Los personajes no me pertenecen. Vocaloid es de Yamaha Corporation.


Allí estaba, al otro lado de la esquina. Con una profunda inspiración, Rin se dio ánimos. Se dijo que no podía posponerlo más. Llevaba casi una semana intentando confesarle sus sentimientos, pero en el último momento siempre encontraba una escusa para posponerlo; que había más gente, que era hora de volver a casa, que él se enfadaría por molestarlo… aunque esa última no era para nada realista. Era imposible que se enfadara tan solo por eso, de hecho nunca lo había visto enfadado de verdad. Pero este era el momento. Estaba solo en la puerta del instituto, poniéndose los zapatos y listo para volver a su casa. Afuera atardecía, acto que teñía de naranja cada rincón no invadido por las sombras. Sus mejillas no eran una excepción gracias al enorme ventanal que se encontraba a su derecha, aunque resultaba complicado superar el rojo que sus pómulos ya tenían de por sí debido a lo que estaba a punto de hacer.

La carta estaba ilesa. La excusa del día anterior había sido que se encontraba demasiado arrugada como para entregársela en tal estado y tuvo que reescribirla. La apretaba con fuerza contra su pecho, tratando calmar los latidos de su desbocado corazón, el cual apenas superaba en ritmo a su respiración errática. Inspiró fuertemente un par de veces, preparándose. Si lo posponía un solo segundo más, entonces Miku volvería con él. Estaba segura de que él no sería capaz de rechazarla y su rival en el amor se llevaría una vez más al chico de sus sueños. Ellos habían salido juntos durante mucho tiempo, pero un mes atrás habían empezado con las discusiones. Eran tonterías, caprichos de novia celosa. Él, siempre calmado, le había explicado con detalles que ahora estaba con ella y no pensaba traicionarla. Pero la paranoia de Miku se volvió tan grande que le dejó antes de que él lo hiciera, quedando él estupefacto. Supo reaccionar a tiempo. Alucinaba con ella misma, y se disculpó, para hacer lo mismo otras tres veces. Al final, él se cansó y podía jurar que fue la primera vez que lo vio un poco descompuesto. Esa vez rompió él y era para siempre. Aunque perfectamente podía ser su última oportunidad. Tomó una bocanada definitiva cerrando los ojos e impulsándose a girar la esquina. Él ya no estaba ahí. Sintió una desilusión infinita. Eso era su culpa, por no haberse envalentonado antes.

En un acto inconsciente, salió corriendo en su dirección.

-¡Kaito-kun!

Él estaba apoyado en el muro al lado de la puerta.

-Rin, al fin sales. - Saludó con una sonrisita.

Ella se sonrojó más si aquello era posible. La había descubierto observándolo. No podía sentir más vergüenza. Sintió que la cabeza le iba a explotar por tan cuantiosa acumulación de sangre.

-Ka- Kaito, yo… -Giró la vista sin poder continuar. Él vio la carta en sus manos y cambió su postura, incómodo. Rin le echó de nuevo una ojeada y se fue toda su motivación. Sus hombros cedieron, sus nervios se aclararon, sus mejillas tomaron un color más humano y su aliento salió con nueva decisión.

Le miró a sus hermosos ojos azules y le mostró una pequeña sonrisa derrotada.

-¿Te acompaño a casa?

-Eso debería proponerlo yo. – Contestó rápidamente con sus facciones suavizadas en una sonrisa.

Echaron a andar en completo silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Rin ya no le daría la carta, pero esta vez se debía al motivo soberano de que Kaito-kun a pesar de quererla, no lo hacía de la forma que a ella le hubiera gustado. Puede que aún siguiera pensando en Miku, era lo más probable. De hecho, estaba segura. ¡Qué cruel había sido! Estuvo a punto de recordarle que la otra chica ya no estaba a su lado y ponerle en un aprieto con una buena amiga. Tendría que haber esperado al menos un mes hasta que las cosas se calmaran y se aseguraba de que no volverían juntos. Por favor, ¡había pasado una sola semana desde que rompieron! Estuvo animando a su amiga Miku, porque pese a ser su rival y tratar a Kaito de una forma horrible, era su amiga. No le había revelado que se iba a confesar a su ex cuando había hecho tantas cosas por Rin. De alguna forma pensó que Miku le debía al menos dejarle intentarlo, ya que ella se lo había llevado primero. Ahora le parecía una tontería. Eran rivales en el amor y por ello habían perdido mucha confianza entre tantos ocultismos sobre el chico que les gustaba a ambas. Luka, pese a ser una muy buena amiga, siempre elegiría a Miku con creces. De alguna forma inconsciente estaba sola.

De Gumi ni hablar. Ella y Yuma habían empezado a salir años atrás. Al principio le molestó que faltara a las fiestas de chicas por estar con él, luego se resignó e incluso se sintió algo contenta porque Yuma finalmente había encontrado a alguien a quien querer. Pese a todo, a Gumi no le gustaba hablar de su relación y mucho menos de ella misma y poco a poco se fue separando de la propia peliverde y, por consiguiente, de Yuma.

-¿Tienes noticias de Len?

-La verdad es que hace un par de meses que no hablamos por teléfono.

No quería pensar en su hermano. Los primeros años sin él fueron una verdadera tortura, ni siquiera podía recordar su ausencia sin echarse a llorar. Hablaban por teléfono prácticamente todos los días durante horas, pero poco a poco fueron perdiendo el contacto; no era lo mismo. Y su padre no le tenía permitido salir de su ciudad por lo que hacía poco más de seis años que no veía a su mellizo. Actualmente pensaba en él con el buen sabor de boca de los momentos felices y ya apenas sentía el pinchazo cuando tenía que hablar con o sobre él.

-Ya veo. Entonces aún no lo sabes.

Lo primero que le vino a la mente fue que finalmente Len y su grupo habían debutado. Guardó la carta en el maletín escolar.

-¿Saber el qué?

-Ya te enterarás.

Anotó mentalmente preguntarle a su padrastro, y si él no lo sabía tendría que llamar a su hermano. Aunque no tenía tanta curiosidad como para llegar a ese extremo.

-No, dímelo.

-¿Sabes que han trasladado a Gakupo?

-¿Kamui Gakupo? ¿Nuestro Gakun?

-El mismo. – Kaito le sonrió divertido y sus comisuras se alzaron solas.

-¿Adónde? – Cuestionó con un fuerte entusiasmo creciendo en su interior.

-Aquí mismo.

El grito de euforia y el salto se le escaparon sin querer. También hacía tiempo que no veía a Gakupo.

-¿Cuándo viene?

-En una semana exacta. – Se detuvieron y Rin se acercó para besar su mejilla, decidida a confesarse cuando ya todos hubieran asimilado la ruptura de los peliazules. Habían llegado al final de su trayecto juntos en varios sentidos. – Te agradezco el haberme escoltado.

-Gracias por dejarme hacerlo. –Sonrió ella, girándose para volver. Pero recordó algo. - Me tienes aquí para lo que sea.

El chico se lo pensó. Nadie le había ofrecido hablar sobre cómo se sentía.

-¿Te apetece un té?

-Por supuesto. Con permiso.

Tras dejar los maletines y los bolsos, Rin se sentó sobre el tatami del salón estirando una pierna y apoyándose sobre sus manos, echando la cabeza hacia atrás para ver del revés cómo el chico preparaba el té.

-¿Cómo te sientes? - Chasqueó la lengua viendo cómo vertía el agua en una tetera- Vaya una pregunta tonta.

-Me siento la peor persona en el mundo, porque he sido yo quien ha cortado todo aquello que nos unía.

Muy bien, Rin. Sé objetiva.

-No ha sido sin motivos. - Él no la miraba, tan solo seguía centrado en su tarea, traqueteando de un lado a otro con los cubiertos y vajilla.

-Sin ella, todo es distinto. No es como si me fuera a poner a llorar, pero en cada cosa que veo noto su ausencia y lo diferentes que son las cosas sin su presencia. Siento que me odio.

La rubia se alarmó al verlo frotar la manga de su camisa sobre las gotas brillantes que sobresalían de sus preciosos ojos. Sin poder evitarlo se puso en pie con intención de abrazarlo, pero apenas había dado un paso un dolor punzante atenazó su dedo meñique. Miró reprobadoramente, como maldiciéndola, a la esquina de la mesita y reprimió el quejido que pugnaba por salir entre sus labios. Pero el chico la vio de todas formas, tanto silencio le pareció más extraño que cualquier grito. La vio saltando sobre un pie, soplando y acariciando la zona dañada. Cuando inevitablemente se desplomó sobre su trasero, las carcajadas de Kaito no se hicieron de rogar. Rin se lo tomó a mal.

-Te maldigo para siempre. - Giró la cabeza en dirección contraria en un claro signo de indignación. Al instante él se arrepintió y se agachó a su lado con una pequeña sonrisa, conteniendo la risa.

-¿Estás bien?

Le tocó un brazo del cual se deshizo rápidamente con un refunfuño. Pero fue un gran error, ya que su apreciado meñique fue golpeado por el suelo. Eso solo avivó la risa del chico. Rin sonrió de lado al saberse productora de aquel sonido. Había conseguido que por un momento olvidara la miseria y dejara a un lado las sonrisas falsas. Se unió a su risa en medio de un abrazo estrangulador que pretendía acabar con la vida del chico. Recobró su seriedad repentinamente, sin ningún motivo aparente.

-Deja de martirizarte. Ella te hizo daño, por lo que has hecho lo correcto para ti. No está mal que pensemos en nosotros mismos de vez en cuando, de hecho, es imprescindible para encontrar la felicidad. Y últimamente con Miku parecía haberse escondido muy bien. Quizá ella lo hizo de forma irreflexiva. Tú no tuviste la culpa.

Kaito inspiró con unos ojos llenos de cariño, los agujeros de su nariz ensanchándose.

-Muchas gracias, Rin-chan. Eres la primera que me dice eso. Todo el mundo está en mi contra porque no quieren ver lo que hay detrás de mi elección.

-Odio a esa clase de personas que juzgan sin saber en realidad de lo que hablan. - Masculló acercándose para abrazarlo. Vigiló sin disimulo a sus pies por si se les ocurría volver a traicionarla, a lo que el chico sonrió. -No te preocupes, Kaito. Yo siempre estaré a tu lado. Siempre te apoyaré.

-¿Aunque yo tenga la culpa? - El chico enarcó una ceja. En realidad estaba jugando, según le confesó la sombra de otra sonrisa escondida en sus labios.

-En ese caso te daré un coscorrón y te haré entrar en razón. - Y para reafirmar sus palabras, comenzó a frotar su puño contra su cabeza con un exceso e energía.

-¡Rin-chan, para, me haces daño! - Pero su sonrisa no decía lo mismo.

Kaito se detuvo para verla marchar, su bufanda azul serpenteando en el viento con la mirada tranquila del que sabe muchas cosas.

Ella no se arrepentía de nada. Había hecho el idiota, sí, pero Kaito había sonreido, y eso era más de lo que soñó conseguir. Era la primera sonrisa que brillaba en la boca del muchacho desde hacía bastante tiempo, y se sentía fatal que un alguien como él, que regalaba sonrisas, estuviera en ese estado de seriedad perpetua. Exhaló el último suspiro de la tarde mientras marcaba en su teléfono el número de Gumi, la última persona que le quedaba.


Continuará...