo el reino? —Preguntó con sarcasmo.

Ella era una humana, descubrió Eren, sus ojos eran normales y no tenían esa aura enigmática y atrayente como Mikasa y Levi.

—¡Lo soy! Pero no puedo hacer milagros.

—¿Puedes arreglar esto o debo buscar a alguien más?

—Ven aquí, pequeño gruñón —suspiró tomando de su muñeca y dirigiéndolo a una mesa.

El pelinegro chasqueó la lengua pero se dejó guiar.

Eren miró la salida.

—Tú —lo señaló el androide—… no te atrevas a huir o te cazaré y no te gustará lo que haré contigo.

Levi se sentó en un taburete y la mujer en otro frente a él. El castaño se acercó con incomodidad e intentó regresar la mano del pelinegro, él la aceptó con indiferencia y miró con atención lo que la mecánica hacía. Pinchaba y movía tuercas aquí y allá, Eren descubrió que los cables y mecanismos iban internamente; probablemente por estética, nadie querría un autómata que no fuera perfecto y atrayente.

—Hablo en serio —la castaña interrumpió su trabajo en el brazo—, sé que te gusta ser el héroe y ayudar a los que están en problemas —Levi hizo una mueca de desagrado, como si no quisiera que le recordaran—. También sé que tienes muchos trabajos qué cumplir todavía, pero… —Bajó la mirada y siguió trabajando—… debes tener cuidado. No eres el autómata que eras antes.

Levi resopló con enojo.

—Díselo a quién le interese —siseó.

—Después de la guerra los autómatas dejaron de producirse —La mecánica pareció tocar algo en el brazo del pelinegro pues se desglosaron unos paneles de piel para revelar su esqueleto metálico. Ella tomó la mano y siguió trabajando—, y con ellos los repuestos. Es muy difícil encontrarlos ahora, sin mencionar que costosos. Y más de tu modelo, dejaste de ser producido hace muchas décadas.

Los paneles se volvieron a cerrar y su piel quedó inmaculada como siempre.

—Cállate —dijo él—, ya lo sé.

Comenzó a cerrar y abrir su mano, haciendo puños y extendiendo cada dedo. Probando si tenía toda la motricidad conservada.

—Eres obsoleto, pequeñín —informó la extraña mecánica, con un indicio de burla y una sonrisa de oreja a oreja.

Levi seguía flexionando su mano; la miró con enojo y curvó todos los dedos menos el medio, haciendo el gesto ofensivo hacia la mujer. Ella solo se rio. Tomó una llave inglesa más grande que su mano de su delantal y lo arrojó con fuerza en la dirección del pelinegro; Eren retrocedió asustado pero miró que el androide lo había agarrado con la mano que le habían arreglado como si no pesara nada.

La mujer se volvió a reír, diciendo entre carcajadas: "Solo quería probar si funcionaba"

El androide levantó una ceja y arrojó la oxidada herramienta al piso.

—¿Quién es el chico, de todas formas? —preguntó la de lentes después de unos minutos mientras tomaba asiento.

—Es nadie —respondió secamente el androide.

—Mucho gusto en conocerte, Nadie —saludó con alegría—, mi nombre es Hanji Zoe.

—Soy Eren —dijo el chico un poco ofendido por la insultante respuesta del amargo autómata.

—Entonces, mucho gusto en conocerte, Eren —repitió con amabilidad, el castaño sonrió.

—Es un Jaeger —escupió Levi con molestia.

Hanji se tensó en segundos, su amabilidad esfumándose por completo. Lo miró con desconfianza y Eren retrocedió, ella metió la mano en su delantal, seguramente buscando un arma. La mente del chico comenzó a gritar que debía salir de ahí al sentirse amenazado de repente.

La de anteojos miró al autómata.

—¿Lo matarás? —preguntó con cuidado.

Levi pareció sopesarlo por un momento.

—…no —dijo después de lo que se sintió una eternidad—, él es inofensivo.

Eren se tranquilizó.

Se despidieron de Hanji y salieron de su bodega "laboratorio", el lugar le provocaba escalofríos al castaño. Levi caminaba delante de él, las calles estaban oscuras y llenas de callejones, las casas eran muchas y estaban aglomeradas; a Eren le recordaron mucho a los pequeños cubos con los que jugaba cuando era solo un niño, apiladas una sobre otra. Daban la impresión que se podrían caer en cualquier momento y al mismo tiempo parecía que llevaban ahí siglos.

Los faroles eran pocos y estaban distanciados entre sí, las sombras devoraban los espacios entre las débiles luces como lobos hambrientos. Si no fuera por la tonada del andar del androide con mal genio, el castaño estaba seguro que se perdería. Una niebla leve los rodeaba, el aire era gélido y solo; nunca había imaginado que Duskinn fuera así de grande.

Eren miró hacia un lado, en donde la luz de las calles no alcanzaba con su manto, dos pequeñas luces amarillas que no se movían. Parecía que fuera una máquina, el castaño no estaba seguro cuándo se detuvo; se acercó un poco a las estáticas luces, inclinándose para verlas mejor. Para su sorpresa ambas bombillas desaparecieron, el chico retrocedió cuando las lucecillas volvieron a aparecer…

¡Eso había sido un parpadeo!

Casi se tropezó al emprender carrera hacia donde Levi, él le llevaba una distancia pero Eren lo alcanzó en unos cuantos segundos. Los ojos grises del pelinegro lo miraron, levantando una delgada ceja, luego resopló con burla y movió la cabeza de lado a lado.

—¿Qué pasa con esa cara? —Preguntó, devolviendo su mirada al frente—. Señorito, parece que no has cagado en una semana.

—¿Qué? —Se sorprendió, porque no podía hacer más.

—¿Duskinn te asusta? ¿No cumplimos con tus expectativas? —Cuestionó con voz monótona.

—No… —respondió Eren, irritado— es solo que… todo el lugar es muy oscuro…

Levi lo sorprendió parándose frente a él, deteniendo su paso; lo miró con esos duros ojos plata, el castaño se sintió demasiado consciente de sí mismo.

—Entonces… por todos los medios —dijo con voz elocuente, pero atiborrada de sarcasmo—: Déjame disculparme en el nombre de todos en la ciudad contigo, señorito, por no brindarte las comodidades que tu culo de niño rico necesita —inclinó la cabeza en señal de respeto, pero el significado era completamente lo contrario; ladeó el rostro para mirar a Eren mientras que lo acribillaba con severos ojos—. ¿Esto te complace?

Eren solo bajó la mirada. Toda su vida le habían enseñado que los autómatas eran construidos para obedecer; nunca antes uno le había hablado de esa manera, ni siquiera cuando estaban en la camilla donde los electrocutaban para que el público los mirara. Pedían permisos con "por favor" y aceptaban su sentencia de muerte con un "gracias".

Nunca antes había escuchado a un androide hablar de una manera tan ofensiva y burlista, cruel y amenazante.

—¡Eren! —Se escuchó una voz a lo lejos.

Lo sorprendió y alegró escuchar la familiar voz de Jean.

Levi giró el rostro en una dirección, al momento que su amigo aparecía con Armin y Mikasa.

¿Ya los había escuchado el robot de baja estatura?

—¡Eren! —Exclamó el de ojos ámbar cuando lo encontró—. ¡Eres un hijo de puta, no sabes lo mucho que te hemos buscado!

—Me alegra verte —aceptó el castaño con una media sonrisa.

—Eres un idiota —regresó Jean—. ¿Por qué te largaste de esa manera?

Eren miró a Levi, el androide lo ignoraba completamente; ahora estaba hablando con Mikasa.

—¿Te hizo daño? —murmuró su amigo en su oído.

—No le hice nada que él no quisiera —respondió Levi desde una distancia considerablemente grande—, ya sabes… yo no escuché que se quejara.

Los ojos de Levi brillaron con picardía y extendió dos dedos, moviéndoles de atrás hacia adelante; asemejando la manera obscena en que lo había tocado. Eren se atragantó con su saliva y miró hacia otro lado; Jean enarcó una ceja y su boca hizo una mueca de desagrado, pero no hizo preguntas. El castaño descubrió dos cosas ahí, Levi carecía de tacto… y su audición era muy buena.

Casi se había olvidado de ese asunto… ¡tuvo sexo con un autómata!

Sintió sus rodillas temblar pero se sostuvo en el lugar, nunca antes había hecho algo tan sucio en su vida. Era algo completamente aparte tener sexo, Eren lo había hecho antes pero… ¿con una máquina? Algo que carecía de alma y de valor, era como un tabú. Se retorció ante el recordatorio, cómo quería retroceder el tiempo y evitar hablar con Levi en primer lugar. No le diría a Jean, seguramente su amigo le tendría asco ahora.

Quería vomitar.

—No tengo idea de lo que habla —exclamó Eren antes que su amigo sacara las conclusiones erróneas—. Ese autómata está demente.

El castaño sintió al de ojos ámbar tensarse.

—¿Eres un autómata?

Eren estaba seguro que Jean estaba sudando frío ahora.

Levi asintió con la cabeza lentamente, como si estuviera aburrido de toda la situación; tal vez lo estaba.

—Tengo mejores cosas que hacer. Mikasa, ¿a quién le dejaste a cargo El Callejón?

—Petra —respondió escuetamente.

—Como sea, te veo allá —comenzó a dejarlos atrás—. Gusto en conocerlos, señoritos —dijo con burla—, si buscan mis servicios… ya saben dónde encontrarme. Solo que la segunda vez deberás pagarla, mocoso.

El chico cerró los ojos de la vergüenza, sentía las miradas de todos sobre él. Levi se perdió de vista en un segundo.

—Te acostaste con él —estableció Kirschtein más que preguntar—. ¡Te dejo unos putos segundos y ya te acostaste con un autómata!

—¿Qué hay de malo con eso? —preguntó con frialdad la pelinegra.

Eso tomó a Jean por sorpresa, era obvio que pensaban eso, ambos chicos eran androides. Carecían del sentido del bien que se les había sido inculcado a Eren y a Jean.

—Es solo un trabajo más —siguió la chica.

—¿Qué hacen exactamente sus modelos, Mikasa? —preguntó Eren, curioso.

—Compañía —respondió la callada androide—. Levi no es mi hermano; pertenecemos a la misma línea de autómatas. Su serie fue producida antes que la mía. Nuestras funciones consistían en servir a nuestros dueños, en la manera que ellos querían y necesitaran; pero nos especializábamos en placeres sexuales.

—¿Esa era su principal función? —preguntó el alto de su amigo.

Ella solo movió la cabeza de arriba hacia abajo.

—Ahora que no tenemos dueños… las cosas son diferentes.

Armin posó un brazo en la espalda de la autómata, ella sonrió con pesar. Eren no pudo evitar pensar que había algo que no había sido dicho, pero no era su lugar preguntar. No aún, claro.

Sin embargo, una parte de él se preguntó qué pudo haberle pasado a Levi para que terminara de esa manera.


Unos toques desesperados a su puerta lo despertaron, arrugó su nariz y se acomodó más en su almohada al escuchar nuevamente los molestos golpeteos sobre la madera. Se frotó con el puño la esquina de sus labios, limpiando un pequeño camino de saliva que se había formado.

—¿Quién es? —gruñó con molestia al ser despertado.

—Señorito Jaeger —era su ama de llaves—, su madre desea hablar con usted de inmediato.

¿Hablar? ¿Qué podría querer su madre?

Todo sueño se esfumó de su cuerpo cuando recordó exactamente lo que había pasado el día anterior: Duskinn, los autómatas… Levi…

Estaba muerto.

Con maldiciones murmuradas en sus labios se tropezó de su cama cuando las sábanas se pegaron a su cuerpo, creando una trampa mortífera. Corrió hacia su clóset para usar cualquier ropa, él siempre se había acostumbrado a dormir desnudo. Tomó una camisa blanca, dejando unos cuantos botones libres; en menos de dos segundos se vistió con un par de pantalones oscuros, no se molestó en meter la camisa debajo de ellos.

Abrió la puerta para encontrarse con la ama de llaves.

—Su madre lo está esperando en su oficina. —Inclinó su cabeza en señal de saludo.

Eren salió de su habitación descalzo y se apresuró a llegar a la pieza donde estaba Carla Jaeger. Recordó que el día anterior, luego de hablar con Mikasa, ella y Armin guiaron a Jean y a él hacia el camino que iba a Hardfort otra vez. Ambos autómatas se despidieron ahí, después de todo, ellos no tenían permitido entrar en la capital.

Cuando regresaron a sus respectivos hogares ya era tarde, pero la ciudad nunca dormía; así que para cuando Eren entró a su casa, las calles estaban llenas todavía.

Para su suerte, él tenía una llave. Para su infortunio, Carla lo estaba esperando en una silla a los pies de la escalera; ella había estado cruzada de piernas y brazos con la mirada dirigida hacia la puerta. Una escena bastante terrorífica, su madre era buena intimidando.

Fue extraño cuando ella no le preguntó nada ahí, y en su lugar lo mandó a su habitación.

Todo tenía sentido ahora que él era convocado a las fauces de la bestia.

Movió con fuerza una puerta grande de madera, su cabeza llegaba a la mitad de la tabla. Eran dos, pero solo era necesario mover una para entrar. La oscura madera pulida se sentía fría en su palma.

Su madre estaba sentada en una silla grande en medio de la pieza, frente a la escribanía. Tapizada con terciopelo rojo y con marco de madera con pequeñas figuras talladas a mano; Eren no negaba que ella se miraba imponente.

—¿Por qué faltaste a tus lecciones ayer?

—¡Lo siento! —exclamó inconsciente que las palabras habían escapado.

Carla frunció sus labios maquillados, ella siempre lucía hermosa y elegante; aunque cientos de soldados estuvieran bajo su cargo. Usaba su cabello recogido en una coleta; vestía un corsé ceñido a su cintura de color negro, con una camisa color crema debajo, las mangas tenían volantes; un pantalón café que terminaba donde comenzaban unas botas con tacón alto hasta las rodillas.

Sí, se miraba intimidante.

—Eren, pregunté una cosa, ¿por qué faltaste a tus lecciones ayer?

No le quedaba nada para responder, no podía decir la razón; 'Porque no quería hacer nada más. Persuadí a Jean de hacerlo también, tenía curiosidad de ir a la ciudad subterránea y conocer los autómatas; ah sí… y dormir con uno también'

Su estómago se retorció cuando recordó lo último, estaba seguro que su madre lo desheredaría si sabía que se había acostado con un androide el día anterior. Como si él no se mortificaba lo suficiente.

Se sentía sucio, enfermo y arrepentido.

No había manera que eso sucediera de nuevo.

Su madre esperaba una respuesta y él solo se encogió de hombros. Carla dejó salir un suspiro.

—Eren, esto no es un juego; tú algún día ocuparás este lugar. —Extendió ambos brazos señalando la mesa—. Debes de saber cada ley y cada momento de nuestra historia si estarás cuidando la corona; y eso solamente lo lograrás si asistes a tus lecciones.

Se recostó en el asiento de la silla.

—Lo sé —dijo Eren, recordando los momentos en que había sido solo un niño y su madre lo reprendía cada vez por alejarse mucho de su casa.

Carla se masajeó las sienes.

—Hoy se hará una Purga —informó después de unos momentos, Eren abrió los ojos con sorpresa—, y tú me acompañarás.

Bajó la cabeza, nunca había sido un entusiasta de esas ceremonias. Su madre lo sabía porque frunció sus labios y lo miró con una comprensiva mirada.

—Debes saber lo importante que es este trabajo, Eren —aconsejó—. Toda la seguridad del reino cae en mis hombros, y muy pronto en los tuyos. —Eren hizo una mueca, Carla siguió hablando—. Somos los únicos que nos interponemos entre los sádicos y herejes rebeldes de la seguridad del rey.

—Lo sé…

La castaña se puso de pie y caminó hacia donde su hijo, tomó su barbilla con suavidad, como lo hacía cuando era niño. Ella era más alta que él solamente por los zapatos; Eren la había alcanzado en estatura el verano pasado.

—Necesito que sepas qué harás cuando yo no esté, ¿está bien?

—Lo haré, madre —intentó sonreír—. Te prometo que defenderé a Hardfort como nadie más lo ha hecho, y estarás más que orgullosa de mí.

—Ése es mi hijo —felicitó—. Ahora, ve a alistarte, la Purga comenzará en tres horas y debemos estar ahí antes.

Eren salió al momento que la ama de llaves llevaba una taza de té negro para su madre. Subió las escaleras para prepararse.

Generalmente las Purgas eran eventos ceremoniosos donde los sacerdotes rezaban unas sagradas y antiguas palabras, mientras miraban a un autómata ser purificado; con miles de voltios de por medio.

Eren usó un chaleco negro con una camisa blanca debajo, con mangas holgadas y ajustadas en sus muñecas. Pantalones de vestir y mocasines negros. Se arregló la corbata como pañuelo, tirando de ella y salió por la puerta. Cuando bajaba el graderío principal en donde las dos escaleras se convertían en una, escuchó la campanilla de la puerta.

Se apresuró a atenderla, indicándoles a los mayordomos que no se molestaran.

Abrió la puerta y sonrió al ver a sus invitados.

—¡Comandante Smith! —Saludó con entusiasmo.

—¿Pequeño Eren? Estoy seguro que has crecido desde la última vez que nos vimos. —Le extendió una mano y la sacudió en señal de saludo, luego se acercó para susurrarle—. Ya te he dicho que puedes llamarme Erwin.

Eren se rio.

El comandante Erwin Smith, alto, fuerte y rubio; con unos ojos tan azules como se describía el cielo en los libros, que podían cambiar de amables a severos en milisegundos. Él era líder de una de las armadas principales de los titanes, se especializaban en técnicas de batalla. Detrás del rubio venía un hombre con un elegante mostacho y ni un solo cabello en la cabeza.

—Comandante Pixis —Lo invitó Eren, fue recibido por una pacífica sonrisa del anciano y una mano despeinando su cabeza.

Dott Pixis era el líder de otra armada principal, solo que ellos se dedicaban al mantenimiento de los víveres exportados e importados; también eran los que guardaban las paredes entre Hardfort y Duskinn. Eren debía decirle que el muro necesitaba más vigilantes pero decidió no hacerlo, preguntas incómodas surgirían y él no sería capaz de responderlas.

El último en entrar fue un hombre alto y delgado con cabello negro, rapado a los lados; usaba barba y tenía una mirada de pocos amigos. Eren había compartido pocas palabras con él, pero sabía exactamente quién era. Nile Dok, el otro comandante de las armadas grandes de Hardfort. Él se encargaba de los titanes que guardaban la seguridad dentro del palacio. El castaño lo saludó con una sonrisa y él otro asintió con la cabeza.

Estos tres hombres lideraban toda la defensa del reino y sus alrededores; y luego estaba su madre y el padre de Jean, ambos comandaban a Dok, Smith y Pixis. Y muy pronto, Jean y Eren lo harían.

Carla estaba terminando un papeleo en su oficina, así que fue deber de su hijo atender a los invitados. Los tres comandantes estaban ahí para luego asistir a la Purga. Los soldados de Nile habían atrapado a ese autómata, se había dicho se le encontró peligrosamente cerca del palacio; Eren se estremeció, cada día más y más rebeldes se escabullían de alguna forma y llegaban más cerca de ellos.

Los tres comandantes estaban sentados en su ornamentada sala de estar, el vino era el color que sobresalía de todos; el vino y el oro. Erwin se había quitado el sombrero de copa en la entrada y la capa negra con la cadena de oro que se extendía a través del pecho también.

—Tú madre me dice que faltaste a tus lecciones de ayer —comenzó Smith, Eren suspiró con pesadez ante la falta de discreción de ella; se llevaba muy bien con Erwin, pero no era como si se podía evitar, él era una de las personas más carismáticas que Eren conocía—, ¿no quieres convertirte en coronel?

Eren sopesó sus palabras por un momento, no sabía cómo explicarse. Mientras, Dott y Nile hablaban de sus respectivos trabajos entre ellos.

—No es que no quiera convertirme en coronel… es que… me gustaría ser capaz de elegir si quiero o no… ¿me entiendes?

Erwin le sonrió, se miraba más como un príncipe que como un soldado, Eren pensó.

—Entiendo —acordó—, pero míralo de esta manera: ¿En qué otro trabajo podrás ser el héroe de todos? Ser el coronel del rey, estar a cargo de toda la armada de Hardfort, luchar por el bien de tu ciudad… significa que puedes ser la diferencia entre la vida y la muerte de ellos. Puedes defender a los que necesitan protección, puedes ser una persona que haga cambios grandes entre nosotros.

Sí, pero… ¿qué clase de coronel va y se acuesta con los enemigos? Pensó Eren sintiendo asco de él mismo.

—Lo sé…

—Y estoy seguro que harás un espléndido trabajo, justo como tu madre —posó su gran mano en el hombro de Eren y dio un leve apretón para tranquilizarlo; y sorprendentemente lo hizo.

Miró el rostro de Erwin y le sonrió. Él siempre había sido como un padre para él, un padre terriblemente apuesto… Sacudió la cabeza y dejó ese tren de pensamientos antes que se transformara en algo perturbador. El comandante Smith siempre estuvo para él, y le había enseñado a combatir; con espada y con sus manos, aun le faltaba práctica de puntería con una pistola.

Si Eren quería ser como alguien cuando tuviera esa edad, era como Erwin. Responsable, amable y justo como él; con un gran sentido de justicia y una inteligencia extraordinaria.

Alguien de quién verdaderamente se hubiera sentido orgulloso de llamar padre.

Frunció su rostro cuando pensó en Grisha Jaeger, una parte de él sentía lastima por su padre todavía. Aunque hace años que había muerto.

El doctor Jaeger siempre fue un curandero de renombre, el hombre era brillante y salvó a muchas personas en la guerra de Santimonia; fue un héroe en su tiempo, pero su ideología no fue la adecuada. Él sirvió al rey por años, pero nunca estuvo de acuerdo con el trato hacia los androides; Grisha los consideraba humanos también.

Ese fue su primer error.

El segundo fue liberar los autómatas que habían sido capturados para la guerra. En una noche fría, él se había escabullido y liberado a los prisioneros que iban hacia la silla al siguiente día, eran decenas de androides que morirían y él los liberó.

Los titanes lo capturaron y lo juzgaron con el crimen de traición y herejía… fue "purificado" al día siguiente.

A su madre nunca le gustaba tocar el tema, y no dijo ninguna palabra durante el encarcelamiento de su padre ni su juicio; Erwin tampoco lo había hecho. Las noticias de las acciones de su padre le trajeron vergüenza a la familia Jaeger y le restaron credibilidad a Carla. Eren era solo un niño, pero los maestros de sus lecciones se empeñaban en jamás hacerlo olvidar.

Los años pasaron y las voces en contra de su madre se habían callado, aunque de vez en cuando se escuchaban comentarios que dudaban de su lealtad a la corona. Eren cambiaría eso, cuando él fuera coronel, se aseguraría que nadie dudara de donde caía su devoción. Les probaría a todos que la ideología de Grisha había muerto con él.

Su madre salió de su despacho y saludó a los tres hombres cordialmente, besando cada mejilla.

Los cuatro dejaron la casa de los Jaeger y entraron a un carruaje. Eren se sentó al lado de su madre y de Dott, Nile y Erwin se sentaron en frente. Se escucharon algunas palabras inteligibles del jinete y el relincho de los caballos, comenzaron a moverse después.

—Eren, ¿qué te parece si me acompañas un día con las tropas? —Ofreció Pixis con una sonrisa amable, las esquinas de sus ojos formaban surcos en la piel cuando se fruncía—. Ya sabes, para pasar un día en los pies de un comandante.

—¡Me encantaría! —dijo Eren con emoción, siempre había admirado a estos hombres, el poder y la responsabilidad que tenían con el pueblo.

El resto del camino estuvo lleno de pequeñas conversaciones sobre temas triviales, pero había una pequeña espina que siempre molestaba en su cabeza… su visita a Duskinn el día anterior. Comenzaba a sudar frío cuando recordaba las manos de ese autómata con mal genio en su cuerpo; estaba manchado y ya no había marcha atrás. Solo esperaba que Jean no dijera nada.

No se dio cuenta que el carruaje se había detenido hasta que su madre tocó su pierna con suavidad, indicándole que se bajara. Él lo hizo, ordenó su ropa y entraron al santuario.

Una hermosa construcción que se erguía con orgullo, tenía cuatro picos altos en cada esquina, recubiertos de oro. Las ventanas eran enormes y de vidrio de diferentes colores; en forma de arco, eran tres, cada una tenía un dibujo de las diosas: Sina estaba en medio, a su derecha Rose y a la izquierda María.

La iglesia era igual de ostentosa por dentro, filas de bancas de madera estaban a los lados, en medio había una alfombra color rojo que llevaba al altar. El piso era blanco y negro, las paredes eran blancas y tenían diferentes pinturas del rey y las diosas.

El altar era una camilla con cuatro sujetadores, uno en cada esquina.

Eren tragó grueso, siempre odiaba asistir a las Purgas; pero era su deber. Los tres comandantes tomaron sus asientos y su madre también, Eren se situó entre Erwin y Carla. Notó a Jean sentado cerca de él también, ninguno saludó al otro, ese no era un buen momento.

Una vez que todos los presentes estaban sentados, comenzó a hablar un sacerdote; tenía una túnica blanca y un collar de oro atravesaba sus hombros. Comenzó a recitar las palabras como oraciones, eran tétricas y lo único que hacían eran poner tenso a Eren; terminó de hablar y le fue llevado la ofrenda, tres soldados llevaron al autómata.

El castaño sintió como si iba a vomitar, era el joven autómata sin piel en su pierna; el primero que había visto cuando fue a Duskinn. Fue transportado atado por cadenas en las muñecas y en las piernas. El talón que no tenía piel tintineaba con las esposas. Las pecas en sus mejillas y el cabello rojo lo hacían ver más joven que Eren.

El androide dirigió sus brillantes y gélidos ojos al chico, él inconscientemente sujetó la gruesa muñeca de Erwin. Tenía miedo que lo reconociera. Miró frenéticamente a Jean, quién tenía una expresión de genuino miedo, quizás estaba pensando lo mismo que Eren.

El chico volvió a mirar al frente, el androide no le quitaba la mirada de encima.

No sentía su cuerpo, el autómata era atado de manos y pies a la camilla mientras que los sacerdotes decían un cántico sagrado. Correas gruesas de cuero fueron sujetadas en su torso; colocaron dos electrodos en sus sienes y otros en su pierna, sus pies fueron metidos en un recipiente de metal lleno de agua. Eren quería dejar de ver, pero sabía que debía hacerlo; la mirada del androide se sentía pesada.

Acto seguido, la silla fue activada.

El cuerpo del androide convulsionó fuertemente y chispas saltaron de su cuerpo, sus ojos se pusieron en blanco y su piel se quemó en algunos lugares. Duró unos cuantos minutos, pero Eren quería salir corriendo. Ninguno de los presentes dijo nada, pero sintió el agarre seguro de Erwin en su hombro.

Las corrientes de electricidad cesaron y el autómata quedó sin vida.

Eren se puso de pie, antes que los sacerdotes concluyeran la Purga, y salió del santuario. Respiraba fuertemente y miraba su respiración como vapor blanco dejar sus labios, el sabor agrio amenazaba con subir a su garganta de lo enfermo que se sentía; todavía podía sentir esos ojos sobre él, sabía que habían sido grabados en su cerebro para siempre.

¿Por qué? ¿Por qué sentía esto ahora?

Ellos eran cálidos, lo había comprobado con Levi; ellos eran amables, Armin siempre le había sonreído; ellos sentían cariño fraternal, miró un atisbo en Mikasa. Su mente comenzó a recorrer caminos peligrosos al imaginar el pequeño cuerpo de Armin, convulsionando macabramente y un hedor nauseabundo llenando el cuarto con su piel y circuitos quemados.

Eso estaba mal.

Todo eso estaba mal.

Pero… ¿cómo podía pensar diferente cuando todo en su vida iba dirigido a tomar el lugar de su madre?


¿Qué les pareció? Wooh ¡primera aparición de Hanji y Erwin!

Me divertí haciendo sus partes y espero que les haya gustado.

¿Cómo les va pareciendo la historia hasta ahora?

¡Me encanta escuchar sus opiniones en un hermoso review!

Nos leemos luego