Capítulo Doce

Los globos y las tiras de colores en el gimnasio animaban a sentirse de nuevo adolescentes. Una increíble recopilación de música de los años sesenta y setenta sonaba por los altavoces y había largas mesas llenas de comida y bebida para todo el mundo.

La gente bailaba en la zona reservada para pista de baile, hablaban sobre los viejos tiempos y reían recordando anécdotas.

Era una fiesta estupenda.

Entonces, se preguntaba Serena, ¿por qué no lo estaba pasando bien?

Porque, se contestaba a sí misma, Darien no había llegado.

Quizá no iba a ir, se decía. Quizá después de la noche anterior, lo que quería era alejarse de ella.

Y quizá, le decía una vocecita por dentro, eso sería lo mejor. Aunque estaba deseando volver a verlo, ¿no sería más fácil para los dos si se separasen aquel mismo día?

La angustia que le producía aquel pensamiento hacía que, de repente, su plan y aquella reunión le parecieran algo terriblemente infantil.

Ni siquiera le importaba su precioso vestido de seda azul. Lo había comprado para impresionar a gente a la que apenas recordaba. Había querido causar impresión, romper el capullo y ser la mariposa que siempre había querido ser.

Pero la mariposa estaba atrapada en una red.

Serena miró alrededor. Las caras no eran más que un borrón, las risas y las conversaciones carecían de importancia para ella. Le dolían los pies, aprisionados en unas sandalias de tacón imposible y su sonrisa era tan poco real como el anillo de diamantes que llevaba en el dedo.

Podría haber sido real, se decía a sí misma, recordando lo que Darien le había dicho la noche anterior. Serena tomó aire, recordando la momentánea explosión de alegría que había sentido antes de que la realidad se abriera paso.

Serena podía ser nueva en las lides de amor, pero sabía lo que era una proposición inducida por la pasión. En otras circunstancias, Darien no le habría pedido que se casara con él.

Alguien la empujó por detrás y, cuando se volvió, se encontró con una cara que le resultaba familiar. Cuando miró la etiqueta que llevaba pegada al traje, como todo el mundo en la fiesta, vio que su nombre era Diamante Black.

Mientras ella se quedaba pensando, él leyó su nombre y de repente volvió a mirarla, sorprendido.

—¿Serena Tsukino?

—Sí —contestó ella—. Diamante, de la clase de biología —dijo entonces, recordando. Además de ser el capitán del equipo de baloncesto y el rompecorazones del instituto.

—Estás guapísima —dijo, levantando la voz, para que pudiera oírlo por encima de la música—. No te habría reconocido sin la etiqueta.

—Gracias —dijo Serena, haciendo una mueca.

—Perdona, no quería decir…

—Ya. Entiendo —sonrió ella, haciéndole un gesto de despedida. Sabía exactamente a qué se refería. A lo mismo que todo el mundo.

Debería estar contenta, se decía. Aquella era la reacción que había esperado. Y, sin embargo, no le importaba nada. De nuevo, la gente la juzgaba por su apariencia. Nadie veía a la «auténtica» Serena, nadie veía a la mujer que había dentro.

Serena decidió tomar un refresco y se abrió paso entre un montón de gente.

—Ha muerto, no sé si lo sabes —estaba diciendo un hombre.

—Sí. Netflye también.

—¡No!

Serena se apartó de allí en cuanto pudo.

—Está horrible, ¿verdad? —comentaban unas mujeres.

—¿Qué esperabas? ¡Creo que se ha hecho la cirugía usando cupones de descuento!

Serena hizo una mueca y siguió andando hasta colocarse detrás de unas chicas de su edad.

—¿Dónde está su prometido? Eso es lo que me gustaría saber.

—¿No deberían haber venido juntos?

Serena se mordió los labios. Estaban hablando de ella. Deberían haber ido juntos a la reunión, pero ella había llegado demasiado pronto. Y se había pasado todo el tiempo buscándolo. No era solo una cobarde, sino una cobarde con poca lógica.

—Sabía que era mentira —estaba diciendo la mujer—. Darien Chiba no podía casarse con una hortera como Serena Tsukino. Me da igual que ahora esté guapa.

Serena sintió que le fallaban las piernas, pero aun así se quedó escuchando lo que aquellas cotillas tenían que decir.

—Él es un oficial de los marines, por favor. Necesita una mujer que sepa hacer algo más que manejar un ordenador.

—Pero… —empezó a protestar su amiga.

—Después de todo, una cabeza de chorlito siempre es una cabeza de chorlito.

Una risa chillona siguió a aquel comentario y Serena se apartó, con el corazón en la garganta.

Tenía que salir de allí. Lo que esa mujer había dicho era lo que ella misma pensaba.

Murmurando disculpas entre la multitud, Serena intentaba buscar la puerta del gimnasio, pero antes de que pudiera escapar, alguien la tomó del brazo.

—¿Serena Tsukino? ¿Eres tú? —dijo una voz. Imaginando que tendría que escuchar algún otro cumplido sobre que no parecía la misma persona, Serena se volvió y se encontró frente a Rei Hino, la chica más guapa del instituto—. Mina me había dicho que estabas cambiadísima, pero esto es increíble.

—Gracias, Rei —murmuró ella—. Tú también estás muy bien.

La mujer soltó una carcajada y se dio un golpecito en las caderas.

—Gracias, pero tres hijos han terminado con mis días como reina de la belleza.

—¿Tres? Enhorabuena —dijo Serena, con la primera sonrisa auténtica de la noche.

—No me animes —la advirtió Rei—. Puedo empezar a sacar fotografías a la mínima provocación —advirtió. Dos o tres chicas se acercaron a ellas mientras hablaban—. Mina me ha contado que tienes tu propio negocio. Ordenadores, ¿verdad?

—Sí —contestó Serena, mirando incómoda al inesperado público.

—Eso es estupendo —dijo una de las chicas—. A mí me encantaría tener mi propio negocio.

—¿Qué haces, diseñas programas?

Sorprendida, Serena miró de una a otra y se dio cuenta de que estaban genuinamente interesadas en ella. No en su compromiso con Darien, ni en su nuevo aspecto. «En ella».

Por fin, se relajó un poco y les habló de su último programa.

—¿Lo has hecho tú? ¡Ese programa le ahorró a la empresa de mi marido miles de dólares! —dijo una de ellas, boquiabierta—. Tengo que decirle quién eres —añadió, buscando a su marido con la mirada.

—No sabrá mi nombre. Hay mucha gente que diseña programas.

—Sí —bromeó la mujer—.

Serena sonrió. Era cierto. Diseñar programas de ordenador era algo que no todo el mundo podía hacer.

—Fíjate, es guapísima, tiene una carrera profesional y va a casarse con Darien Chiba. La vida no puede ser más perfecta —dijo otra de las chicas.

Una sonrisa triste cruzó sus labios. Su vida no era perfecta. No lo era la vida de nadie. Pero nunca antes se había dado cuenta de que su vida era interesante. Importante. Para ella y para los demás.

Seya, su novio imaginario, le parecía una tontería en aquel momento. No necesitaba ningún hombre para sentirse bien. Ella había levantado su propio negocio desde cero. Tenía una bonita casa, buenos amigos, una familia que la adoraba.

¿Qué más podía pedir?

Darien, le contestó una vocecita por dentro.

Pero incluso sin Darien, se decía a sí misma, su vida era interesante. Un poco solitaria, desde luego, pero una vida de la que podía sentirse orgullosa.

Darien apareció tras ella a tiempo para oír el final de la conversación. Llevaba media hora intentando llegar hasta Serena, pero le habían parado todos sus compañeros de clase. Un hombre vestido de uniforme siempre llama la atención.

—Serena —sonrió Rei, mirando a Darien—. Me parece que este chico quiere sacarte a bailar.

Cuando Serena se dio la vuelta, el resto del mundo desapareció para Darien. El azul del vestido se reflejaba en sus ojos, aquellos ojos imposiblemente hermosos. Ella lo había estado evitando desde la noche anterior y, al verla de nuevo, se había quedado sin habla.

—Baila conmigo, Serena —dijo él, cuando pudo encontrar su voz. Ella asintió y Darien la tomo de la mano para llevarla a la pista de baile. Una balada de los sesenta sonaba por los altavoces—. Teníamos que haber venido juntos, ¿recuerdas? ¿Por qué has venido sola?

—Me pareció lo mejor —contestó ella, sin mirarlo.

—¿Para ti?

—Para los dos.

—Estás guapísima —susurró él.

—Gracias.

—Te quiero.

Ella levantó la cabeza para mirarlo. Había dolor en sus ojos.

—No, Darien, por favor.

—Quiero casarme contigo.

A su alrededor, multitud de parejas bailaban, perdidos en su propio mundo, ajenos a lo que ocurría a su alrededor.

—No hace falta —musitó Serena—, Ya te he dicho que las posibilidades de que yo esté… bueno, ya sabes, son muy pequeñas.

—Eso no tiene nada que ver —replicó él. Si Serena estaba embarazada, desde luego asumía su responsabilidad. Pero era más que eso, quería formar parte de la vida de Serena. No había esperado enamorarse como lo había hecho, pero era así y ella tenía que creerlo.

Serena intentó apartarse, pero él la apretaba con fuerza, asustado de que si la dejaba ir en aquel momento, la perdería para siempre. Y durante los últimos días, había descubierto que su vida estaba vacía sin ella.

De que tenía que arriesgarse.

Si pudiera convencerla de que arriesgara su corazón con él, pensaba.

—Te quiero, Serena —repitió.

Ella negó con la cabeza y Darien creyó haber visto la sombra de una lágrima en sus ojos.

—No. No es verdad.

Obstinada. Testaruda. Darien la apretó más fuerte contra sí.

En ese momento, la música paró abruptamente y un hombre subió al escenario. De nuevo, Serena intentó escapar, pero Darien no se lo permitió. No se lo permitiría ni en aquel momento, ni nunca.

—Buenas noches a todos —anunció el hombre por el micrófono—. Es hora de hacer las presentaciones. Todo el mundo ha votado y ahora hay que decir el nombre de los ganadores. Los congregados empezaron a aplaudir, acercándose alegres al escenario. Serena se había colocado delante de Darien y él la tomó por la cintura.

No pensaba abandonar. El futuro de los dos estaba en juego.

Cuando la ceremonia terminara, la llevaría fuera para hablar. Tenía que encontrar la forma de convencerla de su amor. Tenía que hacerla creer.

Los siguientes minutos pasaron rápidamente, mientras en el escenario se entregaban los galardones al graduado más antiguo, al más joven, al que mas viajes había realizado y otros más.

—Ahora, el trofeo para el graduado que más ha cambiado —anunció el hombre entonces, haciendo una pausa para crear expectación—. ¡Serena Tsukino!

Serena se irguió, sorprendida y miró alrededor.

Todo el mundo estaba dándole la enhorabuena.

La gente aplaudía, haciéndole sitio para que subiera al escenario y Darien tuvo que soltarla, a su pesar. Lentamente, subió los escalones para recibir su galardón.

Todo el mundo la estaba mirando. Serena tomó el pequeño trofeo con manos temblorosas y se colocó frente al micrófono para dar las gracias.

Veía caras familiares, a sus padres, a su hermana, a la familia de Darien. Y por fin, a Darien. Estaba guapísimo con el uniforme. Alto, orgulloso y tan atractivo que se le rompía el corazón.

Cuando él sonrió, Serena supo lo que tenía que decir.

Se aclaró la garganta, rezando para que la voz le respondiera.

—Gracias. Pero creo que no me merezco este premio —empezó a decir. Podía escuchar murmullos de incredulidad entre sus compañeros—. La verdad es que no he cambiado en absoluto. Bajo este precioso vestido y debajo del maquillaje, sigue estando Serena, la cabeza de chorlito —añadió, tomando aire para darse fuerzas—. Sois vosotros los que habéis cambiado. Todos vosotros. Supongo que es normal. Nos hemos hecho mayores. Hemos dejado de clasificar a la gente y empezamos a mirarnos unos a otros solo como seres humanos —los murmullos arreciaban, pero Serena no se dejó amedrentar—. Yo… quería volver a está reunión siendo diferente. La nueva Serena Tsukino. Pero al final me he dado cuenta de que la antigua Serena es suficientemente buena para mí —siguió. En ese momento, sus compañeros empezaron a aplaudir y ella sonrió, nerviosa. Después, miro hacia Darien para terminar la confesión—. Y ya que estoy siendo sincera, tenéis que saber algo más. No estoy prometida con Darien Chiba. Quería impresionaros a todos, así que me inventé un novio —aquella última confesión había dejado a todo el gimnasio en silencio—. Darien se ofreció voluntario y… bueno, las cosas se me escaparon de las manos —terminó. El trofeo se le clavaba en las palmas de las manos. Serena empezó a bajar los escalones del escenario. Nadie hablaba. La confesión era buena para su alma, pero terrible para su corazón.

Y entonces, alguien empezó a aplaudir. Un aplauso único que cada vez era más fuerte. Era Darien.

La gente se apartaba para dejarle paso y Serena se quedó parada un momento, sin saber qué hacer.

—Cásate conmigo, Serena —dijo, cuando estuvo a su lado.

—Darien… —empezó a decir ella. De reojo, podía ver las caras de alegría y sorpresa de sus compañeros.

—Cásate conmigo —repitió él, más alto—. Estoy enamorado de ti.

—Ni siquiera me conoces, Darien —dijo ella, resignada a mantener aquella conversación con publico—. No puedes estar enamorado de mí.

—Estás equivocada —sonrió él—. Te conozco. Y me encanta que sepas el nombre de las camareras y que les hables como si fueran amigas. Me encanta que seas tan dulce con los niños. Me encanta que me enseñes a ver la belleza del mar. Tu risa calienta mi corazón y tus lágrimas me lo rompen —seguía diciendo él, como si estuvieran solos. Serena sintió un escalofrío—. Me encanta que pongas hielos en tu sopa para enfriarla. Me encanta que te pongas las gafas porque te hacen daño las lentillas. Y me encanta que tu idea de un buen libro sea un manual sobre microchips.

Aquella última frase pareció despertar a los invitados de una especie de trance. Hubo risas y aplausos. Incluso Serena rió. Algo cálido y maravilloso se había instalado en su corazón.

Darien no sólo había visto su apariencia de mujer atractiva y elegante. La había visto a ella. La amaba a ella.

—Me conoces —murmuró Serena, con la voz rota.

—Yo creo que sí —dijo él, mirándola a los ojos con ternura—, Me gusta quien soy cuando estoy contigo. Me encanta lo que somos cuando estamos juntos. Te quiero, Serena. Y tú me quieres a mí —añadió, tomando su mano para quitarle el anillo que llevaba y ponerle el que él mismo había comprado. Una banda de oro blanco con un zafiro rodeado de diamantes—. El zafiro me recuerda tus ojos.

—Oh, Darien… —todo el mundo estaba expectante, pero Serena no se daba cuenta porque sólo podía ver a Darien. Había encontrado su futuro escrito en los ojos del hombre y, en silencio, le daba gracias al destino que la había llevado hasta aquel momento mágico—. Yo también te quiero. Y quiero casarme contigo.

—Recuerda esa frase —advirtió el, con una sonrisa.

La audiencia del intercambio romántico pareció suspirar al unísono.

Serena asintió. En menos de una semana había encontrado al amor de su vida. Lo que había empezado como un plan ridículo se había convertido en un futuro nuevo. Uno que estaba deseando empezar.

—¿Quién necesita a Seya? —rió Serena.

Darien la tomó en sus brazos para ayudarla a bajar del escenario y los dos se fundieron en un beso que dejó a la mitad de los congregados suspirando de envidia.

Un aplauso sincero retumbo en el gimnasio.

—.¿Y quién es ese Seya? —creyó escuchar Serena mientras enredaba los brazos alrededor del cuello de Darien y se abandonaba a la magia que había nacido entre ellos.

Fin