3.

Se sintió flotando en aquella luz blanca. Lo único que lo anclaba a un tiempo y un espacio era la cálida mano de Ginny, que aún sujetaba la suya. Poco a poco aquella luz cegadora comenzó a disminuir para alivio de todos.

Los cuatro sintieron que fueron empujados hacia el interior de una sala, que parecía realmente en penumbras luego de haber permanecido ciegos por tanta luz. Cayeron de bruces en aquel nuevo lugar.

—No fue para nada divertido —Ron daba arcadas arrodillado en el suelo.

Harry casi ni lo escuchó. En sus oídos había un ligero pitido, y se sentía molesto por la falta de visibilidad.

—Debemos salir de aquí —murmuró Ginny. Finalmente lo había soltado, pero permanecía al lado de Harry.

—¡Lumos! —La varita de Hermione permitió que los cuatro se vieran a las caras, y un poco más allá también.

Se encontraban en una habitación similar a la que acaban de dejar, sólo que en ésta no había ningún ojo gigante que irradiara una irritable luz. Sin embargo en el suelo, justo donde se hallaban de pie, había unas manchas enormes y uniformes. Parecían quemaduras de cigarros gigantes. Había una por cada uno de ellos, y Harry contó varias más a lo largo de la habitación: pertenecían a todos los viajeros de su mundo, que habían aparecido allí antes que ellos.

—Salgamos de aquí, esta calma no me gusta nada —dijo Hermione, y Harry estuvo de acuerdo.

El silencio era realmente perturbador, y llamaba la atención que no hubiera aparecido nadie aún. Aquello era una ventaja, pero ¿acaso no se encontraban en el Departamento de Misterios? De donde venían, era el lugar más custodiado después de Hogwarts y Gringotts, y algo les decía que no era casualidad encontrar la sala tan sola.

No llegaron a caminar más de unos pocos metros cuando un rayo salió de la nada. Harry, que esperaba cualquier ataque, lo desvió al instante.

—¡Corran! —ordenó.

Varias figuras se materializaron ante ellos antes que pudieran dar un paso más. Todas tenían las caras cubiertas con capuchas y los superaban en número.

La hecatombe fue inmediata: haces de luz comenzaron a estallar a lo largo de la habitación. Maldiciones y hechizos rebotaban sobre las paredes y pasaban muy cerca de sus orejas.

—¡Hacia la puerta! ¡Vayan al atrio!

No era necesario dar aquella orden. Hermione, Ron y Ginny ya intentaban abrirse paso entre sus agresores. Éstos eran feroces, y Harry sabía que estaban tirando a matar. ¿Mortífagos, tal vez? No había mucho que preguntar. Si Rabastan había logrado llegar a ellos, estaba seguro que ya les habría advertido de la posibilidad de que un grupo de magos atravesara el portal en busca de justicia.

En su huída Harry logró derribar a dos mortífagos. No podía negar que sentía curiosidad por saber quiénes eran, ver si los conocía… pero no podía darse el lujo de detenerse a mirar. Por lo que veía, los demás ya habían logrado salir de allí, y corrió hacia la puerta por donde habían desaparecido.

Unos cuantos mortífagos lo siguieron en su huída, y Harry corrió con rapidez por lugares tan iguales a los de su mundo: atravesó la sala continua a la que se encontraban, para tener que volver a vencer la gravedad de la habitación de los planetas. Sólo que esta vez tenía atrás a unos cuantos magos que le pisaban los talones y lanzaban maldiciones que se perdieron en el vacío del espacio artificial. Cuando llegó a la sala circular de tantas puertas comprobó que habían dejado abierta la que correspondía a la salida, y aprovechó la oportunidad para saltar fuera de la sala, cerrar la puerta y ganar algo de tiempo mientras que los mortífagos averiguaban cual era la salida correcta.

Corrió por un pasillo completamente desierto, pero que tenía claras señas de combate. Con el corazón en la boca, deseando llegar hasta Ginny y sus amigos, subió al ascensor justo en el momento en que un mortífago salía por la puerta del Departamento de Misterios.


En el atrio se libraba una batalla bastante cruda. Al llegar allí, Harry descubrió que la cantidad de mortífagos que los habían atacado en el Departamento de Misterios era insignificante al lado de la veintena de magos que intentaban matar a sus amigos.

Las maldiciones rebotaban entre sí, provocando que los rayos se estrellaran contra los muros y fragmentos de los mismos salieran despedidos. Como consecuencia una polvareda se alzada sobre ellos, impidiendo que vieran nada. Harry no sabía quiénes eran mortífagos y quiénes no. Comenzó a abrirse camino con un sencillo hechizo, y lo que pudo ver lo dejó paralizado en el lugar: no se trataban de los magos encapuchados que ellos conocían. Estaban acostumbrados a ver mortífagos con máscaras oscuras, sin embargo Harry pudo notar que parte del grupo que peleaba tenían capuchas doradas. Por un segundo Harry tardó en entender, pero enseguida comprendió que aquellos magos estaban atacando a los mortífagos.

Sintió que un brazo lo sujetaba con fuerza, arrastrándolo. Ron lo hizo esconderse en un rincón del atrio.

—¡No podemos salir, han bloqueado todo! —fue lo primero que Harry escuchó. Hermione hablaba con un hilo de voz.

—¿Quiénes son esos de capuchas doradas? —preguntó Harry, interesado más por saber quiénes eran los que peleaban contra los mortífagos que por salir de allí.

—No lo se —contestó Hermione con rapidez—. Aparecieron justo cuando llegamos aquí, y se encargaron de la pelea. Creí que lo más prudente era escondernos hasta que ustedes nos alcanzaran.

—¿Ustedes? —Harry tardó en entender a qué se refería Hermione— ¡Ginny! ¿Dónde está Ginny? —Al fin comprendió que su mujer no estaba con ellos.

—Creí que venía contigo —respondió Ron asustado.

—La vi corriendo detrás de ust…—Pero una maldición los obligó a dispersarse, y a volver a la pelea.

Ahora no sólo debían enfrentarse a uno mortífagos que parecían dispuestos a matar, si no también al hecho de que Ginny no estaba con ellos. Harry tenía miedo de mirar hacia abajo y encontrarla tirada en el suelo, pero sólo había algunos mortífagos. Pelearon codo a codo con aquellos magos de capuchas doradas. Definitivamente eran personas que estaban, por lo menos, a favor de detener a los mortífagos.

Poco a poco fueron disminuyendo a algunos enemigos, otros comenzaron a escapar… y con ello Harry entró en desesperación. ¿Y si alguno se había llevado a Ginny?

Pronto el atrio del Ministerio quedó vacío, iluminado sólo por la luz de la luna artificial que entraba por la ventana. En el centro se encontraban Harry, Hermione y Ron, con las respiraciones entrecortadas por el esfuerzo de la batalla. A sus pies, algunos mortífagos. Y rodeándolos… un grupo bastante numeroso de misteriosos magos con capuchas doradas. A Harry no le pareció un grupo muy amable. Sí, los habían ayudado a derrotar a los mortífagos que los perseguían, pero ahora los rodeaban como perros furiosos.

—Harry, creo que son miembros de la Orden —Hermione habló en un susurró.

—¿Qué? —Harry no entendía cómo Hermione había llegado a aquella conclusión. Aunque en aquel momento sólo le importaba encontrar la manera de escapar.

Fue el primero en levantar la varita, y se produjo un destello de rayos que entrechocaron entre sí. Ninguno dio en un ser viviente. Harry se abalanzó sobre uno de los magos sin rostro, intentando romper la barrera que formaban. Otro se interpuso y lo atacó. Harry se defendió, y fue conciente de que Ron y Hermione también peleaban por salir de allí, atrás de él.

El mago contra el que luchaba estaba dispuesto a todo o nada. Era realmente poderoso, y sabía de duelos. De pronto, el mago logró lo que buscaba: desarmar a Harry. Y Harry sintió que su corazón se desbocaba cuando su amada varita, su única arma, salió disparada de sus dedos. En aquel momento el mago volvió a atacar, y Harry fue lanzado con fuerza contra una dura pared de piedra. Escuchó un grito de horror, y estuvo seguro que Hermione estaba viendo todo. Cayó al suelo, casi perdiendo el conocimiento al instante al golpearse la cabeza contra la dura superficie. Su atacante se acercó, y levantó la varita. Harry cerró los ojos.

—¡Noooo! —Un grito detuvo a quien sea que estuviera por atacar al indefenso joven.

—¡No voy a matarlo! —Quien estaba debajo de aquella máscara era una mujer, pero su voz sonaba extrañamente distorsionada bajo ella.

La batalla se había detenido. Dos magos sostenían a Ron y Hermione, quienes se retorcían para escapar. También los habían desarmado. Todos miraban en dirección a Harry. El mago que había impedido que la mujer lo atacara se acercó a él con paso decidido. Para sorpresa del joven, el desconocido se agachó hasta quedar a su altura y se quitó la capucha.

El rostro del hombre era de verdadero asombro, pero la expresión de Harry tal vez ganaba a la suya.

—¿Harry? —preguntó él.

—¿Si…Sirius? —La voz de Harry salió en un susurro ahogado. El hombre a quien contemplaba tenía ligeras diferencias con Sirius, pero no había dudas: era él. Harry perdió de pronto la noción de lo que estaba ocurriendo, y gracias a que tanto él como Sirius habían bajado la guardia, la mujer desconocida levantó la varita y finalmente apuntó a Harry.

Éste cayó al suelo, inconsciente.


Su cabeza iba a estallar. Un dolor agudo que provenía del lado derecho le dijo que seguramente iba a tener un chichón por varios días. El suelo donde se encontraba acostado era de piedra, y estaba helada. Al abrir los ojos se encontró con una oscuridad absoluta. Se incorporó de un salto, aunque aquello no ayudó a su malestar. No podía ver nada, y al palpar su ropa no encontró la varita. Su corazón latía a mil por horas. El palpitar del mismo era lo único que escuchaba, tenía la sensación de encontrarse completamente solo en aquel lugar.

Se sentía perdido, desorientado. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?

Poco a poco su cabeza fue armando piezas de un rompecabezas…. Habían viajado a la Otra Realidad. Allí los esperaban mortífagos, y un grupo de lo más peculiar peleó contra los primeros… Y entre ellos estaba Sirius. ¡Sirius! Su corazón dio un salto ¡Había visto a Sirius! ¡El hombre que lo había arrinconado era su padrino! Si, su aspecto no era el del hombre que Harry había conocidos (flaco, demacrado, con una mirada algo desquiciada), pero los rasgos eran inconfundibles. En aquella realidad Sirius Black estaba vivo.

Debido al mareo y a la conmoción que sintió al caer en la cuenta de lo que aquello podía significar (¿quién más habría sobrevivido en aquel mundo?), se dejó caer al suelo de piedra nuevamente.

¡Ginny! Pronto recordó lo que, tal vez, era lo más urgente en aquel mismo momento. Ginny había desaparecido durante la batalla. ¿Por qué? ¿Dónde estaría? ¿La habrían atrapado como a él? Y, por sobre todo… ¿Los habrían ido a rescatar, o los estaban secuestrando?

"Sirius pertenece a ellos", dijo una voz en su cabeza. "Aquel grupo que vimos debe ser una versión de la Orden del Fénix, estarán de nuestro lado."

"O no, las cosas pueden ser diferentes aquí", interrumpió otra voz. "No podemos confiar en ellos ni en nadie, por más que se parezcan a gente conocida." ¿Por qué su conciencia debía sonar con la voz de Hermione? Sin duda, Harry estaba seguro que la chica hubiera dicho algo así y eso lo irritó. ¿Por qué no podía tener un sentimiento esperanzador, respecto a aquel grupo? Sin importar lo que pensara él o su conciencia con voz de Hermione, lo primero era salir de allí y encontrar a los suyos. Se puso de pie, esta vez más lentamente, y empezó a caminar pegado contra la pared. Buscaba alguna bisagra, algún picaporte o hendidura que le diera idea de la presencia de una puerta o ventana. Sin embargo, no llegó muy lejos.

Había caminado unos pocos pasos cuando del lado opuesto de la habitación se abrió una puerta, dejando entrar una luz que lo cegó al haberse adaptados sus ojos a la oscuridad. La silueta de dos personas entraron, y antes que Harry pudiera hacer algo se encontró nuevamente en el suelo, atado de pies y manos. Sin su varita estaba en clara desventaja.

Los magos cerraron la puerta detrás de ellos y encendieron una luz en el centro de la habitación. Era un lugar pequeño y sin ventanas. Uno de los magos hizo aparecer dos sillas, y le ofreció asiento a su compañero.

Harry escudriñó sus rostros. Uno de ellos, el mayor de los dos, tenía una horrible cicatriz sobre el lado izquierdo del rostro. Iba desde la ceja hasta el mentón, y daba la sensación de que le faltaba un trozo de mejilla. Su mirada era dura, pero había algo en sus ojos (un atisbo de curiosidad, tal vez) que a Harry le dijo que no había ido hasta allí en plan de guerra… aunque las cuerdas dijeran los contrario, claro.

El que lo acompañaba era mucho más joven. Mientras que el primero tenía unas cuantas canas en el cabello y hasta algunas entradas en la cabeza, el segundo poseía una buena melena castaña, cuidadosamente peinada. Una tupida barba remarcaba su rostro anguloso, y sus ojos grises miraban con seriedad a Harry. Éste tuvo la sensación de conocer al muchacho, no mucho más grande que él. Sin embargo, no pudo pensar mucho al respecto debido a que el primer hombre habló, y lo hizo con una voz rasposa.

—Entonces…—miró a Harry con el rostro ceñudo—. ¿Tú eres el líder?

—¿Ahh? —fue la tonta respuesta de Harry, y apartó la vista del muchacho, para fijarla en quien le hablaba.

—Los otros, los que vinieron contigo —informó el mago—, dijeron que no hablarían hasta que tú hablaras. Lo que nos llevó a suponer que eres el líder.

El corazón de Harry dio un vuelco.

—¿Ginny está bien? —preguntó, casi aliviado.

—La muchacha está bien —gruñó el hombre—. Quiero que...

—¿Son de la Orden del Fénix? —siguió preguntando Harry.

Los dos magos se miraron entre sí.

—Me parece que ya lo sabes —susurró el más joven, y Harry juró que alguna vez había escuchado aquella voz, aunque ahora su memoria estuviera jugándole una mala pasada.

El otro mago se puso de pie con decisión y sacó de un bolsillo un pequeño frasco, con un líquido trasparente dentro.

—Lo siento —dijo, mirando a Harry fijamente—, pero necesitamos que hables, con la verdad, para asegurarnos…

Harry comprendió de inmediato lo que iba a ocurrir, e intentó escapar de las manos del mago. Se arrastró lo más que pudo, aún con las cuerdas sujetándolo, y cerró su boca con fuerza. El joven barbudo se levantó y le impidió que se moviera, con aire aburrido, como si estuviera acostumbrado a hacer aquello dos o tres veces por día. Quien sostenía la botellita de veritaserum peleó con Harry hasta que lo obligó a abrir la boca lo suficiente para que dos gotas tocaran sus labios.

Harry no pudo hacer nada más. La poción hizo efecto en él inmediatamente, y se dio cuenta cuando se sintió dispuesto a contar hasta sus más íntimos secretos. De pronto, perdió todo control sobre sus pensamientos.

—Ahora si —Los dos magos volvieron a sentarse—. Dinos tu nombre.

—Harry Potter.

Las palabras salieron de su boca sin que se lo prepusiera. Lo único que pudo hacer fue mirar a sus captores. A su vez, éstos se miraron… y si Harry no hubiera estado bajo los efectos de una poción tan poderosa, podría haber visto la mirada preocupada de los dos magos.

—¿De dónde vienes? —preguntó el mago barbudo, con el ceño fruncido.

—De otra realidad —Harry lo reveló sin vueltas, y los dos magos volvieron a mirarse, esta vez aún más preocupados.

—¿Es cierto entonces el rumor que escuchó Dumbledore? —preguntó el primer mago— ¿Existe un camino hacia otros mundos? ¿Cómo es eso posible?

En un contexto más normal, la mención del anciano mago hubiera hecho saltar el corazón de Harry. Sin embargo, sólo se limitó a contestar.

—Si, lo abrieron desde el Departamento de Misterios de nuestro lado.

—¿Y para qué cruzaron?

—Porque Rabastan Lestrange cruzó con otros mortífagos, para intentar localizar a Vold…—Pero Harry no pudo terminar la frase.

—¡Sssshhh! —Los dos magos se levantaron de sus sillas, agitados.

—¿Estás loco? —El mago de barba se llevó una mano al pecho antes de caer en la silla, débil.

—¡No menciones ese nombre! —Lo regañó el primero, blanco como el papel.

Ambos quedaron algo agitados después de las palabras de Harry. Tardaron unos minutos antes de poder recuperarse para seguir con el interrogatorio.

—Ehhh —El mago canoso parecía desconcertado, se pasó una mano por la cara— ¿Por dónde íbamos? Ah, si… Rabastan Lestrange está en prisión, muchacho, es imposible que haya atravesado cualquier portal mágico.

—Rabastan Lestrange, en nuestro lado, está prófugo —comunicó Harry, sin emoción alguna en la voz.

Los dos magos volvieron a mirarse, sin entender.

—¿Y por qué tendría interés en encontrar a quién tu sabes? —preguntó el mago joven.

—Porque en nuestro mundo los mortífagos quedaron sin líder después de la Segunda Guerra Mágica, fue derrotado Lord Vold…

—¡Ssssshhhh! —Otra vez interrumpieron. Estaban realmente enojados —¿Acaso quieres desatar una batalla, muchacho?

Quedaron en silencio unos cuantos minutos, o tal vez fueron horas. Con el encierro y la poción, Harry perdió todo sentido de la orientación.

—Creo que podemos llevarlo ante él —intervino de pronto el joven, mirando a Harry fijamente—. No es espía, y ha confirmado todos los rumores.

El otro mago lo sopesó, y finalmente asintió con lentitud.

Dejaron a Harry solo sin dar mayores explicaciones. Al marcharse, la habitación quedó tan oscura como al inicio, pero a Harry no le importó. Tal vez era porque aún se encontraba bastante aturdido por la poción.

La puerta volvió a abrirse bastante pronto, y por ella entraron dos personas distintas a los dos que lo habían interrogado. Desataron la soga de sus pies, pero mantuvieron a modo de esposas las ataduras de las manos. Condujeron a Harry fuera de la habitación, y lo hicieron caminar por oscuros pasillos, lleno de pinturas que murmuraban al verlos pasar.

La mente aturullada de Harry pronto comenzó a despertar de a poco, y reconoció el lugar en que se encontraban: Hogwarts. Cuadros, estatuas, pasillos, todo le era familiar. Y, si no se equivocaba, lo estaban llevando al despacho de…

—Palomitas de maíz.

…Dumbledore. Iban a ver a Dumbledore.

Subieron por la ya familiar escalera pero no se detuvieron ante la puerta. Uno de los magos la abrió, e hizo pasar a Harry por ella.

La oficina estaba tal cual Harry la recordaba en la época de Dumbledore: con retratos de antiguos directores, y una mesa con varios objetos extraños que vibraban y emitían pitidos. El escritorio estaba vacío, nadie lo ocupaba. Sin embargo, la habitación no estaba vacía: en un rincón se encontraban los dos magos que lo habían interrogado, junto a tres más que Harry tampoco conocía, y en el extremo opuesto…

—¡Harry!

Ron y Hermione se encontraban sentados, con caras de pocos amigos. Eran vigilados por un mago al que Harry había pasado por alto. Al menos ellos no estaban atados de manos, como un criminal. Hicieron aparecer una tercer silla y Harry se sentó junto a ellos.

—¡Lo siento, Harry! —comenzó Hermione, con lágrimas en los ojos— Vimos cómo te desmayaban y quisimos ayudar, pero nos atraparon, y…

—¿Dónde está Ginny? —preguntó Harry, interrumpiéndola.

Había esperado poder reunirse con ella, pero no se encontraba en aquel despacho.

—¡Dijeron que estaba bien! —Se volvió hacia el mago mayor, el que lo había interrogado. El mismo lo miró con las cejas levantadas, algo desorientado.

—Creí que hablabas de ésta chica —señaló a Hermione.

—¡No, hablaba de Ginny, mi mujer! —Harry estaba colérico, se puso de pie. Un par de manos lo sujetaron antes que se abalanzara sobre el hombre a quien hablaba. Los demás magos se pusieron en guardia.

—¡No sabía que había alguien más! —Se defendió el mago.

—¿Eso quiere decir que hay otro de ustedes, dando vueltas por ahí? —preguntó una persona a la que Harry no conocía.

—Oye… —El muchacho de barba habló, en dirección a Harry. Su ceño estaba fruncido, parecía que pensaba en algo— ¿Cómo dijiste que se llama?

—Ginny, y es mi hermana —habló Ron, en un tono bajo lleno de bronca. Miró a Harry, con furia en los ojos.

Harry forcejeó con su captor, pero no volvió a la silla, tal como éste intentaba.

—¡Oooh! —El muchacho de barba miró al mago mayor, como si hubiera entendido algo—. Creo que se cómo podemos dar con ella, sólo esperemos que no la hayan atrapado. Perdonen.

Y se marchó, antes que alguien volviera a decir cualquier cosa. En el interín en que abrió la puerta y abandonó el despacho, entró a la estancia el mismo hombre que Harry vio la noche anterior antes de desmayarse.

En aquella realidad Sirius Black seguía siendo un hombre alto, de cabello negro y buen porte. Sin embargo, nada tenía que ver con el Sirius que Harry había conocido. Éste vestía una elegante túnica negra y su cabello, aunque largo, estaba bien cuidado y peinado hacia atrás. Su rostro mostraba algunos signos de edad, pero por lo demás no presentaba evidencia de haber pasado doce años encerrados en Azkaban: aún conservaba la belleza y salud de su juventud.

Sirius entró con paso decidido, y se dirigió al mago que sujetaba a Harry. Pese a que Harry agudizó el oído, no pudo entender bien qué decía su padrino al mago, pero éste soltó a Harry y se marchó. Tal vez seguía alguna orden, lo que señalaba en qué rango se posicionaba Sirius sobre el resto de los presentes.

—Siéntate, no querrás que te obliguemos.

Sirius se dirigió a Harry con una mirada y una voz tan frías que al muchacho le helaron la sangre. Un globo de felicidad se desinfló en el pecho de Harry, y se sentó sólo por la sorpresa de recibir una mirada tan mortal por parte de Sirius.

Éste lo observó hasta que Harry estuvo acomodado en su silla, y luego apartó la vista. Harry lo contempló un rato. El rostro de su padrino no mostraba emoción alguna, salvo que algo parecía enojarlo, por la manera en que apretaba la mandíbula. Aunque Harry creía que no era Armando Dippet, el cuadro hacia donde Sirius dirigía la mirada. ¿Por qué Sirius lo trataba así? Sabía quién era él, Harry lo había oído con claridad mencionar su nombre. Lo había reconocido, por lo que en aquella realidad debía de existir un Harry Potter también.

Harry sintió que alguien le pegaba en las costillas. Al voltear, sus pensamientos dejaron a Sirius por un rato. El despacho estaba en silencio, aunque no era uno incómodo. Todos parecían aburridos, como si esperaran en un consultorio médico. Hermione miraba a Harry con pena en los ojos. Y Harry supo por qué era.

—No vengas con sermones, ¿quieres? —dijo en voz baja, sin poder mirarla directamente. No necesitaba que Hermione le dijera lo que pensaba sobre la aparición de Sirius. Desvió la vista y notó que Ron miraba hacia el lado opuesto, muy mal humorado, aunque Harry sabía que no se perdía una palabra de lo que susurraban.

—Harry, éste no es el Sirius que conocemos —susurró Hermione, aunque Harry tuvo la sensación de que igualmente al menos Sirius y Ron iban a escucharlos. Sus orejas se pusieron coloradas, y deseó que Hermione callara—. Nadie de aquí pertenece a nuestro mundo —siguió Hermione—, debes mantener a raya las emociones, independientemente de a quién conozcamos. No puedes…

—Hermione, cállate —Lo dijo tan fuerte y claro que todos los miraron. Sin embargo, no le importó. Quería que dejara de hablar, que lo dejara en paz con sus pensamientos. Todos se giraron a verlos, hasta Sirius, que dejó de mirar a Harry con odio para dirigirle una mirada de curiosidad. Había escuchado, Harry estaba seguro. Ron, por su parte, miró asesinamente a su amigo.

En aquel momento la espera terminó, y el mago anfitrión entró con paso decidido al despacho.

Albus Dumbledore conservaba su larga barba blanca, su nariz aguileña torcida hacia un lado, y sus ojos azules detrás de unos anteojos con forma de media luna. El corazón de Harry dio un vuelco por la emoción de ver a su antiguo director, y no pudo evitar retorcerse en su asiento. Dumbledore estaba vivo. Vivo. Ninguna maldición lo había alcanzado, ni había hecho tratos con Severus Snape. Vivo. Aquel mundo no estaría tan perdido entonces.

—Disculpen la demora, uno debe tomar precauciones al viajar en estos días —Harry sintió que Hermione tendría que tragarse sus propias palabras, ya que vio lágrimas en sus ojos al ver a Dumbledore. Éste se sentó detrás de su escritorio—, gracias por retener a nuestros… visitantes.

Los ojos de Dumbledore se dirigieron hacia los tres jóvenes sentados, y mostraban una gran curiosidad.

—Los magos de la Orden han corroborado el rumor que llegó a nosotros, sobre un puente entre dos universos, ¿cierto? —preguntó con amabilidad, y sus ojos se posaron en Harry.

—Si, y debo decir que obtuvieron la información de una manera no muy amable —contestó Harry de mal humor, al recordar el veritaserum.

Dumbledore sonrió, y Sirius detrás de Harry rio con descaro.

—Creo que debemos cruzar unas palabras, a solas, con nuestros visitantes —anunció Dumbledore.

Los magos que aguardaban de pie recibieron aquella noticia con disgusto. Comenzaron a murmurar en contra, pero sólo Sirius habló con claridad.

—Considero que no debemos fiarnos aún de ellos, profesor —dijo, con todo el respeto que pudo, y varios estuvieron de acuerdo.

—Considero que estos muchachos no tienen posibilidad alguna de atacarme sin una varita —Dumbledore sonrió con amabilidad a Sirius, y miró al resto—. Así que los dejo libres para que puedan ir a descansar o a cumplir con sus tareas. Aunque —Y sus ojos azules volvieron a posarse sobre Sirius—, no me ofenderé si te quedas en el pasillo, como se que harás, Sirius.

Los dos se miraron por una fracción de segundos, era evidente que Sirius no solía acatar las órdenes de Dumbledore con facilidad, aunque éste no parecía enojado por ello.

Sirius fue el primero en salir, resoplando de enojo. No miró a nadie al atravesar la puerta, y todos sus compañeros salieron en silencio.

Harry siguió la partida de todos aquellos magos con aplomo. Le hubiera gustado hablar con Sirius.

—Bien, creo que esas amarras no son necesarias —Dumbledore agitó la varita y las cuerdas que sujetaban a Harry lo liberaron. El joven prestó atención al director, agradeciendo aquel gesto—. Quiero que me cuenten absolutamente todo: cómo llegaron aquí, y por qué.

Harry suspiró y comenzó a relatar toda la historia. Con ayuda de Hermione, porque Ron se cruzó de brazos enojado por alguna razón, Harry contó a Dumbledore cómo los inefables de su mundo habían abierto una brecha entre universos; mortífagos rebeldes habían escapado; en su mundo, Voldemort estaba muerto, y éstos querían traerlo de vuelta.

—Interesante —En aquel punto Dumbledore los miró con las cejar alzadas, prestando mucha atención a cada palabra.

—Por eso, necesitamos dar con Rabastan Lestrange lo antes posible —concluyó Harry—, nuestro mundo no está preparado para enfrentarse nuevamente a una guerra.

Pero a Dumbledore pareció no importarle que un mortífago de otro lado hubiera aparecido en su propio universo. Después de todo ¿Qué hacía un mortífago más en un mundo tan caótico como aquel? Quienes corrían peligro eran los del otro lado, no ellos. Y a Dumbledore le interesaron más las diferencias entre mundos, estudiar aquel extraño episodio.

A Harry lo irritó que el profesor preguntara sobre cosas que para él eran triviales en aquel momento. Harry habló de los Horcruxes, y por el rostro de Dumbledore supuso que, igual que el anciano del mundo de Harry, él también estaba a la caza de los mismos. En el momento en que Harry explicó el por qué de su cicatriz, Dumbledore se enderezó abruptamente en su silla.

—No es posible —dijo, con asombro verdadero.

—Si, lo es —respondió Harry, con tanta rudeza como Sirius. Estaban perdiendo tiempo valioso, debían recuperar a Ginny, arrestar a los mortífagos y volver a su mundo. Y ya estaba amaneciendo, como se veía en el horizonte—. Sobreviví a la maldición asesina, dos veces.

—¿Y dices que todo por una simple profecía? —preguntó, Dumbledore, realmente interesado.

—Yo no diría simple —contradijo Harry—. Usted mismo —y aclaró—, el usted de nuestra realidad, me dijo que sólo hizo falta que alguien creyera en aquella profecía para que se hiciera verdad. Vold… El innombrable —corrigió Harry, y notó en los ojos del profesor una chispa de diversión al oír que el chico mencionaba el nombre— creyó en ella, y me convirtió en "su igual", matando a mis padres —concluyó Harry.

—Curioso…—murmuró Dumbledore, más para si mismo— Curioso el cambio de circunstancias de un mundo al otro, esto de las variables es interesante. Continúa.

Harry no sabía qué más quería saber Dumbledore, ya le había contado todo lo que podía. Decidió hablar de la batalla de Hogwarts, de cómo fueron las cosas aquella noche. Y… no tuvo más remedio que mencionarle su propia muerte.

—Muy interesante —repitió Dumbledore, asombrado, al oír aquello—. ¿Me dejé asesinar por Severus Snape?

Harry asintió con la cabeza.

—Pero fue todo un plan, Snape trabajaba para usted (o el usted de nuestro lado), y además ya estaba muriendo —Harry estaba dispuesto a defender a Snape aún en aquel mundo. Ron resopló, aún enojado. A Harry comenzaba a enojarlo su actitud.

—Severus Snape, traidor de Lord Voldemort —los ojos de Dumbledore chispearon de diversión por la idea—. Eso sí que es curioso.

Dumbledore sonreía, y aquello desconcertó a Harry. Dumbledore siempre había sido una caja de sorpresas, y el hombre que estaba frente a ellos parecía ser tan místico como el que habían conocido antaño.

—En fin —Dumbledore cambió su semblante, aturdiendo a Harry aún más—, la Orden entera está ya buscando a aquellos mortífagos. Deben saber que ya estábamos sobre aviso, por una fuente, y supusimos que alguien más podría aparecer. Es por eso que tenía a un grupo vigilando el Ministerio —explicó, y anunció—. Quédense tranquilos en que haremos lo imposible por atrapar a aquellos intrusos, para devolverlos a donde pertenecen. Si bien ansiamos con esta guerra sin fin, creo que la respuesta no es enviar al mago más tenebroso de todos a otro mundo, para que comience una guerra ente dimensiones. Así que, una vez que hallemos a Lestrange y compañía, podrán volver todos a casa. Y espero que cumpla con su palabra, señor Potter —miró a Harry, y a éste le pareció demasiada la formalidad—, de obligar a sus inefables a terminar con este peligroso experimento. Por el bien de nuestros mundos, y de otros.

—Así será —prometió Harry.

—¡Oigan! —Ron habló por primera vez en horas— ¿Y en qué parte del plan entra rescatar a mi hermana? No me iré sin ella —anunció, y miró a Harry—. Es tu culpa que esté perdida.

—Quiero encontrarla tanto como tú, Ron —respondió con frialdad Harry, y sabía que Ron tenía razón: debería haber obligado a Ginny a quedarse en casa.

Dumbledore levantó una mano, para que las aguas se calmaran.

—Si algún miembro de la orden encuentra a aquella señorita, tengan por seguro que la pondrán a salvo y la traerán ante ustedes. Ahora bien, creo que es mejor…

Pero Dumbledore no pudo terminar la frase. Se escuchó un grito, que parecía provenir del pasillo.

—¡NO! —aulló una voz familiar— ¡TE DIJE QUE NO TE METAS EN ESTO!

Sirius estaba colérico con alguien. Los tres jóvenes se detuvieron a escuchar con atención.

—¡APÁRTATE! —gritó otra persona, fuera de si— ¡DÉJAME SUBIR, SIRIUS!

—¡NO ESCUCHASTE TODA LA HISTORIA! —gritó éste.

—Por Merlín…—Dumbledore se recostó en su sillón, y cerró los ojos, con gesto cansino. Hablaba en un susurro, como si comprendiera lo que ocurría afuera. Harry estaba intrigado— Déjalo subir Sirius, o despertarán a todo el castillo.

Pero claramente Sirius no podía escucharlo desde donde estaba, y se encontraba dispuesto a detener a quien sea que quisiera subir.

—¡NO ME IMPORTA!

—¡NO ESTAS ENTENDIENDO!¡NO…ES…ÉL! —siguió Sirius.

—¡APÁRTATE!

Y claramente quien peleaba con Sirius ganó la disputa, porque se escuchó cómo la gárgola lo dejaba entrar, y luego unos pasos apurados por las escaleras.

Un hombre abrió la puerta de golpe, y otro lo siguió detrás, jadeando. Sirius tenía el rostro desencajado, y detuvo al intruso por el brazo. El primer mago buscó por el despacho algo que le interesaba, y detuvo su vista en Harry.

Y Harry sintió que iba a desmayar.

—Buenas noches, James —Dumbledore saludó con amabilidad al recién llegado—. O buenos días, lo que prefieras.

Pero James no lo escuchó. Harry parpadeó varias veces para que su cerebro procesara lo que sus ojos veían. Pronto se sintió realmente descompuesto.

—¡Harry! —El rostro de James se iluminó. Se deshizo del brazo de Sirius y caminó dando zancadas hacia el joven.

James abrazó a Harry, y éste quedó petrificado sin poder reaccionar.


Nota: ¡Hola, hola! Perdón la demora, estuve algo ocupada y además este capítulo se resistió un poco a ser escrito. Creo que debo disculparme por la redacción, si tengo un poco de tiempo la corregiré.

Espero que les haya gustado, y saben que espero comentarios tanto si tienen opiniones positivas como negativas. ¡Nos vemos!