Capítulo 1- Pasión

Recostado sobre la suave hierba de aquella colina en Escocia, con la cabeza apoyada en ambas manos y la vista clavada en el azul cielo, Terry suspiraba al recordar los bellos momentos pasados junto a Candy.

Las semanas transcurridas de ese verano habían sido maravillosas. No recordaba que hubiera disfrutado tanto las vacaciones con anterioridad, pero ciertamente desde que Candy apareció en su vida las cosas pintaban mucho mejor. Candy….esa pequeña pecosa entrometida y mandona que lo enloquecía. A Terry nunca le habían faltado las chicas, pero Candy era especial, tan diferente. Estaba enamorado de ella, se había dado cuenta hace tiempo, pero constantemente se preguntaba si ella sentiría lo mismo. Obviamente Candy sentía algo hacia él, atracción, cariño, y hasta compasión quizá, ¿pero amor? ¿Cómo podría ella enamorarse de un tipo que constantemente la hacía enfadar, llorar y la ofendía besándola contra su voluntad? Además tenía a ese tal Anthony metido en la cabeza todo el tiempo. Anthony con sus rosas y sus finos modales. "Yo no puedo ser así", se repetía todo el tiempo, aunque reprochándose el ser tan brusco y grosero con Candy cada vez que estaban juntos, sin embargo, de los besos robados, de eso no se arrepentía, aun los sentía frescos en sus labios. "Basta Terry tienes que hablar con ella", pensó, "ve a buscarla en este mismo momento. Tienes que decirle que te encanta verla enojada, pero que no lo haces con intención de molestarla, que lamentas mucho haberla hecho llorar y que si la besas a la fuerza es porque cuando la tienes cerca manda tu corazón y no tu mente, y que solo quieres tenerla entre tus brazos, abrazarla y besarla una y otra vez. Que quieres pasar el tiempo a su lado y…preguntarle si ella te ama de la misma manera". Pero una voz interrumpió sus pensamientos.

-Con que aquí estás.

-¡Candy!

-Fui a buscarte a tu castillo pero me dijeron que habías salido. Imaginé que estabas por aquí.

-¡Vaya pero qué sorpresa! Creía que no me volverías a hablar en lo que resta del verano. Supuestamente te ofende sobremanera que aproveche cualquier oportunidad para besarte contra tu voluntad, no te preocupes, lo hacía solo por molestarte, pero ahora que veo que mis besos te encantan y vienes por más ha perdido la gracia. No lo volveré a hacer. Aunque….-tomando la mano de Candy y sonriendo maliciosamente-si me lo pides amablemente…no podría negarme.

-¡Basta ya Terry!-Soltó su mano pero se dejó caer sobre la hierba a su lado- No seas engreído, tampoco eres tan bueno besando.

-¡Ohhh! Jajaja. Ya veo. ¿Entonces la señorita "Pecosa" tiene mucha experiencia recibiendo besos?

-¡Claro que no! De hecho…tú…tú fuiste…mi primer beso me lo diste tú.-Terry sonreía ampliamente, enternecido y maravillado por la timidez de Candy.

-Para ser tan malo besando, tus mejillas se encienden bastante al recordarlo.

-¡No digas tonterías! Y si, sigo molesta contigo por ser tan atrevido. Pero no hablemos de eso, solo he venido a mostrarte esto. Es una carta de Albert y te menciona. Pensé que querrías leerla.

-¡De Albert!

-No sé cómo se enteró que estaba aquí. Supongo que la envió al colegio y las hermanas le informaron donde estaba. Que hermosa vista desde aquí.

-¡Se marchó a África!

-Sí África. Eso está muy lejos. Me duele mucho no haberme despedido de él. Pero así es Albert. Libre como el viento. Solo espero que lo veamos pronto nuevamente. Me pregunto cómo será vivir allá. Sin reglas, sin clases sociales, entre los animales.

-Lo que yo realmente me pregunto es, ¿cómo será esa enfermera que dice se parece a ti?, ¿tendrá la misma naricita aplastada y pecas manchándole toda la cara?, ¿o acostumbrará trepar a los árboles como los monos? Candy tu serías muy feliz allá entre tus parientes los monos.

-¡Aggghhh!¡Terry Grandchester eres un majadero de lo peor!-y se lanzó en intempestivo ataque contra Terry blandiendo golpes que no llevaban la más mínima intención de herir.

-Jajajajajajaja ¿yo soy el majadero? Eres tú quien me golpea a la menor provocación.

-¡Es porque te lo mereces!, por ser…un...grosero...burlón…engreído de lo peor.

-¡Suficiente!

-Terry…

Sujetó a Candy fuertemente de ambas manos obstruyendo la trayectoria de sus golpes, derrumbándola al pasto y colocándose encima de ella, el corazón de Candy palpitaba como un loco debido a la sorpresa, pero sobre todo a la cercanía de Terry. Éste la miraba escudriñadoramente lleno de curiosidad.

-Hummmm…Qué gracioso, desde esta perspectiva tu nariz luce aún más aplastada. Estás realmente bronceada y eso hace a tus pecas más notorias. Tienes razón, me parece que últimamente has decidido coleccionar nuevas pecas. Las contaré- y comenzó a contar lentamente recorriendo con su dedo el rostro de Candy-una…dos...tres...-un esporádico beso culminó la cuenta-cuatro...cinco…seis..-otro beso, esta vez más largo y más profundo-siete-otro beso-ocho…

Candy sentía que flotaba. Sus cuerpos estaban tan cerca que era capaz de percibir el corazón de Terry palpitar sobre su pecho. Los besos eran cada vez más apasionados, y Candy notaba como la respiración de Terry y la suya propia comenzaba a agitarse.

-¡Ya basta Terry!-Empujó a Terry con todas sus fuerzas y se incorporó hasta quedar sentada sobre la hierba. Terry apoyaba una mano contra el suelo y miraba a Candy lleno de rabia, resoplando.

Esa mirada siempre causaba a Candy un inexplicable temor, se levantó e intentó huir pero un fuerte jalón de cabello y de repente se encontraba otra vez en los brazos de Terry. En su mirada había una mezcla de maldad y locura, la sostenía fuertemente pegada a su cuerpo con una mano en la cintura y la otra cruzando su espalda y sujetándole el cabello.

-¡Suéltame, suéltame! ¡No quiero! ¡No puedes obligarme!

-Escúchame bien Candy- su voz sonó clara y enérgica- Yo te amo y tú me amas, lo puedo sentir, tienes razón, no te puedo obligar a nada, pero algo si sé: vas a ser mía hoy y ahora y TU me lo vas a pedir.

Y le dio otro beso, fuerte, salvaje, lleno de pasión. Candy forcejeaba intentando liberarse de la prisión que le presentaban los brazos de Terry, pero poco a poco, el beso fue tornándose suave, tierno, aunque con la misma pasión que quemaba sus labios y parecía batir su voluntad, ya que era incapaz de seguir luchando, peor aún, ya no quería. El jalón de cabello con que Terry la sostenía, fue convirtiéndose en una constante caricia hundiendo sus dedos en la cabellera espesa y rubia de la chica, con una ternura indescriptible. Aquel beso era interminable y ella sintió como su vestido se deslizaba bajando por su cuerpo hasta que cayó por completo al suelo. Al darse cuenta, pareció por un instante que su lucha por liberarse volvía a tomar impulso, pero antes de que reaccionara completamente, Terry la tomó entre sus brazos y de un solo movimiento ágil y veloz recostado suavemente sobre el prado, donde momentos atrás estuvieron sentados leyendo la carta de Albert y observando la magnífica postal del atardecer cayendo sobre el lago de Escocia; e inmediatamente silenció cualquier intento de protesta por parte de Candy con otro beso que parecía duraría para siempre.

Las manos de Terry comenzaron a recorrer lentamente los brazos de la chica hasta subir a sus hombros metiéndose traviesamente y como por causalidad debajo de los tirantes del camisón de Candy. De repente él se detuvo, retiró su cuerpo solo lo necesario del cuerpo de ella y se quitó la camisa. Hasta ese punto Candy había adoptado una postura un tanto pasiva, únicamente cedido en sus forcejeos y contestado el beso, pero pareciera que Terry pensaba que era momento de que ella expresara su deseo por él de la misma manera, asió fuertemente las manos de Candy y las condujo hasta su propia espalda desnuda. Al sentir su piel, Candy titubeó, pero se dio cuenta que la sensación era bastante agradable. Terry provenía de una de las familias más ricas y aristócratas de Inglaterra, pertenecientes, aunque en un linaje bastante lejano, a la realeza; pese a dicha estirpe, su físico no era como el de los demás muchachos ricos y mimados que había conocido, era más alto y robusto que la mayoría de los señoritos enclenques que asistían al colegio Real San Pablo, su espalda estaba marcaba por músculos largos, fuertes y flexibles, tal vez resultado de su extraño comportamiento nada propio para su alcurnia que frecuentemente podía encontrársele haciendo labores casi de jornalero o metiéndose en peleas cada tercer día, fuera por lo que fuera, el resultado era delicioso al tacto de ella. Al principio Candy comenzó a acariciarlo con cierto recelo, temerosa, como un bebé cuando se enfrenta a un nuevo objeto y empieza a descubrirlo con cautela, pero eso cambió a los pocos segundos, la sensación de acariciar su espalda desnuda le resultaba fascinante, embriagadora y se hacía más intensa tal vez por las caricias que Terry le propinaba y los besos que habían pasado al cuello y hombros de ella. Las manos de Candy también se volvieron más atrevidas, y comenzaron a explorar el cuerpo de Terry, acariciaba su cabello largo y oscuro y cada vez que lo movía un olor encantador brotaba de él.

Entre ese festín de caricias y sensaciones, el resto de la ropa de ambos desapareció con movimientos imperceptibles. De forma imprevista, Terry se detuvo por segunda vez, tomó las manos de Candy alejándolas de su propio cuerpo. Candy se asustó, pero Terry levantó sus brazos y los llevó atrás de la cabeza de la joven sujetándolos contra la hierba, arqueó la espalda hacia atrás de manera que la distancia entre sus cuerpos se hizo más grande, pero lo que él buscaba era una perspectiva mejor para detenerse a admirar por un instante el cuerpo desnudo de su amada. El cuerpo de Candy era delgado, pero firme y bien torneado. Terry pensó que debía de ser muy diferente al de las señoritas de sociedad cuyo único y predilecto ejercicio era sentarse a admirarse frente al espejo; pero el cuerpo de Candy rayaba en lo atlético, probablemente porque amaba trepar y deslizarse entre los árboles, gusto por el que tantas veces él se había burlado llamándola "Tarzán Pecoso". Su cuerpo era sin duda el de una chica ruda, pero enmarcado en una piel tan tersa y blanca como la nieve en la cual había sido encontrada, esa piel que Terry juraba emanaba un olor dulce y almizcleño que le resultaba fascinante. A él le pareció la visión más hermosa que había tenido en toda su vida y cerró los ojos por unos segundos, intentando grabarla perfectamente en su memoria para siempre.

Podría haberse quedado horas admirando esa silueta, como un visitante observando cualquier obra de arte en el museo de Louvre, pero al igual que al observar esas magníficas obras te nace un deseo incontrolable de tocarlas, lo mismo le despertaba a Terry; solo que los pobres turistas del Louvre no podían y él sí. Comenzó a acariciarla y a besarla con más pasión que al principio, si es que eso era posible. Candy cerraba los ojos, sentía que con eso se incrementaban las sensaciones, y Terry emprendió un recorrido por su cuerpo hacia abajo, cubriendo de besos cada centímetro de su piel, pasando entre sus blancos y puntiagudos pechos, su cintura caderas y por sus piernas, regresando sobre la senda recorrida en los puntos que deseaba disfrutar una vez más.

-Candy. ¿Me amas?

-Si Terry, te amo con todo mi ser

-Tenía tanto miedo de que no me amaras como yo lo hago...Pídemelo

-¿Qué?

-Pídemelo.

-..Quiero…quiero ser tuya Terry,.. Hazme tuya. Quiero ser tuya hoy y siempre.

-Eres lo más hermoso y puro que tengo, y como tal te cuidaré. Prometo que…

-Shhh. Te amo, y sé que será maravilloso.

Y lo abrazó con más fuerza hacia su cuerpo. De repente sintió un dolor como un rayo que atravesaba su vientre y por un instante quedó sin aliento, después como fuego y, placer, inmenso placer. Comenzaron un bamboleo de sus cuerpos entrelazados, aumentando el ritmo cada vez más mientras caían en frenesí. Candy miró al cielo y los colores rojizos y dorados del atardecer comenzaban a fundirse con los azules y púrpura que indicaba la llegada de la noche. Había perdido la noción del tiempo, y del espacio, ya no le preocupaba estar al aire libre con el peligro de que alguien pudiera descubrirlos. Poco le importaba. Se sentía plena, se sentía mujer, se sentía simplemente Amada.