Nombre del fic: El valor total de la felicidad

Nombre original: Full Value of Joy

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Autora: dogsunderfoot

Traductora: Lilu's Michiefs

Fandom: Harry Potter

Pareja: James/Lily - Remus/Sirius

Resumen: Después de que una tragedia sucede, Remus desaparece de la vida de sus amigos durante cinco años. Cuando Sirius finalmente lo encuentra, Remus no está dispuesto a restablecer su amistad. ¿Será por su sufrimiento en silencio o por algo completamente distinto?

Rating y advertencias: PG-13, muertes mencionadas, insinuaciones sexuales y situaciones adultas.

Disclaimer: Harry Potter y todos los personajes, lugares, objetos, ideas y material relacionado son propiedad de JK Rowling y sus diversas entidades editoras. Ni el autor, ni los artistas de alguna manera están recibiendo una ganancia monetaria por esta publicación.


El dolor puede cuidar de sí mismo, pero para obtener todo el valor de la felicidad tienes que tener a alguien con quien compartirlo. ~Mark Twain


El portero sonrió abiertamente, completamente ignorante del hecho de que sus dientes amarillos y torcidos lo hacían ver más bien siniestro. Sus mejillas rosadas en forma de manzana y sus centellantes ojos azules afortunadamente suavizaban su expresión, llegando al punto que la mayoría de personas ni siquiera notaban los amenazantes incisivos.

—Buenos días, Señor Black. ¿Cómo se encuentra en esta hermosa mañana?

La ligera exageración de George acerca de la calidad del día era fácil de pasar por alto cuando su más penetrante silbido era capaz de llamar un taxi a la acera en algo parecido a diez segundos.

—Yendo bien, George. ¿Y tú?

—Mejor que nunca, señor, mejor que nunca.

—¿Cómo está la señora?

—Su lumbago le está incomodando un poco, pero estará tan bien como la lluvia en uno o dos días.

Sirius se deslizó dentro de la cabina y sonrío.

—Dile que se recupere pronto, George. Y mantente lo más seco posible hoy día.

—Eres un gran hombre por pensar en mí —respondió George. En un tono más áspero dijo al conductor—. Avanza ahora ¡Rápido!

—¿Hacia dónde? —preguntó el taxista mientras George cerraba la puerta y retrocedía a guarecerse bajo el toldo.

Sirius le dio al hombre una dirección que estaba a la vuelta de la esquina y a media cuadra del edificio donde trabajaba. Hace poco había descubierto ahí una pequeña cafetería que hacía el mejor café del mundo y no se sentía vivo hasta que hubiera tomado mínimamente unas dos tazas de él. Allí al mismo tiempo también podía recoger el periódico del día y alguna revista de vez en cuando.

—¿Cuáles crees que son las posibilidades para el Manchester United? —preguntó el taxista, irrumpiendo en los pensamientos aun no tan despiertos de Sirius.

—¿El Manchester? —repitió Sirius—. Joder. No podrían encontrar la portería incluso si estuviera pintada de anaranjado brillante y tuviera banderas volando encima.

El taxista se echó a reír y empezó a entablar una discusión animada sobre el nuevo portero del Manchester por las calles repletas de tráfico.

—Recuerda mis palabras —dijo el taxista cuando finalmente estacionó en frente de la cafetería—, lo echaran dentro de 3 meses.

—Tendrán suerte si se trata de sólo tres meses —Sirius salió del vehículo y luego se inclinó hacia la ventanilla del lado del pasajero para colocar un poco de dinero en la palma del taxista en espera—. Ha sido un placer.

El hombre dio una mirada a los trozos de papel con evidente sorpresa en sus ojos.

—¡Caray, señor!

Sirius sonrió y retrocedió. Años de internado en compañías de publicidad que le pagaban con nada más que experiencia lo habían llevado a tomar trabajos de barman y de mesero. Una vez que encontró su nicho en la editorial Vernon-Gray, se esforzó en subir por la escalera usando sonrisas encantadoras y una que otra daga bien afilada, hasta que alcanzó su posición actual. Apreciaba todo lo que le había tocado pasar demasiado como para no considerar a otros que le hacían la vida más cómoda ahora.

Adentro de la pequeña cafetería Sirius cogió los dos periódicos que usualmente leía, y se mostró satisfecho al darse cuenta que el nuevo ejemplar de El punto de vista del escritor estaba en un estante. Como editor de una gran editorial, disfrutaba el proceso de la escritura más que nada. Una vez tuvo la intención de convertirse en un periodista, pero después de sólo ocho meses en los cursos de la universidad descubrió que prefería hacer pedazos las historias y reconstruirlas, que crearlas desde un principio. Eso no significaba que no le gustara leer artículos sobre la escritura y sobre la mentalidad del autor. La verdad es que a veces se había cruzado con artículos interesantes que le ayudaban a tratar con escritores reacios y de mal humor con los que frecuentaba diariamente.

—Señor Black, tenemos unos deliciosos postres el día de hoy —le dijo la bella joven detrás del mostrador.

—No, Sally, creo que tomaré lo de siempre —Sirius cogió dos barras de Snickers y las colocó en el mostrador al costado de los periódicos y la bolsa blanca de papel que contenía las dos tazas de café.

Ella negó con la cabeza, pero le dio una mirada coqueta desde debajo de sus largas pestañas.

—Deberías conseguirte una chica que te prepare un poco de tocino y huevos en la mañana.

—Oh, soy perfectamente capaz de hacer eso por mí mismo —le aseguró Sirius—. Lo que necesito es que la mañana llegue unas cuantas horas más tarde que siempre.

Le guiñó el ojo, cogió sus cosas y se dirigió hacia su oficina.


—Sirius, Bárbara Wellington llamó. Dice que no entiende las revisiones que le recomendaste la semana pasada.

Sirius rodó sus ojos, pero siguió caminando. Su asistente, Emmeline, le siguió, pasando las hojas de un cuadernillo y moviendo notas adhesivas de un lugar a otro.

—Flitwick llamó diciendo que iba a llegar tarde, y ¿podrías decirle a Helen que empiece la investigación para el libro de Minerva…?

Sirius alzó la bolsa con el café.

—Em, café primero, pensar después.

—Yo ya he tomado una taza…

—Yo no.

—¡Estás veinte minutos tarde, Sirius, y tu horario está repleto! ¡Empezando con esa reunión con el señor Hoskins en cuarenta minutos! La señorita Vernon ya ha estado aquí abajo buscándote ¿Y me estás diciendo que eres incapaz de pensar sino has tomado una jodida taza de café?

Sirius abrió la puerta de su oficina, volteándose para impedir que ella entre.

—Sé un amor y encuentra a Helen por mí, ¿puedes?

La mujer abrió los labios para protestar, pero Sirius sonrió más ampliamente y guiñó el ojo.

—Eres un ángel.

—Siempre dices lo mismo, joder —dijo renegando, su determinación colapsando bajo el peso de su encanto masculino y sus brillosos ojos grises.

—Y siempre lo digo jodidamente en serio —mantuvo él, gentilmente empujando la puerta para cerrarla.

Se hundió con agradecimiento en su lujoso asiento de cuero, estirándose para alcanzar una de las tazas de café y la revista. El señor Hoskins llegaría en cuarenta minutos, lo que significaba cuarenta minutos más de tranquilidad laboral. Después de eso, bueno…

Había editado ya tres libros para la joya de la corona de la editorial, y había disfrutado trabajar con el hombre. El último manuscrito del autor, sin embargo, era mierda. Sirius no tenía ni un arreglo fácil para él, excepto quemarlo.

No, la reunión no iba a ir bien, y Sirius medio sonrió mientras hojeaba la revista, explorando a través de anuncios de empleo y preguntándose si debería empezar a anotar los nombres y direcciones. Abrió la primera barra de Snickers y comenzó a masticar con satisfacción.

Se detuvo en un artículo titulado, "Como lograr que un editor trabaje contigo y no contra ti". Resoplando con desdén ante algunas de las sugerencias del escritor, lamió un poco del chocolate de su dedo y pasó la página.

"¿Por qué dejaron de escribir?" preguntaban las letras en la parte superior de la página.

Los ojos de Sirius derivaron por las fotografías de los autores que habían escrito varias historias y novelas que fueron best-sellers, y luego abruptamente renunciaron por cualquiera que haya sido la razón. La mayoría de las fotos habían sido tomadas directamente de cubiertas de libros o eran copias de fotos publicitarias. Había también unas cuantas fotos naturales que mostraban a los autores en sus nuevas profesiones.

Sirius leyó rápidamente a través de algunos de los subtítulos, abriendo la segunda barra de Snickers.

—Estás mejor enseñando matemáticas —dijo a la foto de un hombre—.Tu último libro fue el mayor pedazo de mierda que tuve la desgracia de leer. Una mierda maravillosa, pero nada menos que mierda.

Tomó un sorbo de su café y volteó a la siguiente página. Habían solamente dos fotografías en la página: una de un automóvil destrozado rodeado de bomberos; y la otra era de un hombre alto con el cabello color arena cargando una bolsa de plástico llena de comestibles a través de un estacionamiento. El fotógrafo lo había capturado mirando por encima de su hombro, así que el rostro del hombre podía ser claramente visible.

Sirius bajó lentamente la taza de poliestireno y observó más atentamente la imagen. Una extraña sensación sofocante apareció en su pecho, robándole el aliento y haciéndole consciente de cada latido de su corazón.

—Oh, Dios, Remus. ¿Qué te has hecho? —susurró, su voz rompiéndose con la emoción.

El hombre en la foto no respondió y Sirius dejó que su dedo ligeramente trazara el rostro de aquel hombre. Estaba más delgado que la última vez que Sirius lo vio y para comenzar él nunca tuvo mucha carne en sus huesos. Su cabello estaba largo y fibroso, y tenía un bigote y severos días de crecimiento de vello que estaba muy cercano a ser considerado barba. Sirius lo odiaba, aunque solamente por el hecho de que podía recordar al hombre una vez riendo y diciendo, "¿Quién querría tener una oruga en su cara?"

Fueron sus ojos, sin embargo, los que hicieron que su corazón le doliera. Incluso a través de la aspereza del lente telefotográfico, Sirius podía ver que estaban atormentados, dolidos por la pérdida. Sirius se encontró a si mismo contando con los dedos.

Ya han pasado cinco años. Y para él aún está tan fresco como si hubiera sucedido ayer…

Sirius dio un vistazo nuevamente a la foto del automóvil destrozado y se armó de valor para leer el subtítulo. "La esposa e hijo de Wolfe fallecieron en este accidente, llevando al autor de best-sellers a aislarse en una relativa obscuridad en una pequeña ciudad en América."

¿América? Sirius tomó un gran sorbo de su café y se quedó mirando un punto en la pared. Él había supuesto Francia. Peter había supuesto Sudáfrica. James solamente había dicho medio en broma "Se ha ido a algún templo budista en el Tíbet."

La puerta de su oficina súbitamente se abrió y Emmeline entró, ya a mitad de la frase:

—…en camino. Ella ya ha hecho algo de la investigación, así que deberías estar satisfecho. Lo que no te va a gustar, es que el señor Hoskins ya está aquí. Él está…

Se detuvo y observó al hombre de cabellos negros

—¿Sirius te encuentras bien? Te ves, bueno, no te ves nada bien.

Sirius se echó hacia atrás en su silla y se frotó los ojos con el pulgar y el índice.

—Voy a estar bien, Em.

—¿Puedo ofrecerte algo? ¿Algo para el dolor de cabeza o algo para aliviar tu estómago?

—No —Sirius logró estirar sus labios en una sonrisa—. Voy a estar bien. Sólo necesito un minuto. ¿Dónde está el señor Hoskins?

—Está en la habitación azul. ¿Estás seguro de que no debería decirle que estás enfermo y...

—Dije que estaría bien. Sólo ve y consíguele al viejo un whisky con soda...

—¡Ni siquiera son las diez todavía!

—¡Café, entonces! Maldición, Emmeline; sólo mantelo ocupado, ¿sí? Y por el amor de Dios, no le digas que estoy enfermo. El viejo cabrón va a oler la sangre y me derribará como a una gacela de tres patas.

Su asistente parpadeó rápidamente varias veces.

—Por cómo van tus analogías, esa fue jodidamente brillante o el peor pedazo de mierda que he escuchado.

—Considérala brillante y retírate —ordenó Sirius con un gesto de la mano. Emmeline lo observó por un momento y luego se marchó, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.

Sirius apoyó los codos sobre la mesa y apretó la cara en las manos aún temblorosas.

—Joder, Remus. No necesitaba ver esto hoy día.

¿Podría haber sido mejor mañana? ¿Por qué uno no puede programar noticias impactantes? 'Em, tengo que programar algo de tiempo para consternarme y entristecerme al ver como uno de mis mejores amigos se ha arruinado a sí mismo. ¿Podrías apuntar eso en torno a las dos de la tarde? Joder. No necesitaba esto hoy. ¿Por qué demonios Remus permitiría esto?

Bajó la mirada hacia la fotografía, mirando el ángulo de la línea de visión de Remus. Definitivamente no estaba mirando hacia la cámara; la verdad es que, parecía no darse cuenta de ella por completo. Y de repente la realización golpeó a Sirius en la cara: Él no lo sabía.

El editor meneó la cabeza con desaprobación. A la revista, sin duda alguna, se le había negado entrar al mundo de Remus, tal y como había sucedido con él y sus amigos. Sin embargo, a diferencia de sus amigos, la revista había decidido hacer caso omiso a su dolor y rechazo, y habían conseguido lo que necesitaban.

Nos rendimos muy fácilmente. América. Maldita sea.

Se dio a si mismo cinco minutos más para tranquilizarse antes de caminar por el pasillo hacia la habitación donde Fred Hoskins estaba esperando.

Fred Hoskins había sido un autor bien establecido antes de haber llegado a Vernon-Gray hace diez años. Sirius había "heredado" el honor de ser su editor cuando otro editor se había retirado. Un hombre más arisco y desagradable no existía, sin embargo ese hombre escribía novelas brillantes. Sirius aun podía recordar el día en el que las señoritas Gray y Vernon habían entrado a su oficina a informarle que se había ganado un "ascenso".

Eres el mejor candidato para tratar con él.

Tienes talento, Sirius, y más que eso, tienes un don especial.

Con esa lengua de plata tuya serás capaz de conseguir que esté de acuerdo a cambios, pero también hacerle creer que los cambios son su decisión.

Eres perfecto para esto.

A través de pruebas y errores, Sirius finalmente descubrió la manera perfecta de conseguir que el hombre acepte los cambios que proponía. La mayor parte del tiempo, se comportaba notoriamente engañoso, ofreciéndole de vuelta páginas que ya habían sido ligeramente editadas y luego diciéndole al hombre que tendrían que conversar sobre como editar esas. El hombre ocasionalmente miraba las oraciones y decía que no creía que él lo había escrito así originalmente, pero para alivio de Sirius, nunca lo cuestionaba sobre el tema.

Hoy día, sin embargo, iba a ser diferente y Sirius no estaba de humor para mimar al hombre, aunque tendría que intentarlo.

Dibujó una sonrisa en su rostro antes de cruzar la puerta, saludando al hombre con un efusivo:

—¡Buenos días, Fred!

—Me has hecho esperar —espetó el hombre de cabellos plateados.

—Ah, sí, no pude evitarlo. ¿Te parece si empezamos?

No esperes que me disculpe.

—Estaba listo para empezar hace diez minutos.

Así que al parecer el viejo tejón estaba con ganas de pelear, ¿no es así? Oh, has venido al lugar jodidamente correcto.

Sirius cogió el manuscrito y lo puso en la mesa al medio de ellos.

—Antes de que hablemos de lo que estás planeando escribir después, tengo algo que compartir contigo —dijo fingiendo una sonrisa—. No vas a creer lo que alguien ha hecho, Fred. Alguien envió los tres primeros capítulos de un libro y usó tu nombre. Por supuesto, una vez que luché a través del primer capítulo me di cuenta que no podía ser tuyo, así que casi lo tiré a la papelera. Sin embargo, lo guardé, pensando que te resultaría divertido y podrías sacar un buen rato de él.

El hombre se irguió más recto, si fuera posible, y observó el fajo de papel en frente de él. Incluso a través de la capa superior podía ver la tinta roja asomarse a través de la primera hoja de la historia que se encontraba debajo.

—Jovencito…

—Oh, lo sé, lo sé —dijo Sirius alzando una mano para interrumpirlo.

—No es correcto o decente, pero pensé que encontrarías de alguna forma sorprendente que a alguien se le ocurriera duplicar tu estilo y talento.

Casi se ríe al ver la expresión que puso el hombre. El viejo obviamente no sabía si estar complacido de los elogios de Sirius u ofendido de que Sirius haya desestimado su manuscrito tan bruscamente.

—Eres bienvenido a echarle un ojo, si deseas —dijo Sirius, empujando los papeles más cerca.

Hoskins los alcanzó y empezó a hojearlos, sus ojos abriéndose por los comentarios de Sirius en tinta roja que había en cada página. Finalmente los puso devuelta sobre la mesa y cruzó sus manos en la parte superior.

—No es muy buena trama, ¿eh?

Sirius se encogió de hombros.

—Bueno, la trama no es necesariamente el problema. Después de todo, ¿cuántas jodidas tramas hay en el mundo? No, es el desarrollo de la misma. Nadie nunca creería que un padre haya decidido acusar a su hijo por asesinato solamente porque no aprueba a la novia del chico. No es lógico.

—Pero si el chico ha causado problemas a su padre por años…

—Sin embargo, eso no es lo que está escrito—dijo Sirius—. Si el hijo era un gran problema, hubiera habido otros encuentros con la policía otras veces cuando él estaba listo para denunciarlo. Cómo está escrito, el autor dice en la página seis o siete que el hijo no le había dado problemas hasta que…

—Quizás el padre no había sido consciente de las otras cosas que su hijo había hecho…

—Entonces necesita ser dicho —insistió Sirius con firmeza. Finalmente inclinó sus codos en la mesa y miró dentro de los ojos marrones del hombre—. Fred, he editado tus últimos tres libros. ¿Confías en mí?

Las cejas del escritor bajaron y respondió lentamente como si le doliera decirlo.

—Has hecho un buen trabajo para mí, lo admito.

—Entonces confía en mí cuando te digo que este manuscrito no da lo suficiente. Si quieres hacer algo más emocional, entonces hazlo, pero vas a tener que darnos los detalles. Tienes que hacernos entender porque el padre está molesto. Tienes que llevarnos paso a paso a través de todo. Tienes que hacernos sentir la ira y la frustración y la confusión y la tristeza. Pero más que eso, tienes que estar dispuesto a sentirlo si deseas que nosotros lo sintamos. ¿Estás preparado para voltear tu interior hacia afuera por el bien de este libro?

Se sentó absolutamente quieto, esperando a que Hoskins respondiera. La autoridad de Sirius a menudo había sido establecida al sentarse inmóvil como ahora, dejando al autor decidir cómo responder a su directa honestidad.

Y entonces, de repente, un recuerdo de hace diez años se coló en su indefensa mente.

Tienes que estar dispuesto a dar más que esto, Remus.

No te entiendo…

—Lo reprimes todo. Reprimes tus emociones tanto que nadie sabe que es lo que estás sintiendo. ¡Y estás haciendo lo mismo en tu libro! ¡Tienes tanto dominio sobre él, que ni si quiera puede respirar, joder! ¡Deja que los personajes nos digan que es lo que están sintiendo, no solamente lo que están pensando!

Remus salió del departamento, obviamente herido y enojado. Cuando regresó, se sentó en la computadora y empezó a escribir. Sus golpes en el teclado eran veloces, precisos y furiosos. Después de dos horas entró a la habitación de Sirius y le arrojó veinte hojas engrampadas a su amigo y se retiró. Cuando Sirius le devolvió las hojas a Remus después de veinte minutos, tenía lágrimas corriendo por sus mejillas.

Dios, Remus, si es así como sientes las cosas, no sé cómo sobrevives a través del día.

Remus no alzó la vista de su plato con cereal y del crucigrama que estaba resolviendo.

Esa, Sirius, es la razón por la cual reprimo tanto las cosas.

Hoskins repentinamente soltó un suspiro y extendió una mano para cepillar la capa superior del manuscrito.

—Nunca pensaste que alguien más lo hizo.

Sirius negó con la cabeza.

—No. Estaba tratando de darte una manera de lidiar con ello

—Con mi orgullo intacto, ¿eh?

Sirius se encogió de hombros.

—Pensé que si estabas dispuesto a pelear conmigo por él, podría ser algo por lo cual vale la pena luchar.

El viejo hombre miró a su editor con algo que Sirius no reconoció. Entonces recogió el manuscrito y empezó a pasar las páginas.

—¿Crees que esto es completamente ridículo? Fred Hoskins, escritor de aventura y novelas de detectives; ¿haciendo algo como esto?

Sirius río entre dientes.

—Es una gran oportunidad de demostrar que eres un escritor brillante en todo, no sólo un escritor brillante de aventura.

—¿Pero…? —presionó el hombre.

—No te dejaré tomar ningún atajo. Te exigiré que me des todo lo que tengas.

El anciano se levantó y tiró el fajo de papel sobre la mesa.

—¿Sabrás cómo hacer eso sin que suene como si una maldita mujer lo hubiera escrito?

Sirius sonrió sombríamente, pensando en la fotografía de la revista y en el joven de veinte años tecleando furiosamente a terribles horas de la mañana.

—Lo he hecho antes.


James tenía la puerta de su oficina abierta, anticipando la visita de un nuevo cliente. Como resultado, pudo escuchar claramente a su secretaria cuando ella respondió el teléfono.

—Buenas tardes, Hennessey, Garber & Jones. Oficina de James Potter.

Hubo una pausa, y luego Sofía soltó una risita.

—Vas a ser acusado de acoso algún día, señor Black. Recuerda mis palabras.

James rodó sus ojos, casi con temor de cualquier comentario que haya hecho Sirius a la mujer.

—Lo más probable es que ella tenga razón —murmuró.

—El señor Potter está en su oficina; ¿Le gustaría hablar con él? Entonces espere sólo un momento.

James levantó el teléfono tan pronto como vio el botón de "en espera" prenderse. Una rápida conversación con Sirius debería ponerlo en un estado de ánimo un poco más feliz y facilitar las cosas con su nuevo cliente.

—¡Sirius! ¡Ha pasado tanto tiempo! Oh, espera. Te vimos anoche para cenar. ¿Por qué no puedo deshacerme de ti?

Sirius se río.

—Es porque me alimentaste anoche. Con ese tipo de comida, no puedes pensar que voy a desaparecer.

—Le dije a Lily que le ponga azafrán al pollo.

—Cabrón.

—Ahora, ¿qué es lo que pasaría si comieras azafrán? —preguntó James socarronamente.

—Mi esófago se hincharía en cuestión de minutos y me volvería de un precioso tono azul. Luego me caería de bruces sobre mi plato y moriría, lo que tal vez arruinaría o no tu placentera cena.

—Hmm. Supongo que el placer que puede salir de ello depende de que tan imbécil has estado siendo al coquetear con mi esposa.

—¿Preferirías que coqueteara con tu hija?

—Sirius, tiene cinco años.

—Ella ya me informó que se casará conmigo.

—Sólo porque no ha tenido la suficiente experiencia de saber que realmente eres un marica.

—Oye, por la mujer correcta…

—Supongo que debería estar agradecido de que no coqueteas con mi hijo, ahora que lo pienso mejor.

Se rieron juntos y James pudo escuchar el crujido de la silla de Sirius, lo que significaba que se había inclinado hacia atrás y apoyado sus pies encima de su escritorio.

—Así que, ¿por qué has llamado, Canuto?

El abogado pataleó sus pies encima de su escritorio de caoba, evitando por poco patear una pila de documentos hacia el piso. Hubo un largo suspiro al otro lado de la línea. La preocupación atravesó la espina dorsal de James. Él no suspiraba así a menos que realmente estuviera preocupado por algo.

—¿Sirius?

—Está en América.

James inhaló hondamente. Había una sola persona que podía crear ese tono de lamento y nostalgia en las palabras de Sirius. Remus. Tiene que ser sobre él. Lentamente bajó sus pies hacia el suelo y apoyó sus codos en su escritorio.

—¿Cómo lo encontraste?

—Hay un artículo en una revista, y algún fotógrafo llegó a tomarle una fotografía

James cerró sus ojos. Un estúpido fotógrafo fue capaz de hacer lo que nosotros no pudimos: encontrarlo.

—¿Cómo se le ve?

La respuesta de Sirius fue inusualmente tenue.

—Se ve muy mal, James.

—Vente esta noche, ¿está bien?

—¿A las seis?

James pensó rápidamente.

—Que sea a las siete. Harry tiene práctica de fútbol hoy.

Sirius hizo un sonido de asentimiento.

—¿Llamarás a Peter?

—Lo haré.

Sirius cortó, pero James se quedó mirando al receptor de llamadas por un largo rato.

América. Ahora sabemos dónde está. ¿Cuánto tiempo pasará para que Sirius decida que tenemos que hacer algo al respecto?


Sirius estaba apoyado en el alféizar de la ventana, mirando sin ver el exterior, cuando Julia Gray entró en su despacho y tomó asiento en su silla de cuero.

—Has estado terriblemente distraído hoy día —dijo ella sin preámbulos.

Él suspiró y se rascó la parte posterior de su cabeza.

—Sí.

Ella apoyó un codo sobre su escritorio y comenzó a girar un mechón de su castaño rojizo cabello alrededor de su dedo.

—No fuiste muy amable con Marvin hace un rato.

Sirius bufó en disgusto al pensar en el explosivo enfrentamiento que tuvo con el editor de la división de libros infantiles.

—Marvin nunca es amable conmigo. Solamente decidí devolverle el favor.

—Marvin no es amable con nadie —señaló—. ¿Por qué de repente te molesta solamente hoy?

Volvió la mirada hacia la ventana.

—¿Alguna vez has tenido uno de esos momentos en los que te das cuenta repentinamente que has cometido un terrible, terrible error?

—¿No lo hemos hecho todos? —dijo antes de hacer una pausa, tanto al hablar como en la torsión de su cabello antes de preguntar—. ¿Tiene esto algo que ver con el señor Hoskins?

—¿Fred? —Sirius la miró, sonrío, y luego desvió la mirada nuevamente—. No. Esto sucedió hace tantos años que no sé si puedo arreglarlo ahora.

Escuchó el sonido del cuero crujir como si ella estuviera sentándose en la silla más cómodamente.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó ella.

Consideró decirle un simple "no", pero la verdad era que le gustaban sus jefas y era capaz de hablarles sobre cualquier cosa. Julia Gray y Diana Vernon habían tomado un gran riesgo al contratarlo por encima de editores de más edad y más experimentados, y siempre le hacían saber que no se habían nunca lamentado sobre su decisión. Como hermanas mayores, lo molestaban sin piedad sobre sus vestimentas, sus conquistas sexuales —y la falta de ellas— y cualquier otra cosa; pero respetaban su opinión y lo respetaban a él. Ella merecía alguna clase de explicación para su aberrante estado de ánimo.

—Cuando estaba en la escuela secundaria —empezó—, conocí a este tío. Nos hicimos amigos, era como si nos hubiéramos conocido desde pequeños —soltó una risita callada que fue poco más que un soplo de aire—. No me tomó mucho darme cuenta de que él estaba destinado para cosas más grandes y mejores. Fuimos a la universidad juntos. Los profesores no creían que era algo especial, pero ¡Dios! —negó con la cabeza—. Tenía una novela carcomiéndole dentro. Empezó a contarme la trama un día mientras comíamos sándwiches de queso entre clases. Después de eso, todos los días, me contaba un poco más. Era fascinante: los personajes eran increíbles y tan reales, la trama era interesante y divertida…

Sirius cerró sus ojos.

—Cada vez que como un sándwich de queso, me recuerdo apoyado en alguna pared o en las escaleras, escuchándole decirme el siguiente pedazo. Después de un tiempo, se hizo evidente que no era sólo una novela, sino toda una maldita serie. Nos sentábamos y planeábamos como podía expandir alguna de sus ideas a una trama más larga, sin darse cuenta de que todo llegaría a un buen final.

—¿Llegó a publicarse su libro? ¿Es alguien a quien conozco?

—Página treinta y siete —dijo él, sin mirar atrás. Era una mujer inteligente; lo averiguaría.

Después de un momento, escuchó el sonido de las páginas siendo pasadas.

—¿R. J. Wolfe? —dijo con un tono sorprendido y a la vez inquisitivo.

—Remus —dijo suavemente Sirius—. Remus John Lupin, en realidad.

Ella se mantuvo en silencio por un rato, y él tomó la oportunidad para observarla. Estaba explorando el artículo de la revista, enrollando continuamente el mechón de cabello hacia un lado y luego hacia el otro alrededor de su dedo. Se retiró de la ventana y se escurrió en uno de los sillones de felpa que se encontraban al otro lado del escritorio.

Lentamente, los ojos de ella se encontraron con los suyos.

—Recuerdo cuando Luna Vieja fue publicado —dijo pensativa—. Lo compré para ver si era todo lo que la gente decía que era.

—¿Qué pensaste? —preguntó Sirius, su voz aparentemente ligera.

Ella se rió.

—Estaba insanamente celosa e increíblemente molesta de que no pusimos nuestras manos sobre él primero. Y lo digo literalmente, porque Di y yo hablábamos de lo lindo que era.

Sirius rió.

—Quizá no debería decirte esto, pero yo fui uno de los que le dijo que lo envíe a la editorial Snell. Estaba haciendo un internado ahí en el momento y tenía muchas esperanzas de que me contrataran. Pensé que apreciarían la edición que hice en Luna Vieja.

—¿Tú…?

—Éramos compañeros de habitación. Él escribía un capítulo; yo lo "arreglaba". Lo revisé todo dos o tres veces más y luego lo envío. La mayor parte de lo que hay en el libro publicado es lo que originalmente presentó.

—Eso es bastante extraño —comentó Julia.

—Por supuesto. Pero es un escritor increíble y yo soy un jodido editor fantástico. Trabajábamos bien juntos.

—Obviamente. ¿Era eso a pesar de tu arrogancia y confianza? ¿O a causa de ello?

Ambos sonrieron y luego ella preguntó:

—¿Qué sucedió después de eso?

—Snell le consiguió otro editor y ya no lo tenía levantándome a las tres de la mañana para que lea algo solamente porque no estaba seguro de si era bueno o no.

—¿Siguieron en contacto?

—Hasta que Dora y Teddy fallecieron, sí...

Sirius se acercó y jaló la revista más cerca de él.

—Remus siempre fue… diferente. Tenía tendencia a empujar las cosas buenas lejos porque creía que no las merecía. Teniendo en cuenta su niñez, no me sorprendía que estuviera tan jodido como estaba. Y él siempre era el primero en decirlo —se apresuró en agregar, al ver que Julia estaba lista para empezar a protestar.

Ella cerró su boca y rodó sus ojos, haciéndole un gesto para que continuara. Él cruzó una pierna sobre la otra, dejando que su tobillo descansara en su rodilla, y se acercó para jugar con los cordones de sus zapatos.

—Lograr que le propusiera matrimonio a Dora tomó muchas, muchísimas noches de conversaciones estando borrachos que estoy seguro que ni uno de los dos recuerda completamente. Después de que quedó embarazada, la dejó por un mes, porque creía que sería un pésimo padre y estaría mejor criando al bebé sin él.

Julia inclinó su cabeza hacia un lado.

—Sabes, ese personaje, Jasper, en Luna vieja

—Oh, ese es Remus, de pies a cabeza. Sin embargo, nunca lo admitió. Una vez que Teddy nació, Remus tomó la paternidad como un pato en el agua. Estaba más feliz de lo que nunca lo había conocido.

—¿Y después esto? —dijo haciendo un gesto hacia el artículo.

—Y después eso… Hizo a un lado a sus amigos después del funeral. No aceptaba nuestras llamadas, no respondía nuestros correos, y ni siquiera abría la puerta si es que íbamos a su casa.

—Pobre muchacho —susurró.

—El "pobre muchacho" se largó sin decirnos a donde se iba. Bastardo. Por un año, lo estuve buscando, pero no lo pude encontrar. Me acabo de enterar hoy día que ha estado viviendo en América.

Sirius movió su dedo a la página en frente de él.

—Así que, el error que mencionaste al principio de esta conversación ¿fue…?

Sirius se frotó la barbilla con el dorso de sus dedos.

—Julia, ¿estarías terriblemente molesta si te digo que quizá tengo que tomarme unas pequeñas vacaciones?


Peter trató de no ser consciente de sí mismo, mientras sus ojos viajaban a través del relieve naranja brillante de las letras, pero era difícil de ignorar la mirada penetrante de Sirius. Aun así, se obligó a terminar de leer lo poco que decía de Remus y regresó a las fotografías de la página treinta y siente. Finalmente, colocó la revista suavemente sobre la mesa y miró a Sirius.

—¿Y bueno? —exigió Sirius.

—¿Bueno, qué? —dijo Peter parpadeando ante el tono casi agresivo de Sirius—. Necesito un minuto para procesar esto, Sirius.

—Se ve como la mierda —gimió Sirius—. ¡Míralo!

—Se ve como si fuera veinte años mayor que su edad actual —comentó James, tomando un trago de su cerveza.

—Debimos habernos esforzado más —dijo Sirius energéticamente—. Nos necesitaba entonces. Nos necesita ahora.

—Eso no es lo que dijo cuándo me cerró la puerta en la cara hace cinco años —replicó James con un dejo de enojo.

—No sabía lo que estaba diciendo. Sabíamos que se estaba haciendo daño…

—Estuviste de acuerdo cuando decidimos que debíamos darle un poco de tiempo y espacio —argumentó James.

—No nos hagas culpables de un crimen que no cometimos, Sirius —dijo Peter bruscamente, más que un poco irritado por la actitud de Sirius. Por supuesto, él nunca ha sido racional cuando se trata de Remus—. Si hubiéramos sabido que se iría como se fue, nos hubiéramos esforzado más.

Sirius reconoció la verdad en el comentario de Peter inclinando la cabeza, pero estaba claro por el ceño fruncido en su rostro, que no le gustaba para nada.

—Deberíamos haberlo sabido. Yo debí haberme dado cuenta. Estaba tan envuelto en Dora y Teddy… Debería haber sabido que iba a hacer algo desesperado.

—Considerándolo todo, es un jodido milagro que no haya cometido suicidio —dijo Peter, expresando la preocupación que les había llenado cada momento de las semanas siguientes al accidente hasta cuando Remus desapareció.

James golpeó la botella sobre la mesa.

—Lo que hizo no fue desesperación, fue cobardía. Joder, Sirius, ¿cuántas veces dijo que nosotros éramos su familia? ¿Quién hubiera adivinado que se marcharía con rumbo desconocido sin decirnos? Esa no es la manera de tratar a la familia.

—No al menos que seas Remus y tengas la horrible familia que tiene. Ni siquiera voy a mencionar a mi familia para ofrecer una prueba más —Sirius suspiró y dio un sorbo a su cerveza—. Voy a ir a Estados Unidos.

James y Peter intercambiaron miradas.

—¿Crees que es una buena idea? —preguntó James—. Si no ha hecho un intento de ponerse en contacto con nosotros en cinco años…

Dejó su frase sin acabar para que Sirius y Peter las completaran con sus propias suposiciones.

—Quizás lo que necesita es saber que nosotros aún nos preocupamos por él y lo extrañamos.

—Quizás no le importa un comino —dijo Peter con tranquilidad.

—No. ¡Me niego a creer eso! —Sirius cogió la revista y la abrió para que pudieran ver a Remus con claridad—. ¡Míralo! ¡Está miserable! ¡El Remus que nosotros conocemos jamás se dejaría llegar a este punto!

—Sin embargo, de eso se trata todo ¿no lo crees, Sirius? —Peter entrelazó sus manos muy juntas hasta que sus nudillos se tornaron blancos—. Este no es el Remus que nosotros conocimos. No ha sido ese Remus desde que Dora falleció.

Las palabras de Peter se llevaron el viento que movía las velas de Sirius, y el hombre de cabello negro cayó en un silencio hosco. No sabía que decir para convencerles de que tenía razón. A decir verdad, ni siquiera estaba seguro de sí mismo. Había tenido la esperanza de que al tener una larga charla con James y Peter las cosas se asentarían en su cabeza, haciendo que el camino a trazar fuera más claro. En cambio, ahora, se sentía más confundido.

Permitió que Peter y James cambiaran la conversación lejos de Remus a las cosas que eran importantes en el día a día de su vida actual. Trataron de unirlo a sus alegres bromas, pero no estaba de humor para ello. Sombríamente bebió su cerveza, respondiendo solamente cuando era necesario, su mente estaba atrapada en círculos sin fin sobre lo que debería hacer y que tan pronto debería hacerlo.

—Me tengo que ir —dijo de repente Peter—. Tengo que terminar de prepararme para mi reunión sobre la financiación de mi proyecto.

—¿Cuándo es eso? —preguntó James.

—El lunes. Aún tengo tablas y gráficos que preparar, y algunos datos de último minuto para agregar, también.

James acompañó a Peter hacia la puerta, donde los dos se detuvieron murmurándose en voz baja el uno al otro antes de que Peter se fuera. Una vez que se retiró, James regresó a la mesa y se sentó frente a Sirius.

El editor reconoció la mirada en los ojos de James: estaba a punto de decir algo con lo que Sirius no estaría de acuerdo. El lado perverso de Sirius decidió abordar el problema de frente.

—No crees que debería ir.

James se quedó en silencio por un largo minuto.

—No lo sé, Sirius. Obviamente no nos extraña ni se preocupa de hacer contacto con nosotros. ¿Está bien que nosotros presionemos entrar dentro de un lugar en el cual claramente no somos bienvenidos?

—Tal vez esté asustado de que estemos enfadados con él…

—¡Debería de estarlo! ¡Estoy jodidamente enojado con él! —explotó James—. Y antes de que continúes, déjame recordarte que ya sé lo que hace. Al fin y al cabo, se pasó la mitad de ese mes lejos de Dora en nuestra habitación de invitados. Sabotea su propia felicidad, Sirius, y luego espera que otras personas supliquen, presionen, o convenzan de que acepte las cosas que eran suyas en primer lugar.

—Tú sabes por qué.

—Eso es una excusa —respondió rápidamente James—. Sé que tuvo una jodida y horrible niñez, pero tiene que madurar y empezar a aceptar las cosas como un adulto. No puede seguir huyendo de las cosas. Y huir de la felicidad y la amistad es… es ridículo.

Sirius frotó su pulgar sobre la condensación en la botella, concentrándose en la letra pequeña de la etiqueta.

—Tienes que admitir, James, que si siempre te pareciera que pierdes las cosas que más te hacen feliz, puede que te deje un poco hastiado. Puede que te haga querer alejar las cosas buenas lejos porque estás asustado de que las vayas a perder de alguna forma en algún momento. Es una manera de tomar el control de tu destino, decidiendo deshacerte de esas cosas con tus propias decisiones que perderlas por la voluntad de Dios, o del Oráculo, o del Karma, o cualquier cosa que haya determinado que tú no debes tenerlo más.

—Siempre has hecho excusas para él.

Sirius levantó la vista por el ligero tono de disgusto que salió de la voz de James.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Exactamente eso —James puso sus codos sobre la mesa y se inclinó hacia Sirius—. Si fuera Peter quien te dijera que te jodas y volara hacia América sin decírtelo, ¿estarías dispuesto a volar a través del mar para encontrarlo?

Sirius sintió cada músculo de su cuerpo endurecerse.

—Si Peter estuviera así de miserable, lo haría.

James continuó mirando a Sirius en silencio.

—¿Qué? ¿Crees que no lo haría?

—¿Quieres saber lo que realmente pienso, Sirius?

Oh, Dios, no, no quiero. Ya lo sé…

—Creo que todavía estás enamorado de él.

Sirius hizo un sonido burlón.

—Eso fue hace mucho tiempo, James.

—He amado a Lily durante quince años. Tú no has salido con nadie seriamente en los últimos quince años. No desde que todos nos volvimos compañeros de habitación.

—Eso no es verdad. ¿Qué pasa con Andrew?

—Andrew fue tu primer amor gay. Era poco más que un experimento. Reconociste ese hecho dos días después de que rompió contigo.

—¿Qué pasa con Alice?

—Eso no fue en serio. Solamente querías casarte con ella porque estabas solo.

—Eso es algo sorprendente de escuchar, joder.

La mirada de James era firme cuando respondió suavemente.

—Pero es cierto, y lo sabes.

Sirius sintió el peso de la verdad presionándole, empujando el aire fuera de sus pulmones, haciendo que puntos negros bailaran en frente de sus ojos como si se fuera desmayar.

—Yo la amaba.

—Tu amabas la idea de ella. Lily y yo nos íbamos a casar, Remus y Dora estaban casados, Peter y Eleanor estaban comprometidos… Eras una tercera rueda vieras donde vieras, y odiabas eso.

No podía negarlo. Era verdad. Era muy, muy doloroso, pero era verdad.

—Siempre ha sido Remus, Sirius. Siempre ha sido sobre él. Le diste todo, y te dejó hacerlo.

Las cejas de Sirius bajaron peligrosamente.

—Ten cuidado con lo que dices, James.

El otro hombre se pasó una mano por la parte posterior de su cabeza.

—Sirius, la primera vez que fuiste a la universidad, ¿qué estabas planeando hacer con tu vida?

—Iba a ser un periodista, pero…

—¿Qué es lo que dijo Slughorn sobre tu escritura?

—Dijo que tenía talento, pero…

—¿Por qué dejaste de escribir?

—Me di cuenta que tenía un mejor talento para editar…

—¿Y el trabajo de quién estabas editando?

La indignación e ira hizo que los ojos grises de Sirius centellaran.

—¡Eso no es justo!

James golpeó su mano sobre la mesa, haciendo que las botellas y el otro hombre saltaran.

—¡Responde la pregunta, Sirius!

—¡Nunca me pidió que lo hiciera! Lo hicimos él uno para el otro, nos leíamos entre nosotros y nos hacíamos sugerencias y otras cosas.

—Él no se ofreció a dejar de escribir por bien, ¿verdad?

Las manos de Sirius se cerraron en puños.

—¡No fue así! Él tenía más que ofrecer a la escritura que lo que yo hacía. Y me di cuenta que me gustaba editar más que escribir. ¡Era una mejor opción para mí, reordenar cosas y ayudar a arreglar cosas para hacerlas más fuertes y sobresalientes! ¡Soy bueno en lo que hago, maldición, y no me voy a disculpar por ello!

—Él te dejó hacerlo. Te dejó renunciar a tu propio sueño por el de él.

Sirius se puso de pie, empujando la silla hacia atrás con un horrible chillido por el suelo de baldosas.

—No. Nunca hizo eso. ¡Yo lo ayudé a lograr su sueño, sí, pero no fue un precio que yo no estaba dispuesto a pagar!

—Sirius, cálmate…

—¿Que me calme? ¡Hijo de puta! ¡¿Cómo esperas que me calme?!

—No fue mi intención alterarte…

—"No fue mi intención…" Bueno, ¿qué buscabas con todo esto, entonces?

James suspiró.

—No lo sé —admitió, dejando caer los hombros.

Sirius miró suplicante a su amigo.

—Pensé que querías a Remus.

—Lo quiero, joder, Sirius, él era tanto mi hermano como tú lo eres —James descansó su cabeza entre sus antebrazos por un momento. Cuando levantó su cabeza de nuevo, tenía el ceño fruncido—. Mira, cuando éramos pequeños, tu sueño era escribir. Y dejaste eso por él. Sin arrepentimiento, sí, y sí, sé que no te pidió que lo hagas. Pero…—frotó las manos sobre su rostro—. Sirius, ¿alguna vez le dijiste lo que sentías por él?"

Sirius se dejó caer en su silla.

—Una vez.

—¿Qué es lo que dijo?

—¿Qué crees que es lo que dijo? No estaba interesado.

—No quiero que tu corazón quede roto si lo encuentras y aún no está interesado —dejó escapar James.

Sirius pasó el pulgar sobre la esquina de la revista, moviendo las páginas.

—James, lo he extrañado. He extrañado su amistad. He extrañado a los cuatro de nosotros juntos. No quiero más que eso —sus dedos acariciaron el papel satinado—. Bueno, con la excepción de que quiero verlo feliz.

James se inclinó sobre la mesa y tocó la fotografía de Remus. Sus dedos rozaron los de Sirius.

—Yo quiero eso también.

—Me voy a América —dijo Sirius suavemente.

James sonrío tristemente.

—No lo dudé en ningún momento.


—Editorial Snell.

—Sí, soy Sirius Black, de Vernon-Gray. ¿Podrías informarme quien es el agente de R. J. Wolfe?

—Lo siento, señor, pero no estoy autorizada para dar ese tipo de información.

—Entonces, ¿me puedes informar quien tiene esa autoridad?


—Oficina de Cornelia Stewart.

—Hola, mi nombre es Sirius Black, de la editorial Vernon-Gray. ¿Está la señorita Stewart disponible?

—Está en una reunión. ¿Quiere dejar un mensaje?


—Oficina de Cornelia Stewart.

—Hola, es Sirius Black. Una vez más.

—Y, una vez más, Sr. Black, cuando la señorita Stewart esté disponible le devolverá las llamadas.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Perdón?

—Pregunté por tu nombre. He pasado por este tipo de cosas antes, por lo cual podría conocer tu nombre así la próxima vez que yo llame y ella me esté ignorando intencionalmente, podría simplemente decir, "Oye, como-sea-que-te-llames, soy yo, Sirius. ¿Cómo está el clima por allá en el sur?"


—Sirius Black.

—Señor Black, soy Cornelia Stewart.

—¿Perdón?

—Dije, que soy Cornelia Stewart.

—Santo Dios. Realmente existes.

—No considero ese comentario apropiado.

—Ciertamente fue más apropiado que decir "voy a tener que ir hacia allá y besuquear a Ángela por convencerte de que me llames".


—Cornelia Stewart.

—¿Puedo simplemente llamarte Cornelia?

—¿Eres tú una vez más, señor Black?

—No soy nada si no soy persistente. Aunque, si me permite decirlo, también soy extremadamente guapo.

—Eres obviamente extremadamente vanidoso.

—Bueno, por supuesto. No serviría tener el aspecto que tengo y no ser capaz de apreciarlo.

—Aún no le daré el número del señor Wolfe.

—¿No hay alguna cosa que pueda usar como soborno?

—Siempre quise un Jaguar.

—¿El carro o el gato?


—Sirius Bla…

—Sirius Black, eres el hombre más interesante con el que tenido que tratar.

—Espero que eso sea algo bueno, Cornelia.

—Las flores estaban preciosas.

—Excelente. Sin duda pagué suficiente por ellas.

—Aún no decido si el modelo a escala del carro fue un golpe de genialidad o un signo de que estás realmente loco.

—Es difícil de decir, a veces.

—Hmm. Ciertamente.

—¿Soy lo suficientemente interesante y genial para conseguir el número de R. J?

—Quizá me arrepienta de esto, pero… ¿Tienes un lápiz y papel a la mano?


—Tengo su número, James.

—Te tomó solamente seis días. Estoy impresionado.

—Soy persistente, encantador e interesante.

—Y un total y absoluto imbécil. ¿Qué clase de favor sexual tuviste que prometer?

—¿Quieres venir conmigo una noche y descubrirlo?


Se quedó mirando el teléfono toda la mañana, pensando en lo que Remus podría decirle, en lo que él mismo diría y preguntándose si debería llamar en primer lugar.

¿Qué es lo peor que podría suceder? Podría decirme que lo dejara en paz y colgarme.

Era temprano en la tarde cuando levantó el auricular y, con el corazón latiéndole frenéticamente y ruidosamente en su pecho, presionó una serie de números que le permitirían llamar fuera de Gran Bretaña a alguna zona desconocida de los Estados Unidos. A pesar de que se lo esperaba, el sonido real del teléfono le sobresaltó.

Oh, joder. ¿Qué digo?

Dos timbres. Tres. Cuatro. Una voz mecánica se puso en la línea para pedirle que deje un nombre y un número. Sirius colgó. Esto ya era bastante difícil sin dejar un mensaje.

Intentó cuatro veces más a lo largo de la tarde y estaba listo para preguntarle a la contestadora su nombre para así poder preguntarle cómo estaban las cosas al otro lado del mar. La última vez fue justo antes de que el día se despidiera. Echó un vistazo al reloj en la pared, pensando en que debería haber considerado la diferencia horaria antes de haber presionado el botón de rellamada.

Una de la tarde ahí. ¿Dónde habrá estado toda la mañana? ¿Trabajando? Si es así

—¿Hola?

Todo pensamiento y respiración se fueron del cuerpo de Sirius. La voz era raspada, ligeramente profunda, pero era inconfundiblemente familiar.

—¿Hola? —preguntó la voz nuevamente.

—Lunático.

De todas las cosas en el mundo que Sirius pensó decir, volver a un apodo que no había usado en años, no había sido una de ellas.

Hubo una inhalación brusca en el otro extremo del teléfono y luego un silencioso:

—¿Sirius?

—Adivinaste a la primera, amigo.

—Joder.

—Genial. Y yo que iba a decir que era bueno escuchar por fin tu voz.

—¿Cómo conseguiste este número?

—Me puse insistente con tu agente. Tuve que amenazarla con plagas de proporciones bíblicas antes de que me lo diera. Si te hace sentir mejor, hubo un gran lamento y rechinar de dientes incluido.

Remus decidió que esas fueron todas las bromas ingeniosas que toleraría.

—¿Qué es lo que quieres, Sirius?

—Quería hablar contigo. Ha pasado un buen tiempo, si te das cuenta.

—Sí.

Hubo un silencio incómodo, y luego Sirius soltó la primera cosa que se le ocurrió.

—Te he extrañado.

—¿Lo has hecho?

Sirius recogió un lapicero rojo y empezó a garabatear por la parte superior del manuscrito más cercano que estaba destinado a la basura.

—Sí. A James no les gusta salir a pubs o bueno, sí le gusta, pero a Lily no, y Peter ya no es divertido, ahora que está a cargo de algunos increíbles descubrimientos científicos está desesperado por encontrar financiación.

Pudo haber estado equivocado, pero le pareció escuchar que hubo una ligera risa después de soltar su sermón hasta quedarse sin aliento.

—Así que, ¿me has extrañado porque has estado con algunos inconvenientes?

—Y solo.

—¿No hay… pareja?

—¿Quién querría tenerme, realmente? Dudo haber mejorado desde que te marchaste.

—Empeorado, sin duda alguna.

—Definitivamente —Sirius respiró profundamente y luego dijo—. Nos dejaste, Lunático. Sin ni una palabra, sin ni una nota, sin ni una advertencia.

Hubo un largo suspiro.

—¿Por qué hiciste eso? —insistió Sirius.

—No quería que me detuvieras.

—Misión cumplida, entonces. ¿Por qué no nos avisaste donde estabas una vez que te acomodaste?

—Oh, Dios, Sirius.

—Estábamos preocupados por ti. No teníamos idea de donde estabas. James propuso que estarías en algún templo budista en el Tíbet.

—No podía seguir ahí, Sirius. Se sentía como si las paredes se estuvieran derrumbando sobre mí.

—¿Entonces te fuiste a América sin ninguna palabra?

—Fui a Francia primero.

—El punto sigue en pie.

—Luego fui a Italia por un par de meses —continuó Remus, ignorando el comentario de Sirius y el punto que estaba tratando de realizar—. Luego más o menos viajé por la India y Australia y de alguna manera acabé aquí.

—De alguna manera.

Casi pudo imaginar el encoger de hombros de Remus.

—Es tranquilo aquí.

—También lo es Dartmoor.

—Sabes a que me refiero.

No hay recuerdos, no hay fantasmas del pasado, nadie que haga preguntas u ofrezca condolencias; sí, sé a qué te refieres.

—¿Nadie te conoce como R. J. Wolfe, entonces?

—Creo que hay un par de personas que sospechan sobre ello, pero han sido muy amables al respecto.

¿Fue alguna de esas personas quien cubrió a la revista sobre el paradero de Remus? Sirius no estaba listo para preguntar sobre el artículo que había visto.

—¿Cómo estás? ¿Estás escribiendo?

—No.

Esa respuesta debió decirle a Sirius todo lo que quería saber, sino estuviera absolutamente convencido de que Remus estaba mintiendo. La respuesta fue demasiado rápida para convencerlo.

—Tu editora, sin duda, se está tirando de los pelos.

—Que se vayan a la mierda ellos, no me interesan.

—Así que, ¿qué es lo que haces por allá en la salvajes colonias Americanas?

Hubo un largo silencio y luego Remus dijo:

—Sobrevivo, Canuto. Sobrevivo.

Y con eso, colgó.


Sirius esperó una semana antes de volver a llamar. Esta vez, sólo tuvo que intentar dos veces antes de que Remus respondiera.

—Hola, Lunático.

Hubo un largo silencio, y luego:

—No me vas a dejar en paz, ¿verdad?

—No sabía que querías eso.

—¿El hecho de que yo no he llamado, no te dejo eso claro?

Sirius podía escuchar muchas emociones desangrándose en las palabras de Remus, y ni una de ellas era buena.

—Remus…

Antes de que pudiera continuar, el otro hombre lo detuvo.

—Sirius, no me vuelvas a llamar.

Le tomó a Sirius un momento darse cuenta que Remus otra vez había colgado la llamada telefónica.


—¿Por qué no intentas tú, Cornamenta?

—¿Por qué me estás llamando así? Pensé que habías perdido ese hábito.

Sirius negó con la cabeza.

—No lo sé. Por la misma razón por la cual lo he estado llamando a él Lunático, supongo.

—¿Alguna vez me dirán la razón por la cual se llaman entre sí con esos ridículos sobrenombres? —preguntó Lily, entrando a la sala de estar y entregándole a cada uno una botella de cerveza.

Sirius miró a James.

—¿Nunca le contaste la historia de "Cornamenta"?

James gruñó.

—No, y tú tampoco lo harás. "Canuto" es porque a Sirius le gustaba colarse detrás de nosotros y asustar la mierda fuera de nosotros. Remus lo nombró después de haber leído un libro sobre el Grim, ya sabes, ¿el legendario perro negro que es un presagio de desastres?

Lily observó a Sirius por un momento.

—Tristemente, encaja.

—"Lunático" es porque Remus siempre ha sido un soñador. Se quedaba cautivado por las payasadas de Sirius más que cualquiera de nosotros. Se encontró en una situación bastante lamentable cuándo le bajó los pantalones en frente de una chica que había estado deseando hace un tiempo.

—¡No te atreviste! —jadeó Lily. Luego rodó sus ojos—. Mis disculpas. Me olvidé de con quien estaba hablando.

—Creí estar haciéndole un favor. Considerando su, er, todo, pensé que estaría impresionada y saldría con él —Sirius se encogió de hombros—. James llamó a Peter "Colagusano", porque cuando Peter se negó a disecar su primera rata de laboratorio se la trajo a casa y obtuvo toda clase de desastres por ello. Queríamos llamarlo "Cara de rata", porque honestamente, cuando lo miras de la manera correcta, tiene algunas características de rata: la nariz puntiaguda, los pequeños ojos brillantes…

James sonrío.

—"Colagusano" sonaba vagamente más amable.

—Que Dios ayude si alguno de ustedes decidiera ponerle un sobrenombre a alguien que no les cae bien —comentó Lily—. Ahora, ¿qué pasa con Cornamenta?

—No. Nunca —dijo James, señalando a Sirius y negando con la cabeza—. Júralo. Ahora.

—Oh, vamos, James, no puedes esperar que yo…

—¡Júralo!

La mirada de Sirius fue de Lily a James y viceversa. Una sonrisa maliciosa apareció justo antes de que dijera rápidamente:

—Es por ti, Lily, y su evidente placer al verte un día en ese vestido blanco que solías tener, aquel sin tirantes que tenía pequeñas flores rosadas.

—¡Oh, estás muerto! —gritó James, saltando de su silla y tirando a su amigo al piso para un combate de lucha libre improvisado.

Un Harry de doce años entró a la habitación para ver a los dos hombres.

—¿Mamá?

Lily meneó su cabeza.

—No preguntes, corazón. Solamente… retírate mientras puedas.

Cinco minutos más tarde, después de un montón de maldiciones, insultos, y dos colisiones accidentales con el amoblado, James y Sirius se arrastraron de vuelta a sus asientos.

—Nos estamos haciendo demasiado viejos para esta mierda —dijo Sirius, jadeando ligeramente.

James se sobó el codo que se había golpeado en la pata de la mesa de café.

—Detesto tener treinta y cuatro años. Me siento tan viejo.

—Sí —estuvo de acuerdo Sirius en voz baja.

Bebieron su cerveza por un momento, y nuevamente Sirius volvió a sacar la verdadera razón por la cual había venido.

—Quizás te hable a ti. Siempre has sido él más comprensivo y adulto. Siempre te ha respetado.

—Tonterías. Yo lo escuchaba y le decía que es lo que haría y luego hacía cualquier cosa que tú le dijeras.

—De todas formas, si tu llamaras…

—Sirius, te dijo que te vayas a la mierda la última vez que llamaste…

—No es verdad.

—Lo siento. Colgó inmediatamente cuando escuchó tu voz la última vez que llamaste. Te dijo que te jodieras las últimas dos veces antes de eso. No quiere hablar con nosotros. No hay nada más que hacer.

—Pero si solamente intentaras…

Lily entró a la habitación, con el teléfono inalámbrico en sus manos.

—¿Cuál es el número, Sirius?

La frente de James se arrugó en respuesta.

—Lily…

—Va a seguir insistiendo hasta que llames, James. No va a dejar a Remus en paz hasta que vea que Remus va a estar jodidamente enfadado de que llamemos nosotros ahora. Número de teléfono, Sirius.

—Seguramente tiene algunas cuantas palabras para ti también —señaló Sirius, buscando en su bolsillo por su billetera y sacando el pedazo de papel arrugado que guardaba ahí.

—No, conmigo, no hará eso —dijo firmemente Lily, presionando los botones rápidamente y luego llevando el teléfono a su oreja.

Los hombres la observaron con inquietud mientras sostenía un dedo, luego un segundo… Se tensó claramente y sus ojos se fueron fuera de foco como si estuviera escuchando con atención a algo.

—Entiendo completamente, Remus, realmente lo hago, pero soy Lily, no Sirius —dijo finalmente. Esperó escuchar la reacción de Remus, y luego señaló a Sirius e hizo una mueca—. Ha estado insistiendo a James que te llame. Han estado peleando sobre eso, de hecho.

Una pausa.

—El sillón va a vivir, afortunadamente, pero tengo mis dudas sobre la mesa de café.

Ella sonrío y guiño el ojo a James.

—Si soy yo quien está llamando, ¿quién crees que ganó?

—¿Por qué le habla a ella y no a mí? —susurró con dureza a James.

—Porque a él le gusta ella, no tú —respondió James en voz baja.

—Idiota.

—Cabrón.

—Imbécil.

—Bastardo.

La voz de Lily se hizo más sonora.

—Están peleando sobre quien es el idiota más grande, en realidad… ¿Eso crees? Sí, entiendo eso. Si estuvieras aquí, no tendría por qué lidiar con ellos dos sola, ya sabes. Tengo que lidiar con mi salud mental todos los días debido a ellos.

Se volteó ligeramente para que ellos no pudieran ver su rostro mientras Remus supuestamente respondía a su gentil advertencia.

—Lo sé, cariño, pero…

Nuevamente quedó en silencio, escuchando. Su rostro cambió súbitamente volviéndose más blando y triste

—Oh, Dios, Remus, sabes que nosotros entendemos porque tenías que irte de Inglaterra, pero, ¿puedes comprender que nosotros te queremos y extrañamos? Ha sido tan difícil todo, porque no sabíamos siquiera si estabas vivo, por el amor de Dios.

De repente se volteó y caminó de regreso a la cocina, dejando a Sirius y James mirándose el uno al otro con incredulidad.

—¿Se acaba de retirar para que nosotros no escuchemos la conversación? —preguntó retóricamente James.

—Creo que eso hizo, Cornamenta.

Los dos hombres se levantaron de sus sillas y se dirigieron apresuradamente a la cocina. Lily estaba parada frente al fregadero, mirando por la ventana encima de él, hablando en voz baja.

—…él mismo. No quiere hacerte daño. Nosotros no queremos hacerte daño. Solamente no queremos que nos cortes por completo. ¿Por qué es una cosa tan difícil de pedir?

No se volteó a ver a James o Sirius mientras escuchaba la respuesta de Remus. Sirius notó que se estiró hacia una toalla de mano que había en el mostrador y apretó sus dedos con fuerza.

—Remus, voy a ser franca, y podrás decirme exactamente cómo te sientes después de lo que tengo que decir. Sé que nos estás protegiendo y protegiéndote a ti mismo al mantenerte lejos, pero es absolutamente la cosa más egoísta y cruel que puedes hacer. Las cosas malas pasarán, hagas lo que hagas. Incluso si no nos hablas nunca más, Sirius aún podría recibir un disparo por tener un amorío con la esposa de alguien, o yo podría ponerle cianuro a los huevos de James una mañana solamente porque estoy harta de escucharlo roncar. Las ratas del laboratorio de Peter podrían escaparse e infectarlo con cualquier tipo de horrible enfermedad. Pero intencionadamente herir y cortar a las personas fuera de tu vida solamente porque estás asustado de que las vas a perder, es ridículo. Podríamos estar ayudándote en cualquier cosa en vez de saber que estás sufriendo solo. No nos has dado la oportunidad de dejarnos ser los amigos que queremos ser.

Sirius contuvo la respiración y creyó que James hizo lo mismo. Lily bajó su cabeza y escuchó algo más. Finalmente, dijo:

—¿Podemos al menos llamarte en Navidad?

Hubo un largo silencio y luego asintió con la cabeza. Debió haber recordado que Remus no la podía ver, porque se apresuró a decir:

—Sí, comprendo. Te queremos, Remus. Sí. Le diré. Le diré a los tres. Cuídate, ¿sí?

Apretó el botón de "colgar" y se volteó hacia los dos hombres.

—Listo. ¿Feliz ahora?

Y entonces Lily se rompió en llanto.