Capítulo 48: La daga

Lo primero que vio Emma al abrir los ojos fue la figura de Killian junto a las estanterías. La pila de libros sobre magia oscura, que el pirata había colocado sobre la mesa, iba disminuyendo conforme los volvía a colocar en el orden correcto. La mujer se maldijo internamente por haber descuidado ese pequeño detalle. Debía haber imaginado que la obsesión del pirata por estudiar todos esos volúmenes había derivado en otra obsesión relacionada con el orden en el que estos debían estar situados. Puesto que no le apetecía retomar la discusión que habían dejado a medias, Emma volvió a cerrar los ojos disimuladamente.

— Sé que estás despierta — inquirió sin girarse.

La joven se irguió en la cama con un suspiro profundo, preguntándose cómo podía haberla descubierto si se encontraba de espaldas a ella.

— La culpabilidad estaba gritando por ti — le dijo el pirata mientras colocaba en la estantería un pesado volumen de tapas rojas que Emma identificó inmediatamente.

Se trataba del libro que hablaba sobre la daga, ese arma que era capaz de derrotar al monstruo que les había destrozado la vida. Killian se giró en el momento justo para captar la mirada de Emma, contemplando fijamente el volumen que acababa de guardar.

— La respuesta es no — sentenció antes de que ella pudiera pronunciar una sola palabra.

— Pero, Killian… — Quería convencerlo de que aquella podía ser una buena solución a todos sus problemas.

— No — repitió tajante —. Emma, ni se te ocurra decirlo en voz alta. Aquí no hay soluciones, ¿de acuerdo? — Guardó otro volumen antes de continuar —. Hay aproximaciones, teorías, consejos…llámalo cómo quieras; pero no hay soluciones.

Se levantó de un salto de la cama y caminó hacia él. Ambos sabían que existía una pequeña esperanza guardada entre aquellas páginas, una manera de derrotar al Ser Oscuro. No cabía duda de que se trataba de una decisión arriesgada y que cabría planear correctamente la estrategia de ataque, pero, al fin y al cabo, aquella alternativa era mejor que optar por el camino de la rendición. No, no iba a retirarse de la batalla sin intentar luchar.

Cogió el volumen de tapas rojizas mientras le lanzaba a Killian una mirada de aviso con la que pretendía dejarle claro que haría cualquier cosa por abrir ese libro, aunque tratara de impedírselo. El pirata se cruzó de brazos como única respuesta, apoyándose en el borde de la mesa.

— Muy bien, amor —siseó entre dientes —. Busca la imagen de la daga y te enseñaré el motivo por el que no es más que una patraña.

Emma rodó los ojos ante la negatividad del hombre, colocó el volumen sobre la mesa y comenzó a pasar las páginas. A llegar a la número 483 se percató de que algo fallaba, ¿dónde estaba la página 482? Retrocedió con cuidado, cerciorándose de la enumeración. Era extraño. El papel estaba intacto, como si la hoja se hubiera volatilizado en el aire. Tal vez solo se trataba de un error al que, anteriormente, no le había prestado atención; continuó hojeando el libro sin éxito. Definitivamente, la página que contenía la información sobre la daga había desaparecido.

— Killian… — murmuró confusa.

El hombre que vio al alzar la mirada era muy distinto al que esperaba encontrar. Estaba apoyado en la estantería de libros, jugueteando con la página perdida entre sus escuálidos dedos. Sintió un escalofrío al contemplar de nuevo aquel rostro plagado de escamas que se asemejaba a la piel de un cocodrilo, tal y como solía señalar Garfio. El recuerdo de su nombre provocó que girara la cabeza de un lado a otro, buscándolo, mientras la angustia comenzaba a apoderarse de ella.

— ¿Dónde está Killian? — preguntó con firmeza, no estaba dispuesta a permitir que Rumpelstinkin percibiera su miedo.

— Vivo — respondió él con sorna, enseñando su dentadura maltrecha —. A diferencia de la última vez que nos vimos. Admito que estoy sorprendido de comprobar que ambos conseguisteis volver a la vida.

La imagen de la joven sirena apareció con nitidez en la mente de Emma y fue incapaz de contener las lágrimas de rabia que comenzaron a resbalar por sus mejillas. El precio que Ariel había tenido que pagar para salvarles de la muerte, tras ser controlada por el monstruo que se encontraba frente a ella en aquellos instantes, había sido demasiado alto. Ni siquiera tuvieron la oportunidad de despedirse de su amiga adecuadamente. Lo último que Emma recordaba sobre ella era el vacío que se reflejaba en su mirada y la palidez de su piel, carente de toda la belleza que poseía cuando se conocieron.

— Tú asesinaste a Ariel — dio un paso hacia el Ser Oscuro al tiempo que lo señalaba con el dedo —. Al igual que asesinaste a mis padres y a la novia de Killian.

Rumpelstinskin continuó observándola impasible, sin borrar la sonrisa de sus labios.

— Cabría realizar unas cuantas precisiones en esa afirmación. En primera lugar, a la sirena no la maté yo — indicó encogiéndose de hombros — No culpes al demonio de los pecados que comete el amor. Ella decidió entregar su vida por una persona que no le correspondía mientras su amor verdadero la esperaba en una taberna.

El hombre se separó de la estantería para dirigirse con calma hacia una silla de madera. Emma siguió cada uno de sus movimientos con la mirada, manteniendo la alerta en todo momento.

— La novia del pirata era también mi mujer — dijo en tono agrio —. Ella simplemente pagó las consecuencias de sus actos…Y además, debes reconocer que te hice un favor. Si hubiera dejado vivir a Milah, tú y ese hombre nunca os hubierais conocido.

Emma lo observó con desagrado. En cierto modo era cierto que las acciones del Ser Oscuro en el pasado la habían conducido hasta su amor verdadero, pero aquella no era una excusa válida para justificar todo el sufrimiento que les había causado. Estaba plenamente convencida de que si realmente Killian y ella estaban destinados a encontrarse, lo hubieran logrado en cualquier circunstancia, incluso si sus vidas hubieran sido felices y plenas.

— ¿Qué excusa tienes preparada para defender el crimen que cometiste contra mis padres? — preguntó sin apartar la mirada de él.

El hombre cruzó las piernas y apoyó la barbilla sobre su mano mientras fingía buscar una coartada. Al cabo de unos segundos estalló en una carcajada histérica que heló la sangre de la mujer rubia.

— Ninguna, por supuesto — declaró divertido —. Ellos rompieron nuestro trato y fueron sentenciados a muerte por ello — Emma comprobó que no había ni un ápice de arrepentimiento en su voz.

— Ellos no rompieron nada — comenzó a caminar hacia él sin ser apenas consciente de sus actos —. Tú los engañaste — gritó—. Tú querías matarme.

La risa del Ser Oscuro retumbó entre las paredes del camarote. Se levantó de la silla y caminó hacia Emma, recorriendo rápidamente los pocos metros que todavía los separaban. Cuando estuvo frente a ella, la cogió del mentón, obligándola a mirarle a los ojos. La mujer se mantuvo firme y le sostuvo la mirada, sin dejarse intimidar.

— Querida, yo no quería matarte — murmuró cerca de su rostro, remarcando cada palabra — Quería hacer algo mucho peor, muchísimo peor.

Emma tragó saliva. Solo deseaba huir de allí, correr lejos de aquel hombre lo más rápido posible y encontrar a Killian. Sin embargo, continuó inmóvil, deseando que el Ser Oscuro fuera incapaz de escuchar el latido frenético de su corazón. Recordó la conversación que había mantenido con Roja el día anterior, en la que la joven loba le había hablado del trato que Rumpelstinskin había realizado con sus padres.

— Deseabas robarme mis poderes — dijo con odio. Después intentó liberarse de su agarre pero el hombre la sujetó con firmeza.

— Exactamente…pero tú lo impediste, rompiendo de ese modo el trato. Tú eres la culpable de que murieran.

Emma volvió a sentir la angustia provocada por la culpabilidad. Un sentimiento que le atenazaba los músculos y se asentaba en su corazón envenenándolo lentamente. Si ella hubiera sido una niña normal, su familia habría tenido una vida en aquella casa situada en medio del bosque.

— Solo era un bebé —susurró con voz rota —. Yo no entendía de magia ni de tratos. Solo te tenía miedo.

Aunque quería gritar que ya no le temía, en el fondo sabía que solo trataba de mentirse a sí misma. Era sencillo mostrar valentía cuando aquel monstruo se encontraba lejos de ella, pero ahora, teniéndolo frente a frente, sus fuerzas comenzaban a flaquear. Buscó con la mirada el único elemento capaz de acabar con aquel hombre: la daga que aparecía en el libro. Debido a sus características, era imposible que él decidiera desprenderse de aquel objeto; puesto que la persona que consiguiera quitárselo tendría el poder de dominarlo.

— ¿Buscas esto? — Rumpelstinskin levantó la hoja de papel en la que estaba dibujada el puñal.

— En realidad…— contentó la joven armándose de valor — Busco la verdadera daga.

— Buena suerte con eso — espetó su enemigo antes de utilizar la magia para lanzarla contra la estantería.

El cuerpo de Emma chocó contra el mueble de madera y cayó al suelo, junto a varios libros que no lograron soportar la fuerza del impacto. Gimió de dolor al sentir un dolor punzante en la pierna derecha. Uno de los estantes se había partido y algunas astillas le habían alcanzado la piel. Estaba a punto de ser engullida por la oscuridad cuando que una voz logró filtrarse entre la bruma de la inconsciencia.

— Vamos, amor, tú puedes ganar esta batalla.