Tercer susto.

Es de día. Un hermoso sábado con muchas sorpresas y sensaciones por delante. Felicia se dijo que el miedo no la vencería. Que sí iba a poder. ¡Vamos, es una señorita pecho sin pelo, caderas de acero y axilas depiladas que se respeta! ¡Tres simples perros no podrían detenerla! Lo que no sabía era si la vencerían los nervios que la invadían con sólo fijar su mirada en los profundos ojos azules de Ludwig; pero eso era tema aparte, un reto a la vez y todo saldría bien.

Se miró al espejo, complacida. Su cabello perfectamente atado en una coleta y su vestido casual color café claro acompañado de unos botines a juego le daba un aspecto fresco y cómodamente femenino. ¿Quién dice que las recién salidas de la pubertad no pueden verse bonitas y sutilmente geniales?

—Sí, estoy lista —se dijo convencida—. Vámonos, Feli —le dijo a su gato y este maulló feliz, siguiéndola.

Cuando se fue hacia la cocina para desayunar y luego recoger el tazón antes de salir de la casa se topó con su hermano. Ella lo saludó feliz.

—¡Hola, Lovino! ¿Cómo amaneciste hoy?

Él la miró por un par de segundos antes de responder con pereza: —Acostado…y con sueño.

Lovino todavía andaba con su ropa para dormir. Esta consistía en un viejo pantalón color negro desteñido y una camiseta sin tirantes verde oscuro igual de vieja como el pantalón. Su rostro reflejó que parte de él seguía dormido.

Felicia rió sutilmente al escucharlo y verlo, pero luego lo miró con cierto reproche y lo regañó de forma amable: —Deberías estar vestido ya, recuerda que hoy nuestros padres harán una fiesta con el vecindario. No hay excusas para tu vagabundería.

Ante eso Lovino respondió con un gruñido mientras se llevaba un sándwich con tomate extra y una caja de jugo de naranja para su cuarto.

Felicia sólo lo miró alejarse mientras sacudió su cabeza de un lado a otro. "Nunca cambia…" suspiró para sí misma. Entonces es cuando decidió tomar un buen desayuno y emprender su primera misión del día: Devolver un tazón al vecino que no puede ver a los ojos sin ponerse "levemente" nerviosa y cuyas mascotas son tres grandes, saludables y hermosos…perros.

Felicia salió de la casa junto con sus padres, aunque estos tomaron otra dirección; irían a comprar comida para el almuerzo de aquella tarde.

El gato Feliciano caminaba al lado de su dueña para darle apoyo. Ella lo agradecía pues sólo eso ayudaba a calmar la mitad de sus nervios… Hasta que llegó a la indeseada casa de los tres canes. ¡Oh, esperen! Los perros no estaban, sólo Ludwig quien parecía estar haciendo jardinería con unas exóticas flores moradas que crecían en el tronco de un árbol; este se ubicaba en una esquina del patio muy cerca de la casa.

Todo el patio delantero, al menos en los bordes y en el medio puesto que había un camino de piedra, estaba recubierto de plantas y arbustos florares; algo de lo que Felicia no se había percatado hasta ahora. Un tazón para perros de plástico blanco y negro lleno de agua estaba en el medio del lado del jardín opuesto a donde se encontraba Ludwig.

Felicia, al verse sin la "amenaza" de las mascotas de Ludwig, pudo relajarse y mantener el semblante firme en lo que iba a hacer.

Con una sonrisa saludó al hombre.

—Buenos días, Ludwig, ¿cómo va todo?

Él pareció no sorprenderse demasiado por la presencia de la muchacha. Así que volteándose a verla sonrió levemente, sus mejillas presentaron un leve tono sonrosado.

—Buenos días, Felicia. —Ludwig caminó hacia el portoncito para abrirle la entrada a Felicia—. Yo muy bien, ¿y tú?

—Me alegro, yo estoy excelente, gracias. —Ella sólo dio un par de pasos después del portoncito y le ofreció el tazón al hombre—. Venía a devolverte esto, fue un bonito gesto de tu parte, a mis padres les encantó lo que preparaste.

Entonces es Ludwig a quien le tocó vacilar, titubeó un poco al decir un simple "está bien, no fue nada en realidad…"

—Pues ese nada estuvo delicioso.

—Tengo que ir a dejar esto a la cocina, acompáñame mientras hablamos ¿sí?

Felicia asintió mientras sonreía, los nervios se esfumaron. Pronto podría decirle de la fiesta de sus padres y todo sería maravilloso.

Mientras caminaban Ludwig continuó hablando: —Me alegra que les haya gustado, aunque debo decir que no fui yo quien lo preparé.

Felicia lo miró con curiosidad y decidió preguntar: —¿Entonces quién—?

Ella no terminó la frase, porque cuando entró a la casa miró que en medio de la amplia sala se encontraban los tres perros de Ludwig. Los tres canes estaban echados unos contra otros y una muchacha albina un poco mayor que Ludwig se encontraba recostada sobre ellos mientras tocaba una flauta. No es la mujer quien incomodó o más bien paralizó a Felicia sino los canes que la miraban detenidamente y llenos de curiosidad. Felicia sintió que todo el ánimo se le escapó por la boca y sólo le quedó el miedo y los nervios...y las ganas de gritar y aferrarse al brazo de Ludwig para protegerse.


¡Lectores! Demasiado tiempo sin ustedes, he aquí una nueva actualización, espero que les haya gustado. He vuelto, ahora sí va en serio. Pero sólo podré publicar un capítulo cada dos o tres semanas porque la universidad ya me absorbió.

Por cierto, en mi perfil está un enlace a mi facebook, ahí comento sobre mis actualizaciones y demás, por si les interesa. ¡Hasta pronto!