-No puedo creer que vayas a irte.-Masculló Alec, hundiendo las manos en los bolsillos de sus jeans azules desgastados.
Me giré para mirarlo con una sonrisa cargada de dulzura en el rostro y levanté mi mano derecha para apoyarla sobre su cuello, acariciándolo levemente con el pulgar.
-Sí que lo crees.-Susurré, en respuesta, acercándome más a mi mejor amigo. -Ambos sabíamos que iba a irme desde el momento en que llegué.- Le rodeé la cintura con los brazos y me refugié en su pecho, como tantas veces había echo, y Alec bufó, pero a pesar de su molestia, me rodeó con sus brazos y me estrujó contra él.
-Nunca pensé que sería tan pronto. Ni tan definitivo.-Masculló, acariciando mi espalda de arriba abajo.-¿Qué tiene esa ciudad que no puedas conseguir aquí?
-Sabes que adoro Maywood, pero Nueva York... Es simplemente mi lugar en el mundo, no sé de qué otra forma explicarlo.-Suspiré, encogiéndome de hombros mientras me separaba unos centímetros para mirarlo a la cara.-Es parte de mí.-Susurré, y Alec frunció los labios pero no dijo más nada.
Me conocía lo suficiente como para saber que no cambiaría de opinión. La decisión ya estaba tomada, el departamento alquilado, ya había aceptado el trabajo y mis viejas amigas ya me esperaban allí.
Cada vez que pensaba en volver a Nueva York, escalofríos se apoderaban de mi cuerpo. No sabía si sería lo suficientemente fuerte, si me encontraba lo necesariamente entera como para volver a aquella vorágine de actividad y recuerdos que me esperaba al llegar.
Y supuse que no podía hacer más que comprobarlo por mí misma.
-Vas a visitarme seguido, ¿Verdad?
Solté una risita mientras volvía a abrazarlo.
-Y tú vas a visitarme seguido a mí. Nene, no seas exagerado, sólo estaremos a tres horas de distancia.
-Tres y media. Casi cuatro.
Rodé los ojos y besé su pecho con rapidez antes de apartarme.
-Te adoro, Alec.
-Te adoro, Isabella.-Masculló él, antes de inclinarse y besarme la frente durante un segundo, para luego soltarme y apartarse con brusquedad.-Y ahora vete antes de que me ponga sentimental.
Sonriendo, me subí al coche y le di marcha al motor, lanzándole un beso antes de hacer marcha atrás y largarme de allí.
Me costaba alejarme de Alec. Mi mejor amigo, aquel guapo muchacho de cabellos oscuros y preciosos ojos verdes, era mi ángel de la guarda. Era mi salvador. Cuando llegué a la ciudad, con tantos problemas que ni yo misma podía contar, él había sido una de las únicas personas que se acercó a mi, que me quiso, que me ayudó y que estuvo allí estoicamente a pesar de mis idioteces, de mis desplantes, de mi demencia. Él me sacó del pozo. Y siempre estaría en deuda con él.
Pero debía irme. Debía volver a ser yo misma.
El pánico me atenazó el estómago en cuanto el cartel de "Vuelve pronto a Maywood" me despidió un segundo antes de encontrarme con la ruta.
Maywood era una pequeña ciudad de Nueva Jersey, llena de gente encantadora y simple, como Alec. No había problemas en Maywood, no había asesinatos en Maywood, no había nada de Nueva York en Maywood. Y era exactamente por eso por lo que había huido a Maywood cuando mi vida se arruinó por completo.
Pero por más simple que fueran las cosas allí, mi lugar estaba en Nueva York. Esa ciudad caótica y extraordinaria era mi lugar en el mundo. Podía huir todo lo que quisiera, pero siempre regresaría a Nueva York, era como sí un imán tirara de mí hacia ella, como si supiera que no volvería a sentirme completa hasta regresar.
No sabía que me esperaba en Nueva York. O quizás sí, pero prefería no pensar en ello.
Sabia que en cuanto pusiera un pie en mi ciudad los recuerdos me desbordarían. Sabía que el dolor regresaría y la pérdida me retorcería el estómago.
Volvía a Nueva York para sufrir. Volvía a Nueva York para volver a vivir.
Mi tiempo en Maywood no habían sido más que cuatro años de un extenso letargo en el cual me curé, o al menos creo que lo hice, lo suficiente como para poder levantarme todas las mañanas y enfrentar un nuevo día.
Sólo tenía diecinueve años cuando llegué, sola, perdida, y completamente desecha. No era más que una sombra temblorosa de la muchacha atrevida y sagaz que solía ser. Ya no me interesaban las fiestas, ni los amigos, ni los estudios. Ya no me interesaba vivir.
¿Para qué hacerlo cuando las dos personas que más amas en el mundo te abandonan? ¿Cuándo el amor de tu vida prefiere perseguir su prometedor destino antes que estar junto a ti? ¿Y cuando el hombre que te crió, el que más te amó, te es arrebatado sin explicaciones? Bam. Un disparo y toda tu vida se rompe a pedazos.
Y fue en ese momento cuando apareció Alec. Guapo, carismático y generoso. Mi antítesis.
Pero él vio algo en mí. Quizás le llamé la atención. Algo extraño, pues yo no era más que la calladita chica que preparaba el café tras la barra de un pequeño bar.
Sonreí al recordarlo. No paró de atosigarme hasta que acepté tomarme un café con él. No fue una cita ni nada por el estilo, me lo juró. Sólo un café en un lugar de paso hacia mi casa a la salida del trabajo. Fue lindo conmigo, a pesar de que prácticamente no hablé. Cuando estábamos caminando hacia casa, sucedió lo peor. Una cabellera cobriza increíblemente parecida a la de él cruzó la calle en dirección opuesta.
Me rompí.
Alex no entendió nada, pero se limitó a abrazarme y dejar que me desahogara, soltando desgarradores sollozos en medio de la calle.
Llevaba meses sin llorar.
Cuando llegamos a mi casa, me vi obligada a contarle qué sucedía. Lo que más amé fue no ver pena en sus ojos, sólo una terrible necesidad de ayudarme. Y lo hizo.
Pieza por pieza, me fue reconstruyendo hasta que pude volver a sonreír. Ya no estaba destrozada. Pero era como una muñeca a la que habían reparado. Parecía estable, pero cuando se me miraba de cerca, las grietas todavía estaban allí.
Todavía soñaba con mi padre.
Todavía soñaba con Edward.
Todavía deseaba, cada noche, volver el tiempo atrás y haber impedido que Edward se largara. Haber impedido que papá fuera a trabajar aquella mañana.
Pero volver el tiempo atrás era imposible, y ahora sólo me quedaba vivir cada día con los recuerdos de mi perfectamente feliz y alocada adolescencia. Algo que no volvería a tener nunca más.
Luego de dos paradas para cargar gasolina y de cuatro horas de conducir, por fin llegué. Evité adrede los lugares que sabía que me formarían un nudo en la garganta y llegué al departamento de Alice, en Carnegie Hill, en donde ella y Rose me estarían esperando.
Ambas se habían puesto histéricas cuando les dije que vendría, pues a pesar de haber mantenido el contacto vía e-Mail, sólo las había vuelto a ver una vez desde que me marché. Ellas pedían visitarme todo el tiempo, pero les había rogado que no lo hicieran. Ellas, al igual que aquella ciudad, me traían demasiados recuerdos, demasiado a lo que enfrentarme.
Mis ojos se inundaron en lágrimas cuando, luego de aparcar el coche frente al alto edificio de ladrillo y bajarme, las vi correr hacia mí.
Alice, con su eterno rostro de duende, estaba sólo un par de centímetros más alta y lucía algo más madura, a pesar de que siempre habría algo de niña en ella. Los rasgos encantadores de Rose cuando adolescente se habían transformado en los de una mujer adulta, e increíblemente hermosa.
No pude contenerme cuando las abracé a ambas y echamos a llorar en el medio de la acera.
Con ellas había vivido los mejores, y peores, momentos de mi vida. Habíamos sido unas adolescentes revoltosas que se juntaban con chicos universitarios y se escapaban de casa para salir de noche. Adorábamos la noche. Adorábamos pasarnos de copas y bailar muy abrazadas con nuestros chicos. Nuestros maestros decían que éramos un maldito desastre y que nunca llegaríamos a nada. Qué equivocados estaban...
-¡Luces tan hermosa, oh Dios Mío, te extrañé tanto!-Chilló Alice en mi oído, abrazándose más fuerte, y solté una risita llorosa.
-No mientas, estoy demacrada. Santo cielo, ustedes están increíbles.-Me aparté para mirarlas, primero a una y luego a la otra, mientras más lágrimas seguían derramándose por mis mejillas.-Las extrañé, zorras.
-¡Oh, Bells!-Rosalie me abrazó más fuerte.-Cuanta falta haces aquí.
Logramos controlarnos luego de unos minutos, y acarreando con todos mis bártulos, subimos hacia el piso de Alice, con quién compartiría apartamento indefinidamente. El apartamento era cómodo y espacioso, y me dejé caer sobre la que sería mi cama en cuanto entramos a mi habitación.
-Esto es hermoso, Al, gracias.-Susurré. Mi amiga se sentó junto a mí y apoyó su cabeza sobre mi hombro.
-No tienes nada que agradecer, tonta. Te hubiera comprado una casa con tal de que volvieras.
Solté una risita y Rose se sentó a mi derecha.
-Nunca más te dejaremos irte.-Declaró, y rodé los ojos.
-Saben que tenía que hacerlo.-Susurré en respuesta, jugueteando con mis manos sobre mi regazo, girando alrededor de mi dedo el único anillo que llevaba puesto.
Me lo había regalado mi padre dos meses antes de morir.
-Podríamos haberlo solucionado aquí.
Suspiré.
-No, no podría haberlo echo. Era demasiado estar aquí, vivir aquí en donde todo había pasado... Es demasiado hacerlo ahora, en ese entonces era simplemente insoportable.
-Sólo queremos que seas feliz, Bells, te lo mereces.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y asentí, levantando la mirada.
-Lo sé.-La voz me salió ahogada y me aclaré la garganta.-Bueno, ¿Y ustedes? ¿Cómo están Jasper y Emmett?
-Están bien, y obviamente no saben que estás aquí.
Bufé.
-Se lo contarían a Edward.-Mascullé, y pronunciar su nombre me dolió en el centro del pecho.
Rose asintió.
-Sabes que volvió, ¿Verdad?
-Sí... Supe que estaba aquí por las noticias.
-No te avisamos porque-
-Yo se los pedí.-Terminé la frase por Alice, asintiendo.-Y agradezco que no lo hicieran. Lo supe hace un año, cuando hablaban sobre él en un aburrido canal de economía.-Rose soltó una risita y sonreí.-Pensé que estaba alucinando, pero no, era su nombre. Lo logró.-Susurré, con cierto deje de orgullo.
-Lo hizo, sí. Y muy bien.
-Y muy rápido.-Alice torció el gesto.-Él no ha estado bien, Bells...
-Alice, no.-La corté, negando con la cabeza y empujándome con los brazos hacia atrás para sentarme en el centro de la cama.-El me abandonó, prefirió su negocio a mí y ese es el fin. No quiero saber nada de él.
Ambas se dirigieron una miradita antes de girarse hacia mí.
-En algún momento se enterará de que estás aquí.
-Y vendrá.
-Y lo echaré.-Anuncié, y bufé.-Lo odio. ¿Entienden lo que es eso? Nadie me lastimó como lo hizo él, lo odio.
Alice frunció los labios y Rosalie suspiró.
-Él no quería dejarte, Bells...
-¡Se fue a Londres! ¿¡Y se suponía que yo debía esperarlo durante años hasta que decidiera volver!?-Solté una risa sarcástica y negué con la cabeza.-Ni loca. Él perdió su oportunidad, tomó su decisión y eso fue todo.
-Él volvió cuando sucedió lo de tu padre.
Desvié la mirada, sabiendo que volvería a llorar y odiando hacerlo.
-Ya era demasiado tarde.-Susurré.
Recordar el pasado para mí, era como clavarme un puñal en el centro del pecho y escarbar las viejas heridas.
Quizás fuera porque nunca tuve un punto medio en mi vida. Siempre viví en los extremos y eso era algo de lo que uno no salía cuerdo. Fui increíble y plenamente feliz hasta los dieciocho años. Mi padre se enfadaba conmigo a veces, pero me adoraba y haría lo que fuese por mí, mis amigas estaban locas, al igual que sus parejas, y mi novio era el amor de mi vida; siempre lo sería. Pero de pronto todo comenzó a ir mal. El trabajo de mi padre era cada vez más peligroso, a Edward le ofrecieron ser pasante en una importante empresa Europea, a la cual no podía declinar, y los problemas se apoderaron de mi vida.
Lo más difícil de todo fue tener que vivirlo todo en menos de un mes.
Un día Edward dijo que se iría, y me pidió que fuera con él. No pude hacerlo, era una idea demente, entonces decidió que debía esperarlo, que él volvería con muchísimo dinero y todo lo que siempre 'habíamos deseado'. Intenté convencerlo de que lo único que deseaba era a él, pero no me escuchó. Se marchó una semana más tarde, a pesar de le juré que no lo esperaría. Él creía que lo haría.
Dos semanas más tarde recibí una llamada de la comisaría en la que trabajaba mi padre. Había recibido un disparo en servicio y falleció al instante.
Todo ese dolor fue simplemente demasiado para mí.
Me aislé, no hablaba con la gente y me largué a los pocos días, con poco más que un par de maletas.
Edward regresó en cuanto se enteró de la noticia, pero gracias a la lealtad de mis amigas no pudo encontrarme.
La última vez que supe de él fue por una llamada telefónica.
Flashback.
Observé el teléfono con fijeza, mientras el maldito aparato no paraba de temblar sobre mi regazo. No había parado de vibrar por días.
El sofá sobre el que estaba sentada era viejo e incómodo, así que me levanté mientras me dirigía a la ventana del departamento que había alquilado en Maywood. El aparato dejó de vibrar, y lo dejé sobre el marco mientras miraba las aceras empapadas del exterior.
Un dolor sordo y persistente latía en mi interior, y como llevaba haciendo por tantos días, lo ignoré.
No volvería a llorar. No podía permitirme hacerlo porque si comenzaba, no pararía nunca.
El teléfono volvió a vibrar y bajé la mirada hacia la pantalla, en donde el nombre de mi ex aparecía en brillantes letras rojas.
Tragando saliva, enfurecida, lo levanté y contesté a la llamada.
-Deja de llamar.-Gruñí, y un silencio de un segundo se escuchó al otro lado de la línea antes de que él hablara.
-Bells, nena-Su voz me provocó tanto dolor que apreté los puños mientras recargaba la frente sobre el vidrio.
-No me llames así. No me llames de ninguna manera. ¡Desaparece de mi vida!
-¿En donde estás? Voy a ir a buscarte a donde sea que estés, Alice y Rosalie no me quieren decir, pero voy a encontrarte-
-¡No! ¡No te quiero! ¿¡Acaso no lo entiendes!? Te odio, Edward, te detesto.
Lo oí inspirar bruscamente, y cuando habló, su voz sonó angustiada.
-No lo dices en serio, sólo estás dolida y tienes razón, nena, dime dónde estás, te prometo que todo estará bien-
-No me prometas nada.-Mascullé.-No te atrevas a prometerme nada. Eres un maldito mentiroso, me das asco, Edward, asco. No quiero volver a verte así que desaparece de mi vida. Vuelve a Europa y a toda esa mierda por la que te fuiste-
-Isabella-
-Vete.
Corté la llamada, sintiendo que la oscuridad en mi interior se hacía cada vez más grande.
Lo amaba. Lo amaba con todo mi ser. Y en el fondo, lo entendía por haberse ido.
Pero no podía perdonarlo. Me había lastimado demasiado.
Me dejé caer en el suelo mientras un gemido lastimero se escapaba de mis labios.
Edward no volvió a llamar.
Fin de Flashback.
-Él te ama.-Volví al presente cuando Rose volvió a hablar, y sacudí la cabeza, tragándome las lágrimas.
-Eso fue hace cuatro años, de seguro que ya me olvidó.-Negué rápidamente cuando Alice abrió la boca para contradecirme.-Basta de hablar de eso. ¿Cómo están ustedes? ¿Y los chicos?
Ambas me sonrieron apenadamente.
-Siguen siendo los tres mosqueteros, como siempre, aunque ahora vestidos de traje y manejando sus grandes empresas.-Rosalie soltó una risita.-Me mudé con Emmett hace un año.
-¡Lo supe! ¿Cómo va la convivencia?
-¡Detesto que deje la tapa del inodoro levantada!-Gruñó, y luego me dedicó una sonrisita.-Pero adoro vivir con él, así que bien.
Solté una carcajada.
-Cielos, también los extrañé a esos dos.
-La pandilla volverá a ser la misma.-Susurró Al con una sonrisita, y rodé los ojos.
-No jodas, Al. Y háblame de Jasper.
-Creo que quiere pedirme matrimonio pero no se anima.
-¿En serio? ¿Y porqué no viven juntos?
-Le dije que viviríamos juntos cuando me diera un anillo, por supuesto.-Estallé en carcajadas. Eso era tan Alice.
-Eres imposible, Brandon.
Alice sonrió, mordiéndose el labio.
-Sí, estamos muy bien.-Me dirigió una miradita traviesa.-¿Y tú? ¿Qué hay de ese Alec del que hablas tanto?
Rodé los ojos.
-¡Cierto! ¿Es guapo?
-Lo es.-Susurré.
-¿Te enrollaste con él?
Solté una risita.
-¡Claro que no! Es mi mejor amigo.
-Oye, creo que voy a ponerme celosa.-Masculló Al, y sonreí mientras la golpeaba suavemente en el hombro.
-Él es mi mejor amigo hombre. Ustedes son mis mejores amigas zorras.
Rosalie me guiñó un ojo.
-Vamos, si está bueno tiene que haber pasado algo, aunque sea una noche.
Negué con la cabeza.
-Él no es así, es demasiado...Comprometido con todo. Nunca podríamos tener algo de una noche y dejarlo estar. De todas formas, él lo sabe.
-¿Sabe qué?
-Que estoy arruinada para cualquier otro hombre.-Me encogí de hombros ante las miradas apenadas de mis amigas.-Pero es un muy buen amigo.-Carraspeé.-Me sacó del pozo y me obligó a continuar con mi vida, a estudiar, a vivir... Lo adoro.
-Eso es dulce.-Susurró Al, y le sonreí, arrugando la nariz.
-Supongo que sí.
-Así que estudiaste turismo.
Asentí, aclarándome la garganta.
-Era una carrera corta pero la única que me llamó suficientemente la atención. El puesto que conseguí es bastante bueno.
-¿Es en Manhattan o Brooklyn?
-Manhattan. Es una pequeña agencia de turismo, pero me aceptaron así que es emocionante.-Me encogí de hombros.-Comienzo el próximo lunes.
-¡Así que tienes cinco días para salir de fiesta!-Chilló Al, y Rose le rodó los ojos.
-Lamento informarte que tu sí deberás trabajar estos días, Alice.
-Cállate, aguafiestas.-Masculló.-¡Saldremos a muchas fiestas, será increíble! Apuesto a que no hay fiestas como las nuestras en Maywood.
-¡Demonios, no!-Exclamé, soltando una carcajada.-Tampoco me importó mucho, porque no estaba de ánimos para fiestas, ¡Pero debemos festejar mi regreso!
-¡Claro que sí!-Chillaron ambas al mismo tiempo, saltando sobre la cama, y solté una carcajada.
Estaba de vuelta en mi ciudad. Estaba de vuelta con mis amigas.
Haría todo lo que estaba a mi alcance para disfrutarlo, para vivir como hacía cuatro años, sin dejar que las oscuras sombras del pasado arruinaran mi futuro.
No, abandonaría mi eterna tristeza y volvería a ser yo.
Aunque no tenía idea de cuánto eso iba a costarme.
.
¡Buenos días! Y sí, esta es una nueva historia (y antes de que me quemen en la hoguera por publicar historias nuevas y no actualizar las viejas) quiero contarles de un inconveniente que vengo teniendo. Hace bastante que me siento a querer escribir un nuevo capítulo de ny love o el epílogo de las historias que me faltan, pero todo lo que se me venía a la cabeza era esta historia que me viene pinchando desde hace tiempo. Asíque bueno, la escribí, y ahora si les prometo que me pongo las pilas con las actualizaciones.
Queria agradecerle especialmente a Lady Grigori por ayudarme tanto con esta historia, y soportarme (porque puedo llegar a ser muy insoportable, especialmente cuando estoy insegura), muchas gracias por los consejos e ideas, nena! Y muchas gracias a ustedes por leerme y estar siempre ahí. Las adoro a todaaas.
Un beso gigantesco! Emma.