Protegido por la Reina del Mal.

Advertencia: Este trabajo es puramente lúdico, sin fines lucrativos. "¡Oye Arnold!" pertenece exclusivamente a Nickelodeon y a su creador Craig Bartlett.

Capítulo I

Las reglas. Todos debían atenerse a las normas implantadas, pues para algo se habían creado. Rara vez existían excepciones, pero cuando era así, se debía encontrar una solución para la anomalía.

Arnold suspiró sonoramente, cruzándose de brazos y pensó que a veces lo más difícil era hacer cumplir las reglas. En especial cuando se habían vuelto su responsabilidad sorpresivamente. Nunca, en toda su vida, se hubiese imaginado que sin cumplir un mes de su vuelta a Hillwood se volvería el presidente del consejo estudiantil, después de vivir por siete años en San Lorenzo, con sus padres, desde su reencuentro. Aunque claro, también su repentino puesto había sido la situación más imposible del mundo.

Pero… ¡Así era su vida! Llena de imposibles, para bien o para mal.

- ¿Arnold…? –la voz de Phoebe le hizo reaccionar y el chico sacudió el rostro para salir de su ensoñación.

La chica había sido escogida como secretaria del consejo y Arnold tenía que admitir que todos esos años siendo la mejor amiga de Helga Pataki y ser casi su asistente personal la había vuelto extremadamente eficiente para ese puesto. Aunque le era extraño que él, siendo un estudiante Junior, al igual que Phoebe, fuese él su superior. Le parecía tremendamente mal. Solo les faltaba un año para graduarse y usualmente los presidentes salían de ese grupo, de los próximos graduados. Los puestos inferiores eran llenados con estudiantes de diecisiete años, como Phoebe y él, con suerte y uno de dieseis se infiltraba en el selecto grupo.

- Lo siento ¿Me decías algo? –el chico deslizó sus dedos entre sus cabellos para quitarse el estrés que a veces le invadía al estar al mando de toda una preparatoria.

- El día de hoy solo tuvimos veinte personas que incumplieron con el reglamento de vestimenta, creo que podríamos revisarlos individualmente antes del primer receso para ver si hicieron las correcciones necesarias y así no tener que castigarlos. –le propuso Phoebe, con una pequeña sonrisa.

- A veces creo que debería tomarte una foto y poner copias de la misma por todos lados. –aseguró el chico, mientras la puerta de entrada se cerraba, dejando a los estudiantes atrasados afuera- Tú eres el ejemplo de la correcta vestimenta. Tal vez necesitan un ejemplo visual. –señaló.

Y no exagerada, aunque la preparatoria no usaba uniformes, si tenía términos claros sobre lo que estaba o no permitido. Phoebe encajaba perfectamente en las normas, tenía el cabello recogido en una coleta baja, con un pequeño cerquillo de lado que apenas rozaba su frente, despejando su rostro. El prendedor que usaba era poco llamativo, de un celeste simple, sin exceso de adornos. La chica llevaba un recatado suéter azul de hombros descubiertos que resaltaba su juvenil figura pero sin ser transparente, ni ajustado o mucho menos escotado, la falda negra que usaba llegaba hasta la mitad de sus muslos y usaba leggins hasta su rodilla de color azul, zapatos negros sin tacón, deportivos con cordones blancos correctamente amarrados. La chica lucía juvenil, atractiva, cómoda y dentro de las normas ¿Eso era tan difícil de lograr? Él no era el experto en moda pero tal vez… si hablaba con Rhonda, pudiesen llegar a un punto medio y crear… algo como un libro para asesorar a los infractores.

- Cada quien tiene su forma de expresarse. –admitió Phoebe, sonrojándose ligeramente por tan diplomático halago.

- Todos debemos seguir las normas. –le recordó Arnold, tocándose el cabello otra vez.

Mientras él había vivido en San Lorenzo, se lo había dejado crecer hasta los hombros, por el peso y la humedad, este terminaba cayendo hacia atrás, despejando su rostro y dándole comodidad. A veces, cuando tenía que entrenar o participar en alguna actividad deportiva, se amarraba el cabello y todo resuelto. Pero cuando había vuelto a Hillwood y a la civilización, una de los primeros requisitos que tuvo que acatar fue cortarse el cabello. No pudo volver a su largo cabello elevado hacia arriba porque eso taparía a otros estudiantes que se sentara atrás de él. Así que se lo dejó ligeramente largo, un par de centímetros para peinarlo hacia los lados. Así que la primera vez que se vio en el espejo sintió que le habían podado y ahora parecía una palmera con las hojas cayéndole sobre la cabeza sin obstaculizar la vista. Pero con el tiempo se terminó acostumbrando, aunque a veces extrañaba su cabello largo. La diferencia no era grande a como lo llevaba de niño, pero él sentía que hasta había perdido kilos cuando vio todo ese cabello en el suelo de la peluquería. Pero… las reglas eran las reglas.

- Lo sé. Pero si sirve de algo… -comentó Phoebe, abrazada a su inseparable libreta, mientras caminaban hacia el edificio de la preparatoria- te ves muy bien así.

- Gracias. Pero no lo digas cerca de Gerald o se pondrá celoso. –bromeó, logrando que la chica ocultara una pequeña risa atrás de su mano, animada por la broma hacia su novio.

El deber del consejo estudiantil comenzaba temprano, en especial para el presidente. En la mañana debía revisar que la ropa que usaban los estudiantes no rompiera el reglamento, al igual que su cabello, maquillaje, accesorios y demás. La tarea era agotadora, pero con Phoebe le resultaba mucho más fácil. La chica tenía una mirada analítica y detectaba anomalías en segundos.

Ambos entraron en el edificio y Arnold sintió alivio al ver que todo el mundo ya había entrado a sus clases. Eso le ahorraba tiempo para ir hasta la sala del consejo, anotar las tareas a los encargados de los diferentes comités y así poder revisar sus avances al final del día.

Pero repentinamente escuchó una voz desde uno de los pasillos de los casilleros. Por la manera en que Phoebe se tensó, supo inmediatamente de qué situación se trataba.

- Adelántate y ve a clases. –pidió el chico, suspirando, mientras metía sus manos en los bolsillos de su jean.

- No, mejor te acompaño. –se apresuró a decir la joven asiática y él le observó seriamente- Está bien… -se resignó, alejándose por el pasillo.

Phoebe era una excelente ayuda y miembro activo del consejo estudiantil…. Hasta que se trataba de cierta persona.

Arnold comenzó a caminar en dirección de donde se oían voces y acorde se acercaba podía escuchar perfectamente de qué iba la conversación…

Otra vez.

- ¡Debes estar bromeando! –se quejó el chico y si Arnold no se equivocaba, se trataba de Peter Smith, un chico de último año y destacado miembro del club de teatro.

- Creo haber sido directa en esta situación, Patrick. -…y esa voz femenina era obviamente Helga.

- ¡Peter! –se quejó el chico, con voz angustiosa- ¿Tu única respuesta es haberme corregido las faltas ortográficas? –preguntó, alarmado.

- Y te estoy diciendo mi respuesta oralmente: No.

Arnold llegó al final de los pasillos. Justo donde terminaba la fila de casilleros había una ventana con bordecillo, donde estaba sentada Helga, con cara de pocos amigos, mientras el delgado chico parecía estar a punto de caerse por el llanto.

- Helga… -llamó Arnold, frustrado por tener que repetir eso otra vez- ¿Qué te he dicho de estas situaciones?

- ¡Hey, cabeza de balón! Tan puntual como siempre. Me gusta esa actitud. –la chica subió desafiante su pie hasta el bordecillo de la ventana y se abrazó la rodilla doblada- Y una vez más… te repito: No existe ninguna regla que me diga que no puedo hacer esto.

Helga había crecido mucho durante el tiempo que habían estado alejados. La chica había dejado atrás sus atuendos de niña y ahora lucía mucho más madura y de alguna manera… femeninamente peligrosa. La menor de los Pataki llevaba el cabello suelto, sin ningún cerquillo aunque al tener una línea de lado, hacía que el cabello le cayera de costado sobre su frente y se guardara atrás de su pequeña oreja. La única manera en que lo mantenía controlado era con una vieja gorra de lana color plomo que rodeaba su cabeza y aplastaba su cabellera lejos del rostro, despejándolo de cualquier mechón intruso. La chica llevaba un top morado de tirantes, cubierto por una chaqueta negra, unos desgastados jeans y convers negros. Pero no era su forma de vestir lo que la metía constantemente en problemas, aunque a Arnold le gustaría pedirle que se subiera el escote un par de centímetros, pues no era necesario anunciar a toda la preparatoria que la adolescencia había llegado alegremente a ella...

No, no era eso, sino la actitud de la chica, la manera en que constantemente parecía meterse en líos de conducta, disciplina y problemas contra la autoridad. El expediente de Helga era extremadamente grande, mayoritariamente por haberse metido en peleas en donde no le llamaban y por no aguantarse las órdenes de otras personas. La única razón por la que seguía estudiando eran sus excelentes calificaciones, los campeonatos de béisbol que lograba ganar para el equipo y los múltiples premios de arte que otorgaba al establecimiento. La chica era una mina de oro ambulante y Arnold sospechaba que por eso la directora era menos estricta con ella.

- Peter, las clases ya comenzaron. Y a menos que tengas un permiso para estar en los pasillos, te recomiendo retirarte a tu aula. Si no me equivoco, tu grupo tiene laboratorio de química y no querrás perderte eso. –recomendó Arnold, cruzándose de brazos.

El chico observó a Helga por un segundo y cerró su puño en el papel que cargaba, antes de retirarse de ahí, herido.

- Gracias, Arnoldo. No se iba. –la chica sonrió de costado, fingiendo angelicalmente- Hay chicos que no entienden un "No" por respuesta.

- ¿Qué ocurrió esta vez? –inevitablemente se encontró preguntándolo, mientras se masajeaba el entrecejo.

- Me escribió una carta de amor que dejó en mi casillero ayer, en la salida. Hoy me pidió una respuesta y yo le entregué su carta…. Llena de correcciones ortográficas. –la chica giró los ojos, al notar la manera en que Arnold le observaba- ¿Qué? No puedes escribir un poema romántico y llenarlo de faltas ortográficas. Eso es un insulto para el arte. Un dolor a la vista. Y demuestra poca dedicación. –se cruzó de brazos- Además, el poema no rimaba.

- ¿El poema no rimaba? –Arnold repitió, frustrado- ¿El poema no rimaba? ¡Helga! No puedes tratar los sentimientos de alguien de una manera tan despectiva ¿Cuántos vas desde que inició el año? ¿Cinco? ¿Seis?

- Ocho. –corrigió la chica y fingió un bostezo- Y te repito… no están interesados en mí. Están interesados en la reputación que se ganarían por salir conmigo. –la chica se tronó los dedos, cerrando un puño sobre el otro- Las chicas malas están de moda, Arnoldo ¿No te lo han dicho?

- ¿Cómo sabes que no están verdaderamente enamorados de ti? –consultó, frustrado. Si, esa era la octava vez que tenían esa misma conversación.

- Porque yo sé sobre el amor. –ella bajó sus piernas y se impulsó hasta bajar del bordecillo, parándose frente a él- Además, no voy a salir con cualquier pelele. Me gustan los chicos inteligentes y de mundo. –la chica metió sus pulgares dentro de los bolsillos de su chaqueta y dio un paso hacia él, amenazante- ¿Algún problema con ello? ¿O ahora me vas a decir que debo aceptar a cualquier idiota que quiera meterse en mis pantalones?

- ¡Helga! –por un momento se alarmó por el exceso de sinceridad de la chica, pero de inmediato notó algo.

En un movimiento, Arnold la tomó de los hombros y la acercó peligrosamente a él, dado que Helga era más alta que él por un par de centímetros, le tocó tomarla de la nuca, con delicadeza y obligarla a inclinar el rostro hacia él. La chica se sonrojó sorpresivamente y apoyó sus manos sobre los brazos del rubio, intentando apartarse, pero este solo la sostuvo con más firmeza, mirando sus labios con seriedad.

- Abre la boca. –ordenó, en un susurro cálido que chocó sobre los labios femeninos.

- ¿Qué…? –Helga tembló por esas palabras- ¿Estás loco…?

- Hazlo. –repitió, levantando la mirada hacia ella- Abre la boca.

La chica separó sus labios lentamente, sintiendo en el acto el aliento masculino dentro de su boca, haciendo que sus mejillas ardieran y sus rodillas temblaran como en los viejos tiempos. Por un momento se maldijo por la debilidad del cuerpo y la manera en que viejas costumbres parecían nunca olvidarse…

- ¡Lo sabía! –sorpresivamente Arnold la soltó y ella casi se cayó al perder el agarre, pero el chico la volvió a tomar, esta vez de su codo derecho- ¡Tienes un piercing en la lengua!

Helga casi lo golpeó ¿Todo eso por un maldito trozo de metal metido en su lengua?

- ¿Acaso no conoces el significado de espacio personal, presidente de la jungla? –acusó, dando un par de pasos hacia atrás.

- ¡No intentes apartarme del tema! –el chico la tomó de la muñeca, con decisión y comenzó a guiarla al segundo piso- ¡Sabes perfectamente que no puedes tener ningún tipo de piercing, ni tatuajes a la vista!

- ¿Qué…? ¡Hey! –la chica se intentó soltar pero le resultó imposible- ¿A dónde me llevas?

- ¡A la enfermería! A que te saques eso. Reglas son reglas. –le recordó, con seriedad.

Arnold no estaba molesto, ni siquiera sorprendido de su hallazgo. Pero lamentablemente su deber le empujaba a hacer cumplir las reglas de la preparatoria. Y en el fondo… si, se empeñaba más con Helga ¡Pero era porque ella se la pasaba rompiéndolas cada minuto!

- ¿Bromeas, verdad? –preguntó la chica y al notar la mirada seria del chico, suspiró resignada- Dios… no bromeas. Arnoldo, eres tan aburrido a veces…

- Y si descubro que tienes un tatuaje a la vista…

- No creo que Huginn y Muninn estén a la vista de cualquiera.

- ¿Hugo y Mony? –preguntó el chico, deteniéndose extrañado.

- Huginn y Muninn, los cuervos de Odín. Ellos representan el pensamiento y la memoria, los tengo en el costado de mi cadera derecha… Es un tatuaje pequeño, en escala de grises, te encantaría. -sonrió de costado.

- Estas bromeando… -murmuró el chico, lanzándole una mirada a ella y luego siguió caminando, arrastrándola con él.

- ¿Quién sabe?

Al llegar al segundo piso, Helga ya estaba ingeniándoselas para soltarse sin hacerle mayor daño al chico, pero sorpresivamente una potente voz los detuvo en el acto.

- ¡Señorita Pataki! ¡Señor Shortman! Justamente a ustedes los quería encontrar.

- Señora Dumas. –saludó Arnold, soltando por fin a Helga…

Lamentablemente la chica no era suicida, no saldría corriendo de la directa. La última vez que había hecho eso lo había lamentado con creces, la mujer era veloz y no temía ensuciarse para hacer su deber.

La directora sonrió a los dos jóvenes, llevaba un traje de pantalón y blusa de color blanco con botas cafés de caña alta. No pasaría de los cuarenta años, aunque su piel mulata la hacía lucir mucho más joven, tenía el cabello negro y extremadamente rizado recogido en una coleta alto. Todos los días se lo peinaba rigurosamente para que ni un mechón de cabello saliera del agarre y solo se liberara en un pomposo afro en la parte superior de su cabeza.

- Asumo que estabas guiando a Helga al salón ¿Verdad? –comentó la directora, mirando con incredulidad a la menor de los Pataki, que simplemente sonrió astutamente.

- Si… -Arnold se anotó mentalmente luego llevarla a la enfermería. No iba a permitir que anduviese con ese piercing por ahí- Pero mencionó que quería hablar algo con nosotros ¿Verdad?

- Por supuesto, vengan conmigo… -los guio a su despacho y cerró la puerta atrás de los jóvenes.

El lugar estaba lleno de plantas de hojas frondosas que hacían lucir a la habitación como una pequeña jungla, aislando por completo el escritorio y sillas.

- Bien… -la directora se sentó en su lugar y les hizo una señal para que tomaran asiento en las sillas de cuero- Señorita Pataki…

- ¿Si…? –la rubia se cruzó de brazos, apartando la mirada, asumiendo que vendría otra advertencia por parte de la mujer.

- Cuando Arnold llegó de San Lorenzo me alegró mucho ver que traía con él muchas costumbres latinas que sinceramente hacen falta aquí. –apuntó la mujer, mientras le sonreía al chico.

La directora Dumas era mexicana de nacimiento y de padres, pero después de haberse ganado una beca universitaria en Estados Unidos, había terminado viviendo ahí y casándose con un ciudadano de Hillwood. Aunque se notaba que extrañaba mucho su país y muchas costumbres que ella encerraba como latinas.

- ¿Cómo invadir el espacio personal? –acusó Helga, girándose bruscamente en dirección al chico, mientras lo fulminaba con la mirada- Uno de estos días van a demandarlo por no saber guardar distancias. –juró.

- ¿Arnold…? –consultó la mujer, intrigada.

- Solo… pensé ver algo en su rostro y quise cerciorarme. –se defendió el rubio, apoyándose tranquilamente contra el respaldo de la silla, pues no había hecho nada malo, por mucho que la chica lo asegurara- Pero como Helga tiende a huir cuando se le llama la atención…

- ¿Huir? –acusó la joven- ¡Helga G. Pataki….!

- No hay necesidad de alzar la voz… -le recordó la directora, con voz seria.

- Helga G. Pataki… -repitió varios decibeles más abajo- no huye. Simplemente me fastidia tu presencia.

- Como el presidente del consejo estudiantil…

- "Como el presidente del consejo estudiantil…" –imitó Helga, ridiculizando su voz lo máximo posible, mientras rodaba los ojos- Eso no te da derecho a obligarme a hacer cosa que no quiero ni tocarme donde yo no te permito. –respondió, sonriendo lobuna.

- ¡Helga! –regañó el chico, lanzando una mirada a la directora- Lo está haciendo a propósito. –aclaró, pues obviamente quería hacerlo quedar mal y él no lo iba a permitir.

- Comienzo a sospechar que lo que me dijeron no es verdad… -admitió la mujer, decepcionada y se apoyó contra el respaldar de su cómoda silla.

- ¿Sospechar? –preguntó Arnold, intrigado.

- Como venía diciendo, dado que has vuelto a tu ciudad natal hace… ¿Un mes…?

- Tres semanas. –aclaró el chico, asintiendo.

- Exacto, tres semanas y seguramente encuentras toda la ciudad diferente y obviamente entiendo que la educación que tuviste en San Lorenzo fue tutelar y no en un establecimiento.

- Correcto. –aunque a Arnold no le molestaba eso, había descubierto que realmente iba muy avanzado a lo que impartían en sus clases y podía tomarse con tranquilidad sus tareas.

- Bueno, pues pensé que necesitarías una guía. Como sabes, nuestra preparatoria tiene el sistema de padrinos. Los estudiantes de último año, tienen la obligación de poner bajo su protección a los estudiantes de primer año para darles una guía del sistema escolar, hablarles de los profesores, los clubs que hay… -fue explicando la directora, entrelazando sus dedos sobre el escritorio.

- Así leí y el consejo estudiantil está revisando que se cumpla con la tradición. El propósito de los padrinos es facilitar la integración. –recordó Arnold, pues una de sus obligaciones como nuevo presidente, era estar al tanto de esos detalles.

- Pues tú te encuentras en un caso similar y más peculiar que los estudiantes de primer año. Así que quería designarte un padrino, alguien en que pudieses confiar. –explicó la directora- Después de preguntar a tus compañeros, todos aseguraron que Helga y tú tenían un vínculo especial, por lo que pensé en seleccionarla como tu guía.

Los dos jóvenes abrieron los ojos sorprendidos y estuvieron a punto de gritar. La mujer pudo notar como, sincronizados, apoyaban sus manos sobre los apoyabrazos de sus sillas y se sostenían de los mismos. Muy lentamente el sonrojo subió por el rostro de los jóvenes y se lanzaron miradas furtivas antes de apartarlas rápidamente. Así que… no era mentira.

¿Entonces qué? ¿Cuál era el problema?

Claro que todo el mundo podría decir que Helga y Arnold tenían un vínculo especial. Lo que había ocurrido en San Lorenzo no se había quedado en secreto para nadie y a pesar de que Arnold decidió quedarse con sus padres, fue notoria que la despedida entre ambos rubios había sido intensa y desgarradoramente triste. Curiosamente, a los pocos meses, Helga comenzó a actuar como si nada de eso hubiese ocurrido y Gerald comentaba que en sus cartas Arnold había dejado de mostrar… interés por la chica. Pero si alguien les preguntaba a ambos, podía darse cuenta a kilómetros de distancia que se tenían un sincero aprecio. Pero lo que había ocurrido entre ellos, muchos no entendían. Pero ¿Había un vínculo? Absolutamente, aunque ellos actuaban como si no fuese así.

- ¿No tengo derecho a opinar si quiero perder mi tiempo con este sujeto? –preguntó Helga, reaccionando primero, mientras lo señalaba descaradamente pero sin apartar la mirada de la directora.

- No, no tienes derecho. Este es tu castigo por el mural que hiciste, sin autorización, -recalcó la mujer al notar que la chica iba a protestar- con Curly.

- ¡Pero ya quitamos la pintura y volvimos a poner el color original! ¡Nos tuvo trabajando…!

La directora le lanzó una mirada de advertencia y la chica bajó la voz, pero sin cambiar su actitud ni la emoción en su voz.

- Nos tuvo trabajando todo el fin de semana ¿Por qué no es Curly su guía?

- Con todo respeto, directora. –puntualizó Arnold, apresuradamente- Si debo escoger entre Helga y Curly, preferiría a Helga. –notó que la chica le observaba con sorpresa y él se encogió de hombros- En verdad la conozco mejor y me siento más cómodo con ella.

- Además, Curly tiene la tarea de pintar un mural por toda la pared externa del coliseo. Ese es su castigo. –explicó la mujer, sonriendo- Entonces, Helga… dejo en tus manos a Arnold. Él me entregará un informe semanal de tu actitud y esa será tu calificación en conducta. Recuerda que si no apruebas, puedo hacerte venir en verano a tomar clases de la materia que escoja… -advirtió la mujer, inclinándose hacia ella- Y pienso escoger Matemáticas.

- No… -susurró la chica, bajando la vieja gorra hasta que le tapara los ojos- No puede hacer eso…

- Puedo y lo haré. –le recordó la mujer y luego observó a Arnold, sonriendo ampliamente- Lamento mucho ponerte tareas extras. Yo sé que, después de que sustituyeras sorpresivamente a Seo Yi Soo, todo ha sido muy difícil para ti.

- Descuide, yo acepté ser el vicepresidente de Seo Yi Soo, parte de mi responsabilidad es que si ella se ausentaba, tendría que tomar su lugar. –aunque Arnold nunca, en su vida, hubiese imaginado que la chica hubiese tenido que volver a Corea del Sur tan sorpresivamente. La chica casi no había podido hacer nada como presidenta… pero había dejado cientos de proyectos y cosas por hacer- Además, hacer un informe semanal no será muy difícil. –notó la mirada azulada de la chica sobre él y Arnold simplemente sonrió- Le puedo asegurar que Helga y yo haremos un gran equipo.

- Me alegra, sinceramente. Ambos serán una buena influencia, el uno al otro. –comentó la mujer, parándose y guiando a los chicos hacia la puerta.

Pero ambos se detuvieron sorpresivamente en la puerta y le regresaron a ver. Una vez más, la directora notó que se sincronizaban y se señalaban mutuamente.

- ¿Buena influencia? –acusaron a coro y la mujer se rio vivamente, mientras cerraba la puerta de su despacho y los dejaba sin respuesta.

Arnold bajó lentamente su mano y se recompuso. Él se arregló el cuello de su camisa y sonrió animado.

- Bueno, Helga… -le hizo una ligera reverencia para que pasara ella primero, mientras iban a clases- Creo que ahora estás atrapada conmigo.

La chica se detuvo, dándole la espalda y le regresó a ver, mientras chasqueaba lentamente su lengua, dejándole ver claramente el piercing en su lengua ondularse en el movimiento soberbio que hacía.

- Te equivocas, Shortman. –comenzó a caminar, dejando atrás a un sorprendido chico- Tú estás atrapado conmigo.

Arnold negó con fuerza y respiró hondo para retirarse el ligero sonrojo en sus mejillas, mientras le daba alcance. No podía permitirse ese tipo de distracciones cuando tenía toda una preparatoria que guiar. Además, Helga solo estaba jugando con él.

¡Saludos Manada! Una nueva historia. En el siguiente capítulo les contaré cómo es que Arnold terminó en la presidencia, descuiden. Sinceramente espero que les guste este nuevo fic y la idea que planteo.

¡Nos leemos!

Nocturna4