Cuando Camus conoció a Milo, pensó que había encontrado al compañero de apartamento ideal. Le fue claro que el animado estudiante de veterinaria respetaría su privacidad, pagaría puntualmente lo que le correspondería y le ayudaría a hacer el quehacer. A pesar de su animosidad, parecía ser un hombre sensato y honesto, características indispensables en un buen compañero. Sin embargo (le avergonzaba admitir), lo que más le emocionaba era que compartiría su espacio con un hombre extremadamente atractivo.
Aún recordaba el momento en el que le conoció. En aquel entonces buscaba un nuevo departamento debido a que sus compañeros actuales eran unos salvajes que gustaban de hacer fiestas cada tercer día. Eran mediados de semestre y la búsqueda no era fácil, así que, cuando encontró el escueto anuncio de Milo, no dudó un segundo en contactarse con él. La renta era decente y la ubicación óptima. Parecía ser demasiado bueno para ser verdad y eso le ponía nervioso. No obstante, su desesperación por mudarse pudo más que su desconfianza y concertó una cita al día siguiente.
El departamento coincidía verazmente con las fotografías del anuncio. El lugar era amplio, limpio y parecía ser sumamente tranquilo. El cuarto era suficientemente grande para colocar todas sus pertenencias y más. El escritorio estaba algo destartalado, pero funcionaría y Milo le comentó que, si le interesaba, podían arreglarlo juntos. La cocina estaba bien equipada y la pequeña sala de estar era cómoda y contaba con un televisor y un viejo reproductor de DVD. Un enorme ventanal cubría la pared izquierda de la sala y Camus supo que una desventaja sería el calor en la época de verano. No obstante, la estancia contaba con un buen aire acondicionado y el cuarto con un enfriador de aire que, confiaba, sería suficiente para impedir que se derritiera.
En general, el departamento era casi perfecto y apenas y podía esperar para escuchar los detalles del contrato y darse cuenta de que todo era parte de una farsa. Los dos jóvenes se sentaron en la pequeña mesa del comedor y Milo le explicó las generalidades del trato. Camus hizo varias preguntas más y, para su sorpresa, ninguna de las respuestas logró desalentarlo. Su interrogatorio fue exhaustivo y, después de estar en ese lugar por casi hora y media, estuvo a punto de aceptar que, quizá todo era real y que había encontrado el departamento indicado. Fue entonces que lo escuchó.
—Hay algo más —comentó Milo cuando parecía que ya no había otra cosa de qué hablar.
Camus exhaló aliviado al saber que descubriría el oscuro secreto antes de firmar el contrato.
—Como te imaginarás —continuó—, hay un motivo por el cual busco compañero de departamento a mitad del semestre. Creí que no era gran cosa, pero supongo que no todos piensan así —le miró atentamente en espera de alguna reacción—. Soy homosexual.
Camus tardó en reaccionar. La noticia no le pareció sorprendente ni emocionante y le pareció extraño que el hombre compartiera algo tan personal con un desconocido. Luego recordó que estaba en Grecia y que en ese país aún había mucho prejuicio hacia la homosexualidad. Tras comprender la situación asintió y murmuró que no había problema.
—¿Seguro? —insistió el otro—. Cuando mi viejo compañero se dio cuenta, me sermoneó a gritos, como si lo hubiese acosado desde que llegó. De no ser porque el contrato de renta está a mi nombre, probablemente me habría sacado a la calle —exhaló cansinamente—. No suelo traer aquí a mis parejas y, si lo hago, te lo avisaría con antelación. La persona de antes se dio cuenta sólo porque vio unos mensajes en mi celular.
—Dije que está bien —repitió Camus—. No es de mi incumbencia con quién sales, siempre y cuando la casa se mantenga en silencio y me permitas estudiar con tranquilidad.
Parte de él quiso añadir que a él también le gustaban los hombres; sin embargo, no se atrevió a hacerlo por el simple hecho de que nunca lo había admitido en voz alta a sí mismo. No le pareció adecuado decírselo a alguien que acababa de conocer.
—Entonces, ¿qué dices? ¿Te gusta el lugar?
Camus le mostró una tenue sonrisa y asintió. Firmó su parte del contrato esa misma tarde y se mudó con Milo tres días después.
El lugar resultó ser tan tranquilo como parecía y Camus pensó que todo sería miel sobre hojuelas.
Por supuesto, el tiempo le demostraría que, aunque hermoso, Milo distaba de ser perfecto. Por ejemplo, el hombre se levantaba muy tarde los fines de semana. Era espantoso estar despierto desde las siete de la mañana y tener que ser cuidadoso para evitar despertarle. De igual forma, Milo siempre dejaba el shampoo en el lado equivocado de la regadera y solía dejar el control remoto en el brazo del sillón en lugar de encima de la televisión como la gente decente. Sin embargo, lo que más le molestaba era el afán que tenía de apagarle el aire acondicionado. ¿Cómo podía esperar que Camus sobreviviera a 30 °C sin aire frío? Discutieron al respecto un par de veces y Camus insistió en que él pagaría el excedente de la cuenta de luz si eso convencía a Milo de dejar el aparato encendido durante todo el tiempo que Camus quisiera. El plan funcionó a medias y, si bien dejó de apagarlo, Milo no cesaba de hacer comentarios sobre lo frío que estaba todo y el terrible resfriado que pescarían por los cambios tan drásticos de temperatura.
No obstante, a pesar de sus defectos, Camus tenía que admitir que Milo era un gran compañero de apartamento. Era gracioso y lo suficientemente amable como para no correrlo a patadas después de las varias veces que casi incendió la cocina. Camus sabía que uno de los motivos por los que le tenía tanta paciencia era porque se sentía atraído hacia él y la verdad era que no le importaba; al principio porque Milo respetaba su espacio y, meses después, porque se dio cuenta de que la atracción era mutua.
Camus sabía que la situación era delicada y decidió no hacer nada al respecto. Tristemente, aquella decisión no le servía de mucho cada que escuchaba a Milo hablar con algún pretendiente al teléfono o cuando éste salía y no llegaba sino hasta entrada la madrugada. Sabía que sentirse celoso era estúpido e injusto, mas no podía evitarlo. Milo se había vuelto necesario en su vida y no tenía intenciones de compartirlo. Quizá fue por eso que, la noche en la que tuvo un accidente con el horno, se dio la libertad de aceptar la espontánea confesión de Milo.
¿Cómo no hacerlo? El hombre tuvo el valor para dar el primer paso y Camus sería muchas cosas, pero no un idiota que dejaría pasar una oportunidad así. Mucho menos después de ver a su compañero de cuarto vestido únicamente con su ropa interior.
Fue de esa forma que comenzaron una extraña relación. Al menos así era para Camus, quien no estaba acostumbrado a eso de interactuar con otros seres vivos. Suponía que la situación también era nueva para Milo, ya que no pudo disfrutar de su nuevo novio a sus anchas. Antes de conocerle, Camus estaba seguro de que odiaba cualquier cosa relacionada al contacto físico e, incluso después de que comenzaran a salir, temía recibir las caricias y besos del otro. No era que no los deseara. Muy al contrario, añoraba los roces de los dedos de Milo y los delicados besos que dejaba en su nuca cuando miraban televisión. Les temía porque eran algo nuevo y diferente y porque casi nunca sabía cómo debía corresponder a sus atenciones.
Gracias al cielo Milo era paciente con él e incluso parecía disfrutar la torpeza de Camus.
—Encantador —le dijo alguna vez y Camus se puso tan rojo como un tomate al darse cuenta de que Milo estaba fascinado con su inexperiencia.
¿Sería ese un tipo de fetiche?
Fuese cual fuese la respuesta, Milo respetaba a Camus y nunca iba más allá de lo que éste permitía y, con el paso de los meses, el francés aprendió no sólo a reaccionar positivamente ante las atenciones de Milo, sino que también a responderlas.
Casi sin darse cuenta Camus comenzó a añorar por más besos, más contacto y más Milo. Deseaba hacer algo más que acurrucarse a su lado en su angosta cama individual y permitirse disfrutar del hombre al que tanto quería. Desafortunadamente, su nula experiencia le hacía torpe y su inseguridad le hizo dejar pasar muchas oportunidades. Milo tampoco se decidía a dar el primer paso y, por unos tortuosos días, Camus se preocupó tanto de la situación que pensó que se quedarían así para siempre.
Afortunadamente para él, su decisión tomó un giro una tarde en la que regresó a casa un poco más temprano que lo usual. Su última clase había sido cancelada y sin duda aprovecharía el tiempo para descansar del terrible día. A pesar de que apenas iniciaba la primavera, el calor era insoportable y se encontraba de mal humor. Su baja espalda estaba empapada de sudor y apenas y podía esperar para encerrarse en su cuarto y encender el enfriador del aire. Muy a su pesar, escuchó unas fuertes carcajadas apenas entró al departamento. Milo no solía tener visitas, al menos no mientras Camus estuviese, y supuso que el invitado seguía ahí sólo porque no esperaban que el francés llegase a esa hora.
La parte más sensata de su ser sabía que lo mejor que podía hacer en esos momentos era retirarse calladamente a su habitación, ponerse sus audífonos y olvidarse de las cándidas risotadas de su novio. No obstante, el mal humor hizo mellas en su juicio y caminó hacia la cocina sin siquiera saber qué es lo que iba a hacer una vez que encontrase al intruso.
Cuando se asomó a la habitación se encontró con Milo y su amigo Aioria sentados en la mesa del comedor. Cada uno tenía su computadora portátil frente a él y parecía que jugaban algún videojuego en línea. Si bien el concepto por sí mismo irritó a Camus, lo que realmente desató su enojo fue el hecho de que ambos se encontraban sin camisa. De hecho, la única ropa que traían puesta eran unos bermudas; incluso sus pies se encontraban descalzos.
—¡Camus! —exclamó Milo—. ¡Llegaste temprano!
El aludido murmuró algo incomprensible.
—Como mañana no hay clases invité a Aioria a jugar un rato. No te molesta, ¿verdad? Creí que llegarías hasta las seis.
—No te preocupes, francés —sonrió el moreno—. Sólo matamos a todos en esta campaña y me voy.
Camus sabía que no tenía un buen motivo por el cual odiar a Aioria. Sabía que él y Milo habían sido amigos desde la secundaria y confiaba plenamente en su novio. Además, de las pocas veces en las que había interactuado con Aioria sabía que era un hombre honorable que quería mucho a su mejor amigo. ¿Quizá era ese el problema? Camus no estaba del todo seguro. Después de todo, Aioria era un heterosexual más que confirmado y ya desde la primera vez que habló con él supo que llevaba años con su novia y que incluso vivía con ella.
Aun así, Camus no podía evitar querer retorcerle el pescuezo cada que le veía cerca de Milo y, ahora que estaban tan cerca y con tan poca ropa, tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para evitar meter a Aioria al horno de microondas.
—¿Por qué no tienen ropa?
—Porque hace un calor de los mil demonios y el necio de tu novio no quiere prender el aire acondicionado —respondió Aioria sin separar sus ojos del monitor.
—Si Camus no tiene derecho a encender el aire acondicionado, yo tampoco —señaló Milo.
—¿Milo?
—¿Qué pasa? —dijo sin prestarle demasiada atención ya que varios soldados en su juego de guerra comenzaron a atacarle.
Camus caminó hacia él y se colocó detrás de su silla. Tragó saliva y se inclinó para susurrarle algo al oído. Sus palabras tuvieron el efecto que buscaba y Milo abrió amplísimamente los ojos. Olvidó por completo su juego y volteó su rostro hacia Camus.
—¿Estás seguro?
Camus asintió.
Milo se puso de pie, cerró rápidamente su computadora y golpeó la mesa con las palmas de sus manos.
—Lo siento, Aioria. Tienes que irte.
—¡¿Qué?! ¡¿De qué hablas?! ¡Todavía no acabamos la campaña!
—Olvidé que tengo que hacer algo importante con Camus así que por favor retírate.
Aioria se hundió de hombros y meneó la cabeza.
—¡Vamos, viejo! ¡No tienes que decirme esas cosas! ¿Quieres provocarme pesadillas?
—Aioria…
El aludido rodó los ojos y cerró su computadora. Caminó hacia el sillón en donde había dejado sus zapatos y el resto de su ropa y se vistió con lentitud. Una vez que estuvo listo, guardó su computadora en la mochila y caminó hacia el pasillo principal.
—Ya me voy. La próxima vez jugamos en mi departamento.
Se despidió secamente de Camus y se perdió de vista. La pareja no se atrevió a moverse o a decir nada hasta que escuchó cómo se abría y cerraba la puerta principal.
—¿Camus? ¿Estás seguro?
El francés respondió sentándose en sus piernas y dándole un profundo beso en los labios.
Esa tarde Camus volvió a sus malos pasos e incendió la cocina como nunca antes lo había hecho. Curiosamente, Milo estuvo más que feliz de ayudarle.
Comentario de la Autora: Este capie es un art trade con Yuna (yunashiroisparda en Tumblr). Espero que te haya gustado! Fue interesante trabajar este ficdesde el punto de vista de Camuchis. Lo manejé un poco más antisocial que lo usual y me pareció verdaderamente encantador. Además, kudos para mí por la imagen de Milo y Aioria sin camisa jugando videojuegos. YAY!
Muchas gracias por tu dibujo y por alegrarme el día con tus tiritas del bichis, camuchis y las aventuras de P de Pulga. Me encanta tu trabajo y tu sentido del humor y, por si fuera poco, tienes el mejor gusto del mundo al amar al bichis. ¡Kissu!
Mmm... sobre el capie... la verdad es que el verdadero motivo por el cual los viejos roomies de Camus hacían tantas fiestas era para obligarlo a que buscara otro departamento porque ellos también odiaban que quemase su cocina. Gracias al cielo, todo salió bien para todos.
Epílogo: Camus tuvo un choque de calor y Milo tuvo que encender el aire acondicionado.