Disclaimer: Ni la serie ni los personajes nos pertenecen. Son custodiados por Robert Kirkman en su cabeza con barba, y mantenidos bajo llave en la cadena AMC. Nosotras únicamente nos dedicamos a seguir la hilera de baldosas rojas salpicadas de entrañas de caminantes dejadas por ellos, y dirigirnos hacia la oscuridad a ver qué se cuece por allí.

NOTA: Esta historia surgió hace… menos de una semana tras un cruce de mensajes entre Cassandre y una servidora (Ekhi) con un denominador común: ¿Te gustaría hacer algo común? No sé qué pensarás tú Cass, pero creo que vamos a disfrutar como enanas con esta historia, y esperamos que quienes os dejéis caer por aquí también lo hagáis. ¡Gracias por haberme tendido la mano Cassandre!

NOTA.- 2:¡Gracias a ti, Ekhi! Si hay a alguien a la que hay agradecer es a ti. Ella me abrió todo un mundo cuando leí su one-shot -que desde aquí recomiendo a todo el mundo- "The lines on the road that lead you back home" y quise compartir la loca idea que se me pasó por la cabeza con la autora de las maravillosas líneas de esa historia. Estamos muy ilusionadas con este proyecto, así que espero que vosotr s lo disfrutéis tanto como lo estamos haciendo nosotras al escribirlo.


Miró de soslayo a su compañero de viaje, aprovechando la cobertura que le proporcionaban los mechones de pelo rubio que se habían soltado de su trenza. Humedeció sus labios sintiendo la piel agrietada de los mismos. Aguantó un siseo molesto al rozar con la punta de la lengua una herida que llevaba arrastrando desde hacía días en la comisura de los mismos.

Esquivó un montón de dientes de león aún amarillentos antes de ladear ligeramente su cuerpo y rozar con la punta de los dedos, la cabeza blanquecina de uno. Lo atrapó en silencio y se lo llevó al rostro. Luchando por no dejar que sus movimientos le traicionaran, sopló las semillas algodonosas que volaron hacia el cuerpo de su hermano mayor, enredándose entre sus ropas.

Su risa queda y risueña atrajo la atención del chico quien le miró con una ceja arqueada. La niña se encogió de hombros, llevándose las manos con rapidez a la espalda, dejando caer al suelo el tallo ya inerte de la flor.

- ¿Qué andas?- Le preguntó él mirándola una vez más antes de clavar de nuevo su mirada en el frente.

- Nada.- Dijo con simpleza ella encogiéndose de hombros, su vista clavada en la hierba que estaba a punto de pisar a cada paso.

- Ya, nada…

Algo en su tono de voz hizo que le mirara de nuevo. El chico se encontraba apartando de un manotazo algunas de las semillas que perlaban sus hombros.

Judith amplió su sonrisa, ayudándole a deshacerse de las volutas blancas, ahí donde la diferencia de estatura no le jugaba una mala pasada.

- Espera.- Le pidió cogiéndole del antebrazo, obligándole a detenerse.- Agáchate un poco, anda.

Se colocó de puntillas sobre sus botas rosas, uso el pecho de su hermano como soporte y le revolvió el pelo. Las semillas volaron por el aire, arrastradas por la suave brisa que soplaba entre los árboles que les rodeaban.

- Listo.- Anunció cuadrándose frente a él con gesto solemne.

Echaron a andar de nuevo con calma, atentos a los sonidos que impregnaban el ambiente.

Hacía días que no se encontraban con ningún caminante con vida, cada vez era más complicado dar con alguno de ellos que no hubiera perdido cada porción de carne que aún quedaba pegada a su cuerpo. La población de humanos y caminantes se había visto diezmada de forma espectacular con el paso de los años. Cada vez era más difícil cruzar sus pasos con otros supervivientes.

La mayoría habían optado por formar pequeñas ciudades con la vana e inútil esperanza de intentar restablecer el orden perdido. La gran parte de esos proyectos habían fracasado, como Woodbury, Terminus y tantos otros que habían llegado después. Había ciudades cuyos nombres habían llegado a sus oídos, pero nada atrayente y bueno parecía estar ligado a esos nombres. Parecía que el reinicio que había sufrido el mundo al despertar a los muertos de sus vigilias, había despertado también gran parte del instinto animal, mezquino y cruel de los hombres.

Tras sus fallidos intentos de creer aún en la humanidad latente del propio ser humano, ellos habían optado por alejarse lo máximo posible de cualquier núcleo de población y refugiarse en lugares remotos y recónditos. No necesitaban a nadie más que a ellos. Así había sido en el campamento junto al lago, así había sido en la granja de los Greene, y así había terminado en la prisión. Cuando abrieron sus puertas, todo se quebró.

Ya habían tropezado demasiadas veces en la misma piedra como para arriesgarse de nuevo. Todos habían alcanzado su límite tras aquello. Todos habían aceptado de forma unánime que quienes habían logrado escapar de Terminus y de la prisión, eran con quienes compartirían el resto de días que les pudieran quedar.

La idea había sido bien recibida por todos, la habían acatado hasta su último aliento. Ellos dos, no habían sido la excepción y seguían cumpliendo esa regla no escrita, a rajatabla.

Ambos se detuvieron en seco al escuchar un crujido. Había sido un sonido apenas audible pero para sus oídos ya entrenados, era más que suficiente para alertarles.

Judith caminó sigilosa entre las flores y ramas caídas hasta esconder su menuda figura tras el tronco del árbol más cercano.

Carl imitó a su hermana, alejándose hacia el siguiente árbol en dirección opuesta. Su mano derecha ascendió hacia el mango de la katana que estaba cruzada a su espalda y la desenfundó. Sus dedos se aseguraron sobre el cuero blanco salpicado de pequeñas gotas de sangre ya oscurecidas, pegó su mejilla a la corteza del tronco, asomándose.

Frente a ellos, sólo se escuchaba el suave silbido del viento entre las hojas verdes sobre sus cabezas. El trino casi mudo de algún pájaro que había sobrevivido al invierno pasado.

Judith miró a su hermano quien le indicó que se mantuviera quieta y en silencio con un gesto de la mano. La niña asintió con firmeza y siguió la indicación de su hermano de que desenfundara el arma de su cinturón. El peso del arma, el frío del metal contra la palma de su mano, le ayudó a calmar los nervios y acallar el bombeo rápido de la sangre en sus brazos y piernas.

Otro crujido les hizo contener la respiración comprobando por fin que, tal y como habían sospechado, había alguien más en esos bosques. Tres figuras surgieron de la espesura, dos adultos y un chico que parecía ser algo mayor que Carl.

Los hermanos se miraron una vez más y asintieron en silencio. Poco a poco, el grupo se acercaba a ellos. Cuando estaban a punto de alcanzar el árbol tras el que se ocultaba Carl, uno de los hombres indicó a los otros dos que se detuvieran, un brazo en alto con el puño cerrado.

El corazón de la niña se aceleró en su pecho, sus ojos claros danzaban de un lado otro, de su hermano a los hombres.

- No tenemos intención de hacerte ningún daño.- Dijo el que parecía el jefe de los tres mientras paseaba la mirada entre los árboles. Los otros dos se separaron varios metros de él, pudiendo así examinar una mayor extensión del terreno.

Carl cerró los ojos unos segundos y alzó la mirada al cielo claro que se dejaba ver entre las hojas. Tomó aire, afirmó la sujeción de sus manos en el mango de la katana y salió de su escondite tras lanzar una última mirada a su hermana pequeña.

Los hombres de los extremos alzaron sus armas al unísono mientras el del medio subía la hoja de su machete, dejándolo bien a la vista.

Carl avanzó varios pasos con calma, la katana cruzada frente a él en posición defensiva.

- Tienes una bonita espada ahí.- Dijo uno de ellos señalando con el mentón su arma. El chico se mantuvo en silencio sin quitar sus ojos de ellos.

- ¿Estás tú sólo por aquí?- Intervino el cabecilla examinando sus facciones con detenimiento. Carl no abrió la boca y se limitó a asentir con un gesto seco sin bajar la guardia.- Estamos de camino a la frontera, parece que hay un enclavamiento de gente allí intentando volver a la normalidad.- Carl aguantó las ganas de rodar los ojos en un gesto de exasperación ante la ingenuidad que las personas aún parecían conservar después de todo. – Podríamos hacernos compañía mutua… Protegernos.

Las palabras del hombre, crisparon los nervios del chico quien alzó la katana unas pulgadas más arriba sin mover sus pies de su sitio. Por el rabillo del ojo pudo ver la figura de Judith escurrirse como un fantasma, rodeando a los hombres, quedándose a su espalda con el cuerpo pegado a un árbol.

- Estoy bien, gracias.- Su afirmación pareció no haber caído en gracia en el grupo de hombres quienes tensaron sus cuerpos, acercándose a él.

Un nuevo cruce de miradas, y la menor de los Grimes salió de su escondite arma en mano. Amartilló el arma con calma y vio como uno de los hombres se volvía hacia ella.

- Parece que nos has mentido, hijo.- Dijo el cabecilla mirando con una sonrisa a los dos hermanos. Judith no se amilanó y ajustó el cañón del arma para que acertara en la sien de aquel hombre al más mínimo movimiento extraño.

- No soy tu hijo.- Siseó el chico rodeándoles paso a paso interponiéndose entre ellos y Judith. – Iros.

- No sería un buen hombre si os dejara aquí solos.

El hombre bajó su machete, intentando infundirles una falsa sensación de calma. Pero ninguno de ellos se lo creía, habían vivido lo suficiente para desconfiar hasta de sus propias sombras.

- O quizá es que no quiere compartir…

La sonrisa de su compañero se tiñó de rojo mientras le miraba. La hoja de la katana había atravesado su rostro de lado a lado en un movimiento fluido, rápido y repetido en infinidad de ocasiones.

Judith echó a correr hacia el grupo de hombres desenfundando el machete que sujetaba en su cinturón. Rasgó la ropa que cubría el abdomen de uno de los otros hombres mientras escuchaba a su hermano a su lado, rebanando el cuello del tercero en discordia. Sus cuerpos cayeron uno sobre otro, en un enredo de extremidades, sangre y gorjeos húmedos por la sangre derramada.

Carl no tardó en instaurar el silencio del nuevo con la hoja de la katana atravesando sus sienes. En un movimiento seco limpió la sangre de la hoja, salpicando la hierba y los dientes de león que les iban a servir de tumba.

Judith sacó el trapo rojo del bolsillo trasero de su pantalón y limpió la hoja de su machete, ofreciéndoselo a su hermano tras comprobar éste, que estaban ambos de una pieza.

- Vayamos a buscar la cena.- Dijo Carl al guardar la katana de nuevo en su funda.

Judith asintió asegurando el machete de nuevo a su cintura junto a la pistola de su padre. Descolgó la ballesta cargada de su espalda y echó a andar por delante de su hermano, sus ojos claros buscando cualquier animal que pudiera llenar sus estómagos vacíos.


La noche se había cernido sobre ellos como un manto protector. La única luz que les separaba de la oscuridad era la proveniente de la pequeña hoguera que había conseguido encender. Miró distraído el baile hipnótico de las llamas, sintiendo que se consumía como ellas, porque éstas por mucho que iluminaran, llegaban a un punto en el que no podían crecer más y se convertían en un humo que desaparecía entre las sombras de la nocturnidad. Por eso, se le antojaban unas falsas y traidoras fuentes de luz. Sin embargo, el brillo de la katana era imperturbable y eterno, espejo de la verdad que siempre reflejaba esa auténtica realidad rodeada de sangre que era la actual existencia de cualquier ser que fuera capaz de estar vivo, aunque fuese estando muerto.

En esos momentos podía ver en el filo las estrellas del cielo que los altos árboles permitían dejar ver. Carl sostenía el arma en vertical, con su punta clavada en la tierra del suelo. La giró sobre sí misma para permitir que aquel firmamento se uniera al acero. Dibujó una sonrisa... una sonrisa que para cualquier otra persona no hubiera sido más que una mueca, pero ver la belleza que podía albergar un simple objeto tan letal le llenaba de una alegría que normalmente estaba ausente en él.

La voz de Judith le fue llegando entre susurros como una brisa de aire fresco. Su pequeña hermana apareció de entre los matorrales cantando y portando varias ramitas que echó al fuego para avivarlo. Se quedó con una de ellas para poder remover las brasas mientras seguía canturreando. Pronto reconoció que era una de los temas que le había enseñado Beth, pero no logró descifrar cual en concreto, pues Judith solo estaba tarareando y diciendo alguna que otra frase suelta. Carl volvió a mirar a la katana y comenzó a sacarla brillo con el trapo rojo que su hermana había dejado sobre su mochila, pensando en cómo diablos era capaz de recordar cada canción que la pequeña de los Greene le había interpretado.

Judith estaba contenta. Esa noche cenarían gracias a ella. Su hermano mayor se había empeñado en hacer una trampa con un complicado mecanismo cuya explicación no le interesó mucho. Era no sé qué de hacer como un camino que llevara al animal directamente a picar y quedar atrapado... o algo así. Ella prefería usar la ballesta y esperar a ver algo comestible para clavarle una flecha. ¡Eso era muchísimo más divertido! En esa tarde había tenido la suerte de cazar una despistada ardilla que estaba comiendo piñones. Le dio un poco de rabia porque no había acertado a la primera, sino a la segunda, ya que sabía que era muy importante no malgastar flechas, pero al menos estaba feliz porque los dos no se irían a dormir con los estómagos vacíos.

Dejó de remover el fuego con un palo para luego clavárselo a la ardilla. Estaba ya crujiente, pero no lo suficiente... Cogió con cuidado al animal y le dio la vuelta para que se terminara de tostar por el otro lado.

Dando pequeños saltitos llegó hasta su hermano y se sentó junto a él. Carl era poco hablador, pero aún lo era menos cuando se ponía a cuidar de su espada. Judith sentía que algo se le escapaba cuando le veía de ese modo con el arma. Ella tenía su ballesta y entendía lo que podía sentir su hermano hacía la katana, pero que fuera tan delicado cuando ni con ella era así...

Arrugó su nariz y rio infantilmente.

- Vas a desgastarla.

Carl la miró sorprendido. Apenas se había dado cuenta que Judith se había puesto a su lado.

- No la voy a desgastar. -Contestó.

- Sí que lo harás. -Le dijo picajosamente.

- Que no... -Suspiró.

- ¡Qué sí! -Le rebatió.

- No seas pesada. -La cortó -Sólo me encargo de conservarla.- Dijo molesto. -Tú deberías de hacer lo mismo con la ballesta. Da pena verla.

- ¡Mentira! -Dijo exaltada.

- Calla. -Le llamó la atención por su tono elevado.

- Es que no es verdad eso que dices... -Estaba enfurruñada.

- Si tú lo dices... -Resopló sin dejar de pasar el trapo por la espada.

- El tío Daryl decía que era mejor dejar la sangre en la ballesta porque así si alguien me veía con ella, sabría que soy peligrosa.

Carl analizó a su hermana. Una pequeña niña de cabello rubio, con ojos claros, y vestida con prendas que recogían todos los colores que podían existir. Más que un pequeñito angelito, a Carl se le asemejaba a un hada... Siempre revoloteando por todas partes y riendo. Pero, sin embargo, era una niña letal, una niña del mundo apocalíptico. A su corta edad ya había vivido más que una persona de setenta u ochenta años. Había visto muerte, sangre, destrucción, crueldad... y aunque todos los del grupo habían procurado hasta su último aliento de vida educarla con la mayor normalidad posible, las circunstancias nunca lo permitieron.

Y ahora ahí se encontraba, junto a él, un hombre que aún conservaba los recuerdos de una época normal y feliz, unos recuerdos que, sin embargo, estaban borrosos porque estaban teñidos de rojo sangre. Carl sintió tristeza por Judith. Él no era bueno, y deseaba con todas sus fuerzas ser mejor persona para y por ella, pero ya era demasiado tarde. No sentía que fuera el indicado para seguir educando a su hermana, no cuando él tenía tantos fantasmas en su interior... sin embargo, ya no quedaba nadie junto a ellos para cuidarla.

- No tienes que parecer peligrosa, sino...

- Inocente. -Interrumpió -Ya, ya, ya... Lo sé. Eso también me lo dijo el tío Daryl.

- Pues hazle caso, que él era una sabio.

- Pues por eso no limpio la ballesta. -Dijo extendiendo sus bracitos y negando con la cabeza, ya que para ella estaba diciendo una obviedad.

- De todas formas... -Dijo Carl.- Porque le pases el trapo de vez en cuando no pasa nada... -Y se lo extendió.

- ¡Uy! ¡Penny ya está lista! -dijo pasando de él completamente.

Carl puso los ojos en blanco. Judith se acercó a la hoguera y apartó a la ardilla para que se comenzara a enfriar. El mayor de los Grimes guardó la katana en la funda y la dejó a un lado para dirigirse hacia el pobre animal. Desenfundó el cuchillo de su cinto y comenzó a cortarlo en trozos para repartirlo entre ambos. Judith no perdía detalle de como lo hacía.

- Pobre Penny... -Pese a que intentó sonar triste, no lo consiguió.

Carl chasqueó los labios mientras le tendía un pedazo de la ardilla.

- Judith... es comida. No le debes poner nombre a la comida.

El chico cerró los ojos con fuerza y apretó sus labios. Aquello había sonado demasiado a su padre...

- ¿Qué te pasa? -preguntó ella.

- Nada. Come -le ordenó.

Los dos engulleron en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos, aunque la niña estaba más concentrada en saborear su cena que en pensar. No había nada como una buena ardilla a la hoguera... Era tan sabrosa.

- Mi comida favorita son las ardillas.- Dijo mientras se chupaba los dedos de manera que recordaba mucho a cierto motero. -¿Cuál es la tuya, Carl?

- ¿La mía? -Preguntó mientras masticaba.

- Sí.

- Pues... -Meditó por unos segundos. -No sé... creo que la pizza.

- ¿La pizza? - Dijo con el ceño fruncido.

- Ahá.

- ¿Qué es eso? ¿Dónde se caza?

Carl casi escupió el cacho de ardilla que tenía en la boca por la risa que le entró.

- Las pizzas no se cazan, tonta.- Siguió riendo sin poder evitarlo.

- ¿Entonces? ¿¡Qué es!? ¡Anda! ¡Dímelo! -Dijo en un tono que sabía que si no se lo explicaba, entraría en una rabieta.

- ¿Esa es tu pregunta de hoy? –Dijo.

- ¡Sí! -dijo con entusiasmo.

- Bien. Pues la pizza era una comida del antiguo mundo... - Comenzó a decir.

- ¿De cuándo no habían caminantes?

- Exacto. –Asintió. – Es como un pan aplastado con forma redonda ¿Te acuerdas de los panes que encontramos hace años en el supermercado de Macon?

- ¡Ughhh sí! -Dijo poniendo cara de asco -No me gustaron nada.

- Eso es porque estaban ya malos. -Dijo Carl. -Pues imagínate eso panes estando planos y redondos. -Judith tenía los ojos abiertos de par en par, intentando imaginar cómo sería una pizza. -Encima se le ponía los ingredientes que tú quisieras.

- Como... ¿Ciervo, jabalí y bayas? -Cuestionó.

Carl nuevamente rio.

- En verdad... no. Lo normal era salsa de tomate, champiñones o bacon, queso...

- ¡Qué cosa más rara!

- Qué va. Estaban deliciosas...-Dijo Carl con nostalgia después de dar el último bocado a la ardilla.

- ¿Y tú hacías pizza? -siguió preguntando inocentemente Judith.

Carl recordó como era Lori la que siempre traía a casa varias cajas de pizza congelada para ponerlas en el horno. Aquella era la cena de los sábados y en su memoria también atesoraba la estela de la impaciencia con la que esperaba a que estuvieran listas para comer. Su madre siempre había sido una negada para la cocina, aunque nunca lo admitiera, era consciente de ello, así que eso era más seguro e, incluso sano, que intentar hacer una y quemar la cocina por el camino.

Miró a Judith y entonces supo que no quería contarle nada de todo eso.

- Demasiadas preguntas por hoy, señorita.- Contestó.

- ¡Joooo! -Dijo arrugando la nariz y poniendo ojos suplicantes. -Pero...

- Nada de peros. Ya sabes que es una pregunta al día.

- ¡Qué rollo! -Dijo cruzándose de brazos. -¡Eso no es justo!

- Mañana me la puedes volver a hacer. -Le propuso Carl.

- ¡Sí! ¡Eso haré! -Dijo sonriendo.

- Seguro que se te olvida... -Carl se levantó para coger una manta y ayudar a su hermana a acostarse.

- No. -Contestó ella mientras se tumbaba y se dejaba arropar por su hermano mayor.-Porque voy a estar repitiéndola hasta que me duerma, y así en sueños la recordaré.

Carl le sonrió con ternura.

- Anda, duérmete.- Dijo apartándola un mechón de pelo que se la había caído sobre el rostro.- Buenas noches.

- Buenas noches, Carl. Te quiero.- Dijo suspirando por el sueño que la empezaba a dominar. - ¿Tú hacías pizza? ¿Tú hacías pizza? ¿Tú hacías piz...?


¡Gracias por leernos!

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Ekhi & Cassandre.