Disclaimer: Si leen algo y les parece familiar, no es mío (y).
Ignatia Fenwick se quedó paralizada en la mitad de la habitación, mirando fijamente el perchero que estaba justo al lado de la puerta principal y comenzó a sudar.
Oh, Merlín.
El correo había llegado.
Tres pares de ojos amarillos le devolvían la mirada. La lechuza que estaba parada en lo más alto del perchero era de color gris, con motas negras por allá y por acá. Las otras dos eran marrones. Y todas tenían cartas atadas a las patas.
Tragando saliva, Ignatia se acercó a las lechuzas; las que una a una, a medida que desataba las cartas, fueron volando afuera por una pequeña ventanita que ella había adaptado para que las pobres no esperaran en la intemperie mientras ella salía a buscar el correo. Así sólo tenían que pasar.
Se alejó de la puerta y fue a sentarse en una de las seis sillas que rodeaban la mesa de madera que había conseguido el año pasado. La mesa era utilizada por sus clientes, si querían leer un poco algún libro antes de comprarlo.
Cuando había bajado al primer piso, lo había hecho con la intención de abrir la pequeña tienda que tenía en el Callejón Diagon: Librería y Biblioteca Iggy Books.
Su máximo orgullo.
Le daba el dinero suficiente como para tener para sobrevivir el mes y ahorrar un poco (para ir a recorrer el mundo, si juntaba el valor suficiente) y estaba más que un poco desordenada, pero era todo lo que tenía.
Y bueno, el exquisito olor de los libros era un gusto extra.
Pero no era lo que más deseaba en el mundo. Lo que más deseaba en el mundo podía o no cumplirse, según lo que dijera la carta que estaba esperando.
Bajando los ojos a la mesa, donde descansaban las cartas que había retirado de las lechuzas, volvió a tragar saliva, los nervios cerrándole la garganta y haciendo que se acelerara su corazón.
La primera carta era del Banco Gringotts, recordándole muy amablemente que en unos días vencía el plazo para pagar la cuota mensual de su propiedad. La tienda aún no era de ella. La había adquirido a través del banco y la estaba pagando en cuotas. Por supuesto, con un grotesco e indignante interés mensual agregado. Seguramente cuando por fin lograra cubrir el total de cuotas (iba en la 38 de un total de 60), habría pagado el doble de lo que costaba inicialmente.
Estúpidos duendes buenos para los negocios.
Tirando lejos la carta que tenía en las manos, tomó la segunda. Leyó el sobre y comenzó a sudar nuevamente.
Srta. I. Fenwick
Habitación sobre la tienda
102, Callejón Diagon
Londres
Giró el sobre con manos temblorosas y se quedó mirando la cera roja donde estaba marcada la "Gran Eme". Debajo de la "M" se podía leer "Ministerio de Magia". Y debajo de eso, "Oficina de Aurores".
Oh, Dios. Era la carta.
Llevaba cerca de un mes temblando como anciana y sudando como cerdo cada vez que aparecía alguna lechuza por su tienda, esperando que llegara aquella carta.
Juntando valor, la abrió rápidamente.
Estimada Srta. Fenwick:
En relación a su postulación al programa de entrenamiento de la Oficina de Aurores, lamentamos informarle que no ha sido aceptada como recluta para el periodo septiembre-1997 / mayo-1998, por no cumplir con el perfil que buscamos para nuestras filas.
Agradecemos su postulación y sugerimos que considere otras oficinas del Ministerio de Magia, con cupos disponibles:
-Comité de Disculpas a los Muggles, Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas.
-Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia, Departamento de Seguridad Mágica.
-Oficina de Trasladores, Departamento de Transporte Mágico.
Espero que esté bien.
Sinceramente,
Gawain Robards
Oficina de Aurores
Departamento de Seguridad Mágica, Ministerio de Magia.
Ignatia se quedó mirando fijamente en papel, sintiendo como cada palabra que había leído se ubicaba sobre su pecho, haciendo que se sintiera pesado.
La habían rechazado.
No iba a poder ser Auror.
No sabía si sentirse aliviada o llorar de impotencia.
Cuando había ido a dejar la solicitud había estado aterrada. Y casi se había desmayado del susto cuando la llamaron para someterla a algunas pruebas, para ver si era apta. Claramente, no pensaron que lo fuera.
¿En qué había fallado?
Había respondido bien a todas las preguntas en la prueba escrita, de eso estaba segura. Quizás había sido el test psicológico. El mago que ese día la había llamado a una habitación se veía como alguien…manso, a falta de una mejor palabra. No parecía poder asustar a nadie, ni aunque lo intentara. Camisa a cuadros, corbatín rojo oscuro al cuello. Lentes. Muy, muy bien peinado.
Aunque para ser justos, quizás ella tampoco daba mucho miedo. La piel pálida, un montón de pecas, poca estatura y anteojos era una combinación que hacía muy poco probable que algún mago oscuro huyera en la dirección contraria.
Pero era buena con los hechizos y tenía más del mínimo de TIMO's exigidos para postular al programa.
Aunque, quizás, había sido esa respuesta.
El tipo del corbatín le había preguntado qué era lo que más le apasionaba en la vida. Y ella, la muy bruta, había respondido "mis libros".
Mis libros, por amor a Merlín. Debería haber respondido algo así como "perseguir magos oscuros en mis tiempos libres" o "luchar por la justicia en el mundo mágico". O "ensayar qué palabrotas utilizaré la próxima vez que me cruce con un Mortífago". Cualquiera menos la respuesta verdadera.
Cuando salió de la entrevista quiso golpearse contra el escritorio de la secretaria, que en ese momento la miró de pies a cabeza, su boca pintada de rojo arrugada en una mueca de desaprobación.
Pero después, en las pruebas prácticas, no le había ido tan mal. Se había lucido con las transformaciones, con su disfraz de viejecita mendiga. Y sí, había disparado por error un hechizo a uno de los hombres que estaba en su equipo, pero había sido un hechizo muy bien realizado. Y bueno, con las pociones nunca tuvo ninguna buena expectativa, pero había resuelto muy bien todos los acertijos que le habían puesto por delante, y la táctica que propuso para los duelos en equipos había sido la mejor.
Pudo haber sido mucho peor.
Suspirando, se giró sobre la silla, para mirar a los ojos del hombre que la saludaba desde un marco de fotos, sobre el mesón de compras, junto a la caja de dinero.
El tono de la foto no permitía apreciarlo, pero aquellos ojos eran del mismo color que el suyo, de profundo color verde.
Había sido muy joven cuando su padre había muerto asesinado, pero recordaba sus ojos, llenos de emoción y palabras no dichas. Y los volvía a recordar cuando se miraba todas las mañanas al espejo.
Y era por él, por su padre, que quería ser Auror. Porque Benjy Fenwick había sido un gran mago y había luchado contra Voldemort y sus filas en la Primera Guerra Mágica. Y ella quería hacerlo sentir orgulloso, aunque ya no estuviese físicamente junto a ella.
De él había heredado su cerebro, su amor por los bosques, sus ojos y su determinación. Pero, aparentemente, no había heredado su maestría al enfrentarse a magos tenebrosos.
Un fuerte golpe la hizo saltar de la silla y apuntar su varita a la puerta de entrada en menos de un segundo. Ja, estúpido Gawain Robards, él se perdía la oportunidad de tener sus fabulosos reflejos entre "sus filas".
–¡Iggy! –la voz femenina llegó con fuerza desde el otro lado de la puerta –¿Iggy? ¡Ignatia Selene Fenwick, abre esta puerta ahora mismo!
Ignatia hizo girar los ojos. Tenía que armar todo ese escándalo, ¿cierto?
Se acercó rápidamente a la puerta que estaba siendo brutalmente aporreada, levantó el seguro con ayuda de su varita y la abrió de golpe.
–¿En serio, Eva? ¿Era realmente neces…?
Evadine Malkin, también conocida como su mejor amiga desde hace tres años, se lanzó sobre ella, interrumpiéndola a la mitad de su pregunta y obligándola a retroceder un par de pasos con ella colgada al cuello.
–¿Cómo que si era necesario, Iggy? ¿Por qué no habías abierto? ¡Pensé que estabas muerta o algo! –lloriqueó Eva contra su cuello.
–Oh, detente, Reina del Drama. Sólo me entretuve con el correo, eso es todo. –respondió Ignatia, quitándose a su amiga de encima.
La cara de Eva se iluminó como calabaza en Halloween.
–¡Oh! ¡OH! ¿Qué hay de nuevo? ¡¿Qué llegó?! –gritó Eva emocionada y, antes de que Ignatia pudiera pestañear, ya estaba junto a la mesa, dando saltitos con el sobre que aún no abría en la mano. –¿Y esto? –se interrumpió Eva, al ver la carta del Ministerio abierta sobre la mesa.
A Eva le bastó sólo un vistazo para saber qué era.
–¿Volvieron a rechazarte? Serán muy malditos, ellos se lo pierden. –dijo con tono enfadado –Pero, hey, esta vez agregaron sugerencias de trabajos. La última vez no pusieron ni gracias.
Como si eso la hiciese sentir mejor. Pero como sabía que Eva lo había dicho precisamente con la intención de hacerla sentir mejor, Ignatia no dijo nada.
–Entonces, ¿puedo abrirla? Por favor, por favor, porfavorporfavorporfavor…
Ignatia sabía que Eva no abriría la carta sin su permiso, pero también sabía que no pararía hasta que la dejara hacerlo.
Su amiga era hermosa, y no había más palabras para definirla. Era alegre como ella sola y podía ponerse un saco de harina encima y salir a desfilar a la calle y aun así lograría que la mitad de los magos y un tercio de las brujas se girara a verla. Con su cuerpo de modelo, su cabello rubio platinado y sus lindas facciones (incluyendo sus ojos claros) era un knock out para la vista.
Ahora estaba de rodillas, suplicando con sus enormes ojos azul cielo, que resaltaban aún más cuando llevaba su largo cabello suelto, como en aquel momento.
–…avorporfavorporfavorporfav…
–Oh, está bien, abre el sobre de una maldita vez.
Siempre ganaba y ella lo sabía. Maldita fuera.
Eva se apresuró a desatar la delgada cinta color rosa que envolvía el sobre y, si fuera posible, su cara se iluminó más.
–¡Iggy! ¡Estas invitada a una boda!
¿Ah?
–¿Quién es William Weasley? ¿Familiar de los gemelos?
Whoa…
¡El mayor de los pelirrojos se casaba!
–A ver, presta acá –dijo Ignatia arrancando la invitación de las manos de Eva y leyéndola rápidamente.
Era cierto, Bill Weasley se casaba. Con alguien de apellido impronunciable, pero que se veía hermosa en la pequeña foto que estaba al pie de la tarjeta.
–Es un viejo amigo –respondió Ignatia –, el Señor y la Señora Weasley eran amigos de mis padres, por eso lo conozco. Son padres de Bill y también de los gemelos.
Los gemelos eran conocidos en el Callejón Diagon, se habían instalado en una tienda cercana a la suya hace casi dos años y era difícil que pasaran inadvertidos.
–Qué lástima, no dice que puedas invitar a alguien –dijo Eva, asomándose por sobre su hombro y releyendo la invitación –pero dice que es en apenas dos semanas. No es demasiado tiempo para encontrar el vestido perfecto.
Oh, mierda. Por un momento había olvidado que estaba junto a alguien obsesionada con la ropa y la moda. Digna hija de su madre.
–Tampoco exageremos, Eva…algo simple será sufic…
–No te atrevas a terminar esa frase, señorita –dijo Eva con voz indignada –No, te, atrevas. Te quiero mañana en la tarde en la tienda de mamá, vamos a empezar la búsqueda lo antes posible. Ninguna amiga mía irá vestida con "algo simple" a una boda, no, no. Y no me mires así –agregó cuando vio la cara de pánico que probablemente tenía Ignatia en la cara –agradece que te doy un día para prepararte psicológicamente. Así aprovechas además de ordenar este lugar, es un caos.
–¡Hey! ¡Es un caos organizado! –gritó enfadada Ignatia, pero sus palabras se perdieron en el aire: Eva ya abandonaba el edificio. –Mierda.
–Disculpe, ¿está abierto? –dijo una señora mayor, apareciendo en la puerta de la nada.
–Sí, pase, pase –se apresuró a responder Ignatia, intentando abandonar el modo Amo-y-odio-a-mi-mejor-amiga y entrar en el Tengo-un-negocio-que-atender.
Utilizando su varita, abrió todas las cortinas, para que el sol matutino inundara la habitación. Para desgracia suya, también inundó de luz su "caos organizado".
Agh, necesito un ayudante.
Y bueno, llevaba un par de días con esto en la cabeza. Aproveché de escribirlo, por si tiene algún futuro. Pretendo que sea parte de la misma línea de la historia de Cassandra/Sirius, así que lo dejaré acá hasta que llegue el momento adecuado (:
Si pueden, cuéntenme qué les parece!
Besos!