InuYasha no me pertenece. Solo la trama es mía y algunos de los personajes ficticios.

Mi primera historia publicada de Sesshomaru & Rin! Tengo más empolvadas en mis documentos, pero esta será corta y con poca drama, así que decidí publicarla de una vez. **Advierto que los capítulos son cortos... y que actualizaré muy rápido!

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Claridad

Era de noche y la luna llena había tomado su lugar entre las estrellas y el firmamento negro. Rin yacía sentada sobre la base de un gran cerezo apreciando todo aquel paisaje. Acababa de cumplir veinte años y su amo Sesshōmaru le había regalado tantas cosas innecesarias que ella había aceptado de buena gana. Ya no era una niña a pesar de que seguía teniendo el corazón de una, se había convertido en una hermosa mujer que los terratenientes y empleados de las tierras de Sesshōmaru, no podían dejar de desear y enloquecer. Nadie tenía permiso de acercarse a la señorita Rin, así que aquellos hombres se quedaban con las ganas de poder estar con Rin conformándose con las sonrisas que Rin les daba.

Rin había pasado de las flores y los juegos a ayudar la sacerdotisa Kagome a cuidar enfermos y a ayudar a mujeres a dar a luz. Sesshōmaru no estaba muy feliz con eso, pero ver la sonrisa de Rin le hacía el demonio más pleno en el planeta, no que lo admitiera alguna vez.

― ¡Ah! ¡Lord Sesshōmaru! ―gritó Rin al verle caminar hacia ella.

Tenía toda esa gracia en él, era alto, guapo y tenía el porte de mil reyes.

―Deberías de estar dormida, Rin ―habló con su voz tan fría y seria.

Ella sonrió y se hizo a un lado para que él se sentara a su lado.

―Es mi cumpleaños, venga, siéntese conmigo ―le pidió amablemente.

Rin había cambiado, ya no era la chiquilla que disparataba cosas al hablar y se la pasaba persiguiendo mariposas, era una mujer que había crecido rápidamente ante sus ojos y eso no le estaba gustando nada, pareciera que en cualquier momento pudiese alejarse de ahí para ir con los suyos, aquellos humanos que el tanto despreciaba.

― ¿Ve que bonita esta la noche? ―susurró ella recargándose levemente en su hombro. Sesshōmaru la vio de reojo―. Gracias por los regalos, señor Sesshōmaru ―dijo ella descubriendo que él la veía.

El asintió pero no dijo nada, sabía que el señor Sesshōmaru era un hombre de pocas palabras y ella jamás le había exigido más de las que él decidía hablar.

― ¿Cómo sabe que hoy es mi cumpleaños? ―preguntó ella en un susurro―. ¿Fue el día en el que me encontró muerta?

Él se tensó levemente ante esas palabras.

―Sí.

― ¿Cuándo muera de verdad, usted me recordara? ¿Llevara flores a mi tumba como los humanos acostumbran? ―preguntó ella viéndolo―. Una vez le pregunté pero usted no respondió nada…

―No digas tonterías, Rin.

― ¡Eso fue lo que usted dijo! Dígame, ¿piensa hacerlo?

Él se removió incomodo en su lugar haciendo a Rin separarse de él y mirarlo con insistencia.

―No hables de muerte en tu cumpleaños ―fue lo único que él dijo para que Rin sonriera, suspirara y se volviera a recargar en su hombro.

― ¿Usted cree que pueda ser tan buena sacerdotisa como la señora Kagome? ―preguntó de nuevo.

Sesshōmaru estaba acostumbrado a las preguntas de Rin, eran una parte de ella que no cambiaría por nada del mundo.

―No serás sacerdotisa, Rin.

― ¿Qué? ¿Por qué? ―preguntó súbitamente triste.

―Lo tienes todo aquí, no necesitas nada más.

Ella suspiró quedito.

―Quiero ser sacerdotisa ―fue lo que dijo para fruncir el ceño―. Usted nunca quiere que haga nada, ¿qué se supone que hare cuando me tenga que marchar de aquí? ―preguntó levemente molesta sorprendiendo a Sesshōmaru quien la vio taparse la boca con los ojos bien abiertos y escuchando los latidos de su corazón desbocados.

― ¿De qué hablas?

Ella bajó su mirada y la luz de luna deslumbró en su cabello carbón.

―Bueno yo… tengo veinte años, señor Sesshōmaru… y… tendré que irme de aquí pronto, ¿no es así?

Él se enfureció ante eso.

― ¿Acaso no te gusta vivir en el palacio?

― ¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que me gusta vivir aquí! Es solo que… ha cuidado de mi bastante tiempo, señor, creo que es hora de seguir mi camino, ¿no lo cree usted? Además usted… bueno, yo he escuchado…

― ¿Qué? ¿Qué has escuchado? ―la miró con el ceño casi fruncido.

―El otro día escuché a unas sirvientas decir que... ―se mordió los labios desesperada― usted se comprometería con una mujer del reino del sur… con una yōkai como usted… ¿es eso cierto, señor Sesshōmaru? ―abrió y cerró sus ojos viéndole.

Las ganas de Sesshōmaru de destrozar las bocas de esas mujeres le inundaron al escuchar esas palabras. Pero vio los grandes ojos cafés de Rin y se tranquilizó un poco, esos ojos que le llevaban a soñar cosas agradables y le traían felicidad pura y real.

― ¿Usted se comprometerá con una mujer? ―susurró.

No sabía porque pero eso le dolía, jamás había visto a su amo con ninguna mujer. La repentina noticia le causaba algo que jamás había sentido.

―No es cierto, Rin. No hagas caso de las habladurías de las sirvientas.

Ella sonrió.

― ¿Enserio? ―preguntó emocionada―. ¿No se casara con nadie? ―su sonrisa se ensanchó más al ver a su amo negar levemente con su cabeza―. No sé porque, ¡pero eso me alegra mucho! ―sonrió abrazándolo.

Él se quedó quieto sintiendo el cuerpo esbelto y fino de Rin añadirse a su cuerpo, Rin ya no era una chiquilla de siete, ahora tenía veinte y su cuerpo era el de una mujer, solo que ella no lo entendía y seguía abrazándolo y lanzándose como si fuese una niñita.

― ¿Por qué te pone feliz? ―preguntó empezando a pensar en cosas que un gran demonio como él no debía pensar.

―No lo sé, señor Sesshōmaru ―se encogió de hombros―. ¡Si supiera usted que me daba tanto coraje pensar en ello! ―gritó arrugando el ceño como una niña caprichosa―. No quiero que usted se case con nadie más, ¿eso está bien?

Sesshōmaru pudo sonreír ahí mismo, pudo besarla, abrazarla y llevarla a su habitación a hacerle el amor, pero no hizo nada de eso, solo se le quedó viendo y asintió.

― ¿Enserio? Porque yo pensé que estaba mal… ¿sabe? Un chico vino el otro día y me pidió que me casara con él ―confesó sentándose frente a él.

El paró todo pensamiento y se fijó en Rin quien estaba sentada en flor de loto frente a él.

― ¿Qué le dijiste?

―Le dije que sí, escaparemos en una semana ―sonrió en grande.

Él se puso rígido y se levantó súbitamente mientras que ella se empezaba a carcajear.

― ¡No es cierto! ―gritó―. Solo juego, señor Sesshōmaru ―se rio como diablilla.

Sesshōmaru se relajó rápidamente aunque no borró el claro enojo de su rostro. Ella también se paró y se puso a su lado.

―Le dije que no podría casarme con él porque me iría de aquí y no volvería jamás…

―Pero no te iras, Rin ―sentenció él.

― ¿No quiere que me vaya? ―preguntó viéndolo desde su pequeña estatura.

El no dijo nada y volteó su rostro hacia otro lugar.

―Sé que usted nunca habla de sus sentimientos, señor Sesshōmaru… pero es necesario que me diga si quiere que me quede o no, de otra forma, yo me iré y no volveré.

Sesshōmaru la vio lentamente, la vida se le fue en ello mientras que la chica esperaba por una respuesta. ¿En qué momento Rin se había convertido en un ser tan importante en su vida?

―No te iras ―fue lo que dijo antes de empezar a caminar hacia el palacio―. No quiero que te vayas.

Desapareció por el pasillo del jardín y ella se mordió los labios, sintiéndose feliz como nunca. ¡Su señor no quería que ella se marchara! Jamás había estado tan feliz en todos sus veinte años de vida, se quedaría a vivir con su amo por siempre.