CHANGE OF HEART
Era muy tarde, la oscuridad apremiaba, y en aquel antiguo castillo se escuchaban los estruendos de los cañones. Se podían sentir las paredes de piedra temblorosa al escuchar los golpes de las balas. El joven se volvió a la ventana y, al ver los destellos en la noche, que correspondían a los disparos de los cañones, se volvió apremiante hacia su rey.
-Su majestad, por favor, ya no queda tiempo- dijo el joven soldado, con tono insistente, pero sin separar su mano derecha de la empuñadura de su espada- tiene que tomar una decisión-
-Lo sé, lo sé- dijo el viejo rey, entrelazando sus dedos con nerviosismo.
Hubo unos momentos de silencio, interrumpidos por otro fuerte estruendo. El joven se impacientaba.
-¿Su majestad?- insistió el soldado, urgiéndolo a tomar una decisión, ya que el tiempo apremiaba y no parecía que el rey entendiera la gravedad.
-Vete con ella- dijo el rey de pronto, después de pensarlo, y el joven se sorprendió- vete y llévala a un país seguro. Yo ya estoy perdido. Por lo menos puedo hacer que esté fuera del alcance de Mormoth mientras nuestros aliados rechazan a los invasores. Nuestro país se merece una reina sabia y justa, no un tirano-
Ahora fue el turno del soldado de dudar.
-Pero su majestad…- comenzó el joven soldado, preocupado, sabiendo en su interior que no cambiaría la decisión de su rey- no puedo dejar que…-
-Haz lo que te ordeno, Müller- dijo el rey, interrumpiéndolo- llévatela de aquí y protégela. Asegúrate que las garras de Mormoth no lleguen a ella-
-¿A dónde he de llevarla?- preguntó el joven llamado Müller.
-Al reino de Arendelle- dijo el viejo rey tras una pausa- se rumora que su reina tiene grandes poderes de hielo. Los poderes de la reina de las nieves causarán miedo y los protegerán de Mormoth-
El joven soldado asintió.
-Su majestad, le prometo que la protegeré con mi vida- dijo solemnemente el joven.
-Lo sé, Müller- dijo el rey. Se quitó una medalla del cuello y la puso alrededor del cuello del joven, quien inmediatamente la escondió debajo de sus ropas- ahora apresúrate, no tienen tiempo-
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En esa alegre mañana de primavera, dos soldados de Arendelle arrastraron al príncipe Hans a través de la cubierta del barco del ministro francés, para arrojarlo en una de las celdas del mismo, sin ningún reparo o cuidado al hacerlo. No cabía duda que ambos soldados, como el resto de Arendelle, odiaban al príncipe de las Islas del Sur por lo que acababa de intentar hacer.
La cabeza de Hans se golpeó con una cubeta en el suelo de la celda, y éste se la quitó de inmediato, solo para ver como la puerta de la celda se cerraba tras él. El joven se quedó sentado en el suelo, decepcionado, sabiendo que no había nada que pudiera hacer para salir.
Vio que los guardias que lo habían arrojado bajaron inmediatamente del barco nuevamente al puerto de Arendelle. El mayordomo de la reina Elsa, Kai, estaba charlando con el ministro francés.
-No se preocupe, nosotros llevaremos a este villano de vuelta a su país- dijo el ministro francés- ya veremos que dirán sus doce hermanos mayores sobre su comportamiento…-
Hans puso los ojos en blanco. Sus hermanos. Bufó. ¿Se avergonzarían? Lo dudaba. Ellos hubieran hecho algo parecido en la misma situación, si hubieran tenido la oportunidad. ¿Lo reprenderían? Tal vez, no les hacía mucha gracia que los demás países descubrieran esa "debilidad" que tenían los trece hermanos de las Islas del Sur. ¿Se burlarían de él? Oh, definitivamente.
El príncipe volvió a bufar mientras que se levantaba del suelo de la celda y se sentaba sobre el banquillo. El ministro francés aún no ordenaba a su tripulación levar anclas. Hans alcanzó a ver un intercambio del mayordomo con el duque de Weselton. Sonrió levemente al escuchar que Arendelle no haría más tratos con Weselton. Bien. Ese duque había sido un estorbo y una molesta constantemente en sus planes de apoderarse de ese pequeño y rico país. Al menos algo bueno había resultado de todo este problema.
Mientras Hans sonreía, le pareció escuchar una voz conocida en el puente del barco. Era el ministro francés que estaba hablando con un hombre, cuya voz le parecía muy familiar al príncipe.
-¡Mein Gott!- exclamó el otro hombre una vez que estuvo frente al ministro francés desde las tablas del muelle- aún no puedo creer que el príncipe Hans sea culpable de todo lo que se le acusa…-
-Y bien, herr Meyer- dijo el ministro francés- todos nosotros vimos con nuestros propios ojos como el príncipe nos mintió sobre el hecho que la princesa Anna había muerto, y vimos también como intentó cortar la cabeza de la reina por la espalda. Usted también lo vio…-
Hans parpadeó. Por supuesto. Herr Meyer era el primer ministro alemán. Un hombre al que conocía bien, pues había estado un buen tiempo en las Islas del Sur. Con el rey del Imperio Alemán. Acentuó su sonrisa.
-Monsieur Monfort, ¿no le gustaría que yo devolviera al príncipe a su país?- dijo el ministro alemán, Meyer, tras uno momento de silencio de parte de ambos, en el cual el ministro francés estaba distraído con los preparativos para que zarpara el barco.
Hans asintió inconscientemente. ¡Por supuesto que eso sería muy beneficioso!
-¿Y porque quisiera llevarlo usted?- quiso saber monsieur Monfort.
-Bueno, creí que podría ser prudente. A mi país le importa mucho el bienestar del príncipe. Como ya sabrá, el príncipe Hans es…- comenzó herr Meyer, pero el ministro francés lo interrumpió.
-De ninguna manera, herr Meyer- dijo monsieur Monfort- la reina Elsa y el pueblo de Arendelle me confió a este… villano a mi cuidado, y seré yo mismo quien lo entregue a su país y responda por él…-
Una nube de odio pasó por los ojos del ministro alemán, que no pasó desapercibida por Hans. Por suerte para él, el ministro francés no se dio cuenta.
-De acuerdo, monsieur- dijo herr Meyer- lo mejor para su país…-
-Y para el suyo- añadió monsieur Monfort.
El ministro alemán bajó de la cubierta del barco hacia el puerto, donde dos de sus guardias lo escoltaron. Justo antes de retirarse, miró de reojo a Hans, y éste captó su mirada. El ministro sonrió y se retiró con dirección al castillo de Arendelle.
Hans no supo como interpretar esa última mirada y sonrisa que el ministro alemán le dirigió. Pero sabía que, de una u otra manera, y gracias a herr Meyer, su estancia en las Islas del Sur no sería muy larga. Hans ya tenía una idea de como salir de su problema. Y mejor aún, en su mente ya estaba maquinando una manera de obtener venganza contra la hermosa reina de las nieves y su insufrible hermana.
"Puede funcionar", pensó Hans "el inútil esposo de Georgiana por fin será de utilidad para los príncipes de las Islas del Sur"
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Herr Meyer, el ministro alemán, no perdió el tiempo. Sabía que esta era su única oportunidad de ganarse a la familia real alemana. Tenía que tener mucho cuidado, no dejar que la reina de las nieves sospechara nada, para que pudiera tener éxito.
-Buenas tardes- dijo herr Meyer al llegar al palacio, mirando de reojo el gran reloj en la entrada del mismo. Ya había pasado el mediodía. El mayordomo de la reina de Arendelle, el hombre llamado Kai, salió a su encuentro.
-Herr Meyer- dijo Kai, inclinándose- creí que estaría en los muelles, preparándose para partir a su país-
Herr Meyer sabía como actuar. Sonrió tristemente.
-Por supuesto, extraño mi hogar como todos los ministros que nos quedamos varados en Arendelle después de este pequeño… percance- dijo el ministro, alzando los hombros al no poder encontrar una mejor descripción para el severo invierno eterno provocado por Elsa- sin embargo, antes de irme, gustaría poder mirar a la hermosa reina de Arendelle una vez más-
Kai lo miró sospechosamente, pero no encontró ningún motivo de culpa en el ministro, así que asintió y lo condujo al salón del trono, donde la reina se encontraba sentada. Junto a ella, en una silla un poco más pequeña, se encontraba su hermana, la princesa. Las dos jóvenes mujeres se encontraban charlando y riendo.
"Pobres, no tienen ni idea de lo que les espera", pensó herr Meyer, con una sonrisa astuta.
La princesa y la reina no parecían haber notado su presencia.
-¿Viste su cara, Elsa?- dijo la princesa entre risas- ¡no lo podía creer!-
Herr Meyer observó a las dos jóvenes, tan parecidas y tan diferentes. La princesa Anna reía de buena gana a carcajada abierta, sin ningún reparo a quien la estuviera observando. La reina Elsa, al contrario, sonrió ante el comentario de su hermana y se llevó una mano a su boca, para ocultar su risa. Muy tarde. Todos habían visto la bella sonrisa de la reina. Suspiró.
-Su majestad- dijo Kai, interrumpiendo los pensamientos del ministro- herr Meyer, el ministro alemán, desea despedirse de usted-
Elsa dejó de sonreír y se acomodó sobre el trono. Anna seguía intentando de contener las carcajadas, sin mucho éxito, a pesar de la mirada reprobatoria de su hermana mayor. Herr Meyer sonrió y se inclinó.
-Disculpe la intromisión, su majestad- dijo el ministro, ignorando la presencia de la princesa, que seguía riendo- no podía irme sin volver a ver su hermoso rostro, para poderlo reportar con su majestad el emperador-
Elsa sonrió amablemente, un poco sonrojada.
-Agradezco mucho sus palabras, herr Meyer- dijo Elsa.
-Le agradezco mucho, majestad, el haberme recibido- dijo herr Meyer- sobre todo después del triste incidente con el príncipe Hans- bajó la mirada con fingida tristeza.
Anna paró de reír casi de inmediato cuando herr Meyer pronunció el nombre de Hans. Elsa borró su sonrisa. Antes de que la reina pudiera decir algo, su hermana intervino.
-No estará queriendo defender a ese sinvergüenza, ¿verdad?- dijo Anna, mirándolo sospechosamente.
Herr Meyer se fingió tanto sorprendido como ofendido. Sacudió ambas manos casi inmediatamente.
-Mein Gott- exclamó el ministro, haciendo varios gestos exagerados de ofensa- ¡por supuesto que no! Ese hombre no merece llevar el nombre de príncipe después de lo que intentó hacerle a su majestad. Es un ser humano deplorable…-
Anna pareció satisfecha con aquel despliegue. El rostro de la reina no cambió, y fue imposible para herr Meyer leerlo.
-Es solo que me da un poco de tristeza tener que llevar esa noticia al Imperio Alemán- dijo el ministro- el emperador va a estar sumamente apenado, no se diga la emperatriz…-
Elsa lo miró, interrogante, pero al parecer Anna había entendido, y asintió. A Elsa le dio un poco de pena no saber que relación había entre el emperador de Alemania y Hans, pero solo asintió para disimular su ignorancia por el momento. Ya lo averiguaría mas tarde. Se volvió al ministro.
-Nuevamente, muchas gracias por sus palabras, excelencia- dijo la reina Elsa, impacientándose un poco por terminar de una vez la conversación- por favor, hágale saber al emperador que estamos dispuestos a firmar un tratado de comercio con su país…
Herr Meyer sonrió y se inclino.
-Por supuesto, su majestad- dijo el ministro- a nuestro emperador le encantará tener una aliada tan poderosa y hermosa como su majestad…-
Antes de que se dijera otra palabra, herr Meyer se retiró, con una amplia sonrisa en el rostro. Con su astucia y un poco de ayuda gracias al desafortunado incidente con el príncipe Hans, el ministro podía llegar a ser fácilmente el favorito de la corte y el hombre más poderoso del Imperio.
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A Hans no le hacia mucha gracia viajar en esa celda. La humedad y el calor del mar empezaban a molestarlo. No que no estuviera acostumbrado. Si él era el gran almirante Westegard de la Marina de las Islas del Sur. El que había participado en grandes batallas siendo apenas un adolescente, una leyenda en las islas.
No, no era eso. El mar le molestaba porque traía aún puesto su uniforme de príncipe. Y no era muy agradable estar vestido de esa manera con el calor húmedo que se dejaba sentir en la celda. Bufó fastidiado. Esa no era la manera de tratar al príncipe de las Islas del Sur.
-Su alteza- una voz interrumpió sus pensamientos. El capitán. Hans no respondió. Solo hizo una mueca para demostrar que estaba escuchando- disculpe la interrupción, su alteza, pero su excelencia el ministro francés desea hablar con usted…-
-Pues supongo que no tengo opción, ¿o sí?- dijo Hans- no tengo a donde ir
El capitán no respondió. Solo se retiró, y uno de los marineros acercó una silla a los barrotes de la celda. Unos segundos más tarde, el ministro francés se acercó y tomó asiento. Hizo una seña para que el marinero se retire.
-Príncipe Hans- dijo monsieur Monfort- en unas horas llegaremos a su hogar, las islas del Sur-
Hans hizo una mueca y emitió un gruñido. Ya sabía lo que le esperaba. Pero pronto su mueca se volvió una torcida sonrisa. Paciencia. Pronto sus planes se volverían realidad y le concederían la venganza.
El ministro francés notó este cambio de actitud en el príncipe.
-¿Su alteza podría decirme que le parece tan gracioso?- dijo monsieur Monfort- vuelve a su hogar en desgracia, y sus hermanos pensarán en un castigo ejemplar para usted. ¿Porqué la sonrisa?-
Hans se forzó a dejar de sonreír. Tonto ministro. No tenía idea de como se manejaban las cosas en su país. Varios de sus hermanos ya habían hecho alguna fechoría, y había pasado desapercibida. Si bien esta vez el rey se enteraría de la situación, no esperaba un castigo muy severo. Además, el ministro alemán se encargaría de eso.
Monsieur Monfort pareció adivinar sus pensamientos.
-¿Porqué herr Meyer estaba tan interesado en llevarlo personalmente?- preguntó el ministro francés de pronto. Hans frunció el entrecejo. No podía permitir que el francés supiera de su conexión. Le enviaría una carta a la reina de las nieves para advertirle, y eso arruinaría sus planes. Hans tenía que jugar bien sus cartas.
-Herr Meyer conoce a mi familia- dijo Hans, fingiendo un tono despreocupado. No era mentira, pero no era toda la verdad- y supongo que quería estar en primera fila para ver mi humillación… lugar que acaparó usted, excelencia-
El ministro francés sonrió.
-No se merece menos, su alteza- dijo con firmeza el ministro, olvidándose del asunto de herr Meyer- prepárese…-
El ministro francés se levantó y se retiró. Hans o miró con molestia.
-Estúpido- dijo Hans en voz baja. No se imaginaba lo que tenía planeado para su preciosa reina de Arendelle. El príncipe volvió a sonreír. La venganza sería suya muy pronto.
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Tras haberse quedado solas en el castillo por unas horas, y después de convertir la plaza frente al castillo en una pista para patinar, Elsa y Anna entraron a su hogar, riendo, y se dirigieron al comedor, a tomar la cena. Kristoff fue invitado por primera vez al castillo a acompañar a la reina y a la princesa.
El rubio se encontraba muy nervioso ante la presencia de la reina de las nieves. Si bien Anna tenía una sonrisa cálida, su hermana la reina tenía una presencia fría e imponente ante todo el mundo. Kristoff se relajó un poco ya que, en privado y solo para su hermana y sus sirvientes más cercanos, la reina de las nieves tenía una sonrisa tan linda como la de su hermana menor.
Y Elsa no podía evitar sonreír ante la presencia de Kristoff. No olvidaba la preocupación con la que el joven montañés había corrido al lado de Anna cuando ella misma la golpeó con sus poderes. No podía olvidar la tristeza en los ojos del rubio al pensar, como ella, que Anna se había perdido para siempre. Sus ganas de golpear a Hans. Y su sonrisa al verla tan feliz. No conocía muy bien a ese Kristoff, pero quería hacerlo, porque parecía un buen hombre para su hermana.
Elsa tomaba su comida en silencio, mientras Anna charlaba animadamente con Kristoff. Elsa sonreía ampliamente al ver aquella escena. Una vez que terminaron de cenar, Gerda, su fiel ama de llaves, sirvió el café mientras las demás ayudantes recogían los platos ya vacíos.
-Entonces, ¿que haremos a partir de mañana, Elsa?- preguntó Anna, incluyendo a su hermana por primera vez en la conversación. Elsa pareció sorprenderse por un momento.
-Creo que nos merecemos un descanso- dijo Elsa por fin- estos últimos días han sido muy… movidos. Creo que un día más de descanso en Arendelle no hará daño…-
Anna celebró dando un grito de alegría, y Kristoff sonrió al verla tan contenta. Los dos volvieron a enfrascarse en una conversación, y la joven reina sintió una agradable brisa fría a su costado mientras daba un sorbo a su taza de café. Se volvió, y se dio cuenta que se trataba de Olaf.
-Buenas noches, Olaf- susurró Elsa, sin levantar mucho la voz para no interrumpir la conversación de Anna y Kristoff. Sonrió y dejó la taza en la mesa- espero que te guste tu nuevo hogar…-
-Oh, me gusta muchísimo, Elsa- dijo Olaf con la misma emoción de siempre- amo las flores y las mariposas y los olores y…-
Elsa no pudo evitar reír. En ese momento y después de muchos años de miedo, sufrimiento y encierro, la reina de las nieves estaba genuinamente feliz.
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Hans no estaba tan feliz como la reina de las nieves y su familia. El barco del ministro francés hizo puerto en la capital de las Islas del Sur. El príncipe observó, desde entre los barrotes de su celda, la vista familiar de su hogar. ¡Cuantas veces había vuelto, victorioso, de las batallas en el mar!
Esta vez su regreso no era tan feliz como las veces anteriores. Bufó. Sus hermanos los recibirían, fingirían ante el ministro francés lo indignados que estaban por su comportamiento, para después burlarse de su torpeza cuando estuvieran solos. Puso los ojos en blanco mientras los soldados que acompañaban al ministro francés le ponían un par de grilletes en las manos.
Hans caminó calladamente hacia el castillo, escoltado por los soldados, detrás de monsieur Monfort.
Una vez que estuvieron en el palacio, el ministro pidió hablar con el rey. Como ya lo había supuesto, el rey estaba enfermo y su hermano mayor, el primero, actuaba como regente en ese momento. Hans lo miró con envidia. Su hermano aún no era rey, pero ya saboreaba el poder que a él mismo se le había escapado entre los dedos, cuando la tonta de Anna hizo un "acto de amor verdadero" para salvar a Elsa. Cuando Elsa escapó de la celda. Cuando Elsa sobrevivió la pelea contra los guardias de Weselton y la caída del candelabro. Cuando Elsa se negó a bendecir el matrimonio de Hans con Anna. Todo era culpa de Elsa, a su manera de ver.
En la sala del trono estaban todos sus hermanos. Hans puso los ojos en blanco. Así que todos habían ido a ver su humillación.
-Su alteza- dijo el ministro francés, una vez que le informaron que estaba ante el príncipe regente y no ante el rey de las Islas del Sur- con mucha vergüenza traigo conmigo a su hermano menor, el príncipe Hans de las Islas del Sur, después de sus terribles actos en Arendelle…-
El príncipe regente mostró un rostro sorprendido y mortificado, y algunos de los hermanos dejaron escapar una exclamación de decepción. Hans torció la boca. Sus hermanos, al igual que él, eran excelentes actores.
Monsieur Monfort narró las acciones de Hans en Arendelle con todo detalle.
"Vaya", pensó Hans, "diciéndolo así, suena mil veces peor. En mi cabeza y en mis planes no era tan malo…"
Una vez que monsieur Monfort terminó su relato, su hermano el regente se puso de pie.
-¿Hans intentó regicidio?- exclamó el regente en tono de incredulidad- no puedo creer que nuestro hermano menor fuera capaz de tantos crímenes tan abominables-
-Sin embargo, puedo asegurarle que todo fue cierto- dijo el ministro francés.
Tras una pausa de silencio, el regente volvió a hablar.
-Esta bien, le agradezco por traer a Hans, y las noticias de su conducta en Arendelle- dijo su hermano mayor- le aseguro que dicha conducta será castigada con la mayor severidad tan pronto como sea posible, y romperá el corazón de mi padre…-
El ministro francés agradeció al regente, se inclinó y se retiró del palacio, seguido por sus guardias. Una vez que estuvo lejos, el regente se volvió a Hans y se echó a reír.
-Hans, realmente eres un inútil- dijo el regente entre carcajadas- tenías a la reina de Arendelle, de rodillas dándote la espalda, en una posición perfecta para cortarle la cabeza de un solo golpe, ¿y una mujer que detuvo?-
Los demás hermanos estallaron en carcajadas. Hans bufó molesto.
-Eso suena muy fácil- dijo Hans- no contaba con que la tonta princesa la iba a salvar con un "acto de amor verdadero"-
-Debiste haber dejado que los hombres de Weselton te libraran de la reina, y hubiera seguido con tu plan original de casarte con la princesa- dijo uno de sus hermanos.
-La princesa jamás te habría culpado por no poder evitar la muerte de su hermana mayor- añadió otro de los hermanos.
Hans frunció el entrecejo. Por supuesto que lo sabía. Pero, en ese momento, no había pensado en la corona de la reina Elsa, por única vez durante su estancia en Arendelle. Había visto a la hermosa reina en su palacio de hielo. No era la mujer asustada que había visto en la coronación. Era diferente. Hermosa y terrible. Y eso hizo que Hans desviara sus planes. Quiso tener, además de la corona, a la hermosa reina como trofeo. Y perdió todo por intentar aumentar la apuesta.
-Bueno, ¿qué haremos contigo?- dijo el regente.
-Lo de siempre- dijo otro de los hermanos antes de que Hans respondiera- esparciremos el rumor de que Hans fue severamente castigado-
-Una carta de disculpa a la reina Elsa- dijo otro de los hermanos- y asegurarle a ella sobre el castigo de Hans…-
Los hermanos estuvieron de acuerdo. El príncipe regente hizo una señal a los guardias de su palacio, y un par de ellos se acercaron a Hans y le quitaron los grilletes de las manos.
-Bienvenido a casa, Hans- dijo el príncipe regente- ya será para la próxima vez-
Hans sonrió levemente. Todos los hermanos tenían el mismo objetivo: casarse con alguien cercano a alguna corona. Solo dos miembros de su familia lo habían logrado.
El décimo tercer príncipe sacudió la cabeza. Debía empezar a hacer un esquema con sus planes para su venganza. Tenía que esperar a que el ministro alemán volviera al Imperio, y eso tomaría unos días.
-Por cierto- dijo el príncipe regente, como si adivinara los pensamientos- Georgiana te ha escrito. La carta está en tu habitación-
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Tras varios días, Elsa tuvo que reunirse con su consejo por primera vez. Estaba algo nerviosa. Ya no temía por sus poderes, ya sabía como controlarlos y sabía que ya no sería capaz de lastimar a nadie con ellos. Lo que la preocupaba es que ella siempre había sido reservada e introvertida. No se imaginaba como hablar delante de tantos hombres mayores, con años de experiencia política.
Los consejeros, por su parte, la miraron aterrorizados desde el momento en que entró a la sala del consejo, sin quitar su vista de la reina mientras se ponían de pie para recibirla. La joven reina se dio cuenta de aquello y suspiró. Se sentó en su sitio, y los hombres la imitaron.
-Señores- dijo con voz algo temblorosa. Los consejeros continuaron con la misma mirada. Elsa se sentía nerviosa. Se volvió hacia su derecha, encontrando con la mirada a Kai, quien le sonrió amablemente. Esa sonrisa le dio valor, y se volvió nuevamente a los consejeros- señores, por favor, dejen de mirarme así. Antes… antes no sabía como controlar mis poderes y les temía. Ahora ya se como controlarlos, así que no deben tener miedo…-
Algunos consejeros suavizaron sus miradas.
-Voy a necesitar mucho sus consejos- continuó Elsa- mi padre… mi padre siempre me dijo lo importante que era su consejo para poder tomar las mejores decisiones para mis súbditos. Cuento con ustedes- y sonrió.
El resto de los consejeros no pudieron sino sonreír ante tan encantadora reina.
-Su majestad- dijo sir Khellberg, el presidente del consejo, poniéndose se pie- cuente con todos y cada uno de nosotros-
Elsa sonrió, y continuaron la reunión. Kai, de pie junto a la reina, sonrió también.
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Hans había vuelto a su habitación, y se dejó caer sobre su cama. Estaba agotado. Se levantó y se quitó su uniforme. Moría de calor, sobre todo después del invierno causado por la reina Elsa. Hans puso los ojos en blanco al recordar a la reina de las nieves. Se puso una camisa fresca y un pantalón delgado. Una vez que se cambió, se sintió mucho mejor.
Junto a su almohada, como había dicho su hermana, estaba una carta doblada. La abrió. La fina caligrafía era inconfundible.
Querido Hans:
Para cuando leas esto, ya habrás vuelto de la coronación de la nueva reina de Arendelle. Espero que por fin hayas podido enamorar a una hermosa princesa como siempre has querido, aunque una parte de mí está celosa y le gustaría que no fuera así.
En la corte todo el mundo me trata con cariño y respeto, lo cual me extrañó, ya que creía que los alemanes eran agresivos. Herr Meyer ha sido muy amable conmigo, desde que me acompañó desde las Islas hasta el Imperio, y fue quien me contó que irías a Arendelle. Y Philipp es un buen hombre, y puedo ver en sus ojos que me ama con todo su corazón.
Perdona, Hans, si esto te hace enojar. Sabes que te he querido toda mi vida, pero me estoy encontrando enamorada de mi esposo. Quizá cuando te enamores, lo entenderás.
Te extraño mucho, Hans. Espero noticias tuyas pronto.
Georgiana
Hans dobló la carta y la dejó a un lado. Suspiró. Georgiana tenía razón, no le hacía mucha gracia que se hubiera enamorado tan pronto de su esposo. ¿Hacía cuanto tiempo se había casado con él? ¿Tres meses? No conocía a Philipp, pero si algo le servía de consuelo era saber que Georgiana estaba bien cuidada y, sobre todo, feliz.
El décimo tercer príncipe cerró los ojos. Gracias a Georgiana y al tonto de su esposo, pronto tendría su venganza.
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El ministro herr Meyer llegó de regreso a Alemania después de un par de días de viaje. Una vez que desembarcó, tomó un carruaje hacia el palacio imperial. Mientras viajaba, iba maquinando en su mente un plan. El ministro sabía del afecto que profesaba la joven emperatriz Georgiana por el príncipe Hans, y sabía que el emperador haría todo por su esposa, pues la amaba genuinamente. Era demasiado fácil manejar a esos dos jóvenes, y el príncipe Hans era la pieza clave.
Después de un par de horas, el ministro llegó al palacio imperial.
Los guardias, reconociendo inmediatamente a tan importante miembro del parlamento imperial, lo dejaron pasar inmediatamente.
-Herr Kant- dijo herr Meyer al ver al mayordomo del emperador- por favor informe a sus majestades imperiales que debo verlos de manera urgente-
Herr Kant se inclinó y se apresuró. Unos minutos mas tarde, el mayordomo regresó.
-Sus majestades imperiales están esperándolo, su excelencia- dijo el mayordomo.
Herr Meyer siguió al mayordomo a la sala del trono. En contraste con la de Arendelle, esta corte era impresionante. Sabía que el emperador tenía poder absoluto, y que su deseo era ley. Por eso había sido tan importante conseguir a la mujer que él mismo eligió para ser su emperatriz.
El ministro cruzó la sala del trono. Los elegantes cortesanos lo miraron con curiosidad, preguntándose porque no se había cambiado sus ropas de viaje para acudir a la presencia del emperador. Quizá había algún asunto grave que requería la atención del monarca a la brevedad. Un par de consejeros siguieron a herr Meyer con la mirada, alarmados.
Al llegar frente al emperador y su esposa, herr Meyer se inclinó. El ministro levantó la mirada. El joven emperador era rubio, de penetrantes ojos verdes, con su perfil lleno, a diferencia de la mayoría de los alemanes que suelen tenerlo afilado. Sus mejillas blancas estaban casi constantemente sonrojadas, sobre todo al mirar a su emperatriz, y sus ojos brillaban de felicidad y de inocencia, que herr Meyer prefería llamar estupidez. Bajo aquellas magníficas ropas, el emperador de veintidós años parecía más que nada un niño con ropas demasiado grandes para él.
La emperatriz, junto a él, era justo igual a él en cuanto al carácter que mostraba en su rostro. Con su piel muy blanca que sobresalía gracias a sus vestiduras moradas, sus ojos impresionantemente verdes y sus mejillas permanentemente rojas. Tenia una mirada algo temerosa al mirar la corte, pero sonreía cálidamente cuando su esposo le apretaba la mano para tranquilizarla. Para herr Meyer, ella era la clave para lograr el favor de la corte.
-Bienvenido de vuelta a nuestro hogar, herr Meyer- dijo el emperador, un tanto preocupado, sin soltar la mano de la emperatriz- me preocupó un poco su tardanza en volver. Y ahora, viéndolo recién llegado y tan apurado, sospecho que tiene graves noticias que darnos-
-Así es, su majestad- dijo herr Meyer, levantándose, con fingida preocupación. Vaya que sus largos años en la política lo habían hecho un experto actor. Al menos con soberanos jóvenes como el emperador o la reina Elsa- traigo noticias un poco… delicadas, que conciernen a sus majestades solamente, y me gustaría darlas en privado-
Ambos esposos reales se alarmaron. El emperador dio la orden de que su corte se vaciara, la cual se obedeció de inmediato. Una vez que quedó solo con ellos, herr Meyer continuó.
-Su majestad, durante mi estancia en Arendelle ocurrió un episodio sin presedentes- dijo el ministro- la reina Elsa, que había permanecido oculta del mundo durante casi toda su vida, en este momento que salió a la luz, reveló tener un extraordinario poder-
Los esposos se miraron.
-¿Qué clase de poder?- preguntó el emperador.
Herr Meyer le contó sobre los poderes de hielo y nieve de Elsa, sobre como todo Arendelle pasó varios días completamente congelado, sin ninguna posibilidad de que un barco pudiera salir del país. El ministro se encargó de contar su historia como si Elsa fuera una persona malvada que lo hizo por pura crueldad para retrasar la salida de los barcos a sus hogares.
-¿Y Hans?- preguntó la emperatriz de pronto, adivinando hacia donde iba la conversación. Ella estaba enterada de que Hans estar en la coronación. Tenía miedo de que le dijeran que…- ¿Hans está bien?-
-Hans no fue lastimado, su majestad- dijo herr Meyer, tratando de reprimir una sonrisa. Las cosas le estaban saliendo mejor de lo que planeó. La emperatriz pareció tranquilizarse- pero me temo que su honor si lo fue, y de la manera más injusta-
-¿Qué quiere decir?- quiso saber el rey, apretando la mano de su esposa un poco.
En seguida, herr Meyer relató como Hans se quedó a cargo de la ciudad real de Arendelle, repartiendo ropas y ayudando a todos durante el invierno conjurado por la reina de las nieves. Como Hans había partido a buscar a la princesa en la nieve, como había logrado rescatar a la reina y llevarla de regreso a Arendelle.
-Y fue entonces cuando todo salió mal- dijo herr Meyer- la reina Elsa se arrepintió de sus acciones, o eso dijo. Y como se necesitaba un culpable para que el pueblo no odiara a su monarca, culparon a Hans-
La emperatriz se llevó las manos a la boca, soltando por un momento la mano de su esposo. El emperador frunció el entrecejo.
-Inventaron cargos de conspiración e intento de asesinato- dijo herr Meyer- dijeron que Hans trató de asesinar a la reina, y fue desterrado de Arendelle sin ningún agradecimiento. Y el ministro francés lo devolvió a las Islas del Sur, con toda la intención de repetir esas calumnias en su país para que fuera castigado-
Los dos jóvenes se miraron entre sí, y herr Meyer adivinó que había logrado su cometido. Le agradecieron, y el ministro salió con una sonrisa, saboreando su éxito. Una vez que se quedaron solos, el emperador se volvió a su esposa.
-¿Estás bien?- preguntó él.
-Sí, es solo que yo…- comenzó ella, con su rostro aún entre sus manos. El emperador tomó las manos de su reina y la miró a los ojos.
-No estés triste, te prometo que ayudaré a arreglar este asunto- dijo el emperador- no permitiré que en sus juegos políticos se levanten calumnias sobre uno de tus hermanos…-
La emperatriz le sonrió dulcemente.
-Gracias, Philipp- dijo ella.
El emperador se puso de pie y le ofreció su mano.
-Te acompañaré a tu habitación, Georgiana, necesitas descansar- dijo Philipp, sonriendo también.
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CONTINUARÁ…
Hola! Bueno, traigo este nuevo fanfic de Frozen, nada que ver con los tres anteriores. Como verán, tiene muchos OC pero quería crear una visión del mundo en el momento que Elsa se convirtió en reina de Arendelle. Hay varios heroes y villanos. Espero que les guste.
Abby L.