DISCLAIMER: Los personajes de esta historia son pripiedad de Rick Riordan.


Secretos

I.

Hay cosas que son secretos, que deben serlo, porque sabes que si no lo fueran, las cosas no estarían lo que se dice bien. Hay secretos que no pueden ser contados, que sabes que te perseguirán por siempre, o al menos hasta que mueras, y sean llevados a la tumba.

Nico di Angelo tiene muchos secretos. Algunos peores que otros. Algunos que involucran a los demás, y otros que…no.

El hijo de Hades se encontraba comiendo solo en su mesa con una mirada taciturna. Algunos campistas lo observaban no muy disimuladamente. El chico rara vez aparecía por el campamento, y era aún más inusual verlo quedarse a cenar.

Sintió como alguien se acercaba.

-Hey, Nico.

-Jason-respondió en un tono neutro.

Tras haber renunciado a su cargo de pretor, y tras la mejora sustancial que había sufrido la relación entre ambos campamentos, el hijo de Zeus se había trasladado de manera más o menos permanente al campamento mestizo. Algo que, para ser sinceros, no alegraba demasiado a Nico, que seguía visitando más frecuentemente dicho campamento, después de todo, embajador de Plutón o no, seguía siendo griego -por desgracia-.

-Me alegro de que vinieras-decía el rubio con una sonrisa- temíamos que no lo hicieras.

El pelinegro asintió sin mucho entusiasmo.

-Hazel estará tan contenta de verte, se queja de que no vas a visitarla muy a menudo- continuaba el muchacho.

-Jason- se vio interrumpido.

-¿Que sucede?- preguntó frunciendo el ceño el antiguo pretor.

-Cállate

Sin embargo, el entusiasmo del romano no mermó en lo más mínimo. Parecía que entre más cortantes y evasivas eran las respuestas de Nico, mas se animaba el rubio.

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La fogata crepitaba alegremente, con un ruido suave que era atenuado por las risas y conversaciones de los campistas.

Nico di Angelo se encontraba sentado junto a su hermana bastante molesto.

Tal vez debería haber estado feliz de que su Hazel hubiera ido a visitar el campamento, pero no era así. Ahora no solo tenía que lidiar con Percy, Annabeth, Leo, Pipper, y la entrometida nariz de Jason, sino que también debía fingir que se divertía aunque fuera un poco frente a su hermana y el novio de la chica. Mientras que todos se hacían arrumacos y se reían de estupideces.

No era precisamente algo que Nico describiría como divertido.

-¡DI ANGELO!

El muchacho se giró alarmado hacia la hija de Afrodita. Pipper lo miraba ceñuda y con los brazos cruzados.

-¿Si?- preguntó con calma, tras la sorpresa inicial.

-¿Si qué? –la oyó decir enfadada.

Mala señal.

-¿Eh?

-Te hemos estado llamando durante varios minutos. ¿Podías tomarte la molestia de responder? ¿En qué se supone que estabas pensando?

El hijo de Hades permaneció en silencio.

Bien, era tiempo de escapar. Como siempre, se dijo mentalmente.

Se levantó sintiéndose observado. Dio unos pasos antes de que alguien lo detuviera tomándole el brazo.

Era Percy.

-Nico, espera...

Sin poder soportarlo más, se sacudió violentamente, liberándose del agarre del hijo de Poseidón -sin olvidar enviarlo a la mierda en el proceso- y le lanzó una mirada fiera.

Sin detenerse más de un segundo en la expresión herida del chico de ojos verdes, desapareció.

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Cuando fue escupido por las sombras, tuvo que apoyarse en el tronco algo torcido de uno de los árboles que lo rodeaban.

No había ido muy lejos, había viajado hasta el lindero del bosque que rodeaba las cabañas, donde se libraban las batallas por la bandera en las que participaban la mayoría de los campistas.

Estaba jadeando. Sabía que no era alguien débil, pero sentía como cada uno de los secretos que guardaba, lo abofeteaba.

Su infancia, los recuerdos, las pesadillas de su estadía en el Tártaro, su madre, su hermana muerta, su desafortunado y no correspondido enamoramiento por Percy, la confusión, la soledad, la culpa, la certeza de que muchas de las cosas que sentía, que representaba, no eran correctas.

Y dolía. Pero él no era débil, nadie iba a saber nunca sobre todas aquellas cosas.

Los demás lo veían como alguien frío y cínico, un ser déspota y sin sentimientos. Y era mejor así.

Resignado, tomó la daga que guardaba en su bota.

Dobló las mangas de color negro, y apoyó el filo de la hoja contra su piel.

Suspiró casi imperceptiblemente al sentir el primer corte. No era la primera vez que lo hacía. Le gustaba olvidarse momentáneamente de todo. Sentir la sangre escarlata corriendo por su brazo, humada y caliente.

Levantó la daga nuevamente. Sentía como el metal frío perforaba su carne. Y se sentía bien.

Al cabo de un rato, se levantó silenciosamente y cubrió los cortes con su camisa.

Cerró brevemente los ojos, visualizando el interior de la solitaria cabaña de Hades, debía buscar algunas cosas antes de…desaparecer, o largarse, como sonara mejor. Otra vez.

Murmuró una maldición cuando el suelo firme reapareció bajo sus pies. Definitivamente se sentía mejor en la soledad de su cabaña.

Sin embargo, no estaba vacía.


N/A: Gracias por leer.

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