Disclaimer: Once Upon a Time no me pertenece, sólo la uso para acallar las voces de las musas que danzan a mi alrededor.

Antes que nada, muchas aclaraciones:

- Intentaré que los personajes mantengan sus personalidades lo máximo posible, pero dado que algunos cambian drásticamente de rol, quizás no lo consiga del todo. Perdón de antemano por ello.

- Los parentescos entre ellos, en principio, son los mismos que en la serie.

- Toda la trama se desarrolla en el mismo arco temporal (es decir, todos conviven al mismo tiempo), y no hay amenaza de maldición oscura. Debido a esto, y sintiéndolo mucho, he decidido que Rumplestiltskin no tiene cabida en esta historia. Creedme que de verdad he intentado introducirlo, pero todas las opciones me parecían demasiado forzadas o poco lógicas. Quizás os parezca una tontería, pero es uno de los personajes clave de la serie y no me tomo a la ligera el "eliminarlo". Para hacerlo más fácil, pensad que Milah nunca lo abandonó y él nunca se convirtió en el Oscuro, por lo que vivió y murió siglos atrás.

- El fic empieza con el nacimiento de la princesa Emma, luego hay un gran salto en el tiempo y a partir de ahí alternaré el presente con algunos flashbacks. Espero que todo se entienda bien.

- La pareja principal, como indico en el resumen, serán Emma y Regina, pero habrá alguna que otra entre medias. Estas aún no son definitivas, así que acepto sugerencias. Todo sea por los finales felices x)

- Intentaré que los capítulos sean medianamente largos (unas 2000 – 2500 palabras). No prometo actualizar demasiado seguido porque, además de temas académicos y/o personales (y que el 98% del tiempo estaré sin internet), la inspiración va y viene a su antojo, pero lo haré lo mejor que pueda. (El rating podría cambiar a M en un futuro lejano si me veo con ganas y motivación para ello).

Gracias a Lledó por ser mi "editora" y darme su aprobación para el fic. Y como siempre, gracias a ti por darme una oportunidad si aún sigues leyendo ;)


Capítulo 1:

La sala del trono estaba rebosante de actividad. Nadie quería perderse el gran momento, el anuncio del nombre de la recién nacida princesa. Para todos aquellos que pertenecían a la nobleza (alta, media o baja), no estar presente en un suceso de tal magnitud era sinónimo de suicidio social. Su madre lo tenía muy claro. Por ello se aseguró de que todo el mundo la viera tras ser anunciada y haber entrado en el gran salón del brazo de su marido.

La pequeña figura que estaba a su lado adoptó el porte regio de la mujer mayor: espalda recta y mirada al frente. Sin embargo, ella no disfrutó con ello. A sus 6 años de edad, sabía perfectamente cómo debía comportarse, hablar o incluso respirar, pero eso no significaba que le gustara dicha posición. Lo único que en realidad quería era correr hasta alguna de las mesas rebosantes de comida y zamparse lo que la mayoría, por decoro o apariencia, ni siquiera tocaba.

Pero no iba a arriesgarse. Su madre llevaba casi una semana sin castigarla, lo consideraba un récord personal y no tenía intención ninguna de fastidiarla. Así que se mantuvo firme y altanera, como le correspondía dado su estatus sólo un piso por debajo del de los reyes, e ignoró el olor reconfortante de los pastelillos colocados a un metro a su derecha.

Las trompetas sonaron y se hizo el silencio cuando el rey Leopold y la reina Eva se levantaron de sus tronos. Segundos después, la princesa Snow White hizo aparición con un bebé en brazos y su esposo el príncipe James.

Todos los presentes se inclinaron en señal de respeto y agacharon la cabeza, pero la niña, curiosa como ella sola, levantó disimuladamente la mirada y se fijó en la distancia entre los recientes padres. Frunció el ceño ante la imagen. A ella le encantaba leer, y en todos sus libros, cuando los protagonistas se querían y esas cosas, pues se cogían de la mano y estaban felices. Snow y James ni hacían lo primero ni parecían lo segundo.

- Es para mí un honor presentar a mi primera nieta en el día de hoy – dijo el rey Leopold -. ¿Cuál es el nombre que has escogido para ella, hija mía?

Snow alzó a la bebé por encima de su cabeza, reafirmando su superioridad, y habló con voz clara y orgullosa.

- Su nombre es Emma, ya que representa, a partes iguales, la fuerza y la bondad propias del soberano de un reino.

Los invitados se levantaron y empezaron a aplaudir. Emma, que antes de eso estaba medio dormida, reaccionó al ruido abriendo cómicamente sus ojos, difíciles de encasillar en verdes o azules.

En el momento en que sus miradas se cruzaron, todo pareció detenerse a su alrededor. La gente pasó a un tercer plano y los pastelillos perdieron importancia. Se le aceleró el corazón y se olvidó momentáneamente de cómo respirar hasta que Snow bajó a Emma y la acunó contra su pecho, instante en el que la unión se rompió.

Sacudió la cabeza desconcertada y escuchó un suspiro a su lado. Su madre la miraba con desaprobación. Oh, no, se había olvidado de aplaudir. Adiós al récord personal.

Horas después, tras haber sido arropada por una de las criadas, Regina no podía dormir. No entendía lo que había pasado. No era capaz de pensar con claridad. Nunca había tenido amigas, pero ¿porqué se sentía tan sola esa noche, más que de costumbre? ¿Qué era exactamente lo que había sentido al mirar a la princesa? ¿Porqué la echaba de menos? Y lo más importante, ¿podría volver a verla?

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17 años después

Todo estaba calculado al milímetro. Habían hecho cosas como esta cientos de veces antes, muchas de ellas más peligrosas incluso. No había de qué preocuparse.

Pero Regina no podía quitarse de encima la sensación de inseguridad que siempre la recorría aunque nunca lo mostrara exteriormente. Ellas eran su familia, su vida entera, y por mucha práctica que tuvieran, salir heridas siempre era una posibilidad.

Asomó la cabeza por el borde derecho del árbol al que estaba encaramada y miró hacia el lado opuesto del camino real, donde Red imitaba su posición. La loba asintió para indicarle que su objetivo tardaría poco en llegar, sus sentidos súper-desarrollados le permitían saber ese tipo de cosas. Regina bajó la mirada y le hizo la señal acordada a Tink, quien salió de su escondite entre la maleza y se tiró en medio del camino fingiendo algún tipo de dolencia. La morena sacó una flecha del carcaj y tensó su arco.

3 minutos después, el chófer del carruaje paró a los caballos y bajó de su asiento, preocupado por la muchacha herida. Al mismo tiempo, Red saltó gŕacilmente aterrizando en el techo del carro. Alertados por el estruendo, los dos guardias que iban dentro salieron rápidamente y Regina los derribó con sus flechas, inutilizándolos antes de que pudieran desenvainar sus espadas. Un fugaz vistazo le confirmó que Tink ya se había encargado del otro. Se colocó el arco en el hombro y se deslizó por el árbol con destreza mientras Red cogía el cofre del asiento interior y las tres se reunieron al lado del vehículo.

- ¡Eso no es vuestro! - gritó uno de los guardias agarrándose la pierna agujereada por la puntería de Regina -. ¡Pertenece al rey!

- No, querido, pertenece al pueblo que tu rey atosiga con más y más impuestos cada día – rebatió ella.

- ¡Tú no eres nadie para decidir eso!

- ¿Y tú sí? ¿Un simple "soldado" encargado de la colecta en vez de estar en el campo de batalla?

El hombre se encogió ante esas palabras. Aquella mujer había atacado su ego, sin conocerlo de nada, con la precisión de un halcón.

- ¿Quiénes sois? - preguntó con voz débil. No podía ver con claridad las caras de sus atacantes porque todas llevaban capucha (aunque cada una de un color distinto), y sabía que si no conseguía esa información después de ser atracado, acabaría en la horca real.

La que iba de negro sonrió por primera vez antes de contestar.

- Somos Las Prófugas.

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Inútiles.

Las lecciones eran inútiles después de 15 años estudiando lo mismo una y otra vez.

Los profesores eran inútiles a pesar de llevar 15 años impartiendo la misma materia.

Sus padres eran inútiles cuando intentaba hablar con ellos sobre la inutilidad de esas clases.

Estaba rodeada de incompetencia y cada día se sentía más y más frustrada.

- Céntrate, Emma – le riñó su profesora de Geografía e Historia, la misma que la trataba como si aún tuviera 5 años -. Recítame los reinos.

- En el norte: el Reino Blanco, gobernado por el rey Leopold y la reina Eva, padres de la princesa Snow White – repitió Emma por enésima vez.

¿Cuánto tiempo más tendría que hacer esto? ¿Tan tonta parecía como para no saberse el sitio que teóricamente gobernaría algún día? A veces deseaba perderse en las montañas que separaban el castillo de 'la tierra de más allá'. Lo único que le gustaba de su "hogar" era que, por alguna razón, sólo allí nevaba en invierno.

- En el sur: el Reino Azul, gobernado por el rey George, padre del príncipe James.

Su nombre, según la cultura popular, se debía a la presencia del puerto y el mar infinito en el que acababa, pero ella no las tenía todas consigo. 18 años atrás, la boda (concertada por Leopold y George) de James y Snow había unido ambos reinos, pero seguían funcionando individualmente en la mayor parte de los asuntos.

- En el este: el Reino Dorado, gobernado por el rey Midas, padre de la princesa Abigail.

El hogar de las minas era el más alejado de todos, llegando a ser tratado como un simple proveedor de recursos materiales. Y además todos decían que Midas había perdido el juicio tras ser maldecido por un poderoso hechicero.

- En el oeste: el Reino Verde, gobernado por la reina Aurora (casada con el príncipe Phillip) desde hace dos años tras la muerte de sus padres, bajo el consejo de su tía Maléfica.

Vale que estaba situado en un valle, pero ¿Reino Verde? ¿En serio? ¿A quién se le habían ocurrido esos nombres? O mejor dicho, ¿qué había estado bebiendo antes?

Además, a ella le interesaban mucho más los pueblos que había por el medio, unidos por millas y millas de bosque. La nobleza era aburrida, tediosa y plana. La naturaleza, en cambio, ofrecía un abanico infinito de posibilidades.

- Muy bien, Emma – elogió Blue con su voz chillona -. Hemos acabado por hoy.

La rubia relajó los hombros y se permitió soltar un suspiro de satisfacción, ignorando la mirada de reproche del hada. Salió de la biblioteca, donde impartían siempre las clases, y se dirigió a uno de los muchos pasadizos secretos del castillo. Ella los conocía todos y los utilizaba a menudo, ya que le molestaban sobremanera los guardias que la seguían a todas partes por orden de su madre.

Llegó a su habitación y rápidamente se quitó la ropa. En sí, el vestido era bastante sencillo (sin pedrería ni mariconadas por el estilo), pero el corsé la estaba matando. ¿Porqué se empeñaban en hacérselos llevar? No servían para nada más que para ser terriblemente incómodos.

Se puso sus pantalones de montar, una camisa holgada con un chaleco por encima y sus botas preferidas. Eso estaba mejor. Luego se quitó las pinzas que sujetaban su cabello, dejando caer sus rebeldes rizos dorados, y cogió su querida espada. Era una de sus posesiones más valiosas, hecha con una aleación de metal y polvo de hadas. Ligera pero letal, justo como ella misma. Además, se la había regalado su padre, quien no era conocido por obsequiarla a menudo.

Llegó a los establos sin ser vista, toda una proeza, y ensilló a Tormenta. Media hora y varias millas a trote después, bajó de su yegua y ató la correa al poste que ella misma había colocado allí. Ese claro en el bosque llevaba años siendo su "guarida", su vía de escape a su insulsa existencia. Lo consideraba su casa mucho más que el castillo, a pesar de que constaba solamente de una hamaca atada entre dos árboles, unos cuantos muñecos de madera para entrenar y un robusto manzano que parecía haber salido de la nada.

Aunque pasaba bastante tiempo observando la técnica y ejercicios de los soldados, era allí donde se fortalecía físicamente y con la espada. En resumidas cuentas, hacía todo aquello que no se le estaba permitido como princesa frágil y débil.

Sólo que ella no era ninguna de esas cosas. Ella era fuerte, y valiente, y aventurera. Y se lo demostraría a cualquiera que se le pusiera por delante.

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- Llegas tarde.

- Lo sé, nos encontramos con una patrulla de camino y tuvimos que dar un rodeo – explicó Regina con paciencia.

Llevaban juntas casi 6 años, pero aún no se acostumbraba a la protección de su hermana Zelena. Y toda una infancia sola no ayudaba demasiado. Aunque también era verdad que estaban muy unidas. De hecho, eran pocas las veces que no iban juntas a "trabajar", pero la pelirroja había sido herida unos días atrás y ella tuvo que obligarla a quedarse en el campamento.

- Haya paz – pidió Red dejando el cofre al lado de unas mantas.

Regina y Zelena eran el perfecto ying-yang. La primera, cautelosa, tranquila y firme tras años de aguantar la más recta educación y los más duros castigos. La segunda, todo fuego y pasión arrasando a cualquiera que se le pusiera delante tras ser reprimida toda su vida. Pero eso también significaba que, cuando chocaban, la onda expansiva resultante podía arrasar pueblos enteros. Y no chocaban poco. Se querían demasiado como para no discutir a menudo.

- ¿Dónde está Mulán? - preguntó Tink sentándose en un tronco y empezando a preparar la madera para la hoguera. Estaba empezando a oscurecer y pronto necesitarían entrar en calor.

- Ha ido a recoger la cena – respondió Zelena.

La guerrera de rasgos exóticos, a parte de excelente espadachina, también era experta en todo tipo de trampas y se le daba muy bien cazar. Había sido la última en unirse al pequeño grupo, hacía un par de años, pero formaba parte de él como todas las demás.

No tardó mucho en volver, felicitando a sus compañeras por haber recuperado el cofre con la seriedad que la caracterizaba. Regina encendió el fuego con magia (porque Zelena no podía hacer esfuerzos por terca que se pusiera) y al poco ya estaban comiendo del asado.

Si alguien las viera, tendría problemas en creérselo. Una loba, una ex-hada, una guerrera y dos brujas compartiendo alimento, bebida y risas alrededor de una hoguera no era un panorama típico, menos cuando sus personalidades distaban tanto unas de otras.

Y sin embargo, esa era la esencia de cualquier familia de verdad. Mentes diferentes. Corazones distintos. Y la certeza de que darías la vida por ellos sin pensártelo dos veces.

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Emma se revolvió incómoda en su asiento. La cena siempre era una pesadilla. No porque no le gustara comer, que sí, sino por la compañía. Sus padres ni se miraban el uno al otro, y su abuelo era demasiado "importante" como para escucharla a ella. La única que de verdad apreciaba era Eva, quizás porque la trataba como la adulta que ya era.

Y aún por encima volvía a llevar puesto el maldito corsé.

- ¿Ya has empezado con los preparativos, Snow? - preguntó Leopold de repente entre bocado y bocado.

Su madre no respondió de inmediato, y su abuela se tensó a su lado. Esto olía muy mal.

- ¿Qué preparativos? - se atrevió a preguntar la rubia sin entender a qué se referían.

El rey la miró y le habló directamente por primera vez en meses.

- Los de tu boda con el príncipe Eric, por supuesto.


He intentado presentar todo el contexto de la historia sin resultar demasiado pesada... ¿cómo lo he hecho? ¿Tengo que dedicar mi tiempo libre a otra cosa? Estoy deseando escuchar vuestras opiniones, teorías y sugerencias :)