Disclaimer: nada de lo que podáis reconocer me pertenece, todo es propiedad de J. K. Rowling. Escribo fics sin ánimos de lucro.

N/A: ¡Feliz Cumpleaños, Ariadna! Aunque hace un trillón de años que no hablamos no me he olvidado de nuestro trato: un fic amor-odio sobre Rose y Scorpius por tu cumple :D Igual me he pasado pero lo que iba a ser un one-shot se ha alargado hasta convertirse en ocho capítulos que espero que te gusten. Lo iré subiendo durante todo el mes de mayo porque entre semana no tengo el ordenador.

Sobre el fic nada demasiado relevante: Rose está en Gryffindor y Scorpius en Slytherin y, previsiblemente, se odian. La historia transcurre durante su séptimo año y serán ocho capítulos. Esta Rose es totalmente distinta psicológicamente a lo que estamos acostumbrados/as pero espero que os guste :D

Gras a mi beta, Bella Valentia, que me está ayudando mucho con este regalo que quería que fuese perfecto.


1

La condena

Rose rompió la pluma por quinta vez de pura frustración. No estaba segura de cuánto tiempo llevaba con esa maldita redacción pero lo que tenía claro era que odiaba las jodidas Runas Antiguas. Estaba harta de todo y, a pesar de que tenía que entregarla al día siguiente, decidió que podría fingir una indigestión y pasar la hora de Runas en la enfermería; o podría faltar a Transformaciones e ir a la biblioteca y terminarla allí. Total, ella sabía mucho más sobre transfiguración que el inútil de McLaggen.

De verdad que no entendía para qué iba a necesitar saber traducir un manuscrito de hacía mil años siendo jugadora profesional de quidditch. No necesitaba toda la basura que le enseñaban en el colegio para montar en una escoba y pasar la quaffle por el aro. Pero, por supuesto, Hermione (casi nunca la llamaba mamá en sus pensamientos) se empeñaba en que tomara los ÉXTASIS y, además, en que se matriculara de las asignaturas más difíciles que había. Su madre creía que en cualquier momento se le quitaría la idea de dedicarse al quidditch. Habían tenido tantas discusiones durante los últimos tres años que ya ni siquiera era entretenido. Se dedicaban a repetir lo mismo durante varias horas hasta que una de las dos se encerraba en su habitación con un portazo. Generalmente, era Rose la primera en guarecerse en su habitación.

—Weasley —Rose rompió su pluma por sexta vez al verse sorprendida y soltó unas cuantas palabras no muy refinadas—, es tarde. Vuelve a la cama o nos despertarás a todas cuando subas haciendo ruido. Como siempre.

Rose giró la cabeza sobre su hombro y miró a Evelyn Paimpot con aburrimiento. La recorrió de arriba a abajo como sabía que Evelyn odiaba y su sonrisa fue tan condescendiente que las mejillas de la chica se arrebolaron. Rose disfrutó perversamente de verla sonrojada, enfadada y avergonzada.

—También podríamos quedarnos despiertas toda la noche, Evelyn —Rose acarició el nombre de la chica de forma coqueta y le guiñó un ojo en actitud traviesa—. Sería un sueño hecho realidad.

—Vete a la mierda, Weasley.

La chica levantó la barbilla airosamente y subió las escaleras como si le hubiesen metido un palo por el culo. Rose hizo lo que pudo por no reír. Supuso que eran ese tipo de comentarios lo que le habían hecho ganar fama de lasciva lesbiana a pesar de que Rose tenía muy clara su orientación sexual y, definitivamente, no era esa. Y aunque lo fuese, nunca se sentiría atraída por alguien como Paimpot. Tenía mejor gusto que eso.

De cualquier forma, Rose decidió que era el momento de dejarlo. Se perdería Transformaciones y lo haría en ese rato, resolvió, mientras dejaba la torre en dirección a la cocina. Había picado algo hacía no mucho pero tenía hambre y necesitaba una gran cantidad de azúcar para poder reponerse de tantas horas de estudios.

Saludó a los elfos que todavía se afanaban trabajando. Siempre conseguían sacarle una sonrisa sin importar lo mal que lo estuviese pasando y sólo por eso Rose agradecía a los astros que su madre no hubiese conseguido sacar adelante su propuesta de cese de trabajo de los elfos domésticos en Hogwarts. Hermione estaba loca, decidió Rose ese año, completamente loca.

Rose suponía que era una decepción para su familia. Lo único que sabía hacer bien era utilizar el sarcasmo, hablar de sexo (siempre para burlarse de alguien) y tocar la guitarra. Ah, ¡y jugar al quidditch, claro! No se podía negar que había sido difícil conseguir el puesto de capitana pero si había algo que podía unir el mundo, eso era el quidditch, y todos en su Casa (y en las demás) habían tenido que admitir que era tan odiosa con las personas como buena sobre una escoba. Lo suyo era un talento natural, algo que se le había dado bien desde que pudo mantenerse derecha. Podía ver más allá de la jugada que estuviese realizando, podía prever los movimientos de todos los jugadores antes de que ellos siquiera pensaran en cuáles iban a ser. La explicación siempre había sido muy clara para Rose: todos eran predecibles y, por lo tanto, aburridos.

—Señorita Weasley, se la ve especialmente triste hoy —Las palabras de Dylee, su elfina doméstica favorita de todas las que había en Hogwarts, hizo que Rose volviese a la realidad de un plumazo, casi dolorosamente—. ¿No hay nada que Dylee pueda hacer, señorita? ¿Quizá un poco de helado? ¿Ranas de Chocolate? ¿Pastel?

—No, muchas gracias, Dylee, eres muy amable. Sólo quiero pensar —dijo, sin saber a qué se refería con lo eso de que parecía especialmente triste pero sin darle mucha importancia—. Aunque un poco de pastel no me vendría mal.

Sonrió cuando la elfina hizo una reverencia y se alejó, demostrando que había entendido el mensaje a la perfección. La capacidad de los elfos domésticos para saber lo que querían sus amos debía ser algo mágico porque si no carecía de explicación. No era como si Rose se considerara la ama de todos esos elfos, o incluso de Dylee, pero tanto tiempo juntas creaba cierto lazo. Para Rose, Dylee era algo así como una amiga extravagante.

La muchacha comió todo lo que quiso y más, inflándose a dulces que habían sobrado de la cena. Miró el reloj cuando se acordó de que el toque de queda había caído hacía mucho tiempo por lo que debía volver a la torre. No sería la primera vez que la encontraran en las cocinas.

Soltó un nuevo suspiro y una leve protesta cuando sintió el estómago hinchado y burbujeante por toda la comida que había ingerido. No había tenido tanta hambre pero una vez que veía dulces no podía controlarse. Notaba sus terminaciones nerviosas hiperactivas y las imaginaba como puntos brillantes bajo la piel por todo el azúcar consumido.

—Realmente no debería haber comido tanto. Si me pongo gorda no podré perseguir a Cas por el castillo —se lamentaba de forma muy poco seria pensando en su latosa amiga Cassandra mientras se agarraba el estómago.

—Y tampoco podrás correr para esconderte, Weasley —se burló una voz detrás de ella.

Mierda.

Rose se detuvo con un pie en el aire preparado para dar otro paso. Maldijo en voz baja y se dio la vuelta con expresión mortificada. Ese maldito creído sabelotodo de Malfoy la miraba desde la mitad del pasillo con una sonrisa satisfecha. Ese tío vivía para atormentarla. Rose podía asegurar que se mantenía pegado a su culo buscando el momento para lanzarse sobre ella y mordérselo. A ver, no literalmente, pero casi. Parecía acecharla y aparecía siempre justo en el momento en el que ella había hecho algo malo.

Desde luego, Rose no había dejado que todo eso sucediese simplemente bajando la cabeza y cumpliendo castigos. No era el ojito derecho del tío George por nada, pero las oportunidades para pillar desprevenido a ese lameculos profesional eran muy escasas. El odio de Rose era totalmente obvio pero no por ello podía negar que el tipo era listo.

—Estás divagando de nuevo, Weasley, pero que no seas capaz de procesar la situación no te librará del castigo —continuó Malfoy, mofándose de ella descaradamente y sacudiendo su túnica para hacer relucir su placa de prefecto.

—¿Me estás llamando retrasada? —inquirió Rose en un tono ciertamente peligroso.

Malfoy no pareció demasiado preocupado por su evidente hostilidad, de hecho, parecía divertirle sobremanera ver a Rose tan molesta.

—Eso lo has dicho tú, no yo —Rose apretó los puños en un intento por no sacar la varita y lanzarle una no muy agradable maldición. Malfoy se acercó un paso—. En cualquier caso, creo que te quitaré veinte puntos por estar correteando por los pasillos después del toque de queda y... ¿qué te parecen otros veinte puntos por ir a la cocina ilegalmente? Hay unos horarios para comer, Weasley, deberías ser más respetuosa con el horario del centro.

—¿Cuarenta puntos? ¿Estás loco, Malfoy? —exclamó la muchacha seriamente, sin poder creer lo mucho que se estaba pasando esa noche.

—No, no lo creo. Además, creo que te restaré diez más por esa mecha violeta que te hiciste hace un mes y que debe haber ofendido al resto de estudiantes. ¿En qué estabas pensando, Weasley?

—¡Tú, jodido hijo de...!

—Señorita Weasley, espero encarecidamente que su frase termine con algo agradable.

Ambos alumnos dieron un bote que les debió elevar un metro por encima del suelo. Habían estado tan metidos en su propia y pequeña burbuja hostil que no se habían percatado de que la profesora McGonagall se había acercado a ellos. Rose se atrevió a sonreír inocentemente cuando se dio cuenta de que los ojos claros de su directora la miraban fijamente. No tenía demasiadas esperanzas de ablandar a esa mujer hecha de hierro pero por intentarlo no perdía nada.

—Buenas noches, profesora —la saludaron los dos a la vez.

¿Suena muy infantil decir que ambos se miraron con cierto odio por haber dicho lo mismo? Pues pasó y Rose se sentía muy incómoda por ello. Mierda, no le gustaba ni compartir el aire, no, más que eso, no le gustaba compartir el mundo con Malfoy, mucho menos las palabras.

—Señor Malfoy, señorita Weasley —Dio un cabeceo aparentemente educado hacia ellos como muestra de reconocimiento, pero Rose podía ver la molestia claramente reflejada en sus ojos—. Verán, disfruto mucho de mis paseos nocturnos. Sufro de cierto grado de insomnio desde el fin de la guerra y la soledad del castillo logra calmar mi paranoia crónica. Supongo que es la solemnidad de estos muros, los recuerdos que se deslizan por la piedra fría... Sí, quizá sea eso lo que logra calmarme —añadió pensativamente—. En cualquier caso, es agradable pensar en el silencio de la noche —continuó, mirándoles directamente—. Los considero a ambos chicos inteligentes —Malfoy (¿cómo no?) hizo un ruidito escéptico que rápidamente fue acallado por la mujer—, por eso puedo suponer que ambos entenderán mi molestia —Uh, estaban entrando en la parte peligrosa— cuando al girar la esquina me topo con tal espectáculo. ¿Cuántos años tienen, ustedes dos? ¡Diecisiete!—exclamó la mujer haciendo que los dos estudiantes diesen otro bote.

—Profesora... —intentó Malfoy, como el enorme idiota que es.

—Silencio, señor Malfoy —Se puede decir que McGonagall fue amable hasta cierto punto pero también contundente y Rose disfrutó el hecho de que había alguien capaz de cerrarle la boca a Malfoy. Alguien tan prepotente no debería ser un prefecto—. Me parece lamentable. Señorita Weasley, me esperaba mucho más de usted teniendo en cuenta la última conversación que sostuvimos, no hace mucho, por cierto, en la que me prometió que no volvería a meterse en líos. Ha sido una decepción —Rose bajó la cabeza sintiéndose bastante avergonzada. Malfoy soltó una risita que se apresuró a disimular con una tos cuando McGonagall centró sus ojos azules en él—. En cuanto a usted, me parece impresentable que se dedique a aprovecharse del puesto de prefecto para quitar puntos injustificadamente. Le creía más responsable, señor Malfoy. También me ha decepcionado.

—Profesora, creo que una persona tan inteligente como usted comprenderá que en realidad…

—No es lo que parece —intervino Rose antes de que Malfoy pudiese meter la pata con cualquier tontería de lameculos. Ella conocía a McGonagall y tenía claro que no le gustaban esa clase de personas—. Lo nuestro son pullas sin importancia, profesora, cosas de amigos.

Rose intentó con todas sus fuerzas no atragantarse al decir la última palabra. Había sido difícil poner en la misma frase las palabras Malfoy y amigos. En serio, una experiencia horrible que esperaba no repetir en mucho tiempo. Pero lo peor estaba por llegar...

—¿En serio? —inquirió McGonagall en tono obviamente escéptico.

—Desde luego, profesora —dijo Malfoy con una sonrisa (el infierno se había congelado) encantadora.

Rose estaba dándole gracias a Merlín, cuando Malfoy decidió que era buena idea pasarle un brazo por encima de los hombros y pegarla a él. Oh, mierda santa, qué asco. Malfoy la estaba tocando. Tenía su brazo sobre ella y la cabeza de Rose quedaba prácticamente a la altura de su axila. ¿Eso era siquiera higiénico? A saber lo que había hecho Malfoy con su mano derecha que en ese momento descansaba sobre su hombro. Mierda, todo su costado estaba apretado contra el de él ya que había rodeado la cintura de ese sujeto despreciable en un movimiento automático.

Estuvo a punto de alejarse, lo habría hecho si Malfoy no la hubiese apretado contra él con una fuerza que nadie se podría haber imaginado. No le hizo daño pero sí la sorprendió, ¿de dónde coño sacaba esa fuerza si tenía brazos como fideos?

—Oh, eso es maravilloso —Una gota de sudor frío bajó por la espina dorsal de Rose—. Una buenísima noticia —McGonagall sonrió calculadoramente y Rose se temió lo peor—. Entonces todos esos puntos que le has quitado a tu... amiga—continuó la anciana con un tonillo divertido—, no iban en serio y Gryffindor mantendrá sus puntos intactos.

—Claro, profesora, aunque, y me duele decirlo ya que Rose es una buena amiga, creo que habría que restarle puntos por estar fuera de la torre a estas horas y haber estado en la cocina sin consentimiento. No hacerlo sería caer en el favoritismo, ¿no lo cree así, profesora? —dijo Malfoy, por lo que se ganó un buen apretón por parte de Rose que le dejaría un bonito tatuaje de sus uñas en el costado izquierdo.

A pesar de que McGonagall era conocida como una consagrada Gryffindor, no pareció muy afectada por las palabras claramente acusadoras de Malfoy (y falsas, muy falsas), de hecho, el brillo satisfecho y divertido de sus ojos pareció aumentar.

—Bueno, teniendo en cuenta que no es la primera vez, creo que deberé castigarla con algo más contundente, señorita Weasley —Rose suspiró con resignación. Había sabido desde el principio que ese momento llegaría pero al menos no iban a quitarle puntos a su Casa—. Y ya que siente tal pesar, señor Malfoy, dejaré que usted ayude a la señorita Weasley a cumplir su castigo.

—Pero profesora...

—No, no —La directora hizo un aspaviento exagerado con la mano, restándole importancia al intento de oposición de Malfoy—. No es necesario que me dé las gracias, no es nada. Les comunicaré cuál será el castigo mañana durante el desayuno. Asegúrense de estar juntos. Estoy vieja y me achacan los dolores de la edad por lo que no quisiera tener que pasearme por todo el Comedor —Vieja embustera...—. Buenas noches.

Y desapareció por la esquina tan rápida y silenciosamente como había llegado.

Rose miraba con los ojos abiertos el punto en el que su directora había estado parada, sin poder asimilar lo que acababa de pasar. ¿En serio había dicho que tenía que trabajar con Scorpius Malfoy en algo? Oh, Merlín, iba a ser expulsada. No había forma humana de llevarse bien con el asno de Malfoy. Era imposible y nadie en su sano juicio les habría siquiera sugerido trabajar juntos. No importaba lo que McGonagall les encargase, el castillo no iba a sobrevivir.

Entre tanto, ninguno de los dos se había dado cuenta de que seguían pegados el uno al otro y fueron necesarios un par de segundos más antes de que reaccionaran. La primera en darse cuenta de la situación fue Rose, seguida muy de cerca por Malfoy.

—¿En qué momento se te ocurrió pegarte a mí de esa manera, Malfoy?¡Qué asco! —lloriqueó Rose, pensando en la manera de quemar su túnica de forma discreta. Estaba claro que no podía seguir usando esa después de haber tocado a Malfoy.

—Hice lo que tenía que hacer. No es culpa mía que seas tan poco convincente, si fueras mejor actriz no habría tenido que intervenir —replicó él.

—Nadie te lo ha pedido —ladró Rose—. Y no me vengas con eso, McGonagall tampoco se ha creído tu mierda de actuación. Además, deberías agradecerme por haber salvado tu pequeño culo de prefecto.

—¿Agradecerte? Si me hubieras dejado terminar la frase habría tenido a McGonagall comiendo de mi mano y ahora no tendríamos que trabajar juntos en vete tú a saber qué.

—¿De verdad crees que Minerva McGonagall se iba a dejar manipular por un crío como tú? No me hagas reír, Malfoy.

—Piérdete, Weasley.

Rose bufó como un gato. Ese idiota... Ella al menos había intentado salvar la situación porque si hubiese sido por él, ahora mismo estarían en el despacho de la directora, escuchando un sermón que se alargaría sus buenos cincuenta minutos y todo para recibir un castigo horrible.

Ah, espera, la última parte se había cumplido.

Rose sentía cierta incertidumbre alojada en el estómago que conseguía retorcerle las tripas. No tenía ni idea de qué podría pensar McGonagall como castigo y precisamente eso la ponía tan nerviosa. Estaba acostumbrada a que todos actuasen de una manera muy concreta y, aunque aburrida, su vida llevaba un ritmo muy simple y esperado. Sin embargo, los pensamientos de esa mujer eran indescifrables, lo que la convertía en una de las pocas personas que Rose admiraba de verdad aunque en ese momento le hubiese gustado que Minerva McGonagall fuese una persona mucho más sencilla.

—En fin, Malfoy —dijo, con un tono optimista totalmente falso—. Voy a "perderme" ahora, ¿vale? ¡Nos vemos!

Rose se estaba girando cuando las asquerosas manos de Malfoy se cerraron alrededor de su brazo nuevamente. La joven retrocedió rápidamente, incómoda ante tanto contacto humano. Valoraba mucho su espacio personal, especialmente cuando sujetos como Malfoy estaban implicados.

—Espera un momento —Malfoy parecía molesto y no tardó en apartar sus manos del cuerpo de Rose—. ¿No has escuchado lo que ha dicho McGonagall?

—¿El qué?¿La parte de que estoy castigada o esa otra en la que dijo que estoy castigada contigo?

—No, la parte en la que nos pidió que estuviésemos juntos durante el desayuno. ¿Cómo vamos a hacer eso sin que nadie se entere de que tenemos que hacer juntos lo que sea que nos mande esa vieja loca?

—¿Temes hacer el ridículo delante de tus compañeros reptiles por haber sido castigado? Qué idiota.

—No, Weasley, lo que pasa es que me avergonzaría que todos supieran que tengo que estar contigo. Ese es el problema.

Rose sonrió con anticipación. Oh, pobre Malfoy. ¿Y un sujeto como él estaba en Slytherin? Siempre había supuesto que las serpientes eran astutas, reservadas y pacientes, pero Malfoy no encajaba en ninguna de esas cualidades. En serio, acababa de compartir una información con ella, su principal enemiga, que podría ser útil en el futuro.

La sonrisa de Rose se amplió cuando vio cierta ansiedad en los ojos grises de Malfoy.

—¿En qué estás pensando, Weasley? —preguntó él con incertidumbre, arqueando una ceja.

—Oh, nada importante —Malfoy entrecerró los ojos, mirándola con suspicacia. Rose intentó controlar la carcajada de triunfo que luchaba por salir de su garganta—. Sólo intentaba decidir qué podrías darme a cambio de guardar cierta información que, según tus palabras, te avergonzaría que saliera a la luz.

—¿Qué clase de Gryffindor eres tú?

—Podría preguntarte lo mismo pero, respondiendo a tu cuestión, soy una clase de Gryffindor en peligro de extinción.

—Pues demos gracias a Merlín por ello —soltó el chico, atreviéndose a esbozar una sonrisa arrogante.

Idiota.

—¡Bien, no nos salgamos del tema! —exclamó Rose repentinamente, sin molestarse por el estúpido comentario de Malfoy—. Ya que has demostrado con creces que eres un estúpido que no pega nada en Slytherin —se mofó con satisfacción—, creo que, sea lo que sea lo que nos mande McGonagall, serás tú quien se encargue de ello o, al menos, de la parte más pesada del trabajo.

—No —se negó Malfoy—. No me importa tanto que sepan que tengo algo que ver contigo.

Vaya, eso no se lo había esperado. Se suponía que Malfoy debía rendirse y aceptar su chantaje. Era el orden natural de las cosas. Pero él parecía muy decidido a no dejarse mangonear. Qué ingenuo.

—Como quieras —dijo Rose despreocupadamente, encogiéndose de hombros para darle más credibilidad a su actuación—. Nos vemos mañana en el desayuno. Me pasaré por tu mesa.

Rose se dio la vuelta y comenzó a caminar. Contó hasta diez, asegurándose de estar andando con normalidad pero no lo suficientemente rápido como para desaparecer antes de que Malfoy se decidiese a darse por vencido. Estaba casi en la esquina cuando Malfoy exclamó:

—¡Eh, espera! ¡Está bien! ¡Espera, Weasley!

Rose podría haber empezado a dar saltos de felicidad. Oh, cómo le gustaba fastidiar a Malfoy. Pero en vez de saltar, se limitó a darse la vuelta y sonreír con triunfo.

—Entonces, ¿lo haremos a mi manera? —le preguntó inocentemente.

—Sí —respondió él con muchísimo esfuerzo.

Rose se estaba divirtiendo así que continuó un poco más allá.

—Sí, ¿qué?

Malfoy se acercó a ella a una velocidad casi inhumana. Rose sabía que era rápido pero no se esperaba esa demostración de velocidad. En un segundo estaba atrapada entre la pared y él. De nuevo las manos de Malfoy estuvieron sobre sus brazos pero esta vez no hubo nada gentil en su toque. Maldita sea, dolía.

—Malfoy, me estás haciendo daño —se quejó Rose.

Malfoy apretó un poco más.

—Mira, Weasley, si hay algo que no tolero es que me traten como si fuese idiota. Tengo suficiente de eso en casa como para aguantarlo aquí —Rose le miraba como si de pronto se hubiese convertido en un ciervo al que le habían sorprendido los faros de un choche. No tenía muy claro qué estaba pasando pero no le gustaba mucho tener a Malfoy casi sobre ella—. Así que, ¿sabes qué? Esta vez no te saldrás con la tuya. No voy a hacer el trabajo sucio cuando es culpa tuya que nos hayan castigado.

—¿Culpa mía? No te habrían castigado si no te aprovecharas de esa placa de prefecto que llevas tan orgullosamente, Malfoy —Él la apretó más contra la pared y Rose soltó un quejido.

Bien, se podría decir que era una estúpida. ¿A quién se le ocurre replicar a un Malfoy enfadado? Sólo a Rose, obviamente. Sin embargo, el chico dejó de apretar tanto y se separó de ella. Se miraron a los ojos un segundo, ambos llenos de odio. Rose no era de las que odiaban, de verdad, pero Malfoy siempre sacaba lo peor de su carácter, lo cual era mucho decir.

—Nos veremos en el desayuno, Weasley —dijo el chico con los dientes apretados.

Y se marchó sin una palabra más, dejando a Rose sola en el pasillo.

Bueno, las cosas podrían haber salido mejor, eso estaba claro. Rose se llevó una mano al brazo izquierdo y se subió la manga de la túnica. ¡El subnormal de Malfoy le había dejado marcas de dedos!

—¡Será cabrón! —gritó antes de poder controlarse.

Rose soltó un bufido y se puso en camino hacia la torre de Gryffindor despotricando contra cierto Slytherin odioso, lameculos y con demasiada fuerza para un niño de mamá.


Muchas gracias por leer :)